Alexandre Koyré — Sebastian Franck
Deus — Homem
No temamos el panteísmo. El Dios de Franck no se confunde con el mundo. Es Espíritu (selbstandiger Geist) es incluso más que eso: es amor y amor eterno.
Frente a este Dios todo bien y amor, Sebastián Franck coloca al hombre, imagen y semejanza de su Creador, que se expresa por él y en él. Porque Dios se revela en el hombre y para el hombre y el hombre guarda, nítidamente impresas en su naturaleza misma las huellas y el sello de su Creador. Por eso es bueno por naturaleza y por eso su naturaleza es buena. Cierto, ha pecado; no posee el esplendor primitivo en el que fue creado. Su pensamiento, su sentido moral, esa luz natural que ilumina a todo hombre que viene al mundo se han ensombrecido, pero el mal, el pecado no ha podido empañarla en su esencia. La sustancia del hombre, su naturaleza, ha permanecido buena; el pecado, en el fondo, no es otra cosa que «un accidente».
Y con su fe tranquila y confiante, con su sentido moral, con su buen sentido también — más desarrollado en él que el sentido religioso —, Sebastián Franck no quiso jamás admitir ni la perversión total del hombre ni la doctrina del servo-arbitrio; siempre permaneció fiel a su maestro Eras-mo, y ni Lutero ni Zwinglio pudieron quebrantar su convicción. El hombre es libre; si puede hacer el mal, tambieñ puede hacer el bien. Dios no le ha condenado mediante un decreto arbitrario; sin libertad moral, que al mismo tiempo sería una libertad metafísica, el hombre carecería de responsabilidad y no habría, por tanto, justicia divina.
Lo estamos viendo: Franck trata de formular las relaciones entre Dios y el hombre a base de categorías morales, y las consideraciones metafísicas de Zwinglio sobre la todopo-derosidad y la absoluta causalidad divinas le dejan completamente frío, tan frío como le dejan las afirmaciones luteranas de la impotencia y de la perversión total del hombre. Para él ahí hay un problema: trata de explicarlo, de hacer ver cómo la todopoderosidad, la omnisciencia, la sabiduría, etc., de Dios pueden conciliarse con la libertad total del hombre, pero está convencido de antemano de que se concilian y coinciden y por nada del mundo abandonará esta convicción. Es ésta, por otro lado, la que le permitirá concordar su moral con su metafísica. En principio, esto parece imposible. Porque el Dios de Franck, al que como hemos visto llama el Ser del ser y Naturaleza de la naturaleza, tiende peligrosamente a absorber el mundo, del que él es fundamento y esencia: y su concepción de la voluntad divina, infinita potencia agente, parece desde el primer momento comprender la acción y el papel de las causas segundas.
Pero esto sólo es cierto en apariencia, porque si Dios es la naturaleza de toda cosa, la cosa no por ello es menos distinta de Dios; y su propia naturaleza que es justamente su capacidad de actuar y de padecer según Dios la ha creado — capacidad que Dios le ha conferido — le presta una sus-tancialidad y un ser propios. La infinitud de Dios, presente en todas partes, por todas partes agente en el mundo, no implica en modo alguno la absorción del mundo por Dios. Porque la luz que está presente en el aire que ella penetra y en los objetos que ella ilumina no se confunde por eso con él aire y los objetos, y Dios, luz de luz, no es idéntico a las cosas de este mundo, por muy penetrado que esté de su acción y de su poder. Dios llena el mundo, pero no está en el mundo; es más bien el mundo el que está en Dios; es como el aire en el que estamos, vivimos y nos movemos. Todo es en Dios: el cielo, la tierra y el infierno. Y todo es bueno en tanto que es, porque todo lo que es participa en el ser divino; el Diablo mismo es bueno en tanto que es. El mismo Diablo, en tanto que es, es en Dios.
Además, ¿no forma, acaso, el mundo a los ojos del hombre una expresión natural, una revelación natural que le revela su Creador? ¿Hay alguna revelación distinta a la revelación natural? ¿No es toda revelación «natural» en grado eminente? El Dios-amor de Franck se revela «naturalmente», porque su naturaleza misma, que es Amor, implica su revelación a sus criaturas, al menos a aquellas que son capaces de recibir esta revelación, que son capaces Dei. Y esta capacidad, ¿no es «natural» al hombre, no pertenece a su naturaleza, dado que su naturaleza es precisamente la de un ser espiritual, imagen y semejanza de Dios, de un ser espiritual al que Dios se revela?
Para el «místico» humanista Sebastián Franck, la idea de la revelación natural, de la revelación, aparece, como para Erasmo y Zwinglio, implicada por las nociones mismas del hombre y de Dios. Un ser que no tuviese la idea de Dios, ¿sería un hombre? Y Franck invoca el famoso texto de San Juan sobre la luz que ilumina a todo hombre que viene al .mundo, texto que todos los platónicos cristianos han citado siempre. Cita también a Tertuliano: anima naturaliter est christiana.
Por otro lado, ese Dios todo bondad y amor, ¿podría, siendo lo que es, dejar de revelarse a los hombres? ¿Podría esperar siglos para, por fin, revelarse — parcialmente — mediante la Escritura a un grupo restringido y sumir por eso mismo a todo el resto de la humanidad en la miseria? ¿No es acaso el Padre Celeste? ¿El Padre del hombre, del género humano? Franck piensa entonces que es pretender limitar a Dios, imponerle un solo modo de revelación, la revelación positiva. Es, incluso, hacerle «parcial». ¿Por qué se revelaría a unos en vez de a otros? ¿Por qué la revelación positiva si no tiene medio alguno de ser revelado completamente, si además no tiene necesidad de ningún intermediario para actuar en y sobre el alma, y se revela a ella directamente? ¿Por qué esa revelación si ningún medio «exterior» puede actuar sobre el espíritu humano y sólo el espíritu puede realmente alcanzarlo?
No lo olvidemos, el Dios de Franck es la bondad eterna. ¿Cómo admitir entonces el comienzo temporal de su manifestación? ¿Cómo admitir el valor absoluto de un modo concreto, y, por tanto, finito, de manifestación y de revelación? ¿Cómo, por tanto, admitir el valor absoluto de las Escrituras, el famoso Schriftprincip de los Reformadores?
Para Franck la eternidad divina implica necesariamente su manifestación continua; Dios se ha revelado siempre a los hombres, jamás se ha ocultado de ellos; es incognoscible, incomprensible, porque es infinitamente superior a las fuerzas de nuestra inteligencia — de toda inteligencia —, pero no es el Deus absconditus que vive en el misterio impenetrable e inaccesible. Luz, Espíritu, está eminentemente presente en el espíritu que ilumina.
La infinitud divina implica para Franck una curiosa e importantísima doctrina de la relatividad de todas las formas concretas de la religión. Todas ellas son imperfectas, porque no son otra cosa que exteriorizaciones del espíritu; porque todas ellas son necesariamente temporales; porque todas representan a Dios no tal cual es, sino tal como aparece al hombre, es decir, tal como el hombre temporal y carnal se lo representa en condiciones históricas dadas. Ahora bien, en la representación y el conocimiento del hombre todo es relativo; tal hombre, tal pueblo, tal Dios. Sólo en espíritu se puede conocer realmente a Dios, y como Thamer ya había dicho, sólo en espíritu se le adora en verdad. Por tanto, ninguna letra, ninguna forma expresa adecuadamente el espíritu.
Ya veremos cómo Franck, partiendo de estos principios, se ha visto llevado a rechazar todas las formas concretas y tradicionales de la religión, a establecer el valor relativo de los ritos; cómo llega — al igual que Zwinglio — a hablar de «paganos iluminados» (erleuchute Hayden) y a buscar la revelación divina tanto en Cicerón o Séneca, en Platón o Plotino, como en el Evangelio. Si todo conocimiemto de Dios es una revelación, ¿no es evidente que esos paganos que hablaban tan bien recibieron una? ¿No es evidente que siempre ha habido cristianos (si creer en Dios y vivir según esos preceptos es ser cristiano), que los hubo antes de la venida de Cristo, que los habrá siempre, que los hay hoy incluso entre los paganos de Asia y de las Islas que jamás han oído hablar de ello, que los hay entre todas las confesiones, incluso entre los papistas, entre los judíos y los musulmanes que, sin embargo, de palabra y según el hombre exterior, rechazan el cristianismo y se apartan de Cristo? Porque si son justos y buenos, pueden muy bien renegar del Cristianismo exterior, permaneciendo fíeles al Espíritu de Dios, al Logos, al Cristianismo interior, al Espíritu.