MARCION — NOTÍCIA DE GUILLERMO FRAILE
Marción (h.85-150). Natural de Sínope, en el Ponto Euxino (Tertuliano lo llama «el lobo de Ponto»). Se enriqueció con el comercio y la navegación. Según San Hipólito, fue excomulgado por su propio padre, obispo de la ciudad, por haber seducido a una joven. Una tradición con poco fundamento le hace pasar por Efeso, donde habría sido rechazado por San Juan. Hacia 130-140 fue a Roma, y, para congraciarse con la comunidad cristiana, le hizo un donativo de doscientos mil sextercios, que más tarde le fueron devueltos. Comenzó su propaganda, y hacia 144 fundó una comunidad separada. Según Tertuliano, al fin de su vida trató de reconciliarse con la Iglesia. Se le impuso como condición reparar los daños causados, pero la muerte no le dio tiempo para ello1.
Escribió dos obras, que se han perdido, y un Nuevo Testamento, que probablemente no era más que una edición mutilada y tergiversada. Comprendía dos partes, Evanggelion y Apostolikon. Para defenderlo compuso sus Antítesis (Antitheseis).
Se le puede incluir entre los gnósticos, aunque su sistema es mucho más sobrio. Prescinde de las complicadas emanaciones de eones y de las aparatosas fantasmagorías cósmicas. Tampoco hacía gran caso de la filosofía, aunque Tertuliano le atribuye una formación de carácter ecléctico2. Su actitud antijudía provino, segúu ei mismo Tertuliano, de una interpretación exagerada de la Epístola a los Gálatas, extremando el antagonismo entre el Antiguo y el Nuevo Testamento y enfrentando la ley antigua del temor y la nueva del amor. Para explicar esa antítesis propone un sistema dualista, que puede reducirse a lo siguiente:
Desde toda la eternidad existían dos dioses, uno el supremo, bueno, pacífico y misericordioso, autor del mundo invisible, y otro el del Antiguo Testamento, justiciero, vengativo, cruel, rudo y belicoso3. Es el demiurgo, creador del mundo visible y el legislador del Antiguo Testamento. No creó la materia, que existía en estado caótico desde toda la eternidad, sino solamente la organizó. Pero, siendo imperfecto, su imperfección se reflejó en su obra. Marción despreciaba el mundo visible, haciendo resaltar sus imperfecciones para negar la bondad de su creador4.
Por el contrario, la gran obra del Dios supremo es la redención: «Erumpunt dicere, sufficit unicum opus deo nostro, quod hominem liberavit summa et praecipua bonitate sua, et omnibus locustis anteponenda» (Adv. Marc. I 17,1). El Dios supremo vivía en el mundo invisible y era desconocido, no sólo de los hombres, sino también del demiurgo. Pero, movido por su bondad, envió a su hijo Jesucristo para salvar a los hombres y libertarlos de la tiranía de la ley del Dios de los judíos. Jesús no es el hijo ni el enviado del Dios del Antiguo Testamento, ni se le aplican las profecías mesiánicas. Estas se referían a otro Mesías, previsto por el Dios de los judíos, que no llegó a aparecer.
Para no tomar nada del reino del creador del mundo, Jesús no tuvo cuerpo real, sino sólo aparente. No nació de la Virgen María. Mi madre y mis hermanos son aquellos que cumplen la voluntad de mi padre (Lc. 8,21). Tampoco creció, sino que apareció súbitamente en forma de adulto en la sinagoga de Cafamaúm el año 15 del reina do de Tiberio. Jesucristo predicó un evangelio de amor, oponiendo su doctrina a la de los judíos en el sermón de la Montaña. Declaró que no convenía poner vino nuevo en odres viejos (Lc 5,37). Manifestó su poder divino con milagros. Redimió a los hombres y fue crucificado por los judíos que adoraban a Yavé. Descendió a los infiernos y sacó a todos los rebeldes del Antiguo Testamento: Caín, los sodomitas y los egipcios. Pero dejó a todos los que habían sido fieles a Yavé, como Abel, Henoc, Noé, Abraham y los profetas. Los apóstoles debían haber continuado la obra de Jesús. Pero, a excepción de San Pablo, se dejaron influir por el espíritu del judaismo.
Daba más importancia a la fe que a la gnosis. Trataba de reducir el cristianismo a una doctrina soteriológica basada en la fe en Cristo y en una moral muy austera. Imponía la abstiencia de carne y vino. Prescribía la renuncia a los placeres carnales y al matrimonio, que provenía del mandato Creced y multiplicaos del Dios de los judíos.
Solamente alcanzarán la salvación los que practiquen estas cosas. Pero los que no las cumplan tampoco serán condenados, porque Dios es bueno y misericordioso. Se contentará con abandonarlos hasta el día en que ellos y toda la obra del demiurgo sean consumidos por el fuego.
El marcionismo constituyó un grave peligro para la Iglesia católica en los momentos críticos de las persecuciones. Se organizó como iglesia separada, con templos, jerarquía, obispos, culto y sacramentos, entre los que el principal era el bautismo. Su difusión puede apreciarse por los apologistas que lo combatieron: San Policarpo en Esmirna, San Justino (I Apol. 60), Felipe de Gortyna en Creta, Dionisio en Corinto, San Ireneo en Lyón, Clemente en Alejandría, Teófilo en Antioquía, Tertuliano en Cartago, Hipólito y Rhodón en Roma, Bardesanes en Edesa. Todavía en el siglo v, Teodoreto de Ciro atestigua haber convertido en su diócesis a más de diez mil marcionitas.
Nada se sabe en concreto de los discípulos de Marción: Lucano, Polito, Basilisco, Prepon, Pitón, Megecio, Marco, Ambrosio, Teodoción, Metrodoro, Asclepio, Filomeno. Prepon escribió contra Bardesanes. El más notable fue Apeles (t h.180), discípulo de Marción en Roma, y que, quizás por discrepancias personales, se trasladó a Alejandría. Escribió una voluminosa obra titulada Syllogismoi, de la que quedan algunos fragmentos en San Ambrosio (De paradiso V 28). Regresó a Roma, dejándose seducir en su vejez por una visionaria llamada Filomela, sobre cuyas revelaciones escribió un libro titulado Phaneroseis (h.170-180). Su principal divergencia con Marción consiste en haber abandonado el diteísmo, retornando al monoteísmo. Sólo admitía un Dios, cuyo principal atributo es la bondad. Este Dios creó el mundo invisible y los ángeles, el principal de los cuales es el «ángel de fuego», creador del mundo visible, a imitación del mundo superior. Este es el autor del mal y de la ley judía. Rechazaba las profecías y los milagros del Antiguo Testamento, calificándolos de fábulas de los judíos. Recurría a exégesis burdamente literalistas y ridiculas. No era doceta como Marción. Cristo habría tomado un cuerpo real, pero no de carne material, sino de la «sustancia del mundo superior», o de la materia astral de los elementos. La redención consistía en libertar las almas de la carne pecadora y del poder del Dios de los judíos.
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De praescr. 30: CC 1 p.210-211. La fuente principal es Tertuliano, Adyersus Marcionem: CC 1 p.441-726. San Ireneo le acusa de «circuncidere Scripturas, Evangelium, decurtare Epistolas» (III II). Marción rechazaba todo el Antiguo Testamento. Del Nuevo solamente admitía el Evangelio de San Lucas, por creerlo el menos contaminado por interpolaciones judaicas. Rechazba las epístolas pastorales de San Pablo, los Hechos y el Apocalipsis. ↩
«Inde Marcionis deus, melior de tranquillitate: a Stoicis venerat. Et ut anima interire dicatur, et Epicurus observatur; et ut carnis restitutio negetur, de una omnium philosophorum schola sumitur; et ubi materia cum Deo aequatur, Zenonis disciplina est; et ubi aliquid de igneo Deo adlegatur, Heraclitus intervenit» (De praescr. VII 3-4: CC 1 p.np). No obstante, el alcance de este texto podría limitarse a resaltar las coincidencias de Marción con los filósofos: «Eadem materia apud haereticos et philosophos volutatur, idem tractatus implicantur»… (ibid., 5). ↩
Adv. Marc. I 6: «quem negare non potuit, id est creatorem nostrum, et quem probare non potuit, id est suum». ↩
Bellamente le increpa Tertuliano: «At cum et animalia inrides minu-tiora, quae maximus artifex de industria ingeniis aut viribus ampliavit, sic magnitudinem in mediocritate probari docens quemadmodum virtutem in infirmitate secundum apostolum, imitare, si potes, apis aedificia, formicae stabula, aranei retía, bombyeis stamina, sustine, si potes, illas ipsas lectuli et tegetis tuae bestias, cantharidis venena, muscae spicula, culicis et tubam et lanceam. Qualia erunt maiora, cum tam modicis aut iuvaris aut laederis, ut nec in modicis despicias creatorem?» (Adv. Marc. I 14,1). ↩