Doroteo de Gaza — Conferências
Excertos do site “CONOCEREIS DE VERDAD”
XII CONFERENCIA — DEL TEMOR AL CASTIGO QUE VENDRÁ Y DE LA NECESIDAD DE QUE AQUÉL QUE DESEA SER SALVADO NO DESCUIDE JAMÁS LA PREOCUPACIÓN DE SU PROPIA SALVACIÓN
124. Mientras sufría en los pies unos dolores que me hacían sentir enfermo, algunos hermanos que venían a verme me preguntaron por la causa de mi mal; pienso que esto era con un doble fin: primero para reconfortarme y distraerme un poco de mis sufrimientos, y además para darme la oportunidad de decirles algunas palabras edificantes. Pero como el dolor no me permitió entonces responderles a gusto, es preciso que ahora me escuchen al respecto. ¿Acaso no es agradable hablar de la aflicción cuando ya ha desaparecido? También en el mar mientras castiga la tormenta, todos en la nave están angustiados, pero cuando la tempestad se calma, comentan entre sí alegremente sobre todo lo pasado. Es bueno, hermanos míos, y se los repito sin cesar, relacionar todo con Dios y decir que nada se hace fuera de él. Dios sabe perfectamente que tal cosa es buena y útil y por eso la realiza, a pesar de que existan también otras razones. Por ejemplo podría decir que había comido con unos huéspedes que me había excedido un poco por agradarles, que mi estómago se había sentido pesado y se había producido una fluxión en el pie, lo que me habría provocado el reumatismo; podría así seguir encontrando otros motivos: no faltarán a quien quiera encontrarlos. Pero he aquí lo que es más exacto y más provechoso decir: esto sucedió porque Dios sabía que era útil a mi alma. Porque no hay nada que haga Dios que no sea bueno. Todo lo que hace es bueno y muy bueno. No hay entonces por qué inquietarse por lo que pasa, sino como ya lo he dicho, relacionar todo con la Providencia de Dios y quedar tranquilos.
125. Algunos se sienten tan agobiados por las penurias que los persiguen, que están dispuestos a renunciar a la vida misma y encuentran agradable la idea de la muerte que los libere. Es una prueba de cobardía y de mucha ignorancia, porque no saben qué destino temible puede aguardar a su alma cuando salga de su cuerpo.
Hermanos, estamos en este mundo por un gran favor de la bondad divina. Pero nosotros por ignorancia de las cosas del más allá encontramos agobiantes las de aquí abajo. Sin embargo no es así. ¿No saben ustedes lo que refiere el libro de los Ancianos? “Mi alma desea la muerte”, decía un hermano muy probado a un Anciano. “Se debe _respondió el Anciano_ a que huye de la prueba e ignora que el sufrimiento que vendrá es mucho más temible”.
Otro hermano preguntó a un Anciano: “¿De dónde proviene el que me aburra cuando estoy en mi celda?”. “Se debe -respondió el Anciano- a que todavía no has contemplado la felicidad esperada, ni el castigo futuro. Si los considerases atentamente, aunque tu celda se llenase de gusanos y estuvieras sumergido hasta el cuello, te quedarías sin asco”. Pero nosotros querríamos salvarnos mientras dormimos y por eso perdemos coraje ante las pruebas, cuando por el contrario tendríamos más bien que agradecer a Dios y sentirnos felices de tener que sufrir un poquito aquí abajo, para encontrar algún descanso en el más allá .
126. Evagrio comparaba al hombre lleno de pasiones y que suplica a Dios que apresure su muerte, con un enfermo que pidiera a un obrero romper lo más rápidamente su lecho de dolor. En efecto, gracias a su cuerpo, el alma está entretenida y aliviada de sus pasiones: come, bebe, duerme, se distrae y divierte con sus amigos. Pero cuando ha salido del cuerpo, queda sola con sus pasiones que pasan a ser su perpetuo castigo. Está totalmente ocupada, consumida por su asedio, hecha añicos, a tal punto que no es siquiera capaz de acordarse de Dios. Ahora bien, el recuerdo de Dios es el consuelo del alma según las palabras del salmo: Me he acordado de Dios y ha sido colmada mi alegría (Sal 76, 4). Pero las pasiones no le permiten siquiera ese recuerdo.
¿Quieren ustedes un ejemplo para comprender lo que intento decirles? Que alguno de ustedes venga y yo lo encerraré en una celda oscura, que pase solamente tres días sin comer, sin beber, sin dormir, sin ver a nadie, sin salmodiar, sin rezar, sin acordarse jamás de Dios, y ver lo que le harán las pasiones. ¡y esto mientras todavía está aquí abajo! ¡Cuánto más tendrá que sufrir cuando el alma una vez salida del cuerpo sea entregada y abandonada a sus pasiones!
127. ¿Qué tendrá que soportar de ellas entonces, la desdichada? Ustedes podrán representarse de alguna forma ese tormento contemplando los sufrimientos de aquí abajo. Cuando alguien tiene fiebre, ¿qué es lo que le quema? ¿Qué fuego, qué combustible produce ese calor abrasador? Y si alguien padece de un cuerpo melancólico, mal equilibrado, ¿no es ese desequilibrio el que le quema, lo perturba sin cesar y atormenta su vida? Igualmente pasa con el alma apasionada: no cesa de ser torturada, la desdichada, por su propio hábito vicioso: tiene constantemente el amargo recuerdo y la penosa compañía de las pasiones que le queman constantemente y la consumen.
Pero además ¿quién podrá describir, hermanos, esos lugares siniestros, esos cuerpos torturados de las almas a las cuales están asociados en tanto sufrimiento, sin morir jamás, ese fuego indescriptible, las tinieblas, las potencias inexorables en su venganza y los otros mil suplicios de los cuales hablan aquí y allá las santas Escrituras, todos ellos referidos a los malos actos y pensamientos de las almas? Así como los santos ganan los lugares de la luz y gozan entre los ángeles de una felicidad proporcionada al bien que han hecho, los pecadores son recibidos en los lugares oscuros y tenebrosos, llenos de horror y espanto, según palabras de los santos. En efecto, ¿qué puede haber más terrible y más lamentable que esos lugares donde son enviados los demonios? ¿Qué más amargo que el castigo al que son condenados? Y sin embargo los pecadores son castigados con los demonios mismos según está dicho: Alejaos de mí: malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles (Mt. 25, 41).
128. Pero lo más terrible es lo que dice San Juan Crisóstomo: “Aun si no existiera el río de fuego que se desliza, ni ángeles que exciten el terror, sino sólo el hecho de que entre los hombres algunos sean llamados a la gloria y al triunfo y otros sean vergonzosamente proscriptos e impedidos de ver la gloria de Dios, ¿no sería la pena de esta humillación y de este deshonor, el dolor de verse excluido de tan gran bien, más amargo que toda gehena?”. Porque entonces el reproche mismo de la conciencia y el recuerdo de las acciones pasadas, como hemos dicho precedentemente, son peores que miles de indecibles tormentos.
Según los Padres, en efecto, las almas recuerdan todas las cosas de aquí abajo: palabras, acciones, pensamientos, no pueden olvidar nada. Lo que dice el salmo: En ese día se desvanecer n todos sus pensamientos (Sal 145, 4), se refiere a los pensamientos de este mundo, que , tienen por objeto las construcciones, las propiedades, los familiares, los niños y todo comercio. Eso se desvanece cuando el alma sale del cuerpo: no conserva ningún recuerdo ni se preocupa más por ello. Pero aquello que ha hecho por virtud o por pasión, permanece en su memoria y no se pierde nada.
Si se ha prestado servicio a alguien o si nos han ayudado a nosotros, se recordar perpetuamente a aquel que está en deuda con nosotros o a aquel de quien hemos recibido ayuda. De la misma manera el alma guardar siempre el recuerdo de aquel que le hizo daño y de aquel a quien se lo infligió. Lo repito, nada de lo que ella ha hecho en este mundo muere; el alma se acordar de todo después de haber abandonado el cuerpo: es más, tendrá un conocimiento aún mas profundo y más lúcido, habiéndose despojado de este cuerpo terrenal.
129. Hablábamos de esto un día con un gran Anciano y este decía: “El alma salida del cuerpo recuerda la pasión que ha obrado, así como el pecado y la persona con quien lo cometió”. Pero -observé- quizás no sea así. Quizás el alma guarde el hábito proveniente del pecado consumado y sea de este hábito del que conserve el recuerdo”. Discutimos largo rato sobre este punto, buscando aclararlo. Pero el Anciano no se dejaba persuadir e insistía en que el alma recordaba no sólo la forma del pecado, sino el lugar en que fue cometido así como la persona que fue su cómplice. En tal caso nuestro destino final seria aún más desdichado si no tomásemos cuidado de nuestros actos. Por esta razón no cesaré de exhortarlos a cultivar con esmero los buenos pensamientos para reencontrarlos en el mas allá . Porque aquello que tenemos aquí abajo se ir con nosotros y nos acompañar en el mas allá .
Preocupémonos de escapar de tal desgracia, hermanos, pongamos nuestro celo y Dios tendrá misericordia. Porque él es como dice el salmo: La esperanza de todos los que Están en los extremos de la tierra y de aquellos que Están en el mar lejano (64, 6). Aquellos que Están en los extremos de la tierra son aquellos completamente sumergidos en el pecado: los que Están en el mar lejano son aquellos que viven en la más profunda ignorancia. Y sin embargo, Cristo es su esperanza.
130. Es preciso un poco de esfuerzo. Esforcémonos por obtener misericordia. Cuanto más se descuide un campo estéril, más se cubrir de espinas y de cardos, y cuando queramos limpiarlo encontraremos que cuanto más espinas tenga más correr la sangre de las manos que quieran arrancar esas malas hierbas, que por negligencia se ha dejado crecer. Porque es imposible no cosechar aquello que se ha sembrado. Quien quiera limpiar su campo, deber primero arrancar de raíz cuidadosamente todas las malas hierbas. Si no arranca bien las raíces si no que corta sólo los tallos, volver a crecer la maleza. Entonces, digo, debe arrancar hasta las raíces; luego, en el campo libre de malezas y de espinas, deber remover la tierra con cuidado; aplastar los terrones; trazar los surcos y cuando haya puesto su campo en condiciones, deber por fin arrojar la buena semilla. Porque si después de todo este arduo trabajo deja el terreno desocupado, la maleza reaparecer y al encontrar el suelo fresco y bien preparado, echar raíces aun más profundas y más numerosas.
131. Así pasa con el alma. Ante todo se debe suprimir cualquier inclinación arraigada y los malos hábitos, porque no hay nada peor que un mal hábito. “No es cosa fácil dominarlos, dice San Basilio, ya que un hábito consolidado por una larga práctica se hace generalmente tan fuerte como la naturaleza misma”. Es preciso luchar, repito, contra los malos hábitos y contra las pasiones, pero también contra su causas que son sus raíces. Porque si no son arrancadas las raíces, la espinas necesariamente reverdecer n. Algunas pasiones, suprimida sus causas, ya no pueden hacer nada. La envidia por ejemplo no es nada en si misma, pero responde a muchas causas, una de las cuales es el amor a la fama. Es porque se desea el honor por lo que se ejerce la envidia sobre aquel que recibe honores o ha alcanzado mayor estima. Lo mismo sucede con la cólera, tiene muchas causas, especialmente el amor al placer. Evagrio lo recordaba cuando se refería a estas palabras de un santo: “Si suprimo los placeres es para quitar todo pretexto a la cólera”. Los Padres enseñan además que toda pasión proviene del amor a la fama, del amor al dinero, o del amor al placer, como se los he dicho en otras oportunidades.
132. Por tanto, es necesario suprimir no sólo las pasiones, sino sus causas, y reformar la conducta por la penitencia y las l grimas. Solo entonces se comenzar a esparcir la buena semilla, es decir las buenas obras. Recuerden lo que dijimos del campo: si después de haberlo limpiado y puesto en condiciones no echamos ninguna buena semilla, las malezas volver n y encontrando buena tierra, recién trabajada, echar n raíces aun mas fuertes. Lo mismo sucede con el hombre. Si después de haber reformado su conducta y hecho penitencia por sus obras pasadas, no se preocupa por hacer buenas acciones y por adquirir virtudes, le pasar lo que dice el Señor en el evangelio: Cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, vaga sin rumbo por lugares áridos en busca de reposo. No encontrándolo se dice “volveré a mi casa de donde salí”. Y a su llegada la encuentra vacía, es decir sin ninguna virtud, barrida y ordenada. Entonces, va, busca siete espíritus peores que él, regresan y se instalan en ella. Y el estado final de ese hombre es peor que el primero (Lc 11, 24-27).
133. En efecto, es imposible para el alma permanecer en el mismo estado: o mejora o empeora. Por esto cualquiera que desee salvarse no debe sólo evitar el mal sino practicar el bien, como dice el salmo: Apártate del mal y haz el bien (Sal 36, 27). No nos dice solamente: Apártate del mal sino que agrega: Haz el bien. Por ejemplo, ¿alguien estaba habituado a cometer injusticias? ¡Que, no las cometa más, pero además que practique obras de justicia ! ¿Era un libertino? ¡Que ponga fin a sus perversiones pero a la vez que practique la templanza! ¿Era colérico? ¡Que no se irrite más, pero además que adquiera mansedumbre! ¿Era orgulloso? ¡Que cese en su altivez, pero que además sepa humillarse! Tal es el sentido de las palabras Apártate del mal y haz el bien, Porque a cada pasión corresponde su virtud opuesta. Para el orgullo es la humildad; para el amor al dinero, la limosna; para la lujuria, la templanza; para el desaliento, la paciencia; para la cólera la mansedumbre; para el odio, la caridad. En resumen, a cada pasión, decimos, corresponde la virtud opuesta.
134. Les he repetido estas cosas. Hemos desterrado las virtudes e introducido las pasiones en su lugar. De la misma manera debemos esforzarnos no solamente por echar las pasiones sino por volver a introducir las virtudes, restableciéndolas en su propio lugar. Porque poseemos por naturaleza las virtudes que Dios nos ha dado. Al crear al hombre, Dios las puso en él, según la palabra: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza (Gen 1, 260 A nuestra imagen, porque Dios ha creado al alma inmortal y libre, a nuestra Semejanza, es decir según la virtud. En efecto está escrito: Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso (Lc 6, 36); sed santos porque yo soy santo (Lv 11, 44) y el Apóstol dice Sed buenos los unos con los otros (Ef 4, 32). También el salmista dice: El Señor es bueno con aquellos que esperan en él (Lam 3, 25), y tantas otras cosas semejantes. Esto es la semejanza. Dios nos ha dado las virtudes con la naturaleza. Pero las pasiones no son naturales: no tienen ser ni sustancia; se asemejan a las tinieblas en que no subsisten por sí mismas, sino que son según San Basilio, como un apasionamiento de la atmósfera, no existen sino por la ausencia de luz. Al alejar las virtudes por amor al placer el alma provoca el nacimiento de las Pasiones que luego se consolidan en ella.
135. Entonces, como dije, después de todo el buen trabajo del campo debemos sembrar enseguida la buena semilla para que produzca buen fruto. Pero además el cultivador que siembra su campo debe, al tirar la semilla, esconderla y hundirla en la tierra, porque si no los pájaros vendrán a comerla y se perder . Después de haberla escondido, esperar de la misericordia de Dios la lluvia y el crecimiento del grano. Porque podrá tomarse todos los trabajos de limpiar, remover la tierra y sembrar, pero si Dios no manda lluvia sobre su sembradío, toda la labor será vana. Es así como debemos obrar. Si hacemos algún bien, escondámoslo por humildad y pongamos en manos de Dios nuestra debilidad, suplicándole mirar nuestros esfuerzos, que de otra manera serían inútiles.
136. También suele pasar que después de haber regado y hecho germinar la semilla, la lluvia no cae en el tiempo debido y el germen entonces se seca y muere. Porque el grano germinado, como la semilla, precisa lluvia de tanto en tanto, para crecer. De manera que no podemos permanecer tranquilos. Sucede a veces que después del crecimiento del grano y de la formación de la espiga, la langosta, el granizo u otra plaga destruyen la cosecha. Lo mismo sucede con el alma. Aunque haya trabajado para purificarse de todas las pasiones y se haya aplicado a practicar todas las virtudes, deber siempre contar con la misericordia y la protección de Dios por temor de ser abandonada y morir.
Hemos dicho que la semilla, aun después de haber germinado, crecido y dado fruto, si no le cae lluvia de tanto en tanto, puede secarse y morir. Así pasa con el hombre. Si después de todo lo que ha hecho, Dios le quita un poco de su protección y lo abandona, helo ahí perdido. Bien, este abandono se produce cuando el hombre actúa contra su estado: por ejemplo, si es piadoso y se deja llevar por la negligencia o si es humilde y se hace orgulloso. Dios no abandona tanto al negligente en su negligencia y al orgulloso en su orgullo como a aquellos que caen en la negligencia o en el orgullo habiendo sido piadosos y humildes. Esto es pecar contra su estado y de ahí proviene el abandono. He aquí por qué San Basilio juzga en forma distinta la falta de aquel que es piadoso de la falta del negligente.
137. Además de haberse precavido contra tales peligros, falta aún tener cuidado, si se obra algún bien, de no realizarlo por vanagloria, por deseo de agradar a los hombres o por algún otro motivo humano, a fin de no perder por completo ese poco bien, tal como decíamos con respecto a las langostas, el granizo u otras plagas.
El agricultor no puede permanecer tranquilo aun cuando la cosecha esté a punto y haya sido preservada hasta el momento de la siega. Porque puede ocurrir que después de haber cosechado su campo, poniendo todo su esfuerzo, venga un malvado que, por odio, prenda fuego a su cosecha, reduciendo a cenizas todo su afán. No puede, en consecuencia, estar tranquilo, hasta ver el grano bien limpio y guardado en su granero. Igualmente el hombre no debe dejar de preocuparse aunque haya podido escapar de todos los peligros que hemos enumerado. Porque, en efecto, puede suceder que después de todo esto el diablo busque perderlo, ya sea por pretensión de justicia, ya sea por orgullo, ya sea inspirando pensamientos de infidelidad o de herejía, y no solamente reduce a la nada todos sus esfuerzos, si no que lo separa de Dios. Lo que no ha podido conseguir por actos lo consigue por un simple pensamiento. Porque un solo pensamiento puede separar de Dios, si es recibido y aprobado.
Aquel que quiere ser verdaderamente salvado, no debe jamás permanecer tranquilo hasta su último suspiro. Es preciso desvivirse preocuparse y pedir sin cesar a Dios que nos proteja y nos salve por su bondad, por la gloria de su santo nombre. Amén.