CRISTIANISMO — EXOTERISMO E ESOTERISMO
Perenialistas Cristãos
Jean Borella: RENÉ GUÉNON E OS SACRAMENTOS DA INICIAÇÃO CRISTÃ
Indiscutiblemente el Cristianismo está vestido por necesidad de formas exteriores colectivas y sensibles. Pero ciertamente, y según su más profunda esencia, su único mensaje y la única tarea que pretende realizar, está completamente recapitulada en la simple frase: “filiación divina”. Lo que Cristo vino a enseñar y lo que vino a cumplir se encuentra únicamente en esto: que nosotros somos (potencialmente) hijos de Dios y que podemos llegar a serlo. Esto es precisamente lo que San Juan declara, esto y nada más: “A todos los que Lo reciben, El les da el poder de convertirse en hijos de Dios, a los que crean en Su Nombre y a los que nacen, no de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios” (Jn 1, 12-13). La necesidad de comparar el Cristianismo con otras formas religiosas y la necesidad de explicarlo mediante categorías que no fueron hechas para él, lleva a uno a perder de vista su verdadera naturaleza, aquella que habla de sí misma con respecto a sí misma, sin ninguna discusión posible. Ahora bien, el Cristianismo no proclama nada más que esto: “Yo soy la religión de la filiación divina de Jesucristo, para todos los hombres de buena voluntad, por medio de la gracia del Espíritu Santo”. Y el rito inicial que confiere esta gracia de adopción filial, y por medio de la cual el cristiano “nace de Dios”, es el Bautismo.
Ya que es esto lo que Jesucristo vino a revelarnos y a cumplir, ¿cómo podemos negarnos a hablar de una enseñanza y de un trabajo que es iniciático? ¿No es esta una cuestión que trata directamente de nuestra deificación? Volvamos a las extraordinarias palabras de San Juan en el Capítulo Tercero de su Epístola: “Contemplad qué amor nos ha otorgado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y que lo seamos” (1 Jn 3, 1), filiación que nos es conferida por el Bautismo y que es, según la expresión de San Dionisio Areopagita, una theogénesis. Ya que “ser deificado, es tener a Dios nacido y deificado en uno mismo”. Pero, antes de llegar a esta operación mística, es necesario recibir el poder; y esto es lo que ocurre en la iniciación Bautismal, que nos permite antes que nada “subsistir divinamente”1. Sin esta “subsistencia divina”, no podemos ser salvados: “no hay otra salvación a menos que los que busquen la salvación se conviertan en dioses” (Ibid., p. 248). En otras palabras, antes de que Dios pueda nacer en nosotros, nosotros debemos nacer en Dios. Ahora bien, esta divina subsistencia se da a todos aquellos que tengan un verdadero deseo de tenerla, mediante la gracia conferida por el rito. Hablando más adelante respecto de la iluminación Bautismal, Dionisio afirma: “En su generosidad, la Luz divina nunca cesa de ofrecerse a sí misma a los ojos de la inteligencia; es para aquellos que quieran cogerla, porque está siempre divinamente allí preparada para darse a sí misma” (Ibid. p. 257).
Es por tanto que el Verbo no puede dar otra cosa que a sí Mismo. En Él, en Su manifestación salvadora, la separación radical entre esoterismo y exoterismo está abolida; en Jesucristo el Verbo se ha hecho carne. Como veremos en breve, Guénon equivocadamente reprochaba a los místicos que ignorasen el Verbo eterno y que solo conocieran al Jesús individual. Pero esta distinción está, teológicamente hablando, vacía de significado2. Esto es lo que San Juan, el teólogo, proclama en todas y cada una de las líneas de su Evangelio y de sus Epístolas: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos tocando al Verbo de vida… (1 Jn 1, 1), y similarmente, en el maravilloso episodio de la samaritana en el pozo, donde Cristo se llama a sí mismo “el don de Dios”, El revela el misterio más transcendente del esoterismo: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le pedirías a El, y El te daría a ti agua viva” (Jn 4, 10). Y entonces Jesús reveló la extraordinaria enseñanza: “Créeme, mujer, que es llegada la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre” (Jn 4, 21). En otras palabras, que hay un lugar para la adoración que es superior al de la naturaleza virgen, al del arte sagrado y al de las formas tradicionales: “ya llega la hora, y es ésta, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, pues tales son los adoradores que el Padre busca” (Jn 4, 23). Y de forma similar, cuando Felipe pidió ver al Padre: “Felipe, ¿tanto tiempo ha que estoy con vosotros y no me habéis conocido? El que me ha visto a Mí ha visto al Padre” (Jn 14, 9). Y otra vez, cuando Jesús se defendió ante los Judíos que estaban escandalizados de su (aparente) blasfemia, Jesús se atribuye a sí mismo el mismo Nombre que Dios les dio en la revelación de la Zarza ardiendo: “En verdad, en verdad os digo: Antes que Abraham naciese, Yo soy” (Jn 8, 58). Uno no debería pues separar “lo que Dios ha unido”, Esposo y Esposa, el Verbo divino y Su Humanidad en Jesucristo, porque como san Pablo dice: “éste es un gran misterio”: es la unión de Cristo con su Iglesia.
Es por tanto en virtud de su Principio y Fundador que el Cristianismo hasta cierto punto “ignore” la distinción radical entre los dos órdenes (esotérico y exotérico). Ciertamente, entre los mismos Cristianos, aquéllos que reciben la gracia Crística, hay diferencias en la comprensión y por eso en la actualización que refleja tal distinción. Tal necesidad corresponde a la misma naturaleza de las cosas. Y por eso, nosotros no negamos de ninguna manera la pertinencia de estos términos cuando se aplican al Cristianismo. Pero formalmente negamos la existencia de un ritual esotérico en el sentido de que ciertos ritos estén reservados a un grupo especial de Cristianos en el centro del Cristianismo, es decir, a individuos que ya han recibido los sacramentos “exotéricos” en cualquier otro lugar. Y lo negamos porque, como ya hemos dicho antes, los sacramentos no son otra cosa que lo que Cristo “nos dio y comunicó”; son una prolongación de la Encarnación, y como tal, lo humano y lo divino están inseparablemente unidos en ellos. Y ellos son así porque no pueden ser de otra manera. En este punto, otra vez, qué mejor prueba se nos puede ofrecer, que la que S. Dionisio Areopagita enseñó con respecto al Bautismo de los niños. Nadie puede negar que el Bautismo era, a los ojos de S. Dionisio, una auténtica iniciación. A pesar de esto, según Guénon, el hecho de conferir este rito a niños faltos de inteligencia e incapaces de comprensión sería suficiente para probar su naturaleza exotérica. Dionisio, quien ciertamente debía saber de lo que estaba hablando, se oponía completamente a demorar el Bautismo y fue un eminente partidario de lo que se llama el “Bautismo infantil”: “Pero yo os digo, que lo que parece merecer la burla de los impíos, es que los niños, aunque incluso sean incapaces de comprender los divinos misterios, sean no obstante admitidos en ellos, y también en los sacramentos que hacen que Dios nazca en su alma. Por eso, nuestros divinos maestros (ellos mismos iniciados en las tradiciones más primitivas) han juzgado bueno admitir a los niños en los sacramentos a condición de que sus padres naturales, ellos también iniciados en los sagrados misterios, los confíen a un buen instructor que pueda llevar su instrucción religiosa como su director espiritual y como el garantizador de su salvación”3.
Uno puede ver que en esta cuestión, al igual que en otros muchos puntos, el Cristianismo se distingue claramente del Islam, que era el modelo ideal a los ojos de Guénon4. La distinción islámica entre lo interior (esotérico, haqíqa) y lo exterior (exotérico, shari’a) no se aplica al Cristianismo, y Guénon, basándose él mismo en el punto de vista islámico, vio esto como un defecto del Cristianismo. El Cristianismo “nacido” como esoterismo dentro de la tradición Judía, retuvo desde el principio su estructura esotérica. La comprensión y la actualización de este esoterismo depende tanto de la gracia como de las cualificaciones que reúna el que lo recibe. Como F. Schuon ha dicho en alguna parte, “los sacramentos Cristianos son exotéricos para los exoteristas, y esotéricos o iniciadores para los esoteristas”5.
Finalmente, estas consideraciones no tendrían ningún interés si solamente se vieran como afirmando una tesis contra otra. No es tiempo de debates académicos. Afirmar la naturaleza iniciática de los sacramentos cristianos, solo puede tener hoy en día un solo propósito, y que es un llamamiento o un traer a la memoria a la realidad del Espíritu y la actualización de su presencia en nuestros corazones. La religión Católica es en su muerte, agonía. ¿Tenemos todavía tiempo para sondear la profundidad de sus teologías, para explorar las inmensidades de su literatura patrística y para verificar la historia de sus dogmas y sus liturgias? Casi seguro que no, al menos en lo que se refiere a la mayoría de los cristianos, pero siempre hay tiempo para avivar el Espíritu en nosotros y para entregarnos a la oración como si fuera los brazos de nuestro Padre6. La única condición necesaria es que obviamente sepamos que todo lo que se necesita para llegar al corazón del Padre se nos ha sido dado. “¡El que tenga oídos para oír que oiga!”.
NOTAS:
Pseudo-Deny, l‘Aréopagite, Oeuvres complétes, Aubier, 1980, p. 295 y p. 33. (Hay traducción en castellano de las obras completas de S. Dionisio en la B.A.C, Obras completas del Pseudo Dionisio Areopagita Madrid, 1990, y de algunas de ellas en Antoni Bosch, editor, Los nombres divinos y otros escritos, Barcelona, 1980). Esta reedición de una obra sin publicar durante mucho tiempo hace asequible una vez más la obra de un individuo que puede ser considerado como “el Padre de los Padres” de la Iglesia. ↩
Lleva un significado psicológico hasta el punto de que haya una cierta pseudo-espiritualidad centrada solamente en la humanidad histórica de Cristo. ↩
Oeuvres, p. 325. Se debería notar que la liturgia sacramental de la que se habla en el Corpus Areopagitico no es ciertamente anterior al final del siglo IV, y que probablemente date del principio del siglo V. Esto no es de ninguna manera prejuzgar al autor del Corpus. ↩
Nota de la Editorial: En realidad, para Guénon, era el Hinduismo el modelo ideal. Sin embargo, la distinción entre esoterismo y exoterismo es específicamente islámica, y el mismo Guénon era Musulmán. ↩
“Roots of the Human Condition” (“Raíces de la Condición Humana”), World Wisdom Books, Bloomington, Indiana, 1991. ↩
Esto es precisamente lo que todos los mensajes contienen. Las distintas apariciones de la Santísima Theodikos (Madre de Dios) desde la rue du Bac hasta Garabandal han venido a recordarnos la penitencia y la oración, jejunum et oratio, la conversión y el rosario. ↩