Entonces digo yo: ¡Tanto más necesitas acudir a tu Dios! pues por Él serás inflamado y sentirás ardor y en Él serás santificado y vinculado y unido sólo a Él, pues, en el Sacramento, y en ninguna otra parte, encuentras con igual excelencia esta merced de que tus fuerzas corpóreas se unan y concentren gracias al excelso poder de la presencia corpórea del Cuerpo de Nuestro Señor, de modo que todos los sentidos dispersos del hombre y su ánimo se concentren y unan en esta (presencia), y ellos que, dispersos entre sí, estaban demasiado inclinados hacia abajo, aquí son enderezados y presentados ordenadamente a Dios. Y este Dios que mora en el interior los acostumbra a dirigirse hacia dentro y les quita el hábito de dejarse estorbar físicamente por las cosas temporales y así se tornan hábiles para las cosas divinas, y, fortalecido por su Cuerpo, tu cuerpo es renovado. Porque nosotros hemos de ser transformados en Él y totalmente unidos con Él (Cfr. 2 Cor. 3, 18), de modo que lo suyo llegue a ser nuestro y todo lo nuestro suyo, nuestro corazón y el suyo, un solo corazón, nuestro cuerpo y el suyo, un solo cuerpo. Nuestros sentidos y nuestra voluntad e intención, nuestras potencias y miembros, habrán de ser trasladados en Él de manera tal que no lo sienta y perciba en todas las potencias del cuerpo y del alma. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 20.
En suma, si quieres ser librado de todas las flaquezas y revestido de virtudes y mercedes y guiado y conducido deliciosamente hacia el origen, con todas las virtudes y mercedes, consérvate en un estado tal que puedas recibir el Sacramento dignamente y con frecuencia; entonces serás unido a Él y ennoblecido por su Cuerpo. Ah sí, en el Cuerpo de Nuestro Señor el alma es insertada en Dios tan íntimamente que todos los ángeles, los querubines al igual que los serafines, ya no conocen ni saben encontrar ninguna diferencia entre ambos; pues dondequiera que toquen a Dios, tocarán al alma, y donde toquen al alma, (tocarán) a Dios. Nunca hubo unión igualmente estrecha, porque el alma se halla unida a Dios mucho más estrechamente que el cuerpo al alma, los que constituyen un solo hombre. Esta unión es mucho más estrecha de lo que (sería) si alguien vertiera una gota de agua en un tonel de vino: allí habría agua y vino: y esto será transformado de tal modo en una sola cosa que todas las criaturas juntas no serían capaces de descubrir la diferencia. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 20.
Esta recepción y bienhadada fruición del Cuerpo de Nuestro Señor no dependen sólo de la ingestión exterior, sino que se dan también cuando se comulga espiritualmente con el ánimo ansioso y unido (a Dios) en la devoción. Esto lo puede hacer el hombre con una confianza tal que llega a ser más rico en mercedes que ninguna persona en esta tierra. El hombre puede hacerlo mil veces por día y más aún, se halle donde se hallare, esté enfermo o sano. Pero debemos prepararnos para ello como si fuéramos recibiendo el sacramento, bien ordenadamente y de acuerdo con la fuerza del deseo. Mas si uno no tiene el deseo, que se estimule y prepare para tenerlo y que actúe conforme a ello, así llegará a ser santo en este tiempo y bienaventurado en la eternidad; pues seguir a Dios e imitarlo, esto es la eternidad. Que nos la dé el Maestro de la verdad y el Amante de la pureza y la Vida de la eternidad. Amén. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 20.
¡Ah, prestad atención! ¿Quiénes eran las personas que compraban y vendían, y quiénes son hoy en día? ¡Escuchadme bien! Ahora hablaré en mi sermón tan sólo de gente buena. Sin embargo, indicaré esta vez quiénes eran los mercaderes y quiénes siguen siéndolo, esos que compraban y vendían y (los que) continúan haciéndolo de la misma manera, (y) a quienes Nuestro Señor echó a golpes expulsándolos y lo sigue haciendo aún hoy en día con todos cuantos compran y venden en este templo: no quiere que ni uno solo (de ellos) permanezca adentro. Mirad, mercaderes son todos aquellos que se cuidan de no cometer pecados graves y les gustaría ser buenos y, para la gloria de Dios, ellos hacen sus obras buenas, como ser, ayunar, estar de vigilia, rezar y lo que hay por el estilo, cualquier clase de obras buenas, mas las hacen para que Nuestro Señor les dé algo en recompensa o para que Dios les haga algo que les gusta: todos ésos son mercaderes. Esto se debe entender en un sentido burdo, porque quieren dar una cosa por otra y de esta manera pretenden regatear con Nuestro Señor. Con miras a tal negocio se engañan. Pues, todo cuanto poseen y todo cuanto son capaces de obrar, si lo dieran todo por amor de Dios y obrasen por completo por Él, Dios en absoluto estaría obligado a darles ni a hacerles nada en recompensa, a no ser que quiera hacerlo gratuita (y) voluntariamente. Porque lo que son, lo son gracias a Dios, y lo que tienen, lo tienen de Dios y no de sí mismos. Por lo tanto, Dios no les debe nada, ni por sus obras ni por sus dádivas, a no ser que quisiera hacerlo voluntariamente como merced y no a causa de sus obras ni de sus dádivas, porque no dan nada de lo suyo (y) tampoco obran por sí mismos, según dice Cristo mismo: «Sin mí no podéis hacer nada» (Juan 15, 5). Esos que quieren regatear así con Nuestro Señor, son individuos muy tontos; conocen poco o nada de la verdad. Por eso, Nuestro Señor los echó a golpes fuera del templo y los expulsó. La luz y las tinieblas no pueden hallarse juntas. Dios es la Verdad y una luz en sí misma. Por ello, cuando Dios entra en este templo, expulsa la ignorancia, o sea, las tinieblas, y se revela Él mismo mediante la luz y la verdad. Cuando se llega a conocer la Verdad, los mercaderes han desaparecido, y la verdad no apetece hacer negocio alguno. Dios no busca lo suyo, Él es libre y desasido en todas sus obras y las hace por verdadero amor. Lo mismo hace también aquel hombre que está unido con Dios; él se mantiene también libre y desasido en todas sus obras, y las hace únicamente por la gloria de Dios, sin buscar lo suyo, y Dios opera en el. SERMONES: SERMÓN I 3
Una virgen que es mujer, ésta es libre y desasida, sin apego al yo, (y) se halla en todo momento tan cerca de Dios como de sí misma. Da muchos frutos y éstos son grandes, ni más ni menos de lo que es Dios mismo. Este fruto y este nacimiento los produce una virgen que es mujer, y ella da frutos todos los días, cien veces o mil veces, y aun innumerables veces, pues da a luz y se hace fecunda partiendo del más noble de los fondos. Para expresarlo mejor: ella (parte), por cierto, del mismo fondo donde el Padre engendra a su Verbo eterno (y) por ello se vuelve fecunda como co-parturienta. Pues Jesús, la luz e irradiación del corazón paterno – según dice San Pablo que Él es una gloria e irradiación del corazón paterno y con sus rayos atraviesa poderosamente el corazón paterno (Cfr. Hebr. 1, 3)-, este Jesús está unido con ella y ella con Él, y ella brilla y reluce junto con Él como un uno único y como una luz acendrada (y) clara en el corazón paterno. SERMONES: SERMÓN II 3
Yo he dicho también varias veces que hay en el alma una potencia que no es tocada ni por el tiempo ni por la carne; emana del espíritu y permanece en él y es completamente espiritual. Dentro de esta potencia se halla Dios exactamente tan reverdecido y floreciente, con toda la alegría y gloria, como es en sí mismo. Allí hay tanta alegría del corazón y una felicidad tan incomprensiblemente grande que nadie sabe narrarla exhaustivamente. Pues el Padre eterno engendra sin cesar a su Hijo eterno dentro de esta potencia, de modo que esta potencia co-engendra al Hijo del Padre y a sí misma como el mismo hijo en la potencia única del Padre. Si un hombre poseyera un reino entero o todos los bienes de la tierra y renunciara a ellos con pureza, por amor de Dios, y se convirtiera en uno de los hombres más pobres que viven en cualquier parte de este mundo, y si Dios luego le diera tantos sufrimientos como los ha dado jamás a un hombre, y si él lo sufriera todo hasta su muerte, y si entonces Dios le concediera ver una sola vez con un solo vistazo cómo Él se halla dentro de esta potencia su alegría se haría tan grande que todo ese sufrimiento y esa pobreza todavía hubieran sido demasiado pequeños. Ah sí, aun en el caso de que Dios posteriormente nunca le diera el reino de los cielos, él habría recibido, sin embargo, una recompensa demasiado grande por todo cuanto había sufrido jamás, pues Dios se halla en esta potencia como en el «ahora» eterno. Si el espíritu estuviera unido todo el tiempo a Dios en esta potencia, el hombre no podría envejecer; pues el instante en el cual Dios creó al primer hombre y el instante en el que habrá de perecer el último hombre y el instante en que estoy hablando, son (todos) iguales en Dios y no son sino un solo instante. Ahora mirad, este hombre habita dentro de una sola luz junto con Dios; por lo tanto no hay en él ni sufrimiento ni transcurso del tiempo sino una eternidad siempre igual. A este hombre se le ha quitado en verdad todo asombro, y todas las cosas se yerguen esenciales dentro de él. Por ello no recibe nada nuevo de las cosas futuras ni de ninguna casualidad, ya que habita en un solo «ahora», siempre nuevo, ininterrumpidamente. Tal majestad divina hay en esta potencia. SERMONES: SERMÓN II 3
¿Qué pueblo está en Dios? Dice San Juan: «Dios es amor y quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él» (1 Juan 4, 16). Aun cuando dice San Juan que el amor une, el amor, sin embargo, no (nos) transpone nunca en Dios; en el mejor de los casos aglutina (lo que ya está unido). El amor no une de ninguna manera; (sólo) aquello que ya se halla unido, lo cose y lo ata. El amor une en una obra, mas no en el ser. Dicen los maestros más insignes que el entendimiento lo monda todo por completo, y aprehende a Dios desnudo, como ser puro que es en sí mismo. El conocimiento irrumpe a través de la verdad y bondad y se arroja sobre el ser puro y aprehende a Dios, desnudo, tal como es sin nombre. (Mas) yo digo: No unen ni el conocimiento ni el amor. El amor aprehende a Dios mismo en cuanto es bueno, y si Dios cayera fuera del nombre «bondad», el amor nunca lograría avanzar. El amor toma a Dios (escondido) bajo una piel, bajo una vestimenta. El entendimiento no hace tal cosa; el entendimiento toma a Dios tal como lo conoce dentro de él; mas, no lo puede comprender jamás en el mar de su ser insondable. Digo yo: Por encima de estos dos, es decir, (el) conocimiento y (el) amor se halla la misericordia; en lo supremo y en lo más puro que Dios puede obrar, allí opera Dios la misericordia. SERMONES: SERMÓN VII 3
Dice un maestro: El alma ha sido dada al cuerpo para su purificación. El alma, cuando se halla separada del cuerpo, no tiene ni entendimiento ni voluntad: es una sola cosa, no sería capaz de reunir suficiente fuerza para volverse hacia Dios; los posee (el entendimiento y la voluntad), es cierto,’ en su fondo, por cuanto éste es su raíz, pero no en su actuación. El alma es purificada en el cuerpo para que reúna lo que está disperso y llevado afuera. Si aquello que los cinco sentidos llevan afuera, entra de nuevo en el alma, ésta tiene una fuerza en la cual todo se vuelve uno. Por otra parte, ella (el alma) es purificada en el ejercicio de las virtudes; esto sucede cuando el alma trepa a una vida que está unificada. La pureza del alma consiste en que fue purificada de una vida dividida y entra en una vida unificada. Todo cuanto está dividido en las cosas inferiores, es unido cuando el alma trepa a una vida en la cual no existe contrario. Cuando el alma llega a la luz del entendimiento, no sabe nada del contrario. Aquello que se desprende de esta luz, cae en la mortalidad y muere. En tercer lugar, la pureza del alma reside en que no está inclinada hacia ninguna cosa. Aquello que se inclina hacia otra cosa, cualquiera que sea, muere y no puede perdurar. SERMONES: SERMÓN VIII 3
Existe una palabra enunciada: ésta es el ángel, el hombre y todas las criaturas. Además hay otra palabra, pensada y enunciada, mediante la cual se hace posible que yo me imagine algo. Mas hay todavía otra palabra no enunciada ni pensada y que nunca sale afuera, sino que se halla eternamente en Aquel que la dice; mora en el Padre que la dice en continuo acto de ser concebida y de permanecer adentro. El entendimiento siempre está actuando hacia dentro. Cuanto más sutil y cuanto más espiritual es una cosa, tanto más poderosamente obra hacia dentro; y cuanto más vigoroso y sutil es el entendimiento, tanto más le es unido y se une con él aquello que (el entendimiento) conoce. Mas no sucede lo mismo con las cosas corporales; cuanto más vigorosas son, tanto más obran hacia fuera. (Pero) la bienaventuranza de Dios reside en el obrar-hacia-dentro del entendimiento, donde el «Verbo» permanece adentro. Ahí, el alma debe ser un «adverbio» y obrar una sola obra con Dios para recibir su bienaventuranza dentro del conocimiento flotante en sí mismo, ese mismo (conocimiento) donde Dios es bienaventuranza. SERMONES: SERMÓN IX 3
Lo más elevado y lo extremo a que puede renunciar el hombre, consiste en que renuncie a Dios por amor de Dios. Pues bien, San Pablo renunció á Dios por amor de Dios, renunció a todo cuanto podía tomar de Dios y renunció a todo cuanto Dios podía darle y a todo cuanto podía recibir de Dios. Cuando renunció a ello, renunció a Dios por amor de Dios, y entonces Dios quedó para él tal como es esencialmente en sí mismo (y) no según su modo de ser recibido o conquistado, sino en su esencia primigenia que es Dios en sí mismo. Él nunca le dio nada a Dios, ni recibió jamás nada de Dios; se trata de una sola cosa y una unión pura. Allí, el hombre es hombre verdadero y en tal hombre no entra ninguna pena como tampoco puede entrar, en el ser divino; según ya he dicho varias veces que hay en el alma un algo tan afín a Dios que es uno sin estar unido. Es uno, no tiene nada en común con nada, ni le resulta común ninguna cosa de todo cuanto ha sido creado. Todo lo creado es (una) nada. Esto (de que hablo) está alejado de toda criaturidad y le resulta ajeno. Si el hombre fuera exclusivamente así, sería completamente increado e increable; si todo aquello que es corpóreo y achacoso, se hallara así comprendido en la unidad, no se distinguiría de la unidad misma. Si me hallara por un solo instante en este ser, cuidaría tan poco de mí mismo como de un gusanito de estiércol. SERMONES: SERMÓN XII 3
Debes ser perseverante y firme, esto significa: debes mantenerte ecuánime en el amor y el dolor, en la dicha y la desdicha, y debes poseer la nobleza de todas las piedras preciosas, eso quiere decir, que todas las virtudes tienen que hallarse en tu interior y emanar de ti según su esencia. Tú habrás de atravesar y sobrepasar todas las virtudes y tomarás la virtud sólo en ese fondo primigenio donde es una sola con la naturaleza divina. Y cuanto más te halles unido con la naturaleza divina que el ángel, tanto más habrá de recibir él por tu intermedio. Que Dios nos ayude a que lleguemos a ser uno. Amén. SERMONES: SERMÓN XV 3
Luego: «¡Permanece parado en la puerta de la casa de Dios!» ¡La «casa de Dios» es la unidad de su ser! A lo que es uno, le conviene, antes que nada, conservarse totalmente solo. Por eso, la unidad permanece parada junto a Dios y mantiene unido a Dios sin agregar nada. Allí Él está sentado en lo que le es más propio, en su esse, enteramente en sí mismo, (y) en ninguna parte fuera de Él. Pero allí donde se derrite lo hace hacia fuera. Su derretimiento es su bondad, según dije hace poco, con respecto al conocimiento y al amor. El conocimiento despega, porque el conocimiento es mejor que el amor. Pero dos es mejor que uno solo, ya que el conocimiento contiene en sí al amor. El amor está loco por la bondad, se le apega firmemente, y en el amor permanezco en la «puerta», y si no existiera el conocimiento, el amor sería ciego. Una piedra también tiene amor y su amor busca el suelo. Si permanezco pegado a la bondad (allí) en el derretimiento primero, y lo aprehendo a Él en cuanto es bueno, entonces tomo la «puerta», mas no a Dios. Por eso, el conocimiento es mejor ya que guía al amor. El amor, empero, despierta al apetito, al anhelo. El conocimiento, en cambio, no agrega ni un solo pensamiento, antes bien desprende y se separa y se adelanta corriendo y toca a Dios en su desnudez, y lo aprehende únicamente en su ser. SERMONES: SERMÓN XIX 3
San Lucas nos escribe en su Evangelio: «Un hombre había preparado una cena o un gran banquete nocturno» (Lucas 14, 16). ¿Quién la preparó? Un hombre. ¿Qué quiere decir que lo llame una cena? Un maestro dice que significa un gran amor porque Dios no permite el acceso a nadie que no sea íntimo de Dios. En segundo lugar da a entender lo puros que deben ser quienes disfrutan de esta cena. Ahora bien, nunca llega el anochecer sin que le haya precedido un día entero. Si no existiera el sol, nunca se haría de día. Cuando sale el sol hay luz matutinal; luego brilla cada vez más hasta que llegue el mediodía. Del mismo modo surge la luz divina en el alma para iluminar cada vez más las potencias del alma hasta que llegue el mediodía. Si el alma no ha recibido una luz divina, de ninguna manera se hace jamás de día en el alma, (hablando) espiritualmente. En tercer lugar nos da a entender que, quienquiera que desee participar dignamente de esta cena, tiene que llegar al anochecer. Cada vez que fenece la luz de este mundo, se hace de noche. Ahora bien, dice David: «Él asciende hacia el anochecer y su nombre es el Señor» (Salmo 67, 5). Así (hizo) Jacobo: cuando era de noche, se acostó y se durmió (Cfr. Génesis 28, 11). Esto significa el descanso del alma. En cuarto lugar (el pasaje de la Escritura) da a entender, según dice San Gregorio, que luego de la cena ya no hay más comida. A quien Dios da esta comida, le sabe tan dulce y deliciosa que no apetece nunca más otra comida. Dice San Agustín: Dios es de tal índole que aquel que la comprende, nunca más puede descansar en otra cosa. Dice San Agustín: Señor, si te nos quitas a ti, danos otro tú, o no descansaremos nunca; no queremos nada más que a ti. Ahora bien, dice un santo con respecto a un alma amante de Dios, que lo obliga a Dios a (hacer) todo cuanto ella quiere y que lo seduce completamente de modo que Él no le puede negar nada de todo cuanto Él es. De una manera se retiró y de otra se entregó; se retiró en cuanto Dios y hombre y se entregó en cuanto Dios y hombre como otro sí mismo en un pequeño recipiente secreto. No nos gusta permitir que una gran reliquia sea tocada o vista de-velada. Por eso, se puso la vestimenta bajo la forma del pan, exactamente así como la comida material es transformada por mi alma de modo tal que no haya rinconcito en mi naturaleza que no le sea unido. Porque en la naturaleza existe una fuerza que desprende lo más burdo y lo echa afuera; y lo más noble lo lleva hacia arriba para que no quede en ninguna parte tanto como la punta de una aguja que no le sea unido. Lo que comí hace quince días, está tan unido a mi alma como aquello que recibí en el vientre materno. Lo mismo le sucede a quien recibe con pureza esta comida; se une tan verdaderamente con ella, como la carne y la sangre son uno con mi alma. SERMONES: SERMÓN XIX 3
«Un hombre preparó una cena, un gran banquete nocturno» (Lucas 14, 16). Quien, por la mañana, ofrece una comida, invita a toda clase de gente, pero para la cena se invita a personas destacadas y queridas y amigos muy íntimos. En el día de hoy la Cristiandad celebra el día de la Cena que Nuestro Señor preparó a sus discípulos, sus amigos íntimos, cuando les dio de comer su sagrado Cuerpo. Esto es lo primero. Otro significado de la cena (es el siguiente): Antes de que se llegue al anochecer debe haber una mañana y un mediodía. La luz divina surge en el alma y crea una mañana y el alma trepa en la luz a la extensión y altura del mediodía; luego sigue el atardecer. Ahora hablaremos en un tercer sentido sobre el atardecer. Cuando baja la luz, anochece; cuando todo el mundo se desprende del alma, entonces anochece (y) así el alma halla su descanso. Pues bien, San Gregorio dice de la cena: Cuando se come por la mañana, sigue más tarde otra comida; pero después de la cena no sigue ninguna otra comida. Cuando el alma prueba la comida en la Cena, y la chispita del alma aprehende la luz divina, entonces ya no le hace falta comida alguna ni busca nada de afuera y se mantiene enteramente dentro de la luz divina. Ahora bien, San Agustín dice: Señor, si te nos quitas, danos otro tú; no encontramos satisfacción en nada que no seas tú, porque no queremos nada fuera de ti. Nuestro Señor se alejó de sus discípulos como Dios y hombre, y se les devolvió como Dios y hombre, pero de otra manera y bajo otra forma. (Es) como allí donde hay una gran reliquia; no se permite que sea tocada o vista descubierta; se la engarza en un cristal o en otra cosa. Así hizo también Nuestro Señor cuando se dio como otro sí mismo. En la Cena Dios se da como comida, con todo cuanto es, a sus queridos amigos. San Agustín se estremeció ante esta comida; entonces le dijo en el espíritu una voz: «Soy una comida para gente mayor; ¡crece y aumenta y cómeme! Tú no me transformas en ti, sino que eres transformado en mí». De la comida y bebida que yo probara hace quince noches, una potencia de mi alma se eligió lo más puro y lo más fino y lo introdujo en mi cuerpo y lo unió con todo cuanto hay dentro de mí de modo que no existe nada tan pequeño que se le pueda poner encima una aguja, que no se haya unido con ello; y es tan propiamente uno conmigo como lo que fue concebido en el seno de mi madre, al principio, cuando se me infundió la vida. La fuerza del Espíritu Santo toma con igual propiedad lo más límpido y lo más fino y lo más elevado, (o sea), la chispita del alma, y lo lleva íntegramente hacia arriba dentro del fuego, (o sea) el amor, tal como diré ahora del árbol: La fuerza del sol elige en la raíz del árbol lo más puro y lo más fino y lo tira todo hacia arriba hasta la rama; allí se convierte en flor. Exactamente de la misma manera, la chispita del alma es llevada arriba en la luz y en el Espíritu Santo, y es levantada de este modo al origen primigenio, y así se hace totalmente una con Dios y tiende completamente hacia lo Uno y es una sola con Dios en un sentido más propio de lo que es la comida con relación a mi cuerpo, ah sí, lo es mucho más en la medida en que es más acendrada y más noble. Por eso se dice: «Una gran cena». Pues bien, dice David: «Señor, cuán grandes y múltiples son la dulzura y la comida que tienes ocultadas para todos aquellos que te temen» (Salmo 30, 20); y a quien reciba con miedo esta comida, nunca le gustará realmente; hay que recibirla con amor. Por eso, un alma amante de Dios vence a Dios para que tenga que entregársele por completo. SERMONES: SERMÓN XIX 3
La otra palabra (dice): «Amigo, sube más arriba, asciende más». Yo hago de las dos (palabras) una sola. Cuando dice: «Amigo, sube más arriba, asciende más», se trata de un diálogo del alma con Dios, y se le contestó: «Un solo Dios y Padre de todos». Dice un maestro: (La) amistad reside en la voluntad. (La) amistad, en cuanto reside en la voluntad, no une. Ya lo he dicho en otras ocasiones: (El) amor no une; lo hace, es cierto, en una obra, mas no en el ser. Sólo por eso dice (el amor): «Un solo Dios», «sube más arriba, asciende más». Al fondo del alma no puede (llegar) nada que no sea la pura divinidad. Hasta el ángel supremo, por cerca que se halle de Dios, y por más afín que le sea y por grande que sea lo que posee de Dios – sus obras se realizan permanentemente en Dios, se halla unido con Dios en el ser (y) no en el obrar, le corresponde permanecer siempre en Dios y estar con Él – es, por cierto, un milagro lo noble que es el ángel; sin embargo, no puede (entrar) en el alma. Dice un maestro: Todas las criaturas que tienen diferenciación, son indignas de que Dios mismo opere en ellas. El alma en sí misma, allí donde se halla por encima del cuerpo, es ,tan acendrada y delicada que no acepta nada fuera de la mera divinidad acendrada. Sin embargo, ni siquiera Dios puede entrar, a no ser que se le haya quitado todo cuanto se le ha añadido. Por eso, se le contestó (al alma): «Un solo Dios». SERMONES: SERMÓN XXI 3
Es ciertamente un gran don el que el alma de tal manera sea introducida por el Espíritu Santo, porque así como al Hijo se lo llama «Verbo», así al Espíritu Santo se lo llama «Don»: de este modo lo designa la Escritura (Cfr. Hechos 2, 38). Ya he dicho varias veces: El amor aprehende a Dios en cuanto es bueno; si no fuera bueno no lo amaría y no lo consideraría Dios. No ama nada que carezca de bondad. Pero el entendimiento del alma aprehende a Dios en cuanto es ser puro, un ser que flota por encima (de todo). Mas, (el) ser y (la) bondad y (la) verdad tienen la misma extensión, pues (el) ser, en cuanto existe, es bueno y es verdadero. Pero resulta que ellos (los maestros) toman (la) bondad y la colocan sobre (el) ser: con ello encubren (el) ser y le hacen una piel porque le añaden algo. Por otra parte, lo aprehenden a Él en cuanto es Verdad. (El) ser ¿es (la) verdad? Sí, pues (la) verdad se halla vinculada a(l) ser porque Él le dijo a Moisés: «Me ha enviado El que es» (Cfr. Exodo 3, 14). Dice San Agustín: La Verdad es el Hijo en el Padre, porque (la) Verdad está vinculada a(l) ser… (El) ser ¿es (la) verdad? Si se hiciera esta pregunta a varios maestros, dirían: «¡Así es!». Si alguien me hubiera preguntado a mí, le habría dicho: «¡Así es!». Pero ahora digo: «¡No!», porque (la) verdad también es una añadidura. Mas (los maestros) lo toman ahora en cuanto es Uno, porque «Uno» es más propiamente uno que aquello que se halla unido. De aquello que es uno se ha separado todo lo demás; pero, no obstante, lo mismo que se ha separado, se ha añadido también por cuanto supone diferencia. SERMONES: SERMÓN XXIII 3
«Y fijaos»: esta palabra «et» (= y) significa en latín una unión y un atar y encerrar. Todo cuanto está atado y encerrado por completo, significa unión. Con ello quiero decir que el hombre esté atado a Dios y encerrado y unido con Él. Nuestros maestros dicen lo siguiente: (La) unión requiere semejanza. No puede haber unión sin que haya semejanza. Lo que está atado y encerrado produce unión. Aquello que se halla cerca de mí, por ejemplo, cuando estoy sentado junto a ello o me encuentro en el mismo lugar, eso no produce semejanza. Por ello dice Agustín: Señor, cuando me hallaba lejos de ti, eso no se debía a una distancia de lugar, sino que era a causa de la desigualdad en la que me hallaba yo. Dice un maestro: Aquel cuyo ser y obra están ubicados completamente en la eternidad, y aquel otro cuyo ser y obra se dan por completo en el tiempo, ésos nunca concuerdan; jamás se encontrarán. Nuestros maestros dicen: Entre aquellas cosas cuyo ser y obra se hallan en la eternidad, y aquellas cosas cuyo ser y obra se dan en el tiempo, debe haber, necesariamente, un medio (separador). (Mas), donde hay un encierro y una atadura perfectos, ahí debe haber, necesariamente, igualdad. Donde Dios y el alma han de estar unidos, ello debe ser a causa de (la) igualdad. Donde no hay desigualdad, debe haber, obligadamente, uno solo; no está unido solamente por el encierro, sino que se vuelve uno; no sólo (es) igualdad sino igual. Por ello decimos que el Hijo no es igual al Padre, sino que es la igualdad; es uno con el Padre. SERMONES: SERMÓN XLIV 3
Nuestros maestros más insignes dicen: Una imagen que se halla en una piedra o en una pared – si por debajo no hubiera ningún agregado -, esta imagen sería – para quien la toma en su carácter de imagen – totalmente una con aquello cuya imagen es. Cuando el alma entra en la imagen (en el alma) en la cual no hay nada extraño sino sólo la imagen (divina), con la cual constituye una sola imagen, entonces (esa alma) está bien aleccionada. Donde uno se halla traspuesto en la imagen en la cual se asemeja a Dios, ahí aprehende a Dios, ahí encuentra a Dios. Donde algo está dividido hacia fuera, no se encuentra a Dios. Cuando el alma entra en aquella imagen y se mantiene exclusivamente en la imagen, (entonces) encuentra a Dios en esa imagen; y el hecho de que se halle a sí y a Dios, implica una sola obra que es atemporal: ahí encuentra a Dios. En la medida en que se halla ahí adentro, en esa misma medida es uno con Dios; él quiere decir: en la medida en que uno se halla encerrado allí donde el alma es imagen de Dios. En cuanto el (hombre) se halle ahí adentro, en tanto será divino; en cuanto ahí adentro, en tanto en Dios, no encerrado ni unido, más bien: es uno. SERMONES: SERMÓN XLIV 3
Dice un maestro que cada igualdad significa un nacimiento. Afirma además: La naturaleza nunca encuentra cosa igual a sí, sin que haya, necesariamente, un nacimiento. Nuestros maestros dicen: El fuego, por fuerte que sea, no encendería nunca si no esperara un nacimiento. Por seca que estuviera la leña que se colocase adentro, jamás ardería si no fuera capaz de adquirir igualdad con él (= el fuego). El fuego desea nacer en la leña y que todo se haga un solo fuego y que éste se conserve y perdure. Si se extinguiera y deshiciera, ya no sería fuego; por eso desea ser conservado. La naturaleza del alma nunca contendría lo igual (= a Dios) a no ser que desease que Dios naciera en ella. Nunca se ubicaría en su naturaleza, ni desearía hacerlo si no esperara el nacimiento y éste lo opera Dios; y Dios nunca lo operaría si no quisiera que el alma naciese dentro de Él. Dios lo opera y el alma lo desea. De Dios es la obra y del alma, el deseo y la capacidad de que Dios nazca en ella y ella en Dios. El que el alma se le asemeje, lo obra Dios. Ella ha de esperar, necesariamente, que Dios nazca en ella y que sea sostenida dentro de Dios y ansíe la unión, para que sea sostenida en Dios. La naturaleza divina se derrama en la luz del alma, y es sostenida allí adentro. Con ello Dios se propone nacer en ella y serle unido y sostenido en ella. Esto ¿cómo puede ser? ¿Si decimos que Dios es su propio sostenedor? Cuando Él tira al alma hacia ahí adentro (= a su naturaleza divina), ella descubre que Dios es su propio sostenedor y entonces permanece ahí, de otro modo no se quedaría nunca. Dice Agustín: «Exactamente así como amas, así eres: si amas a la tierra, te vuelves terrestre; si amas a Dios, te vuelves divino. Si amo, pues, a Dios ¿me convierto en Dios? Esto no lo digo yo, os remito a la Sagrada Escritura. Dios ha dicho por intermedio del profeta: “Sois dioses e hijos del Altísimo”» (Salmo 81, 6). Y por eso digo: Dios da el nacimiento en lo igual. Si el alma no contara con ello, nunca desearía entrar ahí. Ella quiere ser sostenida dentro de Él; su vida depende de Él. Dios tiene un sostén, una permanencia en su ser; y por ello no hay otra alternativa que pelar y separar todo cuanto es del alma: su vida, (sus) potencias y (su) naturaleza, todo ha de ser quitado, manteniéndose ella en la luz acendrada donde constituye una sola imagen con Dios, allí encuentra a Dios. Es esta la peculiaridad de Dios de que no cae en Él nada extraño, nada sobrepuesto, nada agregado. Por ello, el alma no ha de recibir ninguna impresión ajena, nada sobrepuesto, nada agregado. Esto es lo (que decimos) del primer (punto) (= et). SERMONES: SERMÓN XLIV 3
Por eso digo: Cuando el hombre da la espalda a sí mismo y a todas las cosas creadas,… en la medida en que procedas así, serás unido y hecho feliz en la chispa del alma que nunca jamás tocó ni (al) tiempo ni (al) espacio. Esta chispa renuncia a todas las criaturas y no quiere nada fuera de Dios desnudo, tal como Él es en sí mismo. No se contenta ni con el Padre ni con el Hijo ni con el Espíritu Santo ni con las tres personas (juntas) en cuanto cada una subsiste en su peculiaridad. Digo por cierto que esa luz tampoco se contenta con la uniformidad de la índole fructífera de la naturaleza divina. Diré algo más todavía que suena más sorprendente aún: Digo por la verdad buena y eterna y perpetua que esa misma luz no se contenta con la esencia divina simple (e) inmóvil, que ni da ni recibe, más aún: ella quiere saber de dónde proviene esa esencia; quiere (penetrar) en el fondo simple, en el desierto silencioso adonde nunca echó mirada alguna la diferencia, ni (el) Padre ni (el) Hijo ni (el) Espíritu; en lo más íntimo que no es hogar para nadie. Allí esa luz se pone contenta y allí reside más entrañablemente que en sí misma, porque ese fondo constituye un silencio simple que es inmóvil en sí mismo; y esa inmovilidad mueve todas las cosas y (de ella) se reciben todas las vidas que viven (como) racionales en sí mismas. SERMONES: SERMÓN XLVIII 3
¡Ahora fijaos en el modo de su fecundidad! Por esta vez llamo a su alma noble un grano de trigo que (caído) a la tierra de su noble humanidad, pereció por (el) sufrimiento y (la) acción, por (la) aflicción y (la) muerte, según dijo Él mismo, cuando debía padecer, con estas palabras: «Mi alma está entristecida hasta la muerte» (Mateo 26, 38; Marcos 14, 34). Entonces no se refirió a su noble alma según la manera como ella contempla de modo cognoscitivo el bien supremo, con el cual se halla unido en la persona y (que) es Él mismo según la unión y según la persona: este (bien) lo contemplaba sin cesar con su potencia suprema en medio del sufrimiento máximo, tan de cerca y exactamente como lo hace ahora; ahí adentro no podía caer ninguna tristeza ni pena ni muerte. Verdaderamente es así, porque en momentos en los que el cuerpo moría atrozmente en la cruz, su noble espíritu vivía en tal presencia (= la contemplación del bien supremo). Pero, en la medida en que el noble espíritu se hallaba racionalmente unido a los sentidos y a la vida del santo cuerpo, hasta ese punto Nuestro Señor llamaba alma a su espíritu creado, por cuanto le daba vida al cuerpo y estaba unida con los sentidos y la facultad intelectual. En ese aspecto (y) hasta ese punto su alma «estaba entristecida hasta la muerte» junto con el cuerpo, porque el cuerpo debía morir. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
Ahora diré, pues, de esta destrucción que el grano de trigo, su noble alma, pereció en el cuerpo de dos maneras. Primero – según dije antes -, el alma noble junto con el Verbo eterno tenía una contemplación cognoscitiva de toda la naturaleza divina. A partir del primer momento en que Él (= el Cristo de cuerpo y alma) fue creado y unido (con su naturaleza divina), ella (= el alma de Cristo) pereció en la tierra, en el cuerpo, de modo que ya no tenía nada que ver con él (es decir, con su cuerpo), fuera de estar unida a él y de vivir (con él). Pero su vida, (si bien) se realizaba con el cuerpo, (se hallaba) por encima del cuerpo en Dios, inmediatamente, sin impedimento alguno. De tal manera pereció en la tierra, en el cuerpo, de modo que ya nada tenía que ver con éste, fuera de estar unida a el. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
El tercer (punto) consiste en que nos fijemos en esa recompensa, (o sea) en lo que dice Nuestro Señor: «Donde estoy yo, habrá de estar conmigo mi servidor» (Cfr. Juan 12, 26). ¿Dónde se halla la morada de Nuestro Señor Jesucristo? Ella se encuentra en el ser-uno con su Padre. Es una recompensa demasiado grande el que todos cuantos lo sirven, habrán de habitar en unión con Él. Por eso dijo San Felipe, cuando Nuestro Señor hablara de su Padre: «Señor, muéstranos a tu Padre y nos basta» (Cfr. Juan 14, 8), como si quisiera decir que le bastaba la (mera) visión. Debemos sentirnos mucho más contentos (empero) por habitar en unión con Él. Cuando Nuestro Señor se transfigurara en la montaña y les mostrara un símil de la claridad que hay en el cielo, San Pedro pidió también a Nuestro Señor que permanecieran allí eternamente (Cfr. Mateo 17, 1 a 4; Marcos 9, 1 a 4; Lucas 9, 28 a 33). Deberíamos tener un anhelo desmedidamente grande de (llegar a) la unión con Nuestro Señor (y) Dios. Esta unión con Nuestro Señor (y) Dios se ha de conocer sobre la base de la siguiente instrucción: Así como Dios es trino en las personas, así es uno por naturaleza. De ese modo hay que comprender también la unión de Nuestro Señor Jesucristo con su Padre y con el alma. Así como se distingue entre (el) blanco y (el) negro – el uno no puede tolerar al otro, el blanco no es negro – así sucede (también) con (el) algo y (la) nada. Nada es aquello que no puede tomar nada de nada; algo es aquello que recibe algo de algo. Exactamente así sucede con Dios: aquello que es algo, se halla siempre en Dios; allí no falta nada de ello. Cuando el alma es unida a Dios, tiene en Él todo cuanto es algo, en su entera perfección. Allí, el alma se olvida de sí misma – tal como es en sí misma – y de todas las cosas y se reconoce como divina en Dios, por cuanto Dios se halla en ella; y hasta ese punto se ama en Él a sí misma como divina y se halla unida con Él sin diferenciación de modo que no goza ni se alegra de nada a excepción de Él. ¿Qué más quiere apetecer o saber el hombre cuando se halla unido con Dios con tanta felicidad? Dios creó al hombre para esta unión. Cuando el señor Adán infringiera el mandamiento, fue expulsado del paraíso. Entonces, Nuestro Señor colocó delante del paraíso a dos custodios: un ángel y una espada llameante que era de doble filo (Cfr. Génesis 3, 23 ss.). Esto significa dos cosas mediante las cuales el hombre puede volver al cielo así como cayó de él. La primera: por medio de la naturaleza del ángel. San Dionisio dice: «La naturaleza angelical significa lo mismo que la revelación de la luz divina». Con los ángeles, (y) por medio de los ángeles y la luz (divina), el alma ha de dirigirse otra vez hacia Dios hasta que retorne al origen primigenio… Segundo: por medio de la espada llameante, esto quiere decir que el alma ha de volver por medio de obras buenas y divinas, hechas con amor ardiente por Dios y el hermano en Cristo. SERMONES: SERMÓN LVIII 3