Filho Salvador [AOCG]

Antonio OrbeCRISTOLOGIA GNÓSTICA

SOLO EL HIJO PUEDE SALVAR AL HOMBRE
Hay temas muy bien estudiados en la atmósfera del siglo II. Otros apenas se dibujan entre los críticos de la gnosis heterodoxa. He aquí uno: ¿era menester se humanara el Hijo para salud del hombre, o hubiera bastado la henanthropesis de algún ángel (resp. arconte) o persona inferior al Logos?

El punto debiera haber merecido consideración a los partidarios de la cristología angélica (Engelchristologie) Mas no veo lo hayan estudiado entre los gnósticos, ni orientado la investigación por derroteros firmes.

En torno a Is 63,9 (LXX)

La lectura de la Vulgata no crea dificultad. Los primerísimos autores cristianos leían según los LXX.

No un legado (presbus) ni un ángel, sino que (el Señor) personalmente (all ‘ autos) les salvó, por cuanto los amaba y les perdonaba. El mismo los redimió.

Verso tan sugestivo impresionó a más de uno. San Cipriano lo cataloga en el capítulo «Quod Christus Deus venturus esset inluminator et salvator generis humani»:

En disputa con los judíos, el lugar isaiano prevenía la tentación de atribuir a un personaje humano (v.gr.: a Moisés o a un magno profeta) la salud de los hombres (resp. israelitas).

Más explícito, Tertuliano rebate a los partidarios de la «angelificación» de Cristo. ¿A qué asumir un ángel, si no recibió de Dios mandato de salvar a los ángeles? Además era suficiente el Hijo de Dios para liberar al hombre.

Isaías (9,5: LXX) lo llamó «ángel del gran consejo», embajador o nuncio. Mas no porque le atribuyese natura angélica, sino a título de oficio. Traía como mensaje al mundo, en efecto, la revelación de los magnos designios del Padre sobre la redención del hombre.

El Hijo—mediador entre el Padre y los hombres—era ángel de Dios; mas no porque lo asumiera, como asumió al hombre.

Tampoco habló nunca el Señor como alguna vez los profetas (cf. Zach 1,14): «Y me dijo el ángel que en mí hablaba», sino (Mt 5,20…): «Yo, empero, os digo».

A mayor abundamiento, está el verso de Isaías:

Esaiam exclamantem audi (Is 63,9): «Em toda a angústia deles foi ele angustiado, e o anjo da sua presença os salvou; no seu amor, e na sua compaixão ele os remiu; e os tomou, e os carregou todos os dias da antigüidade.».

En definitiva, Cristo no tomó naturaleza de ángel, como tomó la humana. El testimonio isaiano excluye la humana salud por ángel ni legado alguno ajeno al propio Señor. Ha cambiado la perspectiva antihebraica de San Cipriano. No ángel o legado humano, como Moisés o Elias, sino un verdadero individuo de sustancia angélica.

Sin embargo, unas líneas del Adv. Marcionem demuestran que el africano se había adelantado a la parádosis ciprianea, y que, a no haber mediado un empeño circunstancial polémico, la hubiera retenido gustosamente. Habla de la transfiguración, y explica el cambio de régimen operado con la venida de Cristo, fin de la Ley y de los Profetas.

El africano insinúa dos perfiles de verdadero interés. La trinidad del Tabor—Cristo-Moisés-Elías—responde a la de Isaías: Dominus (= Deus) legatus-angelus. En llegando la nueva definitiva dispensación, se tetiran el «legado» (Moisés = la Ley) y el «ángel» (Elias = los Profetas); ninguno de ellos ha valido para «salvar». En la economía anunciada por la voz del monte se revela el Salvador, «Dominus» (resp. Deus).

Antes aún que en Tertuliano presentábase la misma exégesis, sin auras de novedad, en San Ireneo. Y—fenómeno curioso—con idéntica doble tradición: una, favorable al ángelus (natura), y otra, partidaria del ángelus (officium).

La primera tradición se revela claramente en Adv. haer. El Santo invoca el texto de Isaías para probar: a) nuestro Salvador no era puro hombre, b) ni ángel. Era, personalmente, el Señor, Hijo de Dios.

(Is 63,9): «Em toda a angústia deles foi ele angustiado, e o anjo da sua presença os salvou; no seu amor, e na sua compaixão ele os remiu; e os tomou, e os carregou todos os dias da antigüidade.»

No pretende Ireneo—por sólo el pasaje de Isaías—excluir la humanación ni la «angelificación» del Logos. Quien salva a los hombres, arguye, es la persona del Hijo, el Señor. Otros testimonios le servirán para urgir la encarnación.

Probablemente, otorga al sénior el alcance de hombre calificado. Entiende ángelus en sentido fuerte, como nombre de natura (= «sine carne»).

Ireneo se adelanta a la exégesis tertulianea del De carne Christi (c.14) y es, entre los eclesiásticos, el primer anillo comprobable de la tradición.

Conoce, además—adelantándose al africano—, la exégesis que aplica el versículo isaiano a Moisés y Elias, legado y ángel respectivos; es claro, de oficio, no de natura.

Hablando, en efecto, de la bendición inherente al nombre nuevo que recibirán—según Is 65,15s—los servidores de Dios, escribe:

Esta bendición debía El realizarla personalmente y El mismo debía salvarnos por su propia sangre, según lo dio a conocer Isaías cuando dijo (Is 63,9): «No un intercesor ni un ángel, sino el Señor en persona los salvó, porque los ama y tiene cuidado de ellos; El mismo los redimió».

El contexto inmediato siguiente revela la incapacidad de la Ley mosaica en orden a la redención. El intercesor podría muy bien aludir a Moisés. A raíz de la encarnación del Logos—discurre Ireneo—,

también la Iglesia lleva frutos, (a saber), los que se salvan, porque ya no un intercesor—Moisés—ni un mensajero—Elias—, sino el Señor en persona nos salvó (cf. Is 63,9), dando a la Iglesia más hijos que a la Sinagoga….

El intercesor (resp. legado) y el ángel isaianos denotan dos personajes simbólicamente representativos en la Escritura. Negarles a ambos el poder salvífico o redentor equivale a desautorizar como economía cabal, definitiva, la de la Ley y los Profetas.

¿Cuál de las dos parádosis llevaba las simpatías de Ireneo? ¿La de ángel-natura o la de ángel-hombre (oficio)? La primera figura en Adv. haereses, y la segunda, en la Epideixis (dos veces); siempre entre multitud de otros testimonios. El Santo depende de florilegios y no descubre incompatibilidad entre ellos.

Jamás se planteó Ireneo el tema que más podría hoy interesar: si los ángeles o arcontes son idóneos para salvar al hombre. Su angelología se lo atajaba. Nadie da lo que no tiene. Un ser «sin carne» podrá físicamente aventajar al hombre; no por eso le aventaja sobre-naturalmente, ni en su destino. Destituido de la «imagen y semejanza divina», el ángel es incapaz de salvar al hombre, asemejándole positiva, progresivamente a Dios.

Tampoco—dentro del linaje humano—Moisés, intercesor y legado singular de Yahvé, ni Elias, ángel suyo, valen para redimir a los hombres. Primero han de ser ellos redimidos. Incapaces de dar a la Iglesia los hijos que no supieron dar a la Sinagoga, eran tan estériles como la Ley y los Profetas.

Dar hijos a Dios quedaba para el Unigénito del Padre. En el fondo, según exégesis ireneana de Isaías (63,9), ningún ángel y ningún hombre—aunque tan legado divino como Moisés y tan ángel como Elias—eran aptos para conferir una salud fundada en la filiación divina.