As tentações de Jesus
- 1. Cenário e motivo da tentação
- 2. Os anjos e as tentações
- 3. Conclusão
Bien poco dicen los gnósticos sobre el episodio de las tentaciones. A no ser como paradigma de las humanas tentaciones, apenas podían interesarles. A priori, a raíz de la «iluminación», el individuo — Jesús primero que nadie — entra en un régimen de serena theoría. Accesible únicamente a tentaciones externas, epidérmicas, siéntese protegido por la gracia inalienable de la gnosis. La samaritana estuvo sujeta a tentaciones, no obstante su dignidad «pneumática», mientras vivía a merced de la vida racional y de sentidos, en ignorancia. Sucumbió a toda clase de pasiones terrenas, simbolizadas por el número seis — según Heracleón, tuvo seis falsos maridos — , cifra de la materia o mundo hílico. Mas, una vez «iluminada» por el Salvador, superadas las pasiones internas, entró en régimen de beatitud.
Heracleón permite identificar el monte a que alude la samaritana (Io 4,20), con el yermo, habitación de fieras, a que llevó el enemigo al Salvador; símbolos ambos del mundo sensible, gobernado por el diablo. Se comprende ipso facto el intento de las tentaciones: atraer a Jesús al régimen en que vivían de tiempo atrás los paganos (resp. samaritanos), dándole culto.
Mas lo que logró de muchos otros, aun espirituales, no lo consiguió de Jesús el enemigo. Lejos de rendir culto al príncipe de este mundo, ni a Yahvé, arconte de Jerusalén y del mundo judío, venía Jesús a fundar uno nuevo en Espíritu y en verdad.
El análisis de algunos fragmentos (ET 83-85) directamente vinculados al bautismo gnóstico y sus efectos, e indirectamente al del Jordán, ha servido a resaltar la comunión entre las tentaciones y el bautismo del Salvador. Jesús fue tentado no bien salió del Jordán; en parte, por reacción de los malos espíritus contra los neófitos, de que se ven — por el bautismo — desalojados.
Los grandes gnósticos del siglo II se adelantaban a los mesalianos en varios puntos. El bautismo — decían — no desaloja al espíritu malo que mora en el alma si primero no han mediado oraciones y ayunos (cf. Mc 9,28; Mt 17,20). Enseñaban, en efecto, una cierta inhabitación de los espíritus impuros en el alma racional, sobre que actuaban como pasiones irracionales. Según los basilidianos, tales espíritus se concentraban en el «alma aditicia» a modo de «apéndices» (prosartemata) de la psique racional en comunión casi sustancial con ella. Según los valentinianos, se dejaban sentir en el «hombre hílico», y, por su medio, en el hombre psíquico.
Antes del bautismo de perfección convenía disponerse con una vida de ascesis, en lucha con las pasiones y apéndices. Sólo así, llegado el momento, salían afuera los espíritus malignos de golpe, y recibíase el Espíritu santificante, que sellaba al neófito definitivamente para una vida de pureza.
Semejante eficacia — de extirpación de espíritus malos e inhabitación del Espíritu Santo — provocaba en aquéllos una reacción inmediata. Ya que no podían tentar a la psique (resp. al hombre psíquico) con pasiones nacidas del alma irracional, procuraban molestarla desde fuera. Así lo hicieron en Jesús. El individuo bautizado en el Espíritu Santo, al abrigo de las estrictas pasiones (internas: temor, tristeza, aporía, ignorancia), lo está, asimismo, de las tentaciones internas. No de los padecimientos ni de las tentaciones externas.
En el Salvador mediaban otras razones. Además de «nuestro modelo» como hombre, era salvador, privilegiadamente nacido de una virgen (resp. por medio de la Virgen). Y como tal, aparte no sucumbir a las tentaciones del enemigo, encaminadas a descubrir su dignidad y misión, miraba a la tentación final — a la pasión — , y se escondía avaramente como Hijo de Dios, defraudando al príncipe de este mundo.
Antes de El, todos habían cedido a las tentaciones. En parte, porque nadie había sido iluminado con la gnosis. Y, sobre todo, porque ninguno, fuera de él, merecía — por su excepcional dignidad de Unigénito de Dios — el dominio absoluto sobre la concupiscencia. Fenómeno éste mitificado, singularmente en el Libro de Baruc, por Justino gnóstico con el diálogo entre Baruc y Jesús (resp. entre Naás y el Niño).
Los gnósticos, habitualmente poco atentos a la psicología del hombre, apuntan la diferencia entre las tentaciones internas, anímicas y carnales (a impulsos de la interior concupiscencia) — de que hacen indigno a Jesús (y al individuo «iluminado») — y las externas (resp. persecuciones…), compatibles con la iluminación. En medio de las tentaciones y persecuciones externas, el individuo iluminado vive en inalterable serenidad y paz de espíritu. Más aún, se constituye verdadero «rey» de todos los enemigos y aun espíritus del mal. Los valentinianos se adelantan al lenguaje de los místicos cristianos.
Desde ahora se vislumbra algo de la psicología que gobernará a Jesús a lo largo de su vida pública hasta Getsemaní. En el huerto se verá desposeído de la «iluminación», y caerá — a fin de padecer y morir — en la ignorancia que humanamente poseía antes del bautismo de Espíritu. Tampoco durante la pasión y muerte caerá en la tentación, pero experimentará las pasiones de temor, tristeza, angustia, incompatibles con la iluminación.