ANTONIO ORBE — CRISTOLOGIA GNÓSTICA
REDENÇÃO
- 1. As almas são redimíveis
- 2. Os espíritos, redimidos «pleno jure»
- 3. A redenção e a cruz
- 4. Valentinianos
- 5. Aplicações várias
- a) O Redentor do Pleroma
- b) Redenção de Jesus e de seus anjos
- c) Redenção de Jesus homem
- 6. A modo de síntese e complemento
Resulta difícil estudiar la redención entre los gnósticos, no solamente porque les disgusta definir nada, sino porque la diluyen en multitud de conceptos análogos. El vocabulario se presta a incursiones parciales.
El verbo redimere, más que su correspondiente griego (apolytron) despierta algún interés por caminos de sesgo antimarcionita. Equivaldría a rescatar lo que un tiempo fue de uno. El pensamiento, o sólo figura entre los adversarios de Marción, o tuvo que merecer en el heresiarca enmiendas decisivas, para traducirse, a la postre, en una doctrina común a gnósticos y marcionitas. Mientras el creador actúe al servicio, aunque inconsciente, de una sabiduría superior — del Hijo o del Padre — , no hay lugar a dividir el género o géneros humanos entre «propios» y «ajenos», sino, a lo más, entre «afines» ( — consustanciales) y «no afines», propios (= domésticos) y no — propios. Todos, aun los llamados «ajenos», pertenecen al Hijo, aunque no sean de su familia ni directamente plasmados por El. Cristo jamás pudo venir — según Marción — a rescatar lo ajeno, pues nada había en el mundo ajeno a El. Sino a redimir, liberar lo propio, que también era «propio» — bajo otro título — del demiurgo, elevándole a su nivel y ganándole para el conocimiento y salud del Padre.
La distinción entre emere y redimere, hecha valer por algunos eclesiásticos contra el autor de las Antítesis, desaparece así prácticamente o se confunde con el simple liberare. Cristo redime al hombre, creatura inmediata del demiurgo y mediata de sí, del régimen de ignorancia (religiosa) típico del AT, para sumarle al Evangelio y adentrarle en la religión (y conocimiento) del Padre.
Los rigurosos gnósticos hablan, más bien, de la redención o del redentor. Entre valentinianos, el lytrotes aparece como epíteto del horos, apelativo, a su vez, del Hijo o del Logos. Hay que apurar el contexto para definirlo, pues la eficacia del horos — separativa o confirmativa — deja poco margen a otras, y concretamente a la «redentora». El Hijo redimió — como lytrotés — a los eones del Pleroma víctimas del pathos, crucificándolos mediante el horos y separándolos de la abortiva Sofía. El precio de la redención fue la propia abortiva Achamot. A costa de ella se logró la purificación (y, más tarde, la salud) de los eones.
El acto «redentor» del Hijo estuvo vinculado al horos (= cruz), que divide el Pleroma del Kenoma, lo divino puro de lo impuro y creatural. Lo cual prenuncia la relación futura entre la eficacia redentora de Jesús y la cruz sensible. El precio de la apolytrosis en el paradigma no fue la sangre del Hijo, sino el flujo sanguíneo de la hemorroísa celeste, cortado y desterrado del Pleroma, de que habían luego de nacer las sustancias y especies de la creación.
Ni Tolomeo, ni Teódoto, ni valentiniano alguno desciende a tales pormenores a cuenta del lytrotes. Pero el mito del horos ( = lytrotés) sobre que discurren da lugar a presumirlo. Otro precio de rescate no le hay, y menos en comunión con el ejercicio peculiar al «redentor».
A ser auténtica semejante exégesis, ya desde los preliminares de la economía creada, antes aún de la formación del universo, dejaríase sentir — como fruto de la redención del horos — una doble vertiente, divina y creatural: la purificación (diorismos) de los eones (resp. iglesia masculina o Pleroma) y las impurezas de que fueron purificados, precio juntamente de la «redención».
Las dos vertientes se manifestarían luego dondequiera se repitiera la redención: 1) en la Ogdóada, y 2) en el mundo sensible.
1) En la Ogdóada. — Teódoto (resp. los valentinianos orientales) sitúa expresamente el drama de la redención de Cristo, primogénito, y de sus ángeles, en la Ogdóada; fuera del Pleroma. Sofía tuvo al Cristo superior, «primogénito de la creación», en el Kenoma. Engendróle en régimen de kenosis. Mas acto seguido, ya que — a título de Intelecto del Padre — no podía Cristo mirar al mundo, sino adentrarse en Dios, abandonó a su engendradora y penetró con sus ángeles en el Pleroma a través del horos (de abajo para arriba). También aquí hubo crucifixión y precio de rescate. El primogénito de Sofía pasó con los suyos (= ángeles) por el horos (= cruz) y redimióse con ellos, tornando a su propia región. No sin abandonar — como rescate — a Sofía, envuelta en pasiones, para que diese origen al universo creado.
Aunque el drama tuvo lugar en la Ogdóada, retiene inconcusas las dos vertientes de la apolytrosis, divina y creatural.
2) En el mundo sensible. — Las noticias abundan, pero son demasiado genéricas. La muerte del Salvador en cruz prolonga, a nivel terreno, las ideas del paradigma celeste; en particular la doble eficacia, separativa y consolidante. Lo «redentor» toca, más bien, a la primera. Jesús redime a su iglesia (o iglesias), purificándola de ignorancia y pasiones (resp. del hades). Como precio de rescate entrega su cuerpo, instrumento a la vez de redención. Merced a los padecimientos físicos, logra la apatheia (y, más tarde, la salud), para la iglesia (o iglesias). Redime juntamente a la iglesia, a costa del cuerpo crucificado y (según la mayoría de los gnósticos) entregado a la corrupción. La sangre forma parte del cuerpo de Jesús y sensibiliza la efusión de pasiones vinculada a su derramamiento.
¿A quién pagó el Salvador el rescate? A la muerte, la materia, el Kenoma…, con sus secuelas de ignorancia y pasiones. Muy poco amigos de lo mercantil, fundaban los gnósticos la economía sobre la pura gracia, y desterraban, como de signo hebreo, el régimen de compraventa. No así el pensamiento, espontáneo, del combate entre el Salvador y el Thanatos y la necesidad de la muerte física para entrar en el hades. Bastaba eso para traducir el rescate (de la iglesia o iglesias), a costa de la muerte de Jesús, como «precio de redención» otorgado al Thanatos. Algunas noticias apuntan al cuerpo hílico de Jesús, «vaso y casa de demonios», según expresión del Apocalypsis Petri. El Salvador le consignó a los ministros de la muerte para combatirlos con lo suyo y liberar a la iglesia (o iglesias), hasta entonces cautiva. Entrega lo diabólico (= material) a los demonios; lo arcóntico, a los arcontes, para arrancarles las dos iglesias — del alma y del espíritu — , que inicuamente detentaban en las tinieblas (resp. ignorancia, pasiones…).
Una redención llama a otra. El que por un régimen injusto de cautiverio se ve excluido de mil bienes, al ser devuelto por el Redentor a su posesión a costa de la carne, no por eso deja de ser enteramente redimido. El cuerpo de materia, merced al cual quedó el hombre cautivo de la muerte, es por naturaleza irredimible.
Y como dio lugar indirectamente al cautiverio injusto de las dos iglesias — del alma y del espíritu — , da también ingreso al Redentor para el hades en orden a su justa liberación.
La obra de Jesús crucificado se reveló al tercer día. Abandonó en el sepulcro lo irredimible, como precio de rescate, y resucitó en alma y espíritu, arrastrando, como «primicias de la resurrección» (y de la redención), a las iglesias, por El liberadas de la muerte. Desde entonces se dejan sentir los efectos de la obra de Jesús, singularmente sobre los espirituales. De ahí el «bautismo de redención», único perfecto bautismo, que rescata a los hijos de Dios de la ignorancia y pecados inherentes al antiguo régimen. Llámase también «bautismo de redención angélica»: a) por la solidaridad entre ángeles y hombres (espirituales); b) por el libre vuelo que otorga a los «regenerados» hacia el Padre, rompiendo el maleficio de las potestades adversas.
Redimidos, en efecto, los espirituales por obra de Jesús, quedan ipso fado redimidos los ángeles — sus esposos — a que están destinados. Como liberada la mujer injustamente cautiva, se redime el varón para la vida de matrimonio con ella.
Enervados el Thanatos y sus potestades, que se apoderaban del hombre, a lo largo del AT, a raíz de la muerte física, se redimen los individuos, hechos superiores en alma y espíritu a los arcontes. La destrucción de la heimarmene, reincorporación (metensomatosis), ignorancia de la nueva economía, señala otras tantas manifestaciones de la obra redentora de Jesús, contrapartida del régimen anterior de cautiverio.
Los documentos gnósticos permiten, pues — al margen del vocabulario — , restituir las grandes líneas del drama redentor: en el Pleroma, en la Ogdóada, en el mundo. Sin sacrificar los elementos obviamente más característicos: la crucifixión del Hijo y el precio de ella. Dondequiera el Señor es crucificado a costa de su cuerpo pasible (Achamot, Sofía, elemento de corrupción), redime a eones, ángeles, espíritus y almas.
Así, al menos, entre los valentinianos. Yo no creo que los demás sectarios tuvieran ideas tan armónicas ni claras sobre la redención, ni que tan espontáneamente se extendiesen a todos los estratos. Cuanto menos se inspiraran en el Evangelio, más tendrían que diluir la redención en categorías genéricas. Pero tan ilícito como extender a todos los gnósticos el concepto del «redentor» (lytrotes) valentiniano, es asignarles las nociones paganas, humildes, de una simple liberación.