Nicoll Thelema

Maurice Nicoll — A FLECHA NO ALVO
SEJA FEITA VOSSA VONTADE…” (Pai-Nosso)

¿Habrá oración más extraña que ésta? ‘Hágase tu voluntad… en la tierra.’ El significado implícito es que la voluntad de Dios no se hace en la tierra.

Y, a pesar de esto, las personas religiosas imaginan que todo lo que ocurre en la tierra es siempre la voluntad de Dios. Procuran consolarse y darse ánimos con este pensamiento, aun ante los accidentes más necios, ante el desastre y la muerte. Y quienes no son religiosos lo toman como una prueba de que no hay Dios.

Hay algo extraño en todo esto. Cierta falta de comprensión, o algún malentendido. O bien una confusión en el pensamiento.

Se juzga la existencia o no existencia de Dios según lo que pasa en la tierra. Cada década ve la aparición de libros que parecen demostrar que la existencia de Dios es un imposible ante todo el mal que hay en el mundo, ante tanta crueldad y ante todo el despilfarro que hay en la naturaleza. En la intimidad de sus pensamientos, muchas personas llegan a estas conclusiones o a otras muy similares. Presencian un accidente en el que de pronto mueren varias personas inofensivas, o bien una epidemia que mutila o destruye a decenas de niños; erupciones volcánicas, inundaciones y hambrunas que barren con millones; ven la crueldad de la naturaleza, animales que viven nutriéndose de otros animales y una serie de leyes despiadadas que gobiernan la creación.

En vista de esto, y si nos apoyamos en el mundo visible, ¿podemos creer que existe Dios, el Principio Supremo del más elevado Dios? Este es uno de los primeros problemas que confrontan a cualquiera que comienza a pensar seriamente. Por regla general, este pensamiento da como resultado la duda o el pesimismo. Y tiene razón el ateo que, buscando en todas las conclusiones que le ofrece el mundo visible con todas sus tragedias, concluye que la vida, tal cual la ve, no enseña nada acerca de la existencia de Dios.

Las gentes no entienden que lo que sucede en la tierra: sencillamente, sucede. Van más allá, y hasta quieren ver en los desastres que sufre la humanidad algún significado especial; es decir, que todas estas cosas son una especie de castigo dispuesto por Dios mismo. Ven en todo ello cómo la voluntad de Dios se hace en la tierra.

Pero esto es algo que se desmiente en el Nuevo Testamento. Cuando los discípulos informaron a Jesús que Pílalos había dado muerte a varios galileos (Lucas, XIII, 1/5), Jesús les dijo: “¿Pensáis que estos galileos, porque han padecido tales cosas, hayan sido más pecadores que todos los galileos”? Es evidente que los discípulos creían que Dios habla castigado a estos galileos por sus pecados. Se explicaron la catástrofe de esa manera y es justamente así como solemos considerar a veces las desgracias ajenas. Vieron la mano de Dios castigando el mal en la tierra. De esto sigue que, conforme a tal razonamiento, los galileos que sacrificó Pilatos debían haber sido especialmente malos. Jesús les pregunta si en realidad creen eso, y añade: “No, os digo; antes, si no os arrepintiereis, todos pereceréis igualmente.”

¿Qué significa esto? Que lo importante no es cuestión de pecar o no pecar, ni de un castigo en la vida, como tampoco de explicar lo que sucede ordinariamente. Lo importante es “arrepentirse.” La vida no prueba nada. Las personas que sufren una muerte atroz no son más pecadoras que otras. Lo que vemos no tiene ninguna relación con estas cosas. Si esperamos que el mundo visible nos demuestre que Dios existe o no existe, jamás lo conseguiremos. Esto es lo que esperaban o pensaban los discípulos, pero Jesús les dice que la respuesta no la hallarán ahí, en los hechos visibles, sino en algo que llama “arrepentimiento.” Esta palabra, sin embargo, no proporciona el verdadero sentido del original griego. La actitud de los discípulos ante la vida y ante la enseñanza que estaban recibiendo era en ambos casos errada. Mezclaban sus ideas ordinarias de la vida con las que Cristo procuraba enseñarles. De modo que prosigue y les pregunta si se imaginaban que los que habían muerto en un accidente en un suburbio de Jerusalén eran pecadores contumaces. Dice: “O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis que ellos fueron más deudores que todos los hombres que habitan en Jerusalén? No, os digo; antes, si no os arrepintiereis, todos pereceréis asimismo.” (Lucas, XIII, 4/5)

Su respuesta es la misma para las dos preguntas: los males que las gentes sufren en la tierra nada tienen que ver con el castigo divino, y no han de tomarse de este modo. Buscar a Dios en la vida, indagar en ella con ansiedad, apoyándose siempre en lo externo y dejándose siempre influir por lo que ocurre fuera y por todos los incidentes que se suceden, es perder por completo el sentido de lo que Cristo enseña. Pero tan mal se entiende esto, y es tan difícil captar su significado, que ciertas versiones del Evangelio dan una síntesis del Cap. XIII de Lucas titulándola: ‘Cristo enseña la. necesidad, de arrepentirse ante el castigo de Dios a los galileas y a otros.’ Lo asombroso es que esto sea justamente lo que Cristo no enseña. Cristo aun acentúa su significado, añadiendo un ejemplo a fin de aclararlo lo más posible y para que sus discípulos vean cuan errada es su actitud hacia la vida. Le habían preguntado acerca de los galileos y él les indicó que su muerte nada tenía que ver con un castigo divino, ni de sus pecados. Y agrega que la caída de la torre de Siloé, que mató a dieciocho, tampoco es un castigo por sus pecados. Sin embargo, esta errada actitud hacia la vida, y que Cristo procura corregir en sus discípulos, ha persistido a través de todo el pensamiento religioso y ha terminado por producir el choque tan fatal que hoy vemos entre la religión y la ciencia. Todos los libros y las enseñanzas religiosas pueden dividirse en dos categorías: una, la abrumadora mayoría, parte desde el punto de vista de los discípulos; la otra, muy reducida, del significado de la respuesta de Jesús.

Es evidente que en la respuesta que Jesús da a los discípulos va implícita la idea de que la voluntad de Dios no se hace en la tierra. Y esto es precisamente lo que se indica en el “Padre Nuestro.” Por tanto, sacar conclusiones acerca de Dios guiándose por lo que ocurre en la tierra, es partir de un punto de vista completamente errado. Pero, como es tan difícil separarse de los sentidos, siempre se parte desde este punto de vista en las reflexiones acerca de la existencia de Dios. La inmensa mayoría de la gente parte desde este errado nivel, de la misma manera como lo hicieron los discípulos, y así todo se revuelve en la mente. Y, al igual que los discípulos, que querían recibir algunas reflexiones morales acerca del pecado apoyándose en las noticias del día, las gentes consideran que el mundo externo y visible es el primer teatro de la venganza divina. Ven la mano de Dios en todos los acontecimientos. Lo ven distribuyendo castigos y recompensas según su conducta humana. Hasta quieren ver la mano de Dios en las guerras. Ven a Dios como la encarnación del derecho y la justicia en la tierra. Ven a Dios en la guerra, creen que Dios está de su parte y que su propia victoria significará el cumplimiento de su voluntad divina. Pero, lo que Jesús refuta es justamente esta idea externa de la religión, la idea que se apoya en los sentidos. Dice que todos correrán la misma suerte a menos que se arrepientan. Pero ¿qué es arrepentirse! (v. METANOIA)