ANTONIO ORBE — CRISTOLOGIA GNÓSTICA
O SUMO SACERDOTE
- A pessoa do Sumo Sacerdote
- Até o sacerdócio de Cristo homem
- Vestimenta sacerdotal
- Ministério sacerdotal de Jesus
- Se rasga o véu do santuário
- Sacerdote dos anjos
- Sacerdócio do Cristo animal
- A mediação do demiurgo
- Mediação do Espírito Santo em Basilides.
- Conclusão
Las noticias literarias no auguraban desarrollo semejante en torno al sacerdocio sumo de Cristo.
El vocabulario relativo al templo comenzó por abrirnos a un horizonte apenas sospechado. Los «naasenos» evocaban, en su mismo nombre, el santuario (naos) y la serpiente. «Dos límites» (horoi duo) o velos separaban a Dios del mundo, como paradigma de los del templo judaico. Límites que reaparecían en documentos tanto ofitas como valentinianos bajo la forma, mucho más hebrea, de cortinas (katapetasmata). El Evangelio según Felipe teorizaba sobre ellas, igual que sobre las moradas o «lugares de ofrenda (prosphora)» de Jerusalén, abiertas al ocaso, al sur y al oriente. Agregábanse las líneas sobre la purificación del templo según San Juan (fr.16 de Heracleón) y otras noticias dispersas entre las familias gnósticas, sin descuidar al Espíritu methorion y «diácono» de Basílides, de manifiestas resonancias cultuales.
Si la terminología resulta abundante y sugestiva, más lo es su desarrollo. Muy por encima de los predicamentos judíos parecía moverse el Hijo de Dios desde sus primerísimas actividades en el Pleroma y en el vestíbulo de la economía: según las variantes de la escuela valentiniana, de ordinario preteridas, en torno a Sofía y su primogénito. El sacerdocio sumo acompañó, no obstante, al Hijo desde su generación perfecta de Dios. Como Paráclito, empleóse primeramente a favor de su madre Sofía; ya desde entonces anunciaba su futuro sacerdocio sumo en pro de la iglesia (de Sofía) diseminada por el mundo. Las líneas fundamentales son claras: singularmente, la mediación salvífica entre Dios Padre, en cuyo seno se presenta — como sacerdote — , y el Espíritu Santo (resp. Sofía) y su iglesia dispersa por la creación.
Tolomeo envuelve la generación perfecta del Verbo en atmósfera cultual. Nace de Dios a raíz de la «eucaristía» y «eulogía» del Unigénito (resp. eones del Pleroma) al Padre; esto es, en acción de gracias a Dios por el espíritu (= unción) con que ha sido «cristificado» el Verbo (interior) para bien del futuro Kenoma. Y sale de Dios — como el Archiereús, del sancta sanctorum — para el ejercicio del sacerdocio sumo, mediador entre el Padre y los hombres.
El Verbo — siempre según Tolomeo — aparece rodeado de ángeles espirituales, miembros natos de la familia sacerdotal y destellos de su persona. Actúa al punto, «ejemplarmente», sobre Achamot, ungiéndola de su propio espíritu (masculino), y le otorga la iluminación para hacerla madre de la iglesia espiritual terrena. Más tarde, en la plenitud de los tiempos, se dejará sentir con los ángeles sobre los hombres (espirituales) de modo parecido, extendiendo a ellos el carácter sacerdotal angélico. En consecuencia, los miembros todos de la familia sagrada del Hijo — las dos iglesias espirituales, de ángeles y de hombres — harán unidad, y en comunión con Jesús, único Sacerdote de la economía salvífica, volverán en la final synteleia al sancta sanctorum para siempre.
Los valentinianos compendian, pues, la economía de la salud en clave sacerdotal, iniciándola con la generación del Verbo, que sale del Pleroma (= sancta sanctorum) para hacer «sumos sacerdotes» a los futuros hijos naturales de Dios, sus hermanos. Y acabándola, en la consumación, con el ingreso del Verbo, entre ángeles y hombres, en el sancta sanctorum de una vez para siempre.
Dentro del horizonte global, se perfila el valor de otros sacerdocios. En particular, el sacerdocio levítico y el de la Nueva Ley (en el NT). El levítico (o del AT), de índole animal, participa imperfectamente del verdadero sacerdocio del Hijo. Instituido por el demiurgo ciegamente a impulsos de una sabiduría más alta, tiene carácter transitorio y figurativo, y cesa con el advenimiento de Jesús. Dijimos algo sobre el ejercicio del Cristo animal (valentiniano) y sobre la mediación (cósmica) del demiurgo Yahvé. Ambos, por contraste, resaltan las categorías finísimas del verdadero sacerdocio.
El de la Nueva Ley afecta a Jesús, Verbo humanado. Aunque responde históricamente al trascendente y primerísimo del Hijo, el de Jesús es perfecto no sólo en su persona, sino en el ejercicio.
En su persona primero. Las dos ramas itálica y oriental emplean sintomáticamente para la «humanación» del Verbo una terminología sacerdotal inspirada en Platón y en el cuarto evangelio. El misterio de la «encarnación» — comparado a un trabajo textil — resuelve el problema de la comunión de lo invisible e inmortal con lo mortal y visible en sustancia única; según planteamiento y módulos platónicos (cf. Tim. 41D). Y explica la demiurgia de un «tejido» — la «estola del sumo sacerdote» — hecho de sustancia no-terrena, con que podrá el Sacerdote Sumo morir en cruz (cf. Io 19,23), sin comprometer con un instrumento no limpio (= el cuerpo hílico) la eficacia de su misión.
En el ejercicio sacerdotal después. Ungido de lleno con el Espíritu (masculino, del Padre) en el Jordán, actúa como Sacerdote único entre Dios y los hombres, interesando — al igual que en el Pleroma — al Cristo (superior) y al Espíritu (iluminador) para la gnosis de los espirituales. El misterio de la cruz sensibiliza — a título de horos-staurós — el «velo» del templo de Dios. Así como el desgarrón del velo en el templo de Jerusalén, responde al misterio de la «revelación» del Pleroma (resp. del Padre) a los espirituales — miembros de familia sacerdotal — , para que, mediante la gnosis, entren con Jesús en el sancta sanctorum. Gracias a la muerte de Jesús en cruz, se levanta de una vez para siempre, en beneficio de la iglesia espiritual terrena, el horos, o «velo» que oculta el seno de Dios, único definitivo santuario.
A raíz del Evangelio de Jesús, el sacerdocio sumo, vinculado por la filosofía pagana al «sabio», el culto interno de Dios irá a refugiarse entre los gnósticos. Miembros de linaje sacerdotal, poseen — con la «iluminación» otorgada por Jesús — el misterio del ignoto y levantan el velo de la trascendencia.
Basílides desarrolla una doctrina menos evangélica. Aun así, permite reconstruir su pensamiento sobre el sacerdocio sumo de Jesús con otros puntos de referencia. Al ejercicio de mediador único entre Dios y los hombres, característico del Hijo (= Luz = Evangelio = filiedad segunda), añade la eficacia del Espíritu methorion, «diácono» (del Hijo) para la obra de secesión, consumación y apocatástasis (de las esencias y estratos) del universo. Aunque sin tales términos coordina el ejercicio sacerdotal del Salvador con el «diaconal» del Espíritu o Sabiduría del mundo. Reserva al Cristo el mensaje riguroso del conocimiento de Dios, extensivo a los miembros de la filiedad tercera o «elegidos». Al Espíritu «diácono», puesto al servicio del Salvador, atribuye las funciones naturales asignadas por la filosofía pagana al «anima mundi» (resp. lex naturae). Da la impresión de que Basílides naturaliza, con extensión a todo el cosmos, mucho de lo que Valentín orienta hacia la salud del hombre. Y atribuye a la Sabiduría del mundo, sinónimo de Espíritu methorion, las dos funciones de legislar y de juzgar, asignadas por el evangelio a Cristo; con un sesgo físico aplicable a todas las esencias, que traduce por «distribuir, separar, restituir esencias», dentro del esquema del universo, según el concepto estoico de «salud».