Antonio Orbe — Cristologia Gnóstica
Capítulo 7.—Viagem ao mundo
- 1. Pude baixar o Pai?
- 2. Descida por assunção de formas
- 3. Hermes ou Logos
- 4. Sentido da clandestinidade
- 5. O incógnito por semelhança
- 6. Reflexões finais
El viaje a través de los cielos, entre el supremo y la tierra, o viceversa, ha interesado mucho a los críticos del gnosticismo cristiano, incluso hasta la exageración.
En su aplicación al alma fue bonitamente estudiado por W. Bousset, J. Kroll y otros. Es clásico un lugar de los naasenos, inspirado en el Evangelio de los Egipcios:
Preguntan, pues, a su vez, qué es el alma y de dónde y de qué naturaleza es… Lo inquieren no a partir de las Escrituras, sino aun esto, a partir de las (doctrinas?, autores?) místicas. Dicen que el alma es muy difícil de hallar y de concebir, porque no permanece siempre en la misma figura y forma; ni en una pasión, de suerte que la exprese uno por imagen o la comprenda por esencia. Estas abigarradas formas las tienen (los naasenos) descritas en el apellidado Evangelio según los Egipcios. (Hipólito, Refutatio)
Algunos críticos abordaron el tema con referencia al viaje del Salvador, del cielo a la tierra, y al revés (Jean Daniélou. Inútil repetir.
Todos, gnósticos y eclesiásticos, arrancaban de una concepción común del universo con siete u ocho cielos. Así el Testamento de los doce patriarcas, la Ascensión de Isaías; probablemente, el Apocalipsis griego de Baruc y el de Sofonías, el autor del Diálogo de Jasón y Papisco (según testimonio de Máximo Confesor), el propio Ireneo, tan poco partidario de la Ogdóada y Hebdómada valentinianas. Orígenes, receloso, en polémica con Celso (Contra Celso VI 21 e 23), para los siete cielos o esferas planetarios por su empleo entre gnósticos, y partidario, más bien, de los tres cielos, mostrábase poco adverso al número septenario en su primera época (De Principiis). Nada se diga de Clemente Alejandrino.
El descenso concebíase, por tanto, a través de los ocho o siete cielos. Pero fuesen ocho o sólo tres, el problema era fundamentalmente igual.
El viaje esconde su filosofía. A ningún sectario se le ocurrió atribuírselo al Padre o Dios supremo. Se lo asignaron siempre al Hijo, al Logos. La razón la explica por su cuenta Orígenes en polémica con Celso.
El nobilísimo Celso se fue a inspirar no sé dónde para dificultarnos como si dijésemos que «el propio Dios (Padre) en persona baja a los hombres». De donde concluye que «abandona su trono». Ignora, en efecto, la virtud de Dios y cómo «el espíritu del Señor llenó la tierra y lo que mantiene unido a todas las cosas posee la ciencia de cuanto profiere» (Sap 1,7). Incapaz de comprender aquello (Ier 23,24): «¿No lleno yo el cielo y la tierra?, dice el Señor», y de ver que, según la doctrina de los cristianos, todos (Act 17,28) «vivimos y nos movemos y estamos en El», como enseñaba también Pablo en el discurso a los atenienses. Aun cuando el Dueño del universo descienda con Jesús, virtud suya propia, a la vida (terrena) de los hombres; y aunque el Logos «que estaba en el principio» (cf. lo l,ls) — también él dios — venga a nosotros, no pierde su trono ni deja su asiento como quien deja un espacio libre y ocupa otro que no poseía antes. La virtud y divinidad de Dios viene a morar por medio del que quiere y en quien halla espacio, sin mudar sitio ni dejar vacío un puesto por llenar otro. Al decir, en efecto, que abandona (uno) y llena otro, no lo explicamos en sentido espacial¡6. Así también solemos decir que el alma del necio y derramado en el vicio está desamparada de Dios, mientras la del que desea vivir según virtud y progresa y vive ya según ella, está llena o participa del divino Espíritu. Ninguna necesidad, pues, hay de que, para el descenso de Cristo o para la conversión de Dios hacia los hombres, se abandone un asiento más alto y se cambien las cosas terrenas, como cree Celso al decir: «Porque, si vas a cambiar una sola de las cosas de acá por mínima que sea, todas rodarán trastornadas» (Contra Celso IV 5).
Celso pone reparos al descenso de Dios a los hombres. Discurre a base de dos premisas igualmente falsas: a) no hay en Dios distinción entre el Padre (que no se hace hombre) y el Logos, hecho hombre. Negado el descenso del Dios ignoto al mundo para hacerse hombre, queda ipso facto denegado cualquier otro descenso divino;
b) la descensión de Dios, o es local (= espacial), o no es. Denegarle a Dios un movimiento local o espacial — «de loco in locum» — , equivale a rehusarle todo descenso.
Orígenes contesta a la segunda dificultad. Responde también, en forma implícita, a la primera. Dios ignora el movimiento local, mas no el virtual. Lo que en esencia no puede personalmente, lo puede mediante el Logos, en quien, como en «lugar divino», se hace presente. Allá donde se deja sentir el Hijo, allá está el Padre.
El Logos, en cuanto tal, no se mueve «localmente». Ni tiene por qué abandonar el seno del Padre para vivir personalmente también en el mundo. Su índole espiritual se lo impide. Al decir los cristianos que el Hijo de Dios bajó a este mundo, quieren decir una cosa muy simple.