Adama [OASI]

JUDAÍSMO — ADAMA

VIDE: NOTHOMB — ADAMA; BARRO

Antonio Orbe: ANTROPOLOGIA DE SÃO IRINEU [OASI]

Filón se adelanta a la idea, y aun a ciertas expresiones del Santo (IRENEO), cuando escribe:

El primer hombre era en verdad realmente hermoso y bueno. Tres cosas atestiguan la buena forma de su cuerpo. Primeramente, la tierra era de nueva fundación. Al separarse de la gran masa líquida, denominada mar, la materia de cuanto venía al ser resultaba sin mezcla, no adulterada, pura y además maleable y fácil de trabajar. Lo que de ahí salía era con razón irreprochable. En segundo lugar, no parece que Dios haya querido modelar con esmero celeste la estatua de forma humana, tomando al acaso el polvo. Al contrario, hízola cerniendo lo mejor dispuesto, que mejor convenía a su constitución. Pues levantaba una casa, un templo para el alma racional…1

La dignidad del hombre, centro del mundo, requería un cuerpo bellísimo lleno de gloria y majestad y una constitución privilegiada.

Lo más puro de la materia había de confluir en él. El Targum de Jerusalén (In Gen 2,7) se expresa en términos similares a los filonianos: «Dios tomó un polvo encarnado, negro y blanco del lugar del templo y de las cuatro regiones todas del mundo. Le amasó con las aguas del mundo entero y sacó a Adán». El polvo de que vino el barro del primer hombre era cualificado. Había de participar de los cuatro elementos. La razón está formulada en la “CAVERNA DE LOS TESOROS“, de abolengo hebreo, aunque contaminada por noticias cristianas.

Y vieron (los ángeles el sexto día) cómo (Dios) tomaba de la tierra toda un granito de polvo, de toda el agua una gota de ella, de todo el aire de arriba un soplo de viento y de todo el fuego un poco de calor. Y los ángeles vieron cómo fueron depositados en la concavidad de su mano estos cuatro débiles elementos: frío, calor, sequedad y humedad. Entonces formó Dios a Adán. Mas ¿a qué fin hizo Dios a Adán de tales cuatro elementos sino para que todo el mundo le estuviera sometido por su medio?

El anónimo calla el término, pero fácil es adivinarle. Dios hubo de tomar ‘las primicias’ (tas aparkas) de los elementos del mundo, concentrándolas en el hombre primero, destinado a ser ‘microcosmos’ y rey de la creación sensible.

Además de ‘microcosmos’, físicamente consustancial con el mundo, Adán adquiere a título de simpatía y oikeiosis un dominio real sobre los cuatro elementos y sobre sus habitantes: animales de tierra, agua, aire y fuego (= demonios y ángeles)2 p. 102ss y en Corpus Hermeticum vol.3 p.CLXXXV y p.27 n.50. )).

La procedencia somática de Adán, de los cuatro elementos, es un tema trivial y se deja sentir dentro y fuera del judaismo. Mas no se impone absolutamente. Hay quien omite alguno de los cuatro y hay quien agrega nuevos elementos3.

De la parádosis sobre las sustancias de origen hubo de venir fácilmente, si no la acompañó siempre, la tradición sobre el origen ‘ex quatuor cardinibus orbis terrarum’, o de regiones privilegiadas.

La exégesis rabínica ofrece algunas variantes. A juzgar por Sanhédrin 38b, la materia para el cuerpo de Adán provino de regiones diversas: Dios tomó tierra para su cabeza, de Israel; para el vientre, de Babel, y para los miembros, de todos los demás países. Y no faltó quien, inspirándose en Ex 20,244, descubrió en el lugar del santuario futuro el polvo de que Dios formó al primer hombre.

Para muchos judíos el Templo ocupaba el centro geográfico de la tierra. La procedencia más universal de las cuatro partes del mundo venía refrendada aun fuera del hebraísmo por el origen angélico y divino del nombre Adam, acróstico de las cuatro direcciones.

Ningún exponente mejor que Zósimo en su Comentario a la letra Omega c.ll. El nombre de Adam derivaría de la lengua misma de los ángeles (= Arcontes). E indicaría su origen de los cuatro elementos. El cuerpo resume los elementos que componen el mundo y los cuatro puntos cardinales; igual que el nombre Adam resume las iniciales de anatole, dysis, mesembria.

La letra A de este nombre declara el oriente (anatole), el aire; la letra Δ expresa el poniente (dysis), la tierra; que por su peso se inclina hacia lo bajo (la segunda letra Α expresa el norte — arktos —, el agua); la letra M indica el sur (mesembria), el fuego…

Enoc eslavo, los Oráculos Sibilinos (III 24-26) y otros escritos judaizantes denuncian la misma etimología acróstica. Merece singular recuerdo el tratado ps.-ciprianeo ‘de montibus Sina et Sion’ (c.4):

Nomen accepit a Deo Adam. Hebraicum Adam in latino interpretatur ‘terra caro facta’, eo quod ex quatuor cardinibus orbis terrarum pugno comprehendit, sicut scriptum est: ‘Palmo mensus sum caelum et pugno comprehendi terram, et finxi hominem ex omni limo terrae: ad imaginem Dei feci ilium’. Oportuit ilium ex his quatuor cardinibus orbis terrae nomen in se portare Adam

Y por la curiosa amalgama de tradiciones judías y cristianas, la Vida de Adán y Eva.

Los eclesiásticos no tuvieron reparo en apropiarse buena parte de tales tradiciones. Doctrinalmente eran en su mayoría inocuas. Exaltaban la microcosmía del hombre, sin comprometer la materialidad del cuerpo de Adán ni su identidad esencial con el de los hombres, sus hijos.


  1. Lo tercero es la bondad del creador, sobre todo en ciencia. De opific. 136-137. Cf., por el contrario, la noticia de Kore Kosmou 30: véase J. Kroll, Lehren… Trismegistos 242.  

  2. La composición de aire y fuego, específica de la esencia diabólica, figura mucho en el paganismo. Cf. E. Rohde, Psyché (Freiburg i.Br. 1898 = Darmstadt 1961) II 322,2; H. Diels, Doxographi Graeci (Berlin 1929) p.388s; Kore Kosmou 14 (ed. A. J. Festugière, en Corpus Hermeticum t.4, Paris 1954: fragm. XXIII p.4,22ss). Véase el mismo Festugière en Pisciculi ( = Studien zur Religion… Fr. J. Dölger… dargeboten (Münster i.W. 1939 

  3. La plegaria mágica, estudiada por E. Peterson (Frühkirche, Judentum und Gnosis, Rom 1959, p.109), omite el origen ‘del fuego’: «Yo soy Anthropos, plasma bellísimo del Dios de los cielos, hecho de pneuma y rocío y tierra» (Preisendanz: PMG IV 1177-1179). Entre las adiciones del revisor del Enoc eslavo se lee (ed. y Vers, de A. Vaillant, Le Livre des Secrets d’Hénoch, París 1952, p.101): «Et le sixième jour je commandai à ma Sagesse de faire l’homme de sept éléments: sa chair de la terre, son sang de la rosée et du soleil, ses yeux de l’abîme de la mer, ses os des pierres, sa pensée de la vitesse des anges et des nuages, ses nerfs et ses cheveux de l’herbe de la terre, son âme de mon esprit et du vent». El texto, muy tardío, representa una ideología antiquísima, a juzgar por documentos similares. Recuérdense las siete almas hílicas con que modelaron los Arcontes el cuerpo de Adán, en el Apocryphon Johannis: según las cuatro recensiones Cód. II 15,12ss; IV 24,lss; III 22,16ss; BG 49,7ss. Cf. Troje, Adam u. Zoe 29,1; Weber, Jüdische Theologie 210; W. Staerk, Die Erlösererwartung in den östlichen Religionen (= Soter II) (Stuttgart 1938) p.l6ss; K. Rudolph, en ZfRG 9 (1957) 15s y 18. 

  4. «Me erigirás un altar de tierra y sobre él ofrecerás tus holocaustos y tus víctimas de acción de gracias…»