Una mujer preguntó a Nuestro Señor dónde se debía de orar. Entonces dijo Nuestro Señor: «Vendrá el tiempo y ya ha llegado en que los verdaderos adoradores han de rezar en espíritu y en verdad. Porque Dios es espíritu hay que rezar en espíritu y en verdad». (Juan 4, 23 y 24). Lo que es la Verdad misma, no lo somos nosotros; somos verdaderos, es cierto, pero hay en ello una parte de mentira. Así no son las cosas en Dios. Antes bien, el alma debe estar parada en el primigenio efluvio violento, allí donde emana y nace la Verdad, (o sea) en la «puerta de la casa de Dios», y ella (=el alma) debe pronunciar y predicar la palabra. Todo cuanto hay en el alma, tiene que hablar y decir loas, y nadie habrá de escuchar la voz. En el silencio y en la tranquilidad – como dije hace poco de los ángeles que están sentados cerca de Dios en el coro de la sabiduría y del fuego – allá Dios le habla al interior del alma y se pronuncia íntegramente dentro del alma. Allá el Padre engendra a su Hijo y siente tanto placer por el Verbo y le tiene tanto amor que nunca deja de pronunciar el Verbo, sino que lo dice en todo momento, es decir, por encima del tiempo. Viene bien a nuestras explicaciones citar: «A tu casa le conviene la santidad» y la loa y que no haya nada adentro que no te alabe. SERMONES: SERMÓN XIX 3
Nuestros maestros dicen: ¿Qué es lo que alaba a Dios? Esto lo hace (la) semejanza. Así pues, lo alaba a Dios todo aquello en el alma que se asemeja a Dios; lo que de alguna manera es desigual a Dios no lo alaba; así como un cuadro alaba a su maestro que le ha impreso todo el arte que alberga en su corazón y que así se ha asemejado completamente (el cuadro). Esta semejanza del lienzo elogia a su maestro sin palabras. Aquello que se puede alabar con palabras o que se reza con la boca, es poca cosa. Porque Nuestro Señor dijo una vez: «Vosotros rezáis pero no sabéis qué es lo que rezáis. Vendrán verdaderos rezadores que adorarán a mi Padre en espíritu y en verdad» (Cfr. Juan 4, 22 y 23). ¿Qué es (la) oración? Dice Dionisio: Trepar hacia Dios en el entendimiento, esto es (la) oración. Dice un pagano: Allí donde se hallan (el) espíritu y (la) unidad y (la) eternidad, allí quiere obrar Dios. Donde (la) carne está en contra del espíritu, donde (la) disgregación está en contra de (la) unidad, donde (el) tiempo está en contra de (la) eternidad, allí no obra Dios; no se aviene a ello. Antes bien, todo el placer, contento, alegría y bienestar que puedan tenerse acá (en esta tierra), todo esto debe desaparecer. Quien quiere elogiar a Dios, tiene que ser santo y estar reconcentrado y ser espíritu sin hallarse afuera en ninguna parte; antes bien, con perfecta semejanza tiene que ser llevado hacia arriba, hasta la eternidad, por encima de todas las cosas. Me refiero no sólo a todas las criaturas que están creadas, sino (también) a todo cuanto Él sería capaz de hacer si quisiera (hacerlo); el alma tiene que sobrepasar todo esto. Mientras exista alguna cosa por encima del alma y mientras haya algo, sea lo que fuere, que se anteponga a Dios (y) no es Dios, (el alma) no llega al fondo «a lo largo de los días». SERMONES: SERMÓN XIX 3
Pues bien, dice Él: «que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad». ¿Qué es la verdad? (La) verdad es tan noble que, si fuera posible que Dios se apartara de la verdad, yo querría seguir a la verdad y abandonar a Dios; porque Dios es la Verdad y todo cuanto se halla en el tiempo y todo cuanto fue creado alguna vez por Dios, no es la Verdad. SERMONES: SERMÓN XXV 3
He dicho a veces: Quien busca a Dios y busca alguna cosa junto con Dios, no encuentra a Dios; en cambio, aquel que busca sólo a Dios, de veras, encuentra a Dios y no halla nunca a Dios solo, porque todo cuanto Dios es capaz de hacer, lo halla (junto) con Dios. Si buscas a Dios y lo buscas a causa de tu propio provecho y de tu propia bienaventuranza, por cierto, no buscas a Dios. Por eso dice que los verdaderos adoradores adoran al Padre y lo dice muy bien. Si alguien dijera a un hombre bueno: «¿Por qué buscas a Dios?» – «Porque es Dios». «¿Por qué buscas a la verdad?» – «Porque es la verdad». «¿Por qué buscas a la justicia?» – «Porque es la justicia»: semejantes personas están bien encaminadas. Todas las cosas que se encuentran en el tiempo, tienen un porqué. Es como si alguien preguntara a un hombre: «¿Por qué comes?» – «Para tener fuerza». «¿Por qué duermes?» – «Con el mismo fin»; y así son todas las cosas que se hallan en el tiempo. Pero quien preguntara a un hombre bueno: «¿Por qué amas a Dios?» – «No lo sé, por amor de Dios». «¿Por qué amas la verdad?» – «Por amor de la verdad». «¿Por qué amas la justicia?» – «Por amor de la justicia». «¿Por qué amas la bondad?» – «Por amor de la bondad». «¿Por qué vives?» – «¡De veras, no lo sé! Me gusta vivir». SERMONES: SERMÓN XXV 3
El otro enunciado reza: «El Señor está acá». Él está consigo mismo y no se aleja. Ahora bien, dice David: «¡Señor, alegra a mi alma porque la he elevado hacia ti!» (Salmo 85, 4). El alma se debe elevar por encima de sí misma con toda su fuerza y ha de ser llevada por encima del tiempo y del espacio hacia la vastedad y la extensión, allí donde Dios está consigo y cerca de sí mismo y no se aleja ni toca nada ajeno. Dice Jerónimo: Tan (im)posible como es que una piedra tenga sabiduría angelical, tan (im)posible es que Dios se dirija alguna vez al tiempo o a las cosas temporales. Por eso dice: «El Señor está acá cerca». David afirma: «Dios está cerca de todos cuantos lo alaban y lo enuncian y lo nombran haciéndolo en la verdad» (Cfr. Salmo 144, 18). Paso por alto el modo cómo se lo alaba y enuncia y nombra; (me refiero) más bien a que él dice: «en la verdad». ¿Qué es (la) verdad? Sólo el Hijo es la Verdad y no (lo son) ni el Padre ni el Espíritu Santo, excepto en cuanto son una sola Verdad en su esencia. Es verdad cuando revelo lo que llevo en mi corazón y lo pronuncio con la boca, tal cual lo albergo en mi corazón, sin hipocresía ni ocultamiento. Tal revelación es (la) verdad. Por eso, el Hijo solo es la Verdad. Todo cuanto el Padre tiene y puede realizar, lo dice íntegramente en su Hijo. Esta revelación y este efecto son verdad. Por eso dice (David): «en la verdad». SERMONES: SERMÓN XXXIV 3
Allí donde el hombre, en obediencia, sale de su yo y se deshace de lo suyo, justamente allí Dios, a su vez, debe entrar por fuerza; pues cuando alguien no quiere nada para sí, Dios tiene que querer en su lugar, de la misma manera que para Él mismo. Cuando me he desasido de mi voluntad (poniéndola) en manos de mi prelado, y cuando no quiero nada para mí mismo, entonces Dios debe querer en mi lugar y si, al hacerlo, descuida alguna cosa para mí, la descuida al mismo tiempo para Él mismo. Así sucede con todas las cosas: donde yo no quiero nada para mí, Dios quiere en mi lugar. Ahora ¡presta atención! ¿Qué es lo que Él quiere para mí si yo no quiero nada para mí? En todo aquello en que yo me despojo de mi yo, Él debe querer forzosamente todo cuanto quiere para sí mismo, ni más ni menos; y del mismo modo que lo quiere para Él. Y si Dios no lo hiciera – por la verdad que es Dios – Dios no sería justo ni sería Dios, lo cual es su ser natural. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 1.
Por ende, comienza primero contigo mismo y ¡renuncia a ti mismo! De cierto, sino huyes primero de tu propio yo, adondequiera que huyas encontrarás estorbos y discordia, sea donde fuere. La gente que busca la paz en las cosas exteriores, sea en lugares o en modos o en personas o en obras, o en el extranjero o en la pobreza o en la humillación, por grandes que sean o lo que sean, todo esto no es nada, sin embargo, y no da la paz. Quienes buscan así, lo hacen en forma completamente equivocada: cuanto más lejos vayan, tanto menos encontrarán lo que buscan. Caminan como alguien que pierde el camino: cuanto más lejos va, tanto más se extravía. Pero entonces ¿qué debe hacer? En primer término debe renunciar a sí mismo, con lo cual ha renunciado a todas las cosas. En verdad, si un hombre dejara un reino o todo el mundo, y se quedara consigo mismo, no habría renunciado a nada. Ah sí, cuando el hombre renuncia a sí mismo – no importa la cosa que retenga, riquezas, honores o lo que sea – entonces ha renunciado a todo. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 3.
He aquí la razón debido a la cual son perfectamente buenos el ser y el fundamento existencial del hombre (y) de donde las obras humanas adquieren su bondad: (consiste) en que la mente del hombre esté orientada únicamente hacia Dios. Pon todo tu esfuerzo en que Dios se haga grande para ti y que todos tus afanes y empeños se dirijan hacia Él en todas tus acciones y en todo cuanto dejas de hacer. De cierto, cuanto mayor sea este (esfuerzo), tanto mejores serán todas tus obras, cualquiera que sea su índole. Mantente apegado a Dios y Él te añadirá todo el ser-bueno. Busca a Dios, entonces hallarás a Dios y todo lo bueno. Ah sí, en verdad, con semejante disposición de ánimo podrías pisar una piedra (y) sería una obra más aceptable para Dios que si recibieras el Cuerpo de Nuestro Señor y al hacerlo hubieses puesto tus miras más bien en lo tuyo y tu intención fuera menos desasida. Quien se apega a Dios, a éste se apegan Dios y cualquier virtud. Y aquello que tú buscabas anteriormente, ahora te busca a ti; aquello tras lo cual corrías tú, ahora corre detrás de ti y aquello de que huías, ahora huye de ti. Por eso: quien se apega estrechamente a Dios, a éste se le apega todo cuanto es divino y huye de él todo cuanto es desigual y ajeno a Dios. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 5.
Me hicieron la siguiente pregunta: Que algunas personas se aislaban rigurosamente de los hombres y les gustaba estar siempre solos y de ahí provenía su paz así como del hecho de que se hallaban en la iglesia ¿si esto era lo mejor? Entonces dije: «¡No!» y ¡presta atención porque (no es así)! Quien está bien encaminado en medio de la verdad, se siente a gusto en todos los lugares y con todas las personas. Mas, quien anda mal, se siente mal en todos los lugares y entre todas las personas. Pero aquel que anda por buen camino, en verdad lleva consigo a Dios. Mas, aquel que bien (y) en verdad posee a Dios, lo tiene en todos los lugares y en la calle y en medio de toda la gente exactamente lo mismo que en la iglesia o en el desierto o en la celda; con tal de que lo tenga en verdad y solamente a Él, nadie podrá estorbar a semejante hombre. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 6.
Porque posee únicamente a Dios y pone sus miras sólo en Dios, y todas las cosas se le convierten en puro Dios. Semejante hombre lleva consigo a Dios en todas sus obras y en todos los lugares, y todas las obras de este hombre las opera sólo Dios; pues, la obra pertenece más propia y verdaderamente a quien es causa de ella que a quien la ejecuta. Si concentramos, pues, nuestra vista pura y exclusivamente en Dios, Él, en verdad, habrá de hacer nuestras obras y nadie, ni la muchedumbre ni el lugar, son capaces de detenerlo en sus obras. Resulta, pues, que a tal hombre nadie lo puede estorbar porque no ambiciona ni busca ni le gusta nada fuera de Dios; porque Él se une con el hombre en todas sus aspiraciones. Y así como ninguna multiplicidad lo puede distraer a Dios, así nada puede distraer ni diversificar a este hombre ya que es uno solo en lo Uno, donde toda multiplicidad es una sola cosa y una no-multiplicidad. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 6.
¿En qué consiste entonces, esta verdadera posesión de Dios de modo que uno lo tenga en verdad? TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 6.
La inclinación al pecado no es pecado, pero querer pecar, esto sí es pecado, querer encolerizarse, esto sí es pecado. En verdad, si aquel que está bien encaminado tuviera el poder de desear, no se le ocurriría desear que perdiera la inclinación al pecado, pues sin ella el hombre estaría inseguro en todas las cosas y en todas sus obras y no sentiría preocupación frente a las cosas, y carecería también del honor (ganado) con la lucha, de la victoria y de la recompensa. Porque el impulso y la excitación (producidos) por la falta de virtud traen consigo la virtud y la recompensa por el esfuerzo (hecho). Pues, la inclinación hace que el hombre se empeñe cada vez más en el vigoroso ejercicio de la virtud, y lo empuja a la fuerza hacia la virtud, y es un azote áspero que impulsa al ser humano para que tenga cuidado y sea virtuoso porque, cuanto más débil se sienta el hombre, tanto más deberá armarse de fortaleza y victoria, ya que la virtud como la falta de virtud residen en la voluntad. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 9.
De veras, con la voluntad lo puedo todo. Puedo sobrellevar las fatigas de todos los hombres y dar de comer a todos los pobres y hacer las obras de todos los seres humanos y cualquier cosa que se te ocurra. Si no te falta la voluntad sino sólo la capacidad, por cierto, lo habrás hecho todo ante Dios, y nadie te lo podrá quitar ni impedir aunque fuera por un solo momento; porque el querer hacer tan pronto como yo pueda hacerlo y el haberlo hecho, ante Dios son lo mismo. Si yo, además, quisiera tener tanta voluntad como la tiene el mundo entero, y si mi anhelo de tenerla es grande e íntegro, de veras la tengo; porque lo que quiero tener lo tengo. Si yo verdaderamente deseara tener tanto amor como lo han reunido todos los hombres en todos los tiempos, y (si quisiera) loar a Dios de la misma manera (que todos ellos) o (hacer) cualquier otra cosa que te puedas imaginar, pues, todo esto lo tienes en verdad, si la voluntad es perfecta. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 10.
El hombre no se debe imaginar que al proceder así pierda alguna gracia, pues aquello que él deja voluntariamente por amor, lo recibirá en forma mucho más noble, tal como dijo Cristo: «Quien dejare una cosa por mí, recibirá cien veces tanto». (Mateo, 19,29). Sí, en verdad, lo que el hombre deja y de lo cual se desprende por amor de Dios, incluso en el caso de que ansíe muchísimo tener esa sensación de consuelo y de fervor entrañable, y si hace todo cuanto pueda hacer (para conseguirlo), pero Dios no se lo da, y (luego) él se resigna y renuncia a ello voluntariamente por amor de Dios: en verdad, lo encontrará en Él exactamente como si hubiera tenido plena posesión de todo el bien que existiera jamás, (pero) se hubiese privado, enajenado y desprendido de él voluntariamente por amor de Dios; recibirá cien veces tanto. Pues todo cuanto al hombre le gustaría tener, pero prescinde y se abstiene de ello por amor de Dios, ya sea de índole material o espiritual, lo encuentra todo en Dios como si lo hubiera poseído y se hubiese despojado de ello voluntariamente; porque el hombre, de buena voluntad, debe hallarse privado de todas las cosas por amor de Dios, y por amor desembarazarse y prescindir de todo consuelo en el amor. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 10.
El hombre que tan enteramente hubiera renunciado a sí mismo junto con todo lo suyo, en verdad, se hallaría colocado tan completamente en Dios, que dondequiera que se tocara a ese hombre, se debería tocar primero a Dios; porque él se halla del todo en Dios, y Dios se encuentra en torno de él, tal como mi bonete encierra mi cabeza; y quien quisiera agarrarme debería tocar primero mi vestimenta. Igualmente: si he de beber, la bebida debe pasar primero por mi lengua; allí adquiere su sabor. De veras, si la lengua se halla revestida de amargor, el vino, por dulce que sea en sí, habrá de convertirse siempre en amargo a causa de aquello por cuyo intermedio me llega. En verdad, un hombre que se hubiera desasido totalmente de lo suyo, estaría envuelto en Dios de tal manera que todas las criaturas no serían capaces de tocarlo sin tocar antes a Dios, y las cosas que habrían de llegar hasta él, tendrían que llegarle a través de Dios; aquí reciben su sabor y se hacen deiformes. Por grande que sea el sufrimiento, si viene a través de Dios, Dios es el primero en sufrir por él. Sí, por la verdad que es Dios mismo: un sufrimiento que afecta al hombre, por ejemplo, un malestar o una contrariedad, nunca es tan insignificante que, una vez puesto en Dios, no lo toque a Él inconmensurablemente más de lo que lo toca al hombre, y le resulte más repugnante de lo que le resulta repugnante al hombre. Mas, si Dios lo sufre a causa del bien que ha previsto para ti con ese (sufrimiento), y si tú estás dispuesto a sufrir lo que sufre Dios y que te llega a través de Él, entonces adquiere de derecho índole divina, ya se trate de desprecio, así como de honores, de amargura al igual que de dulzura y de la más profunda oscuridad lo mismo que de la luz más clara: todo recibe de Dios su sabor y se hace divino, porque todo cuanto sucede a ese hombre se va adaptando a Dios, ya que (ese hombre) no tiende hacia otra cosa ni le gusta nada más, y por ello aprehende a Dios en medio de toda amargura como en la mayor de las dulzuras. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 11.
En verdad, el haber cometido pecados no es pecado con tal de que nos dé pena. El hombre no debe querer cometer un pecado por todo cuanto pueda suceder en el tiempo o en la eternidad, ni pecados mortales ni veniales ni de cualquier índole. Quien supiera portarse bien con Dios, debería tener siempre presente que Dios, leal y amante (como es), ha llevado al hombre de una vida pecaminosa a otra divina, que lo ha convertido de enemigo en amigo suyo, lo cual es más que crear una nueva tierra. Este hecho habría de ser uno de los más fuertes acicates para afianzar al hombre totalmente en Dios y sería maravillosa la fuerza que tendría para inflamar al hombre con un amor grande (y) vigoroso de modo tal que renunciara por completo a sí mismo. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 12.
¿Qué importa? Cuanto menos sientas y más firmemente creas, tanto más elogiable será tu fe y tanto más será estimada y elogiada; pues la fe íntima del hombre es mucho más que meros supuestos. En ella poseemos un saber verdadero. En verdad, no nos falta nada sino una fe recta. El que nos imaginemos tener un bien mayor en una cosa que en otra, se debe sólo a preceptos externos, y sin embargo, no hay más en una cosa que en otra. Pues bien, en la misma medida en que uno cree, recibe y posee. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 20.
Esta recepción y bienhadada fruición del Cuerpo de Nuestro Señor no dependen sólo de la ingestión exterior, sino que se dan también cuando se comulga espiritualmente con el ánimo ansioso y unido (a Dios) en la devoción. Esto lo puede hacer el hombre con una confianza tal que llega a ser más rico en mercedes que ninguna persona en esta tierra. El hombre puede hacerlo mil veces por día y más aún, se halle donde se hallare, esté enfermo o sano. Pero debemos prepararnos para ello como si fuéramos recibiendo el sacramento, bien ordenadamente y de acuerdo con la fuerza del deseo. Mas si uno no tiene el deseo, que se estimule y prepare para tenerlo y que actúe conforme a ello, así llegará a ser santo en este tiempo y bienaventurado en la eternidad; pues seguir a Dios e imitarlo, esto es la eternidad. Que nos la dé el Maestro de la verdad y el Amante de la pureza y la Vida de la eternidad. Amén. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 20.
Esto es verdad. (Mas) en la voluntad hay que contemplar dos significaciones: una voluntad es contingente y no esencial, otra es decisiva y creadora y habitual. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 21.
Aun cuando posteriormente otro modo le guste más, deberá pensar: Este modo te lo asignó Dios, y por eso debe resultarle el mejor de todos. A este respecto ha de confiar en Dios y tiene que incluir todos los buenos modos en este mismo modo y aceptar todas las cosas en él y conforme con él cualquiera sea su índole. Porque el bien que Dios ha hecho y otorgado a determinado modo, se puede encontrar también en todos los modos buenos. Justamente en un solo modo deben aprehenderse todos los modos buenos y no la peculiaridad de este modo. Pues, en cada caso el hombre tiene que hacer una sola cosa, no puede hacerlas todas. Ha de ser una sola cosa por vez y (justamente) en ésta deben agarrarse todas. Porque, si el hombre quisiera hacerlo todo, esto y aquello, y abandonar su modo y adoptar el de otra persona, que en ese momento le gustaba mucho más, en verdad, se produciría así una gran inconstancia. Resulta que un hombre que abandonara el mundo y entrara de una vez por todas en una sola orden, llegaría fácilmente a la perfección a diferencia de otro que pasara de una orden a otra, por santa que fuera; esto se debe al cambio del modo. Que el hombre adopte un solo modo bueno y se quede con él por siempre e incluya en él todos los modos buenos, considerando (el suyo) como recibido de Dios, y que hoy no emprenda una cosa y mañana otra y que se mantenga libre de toda preocupación con respecto a que pueda perder una oportunidad. Porque con Dios nada se puede perder; así como Dios no puede perder nada, tampoco se puede perder nada con Dios. Por eso, acepta de Dios un solo (modo) e incluye en él todo lo bueno. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 22.
Esto es una verdad segura, y nunca toma a un hombre postrado al cual lo mismo hubiera podido hallar de pie; porque la bondad de Dios pretende lo óptimo para todas las cosas. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 22.
Respuesta: ¡Sí y no! Él debe humillarse él mismo y esto no puede ser suficiente a no ser que lo haga Dios; y ha de ser ensalzado, pero no en el sentido de que el humillarse sería una cosa y otra el ser ensalzado. Antes bien, la altura máxima del ensalzamiento reside justamente en el profundo fondo de la humillación. Porque, cuanto más hondo y bajo sea el fondo, tanto más altas e inconmensurables serán la elevación y la altura, y cuanto más hondo sea el pozo, tanto más alto es, a la vez; la altura y la profundidad son una sola cosa. Por eso, cuanto más pueda humillarse una persona, tanto más alta será. Y por eso dijo Nuestro Señor: «Si alguno quiere ser el más grande ¡que se haga el más humilde entre vosotros!» (Cfr. Marcos 9, 34). Quien quiere ser aquello debe llegar a ser esto. Aquel ser se encuentra tan sólo en este llegar-a-ser. Quien llega a ser el más humilde, éste es, en verdad, el más grande, pero quien ha llegado a ser el más humilde, ya es ahora el más grande de todos. Y de esta manera se confirma y se cumple la palabra del evangelista: «¡El que se humillare, será ensalzado!» (Mateo 23, 12; Lucas 14, 11). Pues toda nuestra esencia no se funda en nada que no sea un anularse. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 23.
«Se han enriquecido con todas las virtudes» (Cfr. 1 Cor. 1,5), así está escrito. A fe mía, algo así no puede suceder nunca si uno antes no llega a ser pobre en todas las cosas. Quien quiere recibir todas las cosas, debe también deshacerse de todas las cosas. Éste es un trato justo y un trueque equitativo, según dije una vez, hace mucho ya. Por ello, como Dios nos quiere dar a Él mismo y todas las cosas para que sean libre propiedad nuestra, nos quiere quitar del todo cualquier propiedad. Sí, en verdad, Dios no quiere en absoluto que poseamos tanta cosa propia como la que pueda haber en mis ojos. Porque de todos los dones que nos dio alguna vez, ya sean dones de la naturaleza, ya sean dones de la gracia, nunca dio nada sin querer que no poseyéramos nada en carácter de propiedad; y ni a su Madre ni a ningún hombre ni a ninguna criatura nunca les dio en modo alguno semejante (propiedad). Y para enseñarnos y otorgársenos, nos quita a menudo ambos bienes, el material y el espiritual. Porque la posesión de la honra no debe ser nuestra sino únicamente suya. Nosotros, en cambio, debemos tener las cosas sólo como si nos hubieran sido prestadas y no dadas, sin (pretender que sean) propiedad nuestra, ya se trate del cuerpo o del alma, de los sentidos, las potencias, los bienes externos o la honra, los amigos, los parientes, la casa, la finca y todas las cosas. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 23.
Pues Él quiere pertenecernos solo y totalmente. Lo quiere y se lo propone, y se obstina sólo en que pueda serlo y que se lo permitan. En este hecho residen su máximo deleite y placer. Y cuanto más y en forma más extensa pueda serlo, tanto mayores serán su deleite y su alegría; pues, cuanto más poseamos de todas las cosas, tanto menos lo poseeremos a Él, y cuanto menor sea nuestro amor a todas las cosas, tanto más lo tendremos a Él con todo cuanto Él puede ofrecer. Por eso, cuando Nuestro Señor quiso hablar sobre todas las bienaventuranzas, puso a la cabeza de todas ellas la pobreza en espíritu, y ella era la primera en señal de que toda bienaventuranza y perfección, sin excepción alguna, comienzan con la pobreza en espíritu. Y, en verdad, si hubiera un fundamento sobre el cual se pudiera erigir todo el bien, ese fundamento no existiría sin esta (virtud). TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 23.
Él da a cada cual aquello que es lo óptimo para él y le resulta adecuado. Cuando hay que cortar un saco para una persona, se debe hacer de acuerdo con sus medidas; y el (saco) que le queda bien a uno, a otro no le asienta para nada. A cada uno se le toma la medida según le queda bien. Así, Dios le da también a cada uno lo mejor de todo, según sabe que es lo más adecuado para él. En verdad, quien a este respecto confía completamente en Él, recibe y posee lo más exiguo lo mismo que si fuera lo máximo. Si Dios quisiera darme lo que dio a San Pablo, lo aceptaría gustosamente con tal de que Él lo deseara (así). Pero, como no me lo quiere dar – porque de acuerdo con su voluntad hay muy pocas personas que ya en esta vida llegan a tener semejante saber (como San Pablo) – si Dios, pues, no me lo da, lo amo exactamente lo mismo e igualmente le doy muchas gracias y estoy del todo contento, tanto cuando me lo niega como cuando me lo da; y con tal de que yo esté bien encaminado, me resulta suficiente lo mismo y aprecio tanto (lo que me niega) como si me lo diera. De veras, debería contentarme con la voluntad divina de modo tal que, con respecto a todas las cosas que quisiera obrar o dar, su voluntad habría de serme tan querida y cara que no me resultaría menos valiosa que en el caso de que me diera ese don a mí y obrara en mí ese (efecto). De este modo todos los dones y obras de Dios serían míos, y por más que todas las criaturas hicieran lo mejor o lo peor de que serían capaces con el fin de robármelos, no podrían hacerlo. ¿Cómo puedo entonces quejarme si los dones de todos los hombres son míos? De veras, me bastaría tan completamente lo que Dios me hiciera o diera o no diera, que yo no querría pagar un solo penique por llevar la mejor vida que podría imaginarme. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 23.
Por ello he decidido anotar en este libro algunas enseñanzas con las que el hombre puede consolarse en todos sus infortunios, tribulaciones y penas, y este libro se compone de tres partes. En la primera se puede hallar una que otra verdad de la cual y por medio de la cual se deduce qué es lo que puede consolar y consolará conveniente y completamente al hombre en todas sus penas. Luego se encontrarán unos treinta párrafos y enseñanzas, cada una de las cuales permite hallar un consuelo adecuado y total. Luego, en la tercera parte del libro, se encuentran ejemplos de obras y palabras hechas y dichas por personas sabias en medio de sus sufrimientos. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 23.
En primer lugar debe saberse que el sabio y la sabiduría, el veraz y la verdad, el justo y la justicia, el bueno y la bondad, se miran mutuamente y se relacionan el uno con el otro de la siguiente manera: la bondad no fue creada ni hecha ni ha nacido; sin embargo, es parturienta y da a luz al bueno, y el bueno, en cuanto es bueno, no fue hecho ni creado y, no obstante, es niño nato e hijo de la bondad. La bondad engendra a sí misma y a todo cuanto es, en la persona del bueno: infunde en el bueno (el) ser, (el)saber, amar y obrar, todos juntos, y el bueno recibe todo su ser, saber, amar y obrar del corazón y fondo más íntimo de la bondad y solamente de ella. (El) bueno y (la) bondad no son sino una sola bondad, completamente unos en todo, a excepción de dar a luz (por una parte) y (por otra) nacer; de todos modos, el dar a luz por parte de la bondad y el nacer en el bueno, constituyen cabalmente un solo ser, una sola vida. Todo cuanto pertenece al bueno, lo recibe tanto de la bondad como en la bondad. Allí existe y vive y mora. Allí se conoce a sí mismo y a todo cuanto conoce, y ama a todo cuanto ama, y coopera con la bondad en la bondad, y la bondad (a su vez realiza) todas sus obras con él y dentro de él, como está escrito y lo dice el Hijo: «El Padre que permanece y mora en mí, hace las obras» (Juan 14, 10). «El Padre obra hasta ahora y yo obro» (Juan 5, 17). «Todo cuanto es del Padre, es mío, y todo cuanto es mío y de lo mío, es de mi Padre: (es) suyo cuando lo da y mío cuando lo tomo» (Juan 17, 10). TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 1
Todo cuanto acabo de decir pues, del bueno y de la bondad, es igualmente verdadero también con respecto al veraz y a la verdad, al justo y a la justicia, al sabio y a la sabiduría, al Hijo de Dios y a Dios Padre; (es verdadero) para todo cuanto ha nacido de Dios y no tiene padre en esta tierra (y) en lo cual no nace tampoco nada de todo lo creado, de todo cuanto no es Dios, y en lo cual no hay imagen alguna fuera de Dios en su desnudez (y) pureza. Pues, así dice San Juan en su Evangelio: «Les dio poder y capacidad para llegar a ser hijos de Dios a todos cuantos no han nacido ni de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad de varón sino de Dios y solamente de Dios» (Juan 1, 12 s.) TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 1
Él entiende bajo «sangre» todo cuanto en el hombre no está sometido a la voluntad humana. Bajo «voluntad de la carne» entiende todo cuanto en el hombre, si bien está sometido a su voluntad, lo hace con resistencia y contrariedad, y se inclina hacia el apetito de la carne y pertenece al alma y al cuerpo juntos y no se halla, propiamente dicho, sólo en el alma; y en consecuencia, las potencias (del alma) se cansan, se debilitan y envejecen. Bajo «voluntad de varón» entiende San Juan las potencias superiores del alma, cuya naturaleza y acción no están mezcladas con la carne, (sino) que se hallan dentro de la pureza del alma, apartadas del tiempo y del espacio, y de todo cuanto mira aún con alguna esperanza o gusto hacia el tiempo y el espacio, (potencias pues), que no tienen nada en común con cosa alguna; en ellas el hombre está configurado a la imagen de Dios, en ellas es de la estirpe y familia de Dios. Y, sin embargo, como no son Dios mismo y fueron creadas en el alma y junto con el alma, deben ser desnudadas de su propia imagen y transformadas solamente en imagen de Dios, naciendo en Dios y de Dios, de modo que Dios solo sea (su) Padre; pues de esta manera son también hijos de Dios y el Hijo unigénito de Dios. Porque soy hijo de todo aquello que me configura y engendra a su imagen y dentro de sí como igual. En cuanto semejante hombre, – hijo de Dios, bueno como hijo de la bondad, justo como hijo de la justicia – es únicamente hijo de ella, (la justicia) es parturienta no nacida y su hijo nato posee la misma esencia única que tiene y es la justicia, y él toma posesión de todo cuanto es propiedad de la justicia y de la verdad. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 1
Ahora digo yo: Si el hombre bueno y justo sufre un daño exterior y permanece inmutable con ecuanimidad y paz en el corazón, entonces es verdad lo que acabo de decir, (a saber), que al justo no lo entristece nada de todo cuanto le sucede. Si él, en cambio, se entristece a causa del daño exterior, de cierto, es sólo equitativo y justo que Dios haya permitido que se dañara a este hombre que pretendía ser justo y se imaginaba serlo mientras tales nonadas todavía podían afligirlo. Si se trata, pues, de la justicia divina, de veras, él no ha de afligirse, sino, al contrario, sentir una alegría mucho mayor de (la que le produce) su propia vida la que da mucha más alegría a todo hombre y que le resulta más valiosa que todo este mundo; pues ¿para qué le serviría al hombre todo este mundo si él no existiera? TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 1
La tercera palabra que se puede y debe conocer, es ésta según la cual sólo Dios, de acuerdo con la verdad natural, es el único manantial y la vena fontal de toda bondad, de la verdad esencial y del consuelo, y todo cuanto no es Dios tiene de suyo una amargura natural y desconsuelo y pena, y no agrega nada a la bondad que proviene de Dios y es Dios, sino que ella (la amargura) mengua y encubre y esconde la dulzura, el deleite y el consuelo que da Dios. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 1
Ahora diré además que toda pena proviene del amor de aquello que el daño me ha quitado. Si me apena entonces el daño hecho a las cosas externas, esto es señal cierta de que amo cosas externas y amo, en verdad, (la) pena y (el) desconsuelo. Si amo y busco la pena y el desconsuelo ¿es de extrañar que me afecten las penas? Mi corazón y mi amor otorgan a la criatura la bondad que es propiedad de Dios. Me vuelvo hacia la criatura de la cual proviene, por naturaleza, desconsuelo y doy la espalda a Dios de quien emana todo consuelo. ¿Cómo puede sorprenderme, pues, que sufra penas y esté triste? De veras, es realmente imposible para Dios y todo este mundo que encuentre verdadero consuelo el hombre que lo busca en las criaturas. Mas, quien amara sólo a Dios en la criatura, y a la criatura sólo en Dios, encontraría en todas partes un consuelo verdadero y equitativo. Que baste lo dicho para la primera parte del libro. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 1
Dice San Agustín: Señor, yo no quería perderte a ti, pero por mi codicia quería poseer junto contigo también las criaturas; y por eso te perdí porque te resistes a que poseamos, junto contigo (que eres) la verdad, la falsedad y el engaño de las criaturas». En otro pasaje, dice también que «es demasiado codicioso quien no se contenta con Dios solo». Y en un tercer pasaje, dice: «Quien no se contenta con Dios mismo, ¿cómo podría contentarse con los dones que Dios da a las criaturas?» A un hombre bueno no le debe brindar consuelo sino aflicción todo cuanto es extraño y desigual a Dios y que no es exclusivamente Dios mismo. Habrá de decir en todo momento: ¡Señor Dios y consuelo mío! si me remites en vez de a ti a alguna otra cosa, entonces dame otro tú para que vaya de ti hacia ti porque no quiero nada fuera de ti. Cuando Nuestro Señor prometió a Moisés nada más que bonanzas y lo envió a Tierra Santa, la cual significa el reino de los cielos, Moisés dijo: Señor, no me mandes a ninguna parte a no ser que tú mismo te dignes acompañarme. (Cfr. Exodo 33,15). TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Por ello dicen los maestros que los bienaventurados en el reino de los cielos conocen a las criaturas desnudas de toda imagen, pues las conocen por medio de una sola imagen que es Dios y en la cual Dios conoce y ama y quiere a sí mismo y a todas las cosas. Y Dios mismo nos enseña a orar y suplicar así cuando decimos: «Padre nuestro», «santificado sea tu nombre» lo cual quiere decir: que te conozcamos sólo a ti (Cfr. Juan 17,3); «que venga tu reino» para que yo no tenga nada que considere y conozca como rico fuera de ti, el rico. A esto se refiere el Evangelio al decir: «Bienaventurados son los pobres en espíritu» (Mateo 5,3), quiere decir: en la voluntad, y por ello pedimos a Dios que se «haga su voluntad», «en la tierra», quiere decir: dentro de nosotros, «como en el cielo», quiere decir: en Dios mismo. Semejante hombre comparte una sola voluntad con Dios de modo tal que quiere todo cuanto quiere Dios y de la misma manera que lo quiere Dios. Y por eso, como Dios en cierto modo quiere que yo también haya pecado, yo no quisiera no haberlo hecho porque así se hace la voluntad de Dios «en la tierra», o sea en el pecado, «como en el cielo», o sea en la buena acción. En este sentido, el hombre quiere hallarse privado de Dios por amor de Dios y ser apartado de Dios por amor de Dios, y sólo éste es un verdadero arrepentimiento de mis pecados; así me apeno sin pena del pecado tal como Dios se apena sin pena de toda maldad. Siento pena y la máxima pena por el pecado – pues no cometería ningún pecado por nada creado o creable, por más que hubiera en la eternidad miles de mundos – mas (lo haría) sin pena; y acepto y tomo las penas de la voluntad divina y por ella. Tan sólo semejante pena es una pena perfecta, porque proviene y surge del puro amor de la bondad y alegría más puras de Dios. Así llega a ser verdad y se echa de ver lo que he dicho en este librito: que el hombre bueno, en cuanto es bueno, entra en toda la peculiaridad de la Bondad misma que es Dios en sí mismo. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Además existe otro consuelo. Si el hombre ha perdido bienes exteriores o a su amigo o a su pariente, o un ojo, una mano o lo que sea, ha de estar seguro de que, sufriéndolo pacientemente por amor de Dios, Él por lo menos se lo tiene todo en cuenta al precio por el cual no hubiera querido sufrirlo (la pérdida). (Pongamos por caso): Un hombre pierde un ojo. Si no hubiera querido echar de menos ese ojo por mil marcos o por seis mil o más, entonces ciertamente ante Dios y en Dios se le va a tener en cuenta todo aquello (= todo el contravalor) por lo cual no hubiera querido sufrir ese daño o pena. Y acaso Nuestro Señor se haya referido a esto cuando dijo: «Es mejor para ti entrar con un solo ojo en la vida eterna que perderte teniendo dos ojos» (Mateo 18,9). Y Dios también se habrá referido a ello cuando dijo: «Cualquiera que dejare padre y madre, hermana y hermano, casa o campo o lo que sea, recibirá cien veces tanto y la vida eterna (Cfr. Mateo 19,29)». Me atrevo a decir con certeza por mi salvación eterna y (basándome) en la verdad divina que, aquel que, por amor de Dios y por bondad, dejare padre y madre, hermano y hermana o lo que sea, recibirá cien veces tanto (y ello) de dos modos: por una parte, su padre, su madre, su hermano y hermana, le resultarán cien veces más queridos de lo que le son ahora. Por otra parte, no sólo cien (personas) sino toda la gente, en cuanto gente y seres humanos, le resultarán incomparablemente más queridos de lo que le son ahora por naturaleza su padre, (su) madre o (su) hermano. El que el hombre no se percate de ello, proviene única y exclusivamente del hecho de que aún no ha dejado por completo al padre y a la madre, a la hermana y al hermano y a todas las cosas, puramente por amor de Dios y de la bondad. ¿Cómo ha dejado por amor de Dios al padre y a la madre, a la hermana y al hermano, aquel que los encuentra aún en esta tierra dentro de su corazón, aquel que se aflige y piensa y se fija todavía en lo que no es Dios? ¿Cómo ha dejado todas las cosas por amor de Dios aquel que repara y se fija aún en este bien y en aquél? San Agustín dice: Quita este bien y aquél, entonces queda la pura Bondad flotando en sí misma en su mera extensión: éste es Dios. Pues, como he dicho arriba: este bien y aquél no le agregan nada a la bondad, sino que esconden y encubren la bondad dentro de nosotros. Este hecho lo conoce y descubre quien lo mira y contempla en la verdad ya que es verdadero en la verdad, y por lo tanto hay que descubrirlo allí y en ninguna otra parte. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Existe otro consuelo más: a un hombre bueno, en la medida en que es bueno y ha nacido sólo de la bondad y es imagen de la bondad, a éste le resulta insoportable y pena amarga y perjuicio todo lo creado que es esto o aquello. Perderlo quiere decir entonces deshacerse de la pena, la molestia y el daño y perderlos. En verdad, perder penas constituye un consuelo verdadero. Por eso, el hombre no debe quejarse por ningún daño. Antes bien, debe lamentarse de que desconozca el consuelo y que el consuelo no pueda consolarlo, así como el vino dulce no tiene sabor para el enfermo. Debe lamentar – según he escrito arriba – que no se haya desnudado del todo de la imagen de las criaturas y que la imagen de todo su ser no esté formada dentro de la bondad. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
En medio de su sufrimiento el hombre habrá de recordar, también, que Dios dice la verdad y hace promesas por Él mismo, que es la Verdad. Si Dios renegara de su palabra, de su verdad, renegaría de su divinidad y no sería Dios porque Él es su palabra, su verdad. Su palabra, (empero), dice que nuestra pena habrá de ser trocada en alegría (Cfr. Jerem. 31,13). Ciertamente, si yo supiera con seguridad que todas mis piedras serían convertidas en oro, estaría tanto más a gusto cuantas más piedras tuviera y cuanto más grandes fueran: ah sí, incluso pediría me diesen piedras y, si pudiera, adquiriría unas piedras grandes y éstas en cantidades; me gustarían tanto más cuanto más numerosas y más grandes fuesen. De esta manera, el hombre sentiría seguramente en medio de todos sus sufrimientos un consuelo grande. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Ahora bien, dice Salomón que todas las aguas, es decir, todas las criaturas vuelven a fluir y correr hacia su origen (Ecl. 1,7). Por ello es necesariamente verdad lo que acabo de decir: (La) igualdad y (el) amor ardiente elevan hacia arriba y guían y llevan al alma hasta el primer origen de lo Uno que es «Padre» de «todos», «en el cielo y en la tierra» (Cfr. Efesios 4,6). Así digo, pues, que (la) igualdad nacida de lo Uno tira al alma hasta Dios tal como Él es lo Uno en su unión escondida, pues esto es lo que significa Uno. Para ello disponemos de un símbolo evidente (offenbâr angesiht): cuando el fuego material enciende la leña, una chispa obtiene naturaleza ígnea y se iguala al fuego puro que está pegado inmediatamente al lado inferior del cielo. En seguida se olvida y se deshace del padre y la madre, del hermano y la hermana en esta tierra y sube corriendo hacia el padre celestial. El padre de la chispa en esta tierra es el fuego, su madre es la leña, su hermano y su hermana son las otras chispas; a éstas no las espera la primera chispita. Sube apurada hacia su padre legítimo que es el cielo; pues, quien conoce la verdad, sabe muy bien que el fuego, en cuanto fuego, no es el padre verdadero, legítimo de la chispa. El padre verdadero, legítimo de la chispa y de todo lo ígneo es el cielo. Además hay que notar muy bien que esta chispita no sólo abandona y olvida a su padre y madre, hermano y hermana en esta tierra, sino que se abandona y se olvida y se deshace también de sí misma (movida) por el amor para llegar a su padre legítimo, el cielo, pues necesariamente ha de apagarse en el aire frío; no obstante esto, quiere dar testimonio del amor natural que le tiene a su legítimo padre celestial. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Anteriormente dije con referencia al vacío o la desnudez, que el alma, cuanto más transparente, desnuda y pobre esté y cuanto menor sea el número de criaturas que tiene, y cuanto más vacía se conserve de todas las cosas que no son Dios, tanto más puramente aprehenderá a Dios y a tantas más cosas dentro de Dios y tanto más será una con Dios, y su mirada penetrará en Dios y Dios la mirará cara a cara como transformada en su imagen, según dice San Pablo (Cfr. 1 Cor.13,12 y 2 Cor.3,18). Exactamente lo mismo digo ahora, también, de la igualdad y del ardor del amor; pues, en la medida en la cual una cosa se asemeja más a otra, en esta misma medida va corriendo hacia ella con mayor rapidez, y su corrida le produce más felicidad y deleite; y cuanto más se aleje de sí misma y de todo cuanto no es aquella (cosa) hacia la cual va corriendo, y cuanto más disímil (se haga) con respecto a sí misma y a todo cuanto no es aquella (cosa), tanto más se asemejará cada vez a aquella hacia la cual va corriendo. Y como (la) igualdad emana de lo Uno y atrae y seduce a causa de la fuerza y en la fuerza de lo Uno, no hay descanso ni contento ni para lo que atrae, ni para lo que es atraído, hasta que ambos sean aunados en uno. Por eso dijo Nuestro Señor por’ boca del profeta Isaías – cito según el sentido -: No me satisface ninguna semejanza insigne y ninguna paz del amor hasta que Yo mismo no me revele en mi Hijo y arda y sea encendido en el amor del Espíritu Santo (Cfr. Isaías 62,1). Y Nuestro Señor le pidió a su Padre que nosotros, antes que ser solamente unidos (con Él), fuéramos uno con Él y en Él. Para esta palabra y esta verdad poseemos, también en la naturaleza, en lo externo, una imagen visible y un testimonio (concreto). Cuando el fuego surte su efecto y enciende la leña haciéndola arder, el fuego hace la leña muy fina y disímil a sí misma y le quita la robustez, el frío, el peso y la acuosidad y va asemejando la leña cada vez más a él mismo, o sea el fuego; sin embargo, tanto el fuego como la leña no se tranquilizan ni sosiegan ni conforman, sea cual fuere el calor, el ardor y la similitud, hasta que el fuego nazca él mismo en la leña, transmitiéndole su naturaleza y su esencia propias de manera que todo sea un solo fuego igual a ambos, sin distinción, ni más ni menos. Y por ello, hasta que se llegue a ese punto, hay siempre humo, combate, chisporroteos, esfuerzos y desavenencias entre (el) fuego y (la) leña. Pero cuando se ha quitado y alejado cualquier desigualdad, el fuego se sosiega y la leña enmudece. Y yo digo además, conforme a la verdad, que la potencia oculta de la naturaleza odia en secreto la similitud por cuanto lleva en sí diferencia y desdoblamiento, y busca en ella lo uno que es lo que ama en la similitud y sólo por amor de lo uno, así como la boca busca y ama en el vino y con respecto a él, el sabor o la dulzura. Si el agua tuviera el sabor propio del vino, la boca no preferiría el vino al agua. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Hay todavía otra cosa capaz de consolar a una persona. Pongo el caso de que un hombre durante varios años haya gozado de fama y comodidades y ahora las pierde por disposición divina; entonces el hombre ha de razonar sabiamente y darle las gracias a Dios. Sólo cuando se da cuenta del daño y de las molestias que ahora sufre, sabe cuántas ventajas y comodidades tenía anteriormente y debe agradecer a Dios la comodidad de que gozó durante muchos años sin darse perfecta cuenta de lo bien que estaba, y que no se le ocurra estar disgustado. Debe reparar en que el ser humano, de acuerdo con su estado natural, no tiene en sí mismo nada más que malicia y flaquezas. Todo cuanto es bueno y bondad, Dios se lo ha prestado mas no se lo ha dado (como posesión). Pues, quien llega a conocer la verdad, sabe que Dios, el Padre celestial, les da todo cuanto es bueno al Hijo y al Espíritu Santo; pero a las criaturas no les da ningún bien sino que sólo se lo presta. El sol da calor al aire, mas la luz se la da en calidad de préstamo; y por lo tanto, el aire pierde la luz tan pronto como se hunde el sol, pero conserva el calor porque éste se le ha dado como propiedad. Y por ello dicen los maestros que Dios, el Padre celestial, es Padre del Hijo y no (su) Señor y tampoco es el Señor del Espíritu Santo. Pero Dios-Padre-Hijo-y Espíritu Santo, es un solo Señor y, (en efecto), un Señor de las criaturas, y nosotros decimos que Dios desde la eternidad fue Padre; pero desde el momento en que creó las criaturas, es Señor. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
La obra interior también es divina y deiforme y tiene sabor a peculiaridad divina por el siguiente hecho: Así como todas las criaturas, aun en el caso de que hubiera mil mundos, no superarían ni por el ancho de un pelo el valor de Dios solo, – así digo yo y ya lo dije anteriormente – que esa obra exterior, su cantidad y su magnitud, su largor y su anchura no aumentan absolutamente, en ningún caso, la bondad de la obra interior; pues ésta contiene su propia bondad. Por lo tanto, nunca puede ser pequeña la obra exterior cuando la interior es grande, y cuando ésta última es pequeña o no vale nada, aquélla nunca puede ser grande ni buena. En todo momento, la obra interior abarca en sí toda la magnitud y todo el anchor y largor. La obra interior toma y saca su ser completo sólo del corazón de Dios y en él (y) en ninguna otra parte; toma al Hijo y nace como hijo en el seno del Padre celestial. No así la obra exterior: ésta recibe más bien su bondad divina por intermedio de la obra interior, como nacida a término y derramada en el descenso de la divinidad revestida de diferencia, cantidad (y) división; (pero) todo esto y otras cosas por el estilo, así como también (la) misma semejanza, permanecen apartados de Dios y ajenos a Él. (Pues) se apegan y se detienen y se tranquilizan con aquello que es bueno (por separado), que está iluminado, que es criatura, y totalmente ciego con respecto a la bondad y a la luz en sí mismas y a lo Uno donde Dios engendra a su Hijo unigénito y en Él a todos cuantos son hijos de Dios, hijos natos. Ahí (quiere decir, en lo Uno) se hallan la emanación y el origen del Espíritu Santo y sólo por Él – en cuanto es el Espíritu de Dios y Dios mismo es Espíritu – es concebido dentro de nosotros el Hijo y ahí se da esta emanación (del Espíritu Santo) de todos cuantos son hijos de Dios, según han nacido con menor o mayor pureza sólo de Dios, transformados según la imagen y en la imagen de Dios, y apartados de toda cantidad como todavía se encuentra en los ángeles superiores en cuanto a su naturaleza y – si uno quiere llegar a conocerlo bien – ellos hasta están apartados de la bondad, la verdad y todo aquello que está sujeto, aunque fuera sólo en un pensamiento o en una denominación, a una vislumbre o sombra de una diferencia cualquiera, y se han entregado (sólo) a lo Uno que es libre de cualquier especie de cantidad y diferencia, donde también Dios-Padre-Hijo-y-Espíritu-Santo es y son Uno solo, habiendo perdido toda diferencia y cualidad y siendo desnudado de ellas. Y lo Uno obra nuestra salvación, y cuanto más alejados estemos de lo Uno, tanto menos seremos hijos e hijo y con tanta menor perfección surgirá dentro de nosotros y fluirá de nosotros el Espíritu Santo; en cambio, cuanto más cerca estemos de lo Uno, tanto más verdaderamente seremos hijos e hijo de Dios y de nosotros fluirá también Dios-el-Espíritu-Santo. A esto se refiere Nuestro Señor, (el) Hijo de Dios en la divinidad, cuando dice: «En el que beba del agua que yo le dé, surgirá un manantial que salta hasta la vida eterna» (Juan 4, 14), y San Juan afirma que esto lo decía del Espíritu Santo (Juan 7, 39). TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
San Agustín dice que quien mejor comprende la Escritura es aquel que, desprendido de todo espíritu, busca el sentido y la verdad de la Escritura en ella misma, es decir, en el espíritu en el cual está escrita y pronunciada, o sea el Espíritu de Dios. Dice San Pedro que todos los hombres santos hablaban movidos por el Espíritu de Dios (2 Pedro 1,21). San Pablo dice: Nadie es capaz de conocer y saber qué es lo que hay en el hombre sino el espíritu que está dentro del hombre, y nadie es capaz de saber qué es el Espíritu de Dios y en Dios, sino el Espíritu que es de Dios y es Dios (1 Cor. 2, 11). Por eso un escrito, (o sea) una glosa, afirma con mucha razón que nadie puede comprender ni enseñar lo escrito por San Pablo a no ser que tenga el mismo espíritu en el cual hablaba y escribía San Pablo. Y todo mi lamento consiste siempre en que las personas de mente grosera y que carecen totalmente del Espíritu de Dios y no tienen nada de Él, pretenden opinar – conforme a su burda inteligencia humana – sobre lo que oyen o leen en la Escritura que fue pronunciada y escrita por el Espíritu Santo y en Él, y no recuerdan que está escrito: «Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios» (Mateo 19, 26). Esto vale también en general y en el ámbito natural: lo que es imposible para la naturaleza inferior, es habitual y natural para la naturaleza superior. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Más aún: Dios ama por amor de sí mismo y obra todas las cosas por amor de sí mismo, lo cual quiere decir que ama a causa del amor y obra a causa del obrar; pues, sin duda alguna, Dios nunca habría engendrado en la eternidad a su Hijo unigénito si el haber engendrado no fuera igual al engendrar. Por eso dicen los santos que el Hijo ha nacido tan eternamente que sigue naciendo sin cesar. Si el ser-creado no fuera (una y la misma cosa que) el crear, Dios tampoco habría creado jamás el mundo. Resulta pues, que Dios ha creado el mundo de manera tal que todavía lo sigue creando sin cesar. Todo lo pasado y todo lo venidero le resultan a Dios ajenos y distantes. Y por ende: quien nació de Dios (como) hijo de Dios, ama a Dios por amor de Él mismo, es decir, ama a Dios a causa del amar-a-Dios y obra todas sus obras a causa del obrar. Dios nunca se cansa del amar y obrar, y todo cuanto Él ama significa para Él un solo amor. Y por consiguiente es verdad que Dios es el Amor (1 Juan 4, 8, 16). De ahí que yo dijera arriba que el hombre bueno quiere y querría sufrir en todo momento por amor de Dios, y no haber-sufrido; mientras sufre, tiene todo lo que ama. Ama al sufrir-por-amor-de-Dios y sufre por Dios. Por ello y en ello es hijo de Dios, formado a semejanza de Dios y en Dios quien ama por amor de sí mismo, es decir, ama por el amor y obra por el obrar; y por lo tanto, Dios ama y obra sin cesar. Y el obrar de Dios es su naturaleza, su esencia, su vida, su bienaventuranza. Entonces en verdad: para el hijo de Dios, o sea un hombre bueno, en cuanto es hijo de Dios, el sufrir por amor de Dios y el obrar por amor de Dios constituyen su esencia, su vida, su obrar, su bienaventuranza, ya que dice Nuestro Señor: «Bienaventurados son los que sufren por la justicia» (Mateo 5, 10). TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Existe, empero, otro consuelo más. Debe saberse que a la naturaleza entera le es imposible romper una cosa, arruinarla o tan sólo tocarla, sin que pretenda lograr algo mejor para lo que toca. No le basta crear algo igualmente bueno; siempre quiere hacer algo mejor. ¿Cómo? Un médico sabio nunca toca el dedo enfermo de una persona provocándole dolores, si no es capaz de producir un estado mejor para el dedo o para el hombre en su totalidad y procurarle alivio. Si puede lograr una mejoría para el hombre y también para el dedo, lo hace; si no es así, le corta el dedo para que mejore el hombre. Y es mucho mejor sacrificar el dedo solo y conservar al hombre, antes que permitir que se arruinen tanto el dedo como el hombre. Un solo daño es mejor que dos, sobre todo cuando uno sería incomparablemente mayor que el otro. Debe saberse también que el dedo y la mano y cualquier miembro por naturaleza, antes que a sí mismo quiere mucho más al hombre cuyo miembro es y que, en beneficio de ese hombre, se expone de buen grado y con alegría no premeditada a (sufrir) apremios y daños. Digo con toda confianza y de acuerdo con la verdad que semejante miembro en absoluto se ama a sí mismo a no ser por y en aquel cuyo miembro es. Por ello sería muy justo y nos correspondería por naturaleza que en absoluto nos amásemos, a no ser por amor de Dios y en Él. Y si fuera así, nos resultaría fácil y un deleite todo cuanto Dios quisiera de nosotros y en nosotros, en especial si tuviéramos la certeza de que Dios en medida incomparablemente menor sería capaz de permitir que (nos sucediera) ningún defecto o daño, a no ser que viera y pretendiera con ello una ganancia mucho mayor (para nosotros). Por cierto, si alguien en este aspecto no confía en Dios, es sólo justo que tenga sufrimientos y penas. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
En tercer lugar digo: El que Dios esté con nosotros en el sufrimiento, significa que Él mismo sufre con nosotros. De cierto, quien conoce la verdad, sabe que digo la verdad. Dios sufre junto con el hombre, e incluso sufre a su manera antes e incomparablemente más de lo que sufre quien lo hace por amor de Él. Ahora digo yo: Si Dios mismo quiere sufrir, también debo sufrir yo y con mucha razón, pues si estoy bien encaminado, quiero lo que quiere Dios. Suplico todos los días, y Dios me manda hacerlo: «¡Señor, hágase tu voluntad!» Sin embargo, cuando Dios quiere (que haya) sufrimiento, pretendo quejarme de ello; eso está muy mal hecho. Digo también con seguridad que a Dios le da tanto gusto sufrir con nosotros y por nosotros cada vez que sufrimos sólo por amor de Él, que sufre sin sufrimiento. (El) sufrimiento le resulta tan deleitoso que para Él sufrir no es sufrimiento, y en consecuencia, si estuviéramos bien como se debe, para nosotros (el) sufrir tampoco sería sufrimiento; nos sería deleite y consuelo. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
En sexto lugar digo: Si es así que Dios sufre antes que lo haga yo, y si yo sufro por amor de Dios, entonces, por cierto, todo mi sufrimiento, por grande y múltiple que sea, se me torna fácilmente en consuelo y alegría. Es una verdad ya por naturaleza: si el hombre realiza una obra a causa de otra (obra), entonces se halla más cerca de su corazón el fin por el cual lo hace, y aquello que ejecuta está más lejos de su corazón y lo afecta sólo con miras a ese fin por el cual lo hace. Quien edifica y corta la madera y labra la piedra porque y a causa de que quiere edificar una casa (que lo proteja) contra el calor estival y las heladas invernales, (ese hombre) tiene centrado su corazón, ante todo y cabalmente, en la casa y no labraría jamás la piedra ni haría el trabajo, si no fuera por la casa. Ahora bien, vemos que el enfermo, cuando toma el vino dulce, tiene la idea, y lo dice, de que es amargo, y es cierto; porque el vino pierde toda su dulzura afuera, en el sabor amargo de la lengua, antes de que penetre adentro donde el alma percibe y juzga el gusto. Así sucede y en medida incomparablemente mayor y más verdadera, cuando el hombre hace todas sus obras por amor de Dios, en este caso Dios es el mediador y lo que permanece más cerca del alma, y nada es capaz de tocar el alma y el corazón de este hombre sin perder, necesariamente, su amargura gracias a Dios y a su dulzura, debiendo convertirse en pura dulzura antes de poder tocar jamás el corazón de esa persona. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Todavía nos queda (por ver) el séptimo (consuelo contenido) en la palabra de que Dios está con nosotros en el sufrimiento y sufre con nosotros: (consiste en) que la peculiaridad divina nos sabe consolar vigorosamente por cuanto es lo Uno puro sin cualquier agregado de multiplicidad de distingos, aunque fuera sólo (un distingo) con (el) pensamiento; de modo que todo cuanto hay en Él es Dios mismo. Y como esto es verdad digo: Todo cuanto el hombre bueno sufre por Dios, lo sufre en Dios y Dios está padeciendo con él en su sufrimiento. Si mi sufrimiento se encuentra en Dios y Dios lo comparte ¿cómo me puede resultar penoso el sufrimiento, dado que el sufrimiento pierde la pena y mi pena se halla en Dios y mi pena es Dios? Por cierto, así como Dios es Verdad y como yo, dondequiera que encuentre (la) verdad, hallo a mi Dios, o sea la Verdad, así también – (y esto no es) ni más ni menos – cuando hallo el sufrimiento puro por Dios y en Dios, encuentro que mi sufrimiento es Dios. Quien no reconoce este hecho, que eche la culpa a su ceguera y no a mí ni a la verdad divina ni a la benevolencia digna de amor. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Alguna vez le preguntaron a un enfermo por qué no le suplicaba a Dios que lo curara. Entonces, ese hombre dijo que no le gustaba hacerlo por tres razones. Una consistía en que él creía estar seguro de que el cariñoso Dios nunca permitiría que él estuviera enfermo si no fuera lo mejor para él. Otra razón era que el hombre, con tal de ser bueno, quiere todo cuanto quiere Dios y no (pretende) que Dios quiera lo que quiere el hombre; pues eso estaría muy mal. Y por ende: si Él quiere que yo esté enfermo – porque, si no lo quisiera, yo tampoco lo estaría – yo tampoco debo tener el deseo de estar sano. Pues, sin duda alguna, si fuera posible que Dios me curara sin que fuese su voluntad, no tendría valor para mí y no me gustaría que me curara. (El) querer proviene del amor y (el) no querer proviene de la falta de amor. Prefiero con mucho y es mejor y más útil para mí, que Dios me ame estando yo enfermo, en vez de que yo tuviera el cuerpo sano y Dios no me amase. Lo que ama Dios, es algo; lo que Dios no ama, es nada, así dice el Libro de la Sabiduría (Cfr. Sab. 11, 25). En esto reside también la verdad de que todo lo que quiere Dios es bueno justamente en cuanto y porque Dios lo, quiere. De cierto, hablando al modo humano: Yo preferiría que un hombre rico (y) poderoso, por ejemplo, un rey, me amara y, sin embargo, me dejase, por un rato, sin darme nada en vez de que me hiciera dar algo en seguida sin amarme con sinceridad; es decir, si él en este momento por amor no me diera nada, mas no me diera nada por ahora porque luego quisiera hacerme regalos más grandes y generosos. Hasta pongo por caso que el hombre que me ama y en este momento no me da nada, ni siquiera tenga la intención de darme algo más tarde; pues, puede ser que más tarde cambie de opinión y me haga un regalo. Yo esperaré pacientemente, sobre todo porque su don lo otorga por gracia e inmerecidamente. También es cierto: Aquel cuyo amor no aprecio y a cuya voluntad se opone la mía y de quien me interesaría únicamente su don, procede con justicia si no me da nada y si además me odia y me deja en el infortunio. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 3
La tercera razón por la cual me resultaría mezquino y repugnante pedirle a Dios que me cure (es la siguiente): No quiero ni debo solicitarle una insignificancia a este Dios rico, cariñoso y generoso. Pongamos que yo llegara a ver al Papa tras haber recorrido cien o doscientas millas y al presentarme ante él le diría: Señor, Santo Padre, he llegado tras haber recorrido con grandes gastos un camino fatigoso de unas doscientas millas y os ruego – razón por la cual he venido a veros – que me deis un garbanzo. De cierto, él mismo y cualquiera que lo escuchara, diría, y con toda razón, que soy un gran necio. Pues bien, es una verdad segura cuando digo que todos los bienes y aun todas las criaturas en comparación con Dios, son menos que un garbanzo en comparación con todo este mundo material. Por lo tanto, si yo fuera un hombre bueno y sabio, tendría que negarme con razón a solicitarle a Dios que estuviese sano. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 3
Una es ésta: Un hombre bueno (y) de Dios, en verdad debería avergonzarse fuerte y profundamente de que en algún momento lo perturbara el sufrimiento, mientras vemos que el mercader para obtener una pequeña ganancia, e incluso al azar, recorre a menudo caminos fatigosos (pasando por) montañas y valles, desiertos y mares donde su vida y sus bienes están amenazados por los bandidos (y) asesinos, y él soporta grandes privaciones en cuanto a comida y bebida y sueño junto con otras molestias y, sin embargo, lo olvida todo de buen grado y voluntariamente en aras de un provecho muy pequeño e incierto. Un caballero arriesga en un combate sus bienes, su vida y su alma por la honra perecedera y poco duradera y ¡a nosotros nos parece una enormidad que suframos un poco por Dios (y por) la eterna bienaventuranza! TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 3
La otra palabra en que pienso, (se refiere al hecho de) que algunas personas brutas digan que muchas cosas escritas por mí en este libro, y también en otras partes, no son verdad. A ésos les contesto lo que dice San Agustín en el primer libro de sus «Confesiones». Allí afirma que Dios ya ahora ha hecho todo lo venidero aunque sucediera en miles y miles de años – con tal de que el mundo subsistiera durante tanto tiempo – y que hará todavía hoy aquello que pasó hace milenios. ¿Qué culpa tengo yo si alguien no lo entiende? Y además dice en otra parte que ama demasiado a sí mismo aquel hombre que quiere cegar a otras personas para que permanezca oculta su ceguera. A mí me basta que lo que digo y escribo sea verdad en mi fuero íntimo y en Dios. Quien ve una vara sumergida en el agua, tiene la sensación de que está torcida a pesar de que es completamente recta y esto se debe al hecho de que el agua es más espesa que el aire; sin embargo, la vara es recta y no está torcida tanto en sí misma como para la mirada de quien la ve sólo a través del aire puro. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 3
Dice San Agustín: Quien sin conceptos, sin objetos corpóreos múltiples y sin imágenes reconoce interiormente aquello que no le ha proporcionado ninguna percepción exterior, éste sabe que es verdad. Pero quien no sabe nada de esto, se ríe y se burla de mí; mas yo le tengo compasión. Sin embargo, tales personas quieren ver y sentir cosas eternas y obras divinas y hallarse a la luz de la eternidad mientras su corazón revolotea aún en el ayer, aún en el mañana. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 3
Que el cariñoso (y) misericordioso Dios, (o sea) la Verdad, me otorgue a mí y a todos cuantos lean este libro, (la merced de) que hallemos y percibamos dentro de nosotros la verdad. Amén. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 3
En cuanto a este noble hombre interior en el cual están impresas y sembradas la semilla y la imagen de Dios – (es decir), cómo esta semilla y esta imagen de la naturaleza y esencia divinas, (o sea) el Hijo de Dios, salen a luz y uno las percibe, pero cómo de vez en cuando se hallan también escondidas – a esto se refiere el gran maestro Orígenes con un símil, diciendo que la imagen de Dios, (o sea) el Hijo de Dios, existe en el fondo del alma cual fuente vívida. Pero cuando alguien le echa encima tierra, es decir, apetitos terrestres, la estorba y encubre de modo que nada se conoce o percibe de ella; sin embargo, permanece viva en sí misma y cuando se le quita la tierra, que desde fuera le fue arrojada encima, (la fuente) resurge y se la percibe. Y (Orígenes) dice que se alude a esta verdad en el primer libro de Moisés donde está escrito que Abraham había excavado en su campo varios pozos de agua viva y que unos malhechores los llenaron de tierra; pero luego, una vez sacada la tierra, las fuentes resurgieron vivas (Génesis 26, 14 ss.). TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3
En latín, «hombre» en el sentido propio de la palabra, significa en una acepción aquel que con todo cuanto es y cuanto le pertenece, se humilla y se somete completamente ante Dios, y con la vista levantada hacia arriba, mira a Dios (y) no a lo suyo de lo cual sabe que está detrás y por debajo de él y a su lado. Esta es la humildad completa y verdadera; este (su) nombre le proviene de la tierra. De ello ya no quiero hablar más. Cuando se dice «hombre», esta palabra significa también algo que está por encima de la naturaleza, del tiempo y de todo cuanto se halla dirigido hacia el tiempo o tiene sabor a él; y lo mismo digo también con referencia al espacio y a la corporeidad. Además, este «hombre» en cierto modo no tiene ninguna cosa en común con nada, quiere decir, que no está moldeado ni igualado según este ejemplo o aquél, y que no sabe nada de nada, de modo que en ninguna parte de él no se pueda hallar ni percibir nada de nada y que la nada se le haya quitado tan completamente que se encuentran (en él) únicamente la vida, la esencia, la verdad y la bondad puras. Quien tiene tal carácter, es un «hombre noble», por cierto, no es ni más ni menos. TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3
Quiero referirme aún en detalle a otro significado de lo que es el «hombre noble». Digo: Cuando el hombre, o sea el alma, el espíritu, contempla a Dios, entonces se concibe y se conoce también como cognoscitivo, es decir, él conoce que contempla y conoce a Dios. Ahora bien, algunas personas se han imaginado – y parece muy plausible – que la flor y el núcleo de la bienaventuranza residen en (ese) conocimiento donde el espíritu conoce el hecho de conocer a Dios; pues, si yo tuviera todo el gozo imaginable sin saber que lo tenía ¿para qué me serviría y qué gozo sería para mí? Pero yo digo con toda certeza que no es así. Unicamente es verdad que el alma sin esto probablemente no sería bienaventurada, pero la bienaventuranza no reside en ello; pues lo primero en que reside la bienaventuranza es el hecho de que el alma contemple a Dios desnudo. Ahí recibe todo su ser y vida y saca todo cuanto es, del fondo divino y no sabe nada ni del saber ni del amor ni de cualquier otra cosa. Ella se sosiega entera y exclusivamente en el ser de Dios, no sabe de nada que no sea el ser y Dios. Mas, cuando sabe y conoce que contempla, conoce y ama a Dios, este hecho constituye según el orden natural un éxodo y un retorno con respecto a lo primero, porque nadie se conoce como blanco fuera de quien es realmente blanco. Por lo tanto, quien se reconoce Como blanco, se basa en el ser-blanco y construye sobre él y no saca su conocimiento inmediatamente y antes de saber el color del mismo, sino que saca el conocimiento y el saber del color de aquello que en este momento es blanco, y no toma el conocimiento exclusivamente del color en sí, antes bien, toma el conocimiento y el saber de lo teñido o de lo blanco y se conoce a sí mismo como blanco. Lo blanco es algo muy inferior y mucho más externo que el ser-blanco (o sea, la blancura). Una cosa es la pared y muy otra el fundamento sobre la cual se halla construida la pared. TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3
Pero resulta que es otra la potencia – según he expuesto – en virtud de la cual ve el hombre, y otra la potencia gracias a la cual sabe y conoce el hecho de ver. Es verdad que en este mundo esta potencia dentro de nosotros, por la cual sabemos y conocemos el hecho de ver, es más noble y elevada que la potencia gracias a la cual vemos; porque la naturaleza comienza su actuación con lo más humilde, pero Dios comienza sus obras con lo más perfecto. (La) naturaleza hace al hombre a partir del niño y la gallina a partir del huevo; mas Dios hace al hombre antes que al niño y la gallina antes que el huevo. (La) naturaleza primero calienta y acalora la leña y sólo luego hace surgir el ser del fuego; pero Dios primero otorga el ser a toda criatura y luego en el tiempo y, sin embargo, sin tiempo, y cada vez por separado (le da) todo cuanto es accesorio. Dios da también el Espíritu Santo antes que los dones del Espíritu Santo. TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3
¡Ah, prestad atención! ¿Quiénes eran las personas que compraban y vendían, y quiénes son hoy en día? ¡Escuchadme bien! Ahora hablaré en mi sermón tan sólo de gente buena. Sin embargo, indicaré esta vez quiénes eran los mercaderes y quiénes siguen siéndolo, esos que compraban y vendían y (los que) continúan haciéndolo de la misma manera, (y) a quienes Nuestro Señor echó a golpes expulsándolos y lo sigue haciendo aún hoy en día con todos cuantos compran y venden en este templo: no quiere que ni uno solo (de ellos) permanezca adentro. Mirad, mercaderes son todos aquellos que se cuidan de no cometer pecados graves y les gustaría ser buenos y, para la gloria de Dios, ellos hacen sus obras buenas, como ser, ayunar, estar de vigilia, rezar y lo que hay por el estilo, cualquier clase de obras buenas, mas las hacen para que Nuestro Señor les dé algo en recompensa o para que Dios les haga algo que les gusta: todos ésos son mercaderes. Esto se debe entender en un sentido burdo, porque quieren dar una cosa por otra y de esta manera pretenden regatear con Nuestro Señor. Con miras a tal negocio se engañan. Pues, todo cuanto poseen y todo cuanto son capaces de obrar, si lo dieran todo por amor de Dios y obrasen por completo por Él, Dios en absoluto estaría obligado a darles ni a hacerles nada en recompensa, a no ser que quiera hacerlo gratuita (y) voluntariamente. Porque lo que son, lo son gracias a Dios, y lo que tienen, lo tienen de Dios y no de sí mismos. Por lo tanto, Dios no les debe nada, ni por sus obras ni por sus dádivas, a no ser que quisiera hacerlo voluntariamente como merced y no a causa de sus obras ni de sus dádivas, porque no dan nada de lo suyo (y) tampoco obran por sí mismos, según dice Cristo mismo: «Sin mí no podéis hacer nada» (Juan 15, 5). Esos que quieren regatear así con Nuestro Señor, son individuos muy tontos; conocen poco o nada de la verdad. Por eso, Nuestro Señor los echó a golpes fuera del templo y los expulsó. La luz y las tinieblas no pueden hallarse juntas. Dios es la Verdad y una luz en sí misma. Por ello, cuando Dios entra en este templo, expulsa la ignorancia, o sea, las tinieblas, y se revela Él mismo mediante la luz y la verdad. Cuando se llega a conocer la Verdad, los mercaderes han desaparecido, y la verdad no apetece hacer negocio alguno. Dios no busca lo suyo, Él es libre y desasido en todas sus obras y las hace por verdadero amor. Lo mismo hace también aquel hombre que está unido con Dios; él se mantiene también libre y desasido en todas sus obras, y las hace únicamente por la gloria de Dios, sin buscar lo suyo, y Dios opera en el. SERMONES: SERMÓN I 3
He mencionado, además, que Nuestro Señor dijo a la gente que vendía palomas: «¡Quitad esto de aquí, sacadlo!» A esas personas no las expulsó ni las increpó mucho, sino que dijo muy amigablemente: «¡Quitad esto de aquí!», como si hubiera querido decir: Esto, si bien no es malo, trae obstáculos para la verdad pura. Esas personas son todas personas buenas que hacen sus obras exclusivamente por amor de Dios y no buscan en ellas nada de lo suyo, pero las hacen con apego al propio yo, al tiempo y al número, al antes y al después. (Entonces) esas obras les impiden (alcanzar) la verdad óptima es decir, que deberían ser libres y desasidos tal como Nuestro Señor Jesucristo es libre y desasido y, en todo momento, se recibe como nuevo de su Padre celestial, sin cesar y en forma atemporal, y al mismo instante y sin cesar renace otra vez (y) del todo, con loa agradecida, en la majestad paterna, con dignidad igual (a la del Padre). De la misma manera debería comportarse el hombre que querría hacerse susceptible de la verdad suma y vivir en ella sin «antes» ni «después», y sin que se lo impidieran todas las obras y todas aquellas imágenes de las que en algún momento ha tenido conciencia, de modo que volvería a recibir en este instante y con absoluta libertad el don divino y lo haría renacer en Nuestro Señor Jesucristo sin trabas (y) a esa misma luz, con loa agradecida. De este modo, las palomas habrían desaparecido, es decir, los obstáculos y el apego al yo en todas esas obras, buenas por lo demás, con las cuales el hombre no busca lo suyo. Por eso dijo Nuestro Señor muy amigablemente: «¡Quitad esto de aquí, sacadlo!», como si hubiera querido decir: Está bien, pero trae obstáculos. SERMONES: SERMÓN I 3
Cuando este templo se libera así de todos los obstáculos, es decir, del apego al yo y de la ignorancia, entonces resplandece con tanta hermosura y brilla tan pura y claramente por sobre todo y a través de todo lo creado por Dios, que nadie puede igualársele con idéntico brillo a excepción del solo Dios increado. Y es plena verdad: nadie se iguala a este templo fuera del solo Dios increado. Todo cuanto se halla por debajo de los ángeles, en absoluto se asemeja a este templo. Aun los ángeles más elevados se asemejan hasta cierto grado, pero no del todo, a este templo del alma noble. El que se asemejen al alma en cierta medida, es (verdad) con respecto al conocimiento y al amor. Sin embargo, se les ha puesto un límite; no pueden ir más allá. Pero el alma bien puede ir más allá. Si un alma – y en efecto la de un hombre que viviera aún en la temporalidad – estuviese a la misma altura que el ángel supremo, entonces este hombre a causa de su libre facultad podría elevarse aún inconmensurablemente más por encima del ángel, (siendo) nuevo en cada instante y carente de número, es decir, sin modo, (y hallándose) más allá del modo de los ángeles y de toda razón creada. Sólo Dios es libre e increado y por ello, Él solo se iguala a ella (el alma) en cuanto a la libertad, mas no a su condición de increado, porque ella es creada. Cuando el alma llega a la luz sin mezcla, entonces cae en su nada (y) en esa nada (se halla) a tanta distancia de su algo creado, que ella es absolutamente incapaz de volver por fuerza propia a su algo creado. Y Dios, con su ser increado, se ubica por debajo de esa su nada y sostiene al alma en el «algo» de Él. El alma se ha arriesgado a ser aniquilada y no puede retornar a sí misma por fuerza propia, tanto se ha alejado de sí misma antes de que Dios se colocara por debajo de ella. Tiene que ser así, necesariamente. Pues, como dije antes: «Jesús había entrado al templo y echó afuera a los que compraban y vendían, y se puso a decir a los otros: “¡Quitad esto!”». Pues bien, mirad, ahora me refiero a la palabrita: Jesús entró y se puso a decir: «¡Quitad esto!» y ellos lo sacaron. Mirad, entonces ya no hubo más nadie que sólo Jesús, y Él comenzó a hablar en el templo. Mirad, debéis tenerlo por cierto: si alguna otra persona, fuera de Jesús solo, quiere hablar en el templo, o sea, en el alma, Jesús se calla como si no estuviera en casa y tampoco está en su casa en el alma porque ella tiene visitas extrañas con las que conversa. Pero si Jesús ha de hablar en el alma, ella tiene que estar a solas y se debe callar ella misma si es que ha de escuchar a Jesús. Ah sí, entonces entra Él y comienza a hablar. ¿Qué dice el Señor Jesús? Dice lo que es. ¿Qué es, pues? Es un Verbo del Padre. En este mismo Verbo se enuncia el Padre a sí mismo y a toda la naturaleza divina y a todo cuanto es Dios, tal como Él lo conoce; y lo conoce tal como es. Y como Él es perfecto en su cono cimiento y facultad, por eso es perfecto también en su habla. En tanto dice el Verbo, se enuncia a sí mismo y a todas las cosas por medio de otra persona, y le da (al Verbo) la misma naturaleza que tiene Él mismo y enuncia a todos los seres dotados de razón, mediante el mismo Verbo, como idénticos al mismo Verbo, según la «imagen» (o sea la idea) en cuanto ella permanece adentro, pero no como idénticos en todo sentido como el mismo Verbo, en cuanto (la imagen) irradia su luz hacia fuera de acuerdo con el hecho de que cada una existe por separado; antes bien, ellas (las imágenes que existen cada una por separado) han sido dotadas de la posibilidad de obtener la semejanza con el mismo Verbo por obra de la gracia. Y a este mismo Verbo, tal como es en sí, lo ha pronunciado íntegramente el Padre, tanto al Verbo como a todo cuanto hay en el Verbo. SERMONES: SERMÓN I 3
Pues bien, ahora prestad mucha atención a esta palabra: necesariamente debía ser que era virgen esa persona que recibió a Jesús. Virgen equivale a decir una persona libre de todas las imágenes ajenas, tan libre como era cuando aún no existía. Mirad, ahora podría preguntarse cómo un ser humano nació y se crió hasta llegar a la vida racional, cómo ese hombre, (digo), puede ser tan libre de todas las imágenes como era cuando aún no existía, y, sin embargo, sabe muchas cosas que todas son imágenes; entonces, ¿cómo puede ser libre? Ahora bien, fijaos en la diferencia que os enseñaré. Si yo tuviera la razón tan abarcadora que todas las imágenes absorbidas desde siempre por toda la gente, y (además) las contenidas en Dios mismo, se hallaran dentro de mi razonamiento, pero si yo fuera tan libre de todo apego al yo que no hubiera aprehendido como propiedad mía ninguna de ellas, ni en el hacer ni en el dejar de hacer, ni con el «antes» ni con el «después», y que yo, antes bien, en ese instante presente me hallara libre y desasido según la queridísima voluntad divina, y (dispuesto) a cumplirla sin cesar, entonces, en verdad, yo sería virgen sin que me estorbase ninguna imagen, y esto tan seguramente como lo era cuando aún no existía. SERMONES: SERMÓN II 3
Digo además: El que el hombre sea virgen no le quita nada en absoluto con respecto a todas las obras que hiciera jamás; pero todo esto no le impide ser virginal y libre, sin ningún impedimento en lo que a la verdad suprema se refiere, así como Jesús es desasido y libre y virginal en sí mismo. Según dicen los maestros: Sólo una cosa igual y otra cosa igual constituyen la base para la unión, por eso el hombre debe ser virginal, virgen que habrá de recibir a Jesús virginal. SERMONES: SERMÓN II 3
Yo he dicho también varias veces que hay en el alma una potencia que no es tocada ni por el tiempo ni por la carne; emana del espíritu y permanece en él y es completamente espiritual. Dentro de esta potencia se halla Dios exactamente tan reverdecido y floreciente, con toda la alegría y gloria, como es en sí mismo. Allí hay tanta alegría del corazón y una felicidad tan incomprensiblemente grande que nadie sabe narrarla exhaustivamente. Pues el Padre eterno engendra sin cesar a su Hijo eterno dentro de esta potencia, de modo que esta potencia co-engendra al Hijo del Padre y a sí misma como el mismo hijo en la potencia única del Padre. Si un hombre poseyera un reino entero o todos los bienes de la tierra y renunciara a ellos con pureza, por amor de Dios, y se convirtiera en uno de los hombres más pobres que viven en cualquier parte de este mundo, y si Dios luego le diera tantos sufrimientos como los ha dado jamás a un hombre, y si él lo sufriera todo hasta su muerte, y si entonces Dios le concediera ver una sola vez con un solo vistazo cómo Él se halla dentro de esta potencia su alegría se haría tan grande que todo ese sufrimiento y esa pobreza todavía hubieran sido demasiado pequeños. Ah sí, aun en el caso de que Dios posteriormente nunca le diera el reino de los cielos, él habría recibido, sin embargo, una recompensa demasiado grande por todo cuanto había sufrido jamás, pues Dios se halla en esta potencia como en el «ahora» eterno. Si el espíritu estuviera unido todo el tiempo a Dios en esta potencia, el hombre no podría envejecer; pues el instante en el cual Dios creó al primer hombre y el instante en el que habrá de perecer el último hombre y el instante en que estoy hablando, son (todos) iguales en Dios y no son sino un solo instante. Ahora mirad, este hombre habita dentro de una sola luz junto con Dios; por lo tanto no hay en él ni sufrimiento ni transcurso del tiempo sino una eternidad siempre igual. A este hombre se le ha quitado en verdad todo asombro, y todas las cosas se yerguen esenciales dentro de él. Por ello no recibe nada nuevo de las cosas futuras ni de ninguna casualidad, ya que habita en un solo «ahora», siempre nuevo, ininterrumpidamente. Tal majestad divina hay en esta potencia. SERMONES: SERMÓN II 3
Existe otra potencia más, que es también incorpórea; emana del Espíritu y permanece en Él y es enteramente espiritual. En esta potencia se halla Dios de continuo, fosforeciendo y ardiendo con toda su riqueza, con toda su dulzura y todo su deleite. De veras, en esta potencia hay una alegría tan grande y un deleite tan grande (e) inconmensurable que nadie sabe narrarlo ni revelarlo exhaustivamente. Digo otra vez: Si hubiera una sola persona que con la razón y de acuerdo con la verdad, contemplara ahí, por un instante, el deleite y la alegría contenidos en (esta potencia): todo el sufrimiento que padeciera y que Dios quisiera que lo soportase, le resultaría de poca monta y hasta como nada; digo más aún: Sería para él únicamente alegría y sosiego. SERMONES: SERMÓN II 3
Si quieres saber bien si tu sufrimiento es tuyo o de Dios, lo habrás de notar por este hecho: si sufres a causa de ti mismo, cualquiera que sea la forma (en que lo hagas), este sufrimiento te duele y te resulta difícil soportarlo. Pero si sufres por Dios y sólo por Dios, este sufrimiento no te duele y tampoco te resulta pesado porque Dios sobrelleva la carga. Dicho con toda verdad: Si hubiera un hombre dispuesto a sufrir por Dios y puramente por amor de Dios, y si recayera sobre él el sufrimiento íntegro padecido por todos los hombres a través de los tiempos y con el que carga toda la humanidad junta, a él no le causaría dolor y tampoco le resultaría pesado porque Dios sobrellevaría la carga. Si alguien me colocara un quintal sobre la nuca y si luego otra persona lo sostuviera por encima de mi nuca, entonces sería lo mismo para mí cargar con cien (quintales) que con uno, porque no me resultaría pesado y tampoco me dolería. En resumen: cualquier cosa que el hombre sufre por Dios y sólo por Él, Dios se la convierte en liviana y dulce, según dije al comienzo cuando iniciamos nuestro sermón: «Jesús subió a una villeta y fue recibido por una virgen que era mujer». ¿Por qué? Necesariamente tuvo que ser así, que ella era virgen y además mujer. Ahora bien, os he dicho que Jesús fue recibido; pero todavía no os he dicho qué es la «villeta» y entonces lo diré ahora. SERMONES: SERMÓN II 3
He señalado a veces que hay en el espíritu una potencia, la única que es libre. A veces he dicho que es una custodia del espíritu; otras veces, que es una luz del espíritu; (y) otras veces, que es una chispita. Mas ahora digo: No es ni esto ni aquello; sin embargo, es un algo que se halla más elevado sobre esto y aquello, que el cielo sobre la tierra. Por eso, lo llamo ahora de una manera más noble que lo haya hecho jamás y, sin embargo, ello reniega, tanto de la nobleza como del modo, y se halla por encima de éstos. Está libre de todos los nombres y desnudo de todas las formas, completamente desasido y libre tal como Dios es desasido y libre en sí mismo. Es tan enteramente uno y simple, como Dios es uno y simple, así que uno mediante ningún modo (de ser) logra mirar adentro. Esta misma potencia de la cual he hablado, y en la que Dios está floreciendo y reverdece con toda su divinidad y el Espíritu (se halla) en Dios, en esta misma potencia el Padre está engendrando a su Hijo unigénito tan verdaderamente como en sí mismo, pues Él vive realmente en esta potencia y el Espíritu engendra junto con el Padre al mismo Hijo unigénito, y a sí mismo como el mismo Hijo y es el mismo Hijo dentro de esa luz, y es la Verdad. Si pudierais entender (las cosas) con mi corazón, comprenderíais bien lo que digo; porque es verdad y la misma Verdad lo dice. SERMONES: SERMÓN II 3
¡Mirad, ahora prestad atención! Esta «villeta» en el alma, de la cual hablo y en la que pienso, es tan una y simple (y) por encima de todo modo (de ser) que esta noble potencia de la que he hablado, no es digna de mirar jamás en el interior de esa «villeta», aunque fuera una sola vez, por un instante, y la otra potencia, de la cual he hablado, donde Dios fosforece y arde con toda su riqueza y todo su deleite, tampoco se atreve nunca a mirar allí adentro; tan completamente una y simple es esa villeta, y ese Uno único se halla tan por encima de todos los modos y potencias, que nunca jamás pueden echarle un vistazo una potencia y un modo y ni siquiera el mismo Dios. ¡Digo con plena verdad y juro por la vida de Dios!: Dios mismo nunca mirará ahí adentro ni por un solo momento y nunca lo ha hecho en cuanto existe al modo y en la cualidad de sus personas. Esto es fácil de comprender, pues ese Uno único carece de modo y cualidad. Y por eso: si Dios alguna vez ha de mirar adentro, debe ser a costa de todos sus nombres divinos y de su cualidad personal; todo esto lo tiene que dejar afuera si alguna vez ha de mirar adentro. Antes bien, en cuanto Él es un Uno simple, sin ningún modo ni cualidad, en tanto no es, en este sentido, ni Padre ni Hijo ni Espíritu Santo y, sin embargo, es un algo que no es ni esto ni aquello. SERMONES: SERMÓN II 3
Mirad, así como Él es uno y simple, así entra en lo uno que acabo de llamar «villeta» en el alma, y de otro modo no entra ahí de manera alguna, sino que entra sólo así y está allí. Es ésta la parte en la cual el alma se asemeja a Dios y en ninguna otra. Lo que os he dicho es verdad; os pongo por testigo a la verdad y por prenda a mi alma. SERMONES: SERMÓN II 3
Ahora invertimos esta palabra y decimos: Porque Dios me ha enviado su ángel, conozco verdaderamente. «Pedro» quiere decir lo mismo que «conocimiento». Ya lo he dicho en otras oportunidades: (El) conocimiento y (el) entendimiento unen al alma con Dios. (El) entendimiento penetra en el ser puro, (el) conocimiento corre a la cabeza, corre adelante y se abre camino para que nazca allí el Hijo unigénito de Dios. Nuestro Señor dice en (el evangelio de) Mateo que nadie conoce al Padre sino el Hijo (Mateo 11, 27). Los maestros afirman que (el) conocimiento pende de (la) igualdad. Algunos maestros dicen que el alma está hecha de todas las cosas porque tiene la facultad de conocer todas las cosas. Suena como una tontería y, sin embargo, es verdad. Los maestros dicen: Lo que he de conocer, debe estar completamente presente para mí y ser igual a mi conocimiento. Los santos afirman que en el Padre se halla (la) potencia, en el Hijo (la) igualdad y en el Espíritu Santo (la) unidad. Dado que el Padre está completamente presente para el Hijo y el Hijo le es completamente igual, nadie conoce al Padre sino el Hijo. SERMONES: SERMÓN III 3
Pues bien, Pedro dice: «Ahora conozco verdaderamente». ¿Por qué se conoce verdaderamente en este caso? Porque se trata de una luz divina que no engaña a nadie. En segundo lugar, porque ahí se conoce desnuda y puramente sin que haya ninguna cosa encubridora. Por eso dice Pablo: «Dios mora en una luz a la cual no hay acceso» (1 Timoteo 6, 16). Dicen los maestros: La sabiduría que aprendemos acá, nos habrá de subsistir allá. Mas Pablo dice que desaparecerá (1 Cor. 13, 8). Afirma un maestro que el conocimiento puro, aun aquí, en esta vida, encierra en sí un placer tan grande, que el placer de todas las cosas creadas sería de veras como nada en comparación con el placer que abarca el conocimiento puro. Sin embargo, por noble que sea, no es sino una «casualidad»; y tan pequeña como es una palabrita comparada con todo el mundo, así de pequeña es toda la sabiduría que podemos aprender en esta tierra frente a la verdad desnuda (y) pura. Por eso dice Pablo que perecerá. Aun perdurando, se convierte de veras en una tonta y (es) como si no fuera nada frente a la verdad desnuda que allá se conoce. La tercera (razón) de por qué allá se conoce de verdad, reside en el siguiente hecho: las cosas que acá se ven sometidas al cambio, allá se las conoce como inmutables y se las aprehende allá como son totalmente indivisas y cercanas unas a otras; porque aquello que acá está lejos, allá está cerca, pues allá todas las cosas se hallan presentes. Lo que ha de suceder al primer día y al Día del Juicio, allá está presente. SERMONES: SERMÓN III 3
Los maestros dicen que (el) ser y (el) conocer son completamente una sola cosa, porque lo que no es, tampoco se conoce; lo que tiene el máximo de ser, se conoce también al máximo. Siendo pues, que Dios tiene un ser superabundante, Él excede también todo conocimiento, según dije anteayer en mi último sermón: que el alma es hecha imagen dentro de la pureza primaria, dentro de la impresión de la esencia acendrada donde saborea a Dios antes de que Él aprehenda para sí (la) verdad o (la) cognoscibilidad, allí donde está descartada toda posibilidad de nombrar; allí ella conoce del modo más puro, allí toma el ser con perfecta adecuación. Por eso dice Pablo: «Dios mora en una luz a la cual no hay acceso». Él es una in-habitación (înhangen) en su propia esencia pura en la cual no hay nada adherido. Lo que posee «accidente» (zuoval) debe desaparecer. Él es un puro estar-en-sí-mismo donde no hay ni esto ni aquello; pues lo que hay en Dios, es Dios. Dice un maestro pagano: Las potencias que flotan por debajo de Dios tienen una inhabitación en Dios y si bien el suyo es un puro estar-en-sí-mismas, habitan, sin embargo, en Aquel que no tiene ni principio ni fin; porque nada ajeno puede caer en Dios. Que el cielo os sirva de testigo: no puede recibir una impresión extraña de modo extraño. SERMONES: SERMÓN III 3
A menudo acostumbro a decir una palabrita y ésta es verdad: Todos los días exclamamos y gritamos en el Padrenuestro: «¡Señor, hágase tu voluntad!» (Mateo 6, 10). Mas luego, cuando se hace su voluntad, tenemos ganas de enojarnos y su voluntad no nos satisface. Sin embargo, cualquier cosa que Él hiciera, debería gustarnos más que nada. Quienes lo aceptan así como lo mejor, permanecen en perfecta paz con respecto a todas las cosas. Ahora bien, a veces pensáis y decís: «Ay, si las cosas hubieran sucedido de otro modo, sería mejor», o: «Si esto no hubiera sucedido así, acaso habría resultado mejor». Mientras tengas esas ideas, nunca obtendrás la paz. Tú debes aceptarlo como lo mejor de todo. He aquí el primer significado de este pasaje (de la Epístola). SERMONES: SERMÓN IV 3
Has de saber que cuando quiera que busques de algún modo lo tuyo, no encontrarás jamás a Dios, porque no buscas a Dios con pureza. Buscas alguna cosa por medio de Dios y procedes exactamente como si convirtieras a Dios en una vela para buscar algo con ella; y cuando uno encuentra las cosas buscadas, tira la vela. Esto es exactamente lo que haces: cualquier cosa que busques por medio de Dios, no es nada, sea lo que fuere, provecho o recompensa o recogimiento o lo que sea; buscas (la) nada y por lo tanto encuentras (la) nada. El que halles (la) nada, no se debe sino a que buscas (la) nada. Todas las criaturas son pura nada. No digo que sean insignificantes o que sean algo: son pura nada. Lo que no tiene ser no es nada. Todas las criaturas no tienen ser, porque su ser pende de la presencia de Dios. Si Dios se apartara por un solo momento de todas las criaturas, se anonadarían. He dicho a veces, y es verdad: Quien tomara junto con Dios todo el mundo, no tendría más que si tuviera a Dios solo. Sin Dios, todas las criaturas no tienen más (ser) del que tendría una mosca sin Dios, exactamente lo mismo, ni más ni menos. SERMONES: SERMÓN IV 3
La tercera parte (de nuestro texto) habla «del Padre de las luces». Por la palabra «Padre» se entiende la filiación, y la palabra «Padre» indica una generación pura y equivale a (decir): una vida de todas las cosas. El Padre engendra a su Hijo en el conocimiento eterno, y exactamente de la misma manera el Padre engendra a su Hijo en el alma como en su propia naturaleza y lo engendra para que pertenezca al alma, y su ser depende de que – gústele o no – engendre a su Hijo en el alma. Alguna vez me preguntaron ¿qué era lo que hacía el Padre en el cielo? Entonces dije: Engendra a su Hijo y esta actividad le resulta tan placentera y le gusta tanto que no hace nunca otra cosa que engendrar a su Hijo, y los dos hacen florecer de sí al Espíritu Santo. Donde el Padre engendra dentro de mí a su Hijo, allí soy el mismo Hijo y no otro; es cierto que somos diferentes en el ser-hombre, más allí soy el mismo Hijo y no otro. «Donde somos hijos, somos todos legítimos» (Roman. 8, 17). Quien conoce la verdad sabe bien que la palabra «Padre» contiene la generación pura y el tener hijos. Por ello somos hijo en este aspecto y somos el mismo Hijo. SERMONES: SERMÓN IV 3
Ahora prestad (todavía) atención a la palabra «Descienden de arriba». Resulta que os dije, hace poco: Quien quiere recibir desde arriba, necesariamente debe estar abajo con verdadera humildad. Y sabedlo con toda verdad: a quien no se halla completamente abajo, nada le cae en suerte y tampoco recibe nada por insignificante que sea. Si de algún modo has puesto tus miras en ti mismo o en alguna cosa o en alguien, no te hallas abajo y tampoco recibes nada, mas, si te encuentras completamente abajo, recibes también completa y perfectamente. El dar es propio de la naturaleza de Dios y su ser depende de que nos dé cuando nos hallemos abajo. Si no es así y no recibimos nada, le hacemos fuerza y lo matamos. Aun cuando no podemos hacérselo a Él mismo, lo hacemos a nosotros y en cuanto a nosotros se refiere. Para dárselo todo a Él como cosa suya, cuida de someterte a Dios con verdadera humildad y de enaltecer a Dios en tu corazón y tu conocimiento. «Dios, nuestro Señor, envió a su Hijo al mundo» (Gal. 4, 4). Alguna vez dije aquí mismo: En la plenitud del tiempo Dios envió a su Hijo: (lo envía) al alma una vez que ella haya ido más allá del tiempo. Cuando el alma se ha liberado del tiempo y del espacio, el Padre envía a su Hijo al alma. Pues bien, esto significa la palabra «El don y la perfección óptimos descienden desde arriba del Padre de las luces». Que el Padre de las luces nos ayude para que seamos propensos a recibir el don óptimo. Amén. SERMONES: SERMÓN IV 3
Ahora bien, el segundo significado es éste: «Lo ha enviado al mundo». Entendamos pues, que se trata del gran mundo en cuyo interior miran los ángeles. ¿Cómo hemos de ser? Debemos estar allí con nuestro amor íntegro y con todo nuestro anhelo, según dice San Agustín: En aquello que el hombre ama, se transforma con el amor. ¿Hemos de decir, pues: Cuando el hombre ama a Dios se transforma en dios? Esto suena a incredulidad. En el amor que brinda un hombre no hay dos sino sólo uno y unión, y en el amor, antes que hallarme en mí mismo, soy más bien dios. Dice el profeta: «He dicho que sois dioses e hijos del Altísimo» (Salmo 81, 6). Suena extraño (cuando se dice) que el hombre de tal manera puede llegar a ser dios en el amor; sin embargo, es verdad dentro de la verdad eterna. Nuestro Señor Jesucristo poseía esta (unión)4. SERMONES: SERMÓN IV 3
Los maestros dicen por lo general que todos los hombres son igualmente nobles en su naturaleza. Pero yo digo conforme a la verdad: Todo el bien que han poseído todos los santos y María, la Madre de Dios, y Cristo, en cuanto a su humanidad, me pertenece (también) a mí en esta naturaleza. Ahora podríais preguntarme lo siguiente: Como yo en esta naturaleza poseo todo cuanto Cristo puede realizar según su humanidad ¿a qué se debe entonces que enaltezcamos a Cristo venerándolo como Nuestro Señor y Nuestro Dios? Esto se debe al hecho de que haya sido un mensajero de Dios (enviado) a nosotros, y nos ha traído nuestra salvación. La salvación que nos trajo era nuestra. Allí donde el Padre engendra a su Hijo en el fondo más entrañable, allí entra también volando esta naturaleza (humana). Ella es una y simple. Puede ser que alguna cosa se deje entrever o se apegue, pero no es lo Uno. SERMONES: SERMÓN IV 3
Digo otra cosa que es más complicada aún: Quien ha de subsistir inmediatamente en la desnudez de esta naturaleza, debe haberse apartado de todo lo personal de modo que le desee tantas cosas buenas a un hombre allende el mar, a quien nunca vieron sus ojos, como al hombre que se halla junto a él y es su amigo íntimo. Mientras deseas más bienes para tu propia persona que para el hombre que nunca viste, andas mal por cierto, y nunca atisbaste ni por un solo instante este fondo simple. Es bien posible que hayas visto la verdad en una imagen deducida al modo de un símil: pero no ha sido lo óptimo. SERMONES: SERMÓN IV 3
Por otra parte, debes tener el corazón puro, pues sólo es puro aquel corazón que ha aniquilado toda criaturidad. En tercer lugar debes mantenerte libre del «no». Se suele preguntar ¿qué es lo que quema en el infierno? Los maestros dicen por regla general: Esto lo hace la propia voluntad. Pero yo digo conforme a la verdad, que lo que quema en el infierno es el «no». ¡Escucha pues, un símil! Que tomen un carbón ardiente y me lo pongan en la mano. Si yo dijera entonces que el carbón me quemaba la mano, le haría una gran injusticia. Mas si he de decir con acierto qué es lo que me quema, (afirmaré) que lo hace el «no», porque el carbón contiene algo que no contiene mi mano. Mirad, justamente este «no» es lo que me quema. Mas, si mi mano contuviera todo cuanto es el carbón y lo que éste puede hacer, entonces ella poseería toda una naturaleza de fuego. Luego, si alguien tomara todo el fuego que hubiese ardido jamás y lo arrojara sobre mi mano, no me podría doler. De igual modo digo: Como Dios y todos cuantos se mantienen en la contemplación de Dios, poseen en la verdadera bienaventuranza algo que no tienen aquellos que están apartados de Dios, este «no» solo atormenta a las almas en el infierno, más que la propia voluntad o cualquier fuego. De cierto digo: Eres imperfecto en la medida en que te queda apegado el «no». Por eso, si queréis ser perfectos, debéis ser libres del «no». SERMONES: SERMÓN IV 3
Por ello dice la palabrita que os he citado: «Dios ha enviado a su Hijo unigénito al mundo»; esto no lo debéis interpretar con miras al mundo exterior, cómo comía y bebía con nosotros; tenéis que comprenderlo con respecto al mundo interior. Así como es verdad que el Padre en su naturaleza simple engendra a su Hijo en forma natural, también es verdad que lo engendra en lo más entrañable del espíritu y esto es el mundo interior. Ahí el fondo de Dios es mi fondo, y mi fondo el de Dios. Ahí vivo de lo mío, así como Dios vive de lo suyo. Para quien mirara alguna vez en este fondo, aunque fuera por un solo instante, para ese hombre mil marcos de oro amarillo amonedado valdrían lo mismo que un maravedí falso. Desde este fondo más entrañable has de obrar todas tus obras sin porqué alguno. De cierto digo: Mientras hagas tus obras por el reino de los cielos o por Dios o por tu eterna bienaventuranza, (es decir), desde fuera, realmente andarás mal. Pueden aceptarte tal cual, pero no es lo mejor. Pues de veras, quien se imagina que recibe más de Dios en el ensimismamiento, la devoción, el dulce arrobamiento y en mercedes especiales, que (cuando se halla) cerca de la lumbre o en el establo, hace como si tomara a Dios, le envolviera la cabeza con una capa y lo empujara por debajo de un banco. Pues, quien busca a Dios mediante determinado modo, toma el modo y pierde a Dios que está escondido en el modo. Pero quien busca a Dios sin modo lo aprehende tal como es en sí mismo; y semejante persona vive con el Hijo y Él es la vida misma. Si alguien durante mil años preguntara a la vida: «¿Por qué vives?»… ésta, si fuera capaz de contestar, no diría sino: «Vivo porque vivo». Esto se debe a que la vida vive de su propio fondo y brota de lo suyo; por ello vive sin porqué justamente porque vive para sí misma. Si alguien preguntara entonces a un hombre veraz, uno que obra desde su propio fondo: «¿Por qué obras tus obras?»… él, si contestara bien, no diría sino: «Obro porque obro». SERMONES: SERMÓN IV 3
A menudo la gente me dice: ¡Rogad por mí! Entonces pienso: ¿Por qué salís? ¿Por qué no permanecéis dentro de vosotros mismos y echáis mano de vuestro propio bien? Si lleváis dentro de vosotros toda la verdad en su esencia. SERMONES: SERMÓN IV 3
¡Que Dios nos ayude a permanecer verdaderamente adentro del modo señalado, (y) a poseer toda la verdad inmediatamente y sin distinción en la verdadera bienaventuranza! Amén. SERMONES: SERMÓN IV 3
Los hombres justos toman tan en serio la justicia que, si Dios no fuera justo, Él no les importaría un comino; y se mantienen tan firmes en la justicia habiéndose desasido tan completamente de sí mismos, que no prestan atención ni al tormento del infierno ni al regocijo del reino de los cielos ni a cosa alguna. Es más: si toda la pena que sufren aquellos que están en el infierno, tanto hombres como diablos, o si todas las penas que en algún momento han sido o serán sufridas en esta tierra, estuvieran relacionadas con la justicia, no les daría un bledo; tan firmemente toman el partido de Dios y de la justicia. Al hombre justo nada le resulta más penoso y pesado que lo que está en contra de la justicia: (es decir, el hecho) de que no se muestre ecuánime en todas las cosas. ¿Cómo (es) eso? Si una cosa puede alegrar (a los hombres) y otra afligirlos, no son justos; más aún, si son alegres en un momento, lo son en todos; si en un momento están más alegres y en otro menos, eso está mal. Quien ama la justicia, se halla colocado tan firmemente sobre ella, que aquello que ama es su ser; no hay cosa capaz de apartarlo ni se fija en nada más. Dice San Agustín: «Donde el alma ama, ahí está con más propiedad que allí donde da vida». Nuestra palabra (de la Sagrada Escritura) suena modesta y comprensible para todos; y, sin embargo, difícilmente hay alguien que comprenda su significado; y no obstante, es verdad. Quien comprenda la doctrina de la justicia y del justo, comprenderá todo cuanto digo. SERMONES: SERMÓN VI 3
«Seremos transformados y transfigurados totalmente en Dios» (Cfr. 2 Cor. 3, 18). ¡Escucha un símil! (Sucede) exactamente del mismo modo que cuando en el Sacramento el pan se transforma en el Cuerpo de Nuestro Señor; cualquiera sea el número de panes, se transforman en un solo cuerpo. Igualmente, si todos los panes fueran transformados en mi dedo, no habría más que un solo dedo. Luego, si mi dedo fuera transformado (otra vez) en pan, éste sería tanto como aquél. La cosa que se transforma en otra, llega a ser una sola con ella. Exactamente de la misma manera soy transformado en Él, de modo que Él me convierte en ser suyo (y esto) como uno (y) no igual; por Dios vivo, es verdad que no existe distinción alguna. SERMONES: SERMÓN VI 3
Dije una vez en este mismo lugar y sigue siendo verdad: Cuando el hombre atrae o toma algo (que se halla) fuera de él, procede mal. Uno no debe tomar ni mirar a Dios como (si estuviera) fuera de uno mismo, sino (que lo debe tomar y ver) como propiedad y como algo que se halla dentro de mí; además, no se ha de servir ni obrar a causa de ningún porqué, ni por la gloria de Dios ni por el propio (honor), ni por cosa alguna que se halle fuera de uno, sino únicamente a causa de lo que son el propio ser y la propia vida dentro de uno. Algunas personas bobas opinan que deberían ver a Dios como si estuviera allá y ellas acá. No es así, Dios y yo somos uno. Mediante el conocimiento acojo a Dios dentro de mí; (y) mediante el amor me adentro en Dios. Hay quienes dicen que la bienaventuranza no depende del conocimiento sino solamente de la voluntad. Se equivocan; pues, si dependiera únicamente de la voluntad no sería una sola cosa. (Mas) el obrar y el devenir son una sola cosa. Cuando el carpintero no opera, tampoco se hace la casa. Donde descansa el hacha, descansa también el devenir. Dios y yo somos uno en semejante obrar; Él obra y yo llego a ser. El fuego transforma en sí cuanto se le agrega, y (esto) se convierte en su naturaleza (del fuego). No es la leña la que transforma en sí el fuego, sino que el fuego transforma en sí la leña. Así también seremos transformados en Dios para que lo conozcamos tal como es (Cfr. 1 Juan 3, 2). Dice San Pablo: Así conoceremos: yo (lo conoceré) exactamente lo mismo que de Él soy conocido, ni más ni menos, simplemente igual (Cfr. 1 Cor. 13, 12). «Los justos vivirán eternamente y su recompensa está con Dios» exactamente igual. SERMONES: SERMÓN VI 3
Dice un maestro: La obra suprema que Dios ha obrado siempre en todas las criaturas es la misericordia. Lo más secreto y escondido (y) aun aquello que haya obrado alguna vez en los ángeles, es elevado a la misericordia, a la obra (de la) misericordia como es en sí misma y como es en Dios. Cualquiera (sea) la cosa que obre Dios, el primer efluvio violento lo constituye (siempre) la misericordia, (y) no (se trata de) esa con la que le perdona al hombre su pecado o por la cual un hombre se compadece de otro; (el maestro) quiere decir más bien: La obra suprema que hace Dios, es misericordia. Dice un maestro: La obra de la misericordia tiene tal parentesco con Dios que (la) verdad y (la) riqueza y (la) bondad, si bien designan a Dios – aun cuando una de éstas lo designe más que otra – la misericordia es, no obstante, la obra suprema de Dios y significa que Dios coloca al alma en lo más elevado y acendrado que ella es capaz de recibir: (a saber) en la extensión, en el mar, en un mar insondable: allí opera Dios la misericordia. Por eso dijo el profeta: «Dios, apiádate del pueblo que está en ti». SERMONES: SERMÓN VII 3
¿Qué pueblo está en Dios? Dice San Juan: «Dios es amor y quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él» (1 Juan 4, 16). Aun cuando dice San Juan que el amor une, el amor, sin embargo, no (nos) transpone nunca en Dios; en el mejor de los casos aglutina (lo que ya está unido). El amor no une de ninguna manera; (sólo) aquello que ya se halla unido, lo cose y lo ata. El amor une en una obra, mas no en el ser. Dicen los maestros más insignes que el entendimiento lo monda todo por completo, y aprehende a Dios desnudo, como ser puro que es en sí mismo. El conocimiento irrumpe a través de la verdad y bondad y se arroja sobre el ser puro y aprehende a Dios, desnudo, tal como es sin nombre. (Mas) yo digo: No unen ni el conocimiento ni el amor. El amor aprehende a Dios mismo en cuanto es bueno, y si Dios cayera fuera del nombre «bondad», el amor nunca lograría avanzar. El amor toma a Dios (escondido) bajo una piel, bajo una vestimenta. El entendimiento no hace tal cosa; el entendimiento toma a Dios tal como lo conoce dentro de él; mas, no lo puede comprender jamás en el mar de su ser insondable. Digo yo: Por encima de estos dos, es decir, (el) conocimiento y (el) amor se halla la misericordia; en lo supremo y en lo más puro que Dios puede obrar, allí opera Dios la misericordia. SERMONES: SERMÓN VII 3
La cuarta enseñanza es la mejor de todas. Dice que «murieron». La muerte, (sin embargo), les otorga un ser. Afirma un maestro: La naturaleza nunca destruye nada a no ser que dé algo mejor. Cuando el aire se convierte en fuego, entonces es algo mejor; mas, cuando el aire se convierte en agua, es una destrucción y un error. Si (incluso) la naturaleza actúa así, cuánto más lo hace Dios: nunca destruye sin dar algo mejor. Los mártires están muertos y perdieron una vida (pero, en cambio) recibieron un ser. Dice un maestro que lo más noble son (el) ser y (la) vida y (el) conocimiento. (El) conocimiento es más sublime que (la) vida o (el) ser, pues en el hecho de conocer posee a la vez (la) vida y (el) ser. Mas luego, (la) vida es más noble que (el) ser o (el) conocer, como en el caso del árbol que vive, mientras la piedra (sólo) tiene el ser. Pero, si por otra parte, concebimos al ser como puro y acendrado, tal como es en sí mismo, entonces el ser es más sublime que (el) conocimiento o (la) vida. Han perdido una vida y encontrado un ser. Dice un maestro que nada se asemeja tanto a Dios como (el) ser; (una cosa), en cuanto tiene ser, en tanto se asemeja a Dios. Dice un maestro: (El) ser es tan puro y tan elevado que todo cuanto es Dios, es ser. Dios no reconoce nada fuera del ser, no sabe nada fuera de su ser, (el) ser es su anillo. Dios no ama nada fuera de su ser, no piensa en nada fuera de su ser. Yo digo: Todas las criaturas son un solo ser. Dice un maestro que ciertas criaturas se hallan tan cerca de Dios y poseen tanta luz divina impresa en ellas, que dan (el) ser a otras criaturas. Esto no es verdad, porque (el) ser es tan elevado y tan puro y tan afín a Dios, que nadie puede dar (el) ser sino sólo Dios en sí mismo. La esencia más propia de Dios es (el) ser. Dice un maestro: Una criatura bien puede darle vida a otra. Justamente por eso, todo cuanto es de alguna manera, está fundamentado tan sólo en (el) ser. Ser es un nombre primigenio. Todo cuanto es defectuoso, es un abandono del ser. Nuestra vida entera debería ser un ser. Nuestra vida, en cuanto es un ser, en tanto está en Dios. Nuestra vida es afín a Dios en la medida en que está recogida en (el) ser. Por mezquina que sea nuestra vida, si se la aprehende en cuanto es ser, es más noble que cualquier cosa que alguna vez haya logrado vivir. Estoy seguro de que si un alma conociera lo más insignificante que tiene ser, nunca más le daría la espalda por un solo momento. Lo más pobre que se conociera dentro de Dios – aunque se conociera sólo una flor tal como tiene su ser en Dios – sería más noble que todo el mundo. Lo más insignificante que se halla en Dios, en cuanto es un ser, es mejor que un ángel si alguien lo llegara a conocer. SERMONES: SERMÓN VIII 3
Dije en el colegio que el entendimiento es más noble que la voluntad y ambos, sin embargo, tienen su lugar en esa luz. Entonces, un maestro dijo en otro colegio que la voluntad era más noble que el entendimiento, porque la voluntad toma las cosas tales como son en sí mismas; el entendimiento, (en cambio), toma las cosas tales como son en él mismo. Esto es verdad. Un ojo es más noble en sí mismo que un ojo pintado en una pared. Pero yo digo que (el) entendimiento es más noble que (la) voluntad. (La) voluntad toma a Dios bajo la vestimenta de la bondad. (El) entendimiento toma a Dios desnudo, tal como se halla despojado de la bondad y del ser. La bondad es una vestimenta por debajo de la cual Dios se halla escondido, y la voluntad toma a Dios bajo esa vestimenta de la bondad. Si no hubiera bondad en Dios, mi voluntad no lo querría. Si alguien quisiera vestir a un rey, en el día en que iban a hacerlo rey, y lo vistiera con indumentaria gris, no lo habría vestido bien. Yo no soy bienaventurado porque Dios es bueno. Tampoco quiero pedir nunca que Dios en su bondad me haga bienaventurado, porque Él no sería capaz de hacerlo. Soy bienaventurado únicamente porque Dios es racional y porque yo conozco este hecho. Dice un maestro: Es (el) entendimiento de Dios del que depende enteramente el ser del ángel. Se pregunta ¿dónde se halla muy propiamente dicho la esencia de la imagen: en el espejo o en aquel de quien proviene? Hablando con mayor propiedad: en aquel de quien proviene. La imagen se halla en mí, (sale) de mí y (va) hacia mí. El espejo, mientras se encuentra exactamente enfrente de mi rostro, contiene mi imagen; si el espejo se cayera, la imagen se desvanecería. El ser del ángel depende de que tenga presente el entendimiento divino en el cual se conoce. SERMONES: SERMÓN IX 3
Esta palabra que acabo de pronunciar en latín, está escrita en la Epístola y se la puede referir a un santo confesor, y esta palabra reza en lengua vulgar: «En sus días se comprobó que era justo en su interior, en sus días fue agradable a Dios» (Eclesiástico 44, 16 y 17). Encontró la justicia en su interior. Mi cuerpo se halla más en mi alma de lo que mi alma se halla en mi cuerpo. Mi cuerpo y mi alma se encuentran más en Dios de lo que están en sí mismos; y esto es justicia: la causa de todas las cosas en la verdad. Según dice San Agustín: Dios se halla más cerca del alma de lo que ella se encuentra con respecto a sí misma. La proximidad de Dios y el alma no conoce, por cierto, diferencia (entre ambos). Él mismo conocimiento en el cual Dios se conoce a sí mismo, es el conocimiento de cualquier espíritu desasido y no (es) otro. El alma toma su ser inmediatamente de Dios; por ello Dios está más cerca del alma que se halla ella con respecto a sí misma; por ende, Dios se encuentra en el fondo del alma con su entera divinidad. SERMONES: SERMÓN X 3
Dijo San Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y ya nos basta» (Juan 14, 8). Resulta que nadie llega al Padre sino por el Hijo (Cfr. Juan 14, 6). Quien ve al Padre, ve al Hijo (Cfr. Juan 14, 9), y el Espíritu Santo es el amor de ambos. El alma es tan simple en sí misma que ella, en todo momento, no puede percibir sino una sola imagen. Cuando percibe la imagen de la piedra, no percibe la imagen del ángel, y cuando percibe la imagen del ángel, no percibe ninguna otra; y la misma imagen que percibe, la tiene que amar también en su estar-presente. Si percibiera a mil ángeles sería lo mismo que a dos ángeles y, sin embargo, no percibiría nada más que a uno solo. Pues bien, el hombre debe unirse en sí mismo para ser «uno». Dice San Pablo: «Si estáis librados de vuestros pecados, os habéis convertido en siervos de Dios» (Romanos 6, 22). El Hijo unigénito nos ha librado de nuestros pecados. Pero Nuestro Señor dice con mucho más acierto que San Pablo: «No os he llamado siervos, sino que os he llamado amigos míos». «El siervo no conoce la voluntad de su señor», pero el amigo sabe todo cuanto sabe el amigo. «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he dado a conocer» (Juan 15, 15), y todo cuanto sabe mi Padre, lo sé yo y todo cuanto yo sé, lo sabéis vosotros; porque yo y mi Padre tenemos un solo Espíritu. El hombre, pues, que sabe todo cuanto sabe Dios, es un hombre sabedor de Dios. Este hombre aprehende a Dios en su propio ser y en su propia unidad y en su propia presencia y en su propia verdad; con semejante hombre las cosas andan muy bien. Pero el hombre que no está acostumbrado para nada a las cosas interiores, no sabe lo que es Dios. Es como una persona que tiene vino en su bodega, pero no lo ha bebido ni catado, y luego no sabe que es rico. Lo mismo sucede con la gente que vive en (la) ignorancia: ignoran lo que es Dios y, sin embargo, creen y se imaginan que viven. Semejante saber no proviene de Dios. El hombre debe tener un saber puro (y) claro de la verdad divina. En aquel hombre que emprende todas sus obras con recta intención, Dios es el principio de su intención, y su intención (convertida) en obra es Él mismo y es de naturaleza puramente divina y se acaba en la naturaleza divina en Él mismo. SERMONES: SERMÓN X 3
Cierto día, en un convento, dije (lo siguiente): La imagen verdadera del alma es aquella en la cual no se presenta ninguna copia de nada ni se configura cosa alguna fuera de Dios mismo. El alma tiene dos ojos, uno interior y otro exterior. El ojo interior del alma es aquel que mira adentro del ser y recibe su ser de Dios en forma completamente inmediata: ésta es la obra propia de él. El ojo exterior del alma es aquel que está dirigido hacia todas las criaturas percibiéndolas en forma de imagen y de acuerdo con su (propia) potencia. Pero aquel hombre que se ha vuelto hacia su propio interior de modo que conoce a Dios con el propio sabor y en el propio fondo de Él, semejante hombre ha sido liberado de todas las cosas creadas y está encerrado en sí mismo con el verdadero cerrador de la verdad. Según dije una vez, que Nuestro Señor en el día de Pascua de Resurrección vino a ver a sus discípulos con las puertas cerradas, así (sucede) también con ese hombre librado de toda extrañeza y de toda criaturidad: en tal hombre no entra Dios: ya se halla adentro en su esencia. SERMONES: SERMÓN X 3
He hablado de una potencia (=el entendimiento)7 en el alma; en su primer efluvio violento esa potencia no aprehende a Dios en cuanto es bueno, tampoco lo aprehende en cuanto es verdad: ella penetra hasta el fondo y sigue buscando y aprehende a Dios en su unidad y en su desierto; aprehende a Dios en su yermo y en su propio fondo. De ahí que nada la puede satisfacer; ella sigue buscando qué es lo que es Dios en su divinidad y en la propiedad de su propia naturaleza. Ahora bien, dicen que no hay unión mayor que el hecho de que las tres personas sean un solo Dios. Luego – así dicen – no hay ninguna unión mayor que la (existente) entre Dios y el alma. Cuando sucede que el alma recibe un beso de la divinidad, se yergue llena de perfección y bienaventuranza; entonces es abrazada por la unidad. En el primer toque con el cual Dios ha tocado y toca al alma en su carácter de no-creada y no creable, allí el alma es – en cuanto al toque de Dios – tan noble como Dios mismo. Dios la toca según (es) Él mismo. Alguna vez prediqué en latín – y esto fue en el día de la Trinidad -, entonces dije: La diferenciación proviene de la unidad, (me refiero a) la diferenciación en la Trinidad. La unidad es la diferenciación, y la diferenciación es la unidad. Cuanto mayor es la diferenciación, tanto mayor es la unidad, pues es diferenciación sin diferencia. Si hubiera mil personas, sin embargo, no habría nada más que unidad. Cuando Dios mira a la criatura, le da su ser (de criatura); cuando la criatura mira a Dios, recibe su ser (de criatura). El alma tiene un ser racional, cognoscitivo; por eso: allí donde se halla Dios, se halla el alma, y donde se halla el alma, allí se halla Dios. SERMONES: SERMÓN X 3
Por la verdad que es Dios: si has puesto tus miras en una cosa cualquiera y no sólo en Dios o si buscas algo distinto a Dios, la obra que realizas no es tuya ni es, por cierto, de Dios. La obra la constituye aquello hacia lo cual apunta tu propósito final. Aquello que obra dentro de mí, es mi padre y yo estoy sometido a él. Es imposible que en la naturaleza existan dos padres; siempre debe haber un solo padre en la naturaleza. Cuando las otras cosas están expulsadas y «plenas» (en su tiempo) entonces tiene lugar este nacimiento. Lo que llena por completo, toca todos los extremos y no falta en ninguna parte; tiene anchura y longitud, altura y profundidad. Si tuviera altura mas no anchura ni longitud ni profundidad, no llenaría por completo. Dice San Pablo: «Rogad que podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura, la altura, la longitud y la profundidad». (Efesios 3, 18). SERMONES: SERMÓN XI 3
Estos tres aspectos significan tres clases de conocimiento. El primero es sensitivo: el ojo ve hasta muy lejos las cosas que están fuera de él. El segundo es racional y mucho más elevado. El tercero significa una potencia noble del alma, tan elevada y noble que aprehende a Dios en su propia esencia desnuda. Esta potencia no tiene ninguna cosa en común con nada, de nada hace algo y todo. No sabe nada de ayer ni de anteayer ni de mañana ni de pasado mañana, porque en la eternidad, no existe ni (el) ayer ni (el) mañana, allí hay un «ahora» presente; lo que fue hace mil años y lo que sobrevendrá luego de mil años, allí se halla presente, e (igualmente) aquello que se encuentra allende el mar. Esta potencia aprehende a Dios en su vestuario. Un escrito dice: «En Él, por intermedio de Él y por Él» (Cfr. Romanos 11, 36). «En Él», esto es en el Padre, «por intermedio de Él», esto es en el Hijo, y «por Él», esto es en el Espíritu Santo. San Agustín pronuncia una palabra que suena muy desigual con respecto a la anterior y, sin embargo, le resulta del todo igual: Nada es verdad a no ser que encierre en sí toda la verdad. Esta potencia aprehende todas las cosas en la verdad. Para esta potencia no hay cosa encubierta. Dice un escrito: «La cabeza de los varones ha de estar desnuda y la de las mujeres cubierta» (Cfr. 1 Cor. 11, 7 y 6). Las «mujeres» son las potencias inferiores que deben estar cubiertas. El «varón» (en cambio), es dicha potencia que ha de estar desnuda y descubierta. SERMONES: SERMÓN XI 3
«¿Qué maravilla llegará a ser este niño?» Vez pasada pronuncié una palabrita ante algunas personas que acaso estén presentes también aquí, y dije lo siguiente: No hay nada tan encubierto que no se haya de descubrir (Mateo 10, 26; Lucas 12, 2; Marcos 4, 22). Todo cuanto es (la) nada, ha de ser depuesto y encubierto de modo tal que ni siquiera se lo deba pensar jamás. No debemos saber nada de (la) nada y no hemos de tener nada en común con (la) nada. Todas las criaturas son pura nada. Lo que no está ni acá ni allá, y donde existe el olvido de todas las criaturas, allí hay plenitud de todo ser. Dije en aquella ocasión: En nuestro fuero íntimo no debe estar encubierto nada que no descubramos íntegramente ante Dios, entregándoselo por completo. Cualquiera que sea el estado en que nos encontremos, sea en la capacidad o en la incapacidad, sea en el amor o en la pena, cualquier cosa hacia la cual nos veamos inclinados, de (todo) esto debemos despojarnos. En verdad, si le descubrimos (a Dios) todo, Él, a su vez, nos descubre todo cuanto tiene y en la verdad no nos encubre absolutamente nada de todo cuanto es capaz de ofrecer, ni sabiduría ni verdad ni misterio ni divinidad ni ninguna otra cosa. Ciertamente, esto es tan verdad como el hecho de que Dios vive, siempre y cuando se lo descubramos (todo). Si no se lo descubrimos, no es nada sorprendente que Él tampoco nos descubra nada; pues ha de ser totalmente equitativo: cuanto (le hacemos) nosotros a Él, tanto (nos hace) Él a nosotros. SERMONES: SERMÓN XI 3
Dije cierta vez: «Las vírgenes le siguen al cordero dondequiera que vaya, inmediatamente» (Apocal. 14, 4). En nuestro caso hay algunas vírgenes, mas otras no son vírgenes y, sin embargo, se imaginan serlo. Aquellas que son vírgenes de verdad, le siguen al cordero dondequiera que vaya, en lo penoso como en lo agradable. Algunas le siguen al cordero cuando avanza en medio de la dulzura y comodidad; pero, cuando marcha hacia el sufrimiento y el infortunio y el trabajo, se dan vuelta y no lo siguen. A fe mía, éstas no son vírgenes, parezcan lo que parecieran. Algunos dicen: Y bien, señor, yo podré llegar allí en medio del honor, de las riquezas y de la comodidad. ¡Por cierto! si el cordero llevaba semejante vida y os precedía así, yo os permito de buen grado que (lo) sigáis de la misma manera, (mas) las vírgenes corren detrás del cordero por los estrechos y las tierras lejanas y por dondequiera que vaya. SERMONES: SERMÓN XI 3
Si te amas a ti mismo, amas a todos los hombres como a ti mismo. Mientras le tienes menos amor a un solo hombre que a ti mismo, nunca has llegado a amarte de veras, con tal de que no ames a todos los hombres como a ti mismo, a todos los hombres en un solo hombre: y este hombre es Dios y hombre. De modo que va por buen camino el hombre que se ama a sí mismo y ama a todos los hombres como a sí mismo; y éste sí va por buen camino. Algunas personas dicen empero: Prefiero a mi amigo que me hace el bien, a otro hombre. Eso está mal, es una imperfección. Sin embargo, hay que dejarlo pasar, así como alguna gente cruza el mar a medio viento y llega también (a destino). Así sucede con las personas que prefieren un hombre a otro; es natural. Si yo lo amara en verdad como a mí mismo, cualquier cosa que le pasara, ya sea alegría, ya sea pena, ya sea muerte, ya sea vida, todo esto me gustaría tanto si me acaeciera a mí como a él, y ésta sería verdadera amistad. SERMONES: SERMÓN XII 3
Dice: «Tenían escritos en su frente su nombre y el nombre de su Padre». ¿Cuál es nuestro nombre y cuál es el nombre de nuestro Padre? Nuestro nombre es: que debemos nacer, y el nombre del Padre es: engendrar allí donde la divinidad sale resplandeciendo de su primera pureza que es una plenitud de toda pureza, según dije en (San) Mergarden. Felipe dijo: «Señor, haznos ver al Padre y ya nos basta» (Juan 14, 8). En primer lugar esto significa que debemos ser (padre); en segundo lugar, hemos de ser «gracia» porque el nombre del Padre es «engendrar». Él engendra en mí su imagen. Si veo una comida y ésta me resulta adecuada, nace de ello un apetito; o si veo una persona que se me asemeja, surge una simpatía. Exactamente así es: el Padre celestial engendra en mí su imagen y de la semejanza surge un amor que es el Espíritu Santo. Quien es el padre, éste engendra al hijo por naturaleza: quien saca al niño de la pila bautismal, no es su padre. Dice Boecio: Dios es un bien inmóvil que mueve todas las cosas. El hecho de que Dios sea constante, pone en marcha todas las cosas. Existe algo muy placentero que mueve y empuja y pone en marcha a todas las cosas para que retornen hacia allí de donde emanaron, en tanto que (este algo) permanece inmóvil en sí mismo. Y cuanto más noble sea una cosa, tanto más constante será su correr. El fondo primigenio las empuja a todas. (La) sabiduría y (la) bondad y (la) verdad añaden algo; (lo) Uno no añade sino el fondo del ser. SERMONES: SERMÓN XIII 3
Pues bien, él dice: «Ninguna mentira se ha hallado en la boca de ellos» (Apocal. 14, 5). Mientras yo poseo a la criatura y la criatura me posee a mí, hay una mentira, y en la boca de ellos no se encuentra ninguna. Es señal de que un hombre es bueno, cuando elogia a la gente buena. Si, por otra parte, una persona buena me elogia a mí, me ha elogiado de veras; si, en cambio, me elogia un malvado, me ha insultado de veras. Pero si me insulta una persona mala, en verdad me ha elogiado. «La boca habla de lo que rebosa el corazón» (Cfr. Mateo 12, 34). Siempre es característico de un hombre bueno que le guste hablar de Dios, pues a la gente le gusta hablar de aquello en que se ocupa. A quienes se ocupan de trabajos manuales, les gusta hablar de los trabajos manuales; a quienes se ocupan de los sermones, les agrada hablar de sus sermones. A un hombre bueno no le agrada hablar de nada que no sea Dios. SERMONES: SERMÓN XIII 3
Otras veces ya he hablado del principio primigenio y del último fin. El Padre es el principio de la divinidad porque se comprende a sí mismo en sí mismo. De Él sale el Verbo eterno permaneciendo adentro, y el Espíritu Santo emana de los dos permaneciendo adentro; y (el Padre) no lo engendra porque es un fin de la divinidad y de todas las criaturas, que permanece adentro y en el que hay un descanso puro y un reposo de todo aquello que alguna vez obtuviera ser. El principio es a causa del fin, porque en el último fin descansa todo cuanto alguna vez obtuviera ser racional. (El último fin) del ser es la oscuridad o el desconocimiento de la divinidad oculta para el cual brilla esta luz, (pero) «esas tinieblas no la han comprendido» (Cfr. Juan 1, 5). Por eso dijo Moisés: «El que es, me ha enviado» (Exodo 3, 14); Él, que carece de nombre, que es una negación de todos los nombres, y que nunca obtuvo nombre alguno. Y por ello dijo el profeta: «En verdad, tú eres el Dios escondido» (Isaías 45, 15) en el fondo del alma, allí donde el fondo de Dios y el fondo del alma son un solo fondo. Cuanto más uno te busque, tanto menos te encontrará. Debes buscarlo de manera tal que no lo halles en ninguna parte. Si no lo buscas, lo encontrarás. Que Dios nos ayude a buscarlo de modo tal que permanezcamos eternamente junto a Él, amén. SERMONES: SERMÓN XV 3
Acabo de pronunciar en latín una palabrita que hoy se lee en la Epístola la podemos aplicar a San Agustín y a cualquier alma buena (y) santa: (muestra) cómo se asemejan a un recipiente de oro que es firme y durable y encierra en sí la nobleza de todas las piedras preciosas (Eclesiástico 50, 10). Se debe a la nobleza de los santos el que no sea posible caracterizarlos con una sola comparación; por eso se los compara con los árboles y el sol y la luna. Y así se parangona aquí a San Agustín con un recipiente de oro que es firme y durable y encierra en sí la nobleza de todas las piedras preciosas. Y lo mismo puede decirse, conforme a la verdad, de cualquier alma buena (y) santa que ha renunciado a todas las cosas y las toma allí donde son eternas. Quien deja las cosas en cuanto son accidentes, las posee allí donde son eternas y substancia pura. SERMONES: SERMÓN XV 3
¡Ahora escuchadme con mucha atención! Lo que es en verdad una imagen, lo debéis notar por cuatro puntos; puede ser también que haya más. (La) imagen no existe por sí misma, no está para sí misma; proviene sólo de aquello cuya imagen es, y le pertenece con todo cuanto es. No pertenece a lo que es ajeno a aquello cuya imagen es, ni proviene de ello. (La) imagen toma su ser inmediatamente de aquello cuya imagen es, y constituye con ello un solo ser, y es el mismo ser. Al decirlo no he hablado de las cosas que han de exponerse (exclusivamente) en el colegio (la universidad); uno puede explicarlas muy bien también desde el púlpito (cátedra sagrada) con fines de enseñanza. SERMONES: SERMÓN XV 3
Preguntáis a menudo cómo debéis vivir. Habéis de conocerlo aquí con (todo) empeño. Mira: debes vivir exactamente así como acabo de decir de la imagen. Debes existir por Él y para Él y no debes hacerlo por ti ni para ti ni para nadie. Ayer, cuando llegué a este convento vi una tumba donde crecían salvia y otras hierbas, y entonces pensé: Aquí yace el querido amigo de una persona y por ello ésta quiere mucho más a este sitio. Quien tiene un amigo bien querido, ama todo cuanto pertenece a él y no le gusta lo que es desagradable a su amigo. Tomad, por ejemplo, un perro que (no) es (sino) un animal irracional. Le tiene tanta lealtad a su amo que odia todo cuanto es desagradable a su señor, y quiere a quien es amigo de su amo sin fijarse en la riqueza o la pobreza (de aquél). Por cierto, si hubiera un pobre ciego adicto a su amo, le tendría más amor que a un rey o emperador que fuera desagradable para su señor. Digo de acuerdo con la verdad: Si fuera posible que el perro con la mitad de su ser fuese desleal a su amo, se odiaría a sí mismo con la otra mitad. SERMONES: SERMÓN XV 3
Pero algunas personas se quejan de que Dios no les dé ni ensimismamiento ni recogimiento ni dulzura ni consuelo especial. De veras, esa gente aún anda muy equivocada; uno bien puede dejarlo pasar, mas no es lo mejor. Digo conforme a la verdad: Mientras se está configurando en tu interior algo que no es el Verbo eterno o que, desde el Verbo eterno, mira hacia fuera, por bueno que sea, realmente está mal. Por ello es un hombre justo solamente aquel que ha aniquilado todas las cosas creadas y se halla orientado en línea recta hacia el Verbo eterno, sin dirigir en absoluto las miradas hacia fuera, y que está configurado en (el Verbo eterno) y (tiene) hecha su imagen otra vez en la justicia. El hombre toma allí donde toma el Hijo y es el hijo mismo. Dice un escrito: «Nadie conoce al Padre sino el Hijo» (Mateo 11, 27) y, en consecuencia, si queréis conocer a Dios, debéis no sólo asemejaros al Hijo, sino ser el Hijo mismo. SERMONES: SERMÓN XV 3
Mas, algunas personas pretenden mirar a Dios con su (propia) vista como miran una vaca, y quieren amar a Dios como aman una vaca. A ésta la amas por la leche y los quesos y por tu propio provecho. Así hacen todos aquellos que aman a Dios por las riquezas exteriores o por el consuelo interior; y ésos no aman a Dios como corresponde, sino que aman su propio provecho. Ah sí, digo en verdad: Todo aquello a que tú aspiras en tus pensamientos y que no es Dios en sí mismo, nunca puede ser tan bueno como para no ser un obstáculo para la suprema verdad. SERMONES: SERMÓN XV 3
Era «un hombre», ese hombre no tenía nombre porque ese hombre es Dios. Ahora bien, dice un maestro, con referencia a la causa primigenia, que ésta se halla por encima de las palabras. La deficiencia reside en la lengua. Ello se debe a la excesiva pureza de su ser (=de Dios). Uno no puede hablar de las cosas sino de tres maneras: primero, por medio de aquello que se encuentra por encima de las cosas, segundo, por medio de las semejanzas de las cosas (y) tercero, mediante el efecto de las cosas. Traeré a colación un símil. Cuando la fuerza del sol hace subir desde la raíz hasta las ramas la savia más noble produciendo así la flor, la fuerza del sol permanece, sin embargo, por encima. Exactamente del mismo modo, digo yo, obra la luz divina en el alma. Aquello con lo cual el alma enuncia a Dios, sin embargo, no encierra en sí nada de la verdad propia de su ser: sobre Dios nadie sabe decir en sentido propio lo que es. A veces se dice: Una cosa se asemeja a otra. Como, pues, todas las criaturas encierran en sí poco menos que nada de Dios, tampoco saben revelar nada de Él. El arte de un pintor que ha creado un cuadro perfecto, se conoce por este último. Sin embargo, no es posible conocerlo por él íntegramente. Todas las criaturas (juntas) no son capaces de expresar a Dios, porque no son susceptibles de lo que Él es. Este Dios y hombre (pues) ha preparado la cena, este hombre inefable para el cual no existe palabra alguna. Dice San Agustín: Cuanto se enuncia de Dios no es verdad, y lo que no se enuncia de Él, esto es verdad. Cualquier cosa de la que se dice que es Dios, no lo es; lo que no se enuncia de Él, lo es más verdaderamente que aquello de lo cual se dice que lo es. ¿Quién ha preparado este banquete? «Un hombre»: el hombre que es Dios. Ahora bien, dice el rey David: «Oh Señor, cuán grande y múltiple es tu banquete y el sabor de la dulzura preparada para quienes te aman, (mas) no para aquellos que te temen» (Salmo 30, 20). San Agustín reflexionaba sobre esta comida, entonces se estremeció y no le gustaba. En eso, escuchó una voz de arriba, cerca de él, (que dijo): «Yo soy una comida para gente mayor, crece y vuélvete grande y cómeme. Pero no creas que yo sea transformado en ti: tú serás transformado en mí». Cuando Dios obra en el alma, luego es transformado en el ardor del fuego y echado afuera aquello que hay de desigual en el alma. ¡Por la verdad acendrada! el alma entra más en Dios de lo que (entra) cualquier comida en nosotros, más aún: el alma es transformada en Dios. Y en el alma hay una potencia que va segregando lo más burdo y es unida con Dios: ésta es la chispita del alma. Más que la comida con mi cuerpo, mi alma se une con Dios. SERMONES: SERMÓN XIX 3
Entonces le dijo al criado: «Vete y diles a los invitados que vengan; que todo está preparado» (Lucas 14, 17). Todo cuanto Él es, lo recibe el alma. Cuanto apetece el alma, ahora está preparado. Cualquier cosa que da Dios, siempre se ha encontrado en estado de devenir; en este momento, su devenir es nuevo y fresco y completo dentro del «ahora» eterno. Dice un gran maestro: Aquello que veo, es purificado y espiritualizado dentro de mi vista, y la luz que llega a mis ojos no llegaría nunca al alma de no existir aquella potencia que se halla por encima. Dice San Agustín que la chispita está más adentrada en la verdad que todo cuanto el hombre pueda aprender. Una luz está encendida. Ahora bien, se dice que una cosa es encendida por otra. Si esto ha de suceder, es necesario que aquello que arde, se halle arriba. Es como si alguien tomara un cirio apagado que ardiera aún sin llama y echara humo, y lo acercase a otro (cirio), entonces la llama humearía hacia abajo y encendería al otro. Dicen que un fuego enciende a otro. Esto lo rebato. Un fuego se encenderá a sí mismo. El que ha de encender a otro, debe hallarse por encima de él, así como el cielo no arde y es frío; sin embargo, enciende el fuego y esto sucede gracias al toque del ángel. Así también el alma se prepara con el ejercicio. Debido a él es encendida desde arriba. Esto se debe a la luz del ángel. SERMONES: SERMÓN XIX 3
Dice, pues, al criado: «Sal y diles a los invitados que vengan; que todo está preparado» (Lucas 14, 17). Entonces dijo uno: «He comprado una aldea, no puedo ir» (Lucas 14, 18). Ahí se trata de gente que en alguna forma está pegada aún a las preocupaciones: nunca probarán esta cena. El otro dijo: «He comprado cinco yuntas de bueyes» (Lucas 14, 19). En verdad estas cinco yuntas – así me parece – se refieren a los cinco sentidos; pues cada sentido se halla dividido en dos partes, también la lengua es doble en sí (=la lengua y el paladar). Por ello – según dije anteayer – cuando Dios le dijo a la mujer: «Tráeme a tu marido», ella contestó: «No tengo (marido)». Entonces dijo Él: «Tienes razón; pero has tenido cinco y el que tienes ahora no es tu marido» (Juan 4, 16 a 18). Esto quiere decir: Quienes viven de acuerdo con los cinco sentidos, de veras no probarán nunca jamás esta comida. El tercero dijo: «Acabo de casarme, no puedo ir» (Lucas 14, 20). El alma, cuando está dirigida hacia Dios; es enteramente varón. Cuando el alma se dirige hacia abajo, se la llama mujer; mas cuando uno llega a conocer a Dios en su propio fuero íntimo y busca a Dios en casa de uno, entonces ella (el alma) es varón. Ahora bien, en la Vieja Alianza estaba prohibido que ningún hombre se pusiera vestimenta de mujer, ni las mujeres vestimenta de hombre. El (alma) es varón siempre y cuando penetre en Dios con simplicidad (y) sin mediación. SERMONES: SERMÓN XIX 3
Dice San Pablo: «Un solo Dios». Uno solo es una cosa más pura que (la) bondad y (la) verdad. (La) bondad y (la) verdad no añaden nada, (si bien) añaden (algo) en el pensamiento; cuando se piensa algo, se añade. Uno solo, en cambio, no añade nada allí donde Él es en sí mismo antes de derramarse en el Hijo y en el Espíritu Santo. Por eso dijo: «Amigo, asciende más». Dice un maestro: Uno solo es la negación de la negación. Si digo: Dios es bueno, se le añade algo (a Dios). Uno solo, (en cambio), es una negación de la negación y una contradicción de la contradicción. ¿Qué es lo que quiere decir: «Uno solo»? Uno solo significa aquello a lo cual no se ha añadido nada. El alma toma a la divinidad tal como es en sí, en su purificación donde no se le (añade) nada, donde no se le agrega nada en el pensamiento. Uno solo es una negación de la negación. Todas las criaturas llevan en sí una negación; una niega ser otra. Un ángel niega ser otro (ángel). En Dios, empero, hay una negación de la negación; es uno solo y niega todo lo demás, porque no hay nada fuera de Dios. Todas las criaturas existen en Dios y son su propia divinidad, y esto significa plenitud, según dije antes. Él es un Padre de toda la divinidad. Yo hablo de una sola divinidad porque allí aún no emana nada y no se toca ni se piensa nada. Al negar yo que haya alguna cosa en Dios – (por ejemplo), si niego que haya bondad en Dios, aun cuando, en verdad, no puedo negar nada que hay en Dios – al negar (pues), que haya algo en Dios, aprehendo algo que Él no es; justamente esto debe quitarse. Dios es uno solo, es una negación de la negación. SERMONES: SERMÓN XXI 3
Es ciertamente un gran don el que el alma de tal manera sea introducida por el Espíritu Santo, porque así como al Hijo se lo llama «Verbo», así al Espíritu Santo se lo llama «Don»: de este modo lo designa la Escritura (Cfr. Hechos 2, 38). Ya he dicho varias veces: El amor aprehende a Dios en cuanto es bueno; si no fuera bueno no lo amaría y no lo consideraría Dios. No ama nada que carezca de bondad. Pero el entendimiento del alma aprehende a Dios en cuanto es ser puro, un ser que flota por encima (de todo). Mas, (el) ser y (la) bondad y (la) verdad tienen la misma extensión, pues (el) ser, en cuanto existe, es bueno y es verdadero. Pero resulta que ellos (los maestros) toman (la) bondad y la colocan sobre (el) ser: con ello encubren (el) ser y le hacen una piel porque le añaden algo. Por otra parte, lo aprehenden a Él en cuanto es Verdad. (El) ser ¿es (la) verdad? Sí, pues (la) verdad se halla vinculada a(l) ser porque Él le dijo a Moisés: «Me ha enviado El que es» (Cfr. Exodo 3, 14). Dice San Agustín: La Verdad es el Hijo en el Padre, porque (la) Verdad está vinculada a(l) ser… (El) ser ¿es (la) verdad? Si se hiciera esta pregunta a varios maestros, dirían: «¡Así es!». Si alguien me hubiera preguntado a mí, le habría dicho: «¡Así es!». Pero ahora digo: «¡No!», porque (la) verdad también es una añadidura. Mas (los maestros) lo toman ahora en cuanto es Uno, porque «Uno» es más propiamente uno que aquello que se halla unido. De aquello que es uno se ha separado todo lo demás; pero, no obstante, lo mismo que se ha separado, se ha añadido también por cuanto supone diferencia. SERMONES: SERMÓN XXIII 3
Y si Él no es ni bondad ni ser ni verdad ni Uno, ¿entonces qué es? No es absolutamente nada, no es ni esto ni aquello. Si tú todavía piensas en algo que Él sería, no lo es. Entonces, el alma ¿dónde ha de aprehender (la) verdad? ¿No encuentra la verdad allí donde es in-formada en una unidad, en la pureza primigenia, en la impresión de existencialidad acendrada… no encuentra allí (la) verdad? Ah no, no halla ningún concepto de (la) verdad sino que de ello (sólo) proviene (la) verdad, de ahí trae su origen. SERMONES: SERMÓN XXIII 3
¿Qué es lo que quiere decir cuando dice: «Moisés imploro a Dios, su Señor»? De veras, si Dios ha de ser tu Señor, tú tienes que ser su siervo; mas, cuando luego haces tus obras en provecho propio o por tu placer o por tu propia bienaventuranza, en verdad, no eres su siervo; porque no buscas solamente la honra de Dios, buscas tu propio provecho. ¿Por qué dice: Dios, su Señor? Si Dios quiere que estés enfermo, mas tú quisieras estar sano… si Dios quiere que tu amigo muera, mas tú quisieras que viviese en contra de la voluntad de Dios, en verdad, Dios no sería tu Dios. Si amas a Dios y luego estás enfermo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Si muere tu amigo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Si pierdes un ojo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Y semejante hombre estaría bien encaminado. Mas, si estás enfermo y le pides a Dios (que te dé) salud, entonces prefieres la salud a Dios (y) por lo tanto no es tu Dios: es el Dios del cielo y de la tierra, pero no es tu Dios. SERMONES: SERMÓN XXV 3
Ahora observad que Dios dice: «¡Moisés, deja que me enfurezca!» Podríais decir: ¿Por qué se enfurece Dios?… Por ninguna otra cosa que por la pérdida de nuestra propia bienaventuranza y no porque busque lo suyo; tanto le apena a Dios que actuemos en contra de nuestra bienaventuranza. A Dios no le pudo pasar nada más penoso que el martirio y la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, su Hijo unigénito, que sufrió por nuestra bienaventuranza. Ahora observad (otra vez) que Dios dice: «¡Moisés, deja que me enfurezca!» Luego mirad qué es lo que un hombre bueno es capaz (de hacer) ante Dios. Ésta es una verdad cierta y necesaria: quienquiera que entregue por completo su voluntad a Dios, cautiva y obliga a Dios de modo que Él no puede hacer otra cosa sino lo que quiere el hombre. Quien le da por completo su voluntad a Dios, a ése Dios, (por su parte) le devuelve su voluntad tan completa y tan propiamente que la voluntad de Dios llega a ser propiedad del hombre, y Él ha jurado por sí mismo que no puede hacer nada fuera de lo que quiere el hombre; porque Dios no llega a ser propiedad de nadie que primero no haya llegado a ser su propiedad (la de Dios). Dice San Agustín: «Señor, tú no serás posesión de nadie a no ser que él antes se haya hecho propiedad tuya». Nosotros aturdimos a Dios de día y de noche diciendo: «¡Señor, hágase tu voluntad!» (Mateo 6, 10). Y luego, cuando se hace la voluntad de Dios, nos enojamos y eso está muy mal. Cuando nuestra voluntad se convierte en la voluntad de Dios, eso está bien; mas, cuando la voluntad de Dios llega a ser nuestra voluntad, está mucho mejor. Si tu voluntad llega a ser la voluntad de Dios y si luego estás enfermo, no querrías estar sano en contra de la voluntad de Dios, mas quisieras que fuese la voluntad de Dios de que estuvieras sano. Y cuando te va mal, querrías que fuera la voluntad de Dios de que te vaya bien. Pero cuando la voluntad de Dios llega a ser tu voluntad y estás enfermo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Si muere tu amigo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Una verdad segura y necesaria es (ésta): Si de ello dependieran todas las penas del infierno y todas las penas del purgatorio y todas las penas de este mundo… (tal hombre) querría sufrir eternamente de acuerdo con la voluntad de Dios todas las penas del infierno y lo consideraría para siempre su bienaventuranza eterna, y de acuerdo con la voluntad de Dios renunciaría a la bienaventuranza y a toda la perfección de Nuestra Señora y de todos los santos y querría sufrir para siempre jamás las eternas penas y amarguras sin apartarse de ello por un solo instante; ah sí, ni siquiera sería capaz de tener un solo pensamiento para desear alguna otra cosa. Cuando la voluntad se une así (con la voluntad de Dios) de modo que lleguen a ser un Uno único, entonces el Padre, desde el reino de los cielos, engendra a su Hijo unigénito en sí (al mismo tiempo que) en mí. ¿Por qué en sí (al mismo tiempo que) en mí? Porque soy uno con Él, no me puede excluir, y en esa obra el Espíritu Santo recibe su ser y su devenir tanto de mí como de Dios. ¿Por qué? Porque estoy en Dios. Si (el Espíritu Santo) no lo toma de mí, tampoco lo toma de Dios; no me puede excluir en modo alguno. La voluntad de Moisés había llegado a ser tan completamente la voluntad de Dios que prefería la honra de Dios (manifestada) en su pueblo, a su propia bienaventuranza. SERMONES: SERMÓN XXV 3
¡Que la verdad de la cual acabo de hablar, nos ayude a tener semejante unión con Dios! Amén. SERMONES: SERMÓN XXV 3
Así está escrito en el Evangelio de San Juan. Del largo relato saco una palabrita. Dijo Nuestro Señor: «Mujer, llegará la hora y ha llegado ahora, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad y a tales (adoradores) busca el Padre» (Juan 4, 23). SERMONES: SERMÓN XXV 3
Dice un maestro: Quien una sola vez es tocado por la verdad, por la justicia y por la bondad, no podrá apartarse nunca más de ellas por un solo instante aunque dependieran de ello todas las penas del infierno. Además dice: Cuando un hombre es tocado por estas tres – la verdad, la justicia y la bondad – a semejante hombre le resulta tan imposible apartarse de estas tres como le resulta imposible a Dios apartarse de su divinidad. SERMONES: SERMÓN XXV 3
Dice un maestro que el bien tiene tres ramas. La primera rama es (la) utilidad, la segunda rama es (el) gozo, la tercera rama es (la) honestidad. Por eso dice: «adorarán al Padre». ¿Por qué dice: «al Padre»? Si buscas al Padre, o sea a Dios solo, encuentras junto con Dios todo cuanto Él puede realizar. Es una verdad cierta y una verdad necesaria y una verdad confirmada por escrito, y aunque no estuviera escrito, sin embargo, sería verdadero: Si Dios poseyera aún más, no podría escondértelo y debería revelártelo y Él te lo da; yo he dicho a veces: Te lo da y te lo da al modo de un nacimiento. SERMONES: SERMÓN XXV 3
Ahora bien, dice Nuestro Señor: «Nadie conoce al Padre, sino el Hijo y nadie (conoce) al Hijo, sino el Padre» (Mateo 11, 27). En verdad, si hemos de llegar a conocer al Padre, debemos (cada uno) ser hijo. En alguna oportunidad pronuncié tres palabritas, comedlas como (si fueran) tres nueces moscadas picantes y luego tomad un trago. Primero: si queremos (cada uno) ser hijo debemos tener un padre, porque nadie puede decir que es hijo, a no ser que tenga un padre, y nadie es padre, a no ser que tenga un hijo. Si el padre ha muerto, uno dice: «Era mi padre». Si el hijo ha muerto, uno dice: «Era mi hijo», porque la vida del hijo pende del padre y la vida del padre pende del hijo; y por eso nadie puede decir: «Soy hijo», a no ser que tenga un padre; y en verdad es hijo el hombre que hace todas sus obras por amor… Otra cosa que más que nada convierte al hombre en hijo, es (la) ecuanimidad. Si está enfermo, que le guste tanto estar enfermo como sano (y) sano como enfermo. Si se le muere su amigo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Si le vacían un ojo… ¡(sea) en el nombre de Dios!… La tercera cosa que debe tener un hijo consiste en que no puede inclinar su cabeza sobre algo que no sea el Padre. ¡Oh, cuán noble es esa potencia que se halla elevada por encima del tiempo, y que se mantiene sin (tener) lugar! Porque al encontrarse por encima del tiempo, tiene encerrado en sí todo el tiempo, y es todo el tiempo. Mas, aun cuando fuera poco lo que uno poseyese de aquello que se halla elevado por encima del tiempo, se habría enriquecido con gran rapidez; porque lo que se encuentra allende el mar, no está a mayor distancia de esa potencia que aquello que ahora está presente. SERMONES: SERMÓN XXV 3
Y por eso dice: «A tales (adoradores) busca el Padre» (Juan 4, 23). ¡Mirad! Así nos acaricia Dios, así nos implora, y Dios siente ansias hasta que el alma se aparte y se libere de la criatura, y es una verdad cierta y una verdad necesaria el que Dios tenga tanta necesidad de buscarnos como si toda su divinidad dependiera de ello, y en efecto es así. Y Dios no puede prescindir de nosotros tan poco como nosotros de Él; pues, incluso si pudiéramos apartarnos de Dios, Dios nunca podría apartarse de nosotros. Digo yo que no quiero pedirle a Dios que me dé (nada); tampoco quiero ensalzarlo porque me ha dado (algo), sino que le quiero pedir que me haga digno de recibir, y quiero ensalzarlo porque pertenece a su naturaleza y a su ser el que tenga que dar. Quien quisiera quitarle esto a Dios, le quitaría su propio ser y su propia vida. SERMONES: SERMÓN XXV 3
Ahora fijaos en la primera palabrita, cuando Él dice: «Éste es mi mandamiento». Sobre ello diré una palabrita para que «permanezca con vosotros». «Éste es mi mandamiento de que améis.» ¿Qué quiere decir al mandar: «que améis»? Quiere decir una palabrita en la cual debéis fijaros: (El) amor es tan acendrado, tan desnudo, tan retraído en sí mismo que los maestros más destacados dicen que el amor con el que amamos, es el Espíritu Santo. Hubo algunos dispuestos a contradecirlo. Pero, siempre es verdad lo siguiente: en todo movimiento por medio del cual somos inducidos a amar, no nos mueve nada que no sea el Espíritu Santo. (El) amor en lo más acendrado, en lo más retraído, en sí mismo no es sino Dios. Dicen los maestros que la meta por la cual el amor opera todas sus obras, es (la) bondad, y la bondad es Dios. Así como mi ojo no puede hablar ni mi lengua conocer el color, así tampoco (el) amor puede inclinarse hacia ninguna otra cosa que no sea (la) bondad y Dios. SERMONES: SERMÓN XXVII 3
Ahora dice Él: «Que os améis los unos a los otros». ¡Oh, ésta sería una vida noble, sería una vida bienaventurada! ¿No sería una vida noble si cada uno se fijara tanto en la paz de su prójimo como en su propia paz, y su amor fuera tan desnudo y tan acendrado y tan desapegado en sí mismo que no tuviera otra meta que (la) bondad y Dios? Si se preguntara a un hombre bueno: «¿Por qué amas a (la) bondad?» – «¡Por amor de (la) bondad»! «¿Por qué amas a Dios?» – «¡Por amor de Dios!» Y si las cosas son así, que tu amor es tan acendrado, tan desasido, tan desnudo en sí mismo que no amas nada fuera de (la) bondad y de Dios, entonces es una verdad segura que todas las virtudes obradas jamás por todos los hombres, te pertenecen tan completamente como si tú mismo las hubieras obrado, y ello de modo más acendrado y mejor, porque el hecho de que el Papa es Papa, a él le produce a menudo gran trabajo, (mas) tú posees esa virtud de manera más pura y desapegada y con tranquilidad, y ella te pertenece más a ti que a él, siempre y cuando tu amor sea tan acendrado, tan desnudo en sí mismo que no pienses en nada ni ames cosa alguna fuera de (la) bondad y de Dios. SERMONES: SERMÓN XXVII 3
Dije una vez aquí3 – todavía no hace mucho -: Quien ama la justicia, de éste cuida la justicia y es abrazado por la justicia y es la justicia. Algún día anoté en mi libro: El hombre justo no sirve ni a Dios ni a las criaturas ya que es libre; y cuanto más cerca se halla de la justicia, tanto más llega a ser la libertad él mismo y tanto más es él la libertad. Todo lo creado, en cuanto tal, no es libre. Mientras hay una cosa cualquiera por encima de mí, que no es Dios mismo, me oprime por pequeña que sea o cualquiera que sea su índole; aunque fueran (el) entendimiento y (el) amor; en cuanto cosa creada, y no Dios mismo, me oprime porque no es libre. El hombre injusto le sirve a la verdad, gústele o displázcale, y le sirve a todo el mundo y a todas las criaturas y es un siervo del pecado. SERMONES: SERMÓN XXVIII 3
(Mas) en todo lo creado no hay – como ya dije varias veces – ninguna verdad. Hay una cosa que se halla por encima del ser creado del alma (y) a la que no toca ninguna criaturidad que es (una) nada; no la posee ni siquiera el ángel que tiene un ser puro que es acendrado y extenso; hasta él no la toca. Ella es afín a la índole divina, es una sola en sí misma, no tiene nada en común con nada. En cuanto a esta cosa muchos frailes insignes comienzan a cojear. Ella es una tierra extraña y un desierto, y antes que tener un nombre es innominada, y antes que ser conocida es desconocida. Si tú pudieras aniquilarte por un solo instante, digo yo – aunque fuera por un tiempo más breve que un instante -, te pertenecería todo aquello que (esta cosa) es en sí misma. Mientras todavía prestas alguna atención a ti mismo o a una cosa cualquiera, sabes tan poco de lo que es Dios, como sabe mi boca de lo que es el color, y como sabe mi vista de lo que es el gusto: tan poco sabes y conoces tú lo que es Dios. SERMONES: SERMÓN XXVIII 3
Hay, empero, gente que dice: «Nos echáis hermosos sermones, mas nosotros no notamos nada de ello». ¡Yo también me lamento de lo mismo! Este ser es tan noble y tan universal que no necesitas comprarlo ni por un cuarto ni por medio penique. Ten sin embargo una disposición recta y una voluntad libre, entonces lo poseerás. El hombre que ha dejado así a todas las cosas en su ser más bajo y en cuanto son perecederas, las recibe de vuelta en Dios donde son verdad. Todo cuanto aquí está muerto, vive allí, y todo cuanto es materia gruesa aquí, allí, en Dios, es espíritu. Es exactamente como si alguien vertiera agua pura en un recipiente limpio, que fuera completamente puro y límpido, y lo dejara sin mover; y si luego una persona pusiera (encima) su rostro, lo vería en el fondo exactamente como es en sí mismo. Esto se debe al hecho de que el agua es pura y limpia e inmóvil. Lo mismo sucede con todos los hombres que se mantienen libres y unidos en sí mismos, y, si reciben a Dios en medio de la paz y tranquilidad, deben recibirlo también en la discordia e intranquilidad; entonces todo anda perfectamente bien. Pero si lo aprehenden menos en la discordia e intranquilidad, que en la tranquilidad y la paz, las cosas andan mal. Dice San Agustín: A quien el día le resulta enojoso y el tiempo se le hace largo, que se dirija hacia Dios donde no hay «tiempo largo» (= tiempo que dura) y en quien descansan todas las cosas. Aquel que ama a la justicia, será aprehendido por la justicia y se convertirá en justicia. SERMONES: SERMÓN XXIX 3
Pues bien, dijo Nuestro Señor: «No os he llamado siervos, os he llamado amigos, porque el siervo no sabe qué es lo que quiere su Señor» (Juan 15,15). También mi amigo podría saber algo que yo no sabía, por cuanto no querría comunicármelo. Mas Nuestro Señor dijo: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado». Me sorprende, pues, que algunos frailes, que pretenden ser muy doctos y grandes frailes, se contenten tan pronto y se dejen engañar. Al referirse a la palabra que dijo Nuestro Señor: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado»… quieren interpretarla diciendo que nos ha revelado cuanto nos hace falta para nuestra eterna bienaventuranza, mientras «estamos en camino». Yo no opino que se deba interpretar así, porque no es verdad. Dios ¿por qué se hizo hombre? Para que yo mismo naciera como el mismo Dios. Dios murió para que yo muriera para todo el mundo y todas las cosas creadas. Así hay que interpretar la palabra pronunciada por Nuestro Señor: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado». ¿Qué es lo que el Hijo escucha de su Padre? El padre no puede sino engendrar, el Hijo no puede sino nacer. Todo cuanto el Padre tiene y cuanto es, (o sea) la esencia abismal del ser divino y de la naturaleza divina, lo engendra todo en su Hijo unigénito. Esto es lo que el Hijo escucha del Padre, esto es lo que nos ha revelado para que seamos (cada uno) el mismo hijo. Todo cuanto tiene el Hijo, o sea, el ser y la naturaleza, lo tiene de su Padre, para que seamos (cada uno) el mismo hijo unigénito. (Por otra parte), nadie tiene el Espíritu Santo si no es el hijo unigénito. (Pues), allí donde se hace espíritu al Espíritu Santo, lo hacen espíritu el Padre y el Hijo; porque esto es esencial y espiritual. Puedes recibir, por cierto, los dones del Espíritu Santo o la semejanza con el Espíritu Santo; pero no permanece en tu interior, es inestable. Sucede lo mismo cuando una persona se ruboriza por vergüenza y (luego) palidece; es un accidente y pasajero. Mas el hombre que es rubicundo y hermoso por naturaleza, siempre sigue siéndolo. Así (también) le pasa al hombre que es el hijo unigénito: el Espíritu Santo permanece en él esencialmente. Por eso está escrito en el Libro de la Sabiduría: «Hoy te he engendrado» al reflejo de mi luz eterna, en la plenitud y «en la claridad de todos los santos» (Cfr. Salmos 2,7; 109,3). Lo engendra ahora y «hoy». Ahí se está de parto en la divinidad, ahí se los «bautiza en el Espíritu Santo» – «ésta es la promesa que les ha hecho el Padre» -. «Luego de estos días que no son muchos sino pocos»: esto es la «plenitud de la divinidad» (Cfr. Col. 2, 9) donde no hay ni día ni noche; aquello que se halla a (una distancia de) mil millas, allí se encuentra tan cerca de mí como el lugar donde estoy parado ahora, allí hay plenitud y magnificencia de toda la divinidad, allí hay unidad. El alma, mientras percibe (aún) cualquier diferencia, anda mal; mientras todavía hay algo que mira hacia fuera o hacia dentro, no hay unidad. María Magdalena buscaba a Nuestro Señor en la tumba, buscaba a un muerto y encontró a dos ángeles vivos; por eso se sintió aún desconsolada. Entonces dijeron los ángeles: «¿De qué te preocupas? ¿Qué estás buscando? Un muerto y encuentras a dos vivos». Entonces dijo ella: «Justamente esto es mi desconsuelo que yo encuentre a dos y, sin embargo, busco a uno solo». (Cfr. Juan 20,11 ss.). SERMONES: SERMÓN XXIX 3
Mientras (aún) es posible que alguna diferencia de cualquier cosa creada mire al interior del alma, ella sentirá aflicción. Digo, como ya he dicho a menudo: Donde el alma tiene su ser natural creado, allí no hay verdad. Digo que hay algo por encima de la naturaleza creada del alma. Mas, algunos frailes no comprenden que pueda haber algo tan afín a Dios y tan uno (con Él). No tiene nada en común con nada. Todo lo creado o creable no es nada; pero a aquello le resulta alejado y extraño toda índole de creado y creable. Es uno solo en sí mismo que no recibe nada desde fuera de sí mismo. SERMONES: SERMÓN XXIX 3
«¡Di la palabra, enúnciala, sácala afuera, prodúcela y da a luz a la palabra!» «¡Enúnciala!» Lo hablado desde fuera hacia dentro, es cosa burda; mas (aquella palabra) se pronuncia adentro. «¡Enúnciala!», esto quiere decir: Date cuenta de que esto se halla dentro de ti. Dice el profeta: «Dios dijo una cosa y yo escuché dos» (Cfr. Salmo 61,12). Es verdad: Dios nunca dijo sino una sola cosa. Su dicho no es sino uno solo. En este único dicho pronuncia a su Hijo y al mismo tiempo al Espíritu Santo y a todas las criaturas y, no obstante, no hay sino un solo dicho en Dios. Mas el profeta dice: «Escuché dos», esto quiere decir, escuché a Dios y a las criaturas. Allí donde Dios las pronuncia (= a las criaturas), allí es Dios; mas aquí (= en esta tierra) es criatura. La gente se imagina que Dios sólo se había hecho hombre allí (en su Encarnación histórica). No es así, pues Dios (aquí) se ha hecho hombre lo mismo que allí3, y se hizo hombre a fin de engendrarte a ti como a su Hijo unigénito y no (en condición) inferior. SERMONES: SERMÓN XXX 3
¿Qué es un ángel? Dionisio habla del principado sacro de los ángeles donde hay orden divino y obra divina y sabiduría divina y similitud divina o verdad divina en la medida de lo posible. ¿Qué es (el) orden divino? Del poder divino prorrumpe la sabiduría y de los dos prorrumpe el amor, éste es el fuego; porque (la) sabiduría y (la) verdad y (el) poder y el amor, (o sea) el fuego, se hallan en la periferia del ser que es un ser sobre-flotante, puro sin naturaleza. Es esta su naturaleza (de Dios): carecer de naturaleza. Quien desea reflexionar sobre (la) bondad o (la) sabiduría o (el) poder, encubre (el) ser y lo oscurece con el pensamiento. Un solo pensamiento añadido encubre (el) ser. Éste es, pues, el orden divino. Donde Dios encuentra en el alma (una) similitud respecto a ese orden, ahí el Padre engendra a su Hijo. El alma, con todo (su) poder, debe penetrar en su luz. Del poder y de la luz surge un fuego, un amor. Así, el alma tiene que penetrar, con todo su poder, en el orden divino. SERMONES: SERMÓN XXXI 3
Así procedió Santa Isabel con gran empeño. «Había contemplado» prudentemente «los senderos de su casa». Por eso «no temía el invierno porque su servidumbre tenía vestimenta doble» (Prov. 31, 21). Pues andaba con ojo avizor respecto a todo cuanto podía dañarla. En cuanto a sus flaquezas ponía todo su empeño por convertirlas en perfecciones. Por eso «no comió ociosa su pan». También había dirigido hacia Nuestro Dios sus potencias supremas. Son tres las potencias supremas del alma. La primera es el conocimiento; la segunda (la) irascibilis, la cual es una potencia tendente hacia arriba; la tercera es la voluntad. Cuando el alma se entrega al conocimiento de la recta verdad, (o sea) la potencia simple en la cual se conoce a Dios, entonces el alma se llama una luz. Y Dios es también una luz y cuando la luz divina se vierte en el alma, ésta es unida a Dios como una luz a otra. Entonces se llama la luz de la fe y esta es una virtud teologal. Y adonde el alma no puede llegar con sus sentidos y potencias, allí la lleva la fe. SERMONES: SERMÓN XXXII 3
La tercera potencia es la voluntad interior que, cual rostro, siempre está vuelta hacia Dios en la voluntad divina y dentro de sí recoge de Dios el amor. Ahí Dios es conducido a través del alma, y el alma es conducida a través de Dios; y esto se llama un amor divino y es también una virtud teologal. (La) bienaventuranza divina reside en tres cosas: precisamente en (el) conocimiento con el cual Él se conoce íntegramente, en segundo término, en (la) libertad de modo que permanece incomprendido e incoercible para toda su creación y (finalmente), en la completa suficiencia con la cual es suficiente para Él mismo y para toda criatura. Pues, la perfección del alma reside también en lo siguiente: en (el) conocimiento y en (la) comprensión de que Dios la ha aprehendido, y en (la) unión con el amor cabal. ¿Queremos saber qué es el pecado? Volver la espalda a la bienaventuranza y a la virtud, de esto proviene cualquier pecado. Esos senderos los debe mirar toda alma bienaventurada. Por eso «no teme el invierno porque su servidumbre lleva puesta, también, vestimenta doble», como dice de ella (Isabel) la Escritura. Estaba vestida de fortaleza para resistir a toda imperfección, y adornada con la verdad (Prov. 31, 25 a 26). Esta mujer, hacia fuera, ante el mundo, gozaba de riquezas y honores, mas en su fuero íntimo adoraba (la) verdadera pobreza. Y cuando le faltaba el consuelo externo, se refugiaba con Aquel con quien se refugian todas las criaturas, y ella despreciaba al mundo y a sí misma. Así consiguió superarse a sí misma y despreciaba que la despreciaran, de modo que ya no se preocupaba por ello ni renunciaba a su perfección. Con el corazón puro anhelaba que se le permitiera lavar y cuidar a personas enfermas y sucias. SERMONES: SERMÓN XXXII 3
San Pablo dice: «En la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo» (Gal. 4,4). San Agustín explica qué es «la plenitud del tiempo». «Allí, donde ya no hay tiempo, se da “la plenitud del tiempo”.» Cuando ya no queda nada del día, el día está en su plenitud. Esta es una verdad fundamental: cuando comienza este nacimiento, todo el tiempo debe haber desaparecido, porque no hay nada que ponga tantos obstáculos a ese nacimiento como (el) tiempo y (las) criaturas. Es una verdad segura que el tiempo no puede tocar ni a Dios ni al alma en cuanto a su naturaleza. Si el alma pudiera ser tocada por (el) tiempo, no sería alma, y si Dios pudiese ser tocado por (el) tiempo, no sería Dios. Pero, si fuera posible que el tiempo tocara al alma, Dios nunca podría nacer en ella, y ella no podría nacer jamás en Dios. Cuando Dios ha de nacer en el alma, todo cuanto es tiempo la debe haber abandonado, o ella debe haberse escapado del tiempo con (su) voluntad o (sus) anhelos. SERMONES: SERMÓN XXXVIII 3
El ángel se llamaba «Gabriel». Hizo también lo que decía su nombre. (En el fondo) se llamaba tan poco Gabriel como Conrado. Nadie puede conocer el nombre del ángel. Allí donde el ángel recibe su nombre, no ha llegado jamas ningún maestro ni inteligencia alguna; acaso sea innominado. El alma tampoco tiene nombre; así como no se puede hallar ningún nombre propiamente dicho para Dios, tampoco se puede encontrar ningún nombre propiamente dicho para el alma, si bien se han escrito gruesos libros sobre este (tema). Pero, en cuanto ella (= el alma) fija sus miradas en las obras, se le da un nombre. Un carpintero: éste no es su nombre, pero recibe el nombre por la obra en la cual demuestra ser maestro. El nombre «Gabriel» lo tomó de la obra cuyo encargado era, porque «Gabriel» significa «fortaleza» (Cfr. Lucas 1, 35). En tal nacimiento, Dios opera poderosamente o produce fortaleza. ¿A qué cosa tiende toda la fuerza de la naturaleza?… a que ella quiere engendrar a sí misma. ¿A qué tiende toda la naturaleza que actúa en el nacimiento?… a que quiere engendrar a ella misma. La naturaleza de mi padre quería, en su naturaleza (de padre), engendrar a un padre. Cuando eso no fue posible, quiso engendrar un (algo) que le fuera parecido en todo. Cuando tampoco le alcanzó la fuerza (para tal cosa), produjo lo más parecido de que era capaz: esto era un hijo. Mas, cuando la fuerza alcanza para menos aún o hay otro contratiempo, produce un hombre menos parecido aún. Pero en Dios, hay plena fuerza; por eso produce su vivo retrato en su nacimiento. Todo lo que es Dios, en cuanto a poder y verdad y sabiduría, lo engendra íntegramente en el alma. SERMONES: SERMÓN XXXVIII 3
El Hijo nace en nosotros del siguiente modo: cuando no conocemos ningún porqué y, (por nuestra parte), volvemos a nacer en el Hijo. Orígenes anota una palabra muy noble y si yo la pronunciara os parecería increíble. «No nacemos solamente en el Hijo, sino que nacemos hacia fuera y otra vez nacemos en Él y nacemos de nuevo y nacemos inmediatamente en el Hijo. Digo – y es verdad -: En cualquier pensamiento bueno o buena intención u obra buena, todo el tiempo nacemos de nuevo en Dios». Por ello – según dije el otro día -: El Padre no tiene sino un único Hijo, y en la medida en que pongamos menor intención o atención en otra cosa que no sea Dios, y miremos menos hacia alguna cosa de afuera, en la misma medida seremos transfigurados en la imagen del Hijo y en la misma medida nacerá el Hijo en nosotros y nosotros naceremos en el Hijo y llegaremos a ser un solo Hijo: Nuestro Señor Jesucristo es el único Hijo del Padre y Él sólo es hombre y Dios. Ahí no hay sino un solo Hijo en una sola esencia, y ésta es esencia divina. De este modo, nosotros llegamos a ser uno en Él, siempre y cuando fijemos nuestra mente sólo en Él. Dios siempre quiere estar solo; ésta es una verdad necesaria y no puede ser de otro modo: tenemos que fijar la mente siempre en Dios solo. SERMONES: SERMÓN XLI 3
Nuestro Señor dice, pues: «¡Joven, te digo: levántate!» Ojo, si he de escuchar en mi interior el habla de Dios, tengo que haberme extrañado tan completamente de todo cuanto es mío – en especial, en el reino de lo temporal – como me resulta extraño aquello que se halla allende el mar. El alma es, en sí misma, tan joven como cuando fue creada, y la edad que le corresponde, sólo vale con miras al cuerpo, por cuanto ella actúa en los sentidos. Dice un maestro: «Si un hombre anciano tuviera los ojos de un joven, vería tan bien como un joven». Ayer estaba sentado en un lugar y dije allí una palabra que suena bastante increíble… dije, pues, que Jerusalén queda tan cerca de mi alma, como el lugar en donde estoy ahora. Ah sí, con toda verdad: aquello que dista de Jerusalén más de mil millas, queda tan cerca de mi alma como mi propio cuerpo, y de ello estoy tan seguro como del hecho de ser hombre, y es (cosa) fácil de comprender para los frailes doctos. ¡Sabed(lo): mi alma es tan joven como cuando fue creada, ¡ah sí! y mucho más joven todavía! Y ¡sabed!: si mañana fuera más joven qué hoy, no me sorprendería. SERMONES: SERMÓN XLII 3
El alma tiene dos potencias que nada tienen que ver con el cuerpo; y éstas son (el) entendimiento y (la) voluntad: ellas operan por encima del tiempo. ¡Ojalá estuvieran abiertos los ojos del alma de modo que el conocimiento mirara claramente la verdad! ¡Sabed(lo): a tal hombre le resultaría tan fácil renunciar a todas las cosas como a un garbanzo o una lenteja o una nonada; ¡ah sí, por mi alma, todas estas cosas serían nonada para semejante hombre! Ahora bien, hay algunas personas que se despojan de estas cosas por amor, pero consideran muy grandes las cosas que han dejado. Pero aquel hombre que reconoce en la verdad que, si bien renuncia a sí mismo y a todas las cosas, esto no es nada aún… por cierto, el hombre que vive así, posee en la verdad todas las cosas. SERMONES: SERMÓN XLII 3
En el alma hay una potencia para la cual todas las cosas son igualmente dulces; ah sí, lo peor y lo mejor de todo le resultan completamente iguales a esta potencia; ella toma a todas las cosas por encima de «aquí» y «ahora». «Ahora»… esto es tiempo, y «aquí»… esto es lugar, el lugar donde me encuentro ahora. Mas, si hubiera salido enteramente de mí mismo, desasiéndome por completo, entonces ¡albricias! el Padre engendraría a su Hijo unigénito en mi espíritu con tanta pureza que el espíritu volvería a darlo a luz. Ah sí, (lo digo) con toda verdad: Si mi alma estuviera tan dispuesta como el alma de Nuestro Señor Jesucristo, el Padre obraría en mi interior tan puramente – y nada menos – como en su Hijo unigénito; porque me ama a mí con el mismo amor con el que se ama a sí mismo. San Juan dice: «Al comienzo era el Verbo y el Verbo estaba con Dios y Dios era el Verbo» (Juan 1, 1). Ea, aquel que ha de escuchar el Verbo en el Padre – allí reina gran silencio – debe estar muy tranquilo y apartado de todas las imágenes, ah sí, y de todas las formas. Ea, este hombre debería vincularse a Dios con tanta lealtad que todas las cosas juntas no fueran capaces de alegrarlo ni entristecerlo. Ha de recibir todas las cosas en Dios, tales como son en Él. SERMONES: SERMÓN XLII 3
Ahora dice: «¡Joven, te digo: levántate!». Él mismo quiere hacer la obra. Si alguien me mandara que transportase una sola piedra, lo mismo me podría ordenar transportar mil piedras en vez de una, siempre y cuando él mismo quisiera llevarlas. O, si mandara a alguien que transportase un quintal, lo mismo podría ordenar que transportara mil quintales en vez de uno, siempre y cuando él mismo quisiera llevarlos. Ea, Dios mismo quiere hacer esta obra, el hombre sólo ha de obedecer y no oponerse. Ay, si el alma sólo se dispusiera a vivir adentro, tendría presentes todas las cosas. Hay una potencia en el alma y no sólo una potencia sino: (una) esencia y no sólo (una) esencia, sino algo que desliga de (la) esencia… esto es tan acendrado y tan elevado y tan noble en sí mismo que ninguna criatura puede entrar sino sólo Dios que mora ahí. Ah sí, (lo digo) con plena verdad: Dios mismo no puede entrar tampoco, en cuanto tiene modo de ser ni en cuanto es sabio ni en Cuanto es bueno ni en cuanto es rico. Ah sí, Dios no puede entrar ahí con ningún modo (de ser). Dios puede entrar ahí sólo con su desnuda naturaleza divina. SERMONES: SERMÓN XLII 3
Por encima de la luz se halla (la) gracia; ésta no entra nunca en (el) entendimiento ni en (la) voluntad. Si (la) gracia hubiera de entrar en (el) entendimiento, entonces (el) entendimiento y (la) voluntad tendrían que llegar más allá de sí mismos. Tal cosa no puede ser, porque la voluntad es tan noble en sí misma que no se la puede llenar sino con el amor divino. El amor divino opera obras muy grandes. Mas, por encima hay todavía una parte que es (el) entendimiento: éste es tan noble en sí mismo que no puede ser perfeccionado sino por la verdad divina. Por eso dice un maestro: Hay algo muy secreto que se halla por encima, esto es la cabeza del alma. Ahí se realiza la verdadera unión entre Dios y el alma. (La) gracia no ha operado jamás obra alguna, pero sí emana en el ejercicio de una virtud. (La) gracia no conduce jamas a la unión en una obra. (La) gracia es un in-habitar y un co-habitar del alma con Dios. Para ello es demasiado bajo todo cuanto alguna vez se haya llamado obra, ya sea exterior, ya sea interior. Todas las criaturas buscan algo semejante a Dios; cuanto más bajas son, tanto más externa es su búsqueda como, por ejemplo, el aire y el agua: éstos se dispersan. Pero el cielo que es más noble, busca (una semejanza) más cercana a Dios. El cielo gira continuamente y en su trayectoria trae afuera a todas las criaturas; en esto se asemeja a Dios, pero no es su intención (hacerlo) sino (que busca) algo más elevado. Por otra parte: en su trayectoria busca la quietud. Al cielo nunca se le ocurre obra alguna para servir a una criatura que se halla por debajo de él. Por este hecho se asemeja más a Dios. Para el que Dios nazca en su Hijo unigénito, todas las criaturas son insensibles. Sin embargo, el cielo tiende hacia aquella obra que Dios opera en sí mismo. Si el cielo y otras criaturas más bajas (que el cielo) (ya) proceden así, (cuánto) más noble es el alma que el cielo. SERMONES: SERMÓN XLIII 3
En tercer lugar: esa luz quita el tiempo y el espacio. «Había un hombre». ¿Quién le dio esa luz?… La pureza. La palabra «erat» pertenece a Dios por antonomasia. En lengua latina no existe ninguna palabra que pertenezca tanto a Dios como «erat». Por eso acude Juan en su Evangelio, diciendo muchas veces: «erat», «era», y con ello se refiere a un ser puro. Todas las cosas añaden, pero aquello (= erat) no añade sino en el pensamiento, mas no en un pensamiento que agregue, sino en un pensamiento que quita (= abstrae). (La) bondad y (la) verdad agregan por lo menos en el pensamiento, pero, el ser desnudo al cual no se ha añadido nada, éste significa «erat». Por otra parte, «erat» significa un nacimiento, un devenir perfecto. He venido ahora, hoy estaba viniendo, y si el tiempo fuera quitado al hecho de que estaba viniendo y que he venido, entonces «viniendo» y «he venido» serían aunados y serían uno. Donde «viniendo» y «he venido» se aúnan en una sola cosa, ahí nacimos y somos creados y formados otra vez en la imagen primigenia. También he dicho ya varias veces: Mientras alguna parte de una cosa se halla en su ser, no es creada otra vez; es cierto que se la pinta o renueva como un sello que ha envejecido; a éste lo colocan otra vez renovándolo. Dice un maestro pagano: Lo que es, ningún tiempo lo hace envejecer; ahí hay bienaventurada vida en un siempre jamás donde no existe ninguna curvatura, donde nada está encubierto, donde hay un ser puro. Salomón dice: «No hay nada nuevo bajo el sol» (Eclesiástico 1, 10). Esto se entiende raras veces de acuerdo con su significado. Todo cuanto se halla bajo el sol, envejece y disminuye; pero allí no hay sino un ser nuevo. (El) tiempo produce dos cosas: (la) vejez y (la) disminución. Aquello sobre lo cual brilla el sol, se halla en el tiempo. Todas las criaturas son ahora y son de Dios; mas, allí donde están en Dios, son tan desiguales a lo que son aquí, como el sol (lo es) a la luna, y mucho más (todavía). Por eso, dice (Lucas): «erat in eo». «El Espíritu Santo estaba en él», donde se hallan el ser (puro) y un devenir (perfecto). SERMONES: SERMÓN XLIV 3
«Cefas» significa lo mismo que «una cabeza». La cabeza del alma es (el) entendimiento. Quienes se expresan del modo más burdo, dicen que lo que precede es el amor; pero aquellos que hacen la afirmación más acertada dicen expresamente – y también es verdad – que el núcleo de la vida eterna reside en el conocimiento antes que en el amor. ¡Y sabed el porqué! Dicen nuestros más insignes maestros – de los cuales no hay muchos – que el conocimiento y el entendimiento suben directamente hacia Dios. Mas, el amor se dirige hacia lo que ama; de ello infiere qué es lo que es bueno. Pero el conocimiento percibe aquello por lo cual es bueno. (La) miel es, en sí misma, más dulce que ninguna cosa que se pueda hacer con ella. El amor toma a Dios porque es bueno; pero (el) conocimiento se eleva y toma a Dios porque es ser. Por eso dice Dios: «¡Simón Pedro, tú eres bienaventurado!» Dios le da al hombre justo un ser divino y lo llama con el mismo nombre que pertenece a su (propio) ser. Por eso dice luego: «Mi Padre que está en el cielo». SERMONES: SERMÓN XLV 3
El hombre ¿cómo puede llegar a ser un único hijo del Padre? ¡Observad lo siguiente! El Verbo eterno no asumió (la naturaleza de) este hombre o aquél, sino que asumió una naturaleza humana libre (e) indivisa que era pura sin rasgo (individual): porque la forma simple de la humanidad carece de rasgos (individuales). Y a causa de esto, porque en la asunción la naturaleza humana fue asumida por el Verbo eterno, simplemente, sin rasgos (individuales), la imagen del Padre, que es el Hijo eterno, se convirtió en imagen de la naturaleza humana. Pues, así como es verdad que Dios se hizo hombre, también es verdad que el hombre se hizo Dios. Y, por consiguiente, la natura humana está transformada, en cuanto se ha convertido en la imagen divina, que es (la) imagen del Padre. Entonces: si habéis de ser un único hijo, debéis desasiros y separaros de todo cuanto provoca diferenciación en vosotros. Porque el hombre (individual) es un accidente de la naturaleza (humana), y por lo tanto separaos de todo cuanto es accidente en vosotros, y consideraos de acuerdo con la naturaleza humana libre (e) indivisa. Y luego, por cuanto la misma naturaleza – según la cual os consideráis – se ha convertido en Hijo del Padre eterno, gracias a la asunción por el Verbo divino, llegaréis (cada uno) a ser hijo del Padre eterno junto con Cristo ya que os consideráis de acuerdo con la misma naturaleza que allí (= en Cristo) se hizo Dios. Por eso, cuidaos de (no) consideraros como sois acaso ese hombre o aquél, sino concebíos de acuerdo con la naturaleza humana libre (e) indivisa. En consecuencia: si queréis ser un solo hijo, separaos de cualquier «no», porque el «no» produce diferenciación. ¿Cómo? ¡Fijaos! Por el hecho de que no seas aquel hombre, el «no» produce una diferenciación entre tú y aquel hombre. Y por consiguiente: si queréis carecer de diferenciación, libraos del «no». Porque en el alma hay una potencia separada del «no», ya que no tiene nada en común con cosa alguna; porque en esta potencia no hay nada fuera de Dios solo: Él arroja, desnudo, su luz en esta potencia. SERMONES: SERMÓN XLVI 3
Que Dios nos ayude a (obtener) esta simpleza de la verdad. Amén. SERMONES: SERMÓN XLVI 3
Dice un maestro: Dios es la medida de todas las cosas, y un hombre, en cuanto alberga en su fuero íntimo una mayor parte de Dios, tanto más sabio, noble y mejor es que el otro. Tener más de Dios no es otra cosa que asemejarse más a Dios; cuanto más semejanza con Dios hay en nuestro interior, tanto más espirituales somos. Dice un maestro: Donde terminan los espíritus más bajos, allí comienzan las cosas corporales más elevadas. Todo esto quiere decir: Como Dios es espíritu, por eso es más noble la cosa más insignificante que es espíritu, que lo más elevado que es corpóreo. En consecuencia, el alma es más noble que todas las cosas corpóreas por nobles que sean. El alma fue creada como en un punto entre (el) tiempo y (la) eternidad, tocando a ambos. Con las potencias más elevadas toca la eternidad, pero con las potencias inferiores, el tiempo. Mirad, de tal manera obra en el tiempo, no según el tiempo sino según la eternidad. Esto lo tiene de común con los ángeles. Dice un maestro: El espíritu es un trineo que lleva la vida a todos los miembros a causa de la gran unión que el alma tiene con el cuerpo. A pesar de que el espíritu sea racional y realice toda la obra que se efectúa en el cuerpo, no se debe decir: Mi alma conoce o hace esto o aquello, sino que hace falta expresar: Yo hago o conozco esto o aquello a causa de la gran unión que hay entre ambos; porque los dos juntos son un solo hombre. Si una piedra recogiera en sí el fuego, obraría de acuerdo con la potencia del fuego; mas, cuando el aire recoge en sí la luz del sol, no aparece ninguna luz fuera del aire (alumbrado). Ello se debe a la penetrabilidad que éste tiene para con la luz; aun cuando en una milla (de espacio) cabe más aire que en media (milla). Mirad, me atrevo a decir, y es verdad: Debido a la gran unión que tiene el alma con el cuerpo, el alma es tan perfecta en el miembro más insignificante como en todo el cuerpo. Con referencia a ello dice Agustín: Si (ya) es tan grande la unión existente entre cuerpo y alma, es mucho más grande la unión en la cual (el) espíritu se une con (el) espíritu. Mirad, por esta razón es «Señor» y «Espíritu», para que nos haga bienaventurados en la unión con Él. SERMONES: SERMÓN XLVII 3
De la misma manera digo yo con respecto a aquel hombre, que se ha anonadado a sí mismo, en sí mismo y en Dios y en todas las cosas: ese hombre ha ocupado el lugar más bajo y Dios tiene que verterse completamente en él, o… no es Dios. Digo por la verdad buena, eterna y perpetua, que Dios tiene que verterse del todo y de acuerdo con toda su capacidad, en cualquier hombre que haya renunciado a sí mismo hasta el fondo, y (Dios ha de hacerlo) de manera tan completa que no se reserve nada de toda su vida ni de todo su ser ni de su naturaleza ni de toda su divinidad, sino que debe verterlo del todo y de manera fecundante en ese hombre que se ha entregado a Dios, ocupando el lugar más bajo. SERMONES: SERMÓN XLVIII 3
Hoy, estando en camino para aquí, medité sobre cómo podría predicaros tan inteligiblemente que me comprendierais bien. Entonces se me ocurrió un símil y si lo comprendierais bien, comprenderíais el sentido en que pienso y la esencia de todos mis pensamientos sobre la cual he predicado desde siempre. Y el símil tenía que ver con mi ojo y con el madero: Cuando mi ojo se abre, es un ojo; cuando está cerrado es el mismo ojo, y a causa de la vista, el madero no gana ni pierde nada. ¡Ahora comprendedme bien! Si sucede, empero, que mi ojo es uno y simple en sí mismo y, una vez abierto, fija la vista en el madero, cada uno de ellos sigue siendo lo que es y, sin embargo, en el proceso visual ambos se hacen una sola cosa de modo que se puede decir en verdad: Ojo-madero, y el madero es mi ojo. Mas, si el madero fuera incorpóreo y puramente espiritual como la vista de mis ojos, se podría decir, con toda verdad, que en el procedimiento de mi vista el ojo y el madero se hallaban en un solo ser. Si eso es cierto con respecto a las cosas corpóreas, ¡cuánto más vale para las espirituales! Debéis saber que mi ojo tiene mucha más semejanza con el ojo de una oveja que se encuentra allende el mar y a la que nunca vi, de la que tiene mi ojo con mis oídos, con los cuales comparte la unidad del ser; y esto se debe al hecho de que el ojo de la oveja tiene la misma actuación que tiene, también, mi ojo; y por ello les atribuyo más solidaridad en su actuación que a mis ojos y mis oídos, ya que estos se hallan separados en sus procedimientos. SERMONES: SERMÓN XLVIII 3
Por eso digo: Cuando el hombre da la espalda a sí mismo y a todas las cosas creadas,… en la medida en que procedas así, serás unido y hecho feliz en la chispa del alma que nunca jamás tocó ni (al) tiempo ni (al) espacio. Esta chispa renuncia a todas las criaturas y no quiere nada fuera de Dios desnudo, tal como Él es en sí mismo. No se contenta ni con el Padre ni con el Hijo ni con el Espíritu Santo ni con las tres personas (juntas) en cuanto cada una subsiste en su peculiaridad. Digo por cierto que esa luz tampoco se contenta con la uniformidad de la índole fructífera de la naturaleza divina. Diré algo más todavía que suena más sorprendente aún: Digo por la verdad buena y eterna y perpetua que esa misma luz no se contenta con la esencia divina simple (e) inmóvil, que ni da ni recibe, más aún: ella quiere saber de dónde proviene esa esencia; quiere (penetrar) en el fondo simple, en el desierto silencioso adonde nunca echó mirada alguna la diferencia, ni (el) Padre ni (el) Hijo ni (el) Espíritu; en lo más íntimo que no es hogar para nadie. Allí esa luz se pone contenta y allí reside más entrañablemente que en sí misma, porque ese fondo constituye un silencio simple que es inmóvil en sí mismo; y esa inmovilidad mueve todas las cosas y (de ella) se reciben todas las vidas que viven (como) racionales en sí mismas. SERMONES: SERMÓN XLVIII 3
Hoy se lee en el Evangelio que «una mujer, una hembra, le dijo a Nuestro Señor: “Bienaventurado es el seno que te llevó, y bienaventurados son los pechos que mamaste”. A lo cual respondió Nuestro Señor: “Dices la verdad. Bienaventurado es el seno que me llevó y bienaventurados son los pechos que mamé. Pero, es mayor aún la bienaventuranza del hombre que escucha mi palabra y la guarda”» (Cfr. Lucas 11, 27 ss.). SERMONES: SERMÓN XLIX 3
Ahora fijaos empeñosamente en esta palabra que dijo Cristo: «Mayor es la bienaventuranza del hombre que escucha. mi palabra y la guarda, antes que del seno que me llevó y de los pechos que mamé». Si yo hubiera dicho estas palabras y fueran las mías propias, según las cuales es más bienaventurado aquel que escucha la palabra de Dios y la guarda, de lo que lo es María a causa del Nacimiento por el cual es la madre carnal de Cristo… repito, si yo lo hubiera dicho, la gente se sorprendería. (Pero) resulta que lo dijo Cristo mismo. Por eso hay que creérselo a Él en cuanto verdad, porque Cristo es la Verdad. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
San Gregorio nos prescribe cuatro puntos que debe observar el hombre que ha de «escuchar y guardar la palabra de Dios». El primero es que se debe haber mortificado él mismo con respecto a todo deseo carnal, habiendo aniquilado en su fuero íntimo todas las cosas perecederas, y él mismo también debe estar muerto para todo lo perecedero. Segundo: que se halle totalmente y para siempre elevado hasta Dios con conocimiento y amor y con ternura verdadera (e) íntegra. El tercer punto consiste en que no le haga a nadie lo que le apenaría que se lo hicieran a él. El cuarto punto implica que sea generoso en cuanto a las cosas materiales y bienes espirituales, que lo dé todo generosamente. Hay muchas personas que aparentan dar y en verdad no lo hacen. Son aquellos que dan sus dones a quienes tienen más que ellos del don que dan, donde acaso ni se apetece ese (regalo), o donde aspiran que a trueque de su don se les haga algún servicio o se les devuelva algo en cambio o se les reverencie. El don de semejante gente se llamaría, más propiamente, una petición en vez de un don, porque en verdad no dan nada. Nuestro Señor Jesucristo era libre y pobre en todos sus dones que nos dio caritativamente: en todos sus dones no buscó nada suyo, más aún: aspiraba sólo a (la) loa y gloria del Padre y a nuestra bienaventuranza, y por el amor verdadero se entregó Él mismo a la muerte. El hombre, pues, que quiere dar por amor de Dios, ha de dar los bienes materiales puramente por Dios de modo que no piense en (recibir) ni un servicio ni una retribución ni honras perecederas, y que no busque para sí nada que no sea (la) loa y (la) honra de Dios, y que, por amor de Dios, ayude a su prójimo necesitado de alguna cosa para su sustento. Y del mismo modo habrá de dar también los bienes espirituales, allí donde sabe que su hermano en Cristo los recibe de buen grado para corregir así su vida por amor de Dios, y no ha de apetecer ni agradecimiento ni recompensa de ese hombre ni ventaja alguna y tampoco debe pedir ninguna recompensa de parte de Dios por el servicio (prestado), excepto que Dios sea loado. De tal modo ha de mantenerse libre con respecto a su dádiva, tal como Cristo permaneció libre y pobre con respecto a todos sus dones que nos dio. Dar de este modo significa dar en realidad. Quien cumple con estos cuatro puntos, puede confiar de veras en que ha escuchado y también guardado la palabra de Dios. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
Y Cristo dijo: «Bienaventurado es aquel que escucha y guarda la palabra de Dios». ¡Ahora fijaos empeñosamente en este significado! El Padre mismo no escucha nada fuera del susodicho Verbo, no conoce nada más que este Verbo, no dice nada más que este mismo Verbo, no engendra nada más que este mismo Verbo. En este mismo Verbo escucha el Padre y conoce el Padre y engendra a sí mismo y también a este mismo Verbo y a todas las cosas y a su divinidad, totalmente hasta el fondo, a sí mismo de acuerdo con la naturaleza, y a este Verbo con la misma naturaleza en otra persona. ¡Ea, fijaos ahora en este modo de hablar! El Padre enuncia, racionalmente, con fecundidad su propia naturaleza íntegra en su Verbo eterno. No es que pronuncie el Verbo voluntariamente, como un acto de voluntad, como cuando se dice o se hace algo a fuerza de voluntad, y a causa de esa misma fuerza uno también podría omitirlo si quisiera. Así no son las cosas con el Padre y con su Verbo eterno, sino que Él, quiéralo o no, debe pronunciar, y engendrar sin cesar, este Verbo, porque se halla de manera natural junto al Padre como una raíz (de la Trinidad), dentro de la naturaleza del Padre, tal como es el Padre mismo. Mirad, por ello el Padre pronuncia el Verbo voluntariamente y no por (fuerza de) la voluntad, y naturalmente y no por (fuerza de) la naturaleza. En este Verbo el Padre enuncia mi espíritu y tu espíritu y el espíritu de cada hombre (como) igual al mismo Verbo. En este mismo (acto de) hablar tú y yo somos (cada uno) un hijo por naturaleza, de Dios como (lo es) el mismo Verbo. Pues, según dije antes: El Padre no conoce nada fuera de este mismo Verbo y de sí mismo y de toda la naturaleza divina y de todas las cosas en este mismo Verbo, y todo cuanto conoce en Él es igual al Verbo y es, por naturaleza, el mismo Verbo en la Verdad. Cuando el Padre te da y te revela este conocimiento, te da de veras (y) del todo su vida y su ser y su divinidad en la Verdad. En esta vida, el padre, (o sea) el padre carnal, le comunica su naturaleza a su hijo, mas no le da su propia vida ni su propio ser, porque el hijo tiene otra vida y un ser distinto del que tiene el padre. Este hecho se demuestra por lo siguiente: El padre puede morir y el hijo, vivir; o, el hijo puede morir y el padre, vivir. Si los dos tuvieran una sola vida y un solo ser, tendría que suceder necesariamente que ambos muriesen o viviesen juntos, ya que la vida y el ser de ambos sería uno solo. Pero, así no es. Y por eso, cada uno es ajeno al otro y están diferenciados en cuanto a vida y ser. Si saco (el) fuego de un lugar y lo coloco en otro, por más que sea fuego, se halla dividido: éste puede arder y aquél apagarse, o éste puede apagarse y aquél arder; y por ende, no es ni uno solo ni eterno. Pero, como dije antes: El Padre en el reino de los cielos te da su Verbo eterno y en el mismo Verbo te da su propia vida y su propio ser y su divinidad toda; porque el Padre y el Verbo son dos personas y una sola vida y un solo ser indiviso. Cuando el Padre te recoge en esta misma luz para que tú contemples, de modo cognoscitivo, a esta luz en esta luz, de acuerdo con la misma peculiaridad con la cual Él, con su poder paterno, se conoce en este Verbo (= esta luz) a sí mismo y a todas las cosas, (así como conoce) al mismo Verbo, según (la) razón y (la) verdad, tal como he dicho, entonces te da poder para engendrar, junto a Él, a ti mismo y a todas las cosas y (te concede) su propio poder igual que a este mismo Verbo. Así pues, estás engendrando sin cesar, junto con el Padre por la fuerza del Padre, a ti mismo y a todas las cosas en un «ahora» presente. Dentro de esta luz, según he dicho, el Padre no conoce ninguna diferencia entre Él y tú y ninguna ventaja, ni menor ni mayor, que entre Él y su mismo Verbo. Porque el Padre y tú mismo y todas las cosas y el mismo Verbo son uno dentro de la luz. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
¡Ahora fijaos bien! Ni Juan ni ninguno de todos los santos nos han sido señalados como fin que debemos perseguir, o como meta limitada por debajo de la cual hemos de permanecer. Sólo Cristo, Nuestro Señor, es nuestro fin, a Él hemos de seguir y (Él es) nuestra meta por debajo de la cual hemos de permanecer y a la que debemos ser unidos, iguales a Él en toda su gloria, así como nos corresponde la unificación. En el reino de los cielos no hay ningún santo tan santo ni perfecto que su vida (en esta tierra), en cuanto a sus virtudes, no se haya realizado dentro de (determinada) medida, y según esa medida es también la jerarquía de su vida eterna, y toda su perfección (en el cielo) corresponde por completo a esa medida. Por cierto (y) en verdad: si existiera un solo hombre que sobrepasara la medida correspondiente al santo más destacado que ha vivido virtuosamente y recibido por ello su bienaventuranza… si existiese, pues, un solo hombre que sobrepasara en algo esa medida de la virtud, él sería en la manifestación de la virtud todavía más santo y más bienaventurado que aquel santo lo haya sido jamás. Digo por Dios – y es tan verdadero como que Dios vive -: No hay ningún santo tan perfecto en el cielo que tú no pudieras sobrepasar el grado de su santidad con (tu) santidad y (tu forma de) vida, y que no pudieses llegar más alto que él en el cielo y permanecer (así) por la eternidad. Por eso digo: Si alguien fuera más humilde que Juan e inferior (a él), habría de ser eternamente mayor que él (= Juan) en el reino de los cielos. La verdadera humildad es esta: que un hombre con todo cuanto es por naturaleza, como ser creado de la nada, no se empeñe en nada, ni en el hacer ni en el dejar de hacer, fuera de esperar la luz de la gracia. Que uno sea prudente en (su) hacer y dejar de hacer, ésta es la verdadera humildad de la naturaleza. (La) humildad del espíritu consiste en el hecho de que él (= el hombre) se adjudique o atribuya tan poco de todo el bien que Dios le hace continuamente, como hacía cuando aún no existía. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
Los profetas, que ambulaban en la luz, conocieron y hallaron la verdad secreta bajo el influjo del Espíritu Santo. A veces fueron movidos a dirigirse hacia fuera y a hablar de las cosas conocidas por ellos para salvación nuestra, a fin de que nos enseñaran a conocer a Dios. Otra vez les sucedió que enmudecieron, de modo que no podían hablar y esto se debía a tres razones. SERMONES: SERMÓN L 3
Primero: el bien que conocían y veían en Dios era tan grande y tan oculto que no podía configurarse en su conocimiento; porque todo cuanto podía configurarse era tan desigual a lo que veían en Dios y era tan falso frente a la verdad que se callaban y no querían mentir… La segunda razón: todo cuanto veían en Dios era tan grande y noble que no eran capaces de tomar de ello ni (una) imagen ni (una) forma para hablar (de lo visto)… La tercera razón porque enmudecieron, consistía en que miraban dentro de la verdad oculta y encontraban el arcano en Dios, que no sabían expresar con palabras. Pero algunas veces sucedió que se dirigieron hacia fuera y hablaron; mas, por la disimilitud (en comparación con) la verdad, echaban mano de la materia burda y pretendían enseñarnos a conocer a Dios por medio de las cosas inferiores de la criatura. SERMONES: SERMÓN L 3
«Moisés penetró en la niebla y fue (subiendo) a la montaña» y entonces vio la luz divina (Cfr. Exodo 20, 21). En verdad, uno encuentra la luz en las tinieblas, por lo tanto, cuando tenemos padecimientos e infortunios, esta luz se halla más cerca de nosotros que nada. Que Dios haga lo mejor o lo peor que pueda: Él tiene que darse a nosotros aunque fuera a través de trabajos e infortunios. Había una mujer santa que tenía muchos hijos a los que querían matar. Entonces se rió y dijo: «No debéis apenaros y tenéis que ser alegres y pensad en Vuestro Padre celestial, porque de mí no habéis recibido nada» (Cfr. 2 Macabeos 7, 20 ss.). (Fue) exactamente como si hubiera querido decir: «Vuestro ser lo tenéis inmediatamente de Dios». Esto encuadra bien en nuestro (contexto). Nuestro Señor dijo: «Tus tinieblas» – es decir, tu sufrimiento – «serán transformadas en clara luz» (Cfr. Isaías 58, 10). Sin embargo, yo no debo anhelar ni apetecer (el sufrimiento). En otro lugar dije yo: Las tinieblas ocultas de la luz invisible de la eterna divinidad son desconocidas y nunca serán conocidas. Y «la luz del Padre eterno ha brillado eternamente en estas tinieblas, y estas tinieblas no comprenden a la luz» (Cfr. Juan 1, 5). SERMONES: SERMÓN LI 3
Ahora os ruego que seáis igualmente (pobres) para (poder) comprender estas palabras; porque os digo por la verdad eterna: Si no os asemejáis a esta verdad, de la cual hablaremos ahora, no podréis comprenderme. SERMONES: SERMÓN LII 3
Dice el obispo Alberto que un hombre pobre es aquel que no se contenta con todas las cosas creadas jamás por Dios… y está bien dicho. Mas nosotros lo diremos mejor aún, concibiendo la pobreza en un sentido más elevado: un hombre pobre es aquel que no quiere nada y no sabe nada y no tiene nada. De estos tres puntos hablaremos ahora y os ruego por el amor de Dios que comprendáis esta verdad, si es que podéis (hacerlo); y si no la comprendéis, no os preocupéis, porque hablaré de una verdad tal que sólo unas pocas personas buenas habrán de comprenderla. SERMONES: SERMÓN LII 3
En primer lugar diremos que un hombre pobre es aquel que no quiere nada. Alguna gente no entiende adecuadamente el sentido de ello. Son esas personas que se empecinan en conservar su propio yo en sus penitencias y ejercicios exteriores que esas personas consideran gran cosa. ¡Que Dios se apiade del escaso conocimiento de la verdad divina en esas personas! A esos hombres se los llama santos a causa de las apariencias; pero, en su fuero íntimo son asnos porque no captan el carácter simbólico de la verdad divina. Esas personas dicen (también) que un hombre pobre es aquel que no quiere nada. Lo interpretan de la siguiente manera: (dicen) que el hombre ha de vivir de modo tal que no cumpla nunca, en ningún caso, su voluntad. Más aún: que aspire a cumplir la queridísima voluntad de Dios. Esos hombres están bien encaminados porque su intención es buena, por eso hemos de elogiarlos. ¡Que Dios en su misericordia les dé el reino de los cielos! Mas yo digo, por la verdad divina, que esos hombres no son pobres ni se parecen a (los) pobres. Son considerados grandes en la opinión de aquellas personas que no conocen nada mejor. Mas yo digo que son asnos que nada entienden de la verdad divina. Puede ser que ellos, gracias a su buena intención, lleguen al reino de los cielos; pero de la pobreza de que hablaremos ahora, ellos no saben nada. SERMONES: SERMÓN LII 3
Si alguien me pregunta, pues, qué es un hombre pobre que no quiere nada, le contesto y digo así: Mientras el hombre todavía posee la voluntad de querer cumplir la queridísima voluntad de Dios, semejante hombre no tiene la pobreza de la cual queremos hablar, pues todavía tiene una voluntad con la que quiere satisfacer la voluntad de Dios, y esto no es pobreza genuina. Pues, si el hombre de veras ha de poseer (la) pobreza, debe estar tan libre de su voluntad creada como lo era antes de ser. Porque os digo por la eterna verdad: Mientras tenéis la voluntad de cumplir la voluntad de Dios y deseáis (llegar) a la eternidad y a Dios, no sois pobres; pues un hombre pobre es (sólo) aquel que no quiere nada ni apetece nada. SERMONES: SERMÓN LII 3
Cuando yo me hallaba aún en mi causa primigenia, no tenía Dios alguno y era la causa de mí mismo; no quería nada ni apetecía nada porque era un ser libre y un conocedor de mí mismo en el gozo de la verdad. Entonces me quería a mí mismo sin querer otra cosa; lo que yo quería lo era, y lo que era lo quería, y entonces me mantenía libre de Dios y de todas las cosas. Mas cuando, por libre decisión, salí y recibí mi ser de criatura, entonces tuve un Dios; porque antes de que fueran las criaturas, Dios (aún) no era «Dios»; mas, era lo que era. Pero, cuando las criaturas llegaron a ser, recibiendo su ser creado, Dios no era «Dios» en sí mismo, sino que era «Dios» en las criaturas. SERMONES: SERMÓN LII 3
Por otra parte es un hombre pobre el que no sabe. En alguna oportunidad dijimos que el hombre debía vivir de tal modo que no vivía ni para sí mismo ni para la verdad ni para Dios. Mas ahora decimos otra cosa, agregando que el hombre, que ha de poseer esta pobreza, debe vivir de modo tal que ni siquiera sepa que no vive ni para sí mismo ni para la verdad ni para Dios; antes bien ha de estar tan despojado de todo saber que no sabe ni conoce ni siente que Dios vive en él; más aún: debe estar vacío de todo conocimiento que en él tenga vida. Pues, cuando el hombre se mantenía (aún) en el eterno ser divino, no vivía en él ninguna otra cosa: antes bien, lo que vivía, era él mismo. Por lo tanto decimos que el hombre ha de mantenerse tan libre de su propio saber, como (lo) hacía cuando no era, y que deje obrar a Dios lo que Él quiera, y que el hombre se mantenga libre. SERMONES: SERMÓN LII 3
En tercer lugar es un hombre pobre aquel que no tiene nada. Muchas personas han dicho que es perfección no poseer nada de las cosas materiales de esta tierra, y esto es verdad en cierto sentido: cuando uno lo hace a propósito. Mas éste no es el sentido al cual me refiero yo. SERMONES: SERMÓN LII 3
Hay una palabra de San Pablo donde dice: «Por la gracia de Dios soy todo lo que soy» (1 Cor. 15,10). Mas ahora parece que este (mi) discurso (se mantiene) por encima de (la) gracia y por encima del ser y por encima del entendimiento y por encima de (la) voluntad y por encima de todo apetito… ¿cómo puede ser verdad, entonces, la palabra de San Pablo? A lo cual se contesta que las palabras de San Pablo son verdad: hacía falta que la gracia de Dios morara en él; porque la gracia de Dios obró en él de manera que la accidentalidad fuera consumada en la esencialidad. Cuando la gracia terminó, luego de haber hecho su obra, Pablo seguía siendo lo que era. SERMONES: SERMÓN LII 3
Quien no comprende este discurso, no debe afligirse en su corazón. Pues, mientras el hombre no se asemeje a esta verdad, no habrá de comprender este discurso; porque se trata de una verdad no velada que ha surgido inmediatamente del corazón de Dios. SERMONES: SERMÓN LII 3
Un maestro dice: Señor ¿qué es lo que has pensado al eludir por tanto tiempo a esa mujer; cuál era su culpa o qué hizo? Desde aquella vez que tú le perdonaras sus pecados, no hizo nada sino amarte (Cfr. Lucas 7, 47). (Mas) si hubiera hecho algo, perdónaselo en tu bondad… Si ella amaba tu cuerpo, sabía, sin embargo, muy bien que la divinidad se hallaba presente. Señor, apelo a tu verdad divina, de que le dijiste que nunca le serías quitado. Tienes razón porque nunca abandonaste su corazón y dijiste: «A quien te ama, lo amarás a tu vez, y te revelarás a quien se levanta temprano» (Cfr. Prov. 8, 17). Pues bien, San Gregorio dice: Si Dios (= Cristo) (todavía) hubiera sido mortal y si hubiera tenido que rehuirla tanto tiempo, se le habría destrozado completamente el corazón (a Cristo). SERMONES: SERMÓN LV 3
En segundo término: «santidad» significa «aquello que ha sido tomado de la tierra». Dios es un algo y un ser puro, y el pecado es (la) nada y aleja de Dios. Dios creó a los ángeles y al alma de acuerdo con un algo, quiere decir, de acuerdo con Dios (= a su imagen). El alma fue creada como a la sombra del ángel y, sin embargo, ellos comparten una naturaleza común y todas las cosas corpóreas fueron creadas de acuerdo con (la) nada y distanciadas de Dios. El alma, por el hecho de que se derrama sobre el cuerpo, es oscurecida y hace falta que, junto con el cuerpo, sea elevada nuevamente hacia Dios. Cuando el alma está libre de las cosas terrestres, entonces es «santa». Mientras Zaqueo se hallaba al nivel de la tierra, no podía ver a Nuestro Señor (Cfr. Lucas 19, 2 a 4). San Agustín dice: «Si el hombre desea volverse puro, que deje las cosas terrestres». Ya he dicho varias veces que el alma no puede volverse pura si no es empujada otra vez a su pureza primigenia, tal como Dios la creó; del mismo modo, que no se puede hacer oro del cobre que se afina por el fuego dos o tres veces, a no ser que uno lo haga retroceder a su naturaleza primigenia. Porque todas las cosas que se derriten por el calor o se endurecen por el frío, tienen una naturaleza totalmente acuosa. Por lo tanto, hay que hacerlas retroceder del todo al agua, privándolas por completo de la naturaleza en que se encuentran en este momento; de tal manera, el cielo y el arte prestan auxilio para que (el cobre) sea transformado íntegramente en oro. Es cierto que (el) hierro se compara con (la) plata, y (el) cobre con (el) oro: (pero) cuanto más se lo compara (el uno con el otro), sin privarlo (de su naturaleza), tanto mayor es la equivocación. Lo mismo sucede con el alma. Es fácil señalar las virtudes o hablar de ellas; pero, para poseerlas en verdad, son muy raras. SERMONES: SERMÓN LVII 3
Por amor de Dios, San Pablo deseaba ser apartado de Cristo por (la salud de) sus hermanos (Cfr. Romanos 9, 3). Este (aspecto) preocupa mucho a los maestros y les produce grandes dudas. Algunos dicen que (sólo) se refería a un tiempo determinado. Esto, en absoluto es verdad; de tan mal grado por un instante como eternamente, y también con tanto gusto eternamente como por un instante. Siempre y cuando ponga sus miras en la voluntad de Dios, será más de su agrado cuanto más dure, y cuanto mayor sea el suplicio, tanto más lo querrá, exactamente como (sucede con) un mercader. Si él estuviera seguro de que aquello que compraba por un marco, le rendiría diez, pondría todos los marcos que poseyese, y todo el trabajo necesario, con tal de estar seguro de que volvería a casa con vida y ganaría tanto más… todo esto le resultaría agradable. Justamente esto le sucedió a San Pablo: la cosa de la que sabía que era la voluntad de Dios… cuanto más tiempo, tanto más querida, y cuanto mayor (el) suplicio, tanto mayor (la) alegría; porque cumplir con la voluntad divina, es el reino de los cielos; y cuánto mayor (sea) el suplicio (sufrido) de acuerdo con la voluntad divina, tanto mayor (será) la bienaventuranza. SERMONES: SERMÓN LIX 3
Ahora bien, él dice: «Buscamos tu rostro». (La) verdad y (la) bondad son una vestimenta de Dios; Dios se halla por encima de cuanto podemos expresar con palabras. (El) entendimiento «busca» a Dios y lo toma en la raíz donde salen el Hijo y toda la divinidad; pero (la) voluntad permanece afuera y está adherida a la bondad, porque (la) bondad es una vestimenta de Dios. Los ángeles supremos toman a Dios en su vestuario, antes de que sea vestido con (la) bondad o cualquier cosa que se pueda expresar con palabras. Por eso dice: «Buscamos tu rostro», porque el «rostro» de Dios es su esencia. SERMONES: SERMÓN LIX 3