Por ende, comienza primero contigo mismo y ¡renuncia a ti mismo! De cierto, sino huyes primero de tu propio yo, adondequiera que huyas encontrarás estorbos y discordia, sea donde fuere. La gente que busca la paz en las cosas exteriores, sea en lugares o en modos o en personas o en obras, o en el extranjero o en la pobreza o en la humillación, por grandes que sean o lo que sean, todo esto no es nada, sin embargo, y no da la paz. Quienes buscan así, lo hacen en forma completamente equivocada: cuanto más lejos vayan, tanto menos encontrarán lo que buscan. Caminan como alguien que pierde el camino: cuanto más lejos va, tanto más se extravía. Pero entonces ¿qué debe hacer? En primer término debe renunciar a sí mismo, con lo cual ha renunciado a todas las cosas. En verdad, si un hombre dejara un reino o todo el mundo, y se quedara consigo mismo, no habría renunciado a nada. Ah sí, cuando el hombre renuncia a sí mismo — no importa la cosa que retenga, riquezas, honores o lo que sea — entonces ha renunciado a todo. 31 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 3.
Con respecto a las palabras de San Pedro cuando dijo: «Mira, Señor, hemos renunciado a todo» (Mateo 19, 27) — y sin embargo, no había dejado nada más que una simple red y su barquito — advierte un santo diciendo: Quien renuncia voluntariamente a lo pequeño, no sólo renuncia a esto sino que deja todo cuanto la gente mundana puede obtener y hasta aquello que (sólo) puede apetecer. Pues, quien renuncia a su voluntad y a sí mismo, ha renunciado tan efectivamente a todas las cosas como si hubieran sido de su libre propiedad y él las hubiese poseído con pleno poder. Porque aquello que no quieres apetecer, lo has entregado y dejado todo por amor de Dios. Por ello dijo Nuestro Señor: «Bienaventurados son los pobres en espíritu (Mateo 5, 3), o sea, en la voluntad. Y nadie debe dudar de esto: si existiera un modo mejor, Nuestro Señor lo habría mencionado, así como dijo también: «Quien me quiere seguir que se niegue primero a sí mismo» (Mateo 16, 24); de esto depende todo. Presta atención a ti mismo; y allí donde te encuentras a ti, allí renuncia a ti; esto es lo mejor de todo. 32 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 3.
El hombre no se debe imaginar que al proceder así pierda alguna gracia, pues aquello que él deja voluntariamente por amor, lo recibirá en forma mucho más noble, tal como dijo Cristo: «Quien dejare una cosa por mí, recibirá cien veces tanto». (Mateo, 19,29). Sí, en verdad, lo que el hombre deja y de lo cual se desprende por amor de Dios, incluso en el caso de que ansíe muchísimo tener esa sensación de consuelo y de fervor entrañable, y si hace todo cuanto pueda hacer (para conseguirlo), pero Dios no se lo da, y (luego) él se resigna y renuncia a ello voluntariamente por amor de Dios: en verdad, lo encontrará en Él exactamente como si hubiera tenido plena posesión de todo el bien que existiera jamás, (pero) se hubiese privado, enajenado y desprendido de él voluntariamente por amor de Dios; recibirá cien veces tanto. Pues todo cuanto al hombre le gustaría tener, pero prescinde y se abstiene de ello por amor de Dios, ya sea de índole material o espiritual, lo encuentra todo en Dios como si lo hubiera poseído y se hubiese despojado de ello voluntariamente; porque el hombre, de buena voluntad, debe hallarse privado de todas las cosas por amor de Dios, y por amor desembarazarse y prescindir de todo consuelo en el amor. 85 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 10.
Semejante penitencia no consiste sino en (tener) el ánimo apartado de todas las cosas, elevándolo enteramente hacia Dios. Y aquellas obras donde logras tener, más que en otras, tal estado de ánimo y lo tienes gracias a esas obras, hazlas con toda libertad; pero si te estorba en ello alguna obra externa, como son ayunos, vigilias, lecturas o lo que sea, renuncia a ella sin vacilar y sin preocuparte de que puedas descuidar alguna obra de penitencia. Porque Dios no mira cuáles son las obras sino únicamente cuáles son el amor y la devoción y la disposición de ánimo en las obras. Pues a Él, nuestras obras no le importan mucho sino exclusivamente nuestra disposición de ánimo en todas nuestras obras y el que lo amemos tan sólo a Él en todas las cosas. Pues el hombre que no halla su contento en Dios es demasiado codicioso. La recompensa de todas tus obras debe consistir en que Dios las conozca y que tú, al hacerlas, pienses en Él; en todo momento esto te debe bastar y cuanto más natural e ingenuamente pienses en Él, tanto más propiamente expiarás tus pecados mediante todas tus obras. 132 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 16.
Ahora bien, dice Nuestro Señor: «Todo el que dejare algo por amor de mí, se lo devolveré (dándole) cien veces más y la vida eterna por añadidura» (Cfr Mateo 19, 29). Mas si lo dejas a causa del céntuplo y de la vida eterna, no has dejado nada; ah sí, aunque dejes (las cosas) por una recompensa cien mil veces más (elevada), no habrás dejado nada. Tienes que dejarte a ti mismo y esto por completo, entonces tu renuncia es buena. Cierta vez me vino a ver un hombre — todavía no hace mucho — y dijo que había renunciado a grandes cosas en cuanto a bienes raíces y posesiones a fin de salvar su alma. Entonces pensé: ¡Ay, cuán poco y qué cosas insignificantes has dejado! No es nada más que ceguera y necedad mientras estás mirando de algún modo las cosas que dejaste. (Mas), cuando hayas renunciado a ti mismo, entonces sí habrás renunciado. El hombre que se ha dejado a sí mismo, es tan puro que el mundo no simpatiza con él. 916 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXVIII 3
Una vez — todavía no hace mucho — se me ocurrió la siguiente idea: El que yo sea hombre, también otro hombre lo tiene en común conmigo; que yo vea y oiga y coma y beba, lo hace también el animal; pero lo que soy yo no le es propio a ningún hombre fuera de mí solo, ni de un ser humano ni de un ángel ni de Dios, a no ser en cuanto soy uno con Él; (esta) es una pureza y una unidad. Todo cuanto obra Dios, lo obra en lo Uno como igual a Él mismo. Dios da lo mismo a todas las cosas y, sin embargo, son muy disímiles en sus obras; pero, esto no obstante, tienden en todas sus obras hacia aquello que es igual a su propio ser. La naturaleza realizó en mi padre la obra de la naturaleza. (Mas) la naturaleza tenía la intención de que yo llegara a ser padre tal como él era padre. Él (mi padre) realiza toda su obra por algo semejante a él mismo y por su propia imagen para que él mismo sea lo obrado; en esto siempre se aspira a (que nazca) un «varón». Sólo allí donde la naturaleza es desviada u obstaculizada de modo que no disponga de su fuerza plena en su actuación, se origina una mujer. Mas, donde la naturaleza renuncia a su obra, ahí Dios empieza a obrar y hacer; porque si no hubiera mujeres, tampoco habría varones. Cuando el niño es concebido en el vientre de la madre, posee constitución, forma y figura; esto lo produce la naturaleza. Así permanece durante cuarenta días y cuarenta noches; pero al cuadragésimo día Dios crea al alma mucho más rápido que en un instante, para que el alma llegue a ser forma y vida para el cuerpo. Así, la obra de la naturaleza lleva hacia fuera todo cuanto la naturaleza puede obrar con lo que a forma, constitución y figura se refiere. La obra de la naturaleza sale por completo hacia fuera; y así como la obra de la naturaleza sale afuera, ella es sustituida por completo en el alma racional. Ahora se trata de una obra de la naturaleza y de una creación divina. 918 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXVIII 3
El alma tiene dos potencias que nada tienen que ver con el cuerpo; y éstas son (el) entendimiento y (la) voluntad: ellas operan por encima del tiempo. ¡Ojalá estuvieran abiertos los ojos del alma de modo que el conocimiento mirara claramente la verdad! ¡Sabed(lo): a tal hombre le resultaría tan fácil renunciar a todas las cosas como a un garbanzo o una lenteja o una nonada; ¡ah sí, por mi alma, todas estas cosas serían nonada para semejante hombre! Ahora bien, hay algunas personas que se despojan de estas cosas por amor, pero consideran muy grandes las cosas que han dejado. Pero aquel hombre que reconoce en la verdad que, si bien renuncia a sí mismo y a todas las cosas, esto no es nada aún… por cierto, el hombre que vive así, posee en la verdad todas las cosas. 1132 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLII 3
Por esta «viuda» entendemos el alma. Como estaba muerto el «marido», también estaba muerto el «hijo». Por el «hijo» concebimos (indirectamente) (el) entendimiento que en el alma es el «marido». Como ella (= la viuda) no vivía con el entendimiento, el «marido» estaba muerto y por eso era «viuda». «Junto a la fuente Nuestro Señor le dijo a la mujer: “¡Vete a casa, tráeme a tu marido!”» (Cfr Juan 4, 16). Él pensaba: como ella no vivía con el entendimiento, que es el «marido», por eso no le caía en suerte «el agua viva» (Cfr Juan 4, 10) que es el Espíritu Santo; Este se brinda sólo allí donde se vive con el entendimiento. (El) entendimiento es la parte suprema del alma donde, junto con los ángeles, tiene una co-existencia y un estar-comprendido en la naturaleza angelical. A la naturaleza angelical no la toca tiempo alguno; lo mismo sucede con (el) entendimiento que es el «marido» dentro del alma; no lo toca tiempo alguno. Si no se vive con el (entendimiento), muere el «hijo». Por eso, era «viuda». ¿Por qué «viuda»?… No existe ninguna criatura que no tenga algo bueno y al mismo tiempo algo defectuoso por lo cual se renuncia a Dios. El defecto de la «viuda» residía en que tenía muerta la facultad de dar a luz; por eso pereció también el fruto. 1145 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIII 3
Por eso digo: Cuando el hombre da la espalda a sí mismo y a todas las cosas creadas,… en la medida en que procedas así, serás unido y hecho feliz en la chispa del alma que nunca jamás tocó ni (al) tiempo ni (al) espacio. Esta chispa renuncia a todas las criaturas y no quiere nada fuera de Dios desnudo, tal como Él es en sí mismo. No se contenta ni con el Padre ni con el Hijo ni con el Espíritu Santo ni con las tres personas (juntas) en cuanto cada una subsiste en su peculiaridad. Digo por cierto que esa luz tampoco se contenta con la uniformidad de la índole fructífera de la naturaleza divina. Diré algo más todavía que suena más sorprendente aún: Digo por la verdad buena y eterna y perpetua que esa misma luz no se contenta con la esencia divina simple (e) inmóvil, que ni da ni recibe, más aún: ella quiere saber de dónde proviene esa esencia; quiere (penetrar) en el fondo simple, en el desierto silencioso adonde nunca echó mirada alguna la diferencia, ni (el) Padre ni (el) Hijo ni (el) Espíritu; en lo más íntimo que no es hogar para nadie. Allí esa luz se pone contenta y allí reside más entrañablemente que en sí misma, porque ese fondo constituye un silencio simple que es inmóvil en sí mismo; y esa inmovilidad mueve todas las cosas y (de ella) se reciben todas las vidas que viven (como) racionales en sí mismas. 1227 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLVIII 3
En estas palabras se pueden notar tres cosas. Una consiste en que se debe seguir y servir a Nuestro Señor por cuanto Él dice: «Quien me sirve, que me siga». Por ello, las palabras vienen a propósito para San Segundo, (cuyo nombre) dice lo mismo que «el que sigue a Dios», pues él (San Segundo) dejó (sus) bienes y vida y todo por amor de Dios. Así, todos cuantos quieren seguir a Dios, habrán de dejar cuanto puede ser un estorbo para (su trato) con Dios. Dice Crisóstomo: Estas son palabras duras para quienes se inclinan hacia este mundo y las cosas corpóreas, las cuales, para ellos, son una posesión muy dulce y (les es) difícil y amargo dejarlas. En esto se puede ver lo difícil que resulta a algunas personas, que no conocen las cosas espirituales, renunciar a las materiales. Como ya he dicho varias veces: ¿Por qué no les gustan las cosas dulces a los oídos lo mismo que a la boca?… Porque no están hechos para ello. Por la misma razón, el hombre carnal no conoce las cosas espirituales, ya que no tiene la disposición correspondiente. En cambio, a un hombre conocedor que conoce las cosas espirituales, le resulta fácil dejar todas las cosas corpóreas. San Dionisio dice que Dios pone en venta su reino de los cielos; y no hay cosa de tan poco valor como el reino de los cielos cuando está en venta, y nada es tan noble y su posesión hace tan feliz con tal de que se lo tenga merecido. Se dice que es de poco valor porque se le ofrece a cada cual por cuanto él sea capaz de procurar. Por ello, el hombre ha de dar todo cuanto posee a trueque del reino de los cielos: (en especial) su propia voluntad. Mientras conserva algo de su propia voluntad, no tiene merecido el reino de los cielos. A quien renuncia a sí mismo y a su propia voluntad, le resulta fácil dejar todas las cosas materiales. Como ya he narrado varias veces que un maestro le enseñó a su discípulo cómo podía llegar a conocer las cosas espirituales. Entonces dijo el discípulo: «Maestro, tu instrucción me ha enaltecido y sé que todas las cosas materiales son como un barquito que se mece en el mar, y como un pájaro que vuela por el aire». Porque todas las cosas espirituales están por encima de las materiales; cuanto más elevadas están, tanto más se extienden y van comprendiendo a las cosas materiales. Por eso, las cosas materiales son pequeñas frente a las espirituales; y cuanto más sublimes son las cosas espirituales, tanto más grandes son; y cuanto más vigorosas son en las obras, tanto más puras son en (su) esencia. Lo he dicho también varias veces y es cierto y un enunciado verdadero: Si un hombre estuviera muriendo de hambre y si se le ofreciese la mejor de las comidas, sin que hubiera en ella semejanza con Dios, él, antes de probar o gustar (la comida), se moriría de hambre. Y, si el hombre sintiera un frío mortal y se le ofreciese cualquier clase de vestimenta, sin que en ella hubiera semejanza con Dios, él no podría echarle mano ni ponérsela. Esto se refiere al primer (punto) de cómo hay que dejar todas las cosas y seguir a Dios (= Cristo). 1391 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LVIII 3
Pues bien, él (= el sabio) dice: «Con el espíritu de la sabiduría he recibido a la vez todas las cosas buenas» (Sabiduría 7, 11). Por entre los siete dones, el don de la sabiduría es el más noble. Dios no da ninguno de estos dones sin darse primero Él mismo, y de modo igual y de manera engendrante. Todo cuanto es bueno y puede traer gozo y consuelo, lo poseo todo en el «espíritu de la sabiduría» y (también) toda la dulzura, de manera que no permanece fuera (del espíritu) ni tanto como la punta de una aguja; y, sin embargo, sería nonada si uno no lo poseyera tan perfecta e igual y rectamente como lo goza Dios, así gozo yo lo mismo de modo igual en su naturaleza. Porque Él, en «el espíritu de la sabiduría», opera en forma completamente igual de modo que lo mínimo llega a ser como lo máximo, pero no lo máximo como lo mínimo. Es como si alguien injertara un vástago noble en un tronco tosco, luego todos los frutos salen según la nobleza del vástago y no según la tosquedad del tronco. Así sucede también en este espíritu: allí todas las obras se vuelven iguales, porque lo mínimo llega a ser como lo máximo, y no lo máximo como lo mínimo. Él (= Dios) se entrega de manera engendrante, porque la obra más noble en Dios es engendrar, con tal de que en Dios una cosa fuera más noble que otra; porque todo el placer de Dios está cifrado en engendrar. Todo cuanto me es congénito no me lo puede quitar nadie, a no ser que me quite a mí mismo. (En cambio) todo cuanto me puede caer en suerte, lo puedo perder; por eso, Dios nace íntegramente en mí para que no lo pierda nunca; pues, todo cuanto me es congénito, no lo pierdo. Dios tiene todo su placer en el nacimiento, y por eso engendra a su Hijo en nuestro fuero íntimo para que tengamos en ello todo nuestro deleite y engendremos junto con Él al mismo Hijo natural; porque Dios cifra todo su placer en el nacimiento y por eso nace dentro de nosotros para tener todo su deleite en nuestra alma y para que nosotros tengamos todo nuestro deleite en Él. Por eso dijo Cristo, según escribe San Juan en el Evangelio: «Me siguen» (Juan 10, 27). Seguir a Dios en sentido propio, eso está bien: que obedezcamos a su voluntad, como dije ayer: «¡Hágase tu voluntad!» (Mateo 6, 10). San Lucas escribe en el Evangelio que Nuestro Señor dijo: «Quien quiere seguirme, que renuncie a sí mismo y tome su cruz y sígame» (Lucas 9, 23). Quien renunciara a sí mismo en sentido propio, éste pertenecería a Dios por antonomasia, y Dios le pertenecería a él por antonomasia; de ello estoy tan seguro como del hecho de ser hombre. Para semejante hombre resulta tan fácil renunciar a todas las cosas como a una lenteja; y a cuanto más renuncia, tanto mejor. 1405 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LIX 3