Antonio Orbe: ANTROPOLOGIA DE SÃO IRINEU [OASI]
Dos partes cabe distinguir en la formación de Adán (Gen 2,7): la plasis del barro y el soplo divino sobre el plasma. Analicemos la primera. ¿Hubo algún misterio en ella?
Hoy apenas le vemos. En los días de San Ireneo le veían muchos, y grande, arrancando de la propia Escritura. «Tus manos me hicieron y fabricaron, ¿y me vas a destruir por entero? Recuerda que como arcilla me hiciste y al polvo me harás volver» (Iob 10,8s).
A la circunstancia, conocida desde Gen 2,7 — la plasis de arcilla — , añadía Job otra, implícita en Moisés: la formación por las manos de Dios. Sobre esto último tornaba el salmista (Ps 118,73): «Tus manos me crearon y plasmaron; ilústrame y que aprenda tus mandatos». Antes de que San Hilario y San Ambrosio relacionasen los tres pasajes había visto Orígenes lo que aquí interesa, en réplica a Celso.
Nos echa en cara (Celso) — escribe el Alejandrino — que introducimos un hombre plasmado por las manos de Dios. El libro del Génesis, ni en la hechura del hombre (Gen 1,26s), ni en la plasis, aduce las manos de Dios. (Sólo) Job y David dijeron aquello: «Tus manos me hicieron y me plasmaron». Sobre lo cual sería largo exponer el pensamiento de quienes esto dijeron. (Y) no solamente sobre la diferencia entre poiesis y plasis, sino también sobre las manos de Dios…
Celso ridiculizaba la noticia por antropomórfica. Orígenes creyóse obligado a responder urgiendo la alegoría.
Probablemente, ni entre judíos ni entre eclesiásticos pensó nadie en asignar al Creador manos humanas. A Celso, no obstante, se le ocurrió atacar por ahí. Vale la pena transcribir al Alejandrino:
Aunque Gen 2,7 no haya mencionado a las manos divinas, ningún inconveniente hay en que la Escritura asigne a Dios el trabajo manual (keirourgia). El hecho mismo de serle atribuido con frecuencia indica su alcance alegórico.
El Alejandrino aduce nuevos ejemplos. El firmamento es hechura de las manos divinas. Lo mismo el cielo. Pudo haber agregado textos. Un recuento sistemático de las ‘manos de Dios’ en la Escritura bastaría a sugerir infinidad de temas, con arreglo a la aplicación — al universo, a los cielos, a la tierra…, al hombre — y a la forma — en singular (una sola mano, la mano derecha, la mano del Señor…), en plural (las manos, obra u obras de sus manos…) — o a las combinaciones plausibles entre la aplicación y la forma.
La cosa hubo de tentar a los judíos, y también a los eclesiásticos desde los primeros siglos. Nadie se creía obligado a poner en juego todos los testimonios antes de sacar conclusiones. Bastábales un corto número para contrastar la acción divina sobre el mundo, con la que adoptó para formar al hombre. Así San Hilario.
Versos hay en el Antiguo Testamento que habrían holgadamente justificado el trabajo manual (keirourgia) de Dios sobre el mundo. La doctrina del demiurgo de Platón apoya, al parecer, semejante genérica aplicación. Aristóteles, a fiarnos de un testimonio filoniano, impugnaba el mundo manu factus del Timeo. La idea del cosmos, fabricado por manos de Dios, hallábase, pues, en el ambiente helenístico y armonizaba bien con la Escritura.
Posiblemente, entre el mundo hecho por manos divinas y el hombre ‘manufacto’ mediaba la noción, muy general, del cosmos zoon, utilizado en el Timeo (30B). Aun entonces, dijérase o no keiropoiesis, evocaba un sentido alegórico.
En esta línea de pensamiento, y dentro ya de los eclesiásticos, las manos de Dios hubieron de indicar simplemente las virtudes prácticas, la eficacia de Dios y también su ejército (stratiotike dynamis). El último significado halló, sin embargo, seria oposición entre los primeros escritores.
El contexto imponía el alcance, genérico o específico, dejando a salvo la exégesis para aplicar la keiropoiesis al firmamento, o reservándola en sentido pleno a la plasis del hombre. Era un modo de salvar la teología de las manos de Dios, cuya divalencia asoma en el propio Tertuliano, harto conocedor de la Escritura para dejarse sorprender por una exégesis preconcebida.