Mestre-Pai-Guia (Mt XXIII 8-10)

LOGIA JESUS — MESTRE — PAI — GUIA (Mt XXIII 8-10)

VIDE: GENEALOGIA DE JESUS CRISTO


EVANGELHO DE JESUS: Mt 23:8-10

8 Quanto a vós, não vos façais chamar “Rabi”: sim, vosso rabi é único e vós sois todos irmãos.
9 Não chameis a ninguém na terra “Pai”: sim, vosso pai dos céus é único.
10 Não vos façais chamar “Chefe”:
sim, vós tendes um único chefe, o messias. [Chouraqui]


Michel Henry: EU SOU A VERDADE [MHSV]

É com uma extrema violência, como cada vez, dizemos, que fala dele mesmo, que o Cristo rejeita a ideia de uma genealogia humana, quer dizer mundana, o concernindo. Esta genealogia pode ser dita mundana posto que é no mundo que os homens interpretam sua própria genealogia. É no mundo que ela aparece como “humana”, cada homem se propondo ao mesmo tempo como o filho daquele que o precede e como o pai daquele que o segue. Assim a compreensão de sua condição de filho se faz para cada homem a partir daquela de seu próprio pai, condição que será mais tarde a sua. Mostremos de imediato porque esta genealogia humana-mundana é absurda. Ser pai, com efeito, quer dizer — se pelo menos queremos atribuir a este termo seu sentido próprio — dar a vida. Somente cada um destes pais humanos, que se diz ou que se crê pai, é primeiramente um vivente: está na vida, longe de poder a dar ou se dar ela a si próprio. Vivente, que seja aparecendo como filho ou como pai, ele depende da vida. Dar a vida, só o pode a vida ela mesma, nenhum vivente está em medida de o fazer, ele que, longe de dar a vida, a pressupõe constantemente nele. Se dizemos de Deus que é vivente, o designando por exemplo como o “Deus vivente”, é em um sentido totalmente diferente, no sentido onde, é capaz, ele, de da dar a Vida, ele não o é senão enquanto ele é de pronto capaz de se a dar a ele mesmo. No sentido onde, antes de ser vivente, ele é ele mesmo a Vida, o eterno realizar em si no qual esta se engendra eternamente ela mesma. É a este auto-engendramento da Vida, que ele chama a Vida eterna, uma Vida que precede e que precederá eternamente todo vivente, que o Cristo dá o nome de Pai, e eis porque ele diz, na linguagem fulgurante da verdade absoluta: “Não dai a ninguém o nome de Pai, pois um só é vosso Pai, aquele do Céu” (Mt 23,9).


Henry Corbin: Homem Luz de Luz no Sufismo Iraniano

Deus est nomen relativum: es esta relación esencial y esencialmente individualizada la que anuncia experimentalmente la figura de aparición que trataremos de reconocer aquí bajo diferentes nombres. No se puede entender esta relación más que a la luz de la sentencia sufí fundamental: «El que se conoce a sí mismo, conoce a su Señor». La identidad entre sí mismo y Señor no corresponde a 1 = 1, sino a 1 x 1. Identidad de una esencia que ha sido llevada a su totalidad al ser multiplicada por sí misma, y puesta así en situación de constituir una biunidad, un todo dialógico cuyos miembros se reparten alternativamente los papeles de la primera y la segunda persona. O también, recurriendo al estado descrito por nuestros místicos: cuando en el paroxismo el amante se ha convertido en la substancia misma del amor, es a la vez el amante y el amado. Pero él mismo no podría ser eso sin la segunda persona, sin tú, es decir, sin la figura que le hace verse a sí mismo, porque es con sus propios ojos, con los de él, como ella le mira.

Sería pues tan grave reducir la bidimensionalidad de esta unidad dialógica a un solipsismo como escindirla en dos esencias cada una de las cuales podría ser ella misma sin la otra. La gravedad del error sería tan enojosa como la impotencia para distinguir entre la tiniebla o la sombra demoníaca que retiene cautiva a la luz, y la Nube divina del no saber que da nacimiento a la luz. Por la misma razón, todo recurso a un esquema colectivo cualquiera no puede valer sino como procedimiento descriptivo, para indicar las virtualidades que se repiten con cada persona y, por excelencia, la virtualidad del yo que no es él mismo sin su otro yo, sin su alter ego. Pero tal esquema no explicaría nunca por sí solo el acontecimiento real: la intervención «en presente» de la Naturaleza Perfecta, la manifestación del «testigo celestial», la llegada al polo, pues el acontecimiento real implica justamente la ruptura con lo colectivo, la reunión con la «dimensión» transcendente que previene individualmente a la persona contra las solicitaciones de lo colectivo, es decir, contra toda socialización de lo espiritual.

Es por ausencia de esta dimensión por lo que la persona individual decae y sucumbe a tales falsificaciones. Por el contrario, en compañía del shaykh al-ghayb, de su «guía personal suprasensible», recibe adiestramiento y es orientada respecto de su propio centro, y las ambigüedades cesan. O más bien, para sugerir una imagen más fiel, su «guía suprasensible» y ella misma se sitúan en una relación análoga a la que existe entre los dos focos de una elipse.