virtud (Eckhart)

La obediencia verdadera y perfecta es una virtud por sobre todas las virtudes y sin ella no puede haber, ni ser realizada, ninguna obra por grande que sea; y (por otra parte) por pequeña e insignificante que sea una obra, si se la hace en verdadera obediencia, es más útil que decir misa, asistir a ella, rezar, contemplar o hacer cualquier cosa que te puedas imaginar. Toma, en cambio, una acción lo menos valiosa que quieras, sea lo que fuere: la verdadera obediencia te la ennoblece y la mejora. La obediencia opera siempre lo mejor de lo mejor en todas las cosas. Ella, por cierto, no estorba ni descuida nunca lo que se haga, en ninguna cosa que surja de la verdadera obediencia, ya que no descuida ningún bien. La obediencia jamás ha de preocuparse y tampoco le falta ningún bien. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 1.

En la verdadera obediencia no se ha de encontrar ningún «lo quiero así o asá» o «esto o aquello», sino tan sólo un perfecto desasimiento de lo tuyo. Y por lo tanto, en la mejor de las oraciones que el hombre sea capaz de rezar, no se debe decir ni «¡Dame esta virtud o este modo!», ni «¡Ah sí, Señor, dame a ti mismo o la vida eterna!», sino solamente: «¡Señor, no me des nada fuera de lo que tú quieras y haz, Señor, lo que quieres y como lo quieres de cualquier modo!» Esta (oración) supera a la primera como el cielo a la tierra. Y si alguien reza así, ha rezado bien: cuando en verdadera obediencia ha salido de su yo para adentrarse en Dios. Y así como la verdadera obediencia no debe saber nada de «Yo quiero», tampoco habrá de oírse nunca que diga: «Yo no quiero»; porque «yo no quiero» es un verdadero veneno para toda obediencia. Como dice San Agustín: «Al leal servidor de Dios no se le antoja que le digan o den lo que le gustaría escuchar o ver; pues su anhelo primero y más elevado consiste en escuchar lo que más le gusta a Dios». TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 1.

Un ánimo libre es aquel que no se perturba por nada ni está atado a nada, ni tiene atado lo mejor de sí mismo a ningún modo, ni mira por lo suyo en cosa alguna, sino que está abismado completamente en la queridísima voluntad de Dios, luego de haberse despojado de lo suyo. El hombre no puede ejecutar jamás una obra, por insignificante que sea, sin que ésta reciba su fuerza y virtud de tal (disposición). TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 2.

He aquí la razón debido a la cual son perfectamente buenos el ser y el fundamento existencial del hombre (y) de donde las obras humanas adquieren su bondad: (consiste) en que la mente del hombre esté orientada únicamente hacia Dios. Pon todo tu esfuerzo en que Dios se haga grande para ti y que todos tus afanes y empeños se dirijan hacia Él en todas tus acciones y en todo cuanto dejas de hacer. De cierto, cuanto mayor sea este (esfuerzo), tanto mejores serán todas tus obras, cualquiera que sea su índole. Mantente apegado a Dios y Él te añadirá todo el ser-bueno. Busca a Dios, entonces hallarás a Dios y todo lo bueno. Ah sí, en verdad, con semejante disposición de ánimo podrías pisar una piedra (y) sería una obra más aceptable para Dios que si recibieras el Cuerpo de Nuestro Señor y al hacerlo hubieses puesto tus miras más bien en lo tuyo y tu intención fuera menos desasida. Quien se apega a Dios, a éste se apegan Dios y cualquier virtud. Y aquello que tú buscabas anteriormente, ahora te busca a ti; aquello tras lo cual corrías tú, ahora corre detrás de ti y aquello de que huías, ahora huye de ti. Por eso: quien se apega estrechamente a Dios, a éste se le apega todo cuanto es divino y huye de él todo cuanto es desigual y ajeno a Dios. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 5.

Debes saber que para el hombre recto el impulso de faltar a la virtud nunca carece de gran bendición y utilidad. ¡Ahora, escucha! Ahí hay dos hombres: (supongamos) que uno tiene un carácter tal que no lo tiente ninguna debilidad o que esto sólo suceda en poca medida; el otro, empero, tiene una naturaleza tal que sufre tentaciones. Su hombre exterior es excitado por la presencia exterior de las cosas, sea por ejemplo, que (lo inciten) a la ira o a la vana codicia de honores o quizá a la sensualidad, según sea lo que le sucede. Pero él en sus potencias superiores se mantiene completamente firme, inmóvil, y no quiere cometer la falta, ya sea enojándose, ya sea pecando de cualquier forma, y entonces lucha fuertemente contra la flaqueza; pues puede tratarse de una debilidad (enraizada) en la naturaleza, así como algunas personas son iracundas o soberbias o cualquier otra cosa por naturaleza y, sin embargo, no quieren cometer ese pecado. Semejante (hombre) debe elogiarse mucho más, y su recompensa es mucho mayor y su virtud más noble que (la) del primero, porque la perfección de la virtud proviene sólo de la lucha, según dice San Pablo: «La virtud se realiza en la flaqueza» (2 Cor. 12, 9). TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 9.

La inclinación al pecado no es pecado, pero querer pecar, esto sí es pecado, querer encolerizarse, esto sí es pecado. En verdad, si aquel que está bien encaminado tuviera el poder de desear, no se le ocurriría desear que perdiera la inclinación al pecado, pues sin ella el hombre estaría inseguro en todas las cosas y en todas sus obras y no sentiría preocupación frente a las cosas, y carecería también del honor (ganado) con la lucha, de la victoria y de la recompensa. Porque el impulso y la excitación (producidos) por la falta de virtud traen consigo la virtud y la recompensa por el esfuerzo (hecho). Pues, la inclinación hace que el hombre se empeñe cada vez más en el vigoroso ejercicio de la virtud, y lo empuja a la fuerza hacia la virtud, y es un azote áspero que impulsa al ser humano para que tenga cuidado y sea virtuoso porque, cuanto más débil se sienta el hombre, tanto más deberá armarse de fortaleza y victoria, ya que la virtud como la falta de virtud residen en la voluntad. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 9.

Mientras el hombre nota que su voluntad es buena, no se debe asustar grandemente de nada, ni ha de afligirse si no es capaz de aplicarla en las obras; por otra parte, si descubre en su fuero íntimo una genuina buena voluntad, no se debe considerar ajeno a las virtudes, pues la virtud y todo lo bueno residen en la buena voluntad. Si tienes una voluntad honesta y recta nada te puede faltar, ni (el) amor ni (la) humildad ni ninguna virtud. Antes bien, aquello que quieres poderosamente y con entera voluntad (ya) lo tienes, y Dios y todas las criaturas no te lo pueden quitar con tal de que la voluntad sea íntegra y verdaderamente divina y (cifrada) en el presente. No debe ser: «Quisiera próximamente», esto sería sólo en el futuro, sino: «¡Quiero que sea así, ahora mismo!» ¡Escucha pues! Si algo se halla a una distancia de mil millas y yo quiero tenerlo, lo tengo con más propiedad que aquello que tengo en mi seno y no quiero tenerlo. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 10.

Mas el arrepentimiento divino es muy distinto. Tan pronto como el hombre siente un desagrado, se eleva en seguida hacia Dios y se afianza en una voluntad inquebrantable de dar por siempre la espalda a todos los pecados. Y al hacerlo se eleva hacia una gran confianza en Dios y adquiere una gran seguridad; y de ello proviene una alegría espiritual que sube al alma por encima de toda pena y aflicción, y la vincula firmemente con Dios. Pues, cuanto más débil se halle el hombre y cuanto más haya pecado, tanta más razón tiene para vincularse con Dios mediante un amor indiviso en el cual no hay ni pecado ni imperfección. El mejor escalón, pues, que se puede pisar, cuando se quiere ir hacia Dios con plena devoción, es (el siguiente): estar sin, pecado en virtud del arrepentimiento divino. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 13.

Mira, en este caso debes observar en ti dos cosas diferentes que también caracterizaron a Nuestro Señor. Él también tenía potencias superiores e inferiores y ellas tenían (que hacer) dos obras distintas: sus potencias superiores poseían la eterna bienaventuranza y disfrutaban de ella. Pero, al mismo tiempo, las inferiores se encontraban sometidas a los máximos sufrimientos y luchas en esta tierra, y ninguna de esas obras era un obstáculo para el objeto de otra. Así habrá de ser también en tu fuero íntimo, de modo que las potencias supremas se hallen elevadas hacia Dios y le sean ofrecidas y unidas íntegramente. Más aún: todos los sufrimientos, a fe mía, han de ser encargados exclusivamente al cuerpo y a las potencias inferiores y a los sentidos; mas el espíritu debe elevarse con plena fuerza y abismarse, desapegado, en su Dios. Pero el sufrimiento de los sentidos y de las potencias inferiores – al igual que esa tribulación – no lo afectan (al espíritu); porque cuanto mayor y más recia es la lucha, tanto mayores y más elogiables son también la victoria y la honra por la victoria, pues en este caso, cuanto mayor sea la tribulación y cuanto más fuerte el impacto del vicio, y el hombre los vence, no obstante, tanto más poseerás también esa virtud y tanto más le gustará a tu Dios. Y por ello: si quieres recibir dignamente a tu Dios, cuida de que tus potencias superiores estén orientadas hacia tu Dios, que tu voluntad busque su voluntad y (fíjate en) cuál es tu intención y cómo anda tu lealtad hacia Él. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 20.

También es muy útil que el hombre no se contente con poseer en su ánimo las virtudes, como son (la) obediencia, (la) pobreza y otra virtud; antes bien, el hombre ha de ejercitarse, él mismo, en las obras y frutos de la virtud y ponerse a prueba con frecuencia, anhelando y deseando que la gente lo ejercite y ponga a prueba. Porque no basta con hacer las obras de la virtud, ya sea obedecer, ya sea cargar con la pobreza o el desprecio, ya sea que uno se humille o renuncie a sí mismo de otra manera, sino que se debe aspirar a obtener la virtud en su esencia y fondo y no hay que desistir nunca hasta lograrlo. Y si uno la tiene, esto se puede conocer por el siguiente hecho: cuando uno ante todas las cosas es propenso a la virtud y hace las obras de la virtud sin preparación (especial) de la voluntad, ejecutándolas sin designio propio y especial en aras de una causa justa y grande y las hace más bien por ellas mismas y por amor a la virtud y sin ningún porqué… entonces posee la virtud en su perfección y antes no. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 21.

Una respuesta: Una sola obra nos queda justamente y por excelencia, ésta es la anulación de uno mismo. Sin embargo, por grandes que sean esta anulación y este achicamiento de uno mismo, siguen siendo defectuosos si Dios no los completa dentro de uno mismo. Sólo cuando Dios humilla al hombre por medio del hombre mismo, la humildad es completamente suficiente; y sólo así y no antes se hace lo suficiente para el hombre y para la virtud y antes no. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 23.

Pues Él quiere pertenecernos solo y totalmente. Lo quiere y se lo propone, y se obstina sólo en que pueda serlo y que se lo permitan. En este hecho residen su máximo deleite y placer. Y cuanto más y en forma más extensa pueda serlo, tanto mayores serán su deleite y su alegría; pues, cuanto más poseamos de todas las cosas, tanto menos lo poseeremos a Él, y cuanto menor sea nuestro amor a todas las cosas, tanto más lo tendremos a Él con todo cuanto Él puede ofrecer. Por eso, cuando Nuestro Señor quiso hablar sobre todas las bienaventuranzas, puso a la cabeza de todas ellas la pobreza en espíritu, y ella era la primera en señal de que toda bienaventuranza y perfección, sin excepción alguna, comienzan con la pobreza en espíritu. Y, en verdad, si hubiera un fundamento sobre el cual se pudiera erigir todo el bien, ese fundamento no existiría sin esta (virtud). TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 23.

Esta propiedad debemos ganárnosla careciendo en esta tierra de toda posesión de nosotros mismos y de todo cuanto no es Él. Y cuanto más perfecta y desnuda sea esta pobreza, tanto más nos pertenecerá esta propiedad. Pero no debemos poner nuestras miras en semejante recompensa ni contemplarla nunca, y el ojo jamás habrá de fijarse, aunque fuera por una sola vez, en si ganamos o recibimos algo fuera del amor a la virtud. Pues, cuanto menos atados estemos a la posesión, tanto más nos pertenecerá, como dice San Pablo, (este hombre) noble: «Debemos tener como si no tuviéramos y, sin embargo, poseer todas las cosas» (Cfr. 2 Cor. 6, 10). No tiene propiedad quien no apetece ni quiere tener nada, ni en sí mismo, ni con respecto a todo aquello que se halla fuera de él, ah sí, y ni siquiera en lo que a Dios y a todas las cosas se refiere. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 23.

Debe saberse, espero, que el poseer la virtud y el querer sufrir tienen una cierta graduación, como vemos también en la naturaleza que un hombre es más alto y hermoso que otro en cuanto a su apariencia, aspecto, saber y habilidades. Así digo también que un hombre bueno bien puede ser un hombre bueno, y sin embargo, puede afectarlo y hacerlo titubear en menor o mayor grado el amor natural a su padre, (a su) madre, (a su) hermana y (a su) hermano sin que reniegue ni de Dios ni de la bondad. Él será, empero, bueno o mejor en la medida en que el amor natural y la inclinación hacia el padre y la madre, la hermana y el hermano y hacia sí mismo, lo consuelen y afecten en menor o mayor grado y él se percate de esos (sentimientos). TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Sin embargo, según he escrito arriba: Si un hombre fuera capaz de aceptar este hecho de acuerdo con la voluntad de Dios, en cuanto sea la voluntad divina de que la naturaleza humana tenga este defecto justamente por divina justicia a causa del pecado del primer hombre, y si él, por otra parte, si las cosas no fueran así, quisiera prescindir gustoso de este (defecto) según la voluntad divina, entonces andaría del todo bien y seguramente recibiría consuelo en su sufrimiento. Se piensa en esto cuando San Juan dice que la verdadera «luz resplandece en las tinieblas» (Juan 1,5) y cuando San Pablo afirma que «la virtud se realiza en la flaqueza» (2 Cor.12,9). Si el ladrón fuera capaz de sufrir la muerte verdadera, completa, pura, gustosa, voluntaria y alegremente por amor de la justicia divina en la cual y de acuerdo con la cual Dios y su justicia quieren que el malhechor sea muerto, sin duda sería salvado y bienaventurado. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Supondré otra cosa más: Has perdido mil marcos; en este caso no debes lamentarte por los mil marcos perdidos. Tienes que dar las gracias a Dios quien te diera los mil marcos que podías perder, y quien por ejercitarte en la virtud de la paciencia, permite que te ganes la vida eterna, lo cual no se concede a muchos miles de hombres. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Debe saberse también que, sin duda alguna, ya la virtud natural (y) humana es tan noble y fuerte que ninguna obra externa le resulta demasiado pesada o grande para no ponerse a prueba con ella y en ella y formarse dentro de esta (obra). Y por eso existe una obra interior que no pueden encerrar y abarcar ni (el) tiempo ni (el) espacio, y en esta (obra interior) hay algo que es divino e igual a Dios a quien no encierran ni (el) tiempo ni (el) espacio. Él está en todas partes y se halla presente de igual manera en todo momento, y (esta obra) se asemeja a Dios también en el sentido de que a Él ninguna criatura lo puede recibir por completo, ni es capaz de configurar en sí misma la bondad divina. De ahí que debe haber algo más íntimo y más elevado e increado, sin medida y sin modo, en lo cual el Padre en los cielos puede acuñar su imagen y verterse y demostrarse íntegramente: me refiero al Hijo y al Espíritu Santo. Además, nadie es capaz de impedir la obra interior de la virtud, como tampoco se pueden poner estorbos a Dios. La obra resplandece y brilla de día y de noche. Exalta y canta la loa divina y un himno nuevo según dice David: «Cantad un himno nuevo a Dios» (Salmo 95,1). Es terrestre aquella loa y Dios no ama aquellas obras que son externas y encierran (el) tiempo y (el) espacio, que son estrechas (y) pueden ser impedidas y vencidas, que se cansan y envejecen con el tiempo y la ejecución. Pero es obra (íntima): amar a Dios, querer el bien y la bondad en cuyo caso el hombre ya ha hecho todas las buenas obras que quiere y querría hacer con voluntad pura (y) cabal, asemejándose de esta manera también a Dios de quien escribe David: «Todo cuanto quiso hacer lo ha hecho y obrado ahora» (Salmo 134,6). TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Exactamente lo mismo digo de la virtud: ella tiene la obra interior que es una tendencia e inclinación hacia todo bien y una huida y resistencia con respecto a todo cuanto es malo y dañino, desigual a la bondad y a Dios. Y cuanto peor y desemejante a Dios es la obra, tanto mayor es la resistencia; y cuanto más grande y semejante a Dios es la obra, tanto más fácil, voluntaria y placentera le resulta su obra (a la virtud). Y todo su lamento y pena – en cuanto le sea posible sufrir pena – residen en que este sufrimiento por amor de Dios y toda la obra exterior en este tiempo sean demasiado pequeños de modo que ella no puede revelarse del todo ni demostrarse cabalmente ni plasmar su imagen en ellos. En el ejercicio se fortalece y se enriquece gracias a (su) generosidad. No querría haber sufrido y haber superado la pena y el sufrimiento; quiere y querría sufrir en todo momento, sin interrupción, por amor de Dios y por hacer el bien. Por amor de Dios toda su felicidad reside en el sufrimiento (y) no en el haber-sufrido. Y por eso dice Nuestro Señor y ello es muy digno de consideración: «Bienaventurados son los que sufren a causa de la justicia» (Mateo 5, 10). No dice: «los que han sufrido». Semejante hombre odia el haber-sufrido pues el haber-sufrido no es el sufrimiento amado por él; lo único que ama es una superación y una pérdida del sufrimiento por amor de Dios. Y por eso digo que semejante hombre odia también el sufrir-en-el-futuro, porque tampoco es sufrimiento. Sin embargo, odia menos el sufrir-en-el-futuro que el haber-sufrido, porque este último se halla más lejos del sufrimiento y se le asemeja menos ya que pasó del todo. Pero si va a sufrir, este hecho no lo priva completamente del sufrimiento amado por él. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

En este contexto digo además: Es señal de un corazón débil cuando un hombre se alegra o se apena por las cosas perecederas de este mundo. Si uno, en algún momento, lo observara en sí, debería avergonzarse de todo corazón ante Dios y sus ángeles y los hombres. Si nos avergonzamos tanto de un defecto en la cara que la gente ve exteriormente. ¿Qué más puedo decir? Los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento así como los de los santos y también de los paganos abundan (en ejemplos) de cómo las personas piadosas por amor de Dios y también por virtud natural, entregaban su vida y se negaban de buena voluntad a sí mismos. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 3

Debe saberse además, que San Jerónimo dice, y también los maestros en general lo hacen, que todo hombre, desde el comienzo de su existencia humana, tiene un espíritu bueno, (o sea) un ángel y un espíritu malo, (o sea) un diablo. El ángel bueno da consejos empujando continuamente hacia aquello que es bueno, que es divino, que es virtud y celestial y eterno. El espíritu malo aconseja al hombre empujándolo siempre hacia aquello que es temporal y perecedero, y que es vicioso, malo y diabólico. Este mismo espíritu maligno charla continuamente con el hombre exterior y por intermedio de él persigue en secreto (y) en todo momento al hombre interior, de la misma manera que la serpiente charlaba con la señora Eva y por intermedio de ella con Adán, su marido. (Cfr. Génesis 3, 1 ss.). El hombre interior, éste es Adán. El varón en el alma es el árbol bueno que da sin cesar frutos buenos y del cual habla también nuestro Señor (Cfr. Mateo 7, 17). Es también el campo en donde Dios ha sembrado su imagen y semejanza, y donde siembra la buena semilla, la raíz de toda sabiduría, de todas las artes, de todas las virtudes, de toda bondad, (o sea la) semilla de la divina naturaleza (2 Pedro 1, 4). Semilla de divina naturaleza, esto es el Hijo de Dios, la Palabra de Dios (Lucas 8, 11). TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3

El hombre exterior, éste es el hombre hostil y malo que sembraba y arrojaba encima la cizaña (Cfr. Mateo 13, 24 ss.). De él dice San Pablo: Encuentro en mí una cosa que me estorba y que está en contra de lo que manda Dios y de lo que aconseja Dios y de lo que ha hablado Dios y todavía sigue hablando en lo más elevado, o sea, en el fondo de mi alma (Cfr. Romanos 7, 23). Y en otra parte dice lamentándose: «¡Oh, desdichado de mí! ¿Quién me librará de esta carne y de este cuerpo de muerte?» (Romanos 7, 24). Y en otra parte vuelve a decir que el espíritu del hombre y su carne siempre se hacen la guerra. La carne aconseja (entregarse a) vicios y malicias; el espíritu aconseja (que se tenga) amor de Dios, alegría, paz y toda virtud (Cfr. Gal. 5, 17 ss.). Quien le obedece al espíritu y vive de acuerdo con su consejo, a éste le pertenece la vida eterna (Cfr. Galat. 6, 8). El hombre interior es aquel de quien dice Nuestro Señor que «un hombre noble marchó a un país lejano para conquistarse un reino». Éste es el árbol bueno del cual dice Nuestro Señor que siempre da frutos buenos y nunca malos, porque quiere (la) bondad y se inclina hacia (la) bondad tal como flota (concentrada) en sí misma sin hallarse afectada por esto o aquello. El hombre exterior es el árbol malo que nunca es capaz de dar frutos buenos (Mateo 7, 18). TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3

Dice San Agustín: Cuando el alma humana se eleva por completo hacia la eternidad, hacia Dios solo, resplandece y brilla la imagen de Dios; pero cuando el alma se torna hacia fuera, aunque sea para el ejercicio exterior de una virtud, esta imagen se encubre del todo. Y esto sería el significado del hecho de que las mujeres tienen la cabeza velada, mientras los hombres la tienen descubierta según la enseñanza de San Pablo (Cfr. 1 Cor. 11, 4 ss.). Por lo tanto: toda parte del alma que se dirige hacia abajo, recibe de aquello a que se torna un velo, una toca; pero la parte del alma que es elevada hacia arriba, es desnuda imagen de Dios, el nacimiento de Dios, descubierto (y) desnudo en el alma desnuda. Con referencia al hombre noble y de cómo la imagen de Dios, el Hijo de Dios, la semilla de naturaleza divina dentro de nosotros, nunca es extirpada aun cuando se la encubre, (de todo esto) habla el rey David en el Salterio, diciendo: El hombre si bien es atacado por diversas nonadas, sufrimientos y penas dolorosas, permanece, sin embargo, dentro de la imagen de Dios y la imagen dentro de él (Cfr. Salmo 4,2 a 7). La luz verdadera brilla en las tinieblas aun cuando no la notamos (Cfr. Juan 1, 5). TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3

Pero resulta que es otra la potencia – según he expuesto – en virtud de la cual ve el hombre, y otra la potencia gracias a la cual sabe y conoce el hecho de ver. Es verdad que en este mundo esta potencia dentro de nosotros, por la cual sabemos y conocemos el hecho de ver, es más noble y elevada que la potencia gracias a la cual vemos; porque la naturaleza comienza su actuación con lo más humilde, pero Dios comienza sus obras con lo más perfecto. (La) naturaleza hace al hombre a partir del niño y la gallina a partir del huevo; mas Dios hace al hombre antes que al niño y la gallina antes que el huevo. (La) naturaleza primero calienta y acalora la leña y sólo luego hace surgir el ser del fuego; pero Dios primero otorga el ser a toda criatura y luego en el tiempo y, sin embargo, sin tiempo, y cada vez por separado (le da) todo cuanto es accesorio. Dios da también el Espíritu Santo antes que los dones del Espíritu Santo. TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3

He leído muchos escritos tanto de los maestros paganos como de los profetas y del Viejo y del Nuevo Testamento, y he investigado con seriedad y perfecto empeño cuál es la virtud suprema y óptima por la cual el hombre es capaz de vincularse y acercarse lo más posible a Dios, y debido a la cual el hombre puede llegar a ser por gracia lo que es Dios por naturaleza, y mediante la cual el hombre se halla totalmente de acuerdo con la imagen que él era en Dios y en la que no había diferencia entre él y Dios, antes de que Dios creara las criaturas. Y cuando penetro así a fondo en todos los escritos – según mi entendimiento puede hacerlo y es capaz de conocer – no encuentro sino que el puro desasimiento supera a todas las cosas, pues todas las virtudes implican alguna atención a las criaturas, en tanto que el desasimiento se halla libre de todas las criaturas. Por ello Nuestro Señor le dijo a Marta: «unum est necessarium» (Lucas 10,42), eso significa lo mismo que: Marta, quien quiere ser libre de desconsuelo y puro, debe poseer una sola cosa o sea el desasimiento. TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3

Alguien podría decir entonces: ¿Cristo tuvo también un desasimiento inmóvil cuando dijo: «Mi alma está entristecida hasta la muerte» (Mateo 26, 38 y Marcos 14, 34) y María, cuando estaba al pie de la cruz y se habla mucho de sus lamentaciones?… ¿cómo concuerda todo esto con el desasimiento inmóvil? A este respecto debes saber que – según dicen los maestros – hay en cualquier hombre dos clases de hombre: uno se llama el hombre exterior, eso es la sensualidad; a este hombre le sirven los cinco sentidos y, sin embargo, el hombre exterior obra en virtud del alma. El otro hombre se llama el hombre interior, eso es la intimidad del hombre. Ahora has de saber que un hombre espiritual que ama a Dios, no emplea las potencias del alma en el hombre exterior sino en la medida en que lo necesitan forzosamente los cinco sentidos; y lo interior se vuelve hacia los cinco sentidos sólo en cuanto es conductor y guía de los cinco sentidos y los protege para que no se entreguen a su objeto en forma bestial, según hacen algunas personas que viven de acuerdo con su voluptuosidad carnal al modo de las bestias irracionales; y semejantes gentes antes que gente se llaman con más razón animales. Y las potencias que posee el alma más allá de lo que dedica a los cinco sentidos, las da todas al hombre interior, y cuando este hombre tiene un objeto elevado (y) noble, el (alma) atrae hacia sí todas las potencias que ha prestado a los sentidos, y de este hombre dicen que está fuera de sí14 y arrobado porque su objeto es una imagen racional o algo racional sin imagen. Pero debes saber que Dios espera de cualquier hombre espiritual que lo ame con todas las potencias del alma. Por esto dijo: «Amarás a tu Dios de todo corazón» (Cfr. Marcos 12, 30; Lucas 10, 27). Ahora bien, hay algunas personas que gastan las potencias del alma completamente en (provecho) del hombre exterior. Esta es la gente que dirige todos sus sentidos y entendimiento hacia los bienes perecederos; no saben nada del hombre interior. Debes saber pues, que el hombre exterior puede actuar y, sin embargo, el hombre interior se mantiene completamente libre de ello e inmóvil. Resulta que en Cristo hubo también un hombre exterior y un hombre interior, y lo mismo (vale) para Nuestra Señora; y todo cuanto Cristo y Nuestra Señora dijeron alguna vez sobre cosas externas, lo hicieron según el hombre exterior, y el hombre interior se mantenía en un desasimiento inmóvil. Y así habló (también) Cristo cuando dijo: «Mi alma está entristecida hasta la muerte» (Mateo 26, 38 y Marcos 14, 34), y pese a todos los lamentos de Nuestra Señora y a otras cosas que hacía, su intimidad siempre se mantuvo en inmóvil desasimiento. Escucha para ello una comparación: Una puerta se abre y cierra en un gozne. Ahora comparo la hoja externa de la puerta al hombre exterior y el gozne al hombre interior. Entonces, cuando la puerta se abre y cierra, la hoja exterior se mueve de acá para allá y el gozne permanece, no obstante, inmóvil en el mismo lugar y esto es la causa de que no cambie nunca. Lo mismo sucede en nuestro caso, supuesto que lo sepas entender bien. TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3

Existe además otro significado ¡pensadlo celosamente! Él (Santiago) dice: «Todo don». Sólo lo óptimo y lo más excelso son dones por excelencia y en sentido propio. No hay cosa alguna que Dios dé con tanto gusto como dones grandes. Una vez dije en este lugar que Dios incluso prefiere perdonar pecados grandes antes que pequeños. Y cuanto mayores son, con tanto más agrado y rapidez los perdona. Y exactamente lo mismo sucede con la gracia y el don y la virtud: cuanto más grandes sean, con tanto mayor placer los dará; pues su naturaleza pende del hecho de que otorgue cosas grandes. Y por ello, cuanto más valiosas son las cosas, tanto más hay de ellas. Las criaturas más nobles son los ángeles y ellos son puramente espirituales y no tienen corporeidad, y ellos son mayoría y hay más de ellos que la multitud de las cosas corpóreas. Las cosas grandes se llaman muy propiamente «dones» y le pertenecen a Él de la manera más propia y entrañable. SERMONES: SERMÓN IV 3

El sol es análogo a Dios: la parte más alta de su profundidad insondable responde a lo bajísimo en la hondura de la humildad. Ah sí, al hombre humilde no le hace falta pedir (nada a Dios) sino que bien puede mandarle, porque la altura de la divinidad no puede tender sino hacia la hondura de la humildad; pues el hombre humilde y Dios son uno y no dos. Este hombre humilde tiene tanto poder sobre Dios como tiene poder sobre sí mismo; y todo el bien que hay en todos los ángeles y en todos los santos, le pertenece enteramente tal como pertenece a Dios. Dios y este hombre humilde son completamente uno y no dos; porque lo que obra Dios, él lo obra también, y lo que quiere Dios, él lo quiere también, y lo que es Dios, él lo es también: una sola vida y un solo ser. Ah sí, por Dios: si este hombre estuviera en el infierno, Dios tendría que reunirse con él en el infierno, y el infierno tendría que ser para él un paraíso. Él (=Dios) necesariamente debe proceder así, sería obligado a hacerlo de modo que debería hacerlo; porque en este caso el hombre es la esencia divina y la esencia divina es el hombre. Pues ahí se besan la unidad de Dios y del hombre humilde, porque la virtud llamada humildad es una raíz en el fondo de la divinidad en la cual está plantada para que tenga su esencia sólo en el eterno Uno y en ninguna otra parte. Dije en el colegio (=universidad) de París que todas las cosas son acabadas en el hombre verdaderamente humilde. Y por eso digo que al hombre verdaderamente humilde no lo puede dañar ni perturbar ninguna cosa, porque no existe nada que no huya de aquello que lo pueda destruir: de esto huyen todas las cosas creadas porque no son nada en sí mismas. Y por ello, el hombre humilde huye de todo cuanto le pueda hacer dudar de Dios. Por ello huyo del carbón (ardiente) ya que quiere aniquilarme, pues está dispuesto a robarme mi ser. SERMONES: SERMÓN XV 3

Debes ser perseverante y firme, esto significa: debes mantenerte ecuánime en el amor y el dolor, en la dicha y la desdicha, y debes poseer la nobleza de todas las piedras preciosas, eso quiere decir, que todas las virtudes tienen que hallarse en tu interior y emanar de ti según su esencia. Tú habrás de atravesar y sobrepasar todas las virtudes y tomarás la virtud sólo en ese fondo primigenio donde es una sola con la naturaleza divina. Y cuanto más te halles unido con la naturaleza divina que el ángel, tanto más habrá de recibir él por tu intermedio. Que Dios nos ayude a que lleguemos a ser uno. Amén. SERMONES: SERMÓN XV 3

¡Ahora prestad atención! ¿Qué es lo que quiere decir cuando toma tan en serio el hecho de que amemos? Quiere decir que el amor con el cual amamos, debe ser tan acendrado, tan desnudo, tan desasido, que no se debe inclinar ni hacia mí ni hacia mi amigo ni hacia (ninguna cosa) a su lado. Dicen los maestros que no se puede llamar obra buena a ninguna obra buena, ni virtud a ninguna virtud, si no se hacen por amor. (La) virtud es tan noble, tan desasida, tan acendrada, tan desnuda en sí misma que no conoce nada mejor que a sí misma y a Dios. SERMONES: SERMÓN XXVII 3

Ahora dice Él: «Que os améis los unos a los otros». ¡Oh, ésta sería una vida noble, sería una vida bienaventurada! ¿No sería una vida noble si cada uno se fijara tanto en la paz de su prójimo como en su propia paz, y su amor fuera tan desnudo y tan acendrado y tan desapegado en sí mismo que no tuviera otra meta que (la) bondad y Dios? Si se preguntara a un hombre bueno: «¿Por qué amas a (la) bondad?» – «¡Por amor de (la) bondad»! «¿Por qué amas a Dios?» – «¡Por amor de Dios!» Y si las cosas son así, que tu amor es tan acendrado, tan desasido, tan desnudo en sí mismo que no amas nada fuera de (la) bondad y de Dios, entonces es una verdad segura que todas las virtudes obradas jamás por todos los hombres, te pertenecen tan completamente como si tú mismo las hubieras obrado, y ello de modo más acendrado y mejor, porque el hecho de que el Papa es Papa, a él le produce a menudo gran trabajo, (mas) tú posees esa virtud de manera más pura y desapegada y con tranquilidad, y ella te pertenece más a ti que a él, siempre y cuando tu amor sea tan acendrado, tan desnudo en sí mismo que no pienses en nada ni ames cosa alguna fuera de (la) bondad y de Dios. SERMONES: SERMÓN XXVII 3

Pues bien, Él dice: «como os he amado». ¿Cómo nos ha amado Dios? Nos amaba cuando (todavía) no existíamos y cuando éramos sus enemigos. Nuestra amistad le hace tanta falta a Dios que no puede esperar hasta que se lo imploremos: viene a nuestro encuentro y nos pide que seamos sus amigos, pues nos solicita que anhelemos ser perdonados por Él. Por ello, Nuestro Señor dice muy acertadamente: «Esta es mi voluntad que oréis por los que os hacen daño» (Cfr. Lucas 6, 28). Debemos tomar muy en serio la oración por los que nos hacen daño. ¿Por qué?… Para cumplir la voluntad de Dios (en el sentido) de que no esperemos hasta que nos rueguen a nosotros, deberíamos decir (más bien): «¡Amigo, perdóname por haberte entristecido!» Y deberíamos tomar igualmente en serio la virtud: cuanto mayor fuera el esfuerzo, tanto mayor debería ser nuestro empeño en (conseguir) la virtud. Del mismo modo, tu amor ha de ser uno solo porque (el) amor no quiere estar sino allí donde hay igualdad y unidad. Entre un patrono y un siervo suyo no hay paz, porque ahí no hay igualdad. Una mujer y un hombre son desiguales entre sí, mas en el amor son bien iguales. Por eso, la Escritura dice muy acertadamente que Dios tomó a la mujer de la costilla y del costado del varón (Génesis 2, 22), y no de la cabeza ni de los pies; porque donde hay dos, hay (un) defecto. ¿Por qué?… Porque lo uno no es lo otro, pues este «no» que produce diferenciación, no es sino amargura ya que en ese caso no hay paz. Si tengo una manzana en la mano, entonces es placentera para mi vista, mas a la boca se la priva de su dulzura. En cambio, si la como, le quito a mi vista el placer que me da. De este modo pues, dos no pueden existir juntos porque uno (de ellos) ha de perder su ser. SERMONES: SERMÓN XXVII 3

Todos los mandamientos de Dios provienen del amor y de la bondad de su naturaleza; si no provinieran del amor, no podrían ser mandamientos de Dios. Pues el mandamiento de Dios es la bondad de su naturaleza, y su naturaleza es su bondad en su mandamiento. Luego, quienquiera que mora en la bondad de su naturaleza, mora en el amor de Dios; y el amor no tiene porqué. Si yo tuviera un amigo y lo amara para que me hiciese el bien y me complaciese del todo, no amaría a mi amigo sino a mí mismo. He de amar a mi amigo a causa de su propia bondad y su propia virtud y por todo cuanto es en sí mismo, entonces amo a mi amigo como se debe, cuando lo amo así como acabo de decir. Exactamente lo mismo sucede con el hombre que se mantiene en el amor de Dios, que no busca nada de lo suyo, ni en Dios ni en sí mismo ni en cualquier cosa que fuera, y que ama a Dios solo por su propia bondad y por la bondad de su naturaleza y por todo cuanto Él es en sí mismo. Y éste es el amor verdadero. (El) amor de las virtudes es una flor y un adorno y una madre de todas las virtudes y de toda perfección y de toda bienaventuranza, porque (este amor) es Dios, ya que Dios es el fruto de las virtudes; Dios fecunda a todas las virtudes, y es un fruto de las virtudes, y este fruto es duradero para el hombre. A un hombre que obrara a causa del fruto, le daría gran placer si este fruto le perdurase. Y si hubiera un hombre poseedor de una viña o de un campo y él lo cediera a su criado para que lo cultivara y le quedaran también los frutos, y si además le diera todo cuanto hacía falta para (su labor), le resultaría muy placentero (al criado) quedarse con los frutos sin (tener) gastos propios. Así constituye también un gran placer para el hombre que vive en medio del fruto de las virtudes, porque no tiene ni disgusto ni confusión ya que ha renunciado a sí mismo y a todas las cosas. SERMONES: SERMÓN XXVIII 3

Pues bien, ciertas personas dicen: «Si tengo a Dios y el amor de Dios, puedo hacer muy bien todo cuanto quiero». Esta palabra la interpretan mal. Mientras eres capaz de (hacer) cualquier cosa que esté en contra de Dios y de sus mandamientos, no posees el amor de Dios, por más que engañes al mundo (pretendiendo) que lo tengas. Al hombre que se halla afianzado en la voluntad y el amor divinos, le resulta placentero hacer todo cuanto le gusta a Dios y dejar todo cuanto está en contra de Dios; y le resulta tan imposible dejar de hacer algo que Dios quiere que se haga, como hacer algo que esté en contra de Dios. Pasa exactamente lo mismo con quien tiene atadas las piernas; tan imposible como sería para él caminar, tan imposible le sería al hombre afianzado en la voluntad divina, hacer algo malo. Dijo alguien: Aunque Dios mismo hubiera mandado hacer (el) mal y huir de (la) virtud, yo no sería capaz de hacer el mal. Pues nadie ama a la virtud sino aquel que es la virtud misma. El hombre que ha dejado a sí mismo y a todas las cosas, que no busca nada de lo suyo en cosa alguna y hace todas sus obras sin porqué y por amor, semejante hombre está muerto para todo el mundo y vive en Dios y Dios en él. SERMONES: SERMÓN XXIX 3

Así procedió Santa Isabel con gran empeño. «Había contemplado» prudentemente «los senderos de su casa». Por eso «no temía el invierno porque su servidumbre tenía vestimenta doble» (Prov. 31, 21). Pues andaba con ojo avizor respecto a todo cuanto podía dañarla. En cuanto a sus flaquezas ponía todo su empeño por convertirlas en perfecciones. Por eso «no comió ociosa su pan». También había dirigido hacia Nuestro Dios sus potencias supremas. Son tres las potencias supremas del alma. La primera es el conocimiento; la segunda (la) irascibilis, la cual es una potencia tendente hacia arriba; la tercera es la voluntad. Cuando el alma se entrega al conocimiento de la recta verdad, (o sea) la potencia simple en la cual se conoce a Dios, entonces el alma se llama una luz. Y Dios es también una luz y cuando la luz divina se vierte en el alma, ésta es unida a Dios como una luz a otra. Entonces se llama la luz de la fe y esta es una virtud teologal. Y adonde el alma no puede llegar con sus sentidos y potencias, allí la lleva la fe. SERMONES: SERMÓN XXXII 3

La segunda es la potencia tendente hacia arriba; su obra por excelencia es el tender hacia arriba. Así como es propio del ojo ver figuras y colores, y del oído oír dulces sonidos y voces, así es acción propia del alma tender ininterrumpidamente hacia arriba con esta potencia; mas, si mira a un lado, cae víctima del orgullo, lo cual es un pecado. No soporta que haya algo por encima de ella. Creo que ni siquiera puede soportar que Dios se encuentre por encima de ella; cuando Él no se halla dentro de ella, y cuando no las pasa tan bien como Él mismo, no puede descansar nunca. En esta potencia Dios es aprehendido dentro del alma en cuanto sea posible a la criatura, y en este sentido se habla de la esperanza que es también una virtud teologal. En ella, el alma tiene tan grande confianza en Dios que le parece que Dios no tiene nada en todo su ser que no le sea posible recibir. Dice el señor Salomón que «el agua hurtada es más dulce» que otra (Prov. 9, 17). Y afirma San Agustín: Me resultaban más dulces las peras que robaba que las que me compraba mi madre; justamente porque me estaban prohibidas y vedadas. Así también le resulta más dulce al alma esa gracia que ella conquista con especial sabiduría y empeño antes que aquella que es común a todo el mundo. SERMONES: SERMÓN XXXII 3

La tercera potencia es la voluntad interior que, cual rostro, siempre está vuelta hacia Dios en la voluntad divina y dentro de sí recoge de Dios el amor. Ahí Dios es conducido a través del alma, y el alma es conducida a través de Dios; y esto se llama un amor divino y es también una virtud teologal. (La) bienaventuranza divina reside en tres cosas: precisamente en (el) conocimiento con el cual Él se conoce íntegramente, en segundo término, en (la) libertad de modo que permanece incomprendido e incoercible para toda su creación y (finalmente), en la completa suficiencia con la cual es suficiente para Él mismo y para toda criatura. Pues, la perfección del alma reside también en lo siguiente: en (el) conocimiento y en (la) comprensión de que Dios la ha aprehendido, y en (la) unión con el amor cabal. ¿Queremos saber qué es el pecado? Volver la espalda a la bienaventuranza y a la virtud, de esto proviene cualquier pecado. Esos senderos los debe mirar toda alma bienaventurada. Por eso «no teme el invierno porque su servidumbre lleva puesta, también, vestimenta doble», como dice de ella (Isabel) la Escritura. Estaba vestida de fortaleza para resistir a toda imperfección, y adornada con la verdad (Prov. 31, 25 a 26). Esta mujer, hacia fuera, ante el mundo, gozaba de riquezas y honores, mas en su fuero íntimo adoraba (la) verdadera pobreza. Y cuando le faltaba el consuelo externo, se refugiaba con Aquel con quien se refugian todas las criaturas, y ella despreciaba al mundo y a sí misma. Así consiguió superarse a sí misma y despreciaba que la despreciaran, de modo que ya no se preocupaba por ello ni renunciaba a su perfección. Con el corazón puro anhelaba que se le permitiera lavar y cuidar a personas enfermas y sucias. SERMONES: SERMÓN XXXII 3

Ahora bien, San Pablo dice: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas que están arriba». Con respecto a la primera palabra (=habéis resucitado) piensa en dos significados. Alguna gente resucita a medias, se ejercita en una virtud y no en otra. Hay otros, poco nobles por naturaleza, que están ansiosos por las riquezas. Otros son más nobles por naturaleza y no se fijan en los bienes, pero quieren obtener honores. Dice un maestro que todas las virtudes necesariamente se dan en estrecha unión. Si bien sucede que un hombre esté más dispuesto a ejercitarse en una virtud que en las otras, todas están unidas, necesariamente, como una sola cosa. Ciertas personas resucitan del todo, mas no resucitan con Cristo. Por eso, todo cuanto es propio de uno, tiene que resucitar por completo. Por otra parte, se hallan algunas personas que resucitan del todo con Cristo; pero quien haya de experimentar un verdadero renacimiento con Cristo, tendrá que ser muy sabio. Los maestros dicen que es verdadera la resurrección cuando una persona ya no muere más. En ninguna parte existe una virtud tan grande como para que no se encuentre alguna gente que la haya puesto en práctica con fuerza natural, porque a menudo la fuerza natural opera signos maravillosos y milagros. Si se han visto también en los paganos todas las obras exteriores que alguna vez se han comprobado en los santos. Por eso dice (San Pablo): Debéis resucitar con Cristo porque Él se halla arriba, adonde no puede llegar ninguna naturaleza. Aquello que es nuestro, debe resucitar por completo. SERMONES: SERMÓN XXXV 3

Pues bien, la mujer dice: «Señor, mi marido, tu siervo, está muerto. Se presentan aquellos con quienes tenemos deudas y se llevarán a mis dos hijos». ¿Qué es lo que son los «dos hijos» del alma? San Agustín – y junto con él otro maestro pagano – habla de los dos rostros del alma. Uno está dirigido hacia este mundo y el cuerpo; en él (el alma) obra (la) virtud y (el) arte y (la) vida santificante. El otro rostro está dirigido directamente hacia Dios. En él reside continuamente la luz divina y ésta obra allí adentro por más que ella (= el alma) no lo sepa, porque no se halla en su casa. Si la chispita del alma se toma pura en Dios, entonces el «marido» vive. Ahí se da el nacimiento, ahí nace el Hijo. Este nacimiento no ocurre una vez por año ni una vez por mes ni una vez por día, sino en todo momento, es decir, por encima del tiempo en la vastedad donde no existen ni acá ni instante ni naturaleza ni pensamiento. Por eso, decimos «hijo» y no «hija». SERMONES: SERMÓN XXXVII 3

En alguna ocasión expliqué lo que es un hombre justo mas, ahora digo otra cosa en sentido diferente. Un hombre justo es aquel que está formado en la justicia y transformado en su imagen. El justo vive en Dios y Dios en él; pues Dios nace en el justo y el justo en Dios, ya que Dios nace a causa de cualquier virtud del justo, y cualquier virtud del justo le da alegría. Y no sólo cualquier virtud del justo sino también cualquier obra del justo por insignificante que sea, siempre que la haga en justicia, con ella Dios se alegra y la alegría hasta penetra en Él; porque no queda nada en su fondo que no reciba cosquillas de alegría. Tal hecho lo deben creer las personas de mentalidad burda, mientras los iluminados han de saberlo. SERMONES: SERMÓN XXXIX 3

Ahora seguiré hablando de la palabra «justo». No dice: «el hombre justo», ni tampoco: «el ángel justo», sino tan sólo: «el justo». El Padre engendra a su Hijo como el justo, y al justo como hijo suyo, porque toda virtud del justo y cualquier obra realizada a causa de la virtud del justo, no constituyen sino (el hecho) de que el Hijo es engendrado por el Padre. Y por eso, el Padre no descansa nunca; antes bien, acosa e invita en todo momento para que nazca en mí su Hijo, según se dice en un Escrito: «No me callo a causa de Sión ni descanso a causa de Jerusalén, hasta que se revele el justo y luzca como un relámpago» (Isaías 62, 1). «Sión» significa el apogeo de la vida y «Jerusalén» el apogeo de la paz. Ah sí, Dios no descansa jamás ni a causa del apogeo de la vida ni a causa del apogeo de la paz; sino que acosa e incita en todo momento para que se revele el justo. En el justo no ha de obrar ninguna cosa sino únicamente Dios. Pues, si algo fuera de ti te impele a obrar, de veras, todas esas obras están muertas; y aún en el caso de que Dios te estimule desde fuera para que obres, por cierto, todas esas obras están muertas. Mas, si tus obras han de vivir, Dios tiene que impelerte en tu interior, en lo más acendrado del alma, si han de vivir (realmente) porque allí se halla tu vida y sólo allí vives. Y yo digo: Si una virtud te parece mayor que otra, y si tú la estimas más que a otra, no la amas tal como es en la justicia, y Dios todavía no obra en ti. Pues, mientras el hombre aprecia o ama más a determinada virtud, no ama las virtudes ni las toma como son en la justicia, ni tampoco es justo; porque el justo toma (o: ama) y obra todas las virtudes en la justicia así como son la justicia misma. SERMONES: SERMÓN XXXIX 3

Dice un Escrito: La virtud nunca es virtud a no ser que provenga de Dios o por Dios o en Dios (= con Dios); una de estas tres (cosas) debe haber siempre. Si le pasara algo distinto, no sería virtud; porque aquello que se anhela sin Dios, es demasiado pequeño. La virtud es Dios o (se halla) inmediatamente en Dios. Mas cuál sería lo mejor, de esto no quiero deciros nada por el momento. Ahora podríais preguntar: «Decid, señor, ¿cómo es esto? ¿cómo podríamos hallarnos inmediatamente en Dios de modo que no anheláramos ni buscáramos nada mas que Dios, y como podríamos ser tan pobres y renunciar a todo? ¡Es una afirmación muy dura (decir) que no debiéramos desear ninguna recompensa!»… Tened la certeza de que Dios no dejará de dárnoslo todo; y aunque hubiera renegado (de hacerlo), no podría renunciar a ello, tendría la obligación de dárnoslo. Le hace mucha más falta a Él darnos que a nosotros recibir; pero no debemos anhelarlo; porque, cuanto menos lo deseemos y apetezcamos, tanto más dará Dios. Pero, con ello Dios no pretende sino que lleguemos a ser mucho más ricos y que recibamos mucho más. SERMONES: SERMÓN XLI 3

Por encima de la luz se halla (la) gracia; ésta no entra nunca en (el) entendimiento ni en (la) voluntad. Si (la) gracia hubiera de entrar en (el) entendimiento, entonces (el) entendimiento y (la) voluntad tendrían que llegar más allá de sí mismos. Tal cosa no puede ser, porque la voluntad es tan noble en sí misma que no se la puede llenar sino con el amor divino. El amor divino opera obras muy grandes. Mas, por encima hay todavía una parte que es (el) entendimiento: éste es tan noble en sí mismo que no puede ser perfeccionado sino por la verdad divina. Por eso dice un maestro: Hay algo muy secreto que se halla por encima, esto es la cabeza del alma. Ahí se realiza la verdadera unión entre Dios y el alma. (La) gracia no ha operado jamás obra alguna, pero sí emana en el ejercicio de una virtud. (La) gracia no conduce jamas a la unión en una obra. (La) gracia es un in-habitar y un co-habitar del alma con Dios. Para ello es demasiado bajo todo cuanto alguna vez se haya llamado obra, ya sea exterior, ya sea interior. Todas las criaturas buscan algo semejante a Dios; cuanto más bajas son, tanto más externa es su búsqueda como, por ejemplo, el aire y el agua: éstos se dispersan. Pero el cielo que es más noble, busca (una semejanza) más cercana a Dios. El cielo gira continuamente y en su trayectoria trae afuera a todas las criaturas; en esto se asemeja a Dios, pero no es su intención (hacerlo) sino (que busca) algo más elevado. Por otra parte: en su trayectoria busca la quietud. Al cielo nunca se le ocurre obra alguna para servir a una criatura que se halla por debajo de él. Por este hecho se asemeja más a Dios. Para el que Dios nazca en su Hijo unigénito, todas las criaturas son insensibles. Sin embargo, el cielo tiende hacia aquella obra que Dios opera en sí mismo. Si el cielo y otras criaturas más bajas (que el cielo) (ya) proceden así, (cuánto) más noble es el alma que el cielo. SERMONES: SERMÓN XLIII 3

Nuestro Señor dice, pues: «¡Tú eres bienaventurado!» Todo el mundo anhela (la) bienaventuranza. Resulta que dice un maestro: Todo el mundo anhela ser elogiado. Ahora bien, San Agustín dice: Un hombre bueno no anhela ser elogiado, mas sí desea ser digno de elogio. Nuestros maestros afirman, pues, que la virtud, en su fondo y peculiaridad, es tan acendrada y se halla tan sustraída y separada de todas las cosas corpóreas que nada puede caer en ella sin manchar la virtud, y (así) ella se convierte en defecto. Un solo pensamiento o la búsqueda de su propio provecho: (ya) no es una virtud genuina, más aún: se convierte en defecto. Así es la virtud por naturaleza. SERMONES: SERMÓN XLV 3

Ahora bien, un maestro pagano dice: Cuando alguien ejerce la virtud por amor de algo que no sea la virtud, (su actitud) nunca llega a ser virtud. Si busca elogios o alguna otra cosa, vende la virtud. Una virtud por naturaleza no se debe abandonar por nada en este mundo. Por eso, un hombre bueno no anhela ser elogiado, pero sí anhela ser digno de elogio. El hombre no debe sentir pena porque estén enojados con él; se debe apenar porque merezca el enojo. SERMONES: SERMÓN XLV 3

Nuestro Señor no contradice su propia palabra. Cuando elogiaba a Juan por ser mayor, quería decir que era pequeño a causa de su verdadera humildad, ésta era su grandeza. Lo sabemos por el hecho de que Cristo mismo dijera: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mateo 11, 29). Todo cuanto en nosotros son virtudes, en Dios es ser puro y su propia naturaleza. Por ello dijo Cristo: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón». Por humilde que fuera Juan, su virtud tenía, sin embargo, una medida, y más (allá) de esa medida no era ni más humilde ni mayor ni mejor de lo que era. Luego dijo Nuestro Señor: «Si alguien fuera inferior a Juan, sería mayor que él en el reino de los cielos», como si quisiera decir: Si hubiera alguien que sobrepasara esa humildad, aunque fuera por una pizca o por cualquier cosa, y fuese proporcionalmente más humilde que Juan, ése sería mayor en el reino de los cielos por toda la eternidad. SERMONES: SERMÓN XLIX 3

¡Ahora fijaos bien! Ni Juan ni ninguno de todos los santos nos han sido señalados como fin que debemos perseguir, o como meta limitada por debajo de la cual hemos de permanecer. Sólo Cristo, Nuestro Señor, es nuestro fin, a Él hemos de seguir y (Él es) nuestra meta por debajo de la cual hemos de permanecer y a la que debemos ser unidos, iguales a Él en toda su gloria, así como nos corresponde la unificación. En el reino de los cielos no hay ningún santo tan santo ni perfecto que su vida (en esta tierra), en cuanto a sus virtudes, no se haya realizado dentro de (determinada) medida, y según esa medida es también la jerarquía de su vida eterna, y toda su perfección (en el cielo) corresponde por completo a esa medida. Por cierto (y) en verdad: si existiera un solo hombre que sobrepasara la medida correspondiente al santo más destacado que ha vivido virtuosamente y recibido por ello su bienaventuranza… si existiese, pues, un solo hombre que sobrepasara en algo esa medida de la virtud, él sería en la manifestación de la virtud todavía más santo y más bienaventurado que aquel santo lo haya sido jamás. Digo por Dios – y es tan verdadero como que Dios vive -: No hay ningún santo tan perfecto en el cielo que tú no pudieras sobrepasar el grado de su santidad con (tu) santidad y (tu forma de) vida, y que no pudieses llegar más alto que él en el cielo y permanecer (así) por la eternidad. Por eso digo: Si alguien fuera más humilde que Juan e inferior (a él), habría de ser eternamente mayor que él (= Juan) en el reino de los cielos. La verdadera humildad es esta: que un hombre con todo cuanto es por naturaleza, como ser creado de la nada, no se empeñe en nada, ni en el hacer ni en el dejar de hacer, fuera de esperar la luz de la gracia. Que uno sea prudente en (su) hacer y dejar de hacer, ésta es la verdadera humildad de la naturaleza. (La) humildad del espíritu consiste en el hecho de que él (= el hombre) se adjudique o atribuya tan poco de todo el bien que Dios le hace continuamente, como hacía cuando aún no existía. SERMONES: SERMÓN XLIX 3

El segundo implica que el alma debe elevarse humildemente con todas sus imperfecciones y pecados y asentarse e inclinarse por debajo de la puerta de la piedad donde Dios se derrama en (su) misericordia. Y debe elevar también todo cuanto de virtud y obras buenas hay en ella y con eso ha de sentarse por debajo de la puerta donde Dios se derrama al modo de su bondad. De tal manera ha de obedecer el alma, poniendo orden en sí misma, según el ejemplo (que Él dio) cuando «levantó sus ojos». SERMONES: SERMÓN LIII 3