divino (Eckhart)

He aquí la razón debido a la cual son perfectamente buenos el ser y el fundamento existencial del hombre (y) de donde las obras humanas adquieren su bondad: (consiste) en que la mente del hombre esté orientada únicamente hacia Dios. Pon todo tu esfuerzo en que Dios se haga grande para ti y que todos tus afanes y empeños se dirijan hacia Él en todas tus acciones y en todo cuanto dejas de hacer. De cierto, cuanto mayor sea este (esfuerzo), tanto mejores serán todas tus obras, cualquiera que sea su índole. Mantente apegado a Dios y Él te añadirá todo el ser-bueno. Busca a Dios, entonces hallarás a Dios y todo lo bueno. Ah sí, en verdad, con semejante disposición de ánimo podrías pisar una piedra (y) sería una obra más aceptable para Dios que si recibieras el Cuerpo de Nuestro Señor y al hacerlo hubieses puesto tus miras más bien en lo tuyo y tu intención fuera menos desasida. Quien se apega a Dios, a éste se apegan Dios y cualquier virtud. Y aquello que tú buscabas anteriormente, ahora te busca a ti; aquello tras lo cual corrías tú, ahora corre detrás de ti y aquello de que huías, ahora huye de ti. Por eso: quien se apega estrechamente a Dios, a éste se le apega todo cuanto es divino y huye de él todo cuanto es desigual y ajeno a Dios. 43 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 5.

Quien posee a Dios así, en (su) esencia, lo toma al modo divino, y Dios resplandece para él en todas las cosas; porque todas las cosas tienen para él sabor de Dios y la imagen de Dios se le hace visible en todas las cosas. Dios reluce en él en todo momento, y en su fuero íntimo se produce un desasimiento libertador y se le imprime la imagen de su Dios amado (y) presente. Es como en el caso de un hombre que sufre agudamente de verdadera sed: puede ser que haga algo que no sea beber, y también podrá pensar en otras cosas, pero haga lo que hiciere y esté con cualquier persona, cualesquiera que sean sus empeños o sus ideas o sus acciones, mientras perdure la sed no le pasará la representación de la bebida, y cuanto mayor sea la sed tanto más fuerte y penetrante y presente y constante será la representación de la bebida. O quien ama una cosa ardientemente (y) con todo fervor, de modo que no le gusta ninguna otra ni lo afecta en el corazón fuera de ésta (la amada), y sólo aspira a ella y a nada más: de veras, a este hombre, dondequiera y con quienquiera que esté o cualquier cosa que emprenda o haga, nunca se le apagará en su fuero íntimo aquello que ama tan entrañablemente, y en todas las cosas hallará justamente la imagen de esa cosa y la tendrá presente con tanta más fuerza cuanto más fuerte sea su amor. Semejante hombre no busca (la) tranquilidad porque ninguna intranquilidad lo puede perturbar. Este hombre merece un elogio mucho mayor ante Dios porque concibe a todas las cosas como divinas y más elevadas de lo que son en sí mismas. De veras, para esto se necesita fervor y amor y (hace falta) que se cifre la atención exactamente en el interior del hombre y (que se tenga) un conocimiento recto, verdadero, juicioso (y) real de lo que es el fundamento del ánimo frente a las cosas y a la gente. Esta (actitud) no la puede aprender el ser humano mediante la huida, es decir, que exteriormente huya de las cosas y vaya al desierto; al contrario, él debe aprender (a tener) un desierto interior dondequiera y con quienquiera que esté. Debe aprender a penetrar a través de las cosas y a aprehender a su Dios ahí dentro, y a ser capaz de imprimir su imagen (la de Dios) en su fuero íntimo, vigorosamente, de manera esencial. Comparémoslo con alguien que quiere aprender a escribir: de cierto, si ha de dominar este arte, tiene que ejercitarse mucho y a menudo en esta actividad, por más penoso y difícil que le resulte y por imposible que le parezca; si está dispuesto a ejercitarse asiduamente y con frecuencia, lo aprenderá y dominará este arte. A fe mía, primero tiene que fijar sus pensamientos en cada letra individual y grabársela muy firmemente en la memoria. Más tarde, cuando domina el arte, ya no le hacen falta en absoluto la representación de la imagen ni la reflexión; entonces escribe despreocupada y libremente… Y lo mismo sucede cuando se trata de tocar el violín o de cualquier otra obra que ha de realizar con habilidad. A él le basta perfectamente saber que quiere poner en práctica su arte; y aun cuando no lo haga en forma continuamente consciente, ejecuta su tarea gracias a su habilidad sean los que fueren sus pensamientos. 52 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 6.

El hombre que tan enteramente hubiera renunciado a sí mismo junto con todo lo suyo, en verdad, se hallaría colocado tan completamente en Dios, que dondequiera que se tocara a ese hombre, se debería tocar primero a Dios; porque él se halla del todo en Dios, y Dios se encuentra en torno de él, tal como mi bonete encierra mi cabeza; y quien quisiera agarrarme debería tocar primero mi vestimenta. Igualmente: si he de beber, la bebida debe pasar primero por mi lengua; allí adquiere su sabor. De veras, si la lengua se halla revestida de amargor, el vino, por dulce que sea en sí, habrá de convertirse siempre en amargo a causa de aquello por cuyo intermedio me llega. En verdad, un hombre que se hubiera desasido totalmente de lo suyo, estaría envuelto en Dios de tal manera que todas las criaturas no serían capaces de tocarlo sin tocar antes a Dios, y las cosas que habrían de llegar hasta él, tendrían que llegarle a través de Dios; aquí reciben su sabor y se hacen deiformes. Por grande que sea el sufrimiento, si viene a través de Dios, Dios es el primero en sufrir por él. Sí, por la verdad que es Dios mismo: un sufrimiento que afecta al hombre, por ejemplo, un malestar o una contrariedad, nunca es tan insignificante que, una vez puesto en Dios, no lo toque a Él inconmensurablemente más de lo que lo toca al hombre, y le resulte más repugnante de lo que le resulta repugnante al hombre. Mas, si Dios lo sufre a causa del bien que ha previsto para ti con ese (sufrimiento), y si tú estás dispuesto a sufrir lo que sufre Dios y que te llega a través de Él, entonces adquiere de derecho índole divina, ya se trate de desprecio, así como de honores, de amargura al igual que de dulzura y de la más profunda oscuridad lo mismo que de la luz más clara: todo recibe de Dios su sabor y se hace divino, porque todo cuanto sucede a ese hombre se va adaptando a Dios, ya que (ese hombre) no tiende hacia otra cosa ni le gusta nada más, y por ello aprehende a Dios en medio de toda amargura como en la mayor de las dulzuras. 95 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 11.

Ah sí, quien estuviera bien afianzado en la voluntad divina, no debería querer que el pecado, en el cual había caído, no hubiese sucedido. Por cierto, aquí no se contempla el hecho de que (el pecado) estaba dirigido contra Dios, sino la medida en la cual tú, al haberlo cometido, estás obligado a acrecentar tu amor y te hallas rebajado y humillado, exceptuando el hecho de que hayas obrado en contra de Dios. Pero debes confiar mucho en Dios (pensando) que Él no habría permitido que te sucediese tal cosa, a no ser que hubiera querido obtener con ello lo mejor para ti. Mas, cuando el hombre se levanta totalmente de sus pecados y les vuelve por completo la espalda, entonces hace el leal Dios como si el hombre nunca hubiera caído en pecado y no quiere hacerle pagar por todos sus pecados ni por un solo instante; aunque fueran tantos como todos los hombres juntos los hubieran cometido jamás: Dios no quiere hacérselo pagar nunca; sería posible que Él lo tratara con tanta intimidad como jamás la tuvo con criatura alguna. Con tal de que lo halle preparado ahora mismo, no mira lo que fue antes. Dios es un Dios del presente. Tal como te encuentra, te toma y te recibe, no como fuiste sino como eres ahora. Toda la iniquidad y todo el oprobio que pudiera sufrir Dios a causa de todos los pecados, los quiere soportar gustosamente y haberlos soportado durante muchos años para que el hombre luego llegue a (tener) un gran conocimiento de su amor (el divino) y para que su amor y gratitud propios aumenten y su empeño se haga más ferviente en proporción, como suele ocurrir naturalmente y a menudo luego de los pecados. 104 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 12.

Mas el arrepentimiento divino es muy distinto. Tan pronto como el hombre siente un desagrado, se eleva en seguida hacia Dios y se afianza en una voluntad inquebrantable de dar por siempre la espalda a todos los pecados. Y al hacerlo se eleva hacia una gran confianza en Dios y adquiere una gran seguridad; y de ello proviene una alegría espiritual que sube al alma por encima de toda pena y aflicción, y la vincula firmemente con Dios. Pues, cuanto más débil se halle el hombre y cuanto más haya pecado, tanta más razón tiene para vincularse con Dios mediante un amor indiviso en el cual no hay ni pecado ni imperfección. El mejor escalón, pues, que se puede pisar, cuando se quiere ir hacia Dios con plena devoción, es (el siguiente): estar sin, pecado en virtud del arrepentimiento divino. 111 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 13.

Y cuanto más grave uno mismo considere el pecado, tanto más dispuesto estará Dios a perdonarlo y visitar al alma expulsando el pecado; porque cada uno se esfuerza más que nada por quitarse aquello que le resulta más repugnante. Y cuanto mayores y más graves sean los pecados tan infinitamente más le gustará a Dios perdonarlos y hacerlo con mayor rapidez, porque le repugnan. Y entonces, cuando el arrepentimiento divino se levanta hacia Dios, todos los pecados han desaparecido más rápidamente en el abismo divino que en un cerrar de ojos mío, y con tal de que el arrepentimiento llegue a ser perfecto, serán tan completamente aniquilados como si nunca hubieran sucedido. 112 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 13.

Muchas personas se imaginan que deberían realizar grandes obras en cuanto a cosas exteriores, como son ayunar, ir descalzo y otras actitudes por el estilo, que se llaman obras de penitencia. (Pero) la verdadera penitencia y la mejor de todas, con la cual uno logra enmendarse fuertemente y en el más alto grado, consiste en que el hombre le dé la espalda completa y perfectamente a todo aquello que no es del todo Dios ni divino en él mismo y en todas las criaturas, y que se vuelva cabal y completamente hacia su querido Dios con un amor imperturbable, de manera que su devoción y su anhelo (de encontrarlo) sean grandes. En aquella obra en la cual estás más dispuesto (a ello), eres también más justo; cuanto más aciertas en este aspecto, tanto más verdadera es la penitencia y borra proporcionalmente más pecados e incluso todo castigo. Sí, es cierto, rápido y a la brevedad podrías dar la espalda a todos los pecados con tanto vigor y tanta repugnancia verdadera y dirigirte con el mismo vigor hacia Dios que — aunque hubieras cometido todos los pecados hechos jamás desde los tiempos de Adán y a hacerse de ahora en adelante — todo esto te sería completa y absolutamente perdonado junto con el castigo, de modo que tú, si murieras en este instante, te irías a ver el rostro de Dios. 130 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 16.

El hombre que quiere y puede acercarse despreocupadamente a Nuestro Señor, en primer lugar debe averiguar si tiene la conciencia libre de todo reproche en cuanto al pecado. En segundo lugar, la voluntad del hombre ha de estar dirigida hacia Dios de manera que no pretenda ni apetezca nada que no sea Dios ni completamente divino, y que le disguste aquello que no es compatible con Dios. Justamente en este aspecto el hombre debe darse cuenta de lo alejado o cercano de Dios que se halla: depende de si posee mucho o poco de tal disposición. En tercer lugar, al hacerlo (=comulgar con frecuencia) ha de notarse en él que el amor del Sacramento y de Nuestro Señor va creciendo cada vez más y que la veneración temerosa no disminuye a causa de las frecuentes comuniones. Pues, aquello que a menudo es vida para determinada persona, para otra es mortal. Por ello debes fijarte en tu fuero íntimo (para ver) si crece tu amor hacia Dios y no se apaga tu veneración. Si haces así, cuanto más a menudo acudas al Sacramento, tanto mejor llegarás a ser y también dará un resultado tanto mejor y más útil. Y por eso, no permitas que te quiten a tu Dios con palabras o prédicas; porque, cuanto más, tanto mejor y más agradable a Dios. Pues Nuestro Señor tiene ganas de morar dentro del hombre y junto con él. 164 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 20.

He aquí lo que es necesario ante todas las cosas: que el hombre acostumbre y ejercite su entendimiento para que (se dirija) bien y perfectamente hacia Dios, así lo divino aparecerá en su interior en todo momento. Para el entendimiento no hay nada tan propio ni tan presente ni tan cercano como Dios. El (entendimiento) nunca se dirige hacia otra parte. No se vuelve hacia las criaturas a no ser que se le haga fuerza y agravio en cuyo caso es quebrantado y pervertido directamente. Luego, cuando está corrompido en un joven o en cualquier persona, hay que educarlo con grandes esfuerzos, y uno debe hacer todo cuanto pueda para acostumbrar y atraer otra vez al entendimiento. Pues, por más que Dios le sea propio y natural, una vez que se halle pervertido y afianzado en las criaturas habiéndose apropiado de sus imágenes y acostumbrado (al trato de las criaturas), se habrá debilitado tanto en esta parte y se hallará tan impotente con respecto a sí mismo, y tan contrariado en sus nobles afanes, que todo el empeño que el hombre pueda poner, resultará poco para recuperar su viejo hábito. Y aun cuando ponga todo (su esfuerzo), necesitará cuidarse continuamente. 187 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 21.

Ahora dices tú: Mira pues, Dios opera cosas muy grandes en numerosas personas y de esta manera los transubstancia mediante el ser divino y es Dios quien opera en ellos, pero no ellos. 228 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 23.

Otra cosa más (y) parecida a la anterior: Ningún recipiente puede llevar en sí dos clases de bebida. ‘Si ha de contener vino, hay que verter necesariamente el agua; el recipiente debe estar vacío y limpio. Por eso: si has de recibir divina alegría y a Dios mismo, debes necesariamente verter a las criaturas. Dice San Agustín: «Vierte para que seas llenado. Aprende a no amar para que aprendas a amar. Apártate para que seas acercado». En resumidas cuentas: Todo cuanto ha de tomar y ser capaz de recibir, debe estar vacío y tiene que estarlo. Dicen los maestros: Si el ojo cuando ve contuviera algún color, no percibiría ni el color que contenía ni otro que no contenía; pero como carece de todos los colores, conoce todos los colores. La pared tiene color y por eso no conoce ni su propio color ni ningún otro, y el color no le da placer, y el oro o el esmalte no la atraen más que el color del carbón. El ojo no contiene (color) y, sin embargo, lo tiene en el sentido más verdadero, pues lo conoce con placer y deleite y alegría. Y cuanto más perfectas y puras son las potencias del alma, tanto más perfecta y completamente recogen lo que aprehenden y tanto más reciben y sienten mayor deleite, y se unen tanto más con lo que recogen (y) esto hasta tal punto que la potencia suprema del alma, que está desembarazada de todas las cosas y no tiene nada en común con cosa alguna, no recibe nada menos que a Dios mismo en la extensión y plenitud de su ser. Y los maestros demuestran que, en cuanto a placer y deleite, nada se puede comparar a esta unión y este traspaso (de lo divino) y este deleite. Por eso dice Nuestro Señor (y es) muy notable: «Bienaventurados son los pobres en espíritu» (Mateo 5,3). Es pobre quien no tiene nada. «Pobre en espíritu» quiere decir: así como el ojo es pobre y carece de color, siendo susceptible de (ver) todos los colores, así el pobre en espíritu es susceptible de aprehender toda clase de espíritu, y el espíritu de todos los espíritus es Dios. El amor, la alegría y la paz son fruto del espíritu. Estar desnudo, ser pobre, no tener nada, hallarse vacío, (todo esto) transforma a la naturaleza: (el) vacío hace que el agua suba por la montaña y (opera) otros muchos milagros de los cuales ahora no es momento de hablar. 283 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Siendo así las cosas, el hombre puede conocer claramente por qué y a causa de qué se halla desconsolado en medio de todo su sufrimiento, molestia y perjuicio. Esto proviene única y exclusivamente del hecho de hallarse alejado de Dios sin haberse desasido de las criaturas, (un hombre) desigual a Dios y frío en cuanto al amor divino. 289 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Debe saberse también que, sin duda alguna, ya la virtud natural (y) humana es tan noble y fuerte que ninguna obra externa le resulta demasiado pesada o grande para no ponerse a prueba con ella y en ella y formarse dentro de esta (obra). Y por eso existe una obra interior que no pueden encerrar y abarcar ni (el) tiempo ni (el) espacio, y en esta (obra interior) hay algo que es divino e igual a Dios a quien no encierran ni (el) tiempo ni (el) espacio. Él está en todas partes y se halla presente de igual manera en todo momento, y (esta obra) se asemeja a Dios también en el sentido de que a Él ninguna criatura lo puede recibir por completo, ni es capaz de configurar en sí misma la bondad divina. De ahí que debe haber algo más íntimo y más elevado e increado, sin medida y sin modo, en lo cual el Padre en los cielos puede acuñar su imagen y verterse y demostrarse íntegramente: me refiero al Hijo y al Espíritu Santo. Además, nadie es capaz de impedir la obra interior de la virtud, como tampoco se pueden poner estorbos a Dios. La obra resplandece y brilla de día y de noche. Exalta y canta la loa divina y un himno nuevo según dice David: «Cantad un himno nuevo a Dios» (Salmo 95,1). Es terrestre aquella loa y Dios no ama aquellas obras que son externas y encierran (el) tiempo y (el) espacio, que son estrechas (y) pueden ser impedidas y vencidas, que se cansan y envejecen con el tiempo y la ejecución. Pero es obra (íntima): amar a Dios, querer el bien y la bondad en cuyo caso el hombre ya ha hecho todas las buenas obras que quiere y querría hacer con voluntad pura (y) cabal, asemejándose de esta manera también a Dios de quien escribe David: «Todo cuanto quiso hacer lo ha hecho y obrado ahora» (Salmo 134,6). 295 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Existe también otro indicio y símil: Dicen los maestros que por debajo del cielo hay un fuego, extendido en todo el derredor, y a causa de él ninguna lluvia ni viento ni tempestad ni tormenta pueden acercarse tanto al cielo desde abajo que algo lo pueda tocar; antes de llegar al cielo, todo se quema y se arruina por el ardor del fuego. Exactamente del mismo modo, digo yo, todo cuanto sufrimos y obramos por amor de Dios se hace dulce en la dulzura de Dios antes de llegar al corazón de aquel hombre que obra y sufre por Dios. Pues justamente esto significa la palabra que dicen: «por Dios», ya que nada llega jamás al corazón a no ser fluyendo a través de la dulzura divina en la cual pierde su amargura. Además, lo quema el fuego ardiente del amor divino que encierra en sí por doquier al corazón del hombre bueno. 321 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Pueden verse ahora la equidad y las múltiples maneras por las cuales un hombre bueno por doquier recibe consuelo en sus sufrimientos, sea padeciendo, sea actuando. De una manera sucede cuando sufre y obra por amor de Dios; de otra manera, cuando se halla dentro del amor divino. El hombre también puede conocer y saber si hace todas sus obras por amor de Dios y si se mantiene en el amor de Dios, pues seguramente, en cuanto el hombre se ve apenado y sin consuelo, en tanto no ha realizado su acción solamente por Dios y ¡mira! tampoco se mantiene siempre en el amor de Dios. Un fuego — dice el rey David —, viene con Dios y delante de Dios, que quema por doquier todo cuanto Dios halla adverso a Él mismo (Cfr Salmo 96, 3) y que le es disímil, a saber, (la) pena, (el) desconsuelo, (el) desasosiego y (la) amargura. 322 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

¡Sufrid, pues, de esta manera por amor de Dios ya que es sumamente saludable y es la bienaventuranza! «Bienaventurados» — dijo Nuestro Señor — «son los que sufren a causa de la justicia» (Mateo 5, 10). ¿Cómo puede permitir Dios, el amante de la bondad, que sus amigos, o sea (los) hombres buenos, no tengan sufrimientos continua, ininterrumpidamente? Si un hombre tuviera un amigo que aceptara sufrir durante unos pocos días para que debido a ello mereciera gran provecho, honra y comodidad para poseerlos durante mucho tiempo, (y) si (este hombre) tratara de impedirlo o si fuera su deseo de que otra persona lo impidiese, no se diría que era amigo del otro o que lo amaba. De ahí que Dios en absoluto podría permitir que sus amigos, (esa) gente buena, estuvieran jamás sin sufrimiento sino fueran capaces de sufrir no sufriendo. Toda la bondad del sufrimiento externo proviene y emana de la bondad de la voluntad, tal como he escrito arriba. Y por ende: todo cuanto un hombre bueno quiere sufrir y está dispuesto para ello y desea hacerlo por amor de Dios, lo sufre (efectivamente) ante el rostro divino y por Dios en Dios. El rey David dice en el Salterio: Estoy preparado para cualquier infortunio, y a mi dolor lo tengo siempre presente en mi corazón y ante mi rostro (Salmo 37, 18). Dice San Jerónimo que la cera pura, la cual es totalmente blanda y se presta para formar de ella y con ella cualquier cosa que se deba y quiera hacer, contiene en sí todo cuanto se puede formar con ella, aun cuando nadie la use para configurar ninguna cosa exteriormente visible. También he escrito arriba que la piedra no tiene menor peso cuando no se apoya sobre el suelo en forma exteriormente visible; todo su peso reside completamente en el hecho de que tiende hacia abajo y está dispuesta en sí misma a caer hacia abajo. Así he escrito también arriba que el hombre bueno ya en este momento ha hecho en el cielo y en la tierra todo cuanto querría hacer, asemejándose a Dios también en este aspecto. 324 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Nuestro Señor dice en el Evangelio: «Un hombre noble marchó a una tierra lejana para conquistarse un reino y volvió» (Lucas 19, 12). Con estas palabras Nuestro Señor nos enseña lo noblemente creado que es el hombre en su naturaleza, y lo divino que es aquello adonde puede llegar por la gracia, y además, cómo el hombre ha de llegar a ese punto. Estas palabras aluden también a gran parte de las Sagradas Escrituras. 347 ECKHART: TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3

Debe saberse además, que San Jerónimo dice, y también los maestros en general lo hacen, que todo hombre, desde el comienzo de su existencia humana, tiene un espíritu bueno, (o sea) un ángel y un espíritu malo, (o sea) un diablo. El ángel bueno da consejos empujando continuamente hacia aquello que es bueno, que es divino, que es virtud y celestial y eterno. El espíritu malo aconseja al hombre empujándolo siempre hacia aquello que es temporal y perecedero, y que es vicioso, malo y diabólico. Este mismo espíritu maligno charla continuamente con el hombre exterior y por intermedio de él persigue en secreto (y) en todo momento al hombre interior, de la misma manera que la serpiente charlaba con la señora Eva y por intermedio de ella con Adán, su marido. (Cfr Génesis 3, 1 ss). El hombre interior, éste es Adán. El varón en el alma es el árbol bueno que da sin cesar frutos buenos y del cual habla también nuestro Señor (Cfr Mateo 7, 17). Es también el campo en donde Dios ha sembrado su imagen y semejanza, y donde siembra la buena semilla, la raíz de toda sabiduría, de todas las artes, de todas las virtudes, de toda bondad, (o sea la) semilla de la divina naturaleza (2 Pedro 1, 4). Semilla de divina naturaleza, esto es el Hijo de Dios, la Palabra de Dios (Lucas 8, 11). 350 ECKHART: TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3

Quiero referirme aún en detalle a otro significado de lo que es el «hombre noble». Digo: Cuando el hombre, o sea el alma, el espíritu, contempla a Dios, entonces se concibe y se conoce también como cognoscitivo, es decir, él conoce que contempla y conoce a Dios. Ahora bien, algunas personas se han imaginado — y parece muy plausible — que la flor y el núcleo de la bienaventuranza residen en (ese) conocimiento donde el espíritu conoce el hecho de conocer a Dios; pues, si yo tuviera todo el gozo imaginable sin saber que lo tenía ¿para qué me serviría y qué gozo sería para mí? Pero yo digo con toda certeza que no es así. Unicamente es verdad que el alma sin esto probablemente no sería bienaventurada, pero la bienaventuranza no reside en ello; pues lo primero en que reside la bienaventuranza es el hecho de que el alma contemple a Dios desnudo. Ahí recibe todo su ser y vida y saca todo cuanto es, del fondo divino y no sabe nada ni del saber ni del amor ni de cualquier otra cosa. Ella se sosiega entera y exclusivamente en el ser de Dios, no sabe de nada que no sea el ser y Dios. Mas, cuando sabe y conoce que contempla, conoce y ama a Dios, este hecho constituye según el orden natural un éxodo y un retorno con respecto a lo primero, porque nadie se conoce como blanco fuera de quien es realmente blanco. Por lo tanto, quien se reconoce Como blanco, se basa en el ser-blanco y construye sobre él y no saca su conocimiento inmediatamente y antes de saber el color del mismo, sino que saca el conocimiento y el saber del color de aquello que en este momento es blanco, y no toma el conocimiento exclusivamente del color en sí, antes bien, toma el conocimiento y el saber de lo teñido o de lo blanco y se conoce a sí mismo como blanco. Lo blanco es algo muy inferior y mucho más externo que el ser-blanco (o sea, la blancura). Una cosa es la pared y muy otra el fundamento sobre la cual se halla construida la pared. 367 ECKHART: TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3

Ahora has de saber que Dios, antes de existir el mundo, se ha mantenido — y sigue haciéndolo — en este desasimiento inmóvil, y debes saber (también): cuando Dios creó el cielo y la tierra y todas las criaturas, (esto) afectó su desasimiento inmóvil tan poco como si nunca criatura alguna hubiera sido creada. Digo más todavía: Cualquier oración y obra buena que el hombre pueda realizar en el siglo, afecta el desasimiento divino tan poco como si no hubiera ninguna oración ni obra buena en lo temporal, y a causa de ellas Dios nunca se vuelve más benigno ni mejor dispuesto para con el hombre que en el caso de que no hiciera nunca ni una oración ni las obras buenas. Digo más aún: Cuando el Hijo en la divinidad quiso hacerse hombre y lo hizo y padeció el martirio, esto afectó el desasimiento inmóvil de Dios tan poco como si nunca se hubiera hecho hombre. Ahora podrías decir: Entonces oigo bien que todas las oraciones y todas las buenas obras se pierden (=son inútiles) porque Dios no se ocupa de ellas (en el sentido de) que alguien lo pueda conmover con ellas y, sin embargo, se dice que Dios quiere que se le pidan todas las cosas. En este punto deberías escucharme bien y comprender perfectamente — siempre que seas capaz de hacerlo — que Dios en su primera mirada eterna — con tal de que podamos suponer una primera mirada — miró todas las cosas tal como sucederían, y en esta misma mirada vio cuándo y cómo iba a crear a las criaturas y cuándo el Hijo quería hacerse hombre y debía padecer; vio también la oración y la buena obra más insignificante que alguien iba a hacer, y contempló cuáles de las oraciones y devociones quería o debía escuchar; vio que mañana tú lo invocarás y le pedirás con seriedad, y esta invocación y oración Dios no las quiere escuchar mañana, porque (ya) las ha escuchado en su eternidad antes de que tú te hicieras hombre. Mas, si tu oración no es ferviente y carece de seriedad, Dios no te quiere rechazar ahora, porque (ya) te ha rechazado en su eternidad. Y de esta manera Dios ha contemplado con su primera mirada eterna todas las cosas, y Dios no obra nada de nuevo porque todas son cosas pre-operadas. Y de este modo Dios se mantiene, en todo momento, en su desasimiento inmóvil y, sin embargo, por eso no son inútiles la oración y las buenas obras de la gente, pues quien procede bien, recibe también buena recompensa, quien procede mal, recibe también la recompensa que corresponde. Esta idea la expresa San Agustín en «De la Trinidad», en el último capítulo del libro quinto, donde dice lo siguiente: «Deus autem», etcétera, esto quiere decir: «No quiera Dios que alguien diga que Dios ama a alguna persona de manera temporal, porque para Él nada ha pasado y tampoco es venidero, y Él ha amado a todos los santos antes de que fuera creado el mundo, tal como los había previsto. Y cuando llega el momento de que Él hace visible en el tiempo lo contemplado por Él en la eternidad, la gente se imagina que Dios les ha dispensado un nuevo amor; (mas) es así: cuando Él se enoja o hace algún bien, nosotros cambiamos y Él permanece inmutable, tal como la luz del sol permanece inmutable en sí misma». A idéntica idea alude Agustín en el cuarto capítulo del libro doce de «De la Trinidad» donde dice así: «Nam deus non ad tempus videt, nec aliquid fit novi in eius visione», «Dios no ve a la manera temporal y tampoco surge en Él ninguna visión nueva». A este pensamiento se refiere también Isidoro en el libro «Del bien supremo», donde dice lo siguiente: «Mucha gente pregunta: ¿Qué es lo que hizo Dios antes de crear el cielo y la tierra, o cuándo surgió en Dios la nueva voluntad de crear a las criaturas?» Y contesta así: «Nunca surgió una nueva voluntad en Dios, pues si bien es así que la criatura en ella misma no existía», como lo hace ahora, «existía, sin embargo, en Dios y en su razón desde la eternidad». Dios no creó el cielo y la tierra tal como nosotros decimos en el transcurso del tiempo: «¡Hágase esto!» porque todas las criaturas están enunciadas en la palabra eterna. A este respecto podemos alegar también lo dicho por Nuestro Señor a Moisés, cuando Moisés le dijera a Nuestro Señor: «Señor, si Faraón me pregunta quién eres ¿qué debo contestarle?», entonces respondió Nuestro Señor: «Dile pues que, El que es, me ha enviado» (Cfr Exodo 3, 13 s) Esto significa lo mismo que: El que es inmutable en sí mismo, me ha enviado. 384 ECKHART: TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3

Mas, ahora pregunto yo: ¿ cuál es la oración del corazón desasido? Contesto diciendo que la pureza desasida no puede rezar, pues quien reza desea que Dios le conceda algo o solicita que le quite algo. Ahora bien, el corazón desasido no desea nada en absoluto, tampoco tiene nada en absoluto de lo cual quisiera ser librado. Por ello se abstiene de toda oración, y su oración sólo implica ser uniforme con Dios. En esto se basa toda su oración. En este sentido podemos traer a colación lo dicho por San Dionisio con respecto a la palabra de San Pablo donde éste dice: «Son muchos quienes corren detrás de la corona y, sin embargo, uno solo la consigue» (Cfr 1 Cor 9, 24) — todas las potencias del alma corren para obtener la corona y, sin embargo, la consigue sólo la esencia — Dionisio dice pues: La carrera no es otra cosa que el apartamiento de todas las criaturas y el unirse dentro de lo increado. Y el alma, cuando llega a esto, pierde su nombre y Dios la atrae hacia su interior de modo que se anonada en sí misma, tal como el sol atrae hacia sí el arrebol matutino de manera que éste se anonada. A tal punto nada lo lleva al hombre a excepción del puro desasimiento. A este respecto podemos referirnos también a la palabra pronunciada por Agustín: El alma tiene una entrada secreta a la naturaleza divina donde se le anonadan todas las cosas. En esta tierra la tal entrada no es sino el desasimiento puro. Y cuando el desasimiento llega a lo más elevado, se vuelve carente de conocimiento a causa del conocimiento, y carente de amor a causa del amor y oscura a causa de la luz. En este sentido podemos citar también lo dicho por un maestro: Los pobres en espíritu son aquellos que le han dejado a Dios todas las cosas, tal como las tenía cuando nosotros todavía no existíamos. Semejante cosa no la puede hacer nadie sino un corazón acendradamente desasido. El que Dios prefiera morar en un corazón desasido antes que en todos los corazones, lo conocemos por lo siguiente: Si tú me preguntas: ¿Qué es lo que Dios busca en todas las cosas? te contesto (con una cita) del Libro de la Sabiduría; allí dice: «¡Busco descanso en todas las cosas!» (Eclesiástico 24, 11). Mas no hay descanso absoluto en ninguna parte con la única excepción del corazón desasido. Por eso Dios prefiere morar allí antes que en otras virtudes o en cualquier cosa. Has de saber también: Cuanto más se empeñe el hombre en ser susceptible del influjo divino, tanto más bienaventurado será; y quien es capaz de ubicarse dentro de la disposición más elevada, se mantiene también en la bienaventuranza suprema. Ahora bien, ningún ser humano se puede hacer susceptible del influjo divino si no tiene uniformidad con Dios, porque en la medida en que cada cual es uniforme con Dios, en la misma medida es susceptible del influjo divino. Ahora bien, la uniformidad proviene del hecho de que el hombre se somete a Dios; y en la medida en la cual el hombre se somete a las criaturas, en la misma medida es menos uniforme con Dios. Pues bien, el corazón acendradamente desasido se abstiene de todas las criaturas. Por lo tanto se halla completamente sometido a Dios y por eso se mantiene en suprema uniformidad con Dios y es también lo más susceptible del influjo divino. En esto pensó San Pablo cuando dijo: «¡Revestíos de Jesucristo!» (Rom 13, 14), y lo que quiere decir es: en uniformidad con Cristo, y esto de revestirse no puede suceder sino mediante la uniformidad con Cristo. Y sabe: Cuando Cristo se hizo hombre no tomó para sí (el ser de) determinado hombre sino la naturaleza humana. Deshazte, pues, de todas las cosas, entonces queda sólo aquello que tomó Cristo, y de esta manera te has revestido de Cristo. 387 ECKHART: TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3

He mencionado, además, que Nuestro Señor dijo a la gente que vendía palomas: «¡Quitad esto de aquí, sacadlo!» A esas personas no las expulsó ni las increpó mucho, sino que dijo muy amigablemente: «¡Quitad esto de aquí!», como si hubiera querido decir: Esto, si bien no es malo, trae obstáculos para la verdad pura. Esas personas son todas personas buenas que hacen sus obras exclusivamente por amor de Dios y no buscan en ellas nada de lo suyo, pero las hacen con apego al propio yo, al tiempo y al número, al antes y al después. (Entonces) esas obras les impiden (alcanzar) la verdad óptima es decir, que deberían ser libres y desasidos tal como Nuestro Señor Jesucristo es libre y desasido y, en todo momento, se recibe como nuevo de su Padre celestial, sin cesar y en forma atemporal, y al mismo instante y sin cesar renace otra vez (y) del todo, con loa agradecida, en la majestad paterna, con dignidad igual (a la del Padre). De la misma manera debería comportarse el hombre que querría hacerse susceptible de la verdad suma y vivir en ella sin «antes» ni «después», y sin que se lo impidieran todas las obras y todas aquellas imágenes de las que en algún momento ha tenido conciencia, de modo que volvería a recibir en este instante y con absoluta libertad el don divino y lo haría renacer en Nuestro Señor Jesucristo sin trabas (y) a esa misma luz, con loa agradecida. De este modo, las palomas habrían desaparecido, es decir, los obstáculos y el apego al yo en todas esas obras, buenas por lo demás, con las cuales el hombre no busca lo suyo. Por eso dijo Nuestro Señor muy amigablemente: «¡Quitad esto de aquí, sacadlo!», como si hubiera querido decir: Está bien, pero trae obstáculos. 409 ECKHART: SERMONES: SERMÓN I 3

¿Quiénes son los que de tal manera son iguales? Quienes no se igualan a nada, sólo ésos son iguales a Dios. El ser divino no se iguala a nada; en Él no hay ni imagen ni forma. A las almas que se (le) igualan de tal modo, el Padre les da en forma igual y no les escatima nada. Cuanto el Padre es capaz de hacer, lo da a esta alma de modo igual, por cierto, siempre y cuando ella no se asemeje más a sí misma que a otra persona, y no ha de hallarse más cerca de sí misma que de otro. Su propio honor, su provecho y cualquier cosa suya, no los debe apetecer más ni prestarles mayor atención que a los de un forastero. Cualquier cosa — ya sea buena, ya sea mala — que pertenezca a alguien no le ha de resultar ni ajena ni alejada. Todo el amor de este mundo está erigido sobre el amor propio. Si hubieras renunciado a este último, habrías renunciado al mundo entero. 513 ECKHART: SERMONES: SERMÓN VI 3

Dije en el colegio que el entendimiento es más noble que la voluntad y ambos, sin embargo, tienen su lugar en esa luz. Entonces, un maestro dijo en otro colegio que la voluntad era más noble que el entendimiento, porque la voluntad toma las cosas tales como son en sí mismas; el entendimiento, (en cambio), toma las cosas tales como son en él mismo. Esto es verdad. Un ojo es más noble en sí mismo que un ojo pintado en una pared. Pero yo digo que (el) entendimiento es más noble que (la) voluntad. (La) voluntad toma a Dios bajo la vestimenta de la bondad. (El) entendimiento toma a Dios desnudo, tal como se halla despojado de la bondad y del ser. La bondad es una vestimenta por debajo de la cual Dios se halla escondido, y la voluntad toma a Dios bajo esa vestimenta de la bondad. Si no hubiera bondad en Dios, mi voluntad no lo querría. Si alguien quisiera vestir a un rey, en el día en que iban a hacerlo rey, y lo vistiera con indumentaria gris, no lo habría vestido bien. Yo no soy bienaventurado porque Dios es bueno. Tampoco quiero pedir nunca que Dios en su bondad me haga bienaventurado, porque Él no sería capaz de hacerlo. Soy bienaventurado únicamente porque Dios es racional y porque yo conozco este hecho. Dice un maestro: Es (el) entendimiento de Dios del que depende enteramente el ser del ángel. Se pregunta ¿dónde se halla muy propiamente dicho la esencia de la imagen: en el espejo o en aquel de quien proviene? Hablando con mayor propiedad: en aquel de quien proviene. La imagen se halla en mí, (sale) de mí y (va) hacia mí. El espejo, mientras se encuentra exactamente enfrente de mi rostro, contiene mi imagen; si el espejo se cayera, la imagen se desvanecería. El ser del ángel depende de que tenga presente el entendimiento divino en el cual se conoce. 564 ECKHART: SERMONES: SERMÓN IX 3

«Para Isabel llegó el tiempo (de su alumbramiento) y dio a luz a un hijo. Su nombre es Juan. Entonces dijo la gente: ¿Qué maravilla llegará a ser este niño? Pues la mano de Dios está con él» (Lucas 1, 57; 63; 66). En un escrito se dice: Éste es el don máximo, que somos hijos de Dios y que Él engendra en nosotros a su Hijo (véase 1 Juan 3, 1). El alma que pretende ser hijo de Dios no debe alumbrar nada en sí, y en aquella en la que habrá de nacer el Hijo de Dios, no debe engendrarse nada más. La intención máxima de Dios consiste en engendrar. Nunca se contenta, a no ser que engendre en nosotros a su Hijo. El alma tampoco se da por satisfecha en manera alguna, si no nace en ella el Hijo de Dios. Y de ahí surge la gracia. Ahí se infunde (la) gracia. (La) gracia no obra; su devenir es su obra. Fluye desde el ser divino y fluye en el ser del alma, mas no en las potencias. 596 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XI 3

Dan motivo para lamentarse ciertas personas que se imaginan haber llegado a un punto muy alto y estar muy unidos con Dios y, sin embargo, todavía no se han desasido en absoluto y aún se aferran a nonadas en (el) amor y en (la) pena. Están muy alejados de lo que se imaginan (ser). Ambicionan muchas cosas y pretenden otro tanto. Alguna vez dije yo: Quien busca (la) nada ¿a quién puede quejarse por haber encontrado (la) nada? Si encontró lo que buscaba. Quien busca o ambiciona una cosa cualquiera, busca y ambiciona (la) nada, y quien pide una cosa cualquiera recibe (la) nada. Pero quien no busca ni ambiciona nada fuera de Dios solo, a éste Dios le descubre y da todo cuanto tiene escondido en su corazón divino para que le sea tan propio como es propiedad de Dios, ni más ni menos, con tal de que tienda inmediatamente hacia Dios solo. El que el enfermo no saboree la comida y el vino ¿es de sorprender? Pues, él no percibe el sabor peculiar del vino y de la comida. La lengua tiene una saburra y una capa con las cuales percibe, y éstas son amargas según el carácter enfermizo de la dolencia. (La comida y la bebida) todavía no han llegado hacia donde se las debía saborear; al enfermo le parecen amargas y él tiene razón, porque han de ser amargas debido a la saburra y la capa. Si no se quita esta capa, nada tiene su sabor propio. Mientras no se nos haya quitado la «capa», nunca saborearemos a Dios en su peculiaridad, y nuestra vida a menudo nos resultará penosa y amarga. 602 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XI 3

Son tres las cosas que nos impiden escuchar la palabra eterna. La primera es (la) corporalidad, la segunda (la) multiplicidad, la tercera (la) temporalidad. Si el hombre hubiera avanzado más allá de estas tres cosas, viviría en la eternidad y viviría en el espíritu y viviría en la unidad y en el desierto, y allí escucharía la palabra eterna. Ahora dice Nuestro Señor: «Nadie escuchará mi palabra ni mi doctrina a no ser que haya renunciado a sí mismo» (Cfr Lucas 14, 26). Pues, quien ha de escuchar la palabra de Dios, debe estar completamente desasido. Lo mismo que escucha, es lo mismo que es escuchado en la Palabra eterna. Todo cuanto enseña el Padre eterno, es su esencia y su naturaleza y su entera divinidad; esto nos lo revela todo a la vez en su Hijo unigénito y nos enseña que somos el mismo hijo. El hombre que se hubiera desasido tanto de sí mismo que fuese el hijo unigénito, poseería lo que posee el Hijo unigénito. Cuanto obra Dios y cuanto enseña, lo obra y enseña todo en su Hijo unigénito. Dios hace todas sus obras a fin de que seamos el hijo unigénito. Cuando Dios ve que somos el hijo unigénito, Dios se inclina tan afanosamente hacia nosotros y se apresura tanto y hace como si su ser divino se quisiera quebrar y deshacer en sí mismo, para revelarnos todo el abismo de su divinidad y la plenitud de su ser y de su naturaleza; Dios está apurado para que eso sea propiedad nuestra tal como lo posee Él. Ahí Dios siente (el) placer y (el) deleite en su plenitud. Ese hombre se halla inmerso en el conocimiento y el amor de Dios y no será sino lo que es Dios mismo. 614 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XII 3

Lo más elevado y lo extremo a que puede renunciar el hombre, consiste en que renuncie a Dios por amor de Dios. Pues bien, San Pablo renunció á Dios por amor de Dios, renunció a todo cuanto podía tomar de Dios y renunció a todo cuanto Dios podía darle y a todo cuanto podía recibir de Dios. Cuando renunció a ello, renunció a Dios por amor de Dios, y entonces Dios quedó para él tal como es esencialmente en sí mismo (y) no según su modo de ser recibido o conquistado, sino en su esencia primigenia que es Dios en sí mismo. Él nunca le dio nada a Dios, ni recibió jamás nada de Dios; se trata de una sola cosa y una unión pura. Allí, el hombre es hombre verdadero y en tal hombre no entra ninguna pena como tampoco puede entrar, en el ser divino; según ya he dicho varias veces que hay en el alma un algo tan afín a Dios que es uno sin estar unido. Es uno, no tiene nada en común con nada, ni le resulta común ninguna cosa de todo cuanto ha sido creado. Todo lo creado es (una) nada. Esto (de que hablo) está alejado de toda criaturidad y le resulta ajeno. Si el hombre fuera exclusivamente así, sería completamente increado e increable; si todo aquello que es corpóreo y achacoso, se hallara así comprendido en la unidad, no se distinguiría de la unidad misma. Si me hallara por un solo instante en este ser, cuidaría tan poco de mí mismo como de un gusanito de estiércol. 617 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XII 3

El hombre que de tal modo se conserva apegado a la voluntad de Dios, no quiere nada fuera del ser divino y de la voluntad de Dios. Si estuviera enfermo, no querría estar sano. Toda pena es una alegría para él, toda multiplicidad es para él una sencillez y unidad, siempre y cuando se conserve apegado a la voluntad de Dios como es debido. Ah sí, aunque se vinculara a ello el suplicio infernal, para él sería una alegría y una felicidad. Es libre y se ha desasido de sí mismo y debe ser libre de todo cuanto ha de recibir. Si mi ojo ha de ver el color, debe ser libre de todo color. Si veo el color azul o el blanco, entonces la Vista que ve el color, o sea justamente aquello que ve, es lo mismo que es visto por el ojo. El ojo con el cual veo a Dios, es el mismo ojo con el cual me ve Dios; mi ojo y el de Dios son un solo ojo y una sola visión y un solo conocer y un solo amar. 620 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XII 3

Pues bien, dice Juan que vio un corderito de pie sobre la montaña. Yo digo: Juan era, él mismo, la montaña sobre la cual vio al corderito, y quien quiere ver al cordero divino tiene que ser, él mismo, la montaña y llegar a lo más elevado y acendrado de su ser. En segundo lugar, si él dice que vio al corderito sobre la montaña (resulta que): cualquier cosa que está parada sobre otra, toca con su parte más baja la más alta de la de abajo. Dios toca todas las cosas, mas Él permanece intacto. Por encima de todas las cosas Dios es una permanencia (instan) en Él mismo y su permanencia en sí mismo sostiene a todas las criaturas. Todas las criaturas tienen una parte superior y otra inferior. Esto no lo tiene Dios. Él se halla por encima de todas las cosas y nada lo toca en ninguna parte. Cualquier criatura está buscando siempre fuera de sí, en las otras, aquello que ella no tiene: Dios no procede así. Dios no busca nada fuera de Él. Todo aquello que tienen todas las criaturas, lo tiene Él dentro de sí. Él es el suelo (y) el anillo (=vínculo) de todas las criaturas. Bien es cierto que una es anterior a otra o por lo menos que una nace de otra. Sin embargo, ésta no le entrega su (propio) ser: retiene algo de lo suyo. (Mas) Dios es una simple «permanencia», un «asentamiento» en sí mismo. De acuerdo con la nobleza de su natura, toda criatura se brinda tanto más hacia fuera, cuanto más se asienta en sí misma. Una piedra sencilla, por ejemplo, una toba, no da testimonio de nada fuera de que es una piedra. Mas una piedra preciosa que tiene gran fuerza a causa de su «permanencia», de su «asentamiento» en sí misma, levanta al mismo tiempo la cabeza y mira en su derredor. Dicen los maestros que ninguna criatura tiene tanto «asentamiento» en sí misma como lo tienen el cuerpo y el alma, y eso que nada sale tanto de sí mismo como el alma en su parte superior. 649 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XIII 3

Ahora digo yo: ¿Cómo puede ser que el desasimiento del conocimiento conoce en sí mismo todas las cosas sin forma e imagen, sin que se dirija hacia fuera y se transforme él mismo? Digo que proviene de su simplicidad, porque el hombre, cuanto más puramente simplificado se halla en sí mismo, con tanta más simplicidad conoce toda la multiplicidad en él mismo y se mantiene inmutable en sí mismo. Dice Boecio: Dios es un bien inmovible que se mantiene tranquilo en sí mismo, intacto e inmóvil, y que mueve todas las cosas. Un conocimiento simple es tan acendrado en sí mismo que comprende de inmediato al ser divino, puramente desnudo. Y gracias a esta influencia (del ser divino) recibe naturaleza divina al igual que los ángeles, hecho éste que a ellos les da gran alegría. A cambio de poder ver a un solo ángel, uno querría pasar mil años en el infierno. Este conocimiento es tan acendrado y tan claro en sí mismo, que todo cuanto se vería a esta luz, se convertiría en ángel. 680 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XV 3

Nuestro Señor se dirigió a una ciudad, llamada Naín, y con Él iban una muchedumbre y también los discípulos. Cuando llegó al portón (de la ciudad) estaban sacando de ahí a un joven muerto, hijo único de una viuda. Nuestro Señor se acercó y tocó el féretro donde yacía el muerto, y dijo: «Joven, yo te digo ¡levántate!». El joven se incorporó y en seguida comenzó a hablar gracias a (su inherente) semejanza (con el Verbo divino = Cristo), diciendo que había resucitado merced a la Palabra eterna (Lucas 7, 11 a 15). 735 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XVIII 3

Dicen los maestros que en el arco iris los colores amarillo y verde se unen el uno al otro tan parejamente que no hay ningún ojo dotado de vista tan aguda que sea capaz de percibir (la transición); tan parejamente obra la naturaleza, y se parece con ello al primer efluvio violento, al cual los ángeles todavía se asemejan en forma tal que Moisés no se animó a escribir sobre ello a causa de la (poca) comprensión de la gente imperfecta, para que no adorasen a ellos (=los ángeles): tanto se asemejan al primer efluvio violento. Dice un maestro muy eminente que el ángel supremo de los espíritus (=inteligencias) se halla tan cerca del primer efluvio violento y encierra en sí una parte tan grande de la semejanza divina y del poder divino que él creó todo este mundo y además todos los ángeles que se encuentran por debajo de él. Esta (idea) encierra la buena enseñanza de que Dios es tan alto y tan puro y tan simple que influye en su criatura más elevada de modo tal que ella obra (revestida) de su poder, así como un trinchante obra como apoderado del rey y gobierna su país. Dice: «Pronto descansaré de nuevo en la ciudad santificada y bendecida». 737 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XVIII 3

¿Quién ha preparado este banquete? «Un hombre». ¿Sabes cómo se llama? El hombre innominado. Este hombre envió a su criado. Ahora bien, San Gregorio dice: A este criado lo representan los predicadores. (Interpretándolo) en otro sentido, los ángeles son este criado. En tercer lugar, este criado es, así me parece a mí, la chispita del alma, que fue creada por Dios y es una luz impresa desde arriba y una imagen de la naturaleza divina que en todo momento está luchando contra todo cuanto no es divino, y no es una potencia del alma — como opinaban algunos maestros — y siempre es propensa a lo bueno, incluso en el infierno es propensa a lo bueno. Dicen los maestros: Esta luz tiene una naturaleza tal que posee un afán constante y se llama sindéresis, y esto significa una relación y un apartamiento. Tiene dos actuaciones. Una consiste en una hostilidad empedernida contra todo cuanto no es puro. La otra actuación consiste en que persuade continuamente (a dirigirse) hacia lo bueno; y esto lo lleva el alma inmediatamente impreso… incluso en quienes se hallan en el infierno. Por eso, es una cena grande. 766 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XX a 3

El amo envió a sus criados (Lucas 14, 17). San Gregorio dice que estos «criados» son la Orden de los Predicadores. Yo hablo de otro criado, que es el ángel. Por lo demás, queremos hablar de un criado, al cual ya me he referido varias veces, y que es el entendimiento en la periferia del alma donde toca la naturaleza angelical, siendo una imagen de Dios. Dentro de esta luz, el alma se halla unida con los ángeles y (hasta) con aquellos ángeles que han caído al infierno y quienes, sin embargo, han conservado la nobleza de su natura. Ahí se encuentra esta chispita, desnuda, erguida sin sufrimiento alguno, dentro del ser divino. Ella (=el alma) se asemeja también a los ángeles buenos que operan continuamente en Dios, y reciben de Dios y devuelven a Dios todas sus obras, tomando a Dios de Dios en Dios. A estos ángeles buenos se asemeja la chispita del entendimiento que fue creada por Dios sin mediación alguna, (y que es) una luz flotante por encima (de las cosas) y una imagen de la naturaleza divina y (fue) creada por Dios. Esta luz el alma la lleva en sí. Dicen los maestros que en el alma existe una potencia llamada sindéresis, pero no es así. Esta última significa algo así como una cosa que adhiere en todo momento a Dios sin pretender nunca nada malo. (Incluso) en el infierno tiene disposición para el bien; dentro del alma lucha contra todo cuanto no es puro ni divino, e invita sin cesar a (concurrir) a ese banquete. 780 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XX b 3

Por eso dice: «Envió a sus criados para que concurrieran (los invitados); que todo estaba preparado» (Lucas 14, 17). Nadie necesita preguntar qué es lo que recibe con el Cuerpo de Nuestro Señor. La chispita que se halla dispuesta a recibir el Cuerpo de Nuestro Señor, se encuentra siempre en el ser divino. Dios se entrega todo nuevo al alma en un devenir (continuo). Él no dice «ha llegado a ser» o «llegará a ser», sino que todo es (siempre) nuevo y fresco como un devenir sin fin. 781 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XX b 3

Algunas veces, caminando hasta acá, estuve pensando que el hombre en la existencia temporal podía llegar a ejercer coacción sobre Dios. Si yo estuviera parado aquí arriba y le dijera a alguien: «¡Sube arriba!», esto sería difícil (para él). Pero si dijera: «¡Siéntate aquí!», esto sería fácil. Así procede Dios. Cuando el hombre se humilla, Dios en su bondad, propia (de Él), no puede menos que descender y verterse en ese hombre humilde, y al más modesto se le comunica más que a ningún otro y se le entrega por completo. Lo que da Dios es su esencia y su esencia es su bondad y su bondad es su amor. Toda la pena y todo el placer provienen del amor. En el camino, cuando debía venir para acá, se me ocurrió que sería preferible no venir porque quedaría empapado (de lágrimas) por amor. Dejemos de hablar sobre cuándo vosotros (alguna vez) quedasteis empapados (de lágrimas) por amor. Placer y pena provienen del amor. El hombre no debe temer a Dios, pues quien lo teme, huye de Él. Este temor es un temor nocivo. (Pero) es recto el temor cuando uno teme perder a Dios. El hombre no ha de temerlo sino amarlo, porque Dios ama al hombre con su entera (y) suprema perfección. Dicen los maestros que todas las cosas tienden voluntariamente a engendrar y a asemejarse al Padre, y dicen: La tierra huye del cielo; si huye hacia abajo, llega desde abajo al cielo; si huye hacia arriba, llega a la parte más baja del cielo. La tierra no puede huir a un lugar tan bajo que el cielo no fluya en ella y le imprima su fuerza y la fecundice, lo quiera ella o no. Así le sucede también al hombre que cree huir de Dios y, sin embargo, no puede huir de Él; todos los rincones lo revelan. Cree huir de Dios y corre a su seno. Dios engendra en ti a su Hijo unigénito, te guste o te disguste, duermas o estés despierto; Él hace lo que es propio. Pregunté el otro día qué es lo que tiene la culpa de que el hombre no lo sienta, y afirmé diciendo: La culpa reside en que su lengua lleva pegada otra suciedad, es decir, las criaturas; sucede exactamente lo mismo con una persona a la que cualquier clase de comida le resulta amarga y no le gusta. ¿Qué es lo que tiene la culpa de que no nos guste la comida? La falla reside en la falta de sal. La sal es el amor divino. Si tuviéramos el amor divino, nos gustaría Dios y todas las obras hechas por Él en cualquier momento, y recibiríamos todas las cosas de Dios y todos haríamos las mismas obras que hace Él. En esta igualdad somos todos un hijo único. 820 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXII 3

Es como un principio natural en todas las cosas que las superiores fluyen en las inferiores, en tanto que las inferiores se hallan dirigidas hacia las superiores. Porque las superiores nunca reciben de las inferiores, sino que las inferiores reciben de las superiores. Como Dios se halla por encima del alma, Dios es en todo momento El que fluye en el alma sin poder escapársele nunca. El alma sí se le escapa, mas, mientras el hombre se mantiene por debajo de Dios recibe el influjo pura e inmediatamente y no se halla por debajo de ninguna otra cosa: ni del miedo ni del amor ni de la pena ni de cosa alguna que no sea Dios. Pues bien, sométete del todo a Dios, entonces recibirás el influjo divino total y puramente. ¿Cómo recibe el alma de Dios? El alma no recibe nada de Dios como cosa extraña, tal como el aire recibe (la) luz del sol, pues aquél recibe sobre la base de la extrañeza. Pero el alma no recibe a Dios sobre la base de la extrañeza, ni como (si se hallara) por debajo de Dios, porque aquello que se encuentra por debajo de otro, tiene carácter de extraño y alejado. Dicen los maestros que el alma recibe como luz de la luz porque ahí no hay ni extrañeza ni lejanía. 848 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIV 3

Hay un algo en el alma, donde Dios se halla en su desnudez, y los maestros dicen que es innominado y no tiene nombre propio. Es y, sin embargo, no tiene ser propio porque no es ni esto ni aquello, ni acá ni allá, porque lo que es, lo es en Otro (= el ser divino) y Aquello (= lo Otro) en éste; ya que cuanto es, lo es en Aquello y Aquello en él. Porque Aquello fluye en éste (= «un algo») y éste en Aquello y ahí (= en este algo en el alma) — opina él (San Pablo) —: ¡Ubicaos en Dios, en (la) bienaventuranza! Porque ahí adentro el alma recoge toda su vida y ser, y ahí bebe su vida y ser; ya que éste se halla totalmente en Dios y lo demás (propio del alma) acá afuera, y por ello el alma se encuentra todo el tiempo en Dios en cuanto a este (algo), a no ser que lo lleve hacia fuera o lo extinga dentro de sí. 849 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIV 3

Dice un maestro que este (algo) se halla en presencia de Dios de manera tal que nunca puede darle la espalda a Dios y Él le resulta siempre presente en su interior. Yo digo que Dios eternamente, sin cesar, ha estado en este (algo), y para que el hombre en él sea uno con Dios, no hace falta (la) gracia, porque (la) gracia es criatura, pero allí la criatura no tiene nada que ver; ya que en el fondo del ser divino, donde las tres personas son un solo ser, ella (el alma) es uno (con Dios) conforme al fondo. Por eso, si quieres, todas las cosas y Dios te pertenecen. Esto quiere decir: Renuncia a ti mismo y a todas las cosas y a todo cuanto eres en ti mismo, y acéptate de acuerdo con lo que eres en Dios. 850 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIV 3

Pues bien, dijo Nuestro Señor: «No os he llamado siervos, os he llamado amigos, porque el siervo no sabe qué es lo que quiere su Señor» (Juan 15,15). También mi amigo podría saber algo que yo no sabía, por cuanto no querría comunicármelo. Mas Nuestro Señor dijo: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado». Me sorprende, pues, que algunos frailes, que pretenden ser muy doctos y grandes frailes, se contenten tan pronto y se dejen engañar. Al referirse a la palabra que dijo Nuestro Señor: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado»… quieren interpretarla diciendo que nos ha revelado cuanto nos hace falta para nuestra eterna bienaventuranza, mientras «estamos en camino». Yo no opino que se deba interpretar así, porque no es verdad. Dios ¿por qué se hizo hombre? Para que yo mismo naciera como el mismo Dios. Dios murió para que yo muriera para todo el mundo y todas las cosas creadas. Así hay que interpretar la palabra pronunciada por Nuestro Señor: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado». ¿Qué es lo que el Hijo escucha de su Padre? El padre no puede sino engendrar, el Hijo no puede sino nacer. Todo cuanto el Padre tiene y cuanto es, (o sea) la esencia abismal del ser divino y de la naturaleza divina, lo engendra todo en su Hijo unigénito. Esto es lo que el Hijo escucha del Padre, esto es lo que nos ha revelado para que seamos (cada uno) el mismo hijo. Todo cuanto tiene el Hijo, o sea, el ser y la naturaleza, lo tiene de su Padre, para que seamos (cada uno) el mismo hijo unigénito. (Por otra parte), nadie tiene el Espíritu Santo si no es el hijo unigénito. (Pues), allí donde se hace espíritu al Espíritu Santo, lo hacen espíritu el Padre y el Hijo; porque esto es esencial y espiritual. Puedes recibir, por cierto, los dones del Espíritu Santo o la semejanza con el Espíritu Santo; pero no permanece en tu interior, es inestable. Sucede lo mismo cuando una persona se ruboriza por vergüenza y (luego) palidece; es un accidente y pasajero. Mas el hombre que es rubicundo y hermoso por naturaleza, siempre sigue siéndolo. Así (también) le pasa al hombre que es el hijo unigénito: el Espíritu Santo permanece en él esencialmente. Por eso está escrito en el Libro de la Sabiduría: «Hoy te he engendrado» al reflejo de mi luz eterna, en la plenitud y «en la claridad de todos los santos» (Cfr Salmos 2,7; 109,3). Lo engendra ahora y «hoy». Ahí se está de parto en la divinidad, ahí se los «bautiza en el Espíritu Santo» — «ésta es la promesa que les ha hecho el Padre» —. «Luego de estos días que no son muchos sino pocos»: esto es la «plenitud de la divinidad» (Cfr Col 2, 9) donde no hay ni día ni noche; aquello que se halla a (una distancia de) mil millas, allí se encuentra tan cerca de mí como el lugar donde estoy parado ahora, allí hay plenitud y magnificencia de toda la divinidad, allí hay unidad. El alma, mientras percibe (aún) cualquier diferencia, anda mal; mientras todavía hay algo que mira hacia fuera o hacia dentro, no hay unidad. María Magdalena buscaba a Nuestro Señor en la tumba, buscaba a un muerto y encontró a dos ángeles vivos; por eso se sintió aún desconsolada. Entonces dijeron los ángeles: «¿De qué te preocupas? ¿Qué estás buscando? Un muerto y encuentras a dos vivos». Entonces dijo ella: «Justamente esto es mi desconsuelo que yo encuentre a dos y, sin embargo, busco a uno solo». (Cfr Juan 20,11 ss). 934 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIX 3

Es muy extraño el hecho de que algo emane y, sin embargo, permanezca adentro. El que la palabra emane y, sin embargo, permanezca adentro, es muy extraño; el que todas las criaturas emanen y, sin embargo, permanezcan adentro, es muy extraño; lo que Dios ha dado y ha prometido dar, es muy extraño, y es incomprensible e increíble. Y está bien que así sea; pues, si fuera comprensible y creíble, no estaría bien. Dios se halla en todas las cosas. Cuanto más está dentro de las cosas, tanto más está fuera de las cosas: cuanto más adentro, tanto más afuera, y cuanto más afuera, tanto más adentro. Ya he dicho varias veces que en este instante (nû) Dios crea todo el mundo. Todo lo creado alguna vez por Dios, hace seis mil y más años, cuando hizo el mundo, Dios lo está creando ahora todo junto. Él se halla en todas las cosas pero, en cuanto Dios es divino y Dios es razonable, no se encuentra en ninguna parte con tanta propiedad como en el alma y en el ángel, si quieres, en lo más entrañable del alma y lo más elevado del alma. Y cuando digo: «lo más entrañable» me refiero a lo más elevado, y cuando digo «lo más elevado» me refiero a lo más entrañable del alma. En lo más entrañable y en lo más elevado del alma: ahí los concibo a ambos juntos en uno solo. Allí donde nunca entró el tiempo, en donde nunca cayó el brillo de una imagen, en lo más entrañable y lo más elevado del alma, crea Dios todo este mundo. Todo cuanto creó Dios hace seis mil años, cuando hizo el mundo, y todo cuanto Dios habrá de crear luego de mil años — con tal de que el mundo exista durante todo ese tiempo — lo crea Dios en lo más entrañable y lo más elevado del alma. Todo lo pasado y todo lo presente y todo lo futuro, lo crea Dios en lo más entrañable del alma. Todo cuanto obra Dios en todos los santos, lo obra en lo más entrañable del alma. El Padre engendra a su Hijo en lo más entrañable del alma, y te engendra a ti junto con su Hijo unigénito (y) no (en condición) inferior. Si he de ser hijo, tengo que ser hijo dentro del mismo ser en que Él es Hijo y en ningún otro. Si he de ser hombre, no puedo ser hombre dentro del ser de ningún animal, he de ser hombre dentro del ser de un hombre. Mas, si he de ser este hombre (determinado), he de serlo dentro de esta naturaleza (determinada). Ahora bien, San Juan dice: «Sois hijos de Dios» (Cfr 1 Juan 3, 1). 945 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXX 3

¿Qué es un ángel? Dionisio habla del principado sacro de los ángeles donde hay orden divino y obra divina y sabiduría divina y similitud divina o verdad divina en la medida de lo posible. ¿Qué es (el) orden divino? Del poder divino prorrumpe la sabiduría y de los dos prorrumpe el amor, éste es el fuego; porque (la) sabiduría y (la) verdad y (el) poder y el amor, (o sea) el fuego, se hallan en la periferia del ser que es un ser sobre-flotante, puro sin naturaleza. Es esta su naturaleza (de Dios): carecer de naturaleza. Quien desea reflexionar sobre (la) bondad o (la) sabiduría o (el) poder, encubre (el) ser y lo oscurece con el pensamiento. Un solo pensamiento añadido encubre (el) ser. Éste es, pues, el orden divino. Donde Dios encuentra en el alma (una) similitud respecto a ese orden, ahí el Padre engendra a su Hijo. El alma, con todo (su) poder, debe penetrar en su luz. Del poder y de la luz surge un fuego, un amor. Así, el alma tiene que penetrar, con todo su poder, en el orden divino. 963 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXI 3

Ahora hablaremos de este orden del alma. Dice un maestro pagano: la sobre-flotante luz natural del alma es tan pura y tan clara y tan alta que toca la naturaleza angelical; es tan leal y (por otra parte) tan desleal y hostil a las potencias inferiores que nunca se infunde en ellas ni alumbra dentro del alma, a no ser que las potencias inferiores se hallen subordinadas a las potencias superiores, y las potencias superiores a la suprema Verdad. Cuando un ejército está ordenado, el criado se subordina al caballero y el caballero al conde y el conde al duque. Todos quieren que haya paz; por eso cada uno le ayuda al otro. Del mismo modo, cada potencia debe estar subordinada a otra y ayudarla en el combate para que haya pura paz y tranquilidad en el alma. Dicen nuestros maestros: «La tranquilidad cabal es ser libre de todo movimiento». De esta manera el alma debe elevarse más allá de sí misma al orden divino. Ahí el Padre le da el alma a su Hijo unigénito en pura tranquilidad. Éste es, pues, el primer punto respecto al orden divino. 964 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXI 3

La tercera potencia es la voluntad interior que, cual rostro, siempre está vuelta hacia Dios en la voluntad divina y dentro de sí recoge de Dios el amor. Ahí Dios es conducido a través del alma, y el alma es conducida a través de Dios; y esto se llama un amor divino y es también una virtud teologal. (La) bienaventuranza divina reside en tres cosas: precisamente en (el) conocimiento con el cual Él se conoce íntegramente, en segundo término, en (la) libertad de modo que permanece incomprendido e incoercible para toda su creación y (finalmente), en la completa suficiencia con la cual es suficiente para Él mismo y para toda criatura. Pues, la perfección del alma reside también en lo siguiente: en (el) conocimiento y en (la) comprensión de que Dios la ha aprehendido, y en (la) unión con el amor cabal. ¿Queremos saber qué es el pecado? Volver la espalda a la bienaventuranza y a la virtud, de esto proviene cualquier pecado. Esos senderos los debe mirar toda alma bienaventurada. Por eso «no teme el invierno porque su servidumbre lleva puesta, también, vestimenta doble», como dice de ella (Isabel) la Escritura. Estaba vestida de fortaleza para resistir a toda imperfección, y adornada con la verdad (Prov 31, 25 a 26). Esta mujer, hacia fuera, ante el mundo, gozaba de riquezas y honores, mas en su fuero íntimo adoraba (la) verdadera pobreza. Y cuando le faltaba el consuelo externo, se refugiaba con Aquel con quien se refugian todas las criaturas, y ella despreciaba al mundo y a sí misma. Así consiguió superarse a sí misma y despreciaba que la despreciaran, de modo que ya no se preocupaba por ello ni renunciaba a su perfección. Con el corazón puro anhelaba que se le permitiera lavar y cuidar a personas enfermas y sucias. 980 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXII 3

Él (San Juan) dice, pues: «Fue al atardecer de aquel día». Cuando el calor del mediodía se infiltra en el aire acalorándolo, luego se le agrega (aún) el calor de la tarde y el calor aumenta todavía: entonces, al atardecer, por el calor que se añade, hace más calor que nunca. De la misma manera, el año tiene también su atardecer, éste es agosto, es entonces cuando más calor hace en el año. De tal modo atardece en un alma amante de Dios. Allí hay puro silencio cuando uno está bien penetrado y totalmente inflamado por el amor divino. «Fue al atardecer de aquel día». En semejante día la mañana y el mediodía y la tarde permanecen unidos unos con otros, y nada se pierde; (pero) en el día de este tiempo la mañana y el mediodía pasan y (les) sigue el atardecer. Así no es con el día del alma; ahí (todo) sigue siendo uno. La luz natural del alma, ésta es la mañana. Cuando el alma penetra hasta lo más elevado y puro de esta luz, entrando así en la luz del ángel, entonces es de media mañana en esta luz; y así el alma sube con la luz del ángel, entrando en la luz divina, éste es el mediodía; y el alma permanece en la luz de Dios y en el silencio del descanso puro, éste es el atardecer. Es entonces cuando hace más calor en el amor divino. Ahora bien, él (San Juan) dice: «Fue el atardecer de aquel día». Este es el día en el alma. 1028 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXVI b 3

Ahora bien, se dice: «Jacobo quiso descansar en el lugar». Este lugar es Dios y (el) ser divino que otorga a todas las cosas lugar y vida y ser y orden. En este lugar el alma debe descansar en lo más elevado y más entrañable del lugar. Y en el mismo fondo donde Él tiene su propio descanso nosotros debemos obtener y poseer junto con Él nuestro propio descanso. 1031 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXVI b 3

Que nos ayude el Espíritu Santo para que lleguemos a la paz eterna y al «lugar» innominado que es el ser divino. Amén. 1034 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXVI b 3

(Ahora ¡presta atención! Dios nace dentro de nosotros cuando todas las potencias de nuestra alma, que antes estaban atadas y presas, llegan a ser desatadas y libres y se realiza en nuestro fuero íntimo un silencio (desprovisto) de toda intención y nuestra conciencia ya no nos recrimina; entonces el Padre engendra en nosotros a su Hijo. Cuando esto sucede, debemos preservarnos desnudos y libres de todas las imágenes y formas, tal como (es) Dios, y debemos aceptarnos tan desnudos, sin semejanza, como Dios es desnudo y libre en Él mismo. Cuando el Padre engendra en nosotros a su Hijo, conocemos al Padre junto con el Hijo, y en los dos, al Espíritu Santo y el espejo de la Santa Trinidad y en él todas las cosas, como son pura nada en Dios… Ahí no existen ni número ni cantidad. (El) ser divino no sufre ni actúa; la naturaleza, en cambio, actúa mas no sufre.)6 1085 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXIX 3

Quien de tal modo permanece en Él, posee cinco cosas. La primera: que entre él y Dios no hay diferencia, sino que son uno. Los ángeles son muchos, sin número, porque no constituyen ningún «número individual», ya que carecen de número; esto se debe a su gran simpleza. Las tres personas en Dios son tres sin número, pero constituyen una multiplicidad. Mas, entre el hombre y Dios no sólo no existe ninguna diferencia, sino que no hay tampoco una multiplicidad; ahí no hay sino uno… La segunda (cosa) consiste en que él está obteniendo su bienaventuranza allí en la pureza donde la toma Dios mismo, y halla en ella su apoyo… La tercera (cosa) es que posee un saber junto con el saber divino y un obrar junto con el obrar divino y un conocimiento junto con el conocimiento divino… La cuarta es que Dios nace todo el tiempo en ese hombre. ¿Cómo nace Dios todo el tiempo en ese hombre? ¡Observad lo siguiente! Cuando el hombre desnuda y de-vela la imagen divina que Dios ha creado en él por naturaleza, entonces la imagen de Dios llega a revelarse en él. Pues en el nacimiento se conoce la revelación de Dios; porque el que el Hijo se llame nacido del Padre, se debe a que el Padre le revela su secreto al modo paternal. Y por eso, cuanto más y cuanto más claramente el hombre desnuda en sí la imagen de Dios, tanto más claramente nace Dios en él. Y entonces el nacimiento de Dios se debe concebir siempre de acuerdo con el hecho de que el Padre de-vela la imagen pura y resplandece en ella… La quinta (cosa) es que el hombre nace todo el tiempo en Dios. ¿Cómo nace el hombre todo el tiempo en Dios? ¡Observad lo siguiente! Por el desnudamiento de la imagen en el hombre, éste se va asemejando a Dios, porque por la imagen el hombre es semejante a la imagen divina que es Dios en su pureza de acuerdo con su esencia. Y cuanto más se desnuda el hombre, tanto más se asemeja a Dios, y cuanto más se asemeja a Dios, tanto más se une con Él. Y por ende, el nacimiento del hombre en Dios, siempre se ha de concebir en el sentido de que el hombre con su imagen está resplandeciendo en la imagen divina, que es Dios desnudo en su esencia (imagen) con la cual el hombre es uno. Por lo tanto, la unidad del hombre y de Dios se debe concebir de acuerdo con la semejanza de la imagen; porque el hombre se parece a Dios con respecto a la imagen. Y por ello: si se dice que el hombre es uno con Dios y es Dios de acuerdo con la unidad, se lo percibe según la parte de la imagen, en la cual se asemeja a Dios, y no según el hecho de que ha sido creado. Pues, si se lo toma por Dios, no se lo hace según su criaturidad; porque si se lo toma por Dios no se niega la criaturidad en el sentido de que la negación se considere como aniquilación de la criaturidad, sino que ha de considerárselo como enunciado relativo a Dios, con el cual se le quita a Él (la criaturidad). Pues Cristo que es Dios y hombre, cuando se lo percibe según la humanidad, no se toma en consideración la divinidad, mas no de modo que se niegue la divinidad, sólo que ésta no se considera en tal percepción. Y así ha de comprenderse la palabra de Agustín cuando dice: «Lo que ama el hombre, esto es el hombre. Si ama una piedra, es una piedra, si ama un hombre, es un hombre, si ama a Dios… ahora no me atrevo a continuar, pues si yo dijera que entonces sería Dios, podríais lapidarme. Pero os remito a la Escritura». Y por ello, cuando el hombre en el amor se adecua enteramente a Dios, entonces se le quita su imagen y se lo in-forma y se lo transforma en imagen dentro de la uniformidad divina, en la cual es uno con Dios. Todo esto lo posee el hombre por la permanencia dentro (de Él)4. Ahora bien, prestad atención al fruto que da el hombre en ese caso. Es el siguiente: cuando es uno con Dios, produce junto con Dios a todas las criaturas y trae la bienaventuranza a todas las criaturas en la medida en que es uno con Él. 1098 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XL 3

Dios aplica todo su poder en su nacimiento, y esto es necesario para que el alma vuelva a Dios. Y de una manera es alarmante (ver) que el alma tan a menudo deserte de aquello en donde Dios aplica todo su poder; pero esto último es necesario para que el alma recupere su vida. Dios hace todas las criaturas con un solo pronunciamiento; pero, para que el alma cobre vida, Dios expresa todo su poder en su nacimiento. Por otra parte, es consolador que el alma de esta manera sea traída de vuelta. En el nacimiento cobra vida y Dios hace nacer a su Hijo en el alma para que ella cobre vida. Dios se pronuncia a sí mismo en su Hijo. Por el pronunciamiento con el cual se expresa en su Hijo, por este (mismo) pronunciamiento le habla al interior del alma. Es característico de todas las criaturas engendrar. Una criatura sin nacimiento, tampoco existiría. Por eso dice un maestro: Esta es una señal de que todas las criaturas son expelidas por el nacimiento divino. 1147 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIII 3

Por encima de la luz se halla (la) gracia; ésta no entra nunca en (el) entendimiento ni en (la) voluntad. Si (la) gracia hubiera de entrar en (el) entendimiento, entonces (el) entendimiento y (la) voluntad tendrían que llegar más allá de sí mismos. Tal cosa no puede ser, porque la voluntad es tan noble en sí misma que no se la puede llenar sino con el amor divino. El amor divino opera obras muy grandes. Mas, por encima hay todavía una parte que es (el) entendimiento: éste es tan noble en sí mismo que no puede ser perfeccionado sino por la verdad divina. Por eso dice un maestro: Hay algo muy secreto que se halla por encima, esto es la cabeza del alma. Ahí se realiza la verdadera unión entre Dios y el alma. (La) gracia no ha operado jamás obra alguna, pero sí emana en el ejercicio de una virtud. (La) gracia no conduce jamas a la unión en una obra. (La) gracia es un in-habitar y un co-habitar del alma con Dios. Para ello es demasiado bajo todo cuanto alguna vez se haya llamado obra, ya sea exterior, ya sea interior. Todas las criaturas buscan algo semejante a Dios; cuanto más bajas son, tanto más externa es su búsqueda como, por ejemplo, el aire y el agua: éstos se dispersan. Pero el cielo que es más noble, busca (una semejanza) más cercana a Dios. El cielo gira continuamente y en su trayectoria trae afuera a todas las criaturas; en esto se asemeja a Dios, pero no es su intención (hacerlo) sino (que busca) algo más elevado. Por otra parte: en su trayectoria busca la quietud. Al cielo nunca se le ocurre obra alguna para servir a una criatura que se halla por debajo de él. Por este hecho se asemeja más a Dios. Para el que Dios nazca en su Hijo unigénito, todas las criaturas son insensibles. Sin embargo, el cielo tiende hacia aquella obra que Dios opera en sí mismo. Si el cielo y otras criaturas más bajas (que el cielo) (ya) proceden así, (cuánto) más noble es el alma que el cielo. 1151 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIII 3

Nuestros maestros más insignes dicen: Una imagen que se halla en una piedra o en una pared — si por debajo no hubiera ningún agregado —, esta imagen sería — para quien la toma en su carácter de imagen — totalmente una con aquello cuya imagen es. Cuando el alma entra en la imagen (en el alma) en la cual no hay nada extraño sino sólo la imagen (divina), con la cual constituye una sola imagen, entonces (esa alma) está bien aleccionada. Donde uno se halla traspuesto en la imagen en la cual se asemeja a Dios, ahí aprehende a Dios, ahí encuentra a Dios. Donde algo está dividido hacia fuera, no se encuentra a Dios. Cuando el alma entra en aquella imagen y se mantiene exclusivamente en la imagen, (entonces) encuentra a Dios en esa imagen; y el hecho de que se halle a sí y a Dios, implica una sola obra que es atemporal: ahí encuentra a Dios. En la medida en que se halla ahí adentro, en esa misma medida es uno con Dios; él quiere decir: en la medida en que uno se halla encerrado allí donde el alma es imagen de Dios. En cuanto el (hombre) se halle ahí adentro, en tanto será divino; en cuanto ahí adentro, en tanto en Dios, no encerrado ni unido, más bien: es uno. 1163 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIV 3

Dice un maestro que cada igualdad significa un nacimiento. Afirma además: La naturaleza nunca encuentra cosa igual a sí, sin que haya, necesariamente, un nacimiento. Nuestros maestros dicen: El fuego, por fuerte que sea, no encendería nunca si no esperara un nacimiento. Por seca que estuviera la leña que se colocase adentro, jamás ardería si no fuera capaz de adquirir igualdad con él (= el fuego). El fuego desea nacer en la leña y que todo se haga un solo fuego y que éste se conserve y perdure. Si se extinguiera y deshiciera, ya no sería fuego; por eso desea ser conservado. La naturaleza del alma nunca contendría lo igual (= a Dios) a no ser que desease que Dios naciera en ella. Nunca se ubicaría en su naturaleza, ni desearía hacerlo si no esperara el nacimiento y éste lo opera Dios; y Dios nunca lo operaría si no quisiera que el alma naciese dentro de Él. Dios lo opera y el alma lo desea. De Dios es la obra y del alma, el deseo y la capacidad de que Dios nazca en ella y ella en Dios. El que el alma se le asemeje, lo obra Dios. Ella ha de esperar, necesariamente, que Dios nazca en ella y que sea sostenida dentro de Dios y ansíe la unión, para que sea sostenida en Dios. La naturaleza divina se derrama en la luz del alma, y es sostenida allí adentro. Con ello Dios se propone nacer en ella y serle unido y sostenido en ella. Esto ¿cómo puede ser? ¿Si decimos que Dios es su propio sostenedor? Cuando Él tira al alma hacia ahí adentro (= a su naturaleza divina), ella descubre que Dios es su propio sostenedor y entonces permanece ahí, de otro modo no se quedaría nunca. Dice Agustín: «Exactamente así como amas, así eres: si amas a la tierra, te vuelves terrestre; si amas a Dios, te vuelves divino. Si amo, pues, a Dios ¿me convierto en Dios? Esto no lo digo yo, os remito a la Sagrada Escritura. Dios ha dicho por intermedio del profeta: “Sois dioses e hijos del Altísimo”» (Salmo 81, 6). Y por eso digo: Dios da el nacimiento en lo igual. Si el alma no contara con ello, nunca desearía entrar ahí. Ella quiere ser sostenida dentro de Él; su vida depende de Él. Dios tiene un sostén, una permanencia en su ser; y por ello no hay otra alternativa que pelar y separar todo cuanto es del alma: su vida, (sus) potencias y (su) naturaleza, todo ha de ser quitado, manteniéndose ella en la luz acendrada donde constituye una sola imagen con Dios, allí encuentra a Dios. Es esta la peculiaridad de Dios de que no cae en Él nada extraño, nada sobrepuesto, nada agregado. Por ello, el alma no ha de recibir ninguna impresión ajena, nada sobrepuesto, nada agregado. Esto es lo (que decimos) del primer (punto) (= et). 1164 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIV 3

El tercer nombre es: «Simón», esto quiere decir tanto como «algo que es obediente» y «algo que es sumiso». Quien ha de escuchar a Dios, tiene que estar separado (y) a gran distancia de la gente. Por ello dice David: «Me quiero callar y escuchar lo que dice Dios dentro de mí. Dice paz para su pueblo y sobre sus santos y a todos aquellos que han regresado a su corazón» (Salmo 84, 9). Bienaventurado es el hombre que escucha afanosamente a cuanto Dios dijere en su interior, y él se ha de doblegar directamente bajo el rayo de la luz divina. El alma que se ha ubicado con toda su fuerza por debajo de la luz divina, se torna enardecida e inflamada en el amor divino. (La) luz divina entra con su irradiación directamente desde arriba. Si el sol diera verticalmente sobre nuestra cabeza, casi nadie sobreviviría. De esta manera, la potencia suprema del alma, que es la cabeza, debería erguirse equilibradamente bajo el rayo de la luz divina para que pudiera brillar dentro de ella esa luz divina, de la cual he hablado a menudo: ésta es tan pura y flota tan por encima y es tan elevada que en comparación con esta luz todas las luces son tinieblas y nonadas. Todas las criaturas, tal como son, son como nada; cuando se proyecta sobre ellas la luz, dentro de la cual reciben su ser, entonces son algo. Por eso, el conocimiento natural nunca puede ser tan noble que toque o aprehenda inmediatamente a Dios, a no ser que el alma posea las seis cualidades a las que me he referido antes. La primera: que uno haya muerto para toda desigualdad. La segunda: que uno se halle bien purificado en la luz (divina) y en la gracia. La tercera: que se carezca de medios. La cuarta: que uno, en su fondo más íntimo, escuche la palabra de Dios. La quinta: que uno se someta a la luz divina. La sexta es la que menciona un maestro pagano: Esta es la bienaventuranza de que uno viva de acuerdo con la suprema potencia del alma; ella debe tender continuamente hacia arriba y recibir su bienaventuranza en Dios. Allí, en el primer efluvio violento, donde recibe el Hijo mismo, allí en lo más excelso de Dios, hemos de recibir también nosotros; (mas) entonces, nosotros también debemos presentar parejamente lo más elevado que poseemos. 1185 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLV 3

«Cefas» significa lo mismo que «una cabeza». La cabeza del alma es (el) entendimiento. Quienes se expresan del modo más burdo, dicen que lo que precede es el amor; pero aquellos que hacen la afirmación más acertada dicen expresamente — y también es verdad — que el núcleo de la vida eterna reside en el conocimiento antes que en el amor. ¡Y sabed el porqué! Dicen nuestros más insignes maestros — de los cuales no hay muchos — que el conocimiento y el entendimiento suben directamente hacia Dios. Mas, el amor se dirige hacia lo que ama; de ello infiere qué es lo que es bueno. Pero el conocimiento percibe aquello por lo cual es bueno. (La) miel es, en sí misma, más dulce que ninguna cosa que se pueda hacer con ella. El amor toma a Dios porque es bueno; pero (el) conocimiento se eleva y toma a Dios porque es ser. Por eso dice Dios: «¡Simón Pedro, tú eres bienaventurado!» Dios le da al hombre justo un ser divino y lo llama con el mismo nombre que pertenece a su (propio) ser. Por eso dice luego: «Mi Padre que está en el cielo». 1186 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLV 3

El hombre ¿cómo puede llegar a ser un único hijo del Padre? ¡Observad lo siguiente! El Verbo eterno no asumió (la naturaleza de) este hombre o aquél, sino que asumió una naturaleza humana libre (e) indivisa que era pura sin rasgo (individual): porque la forma simple de la humanidad carece de rasgos (individuales). Y a causa de esto, porque en la asunción la naturaleza humana fue asumida por el Verbo eterno, simplemente, sin rasgos (individuales), la imagen del Padre, que es el Hijo eterno, se convirtió en imagen de la naturaleza humana. Pues, así como es verdad que Dios se hizo hombre, también es verdad que el hombre se hizo Dios. Y, por consiguiente, la natura humana está transformada, en cuanto se ha convertido en la imagen divina, que es (la) imagen del Padre. Entonces: si habéis de ser un único hijo, debéis desasiros y separaros de todo cuanto provoca diferenciación en vosotros. Porque el hombre (individual) es un accidente de la naturaleza (humana), y por lo tanto separaos de todo cuanto es accidente en vosotros, y consideraos de acuerdo con la naturaleza humana libre (e) indivisa. Y luego, por cuanto la misma naturaleza — según la cual os consideráis — se ha convertido en Hijo del Padre eterno, gracias a la asunción por el Verbo divino, llegaréis (cada uno) a ser hijo del Padre eterno junto con Cristo ya que os consideráis de acuerdo con la misma naturaleza que allí (= en Cristo) se hizo Dios. Por eso, cuidaos de (no) consideraros como sois acaso ese hombre o aquél, sino concebíos de acuerdo con la naturaleza humana libre (e) indivisa. En consecuencia: si queréis ser un solo hijo, separaos de cualquier «no», porque el «no» produce diferenciación. ¿Cómo? ¡Fijaos! Por el hecho de que no seas aquel hombre, el «no» produce una diferenciación entre tú y aquel hombre. Y por consiguiente: si queréis carecer de diferenciación, libraos del «no». Porque en el alma hay una potencia separada del «no», ya que no tiene nada en común con cosa alguna; porque en esta potencia no hay nada fuera de Dios solo: Él arroja, desnudo, su luz en esta potencia. 1198 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLVI 3

Ahora ¡fijaos en el fruto céntuplo e innumerable de este grano de trigo! El primer fruto consiste en que ha dado loa y gloria al Padre y a toda la naturaleza divina por el hecho de que Él, con sus potencias superiores, no se apartó, ni por un momento ni por un punto (de la contemplación del bien supremo), por causa de todo cuanto debía realizar la facultad intelectual ni por todo cuanto tenía que sufrir el cuerpo: así (y) a pesar de todo, seguía contemplando sin cesar a la divinidad con ininterrumpida loa, otra vez engendrada, de la dominación paterna. Esta es una de las maneras de la fecundidad del grano de trigo desde la tierra de su noble humanidad. La otra manera es la siguiente: todo el sufrimiento fecundo de su santa humanidad, que soportó en esta vida por el hambre, la sed, el calor, los vientos, las lluvias, los granizos, la nieve, por muchas penas y además, por su muerte amarga, todo esto lo ofrendó para honrar al Padre divino. Esto redunda en gloria para Él mismo y en fecundidad para todas las criaturas que, con su gracia (= la de Cristo), quieren imitarlo en su vida (poniendo) todos sus esfuerzos. Mirad, ésta es la otra fecundidad de su santa humanidad y del grano de trigo (que es) su alma noble, la cual en esa (condición) se ha hecho fértil para gloria de Él mismo y para (la) bienaventuranza de la naturaleza humana. Ahora acabáis de escuchar cómo el alma noble de Nuestro Señor Jesucristo se ha vuelto fecunda en su santa humanidad. Habéis de observar además, cómo también el hombre ha de llegar a esta (meta). Aquel hombre que intenta arrojar su alma, o sea el grano de trigo, al campo de la humanidad de Jesucristo, para que perezca ahí y se vuelva fecunda, también debe perecer de dos modos. Un modo tiene que ser corpóreo, el otro espiritual. Al corpóreo hay que interpretarlo como sigue: cuanto sufre a causa del hambre, de la sed, del frío, del calor y de que se lo desprecie y (tenga que soportar) muchos sufrimientos inmerecidos, cualquiera que sea la forma en que Dios lo disponga, (todo) esto lo habrá de aceptar de buen grado, alegremente, justo como si Dios no lo hubiera creado para nada que no fuese padecimiento e infortunio y trabajo, y no habrá de buscar y apetecer en ello cosa alguna para sí mismo, ni en el cielo ni en la tierra, y todo su sufrimiento le tendrá que parecer poco, como una gota de agua en comparación con el mar embravecido. Debes considerar tu sufrimiento así de pequeño frente al gran padecimiento de Jesucristo. De esta manera se vuelve fecundo el grano de trigo, (o sea) tu alma, en el noble campo de la humanidad de Jesucristo, y perece en él de forma tal que se abandona totalmente a sí mismo. Éste es el primero de los modos, (propio) de la fecundidad del grano de trigo que ha caído al campo y a la tierra de la humanidad de Jesucristo. 1247 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3

Ahora diremos que Dios en cuanto es «Dios», no es la meta perfecta de la criatura. Porque tan elevado rango de ser lo ocupa (también) la criatura más humilde en Dios. Y si sucediera que una mosca tuviese entendimiento y buscase racionalmente el abismo eterno del ser divino, del cual ha provenido, diríamos que Dios, por más que fuera «Dios», no podría satisfacer ni contentar a esa mosca. Por eso le pedimos a Dios que nos despojemos de «Dios» y aprehendamos la Verdad, gozándola eternamente allá donde los ángeles supremos y la mosca y el alma son iguales, allá donde yo estaba y quería (ser) lo que era y era lo que quería (ser). Por ende decimos: Si el hombre ha de ser pobre en voluntad, debe querer y apetecer tan poco como quería y apetecía cuando no era. Y de esta manera es pobre el hombre que no quiere. 1303 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LII 3

Por otra parte es un hombre pobre el que no sabe. En alguna oportunidad dijimos que el hombre debía vivir de tal modo que no vivía ni para sí mismo ni para la verdad ni para Dios. Mas ahora decimos otra cosa, agregando que el hombre, que ha de poseer esta pobreza, debe vivir de modo tal que ni siquiera sepa que no vive ni para sí mismo ni para la verdad ni para Dios; antes bien ha de estar tan despojado de todo saber que no sabe ni conoce ni siente que Dios vive en él; más aún: debe estar vacío de todo conocimiento que en él tenga vida. Pues, cuando el hombre se mantenía (aún) en el eterno ser divino, no vivía en él ninguna otra cosa: antes bien, lo que vivía, era él mismo. Por lo tanto decimos que el hombre ha de mantenerse tan libre de su propio saber, como (lo) hacía cuando no era, y que deje obrar a Dios lo que Él quiera, y que el hombre se mantenga libre. 1304 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LII 3

Ahora bien, se dice: «Levantó y elevó desde abajo sus ojos». En esta palabra se contiene un doble sentido. Uno implica una demostración de acendrada humildad. Si alguna vez hemos de llegar al fondo de Dios y a su punto más íntimo, debemos, en primer término, llegar con acendrada humildad a nuestro fondo propio y a nuestro punto más íntimo. Los maestros dicen que los astros derraman toda su fuerza en el fondo de la tierra, en la naturaleza y el elemento del suelo, produciendo allí el oro más puro. En la medida en que el alma llega al fondo y al punto más íntimo de su ser, la fuerza divina se derrama totalmente en ella, y opera muy en secreto y revela obras muy grandes, y el alma se torna muy grande y elevada en el amor divino que se parece al oro puro. Este es el primer significado (de) «Él levantó sus ojos». 1337 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LIV a 3

Ahora se podría preguntar por qué ella se acercaba tanto siendo mujer, mientras los varones — uno que amaba a Dios y el otro que era amado por Dios — sentían miedo. Y aquel maestro dice: «La razón era que ella no podía perder nada porque se había entregado a Él; y como era suya, no sentía miedo». Es como si yo hubiera regalado mi capote a una persona y alguien quisiera quitárselo, entonces no sería obligación mía impedírselo ya que pertenecía a quien (se lo había dado), según he afirmado varias veces. Ella no sintió miedo por tres razones: primero, porque pertenecía a Él. Segundo, porque se hallaba muy alejada de la puerta de los sentidos y estaba ensimismada. Tercero, porque su corazón estaba junto a Él. Su corazón se hallaba donde estaba Él. Por eso, no tuvo miedo… La segunda razón por la cual ella se hallaba tan cerca — (así) explica el maestro — era la siguiente: ella anhelaba que vinieran a matarla para que su alma — ya que no podía encontrar a Dios con vida en ninguna parte — hallara a Dios en algún lugar… La tercera razón por la cual estaba tan cerca, era esta: como ella sabía bien que nadie podía ir al cielo antes de que Él mismo hubiera ascendido, y como su alma debía tener algún sostén, entonces, si hubieran venido a matarla, (habrían cumplido) su deseo para que su alma se hallara en el sepulcro y su cuerpo cerca de la tumba: (es decir) su alma adentro y su cuerpo al lado; porque abrigaba la esperanza de que Dios (= la divinidad de Cristo) hubiera atravesado la humanidad (de Cristo) y que (de esa manera) algo divino hubiera permanecido en el sepulcro. Es como si yo hubiera tenido una manzana en la mano durante algún tiempo; cuando yo soltara (la fruta), algo de ella — tanto como un aroma — perduraría en (la mano). Así abrigaba ella la esperanza de que algo divino hubiera permanecido en la tumba… La cuarta razón por la cual se hallaba muy cerca del sepulcro era la siguiente: como ella dos veces había perdido a Dios, vivo en la cruz y muerto en el sepulcro, temía que si ella se alejara del sepulcro, perdería también la tumba. Pues, si hubiera perdido (también) la tumba, ya no tendría absolutamente nada. 1353 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LV 3

Ahora se podría preguntar por qué estaba parada (ahí) y no se sentaba. Si hubiera estado cerca de Él lo mismo sentada que parada. Hay quienes piensan que si estuvieran en un campo llano (y) extenso, donde no existiese nada para estorbar la vista, ellos verían tan lejos sentados como parados. Pero, las cosas no son como se imaginan. María estaba de pie para poder mirar más lejos en torno suyo por si hubiese acaso un arbusto por debajo del cual estuviera escondido Dios para que ella lo buscara allí… Por otra parte, interiormente estaba tan orientada, con todas sus potencias, hacia Dios, que exteriormente permanecía de pie… En tercer lugar: ella se hallaba enteramente invadida por el dolor. Pues bien, hay personas que, cuando se les muere su querido superior, se sienten invadidos por el dolor (de modo) que no son capaces de mantenerse de pie y les hace falta sentarse. (Pero) como su dolor (= el de María Magdalena) se refería a Dios y se fundaba en la constancia, ella no necesitaba hacerlo (= sentarse)… En cuarto término, estaba de pie para poder aprehender a Dios con mayor rapidez en caso de que lo viera. Algunas veces he dicho que el hombre, estando de pie, es más susceptible de Dios. Mas ahora digo otra cosa: Uno, cuando está sentado con verdadera humildad, recibe más que cuando está de pie, así como dije anteayer que el cielo no puede operar sino en el fondo de la tierra. Así también Dios no puede obrar sino en el fondo de la humildad; pues, cuanto más hondo en la humildad, tanto más susceptible de Dios. Dicen nuestros maestros: Si alguien tomara una copa y la colocara por debajo de la tierra, aquélla podría recibir más que si se hallara sobre la tierra; aun cuando fuera tan poco que uno apenas lo percibiera, sin embargo, algo sería. Cuanto más es hundido el hombre en el fondo de la verdadera humildad, tanto más se hunde en el fondo del ser divino. 1354 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LV 3

En tercer término dice que esa «ciudad» es «nueva». «Nuevo» se llama aquello que no está ejercitado o se halla cerca de su comienzo. Dios es nuestro comienzo. Cuando estamos unidos a Él, nos tornamos «nuevos». Alguna gente, por necia, se imagina que Dios habría hecho eternamente, o retenido en Él mismo, las cosas que vemos ahora, y que las dejaría salir a luz en el tiempo. Debemos entender que la obra divina no implica trabajo, según quiero explicaros: Yo estoy parado aquí, y si hubiera estado parado aquí hace treinta años, y si mi rostro hubiese estado desembozado sin que nadie lo hubiera visto, yo habría estado aquí lo mismo. Y si se tuviera a mano un espejo y lo colocaran delante de mí, mi rostro se proyectaría y configuraría en él sin trabajo mío; y si ello hubiera sucedido ayer, sería nuevo, y otra vez, (si fuera) hoy, sería más nuevo todavía, y lo mismo luego de treinta años o en la eternidad, sería (nuevo) eternamente; y si hubiera miles de espejos, sería sin trabajo mío. Así (también) Dios contiene en sí, eternamente, todas las imágenes, (y esto) no como alma o como cualquier criatura, sino como Dios. En Él no hay nada nuevo ni imagen alguna, sino que — tal como he dicho del espejo — en nosotros es tanto nuevo como eterno. Cuando el cuerpo está preparado, Dios le infunde el alma y la forma de acuerdo con el cuerpo, y ella tiene semejanza con él y a causa de esta semejanza, amor (por él). Por eso no existe nadie que no se ame a sí mismo; se engañan a sí mismos quienes se imaginan que no se quieren a sí mismos. Deberían odiarse y (ya) no podrían existir. Debemos amar correctamente las cosas que nos conducen a Dios; sólo esto es amor junto con el amor divino. Si mi amor se cifrara en atravesar el mar, y me gustara tener un barco, ello sería tan sólo porque desearía estar allende el mar; y cuando hubiera logrado cruzar el mar, el barco ya no me haría falta. Dice Platón: Qué es lo que es Dios, no lo sé — y quiere decir: El alma, mientras se encuentra en el cuerpo, no puede conocer a Dios — pero lo que no es, lo sé bien, como se puede observar en el sol cuyo brillo no lo puede aguantar nadie, a no ser que primero sea envuelto en el aire y que luego alumbre así la tierra. San Dionisio dice: «Si la luz divina ha de alumbrar mi fuero íntimo, tiene que estar insertada (en él) tal como está insertada mi alma (en el cuerpo). Él dice también: La luz divina aparece en cinco clases de personas. Las primeras no la recogen. Son como los animales, incapaces de recibir, como se puede ver en un símil. Si me acercara al agua y ésta estuviera revuelta y turbia, no podría ver en ella mi cara a causa del desnivel (de la superficie del agua)… A los segundos se les hace visible sólo un poco de luz, como (por ejemplo) el destello de una espada cuando alguien la está forjando… Los terceros reciben más (de la luz divina), (algo así) como un fuerte destello que ora es luz y ora oscuridad; son todos aquellos que reniegan de la luz divina, (cayendo) en pecado… Los cuartos reciben más todavía de ella; pero a veces los elude (Dios con su luz), sólo para incitarlos y ampliar sus anhelos. Es cierto, si alguien quisiera llenar el regazo de cada uno de nosotros, cada cual ensancharía su regazo para poder recibir mucho. Agustín: Quien quiere recibir mucho, que amplíe su anhelo… Los quintos reciben una gran luz, como si fuera de día, y, sin embargo, es como si se hubiera colado por una fisura. Por eso dice el alma en El Libro de Amor: «Mi amado me ha mirado a través de una fisura; (y) su rostro era agraciado» (Cfr Cantar de los Cant 2, 9 y 14). Por ello dice también San Agustín: «Señor, tú das a veces una dulzura tan grande que, si ella se hiciera completa (y) esto no fuera el reino de los cielos, yo no sabría qué es el reino de los cielos». Un maestro dice: Quien quiere conocer a Dios sin estar adornado con obras divinas, será echado atrás hacia las cosas malas. Mas ¿no hace falta ningún medio para conocer a Dios por completo?… Ah sí, de esto habla el alma en El Libro de Amor: «Mi amado me miraba a través de una ventana» (Cantar de los Cant 2, 9) — esto quiere decir: sin impedimento —, «y yo lo percibía, estaba parado cerca de la pared» — esto quiere decir: cerca del cuerpo que es decrépito —, y dijo: «¡Ábreme, amiga mía!» (Cantar 5, 2), esto quiere decir: Ella me pertenece por completo en el amor porque «Él es para mí, y yo soy sólo para él» (Cfr Cant 2, 16); «paloma mía» (Cantar 2, 14) — esto quiere decir: simple en el anhelo —, «hermosa mía» — esto quiere decir: en las obras —, «¡Levántate rápido y ven hacia mí! El frío ha pasado» (Cfr Cantar 2, 10 y 11) por el cual mueren todas las cosas; por otra parte, todas las cosas viven por el calor. «Ha desaparecido la lluvia» (Cantar 2, 11) —ésta es la concupiscencia de las cosas perecederas —. «Las flores han brotado en nuestra tierra» (Cantar 2, 12) — las flores son el fruto de la vida eterna —. «¡Vete, aquilón» que resecas! (Cantar 4, 16) — con ello Dios le manda a la tentación que ya no estorbe al alma —. «¡Ven, auster y sopla por mi jardín para que mis aromas se desparramen!» (Cfr Cantar 4, 16) — con ello Dios le ordena a toda la perfección que se adentre en el alma. 1382 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LVII 3