Irineu de Lião — ANTHROPOS
Excertos de Antonio Orbe, “Antropologia de San Ireneo”
El Santo entiende muy bien el contraste paulino entre el hombre interior y el exterior, sin creerse obligado a entenderlo por las vías origenianas. El primer Adán, de cuerpo y alma, acusa una constitución terrena y animal, en pugna con la nota característica del segundo Adán, espiritual y celeste.
Pues convenía que primeramente fuera el hombre plasmado, y plasmado recibiera el alma; y después así (sin dejar el alma) recibiera la comunión del Espíritu.
Según Ireneo hay distinción y aun larga distancia entre el hombre del Génesis y el segundo Adán. Similar a la que media entre el plasma y el alma es la diferencia entre el alma y el espíritu. La distancia de tiempo, brevísima entre la plasis y la animación del primer hombre, será muy grande entre la animación del plasma y su comunión con el Espíritu. El Santo no la determina, contento con apuntar el orden de la economía humana y, de rechazo, la antropología misma: a) primero, el plasma; b) luego, su animación, que le constituye ‘hombre animal’; c) por fin, la comunión del Espíritu, que le hace ‘hombre espiritual’.
A juzgar por el elemento que diferencia al animal y espiritual, el hombre a secas vendría a ser el plasma, el limo de tierra formado por Dios a su imagen y semejanza, la materia o carne configurada.
El alma, soplo de vida, no constituye hombre al plasma; le anima, haciéndole ‘hombre animar, con vida animal y racional.
El plasma y el alma no hacen todavía al hombre espiritual, perfecto, de San Ireneo (resp. de S. Pablo). Componen al h. animal destinado a ‘espiritual’.
Al lado, empero, de esta noción escrituraria, figura en el Santo la vulgar de las escuelas filosóficas. Así, cuando define al hombre ‘un animal compuesto de alma y de cuerpo’ (Epid. 2) en atención a los componentes físicos; o también ‘animal racional’ (V 1,3), ‘animal viviente y racional’, ‘animal compuesto’ (II 28,4). La salud afecta a todo el hombre, en cuerpo y alma. Los apóstoles exhortaban a los gentiles ‘a guardar su cuerpo sin mancilla en orden a la resurrección, y su alma al abrigo de la corrupción’ (Epid. 41). Si el cuerpo se corrompe en el sepulcro — según los gnósticos — y el alma se queda en la región intermedia, ¿qué resta del hombre para que entre en el Pleroma?. El hombre, pues, se compone de alma y cuerpo.
Tal noción filosófica — compuesto de alma y cuerpo — tiene para Ireneo su verdad, pero se queda a medio camino y es aceptable grosso modo. La filosofía ha de armonizar con la Escritura, que, superando la descripción del hombre con arreglo a los dos elementos (plasma y soplo de vida) físicos, le define como individuo ‘hecho (resp. plasmado) a imagen y semejanza de Dios’. Adán, cabeza del género humano, no viene históricamente determinado por sola síntesis de cuerpo y alma. Hay una cierta prioridad temporal del cuerpo respecto al alma. Aquél no ha sido organizado por el alma, según sus necesidades, sino por Dios antes de la psyché. Más aún, el alma sobreviene con manifiesta vinculación al plasma, al que anima con posterioridad en el tiempo, y aun con carácter en alguna forma subsidiario, para en su día ceder el puesto al espíritu vivificante. El hombre psíquico delata su imperfección frente al espiritual. Se presenta como terreno más aún que racional, o con una racionalidad insuficiente para la real capacidad del sôma. La Escritura salta por el hombre racional; y sin negar que el soplo de vida le haya hecho tal, apunta la distancia que media del primer Adán al segundo: el salto de lo animal a lo divino.
El concepto estricto de anthropos, compuesto de alma y cuerpo, prescinde de la economía de Dios sobre él. Y como ésta une lo antropológico, la cosmogonía, lo soteriológico y aun lo trinitario; el hombre de la filosofía, aceptable quizás en pura hipótesis, apenas resuelve nada en el actual orden de cosas. Tan capital es hoy en el hombre la forma del cuerpo como su origen material; la virtud del alma como su misma esencia; el destino del compuesto como su constitución. Porque sus elementos todos se hallan en función de una economía sobrehumana, divina.