VIDE: BEM; MAL; CONHECIMENTO
René Guénon: ÁRVORE DO MEIO
La naturaleza del “Árbol de la Ciencia del bien y del mal”, como su nombre mismo lo indica, puede caracterizarse por la dualidad, puesto que encontramos en esta designación dos términos que no son siquiera complementarios, sino verdaderamente opuestos, y de los cuales se puede decir, en suma, que toda su razón de ser reside en esta oposición, ya que, cuando ésta se rebasa, ya no podría tratarse ni de bien ni de mal; no puede ser lo mismo para el “Árbol de la Vida“, cuya función de “Eje del Mundo” implica antes al contrario esencialmente la unidad. Por consiguiente, cuando nos encontramos en un árbol emblemático una imagen de la dualidad, parece bien que fuera menester ver ahí una alusión al “Árbol de la Ciencia”, mientras que, bajo otros aspectos, el símbolo considerado sería incontestablemente una figura del “Árbol de la Vida“. Ello es así, por ejemplo, para el “árbol sefirótico” de la Qabbalah hebraica, que es expresamente designado como el “Árbol de la Vida“, y donde, sin embargo, la “columna de derecha” y la “columna de izquierda” ofrecen la figura de la dualidad; pero entre las dos está la “columna del medio”, donde se equilibran las dos tendencias opuestas, y donde se encuentra así la unidad verdadera del “Árbol de la Vida”1 .
Frithjof Schuon: O ESOTERISMO COMO PRINCÍPIO E COMO VIA
Las interpretaciones teológicas del árbol prohibido no siempre son concluyentes: así, reconocer que el primer hombre tenía necesariamente el discernimiento moral y luego pretender que el pecado original fue la usurpación — reservada a Dios — de la facultad de decidir lo que está bien y lo que está mal, es, por lo menos, contradictorio. Porque si Adán poseía el discernimiento moral, tenía por lo mismo la facultad de aplicarlo, y la expresión «decidir por sí mismo lo que está bien y lo que está mal» no tiene ningún sentido, a menos que signifique el deseo de ir contra el discernimiento; pero en este caso hay violación de una facultad humana y no usurpación de un privilegio divino. Además, decir que al decidir lo que está bien y lo que está mal el hombre se pone en el lugar de Dios, equivale a insinuar que el bien y el mal resultan de una decisión divina, es decir, de un veredicto cuyas causas podemos ignorar, y no de cualidades o circunstancias objetivas; ésta es una opinión que nos conduce a ciertas exageraciones de la teología asharita. Con toda evidencia, la evaluación moral, ya sea su alcance extrínseco o intrínseco, circunstancial o esencial2, no tiene nada de arbitraria: está mal, bien lo que por su naturaleza o sobre el plano de su manifestación se opone a Dios3, bien lo que de facto es nocivo para el hombre, prevaleciendo siempre el interés superior sobre el interés inferior. A este propósito, recordemos, aunque la cosa sea evidente, que un bien objetivo puede ser subjetivamente un mal para determinado individuo o para determinado género de hombre, y también a la inversa; por razones de oportunidad, la moral codificada y simplificadora admitirá más fácilmente este segundo punto de vista que el primero, en el sentido de que considerará como un «mal» todo bien moral o socialmente inoportuno.
Roberto Pla: Evangelho de Tomé
Con el Adán que ha comido del árbol del conocimiento del bien y del mal, pretende describir el Génesis al hombre capacitado para ejercer sin limites su facultad de conocer; pero el acceso al conocimiento no es posible si el hombre no es impulsado antes por el deseo de conocer. No hay que olvidar que el deseo es la única potencia volitiva de que dispone el hombre para aproximarse a los fines del conocimiento.
El texto genesíaco procura confirmar, bajo figuras alegóricas, esta verdad de que el deseo es siempre, en su esencia, deseo de conocer. El narrador sagrado del Génesis obtiene de ello la perspectiva de una doble dirección, un doble camino, que por su finalidad gnoscitiva elegida se dirige hacia el bien o hacia el mal. Estos dos caminos llenan el bosque testamentario desde Caín y Abel en adelante. Incluso el evangelio los consigna muchos siglos más tarde: uno, espacioso, que lleva a la perdición, y otro, angosto, que lleva a la vida (Porta Estreita).
Sobre el “árbol sefirótico“, ver EL REY DEL MUNDO, cap. III. — Del mismo modo, en el simbolismo medieval, el “árbol de los vivos y de los muertos”, cuyos frutos de ambos lados representan respectivamente las obras buenas y malas, se emparenta claramente con el “Árbol de la Ciencia del bien y del mal”; y al mismo tiempo su tronco, que es Cristo mismo, se identifica al “Árbol de la Vida“. ↩
Conviene especialmente distinguir entre las reglas de conducta y las virtudes. ↩
Nada puede oponerse absolutamente a Dios puesto que nada que exista se sale de la Posibilidad divina; la oposición aparente no es, por consiguiente, más que simbólica y transitoria, pero no es menos real en el plano de su relatividad, lo que constituye un ejemplo más de lo que a menudo hemos llamado — paradójica pero inevitablemente — lo «relativamente absoluto». ↩