Barro

ADÃOBARROLIMOADAMA

VIDE: NOTHOMB — ADAMA

Antonio Orbe: ANTROPOLOGIA DE SÃO IRINEU [OASI]

Dios no improvisaba circunstancias. ¿Escogió una materia privilegiada para Adán?

Ireneo señala preciosos elementos. La tierra, de que vino Adán, era esta visible y material, propia del mundo nuestro. Y no una tierra “sui generis’, fluida y difusa e invisible1 , de esencia hílica, viviente — como querían los valentinianos —, ni de esencia astral o celeste, como apuntaron otros gnósticos (y quizás algunos marcionitas). El milagro de Jesús sobre el ciego de nacimiento, a partir de una porción de tierra, con manifiesta relación a la plasis de Adán, lo demuestra claramente. El primer hombre vino de la misma árida y visible tierra de que Jesús hizo el barro milagroso.

Ireneo la denomina en otra ocasión ‘rudis terra’, seca y árida, no húmeda ni directamente fluida. “Porque, según testimonio de la Escritura, no había aún Dios llovido’.

El paganismo conoció también el origen humano del barro, mezcla de tierra reciente y de agua de río; un poco a la manera de San Agustín.

Tierra mezclada con agua. Según Hesíodo (Erga 60), a propósito de la composición humana, Vulcano recibió la orden de gaian hydei pherein. Al limo, de que fue modelado el hombre, aluden asimismo Horacio, Juvenal y otros.

A fiarnos de la restitución propuesta por Bruncke, el limo sería argos, mejor que arkos; y se traduciría por ‘limo no trabajado” (‘limus non subactus’) o tierra virginal; adelantándose a la expresión de Tertuliano.

En efecto, además de árida y ruda, la tierra a que Adán debió su primer substrato era ‘virgen’, no labrada aún por el hombre y en consecuencia no sembrada. Sustancia o tierra pura, sin elementos algunos aditicios. Semejante a la materia informe, sin cualidad alguna, de que había de fabricarse el mundo.

La causalidad del Padre, en la aparición del hombre, limitóse — de manera característica — a crear la materia ruda y virginal. Todo lo que había de adquirir hasta llegar a la forma viviente humana vendría por obra del Hijo y del Espíritu Santo.

Ireneo perfila su pensamiento en la Epideixis, definiendo aún más la materia ‘ex qua’:

En cuanto al hombre, le modeló (Dios) con sus propias manos, tomando de la tierra lo que hay de más puro y más fino y mezclando en una (justa) medida su potencia con la tierra; y en efecto, dibujó sobre la carne modelada sus propias formas… Y, para que resultara viviente, sopló en su rostro un soplo de vida, de suerte que, tanto según el soplo como según la carne plasmada, el hombre fuera semejante a Dios (Irineu de Lião).

La tierra virgen no fue improvisadamente escogida. Dios cogió lo más puro y fino en ella.

El Santo se hace eco de una tradición ampliamente atestiguada entre hebreos y cristianos, ortodoxos y heterodoxos.