Nicoll Tentando Jesus III

Maurice Nicoll — O HOMEM NOVO

As Tentações de Jesus — INTERPRETAÇÃO DE NICOLL (cont.)

En la tercera tentación de Cristo, el diablo comienza nuevamente diciendo: “Si eres Hijo de Dios…” Es preciso tener en cuenta que Cristo debió luchar contra todas las formas del amor propio en sí mismo, contra todos sus amores terrenales y cuanto de ellos se deriva. Tenía que sobreponerse a todo sentimiento de poder que surgía de su condición de ser humano, a fin de someterlo a un nivel o plano superior. Ahora bien; en un sentido real la tentación tiene que ver con la relación que existe entre un nivel inferior en el hombre mismo y el mayor nivel que le es posible alcanzar. Es indispensable tener en cuenta que la idea central de los Evangelios es que el hombre debe pasar de una condición inferior a una superior. Esto es justamente la evolución interna o íntima o el renacimiento. Desde que el “Verbo de Dios” es la enseñanza acerca de los medios necesarios para la evolución íntima, cualquier tentación intelectual que presentan los Evangelios se refiere a los pensamientos que el hombre alimenta en privado acerca de la Verdad del Verbo, de la verdad de los sentidos, así como todas las tentaciones emocionales son acerca del amor propio y del amor a Dios. Naturalmente que hay un desacuerdo entre los niveles superior e inferior, tal como podemos decir que existe un desacuerdo entre la semilla y la planta. Bien podemos decir que una semilla puede vivir por sí misma y estar llena de amor propio, o que también puede rendirse y someter su voluntad a las influencias superiores que buscan el modo de operar en ella de tal suerte que, mediante una transformación, pueda convertirse en una planta.

En Lucas, la tercera tentación se da en las siguientes palabras:

“Y le llevó a Jerusalén y púsole las almenas del templo, y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, échate aquí abajo; porque escrito está: que a sus ángeles mandará de ti que te guarden; y en las manos te llevarán porque no dañes tu pie en piedra». Y respondiendo Jesús le dijo: «.Dicho está: no tentarás al Señor, tu Dios».” (Luc. IV, 9-12.)

No es difícil comprender que el amor propio necesariamente hace que uno se adore a sí mismo. De tal suerte que el hombre, en efecto, se atribuye la divinidad a sí. O sea que lo inferior imagina ser lo superior y así tienta a Dios. No puede sentir su propia realidad y el hombre se infla a sí mismo como un globo que quisiera llegar al cielo. Y luego, intoxicado por la idea de la propia divinidad, en la locura de su particular ilusión, puede intentar lo imposible y así destruirse a sí mismo.

En los relatos acerca de la tentación por el diablo, se dice que Cristo fue llevado al desierto por el Espíritu. En Lucas se dice que “fue llevado por el Espíritu al desierto por cuarenta días, y era tentado del diablo”. En Marcos se expresa esto más vigorosamente: “Y luego el Espíritu le impele al desierto. Y estuvo allí en el desierto cuarenta días, y era tentado de Satanás; y estaba con las fieras y los ángeles le servían” (Marc. I, 12-13). En Mateo: “Entonces Jesús fue llevado del Espíritu al desierto para ser tentado del diablo” (Mat. IV, 1). En cada Evangelio que trata sobre ellas, las tentaciones vienen inmediatamente después del bautizo de Jesús por Juan en el río Jordán. Y parece raro que Cristo haya sido llevado a la tentación por el mismo espíritu de iluminación de que estaba lleno. Pero Cristo enseñó que el hombre debe nacer otra vez del Espíritu; y sin haber tentación no puede haber transformación alguna. El Espíritu es el medio que conecta lo superior con lo inferior. La parte humana de Cristo tenía que transformarse y ser elevada a un plano divino. Y desde que el Espíritu es el intermediario y atrae a lo inferior hacia lo superior mediante una serie de transformaciones, la misión del Espíritu es pues la de conducir al hombre al desierto. Mejor dicho, la de conducirlo al más .completo aturdimiento y perplejidad, y someterlo a la tentación por todos los elementos que lleva en sí mismo, a fin de que deje atrás todo cuanto es inútil para su evolución. Y para que todo aquello que en él pueda crecer y comprender, se coloque adelante. En el hombre, el diablo representa todo cuanto no puede evolucionar, todo cuanto no quiere y hasta odia la idea misma de la evolución interior. Es aquella parte del hombre que sólo quiere calumniar, que rehúsa comprender y que únicamente se preocupa de hacer su propia voluntad. Todo esto tiene que ir colocándose gradualmente tras del hombre que busca en realidad una evolución interior, y no debe permitírsele que tome la delantera ni el control de su vida. Dicho en otra forma, es preciso que cambie el orden de las cosas a fin de que lo que es primero sea lo postrero. Así, en uno de los relatos se nota que Cristo dice al diablo: “Colócate tras de mí. Satanás”. Que este nuevo orden de cosas no puede producirse de la noche a la mañana lo indica claramente el Evangelio de Lucas, en el que se informa que las tentaciones a que estuvo sometido Cristo no habían terminado. Dice que el diablo “se fue de él por un tiempo”.