eterna (Eckhart)

En la verdadera obediencia no se ha de encontrar ningún «lo quiero así o asá» o «esto o aquello», sino tan sólo un perfecto desasimiento de lo tuyo. Y por lo tanto, en la mejor de las oraciones que el hombre sea capaz de rezar, no se debe decir ni «¡Dame esta virtud o este modo!», ni «¡Ah sí, Señor, dame a ti mismo o la vida eterna!», sino solamente: «¡Señor, no me des nada fuera de lo que tú quieras y haz, Señor, lo que quieres y como lo quieres de cualquier modo!» Esta (oración) supera a la primera como el cielo a la tierra. Y si alguien reza así, ha rezado bien: cuando en verdadera obediencia ha salido de su yo para adentrarse en Dios. Y así como la verdadera obediencia no debe saber nada de «Yo quiero», tampoco habrá de oírse nunca que diga: «Yo no quiero»; porque «yo no quiero» es un verdadero veneno para toda obediencia. Como dice San Agustín: «Al leal servidor de Dios no se le antoja que le digan o den lo que le gustaría escuchar o ver; pues su anhelo primero y más elevado consiste en escuchar lo que más le gusta a Dios». 16 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 1.

En esta vida existen dos formas del saber relativo a la vida eterna. Una consiste en el hecho de que Dios mismo se lo diga al hombre o se lo anuncie por intermedio de un ángel o que se lo revele mediante una iluminación especial. Esto sucede raras veces y sólo a pocas personas. 123 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 15.

Mira, en este caso debes observar en ti dos cosas diferentes que también caracterizaron a Nuestro Señor. Él también tenía potencias superiores e inferiores y ellas tenían (que hacer) dos obras distintas: sus potencias superiores poseían la eterna bienaventuranza y disfrutaban de ella. Pero, al mismo tiempo, las inferiores se encontraban sometidas a los máximos sufrimientos y luchas en esta tierra, y ninguna de esas obras era un obstáculo para el objeto de otra. Así habrá de ser también en tu fuero íntimo, de modo que las potencias supremas se hallen elevadas hacia Dios y le sean ofrecidas y unidas íntegramente. Más aún: todos los sufrimientos, a fe mía, han de ser encargados exclusivamente al cuerpo y a las potencias inferiores y a los sentidos; mas el espíritu debe elevarse con plena fuerza y abismarse, desapegado, en su Dios. Pero el sufrimiento de los sentidos y de las potencias inferiores — al igual que esa tribulación — no lo afectan (al espíritu); porque cuanto mayor y más recia es la lucha, tanto mayores y más elogiables son también la victoria y la honra por la victoria, pues en este caso, cuanto mayor sea la tribulación y cuanto más fuerte el impacto del vicio, y el hombre los vence, no obstante, tanto más poseerás también esa virtud y tanto más le gustará a tu Dios. Y por ello: si quieres recibir dignamente a tu Dios, cuida de que tus potencias superiores estén orientadas hacia tu Dios, que tu voluntad busque su voluntad y (fíjate en) cuál es tu intención y cómo anda tu lealtad hacia Él. 176 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 20.

Un hombre bueno debe confiar en Dios, creerle y estar seguro y conocerlo bien, sabiendo que a Dios y a su bondad y amor les resulta imposible permitir que al hombre le sobrevenga algún sufrimiento o pena, a no ser que con ello (Dios) le quiera evitar al hombre una pena mayor o darle ya en esta tierra un consuelo más fuerte o lograr con esta (pena) y por ella una cosa mejor en la cual se evidenciaría más abarcadora y fuerte la gloria de Dios. Pero, sea como fuere: únicamente porque es la voluntad de Dios que así suceda, la voluntad del hombre bueno debe ser tan una y unida con la voluntad divina que el hombre quiera lo mismo que Dios, aun cuando sea en perjuicio suyo e incluso (implique) su condenación. Por ello, San Pablo deseaba ser apartado de Dios por amor de Dios y a causa de su voluntad y de su gloria (Cfr Rom 9,3). Pues, un hombre realmente perfecto debe, por habituación, haber muerto para sí mismo, haberse desnudado de su propia imagen en Dios y ser transformado, dentro de la voluntad de Dios, en tal imagen que toda su felicidad consiste en no saber nada de sí mismo y de todo lo demás sino conocer únicamente a Dios, y de no querer nada ni percatarse de ninguna voluntad que no sea la de Dios, aspirando a conocer a Dios tal como Dios me conoce a mí, según dice San Pablo (Cfr 1 Cor 13,12): Dios conoce a todo cuanto conoce, ama y quiere a todo cuanto ama y quiere, dentro de Él mismo, en su propia voluntad. Dice Nuestro Señor mismo: «Esta es la vida eterna conocer sólo a Dios» (Cfr Juan 17,3). 274 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Además existe otro consuelo. Si el hombre ha perdido bienes exteriores o a su amigo o a su pariente, o un ojo, una mano o lo que sea, ha de estar seguro de que, sufriéndolo pacientemente por amor de Dios, Él por lo menos se lo tiene todo en cuenta al precio por el cual no hubiera querido sufrirlo (la pérdida). (Pongamos por caso): Un hombre pierde un ojo. Si no hubiera querido echar de menos ese ojo por mil marcos o por seis mil o más, entonces ciertamente ante Dios y en Dios se le va a tener en cuenta todo aquello (= todo el contravalor) por lo cual no hubiera querido sufrir ese daño o pena. Y acaso Nuestro Señor se haya referido a esto cuando dijo: «Es mejor para ti entrar con un solo ojo en la vida eterna que perderte teniendo dos ojos» (Mateo 18,9). Y Dios también se habrá referido a ello cuando dijo: «Cualquiera que dejare padre y madre, hermana y hermano, casa o campo o lo que sea, recibirá cien veces tanto y la vida eterna (Cfr Mateo 19,29)». Me atrevo a decir con certeza por mi salvación eterna y (basándome) en la verdad divina que, aquel que, por amor de Dios y por bondad, dejare padre y madre, hermano y hermana o lo que sea, recibirá cien veces tanto (y ello) de dos modos: por una parte, su padre, su madre, su hermano y hermana, le resultarán cien veces más queridos de lo que le son ahora. Por otra parte, no sólo cien (personas) sino toda la gente, en cuanto gente y seres humanos, le resultarán incomparablemente más queridos de lo que le son ahora por naturaleza su padre, (su) madre o (su) hermano. El que el hombre no se percate de ello, proviene única y exclusivamente del hecho de que aún no ha dejado por completo al padre y a la madre, a la hermana y al hermano y a todas las cosas, puramente por amor de Dios y de la bondad. ¿Cómo ha dejado por amor de Dios al padre y a la madre, a la hermana y al hermano, aquel que los encuentra aún en esta tierra dentro de su corazón, aquel que se aflige y piensa y se fija todavía en lo que no es Dios? ¿Cómo ha dejado todas las cosas por amor de Dios aquel que repara y se fija aún en este bien y en aquél? San Agustín dice: Quita este bien y aquél, entonces queda la pura Bondad flotando en sí misma en su mera extensión: éste es Dios. Pues, como he dicho arriba: este bien y aquél no le agregan nada a la bondad, sino que esconden y encubren la bondad dentro de nosotros. Este hecho lo conoce y descubre quien lo mira y contempla en la verdad ya que es verdadero en la verdad, y por lo tanto hay que descubrirlo allí y en ninguna otra parte. 277 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Hay otro consuelo más: difícilmente se encontrará una persona a la cual no le guste tanto que alguien siga viviendo que no querría prescindir de un ojo o quedar ciego durante un año, con tal de que luego recupere la vista, pudiendo de esta manera salvar de la muerte a su amigo. Si, por consiguiente, un hombre durante un año quisiera prescindir de su ojo para salvar de la muerte a un hombre que de todos modos habrá de morir dentro de breves años, entonces debería prescindir (de alguna cosa) con razón y más gustosamente durante los diez o veinte o treinta años de vida que acaso le quedaran para lograr así su eterna salvación y contemplar por siempre jamás a Dios en su luz divina y en Dios a sí mismo y a todas las criaturas. 280 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Supondré otra cosa más: Has perdido mil marcos; en este caso no debes lamentarte por los mil marcos perdidos. Tienes que dar las gracias a Dios quien te diera los mil marcos que podías perder, y quien por ejercitarte en la virtud de la paciencia, permite que te ganes la vida eterna, lo cual no se concede a muchos miles de hombres. 292 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

La obra interior también es divina y deiforme y tiene sabor a peculiaridad divina por el siguiente hecho: Así como todas las criaturas, aun en el caso de que hubiera mil mundos, no superarían ni por el ancho de un pelo el valor de Dios solo, — así digo yo y ya lo dije anteriormente — que esa obra exterior, su cantidad y su magnitud, su largor y su anchura no aumentan absolutamente, en ningún caso, la bondad de la obra interior; pues ésta contiene su propia bondad. Por lo tanto, nunca puede ser pequeña la obra exterior cuando la interior es grande, y cuando ésta última es pequeña o no vale nada, aquélla nunca puede ser grande ni buena. En todo momento, la obra interior abarca en sí toda la magnitud y todo el anchor y largor. La obra interior toma y saca su ser completo sólo del corazón de Dios y en él (y) en ninguna otra parte; toma al Hijo y nace como hijo en el seno del Padre celestial. No así la obra exterior: ésta recibe más bien su bondad divina por intermedio de la obra interior, como nacida a término y derramada en el descenso de la divinidad revestida de diferencia, cantidad (y) división; (pero) todo esto y otras cosas por el estilo, así como también (la) misma semejanza, permanecen apartados de Dios y ajenos a Él. (Pues) se apegan y se detienen y se tranquilizan con aquello que es bueno (por separado), que está iluminado, que es criatura, y totalmente ciego con respecto a la bondad y a la luz en sí mismas y a lo Uno donde Dios engendra a su Hijo unigénito y en Él a todos cuantos son hijos de Dios, hijos natos. Ahí (quiere decir, en lo Uno) se hallan la emanación y el origen del Espíritu Santo y sólo por Él — en cuanto es el Espíritu de Dios y Dios mismo es Espíritu — es concebido dentro de nosotros el Hijo y ahí se da esta emanación (del Espíritu Santo) de todos cuantos son hijos de Dios, según han nacido con menor o mayor pureza sólo de Dios, transformados según la imagen y en la imagen de Dios, y apartados de toda cantidad como todavía se encuentra en los ángeles superiores en cuanto a su naturaleza y — si uno quiere llegar a conocerlo bien — ellos hasta están apartados de la bondad, la verdad y todo aquello que está sujeto, aunque fuera sólo en un pensamiento o en una denominación, a una vislumbre o sombra de una diferencia cualquiera, y se han entregado (sólo) a lo Uno que es libre de cualquier especie de cantidad y diferencia, donde también Dios-Padre-Hijo-y-Espíritu-Santo es y son Uno solo, habiendo perdido toda diferencia y cualidad y siendo desnudado de ellas. Y lo Uno obra nuestra salvación, y cuanto más alejados estemos de lo Uno, tanto menos seremos hijos e hijo y con tanta menor perfección surgirá dentro de nosotros y fluirá de nosotros el Espíritu Santo; en cambio, cuanto más cerca estemos de lo Uno, tanto más verdaderamente seremos hijos e hijo de Dios y de nosotros fluirá también Dios-el-Espíritu-Santo. A esto se refiere Nuestro Señor, (el) Hijo de Dios en la divinidad, cuando dice: «En el que beba del agua que yo le dé, surgirá un manantial que salta hasta la vida eterna» (Juan 4, 14), y San Juan afirma que esto lo decía del Espíritu Santo (Juan 7, 39). 299 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

En segundo término saco mis conclusiones no sólo de esta palabra dicha por Dios, de que está junto al hombre en su sufrimiento, sino que deduzco de la palabra y encuentro en ella lo que digo: Si Dios está conmigo en el sufrimiento ¿qué más quiero, qué otra cosa quiero? No quiero otra cosa, no quiero nada más que Dios, siempre y cuando yo esté bien encaminado. Dice San Agustín: «Muy codicioso y poco inteligente es aquel que no se contenta con Dios», y en otra parte expresa: «¿Cómo puede el hombre contentarse con los dones exteriores o interiores de Dios, si no se contenta con Dios mismo?» Por eso, vuelve a afirmar en otro lugar: Señor, si nos rechazas de ti, danos otro tú porque no queremos nada fuera de ti. De ahí que se diga en El Libro de la Sabiduría: «Con Dios, la eterna Sabiduría, he recibido de pronto todos los bienes juntos» (Sab 7, 11). En un determinado sentido esto significa que nada es bueno ni puede ser bueno que venga sin Dios y todo cuanto viene con Dios es bueno y solamente bueno porque viene con Dios. Sobre Dios quiero guardar silencio. Si se quitara a todas las criaturas del mundo entero el ser que otorga Dios, quedarían (hechas) una mera nada desagradable, carente de valor y aborrecible. En la palabra según la cual todo el bien viene junto con Dios, se esconden aún muchos otros significados preciosos, mas ahora resultaría demasiado largo exponerlos. 315 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Una es ésta: Un hombre bueno (y) de Dios, en verdad debería avergonzarse fuerte y profundamente de que en algún momento lo perturbara el sufrimiento, mientras vemos que el mercader para obtener una pequeña ganancia, e incluso al azar, recorre a menudo caminos fatigosos (pasando por) montañas y valles, desiertos y mares donde su vida y sus bienes están amenazados por los bandidos (y) asesinos, y él soporta grandes privaciones en cuanto a comida y bebida y sueño junto con otras molestias y, sin embargo, lo olvida todo de buen grado y voluntariamente en aras de un provecho muy pequeño e incierto. Un caballero arriesga en un combate sus bienes, su vida y su alma por la honra perecedera y poco duradera y ¡a nosotros nos parece una enormidad que suframos un poco por Dios (y por) la eterna bienaventuranza! 337 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 3

El hombre exterior, éste es el hombre hostil y malo que sembraba y arrojaba encima la cizaña (Cfr Mateo 13, 24 ss). De él dice San Pablo: Encuentro en mí una cosa que me estorba y que está en contra de lo que manda Dios y de lo que aconseja Dios y de lo que ha hablado Dios y todavía sigue hablando en lo más elevado, o sea, en el fondo de mi alma (Cfr Romanos 7, 23). Y en otra parte dice lamentándose: «¡Oh, desdichado de mí! ¿Quién me librará de esta carne y de este cuerpo de muerte?» (Romanos 7, 24). Y en otra parte vuelve a decir que el espíritu del hombre y su carne siempre se hacen la guerra. La carne aconseja (entregarse a) vicios y malicias; el espíritu aconseja (que se tenga) amor de Dios, alegría, paz y toda virtud (Cfr Gal 5, 17 ss). Quien le obedece al espíritu y vive de acuerdo con su consejo, a éste le pertenece la vida eterna (Cfr Galat 6, 8). El hombre interior es aquel de quien dice Nuestro Señor que «un hombre noble marchó a un país lejano para conquistarse un reino». Éste es el árbol bueno del cual dice Nuestro Señor que siempre da frutos buenos y nunca malos, porque quiere (la) bondad y se inclina hacia (la) bondad tal como flota (concentrada) en sí misma sin hallarse afectada por esto o aquello. El hombre exterior es el árbol malo que nunca es capaz de dar frutos buenos (Mateo 7, 18). 351 ECKHART: TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3

La característica del sexto grado consiste en que el hombre, luego de haber sido desnudado de su propia imagen, ha sido transformado en la imagen de la eternidad divina y ha logrado un olvido totalmente perfecto de la vida perecedera y temporal, y ha sido atraído por una imagen divina transformándose en ella, y (así) ha llegado a ser hijo de Dios. Más allá de esto no existe grado más sublime y allí hay tranquilidad y bienaventuranza eternas, porque la meta final del hombre interior y del hombre nuevo es: la vida eterna. 358 ECKHART: TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3

De la misma manera, digo yo, que el hombre noble toma y saca su ser, su vida y su felicidad enteras exclusivamente de Dios, junto a Dios y en Dios, (y) no las recibe del conocimiento, de la contemplación o del amor de Dios o de otras cosas por el estilo. Por eso dice Nuestro Señor con entrañable acierto que ésta es la vida eterna: conocer solamente a Dios como el único Dios verdadero (Juan 17, 3), mas no: conocer que se conoce a Dios. ¿Cómo podría ser también que el hombre que no se conoce a sí mismo, se conozca como el que conoce a Dios? Pues, por cierto, el hombre en absoluto se conoce a sí mismo y a otras cosas, (mas) eso sí, cuando llega a bienaventurado y es bienaventurado en la raíz y en el fondo de la bienaventuranza, conoce sólo a Dios. Pero cuando el alma conoce el hecho de conocer a Dios, adquiere (al mismo tiempo) el conocimiento de Dios y de sí misma. 369 ECKHART: TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3

Ahora has de saber que Dios, antes de existir el mundo, se ha mantenido — y sigue haciéndolo — en este desasimiento inmóvil, y debes saber (también): cuando Dios creó el cielo y la tierra y todas las criaturas, (esto) afectó su desasimiento inmóvil tan poco como si nunca criatura alguna hubiera sido creada. Digo más todavía: Cualquier oración y obra buena que el hombre pueda realizar en el siglo, afecta el desasimiento divino tan poco como si no hubiera ninguna oración ni obra buena en lo temporal, y a causa de ellas Dios nunca se vuelve más benigno ni mejor dispuesto para con el hombre que en el caso de que no hiciera nunca ni una oración ni las obras buenas. Digo más aún: Cuando el Hijo en la divinidad quiso hacerse hombre y lo hizo y padeció el martirio, esto afectó el desasimiento inmóvil de Dios tan poco como si nunca se hubiera hecho hombre. Ahora podrías decir: Entonces oigo bien que todas las oraciones y todas las buenas obras se pierden (=son inútiles) porque Dios no se ocupa de ellas (en el sentido de) que alguien lo pueda conmover con ellas y, sin embargo, se dice que Dios quiere que se le pidan todas las cosas. En este punto deberías escucharme bien y comprender perfectamente — siempre que seas capaz de hacerlo — que Dios en su primera mirada eterna — con tal de que podamos suponer una primera mirada — miró todas las cosas tal como sucederían, y en esta misma mirada vio cuándo y cómo iba a crear a las criaturas y cuándo el Hijo quería hacerse hombre y debía padecer; vio también la oración y la buena obra más insignificante que alguien iba a hacer, y contempló cuáles de las oraciones y devociones quería o debía escuchar; vio que mañana tú lo invocarás y le pedirás con seriedad, y esta invocación y oración Dios no las quiere escuchar mañana, porque (ya) las ha escuchado en su eternidad antes de que tú te hicieras hombre. Mas, si tu oración no es ferviente y carece de seriedad, Dios no te quiere rechazar ahora, porque (ya) te ha rechazado en su eternidad. Y de esta manera Dios ha contemplado con su primera mirada eterna todas las cosas, y Dios no obra nada de nuevo porque todas son cosas pre-operadas. Y de este modo Dios se mantiene, en todo momento, en su desasimiento inmóvil y, sin embargo, por eso no son inútiles la oración y las buenas obras de la gente, pues quien procede bien, recibe también buena recompensa, quien procede mal, recibe también la recompensa que corresponde. Esta idea la expresa San Agustín en «De la Trinidad», en el último capítulo del libro quinto, donde dice lo siguiente: «Deus autem», etcétera, esto quiere decir: «No quiera Dios que alguien diga que Dios ama a alguna persona de manera temporal, porque para Él nada ha pasado y tampoco es venidero, y Él ha amado a todos los santos antes de que fuera creado el mundo, tal como los había previsto. Y cuando llega el momento de que Él hace visible en el tiempo lo contemplado por Él en la eternidad, la gente se imagina que Dios les ha dispensado un nuevo amor; (mas) es así: cuando Él se enoja o hace algún bien, nosotros cambiamos y Él permanece inmutable, tal como la luz del sol permanece inmutable en sí misma». A idéntica idea alude Agustín en el cuarto capítulo del libro doce de «De la Trinidad» donde dice así: «Nam deus non ad tempus videt, nec aliquid fit novi in eius visione», «Dios no ve a la manera temporal y tampoco surge en Él ninguna visión nueva». A este pensamiento se refiere también Isidoro en el libro «Del bien supremo», donde dice lo siguiente: «Mucha gente pregunta: ¿Qué es lo que hizo Dios antes de crear el cielo y la tierra, o cuándo surgió en Dios la nueva voluntad de crear a las criaturas?» Y contesta así: «Nunca surgió una nueva voluntad en Dios, pues si bien es así que la criatura en ella misma no existía», como lo hace ahora, «existía, sin embargo, en Dios y en su razón desde la eternidad». Dios no creó el cielo y la tierra tal como nosotros decimos en el transcurso del tiempo: «¡Hágase esto!» porque todas las criaturas están enunciadas en la palabra eterna. A este respecto podemos alegar también lo dicho por Nuestro Señor a Moisés, cuando Moisés le dijera a Nuestro Señor: «Señor, si Faraón me pregunta quién eres ¿qué debo contestarle?», entonces respondió Nuestro Señor: «Dile pues que, El que es, me ha enviado» (Cfr Exodo 3, 13 s) Esto significa lo mismo que: El que es inmutable en sí mismo, me ha enviado. 384 ECKHART: TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3

¡Prestad atención, pues, todas las personas sensatas! Nadie está más animado que aquel que se mantiene en el mayor desasimiento. Nunca puede haber consuelo corpóreo y terrestre sin perjuicio espiritual, «porque la carne tiene deseos contrarios contra el espíritu y el espíritu contra la carne» (Gal 5, 17). Por ende, quien siembra un amor desordenado en la carne (Cfr Gal 6, 8) cosecha la muerte eterna; y quien siembra en el espíritu un amor como corresponde, cosecha del espíritu la vida eterna. Por lo tanto, cuanto más rápido el hombre huya de lo creado, tanto más rápido correrá a su encuentro el Creador. ¡En este punto, prestad atención, todas las personas sensatas! Como el placer que podríamos sentir ante la apariencia corpórea de Cristo le pone trabas a nuestra susceptibilidad frente al Espíritu Santo, ¡cuánto mayores serán las trabas que nos pone frente a Dios el placer desordenado con el que anhelamos perecederos consuelos! por eso, el desasimiento es lo mejor de todo, ya que purifica el alma y acendra la conciencia e inflama el corazón y despierta el espíritu y agiliza el ansia y conoce a Dios y aparta a la criatura y se une con Dios. 389 ECKHART: TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3

¡Ahora, prestad atención, todas las personas sensatas! El animal más rápido que os lleva a esta perfección, es el sufrimiento, porque nadie goza más de la eterna dulzura que aquellos que se hallan con Cristo en medio de la mayor de las amarguras. No hay nada más bilioso que el sufrir y no hay nada más melifluo que el haber-sufrido; ante la gente, nada desfigura más al cuerpo que el sufrimiento, mas ante Dios, nada adorna más al alma que el haber-sufrido. El fundamento más firme sobre el cual puede erguirse esta perfección, es la humildad porque el espíritu de aquel cuya naturaleza se arrastra aquí en el rebajamiento máximo, levanta vuelo hacia lo más elevado de la divinidad, pues el amor trae sufrimiento y el sufrimiento trae amor. Y por lo tanto, quien desea alcanzar el perfecto desasimiento, que corra tras la perfecta humildad, así se acercará a la divinidad. 390 ECKHART: TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3

Ahora bien, el segundo significado es éste: «Lo ha enviado al mundo». Entendamos pues, que se trata del gran mundo en cuyo interior miran los ángeles. ¿Cómo hemos de ser? Debemos estar allí con nuestro amor íntegro y con todo nuestro anhelo, según dice San Agustín: En aquello que el hombre ama, se transforma con el amor. ¿Hemos de decir, pues: Cuando el hombre ama a Dios se transforma en dios? Esto suena a incredulidad. En el amor que brinda un hombre no hay dos sino sólo uno y unión, y en el amor, antes que hallarme en mí mismo, soy más bien dios. Dice el profeta: «He dicho que sois dioses e hijos del Altísimo» (Salmo 81, 6). Suena extraño (cuando se dice) que el hombre de tal manera puede llegar a ser dios en el amor; sin embargo, es verdad dentro de la verdad eterna. Nuestro Señor Jesucristo poseía esta (unión). 475 ECKHART: SERMONES: SERMÓN V a 3

Por ello dice la palabrita que os he citado: «Dios ha enviado a su Hijo unigénito al mundo»; esto no lo debéis interpretar con miras al mundo exterior, cómo comía y bebía con nosotros; tenéis que comprenderlo con respecto al mundo interior. Así como es verdad que el Padre en su naturaleza simple engendra a su Hijo en forma natural, también es verdad que lo engendra en lo más entrañable del espíritu y esto es el mundo interior. Ahí el fondo de Dios es mi fondo, y mi fondo el de Dios. Ahí vivo de lo mío, así como Dios vive de lo suyo. Para quien mirara alguna vez en este fondo, aunque fuera por un solo instante, para ese hombre mil marcos de oro amarillo amonedado valdrían lo mismo que un maravedí falso. Desde este fondo más entrañable has de obrar todas tus obras sin porqué alguno. De cierto digo: Mientras hagas tus obras por el reino de los cielos o por Dios o por tu eterna bienaventuranza, (es decir), desde fuera, realmente andarás mal. Pueden aceptarte tal cual, pero no es lo mejor. Pues de veras, quien se imagina que recibe más de Dios en el ensimismamiento, la devoción, el dulce arrobamiento y en mercedes especiales, que (cuando se halla) cerca de la lumbre o en el establo, hace como si tomara a Dios, le envolviera la cabeza con una capa y lo empujara por debajo de un banco. Pues, quien busca a Dios mediante determinado modo, toma el modo y pierde a Dios que está escondido en el modo. Pero quien busca a Dios sin modo lo aprehende tal como es en sí mismo; y semejante persona vive con el Hijo y Él es la vida misma. Si alguien durante mil años preguntara a la vida: «¿Por qué vives?»… ésta, si fuera capaz de contestar, no diría sino: «Vivo porque vivo». Esto se debe a que la vida vive de su propio fondo y brota de lo suyo; por ello vive sin porqué justamente porque vive para sí misma. Si alguien preguntara entonces a un hombre veraz, uno que obra desde su propio fondo: «¿Por qué obras tus obras?»… él, si contestara bien, no diría sino: «Obro porque obro». 491 ECKHART: SERMONES: SERMÓN V b 3

A los ángeles y a los santos hay que darles alegría. ¡Oh, maravilla superior a todas las maravillas! ¿Es posible que un ser humano en esta vida les dé alegría a quienes se hallan en la vida eterna? ¡Sí, es cierto! Todo santo siente mucha e inefable alegría por cualquier obra buena; por una voluntad o una aspiración buenas sienten tamaña alegría que no hay boca capaz de pronunciar ni corazón capaz de pensar lo grande que es la alegría que esto les da. ¿Por qué será así? Porque aman a Dios sobremanera, y su amor es tan verdadero que prefieren la honra (de Dios) a la bienaventuranza de ellos. Y esto les da tanto placer no sólo a los santos y a los ángeles, sino también a Dios mismo, tal como si fuera la bienaventuranza de Él, y su ser y su contento y su deleite dependen de ello. ¡Pues bien, ahora prestad atención! Si quisiéramos servir a Dios por ninguna otra causa que por la gran alegría que sienten quienes están en la vida eterna, y Dios mismo, podríamos hacerlo con gusto y con todo empeño posible. 506 ECKHART: SERMONES: SERMÓN VI 3

«Los justos vivirán.» Por entre todas las cosas no hay nada tan querido y tan apetecible como la vida. Y, por otra parte, no hay ninguna vida tan mala ni onerosa que el hombre, pese a todo, no quiera vivir. Dice un escrito: Cuanto más cerca se halla una cosa de la muerte, tanto más apenada está. No importa lo mala que sea la vida, quiere vivir, no obstante. ¿Por qué comes? ¿Por qué duermes? Para que vivas. ¿Por qué apeteces bienes u honores? Lo sabes muy bien. Pero ¿por qué vives? Por la vida y, sin embargo, no sabes por qué vives. La vida en sí es tan apetecible que uno la apetece a causa de ella misma. Quienes están en el infierno, (sufriendo) la pena eterna, no quisieran perder su vida, ni los diablos ni las almas, porque su vida es tan noble que fluye de Dios al alma sin mediador alguno. Como fluye tan inmediatamente de Dios, por eso quieren vivir. ¿Qué es la vida? El ser de Dios es mi vida. Entonces, si mi vida es el ser de Dios, el ser de Dios ha de ser mío y la esencia primigenia de Dios mi esencia primigenia, ni más ni menos. 511 ECKHART: SERMONES: SERMÓN VI 3

El Padre engendra a su Hijo sin cesar. Cuando el Hijo ha nacido, (ya) no toma nada del Padre porque lo tiene todo; pero cuando nace, toma del Padre. Con miras a ello, tampoco debemos desear nada de Dios como si fuera un extraño. Nuestro Señor dijo a sus discípulos: «No os he llamado siervos sino amigos» (Cfr Juan 15, 14 ss). Quien pide algo de otro es «siervo» y quien paga es «señor». El otro día reflexioné sobre si quería tomar o pedir alguna cosa de Dios. Lo pensaré dos veces, pues si aceptara algo de Dios, me hallaría por debajo de Él como un «siervo» y Él, al dar, (sería) un «señor». (Pero) así no ha de ser con nosotros en la vida eterna. 516 ECKHART: SERMONES: SERMÓN VI 3

Ahora bien, se dice que «murieron». Esto de que «murieron» significa en primer término que se acaba cualquier cosa sufrida en este mundo y en esta vida. Dice San Agustín: Toda pena y cualquier obra trabajosa se acaban, pero es eterna la recompensa que Dios da por ellas. En segundo lugar, (significa) que debemos tener presente que esta vida entera es mortal de modo que no hemos de temer todas las penas y trabajos que nos puedan sobrevenir, pues se acabarán. En tercer lugar, que debemos comportarnos como si estuviéramos muertos de modo que no nos afecte ni lo agradable ni lo penoso. Dice un maestro: Nada es capaz de tocar al cielo, y esto quiere decir que es un hombre celestial aquel para quien todas las cosas no valen tanto que puedan afectarlo. Dice un maestro: Como todas las criaturas son tan ruines, ¿a qué se debe que pueden apartar al hombre tan fácilmente de Dios; y eso que el alma en su parte menos valiosa es más preciosa que el cielo y todas las criaturas? Él dice: Se debe a que aprecia poco a Dios. Si el hombre apreciara a Dios como debería hacerlo, sería casi imposible que cayera alguna vez. Y es una enseñanza buena (según la cual) el hombre debe comportarse en este mundo como si estuviera muerto. Dice San Gregorio que nadie puede poseer a Dios en grado considerable si no está muerto hasta el fondo para este mundo. 541 ECKHART: SERMONES: SERMÓN VIII 3

A veces digo que un leño es superior al oro; esto es muy sorprendente. Una piedra en cuanto tiene ser, es más noble que Dios y su divinidad sin ser, puesto el caso de que se le pueda quitar (el) ser. Ha de ser una vida muy vigorosa aquella en que las cosas muertas cobran vida (y) en la cual aun la muerte llega a ser vida. Para Dios no muere nada: todas las cosas viven en Él. «Están muertos» dice la Escritura con respecto a los mártires y se hallan trasladados a una vida eterna, aquella vida donde la vida es ser. Debemos estar muertos a fondo, de modo que no nos afecten ni lo agradable ni lo penoso. Cuanto hay que conocer debe conocerse en su causa. Nunca podemos conocer una cosa como es verdaderamente en sí misma, si no la conocemos en su causa. Jamás puede ser (un) conocimiento (verdadero) aquel que no conozca una cosa en su causa evidente. Así también, la vida nunca puede ser acabada, a no ser que se la refiera a su causa evidente, ahí donde la vida es un ser que el alma recibirá cuando muera hasta el fondo para que vivamos en la vida donde (la) vida es ser. Aquello que nos impide perseverar en esta (disposición), lo señala un maestro diciendo: Se debe al hecho de que toquemos (el) tiempo. Todo cuanto toca (el) tiempo, es mortal. Dice un maestro: El curso del cielo es eterno; es bien cierto que el tiempo proviene de él, (pero) esto sucede por una desviación. (Mas), en su curso es eterno; no sabe nada del tiempo y esto implica que el alma ha de ser puesta en un ser puro. El segundo (impedimento) se da cuando algo contiene en sí su contrario. ¿Qué es (un) contrario? Lo agradable y lo penoso, lo blanco y lo negro, constituyen contrarios y éstos no permanecen en (el) ser. 544 ECKHART: SERMONES: SERMÓN VIII 3

La palabra que acabo de pronunciar en latín, la dice la eterna Sabiduría del Padre, y ella reza (así): «Quien me escucha a mí, no se avergüenza» — si se avergüenza de alguna cosa, entonces se avergüenza de avergonzarse —. «Quien obra en mí no peca. Quien me revela e irradia, obtendrá la vida eterna» (Eclesiástico 24, 30 y 31). De estas tres palabritas que acabo de decir, cada una daría margen para un sermón. 612 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XII 3

En primer lugar, me referiré al hecho de que la Sabiduría eterna dice: «Quien me escucha a mí, no se avergüenza». Quien ha de escuchar la eterna Sabiduría del Padre, tiene que hallarse adentro y estar en su casa y ser una sola cosa, luego podrá escuchar la eterna Sabiduría del Padre. 613 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XII 3

Son tres las cosas que nos impiden escuchar la palabra eterna. La primera es (la) corporalidad, la segunda (la) multiplicidad, la tercera (la) temporalidad. Si el hombre hubiera avanzado más allá de estas tres cosas, viviría en la eternidad y viviría en el espíritu y viviría en la unidad y en el desierto, y allí escucharía la palabra eterna. Ahora dice Nuestro Señor: «Nadie escuchará mi palabra ni mi doctrina a no ser que haya renunciado a sí mismo» (Cfr Lucas 14, 26). Pues, quien ha de escuchar la palabra de Dios, debe estar completamente desasido. Lo mismo que escucha, es lo mismo que es escuchado en la Palabra eterna. Todo cuanto enseña el Padre eterno, es su esencia y su naturaleza y su entera divinidad; esto nos lo revela todo a la vez en su Hijo unigénito y nos enseña que somos el mismo hijo. El hombre que se hubiera desasido tanto de sí mismo que fuese el hijo unigénito, poseería lo que posee el Hijo unigénito. Cuanto obra Dios y cuanto enseña, lo obra y enseña todo en su Hijo unigénito. Dios hace todas sus obras a fin de que seamos el hijo unigénito. Cuando Dios ve que somos el hijo unigénito, Dios se inclina tan afanosamente hacia nosotros y se apresura tanto y hace como si su ser divino se quisiera quebrar y deshacer en sí mismo, para revelarnos todo el abismo de su divinidad y la plenitud de su ser y de su naturaleza; Dios está apurado para que eso sea propiedad nuestra tal como lo posee Él. Ahí Dios siente (el) placer y (el) deleite en su plenitud. Ese hombre se halla inmerso en el conocimiento y el amor de Dios y no será sino lo que es Dios mismo. 614 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XII 3

El hombre que se conserva así apegado al amor de Dios, debe haber muerto para sí mismo y para todas las cosas creadas, de modo tal que se fija tan poco en sí mismo como en alguien (que se encuentra) a más de mil millas de distancia. Semejante hombre permanece en la igualdad y permanece en la unidad y permanece completamente igual: dentro de él no cabe ninguna desigualdad. Este hombre debe haberse desasido de sí mismo y de todo este mundo. Si hubiera un ser humano a quien perteneciera todo este mundo y él lo dejara por amor de Dios tan desnudo como lo había recibido, a semejante (hombre) Nuestro Señor le devolvería todo este mundo y le daría también la vida eterna. Y si hubiera otra persona que no poseyera nada más que una buena voluntad y él pensara: Señor, si este mundo fuera mío y si tuviera otro más y otro tercero — serían tres en total — y si él expresara el deseo: Señor, voy a desasirme de éstos y de mí mismo con la misma desnudez con que los he recibido de ti, a tal hombre Dios le daría exactamente lo mismo que si lo hubiera ofrecido todo con sus manos. Otro hombre (empero) que no poseyera nada, ni corpóreo ni espiritual, para renunciar ,a ello u ofrecerlo, éste habría renunciado a más que ningún otro. Quien renunciara a sí mismo del todo por un instante, a éste se le daría todo. Si, en cambio, un hombre se hubiera desasido durante veinte años y volviera a agarrarse a sí mismo por un solo instante, entonces resultaría que nunca se había desasido. El hombre que ha renunciado y está desasido y que nunca jamás por un solo instante mira aquello a que ha renunciado, y que persevera, inmóvil, en sí mismo e inmutable, sólo este hombre se halla desasido. 621 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XII 3

Que Dios y la eterna Sabiduría nos ayuden para que seamos tan perseverantes e inmutables como el Padre eterno. Amén. 622 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XII 3

Dice San Juan: «A quienes lo recibieron, les dio poder de llegar a ser hijos de Dios. Quienes son hijos de Dios traen su origen ni de la carne ni de la sangre: han nacido de Dios» (Juan 1, 12 ss), no hacia fuera, sino hacia dentro. Dijo Nuestra querida Señora: «¿Cómo podrá ser que llegue a ser madre de Dios?» Entonces dijo el ángel: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti» (Cfr Lucas 1, 34 ss). Dijo David: «Hoy te he engendrado» (Salmo 2, 7). ¿Qué es hoy? (La) eternidad. Yo he engendrado eternamente, a mí (como) tú, y a ti (como) yo. Sin embargo, el hombre humilde (y) noble no se contenta con ser el hijo unigénito, engendrado eternamente por el Padre: quiere ser también Padre y adentrarse en la misma igualdad de la paternidad eterna y engendrar a Aquel de quien fui engendrado desde la eternidad. Según dije en (el convento de) Mergarden: Ahí Dios entra en lo suyo. Entrégate a Dios, entonces Dios llega a ser tuyo, tanto como se pertenece a sí mismo. Aquello que me es engendrado, permanece. Dios nunca se separa del hombre dondequiera que éste se dirija. El hombre puede separarse de Dios; por más que el hombre se aleje de Dios, Él se mantiene firme y lo espera y se le cruza en el camino antes de que él lo sepa. Si quieres que Dios sea tuyo debes ser suyo como (lo son para mí) mi lengua o mi mano, de modo que yo pueda hacer con (lo mío) lo que quiera. Así como yo no puedo hacer nada sin Él, Él tampoco puede obrar nada sin mí. Si quieres, pues, que Dios te pertenezca de tal manera, hazte propiedad de Él y no retengas en tu intención nada fuera de Él; entonces Él será el comienzo y el fin de todas tus obras así como su divinidad consiste en que es Dios. El hombre que de tal modo no pretende ni ama en sus obras nada que no sea Dios, a aquél Dios le da su divinidad. Todo cuanto obra el hombre (…) (lo obra Dios) pues mi humildad le otorga a Dios su divinidad. «La luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la han comprendido» (Juan 1, 5); esto quiere decir que Dios es no sólo el comienzo de nuestras obras y de nuestro ser, sino que es también el fin y el descanso para todo ser. 665 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XIV 3

Y según dije antes: Así como San Agustín es comparado con un recipiente de oro que está cerrado por debajo y abierto hacia arriba, ¡mira!, así debes ser tú: si quieres hallarte junto a San Agustín y en medio de la santidad de todos los santos, tu corazón debe estar cerrado para cuanto tiene cualidad de creado y aprehender a Dios tal como es en sí mismo. Por eso, los varones son comparados a las potencias superiores porque están todo el tiempo con la cabeza desnuda, y las mujeres a las potencias inferiores porque tienen la cabeza siempre cubierta. Las potencias superiores se hallan por encima del tiempo y del espacio y se originan inmediatamente en la esencia del alma; y a causa de ello se las parangona con los varones, ya que se mantienen siempre desnudas. De ahí que su obra sea eterna. Dice un maestro que todas las potencias inferiores del alma, en cuanto han tocado (el) tiempo o (el) espacio, han perdido en la misma medida su pureza virginal y nunca pueden ser desnudadas y cernidas tan perfectamente para que lleguen a entrar alguna vez en las potencias superiores; sin embargo, obtienen una impresión de una (=esa) imagen parecida. 710 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XVI b 3

He pronunciado una palabra en latín que dice Nuestro Señor en su Evangelio: «Quien odia a su alma en este mundo, la guardará para la vida eterna» (Juan 12, 25). 719 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XVII 3

Ahora (al escuchar) estas palabras, prestad atención a lo que quiere significar Nuestro Señor cuando dice que debemos odiar al alma. Quien ama a su alma en esta vida mortal y tal como es en este mundo, la pierde en la vida eterna; pero, quien la odia en cuanto mortal y (tal como) es en este mundo, la guarda para la vida eterna. 720 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XVII 3

Suplicad a Nuestro querido Señor que odiemos a nuestra alma, bajo la vestimenta por la cual es nuestra alma, de modo que la conservemos para la vida eterna. Que Dios nos ayude a lograrlo. Amén. 727 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XVII 3

Nuestro Señor se dirigió a una ciudad, llamada Naín, y con Él iban una muchedumbre y también los discípulos. Cuando llegó al portón (de la ciudad) estaban sacando de ahí a un joven muerto, hijo único de una viuda. Nuestro Señor se acercó y tocó el féretro donde yacía el muerto, y dijo: «Joven, yo te digo ¡levántate!». El joven se incorporó y en seguida comenzó a hablar gracias a (su inherente) semejanza (con el Verbo divino = Cristo), diciendo que había resucitado merced a la Palabra eterna (Lucas 7, 11 a 15). 735 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XVIII 3

Ahora digo yo: «Él se dirigió a la ciudad». Esa ciudad es aquella alma que se halla bien ordenada y fortificada y protegida contra las imperfecciones y que ha excluido toda multiplicidad y se encuentra en armonía y bien fortalecida en la salvación por Jesús, mientras está amurallada y cercada por la luz divina. Por eso dice el profeta: «Dios es un muro alrededor de Sión» (Cfr Isaías 26, 1). Dice la eterna Sabiduría: «Pronto descansaré de nuevo en la ciudad bendecida y santificada» (Eclesiástico 24, 15). Nada descansa ni une tanto como lo semejante; por ende, todo lo semejante se halla adentro y cerca y al lado. Es bendita aquella alma en la cual se encuentra sólo Dios y donde ninguna criatura logra (su) descanso. Por eso dice: «Pronto descansaré de nuevo en la ciudad bendecida y santificada». Toda santidad proviene del Espíritu Santo. La naturaleza no salta por encima de nada; siempre comienza a obrar en la parte más baja y sigue obrando así hasta llegar a lo más elevado. Dicen los maestros que el aire, si primero no se ha vuelto enrarecido y caliente, nunca se convierte en fuego. El Espíritu Santo toma al alma y la purifica en la luz y en la gracia y la atrae hacia arriba hasta lo altísimo. Por eso dice: «Pronto descansaré de nuevo en la ciudad santificada». Cuanto descansa el alma en Dios, tanto descansa Dios en ella. Si ella descansa (sólo) en parte en Él, Él descansa (sólo) en parte en ella; si ella descansa totalmente en Él, Él descansa totalmente en ella. Por eso dice la Sabiduría eterna: «(Pronto descansaré de nuevo». 736 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XVIII 3

El otro día dije que la puerta por donde Dios se derrite hacia fuera, es la bondad. (El) ser, empero, es aquello que se conserva dentro de sí mismo y no se derrite hacia fuera; al contrario, se derrite hacia dentro. Por otra parte, es (una) unidad aquello que se mantiene en sí mismo como uno solo, separado de todas las cosas sin comunicarse hacia fuera. (La) bondad, empero, es aquello donde Dios se derrite hacia fuera comunicándose a todas las criaturas. (El) ser es el Padre, (la) unidad es el Hijo junto con el Padre, (la) bondad el Espíritu Santo. Ahora bien, el Espíritu Santo toma al alma, «la ciudad santificada», en (su punto) más puro y elevado y la alza hasta su origen, éste es el Hijo, y el Hijo continúa llevándola hasta su origen, éste es el Padre, en el fondo, en lo primigenio donde el Hijo tiene su esencia, allí donde la eterna Sabiduría «pronto descansará de nuevo en la ciudad bendecida y santificada», o sea, en lo más íntimo. 738 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XVIII 3

(La) voluntad quiere bienaventuranza. Me preguntaron cuál es la diferencia entre (la) gracia y (la) bienaventuranza. (La) gracia, tal como la experimentamos aquí en este cuerpo, y (la) bienaventuranza que poseeremos más tarde en la vida eterna, son una a otra como la flor al fruto. Cuando el alma está toda llena de gracia, y de todo cuanto hay en ella ya no le queda nada que no sea obrado y acabado por la gracia (entonces), sin embargo, no todo — tal como se halla en el alma — llega a las obras de modo tal que la gracia acabe todo cuanto el alma debe obrar. Ya lo he dicho en otras oportunidades: (La) gracia no hace ninguna obra, sino que le infunde por completo al alma cualquier adorno; ésta es la plenitud en el reino del alma. Digo yo: (La) gracia no une al alma con Dios, ella constituye una consumación; su obra es ésta: llevar al alma de retorno a Dios. Allí le toca en suerte el fruto de la flor. En (la) voluntad, en cuanto quiere la bienaventuranza y en cuanto quiere estar con Dios y tal como es llevada hacia arriba en este sentido… en (una voluntad de) semejante limpidez puede ser que Dios se introduzca secretamente, y en la medida en que el entendimiento recibe a Dios tan puramente como Él es Verdad, en la misma medida Dios ha de introducirse en el entendimiento. Pero, en cuanto cae en la voluntad, Él tiene que subir más. Por eso dice: «Un solo Dios»; «Amigo, sube más arriba». 800 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXI 3

La máxima merced que Dios le hizo jamás al hombre fue el hecho de que se hiciera hombre. Quiero relataros un cuento que viene perfectamente al caso. Había un marido rico y una mujer rica. Luego, la mujer tuvo un accidente de modo que perdió un ojo; por eso se puso muy triste. Entonces, el marido la vino a ver y dijo: «Mujer ¿por qué estáis tan triste? No debéis entristeceros por haber perdido vuestro ojo». Ella contestó: «Señor, no me entristece el hecho de haber perdido mi ojo; me entristezco más bien porque me parece que por ello me amaréis menos». Entonces dijo él: «Mujer, yo os amo». Al poco tiempo él mismo se vació un ojo y fue a ver a la mujer y dijo: «Mujer, para que creáis ahora que os amo, me he igualado a vos; ya no tengo sino un solo ojo». Lo mismo sucede con el ser humano: apenas podía creer lo mucho que lo amaba Dios hasta que Dios mismo al fin se vació un ojo y adoptó la naturaleza humana. Esto es lo que significa: «Se hizo carne» (Juan 1, 14). Nuestra Señora dijo: «¿Cómo podrá ser esto?» Entonces dijo el ángel: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti» desde el trono altísimo, desde el Padre de la luz eterna (Cfr Lucas 1, 34 a 35 y Sabiduría 18, 15 y Santiago 1, 17). 814 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXII 3

«In principio» (Juan 1, 1). «Un niño ha nacido para nosotros, un hijo nos ha sido dado» (Isaías 9, 6); un niño según la pequeñez de la naturaleza humana, un hijo según la eterna divinidad. Dicen los maestros: Todas las criaturas operan con el propósito de engendrar y quieren asemejarse al Padre. Otro maestro dice: Cualquier causa operante opera por su meta para encontrar descanso y tranquilidad en su meta. Un maestro dice: Todas las criaturas obran de acuerdo con su primera pureza y su perfección suma. (El) fuego, en cuanto fuego, no enciende; es tan puro y tan fino que no arde; antes bien, la naturaleza del fuego es la que enciende e infunde a la leña reseca su naturaleza (=la del fuego) y su claridad de acuerdo con su perfección suma. Dios ha procedido de la misma manera. Creó al alma de acuerdo con la perfección suma y le infundió toda su claridad, en la primera pureza, y, sin embargo, se conservó sin entremezclarse. 815 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXII 3

«In principio». Con ello se nos ha dado a entender que somos un hijo único a quien el Padre engendró eternamente desde las tinieblas ocultas de la ocultación eterna, y que permanece dentro del primer principio de la pureza primigenia que es la plenitud de toda pureza. Allí he descansado y dormido eternamente en el conocimiento escondido del Padre eterno, permaneciendo adentro sin ser pronunciado. Desde esa pureza me ha engendrado eternamente, como su hijo unigénito, en la misma imagen de su paternidad eterna, para que yo sea padre y engendre a Aquel de quien nací. Es más o menos como si alguien se hallara delante de una alta montaña y llamara: «¿Estás ahí?», entonces el eco y la reflexión del sonido dirían también: «¿Estás ahí?». Si el dijera: «¡Sal de ahí!», el eco diría también: «¡Sal de ahí!» Ah sí, si alguien mirara un madero a semejante luz, éste se convertiría en ángel y se volvería dotado de razón y no sólo dotado de razón, (sino que) llegaría a ser razón pura en la pureza primigenia, que es la plenitud de toda pureza. Así procede Dios: engendra a su Hijo unigénito en la parte más elevada del alma. En el mismo proceso en el que engendra en mí a su Hijo unigénito, lo vuelvo a engendrar en el Padre. No fue distinto cuando Dios engendró al ángel mientras Él, a su vez, fue dado a luz por la Virgen. 818 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXII 3

Cuando Dios creó al alma, la creó de acuerdo con su perfección suma para que fuera una esposa del Hijo unigénito. Cuando Él (el Hijo) se dio perfecta cuenta de ello, quiso salir de su secreta tesorería de la eterna paternidad, donde había dormido desde la eternidad permaneciendo adentro sin haber sido pronunciado. «In principio». En el primer comienzo de la pureza primigenia, el Hijo tiene armada la tienda de su gloria eterna y salió de lo más excelso porque quería enaltecer a su amiga que el Padre le había desposado desde la eternidad, para que la trajera de vuelta a lo más excelso de donde ella proviniera. Y en otra parte está escrito: «Mira, tu rey viene hacia ti» (Zacarías 9, 9). Por eso, salió y vino corriendo como un cervato y sufrió su tormento por amor; y no salió sino porque quería regresar a su cuarto junto con su esposa. Este cuarto es la tranquila oscuridad de la paternidad oculta. Allí, donde salió de lo más excelso, allí quería ingresar otra vez con su esposa dentro de lo más puro, y revelarle el oculto arcano de su divinidad escondida donde descansa consigo mismo (y) con todas las criaturas. 821 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXII 3

«In principio», esto quiere decir en lengua vulgar algo así como un comienzo de todo ser, tal como dije en el colegio. Dije además: Es un fin de todo ser, pues el comienzo primigenio existe a causa de la última meta. Ah sí, Dios mismo no reposa allí donde Él es el comienzo primigenio; reposa allí donde es meta y descanso de todo ser; no se trata de que este ser se anonade, antes bien es perfeccionado allí en su meta final de acuerdo con su perfección suma. ¿Qué es la meta final? Es la oscuridad oculta de la eterna divinidad y es desconocida y no fue conocida nunca ni será conocida jamás. Allí Dios permanece desconocido en sí mismo y la luz del Padre eterno ha infiltrado sus rayos allí desde la eternidad, pero las tinieblas no comprenden la luz (Cfr Juan 1, 5). Que la Verdad de la que acabo de hablar, nos ayude a llegar a esta Verdad. Amén. 822 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXII 3

El mar, ¿por qué se llama «furia»? Porque se enfurece y está inquieto. «Ordenó a sus discípulos que subieran». Quien quiere escuchar al Verbo y llegar a ser discípulo de Cristo, tiene que subir y elevar su entendimiento por encima de todas las cosas corpóreas, y debe cruzar la «furia» de la inconstancia (inherente) a las cosas perecederas. Mientras existe alguna volubilidad, ya sea astucia o ira o tristeza, ella tapa el entendimiento de modo que no puede escuchar al Verbo. Dice un maestro: Quien ha de entender las cosas naturales y aun las materiales, debe desnudar su conocimiento de todas las demás cosas. Yo ya he dicho varias veces (lo siguiente): Cuando el sol vierte su luz sobre las cosas corpóreas, entonces transforma aquello a que puede abrazar, en (vapor) fino y lo alza consigo: si la luz del sol fuera capaz de hacerlo, lo elevaría hasta el fondo de donde ella ha emanado. Mas, cuando lo alza por el aire y (el vapor) se ha extendido en sí mismo y calentado por obra del sol y luego (cuando) sube hacia el frío, sufre un revés por el frío y se precipita en (forma de) lluvia o nieve. Así sucede con el Espíritu Santo: levanta al alma y la eleva y alza junto con Él, y si ella estuviera preparada, la levantaría hasta el fondo de donde Él ha emanado. Así acaece cuando el Espíritu Santo mora en el alma: entonces ella sube porque Él la alza junto consigo. Mas, cuando el Espíritu Santo se retira del alma, ella cae hacia abajo porque aquello que es de la tierra, cae hacia abajo; pero aquello que es de fuego, va girando hacia arriba. Por ello, el hombre debe haber pisoteado todas las cosas que son terrestres, y todo cuanto pueda encubrir el entendimiento para que no quede nada que no sea igual al conocimiento. Si (el alma) obra (sólo) en el conocimiento, es igual a éste. El alma que de tal manera ha ido más allá de todas las cosas, es elevada por el Espíritu Santo y Él la alza junto consigo hasta el fondo de donde Él emanó. Ah sí, la lleva a su imagen eterna de donde ella ha surgido, a esa imagen según la cual el Padre ha configurado todas las cosas, a esa imagen en la cual todas las cosas son uno, a la extensión y profundidad en las cuales vuelven a terminar todas las cosas. Quien quiere llegar a este (punto), escuchar al Verbo y ser discípulo de Jesús, la salvación, debe haber pisoteado todas las cosas que son desiguales (a la imagen). 831 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIII 3

Ahora observad que Dios dice: «¡Moisés, deja que me enfurezca!» Podríais decir: ¿Por qué se enfurece Dios?… Por ninguna otra cosa que por la pérdida de nuestra propia bienaventuranza y no porque busque lo suyo; tanto le apena a Dios que actuemos en contra de nuestra bienaventuranza. A Dios no le pudo pasar nada más penoso que el martirio y la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, su Hijo unigénito, que sufrió por nuestra bienaventuranza. Ahora observad (otra vez) que Dios dice: «¡Moisés, deja que me enfurezca!» Luego mirad qué es lo que un hombre bueno es capaz (de hacer) ante Dios. Ésta es una verdad cierta y necesaria: quienquiera que entregue por completo su voluntad a Dios, cautiva y obliga a Dios de modo que Él no puede hacer otra cosa sino lo que quiere el hombre. Quien le da por completo su voluntad a Dios, a ése Dios, (por su parte) le devuelve su voluntad tan completa y tan propiamente que la voluntad de Dios llega a ser propiedad del hombre, y Él ha jurado por sí mismo que no puede hacer nada fuera de lo que quiere el hombre; porque Dios no llega a ser propiedad de nadie que primero no haya llegado a ser su propiedad (la de Dios). Dice San Agustín: «Señor, tú no serás posesión de nadie a no ser que él antes se haya hecho propiedad tuya». Nosotros aturdimos a Dios de día y de noche diciendo: «¡Señor, hágase tu voluntad!» (Mateo 6, 10). Y luego, cuando se hace la voluntad de Dios, nos enojamos y eso está muy mal. Cuando nuestra voluntad se convierte en la voluntad de Dios, eso está bien; mas, cuando la voluntad de Dios llega a ser nuestra voluntad, está mucho mejor. Si tu voluntad llega a ser la voluntad de Dios y si luego estás enfermo, no querrías estar sano en contra de la voluntad de Dios, mas quisieras que fuese la voluntad de Dios de que estuvieras sano. Y cuando te va mal, querrías que fuera la voluntad de Dios de que te vaya bien. Pero cuando la voluntad de Dios llega a ser tu voluntad y estás enfermo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Si muere tu amigo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Una verdad segura y necesaria es (ésta): Si de ello dependieran todas las penas del infierno y todas las penas del purgatorio y todas las penas de este mundo… (tal hombre) querría sufrir eternamente de acuerdo con la voluntad de Dios todas las penas del infierno y lo consideraría para siempre su bienaventuranza eterna, y de acuerdo con la voluntad de Dios renunciaría a la bienaventuranza y a toda la perfección de Nuestra Señora y de todos los santos y querría sufrir para siempre jamás las eternas penas y amarguras sin apartarse de ello por un solo instante; ah sí, ni siquiera sería capaz de tener un solo pensamiento para desear alguna otra cosa. Cuando la voluntad se une así (con la voluntad de Dios) de modo que lleguen a ser un Uno único, entonces el Padre, desde el reino de los cielos, engendra a su Hijo unigénito en sí (al mismo tiempo que) en mí. ¿Por qué en sí (al mismo tiempo que) en mí? Porque soy uno con Él, no me puede excluir, y en esa obra el Espíritu Santo recibe su ser y su devenir tanto de mí como de Dios. ¿Por qué? Porque estoy en Dios. Si (el Espíritu Santo) no lo toma de mí, tampoco lo toma de Dios; no me puede excluir en modo alguno. La voluntad de Moisés había llegado a ser tan completamente la voluntad de Dios que prefería la honra de Dios (manifestada) en su pueblo, a su propia bienaventuranza. 863 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXV 3

Nuestro Señor dice en el Evangelio: «Mi doctrina no es mía sino de Aquel que me ha enviado» (Juan 7, 16). Un hombre bueno debe proceder de la misma manera (pensando): «Mi obra no es mía, mi vida no es mía». Y si me comporto así: toda la perfección y toda la bienaventuranza que tiene San Pedro, y, el hecho de que San Pablo ofreciera su cabeza, y toda la bienaventuranza que obtuvieron a causa (de su actitud), se me hacen tan gustosas como a ellos, y participaré perpetuamente de ello como si hubiera hecho las obras yo mismo. Más aún: de todas las obras realizadas alguna vez por todos los santos y todos los ángeles y aun de las hechas alguna vez por María, (la) Madre de Dios, habré de recibir eterna alegría como si las hubiese realizado yo mismo. 865 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXV 3

Ahora bien, Él dice: «lo que he escuchado». El hablar del Padre es su «engendrar», el «escuchar» del Hijo es su «nacer». Él dice pues: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre». Ah sí, todo cuanto ha escuchado de su Padre desde la eternidad, nos lo ha revelado sin ocultarnos nada de ello. Digo yo: Y si hubiera escuchado mil veces más, nos lo habría revelado sin ocultarnos nada de ello. Así también nosotros, no le debemos ocultar nada a Dios; debemos revelarle todo cuanto somos capaces de ofrecer(le). Porque, si reservaras algo para ti, perderías en igual proporción parte de tu eterna bienaventuranza, ya que Dios no nos ha ocultado nada de lo suyo. Estas palabras les parecen difíciles a algunas personas. Pero, por ello, nadie ha de desesperarse. Cuanto más te entregues a Dios, tanto más Dios, a su vez, se te dará Él mismo; cuanto más te despojes de ti mismo, tanto mayor será tu eterna bienaventuranza. El otro día, cuando rezaba mi Padrenuestro, que Dios mismo nos enseñara, pensé: Cuando decimos «¡Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad!» (Mateo 6, 10), le rogamos siempre a Dios que nos despoje de nosotros mismos. 904 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXVII 3

Y que la eterna Verdad de la cual he hablado, nos ayude para que obtengamos ese fruto. Amén. 906 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXVII 3

Ahora bien, dice Nuestro Señor: «Todo el que dejare algo por amor de mí, se lo devolveré (dándole) cien veces más y la vida eterna por añadidura» (Cfr Mateo 19, 29). Mas si lo dejas a causa del céntuplo y de la vida eterna, no has dejado nada; ah sí, aunque dejes (las cosas) por una recompensa cien mil veces más (elevada), no habrás dejado nada. Tienes que dejarte a ti mismo y esto por completo, entonces tu renuncia es buena. Cierta vez me vino a ver un hombre — todavía no hace mucho — y dijo que había renunciado a grandes cosas en cuanto a bienes raíces y posesiones a fin de salvar su alma. Entonces pensé: ¡Ay, cuán poco y qué cosas insignificantes has dejado! No es nada más que ceguera y necedad mientras estás mirando de algún modo las cosas que dejaste. (Mas), cuando hayas renunciado a ti mismo, entonces sí habrás renunciado. El hombre que se ha dejado a sí mismo, es tan puro que el mundo no simpatiza con él. 916 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXVIII 3

Pues bien, dijo Nuestro Señor: «No os he llamado siervos, os he llamado amigos, porque el siervo no sabe qué es lo que quiere su Señor» (Juan 15,15). También mi amigo podría saber algo que yo no sabía, por cuanto no querría comunicármelo. Mas Nuestro Señor dijo: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado». Me sorprende, pues, que algunos frailes, que pretenden ser muy doctos y grandes frailes, se contenten tan pronto y se dejen engañar. Al referirse a la palabra que dijo Nuestro Señor: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado»… quieren interpretarla diciendo que nos ha revelado cuanto nos hace falta para nuestra eterna bienaventuranza, mientras «estamos en camino». Yo no opino que se deba interpretar así, porque no es verdad. Dios ¿por qué se hizo hombre? Para que yo mismo naciera como el mismo Dios. Dios murió para que yo muriera para todo el mundo y todas las cosas creadas. Así hay que interpretar la palabra pronunciada por Nuestro Señor: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado». ¿Qué es lo que el Hijo escucha de su Padre? El padre no puede sino engendrar, el Hijo no puede sino nacer. Todo cuanto el Padre tiene y cuanto es, (o sea) la esencia abismal del ser divino y de la naturaleza divina, lo engendra todo en su Hijo unigénito. Esto es lo que el Hijo escucha del Padre, esto es lo que nos ha revelado para que seamos (cada uno) el mismo hijo. Todo cuanto tiene el Hijo, o sea, el ser y la naturaleza, lo tiene de su Padre, para que seamos (cada uno) el mismo hijo unigénito. (Por otra parte), nadie tiene el Espíritu Santo si no es el hijo unigénito. (Pues), allí donde se hace espíritu al Espíritu Santo, lo hacen espíritu el Padre y el Hijo; porque esto es esencial y espiritual. Puedes recibir, por cierto, los dones del Espíritu Santo o la semejanza con el Espíritu Santo; pero no permanece en tu interior, es inestable. Sucede lo mismo cuando una persona se ruboriza por vergüenza y (luego) palidece; es un accidente y pasajero. Mas el hombre que es rubicundo y hermoso por naturaleza, siempre sigue siéndolo. Así (también) le pasa al hombre que es el hijo unigénito: el Espíritu Santo permanece en él esencialmente. Por eso está escrito en el Libro de la Sabiduría: «Hoy te he engendrado» al reflejo de mi luz eterna, en la plenitud y «en la claridad de todos los santos» (Cfr Salmos 2,7; 109,3). Lo engendra ahora y «hoy». Ahí se está de parto en la divinidad, ahí se los «bautiza en el Espíritu Santo» — «ésta es la promesa que les ha hecho el Padre» —. «Luego de estos días que no son muchos sino pocos»: esto es la «plenitud de la divinidad» (Cfr Col 2, 9) donde no hay ni día ni noche; aquello que se halla a (una distancia de) mil millas, allí se encuentra tan cerca de mí como el lugar donde estoy parado ahora, allí hay plenitud y magnificencia de toda la divinidad, allí hay unidad. El alma, mientras percibe (aún) cualquier diferencia, anda mal; mientras todavía hay algo que mira hacia fuera o hacia dentro, no hay unidad. María Magdalena buscaba a Nuestro Señor en la tumba, buscaba a un muerto y encontró a dos ángeles vivos; por eso se sintió aún desconsolada. Entonces dijeron los ángeles: «¿De qué te preocupas? ¿Qué estás buscando? Un muerto y encuentras a dos vivos». Entonces dijo ella: «Justamente esto es mi desconsuelo que yo encuentre a dos y, sin embargo, busco a uno solo». (Cfr Juan 20,11 ss). 934 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIX 3

Que nos ayude el Espíritu Santo para que lleguemos a la paz eterna y al «lugar» innominado que es el ser divino. Amén. 1034 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXVI b 3

La chispita del entendimiento, ésta es la cabeza del alma, se llama el «marido» del alma, y es algo así como una chispita de la naturaleza divina, una luz divina, un rayo y una imagen inculcada, de naturaleza divina. Leemos sobre una mujer que le pidió un don a Dios (Cfr Juan 4, 7 y 15). El primer don que da Dios, es el Espíritu Santo; en Él Dios da todos sus dones: esto es «agua viva. A quien la doy, nunca jamás tendrá sed» (Cfr Juan 4, 10 y 13). Esta agua es gracia y luz y surge en el alma y surge adentro y se eleva y «salta hasta la eternidad» (Cfr Juan 4, 14). «Entonces dijo la mujer: “¡Señor, dame de esa agua!” (Cfr Juan 4, 15). Entonces dijo Nuestro Señor: “¡Tráeme a tu marido!” Entonces dijo ella: “Señor, no tengo ningún (marido)”. Entonces dijo Nuestro Señor: “Tienes razón; no tienes ninguno; pero has tenido cinco y el que ahora tienes, no es tuyo”» (Juan 4, 16 ss). San Agustín opina: «¿Por qué dijo Nuestro Señor: “Tienes razón”? Él quiere decir: Los cinco maridos son los cinco sentidos; te poseyeron en tu juventud según su entera voluntad y sus apetitos. Ahora, a tu edad madura, tienes uno que no es tuyo: es el entendimiento al que no obedeces». Cuando este «marido» está muerto, las cosas andan mal. El que el alma se separe del cuerpo causa gran dolor; pero el que Dios se separe del alma, duele sobremanera. Así como el alma le da vida al cuerpo, así Dios le da vida al alma. Del mismo modo que el alma se derrama por todos los miembros, Dios se introduce fluyendo en todas las potencias del alma y las atraviesa en forma tal que ellas siguen derramándole (a Dios) con bondad y amor sobre todo cuanto se halla cerca de ellas, para que todo esto lo perciba. Así, Él sigue fluyendo todo el tiempo, quiere decir, por encima del tiempo en la eternidad y en aquella vida en la cual viven todas las cosas. Por eso, Nuestro Señor le dijo a la mujer: «Doy el agua viva. Quien beba de esta agua, nunca jamás volverá a tener sed y vivirá la vida eterna» (Juan 4, 13 s). 1043 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXVII 3

«En aquel tiempo.» Al principio, cuando la palabra es recibida por mi entendimiento, ella es tan acendrada y sutil que es una palabra verdadera antes de ser configurada en mi pensamiento. En tercera (instancia) es pronunciada exteriormente por la boca y luego no es sino una manifestación de la palabra interior. Así también, la palabra eterna es pronunciada interiormente en el corazón del alma, en lo más íntimo, en lo más acendrado, en la cabeza del alma, de la que hablé el otro día, (o sea) en (el) entendimiento: ahí adentro se realiza el nacimiento. Quien no tuviera nada fuera de una idea plena y una esperanza de que así fuese, tendría ganas de saber cómo se realiza ese nacimiento y qué es lo que ayuda para que tenga lugar. 1059 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXVIII 3

Algunos profesores opinan que el espíritu consigue su bienaventuranza en el amor; otros afirman que la obtiene en la contemplación de Dios. Mas yo digo: No la consigue ni en el amor ni en el conocer ni en el contemplar. Podría preguntarse, pues: ¿El espíritu no tiene contemplación de Dios en la vida eterna? ¡Sí y no! En cuanto ha nacido, (ya) no tiene la mirada elevada hacia Dios ni la contemplación de Él. Pero en cuanto habrá de nacer (aún), tiene contemplación de Dios. Por eso, la bienaventuranza del espíritu reside allí donde ha nacido y no donde (todavía) está por nacer, porque vive donde vive el Padre, es decir, en (la) simpleza y en (la) desnudez del ser. Por eso, dales la espalda a todas las cosas y tómate puro en (el) ser; porque cuanto está fuera del ser, es «accidente» y todos los accidentes producen un porqué8. 1087 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXIX 3

Ahora dice (Mateo): «Pedro», esto significa lo mismo que «el que ve a Dios». Pues bien, los maestros preguntan si el núcleo de la vida eterna reside más en el entendimiento o en la voluntad. (La) voluntad tiene dos clases de obras: (el) anhelo y (el) amor. La obra del entendimiento (empero), es simple; por eso es mejor; su obra es conocer, y nunca descansa hasta que toque desnudo a aquello que conoce. Y de esta manera precede a la voluntad dándole a conocer aquello que ama. Mientras uno apetece las cosas, no las tiene. Cuando las tiene, las ama; así el deseo deja de existir. 1181 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLV 3

«Cefas» significa lo mismo que «una cabeza». La cabeza del alma es (el) entendimiento. Quienes se expresan del modo más burdo, dicen que lo que precede es el amor; pero aquellos que hacen la afirmación más acertada dicen expresamente — y también es verdad — que el núcleo de la vida eterna reside en el conocimiento antes que en el amor. ¡Y sabed el porqué! Dicen nuestros más insignes maestros — de los cuales no hay muchos — que el conocimiento y el entendimiento suben directamente hacia Dios. Mas, el amor se dirige hacia lo que ama; de ello infiere qué es lo que es bueno. Pero el conocimiento percibe aquello por lo cual es bueno. (La) miel es, en sí misma, más dulce que ninguna cosa que se pueda hacer con ella. El amor toma a Dios porque es bueno; pero (el) conocimiento se eleva y toma a Dios porque es ser. Por eso dice Dios: «¡Simón Pedro, tú eres bienaventurado!» Dios le da al hombre justo un ser divino y lo llama con el mismo nombre que pertenece a su (propio) ser. Por eso dice luego: «Mi Padre que está en el cielo». 1186 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLV 3

Estas palabras están escritas en el santo Evangelio, y Nuestro Señor Jesucristo dice: «En esto consiste la vida eterna, en que te conozcan a ti solo, como Dios verdadero y a tu Hijo Jesucristo, a quien enviaste» (Cfr Juan 17, 3). 1196 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLVI 3

Ahora ¡prestad atención! Nadie puede conocer al Padre sino su único Hijo, porque Él mismo dice que: «Nadie conoce al Padre sino su Hijo, y nadie conoce al Hijo sino su Padre» (Cfr Mateo 11, 27). Y por ende: si el hombre ha de conocer a Dios, en lo cual consiste su eterna bienaventuranza, entonces tiene que ser junto con Cristo un único hijo del Padre; y por eso: si queréis ser bienaventurados, debéis ser un solo hijo, no muchos hijos sino un solo hijo. Habéis de ser bien distintos según el nacimiento carnal, mas en el nacimiento eterno debéis ser uno solo, porque en Dios no hay nada más que un solo origen natural; y por eso no existe ahí nada más que una sola emanación natural del Hijo, no dos sino una. Por lo tanto: si habéis de ser un único hijo, junto con Cristo, debéis constituir una única emanación junto con el Verbo eterno. 1197 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLVI 3

De la misma manera digo yo con respecto a aquel hombre, que se ha anonadado a sí mismo, en sí mismo y en Dios y en todas las cosas: ese hombre ha ocupado el lugar más bajo y Dios tiene que verterse completamente en él, o… no es Dios. Digo por la verdad buena, eterna y perpetua, que Dios tiene que verterse del todo y de acuerdo con toda su capacidad, en cualquier hombre que haya renunciado a sí mismo hasta el fondo, y (Dios ha de hacerlo) de manera tan completa que no se reserve nada de toda su vida ni de todo su ser ni de su naturaleza ni de toda su divinidad, sino que debe verterlo del todo y de manera fecundante en ese hombre que se ha entregado a Dios, ocupando el lugar más bajo. 1224 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLVIII 3

Por eso digo: Cuando el hombre da la espalda a sí mismo y a todas las cosas creadas,… en la medida en que procedas así, serás unido y hecho feliz en la chispa del alma que nunca jamás tocó ni (al) tiempo ni (al) espacio. Esta chispa renuncia a todas las criaturas y no quiere nada fuera de Dios desnudo, tal como Él es en sí mismo. No se contenta ni con el Padre ni con el Hijo ni con el Espíritu Santo ni con las tres personas (juntas) en cuanto cada una subsiste en su peculiaridad. Digo por cierto que esa luz tampoco se contenta con la uniformidad de la índole fructífera de la naturaleza divina. Diré algo más todavía que suena más sorprendente aún: Digo por la verdad buena y eterna y perpetua que esa misma luz no se contenta con la esencia divina simple (e) inmóvil, que ni da ni recibe, más aún: ella quiere saber de dónde proviene esa esencia; quiere (penetrar) en el fondo simple, en el desierto silencioso adonde nunca echó mirada alguna la diferencia, ni (el) Padre ni (el) Hijo ni (el) Espíritu; en lo más íntimo que no es hogar para nadie. Allí esa luz se pone contenta y allí reside más entrañablemente que en sí misma, porque ese fondo constituye un silencio simple que es inmóvil en sí mismo; y esa inmovilidad mueve todas las cosas y (de ella) se reciben todas las vidas que viven (como) racionales en sí mismas. 1227 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLVIII 3

¡Ahora fijaos bien! Ni Juan ni ninguno de todos los santos nos han sido señalados como fin que debemos perseguir, o como meta limitada por debajo de la cual hemos de permanecer. Sólo Cristo, Nuestro Señor, es nuestro fin, a Él hemos de seguir y (Él es) nuestra meta por debajo de la cual hemos de permanecer y a la que debemos ser unidos, iguales a Él en toda su gloria, así como nos corresponde la unificación. En el reino de los cielos no hay ningún santo tan santo ni perfecto que su vida (en esta tierra), en cuanto a sus virtudes, no se haya realizado dentro de (determinada) medida, y según esa medida es también la jerarquía de su vida eterna, y toda su perfección (en el cielo) corresponde por completo a esa medida. Por cierto (y) en verdad: si existiera un solo hombre que sobrepasara la medida correspondiente al santo más destacado que ha vivido virtuosamente y recibido por ello su bienaventuranza… si existiese, pues, un solo hombre que sobrepasara en algo esa medida de la virtud, él sería en la manifestación de la virtud todavía más santo y más bienaventurado que aquel santo lo haya sido jamás. Digo por Dios — y es tan verdadero como que Dios vive —: No hay ningún santo tan perfecto en el cielo que tú no pudieras sobrepasar el grado de su santidad con (tu) santidad y (tu forma de) vida, y que no pudieses llegar más alto que él en el cielo y permanecer (así) por la eternidad. Por eso digo: Si alguien fuera más humilde que Juan e inferior (a él), habría de ser eternamente mayor que él (= Juan) en el reino de los cielos. La verdadera humildad es esta: que un hombre con todo cuanto es por naturaleza, como ser creado de la nada, no se empeñe en nada, ni en el hacer ni en el dejar de hacer, fuera de esperar la luz de la gracia. Que uno sea prudente en (su) hacer y dejar de hacer, ésta es la verdadera humildad de la naturaleza. (La) humildad del espíritu consiste en el hecho de que él (= el hombre) se adjudique o atribuya tan poco de todo el bien que Dios le hace continuamente, como hacía cuando aún no existía. 1251 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3

«Moisés penetró en la niebla y fue (subiendo) a la montaña» y entonces vio la luz divina (Cfr Exodo 20, 21). En verdad, uno encuentra la luz en las tinieblas, por lo tanto, cuando tenemos padecimientos e infortunios, esta luz se halla más cerca de nosotros que nada. Que Dios haga lo mejor o lo peor que pueda: Él tiene que darse a nosotros aunque fuera a través de trabajos e infortunios. Había una mujer santa que tenía muchos hijos a los que querían matar. Entonces se rió y dijo: «No debéis apenaros y tenéis que ser alegres y pensad en Vuestro Padre celestial, porque de mí no habéis recibido nada» (Cfr 2 Macabeos 7, 20 ss). (Fue) exactamente como si hubiera querido decir: «Vuestro ser lo tenéis inmediatamente de Dios». Esto encuadra bien en nuestro (contexto). Nuestro Señor dijo: «Tus tinieblas» — es decir, tu sufrimiento — «serán transformadas en clara luz» (Cfr Isaías 58, 10). Sin embargo, yo no debo anhelar ni apetecer (el sufrimiento). En otro lugar dije yo: Las tinieblas ocultas de la luz invisible de la eterna divinidad son desconocidas y nunca serán conocidas. Y «la luz del Padre eterno ha brillado eternamente en estas tinieblas, y estas tinieblas no comprenden a la luz» (Cfr Juan 1, 5). 1285 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LI 3

Pues bien, que Dios nos ayude para que lleguemos a esta luz eterna. Amén. 1286 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LI 3

Ahora os ruego que seáis igualmente (pobres) para (poder) comprender estas palabras; porque os digo por la verdad eterna: Si no os asemejáis a esta verdad, de la cual hablaremos ahora, no podréis comprenderme. 1297 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LII 3

Si alguien me pregunta, pues, qué es un hombre pobre que no quiere nada, le contesto y digo así: Mientras el hombre todavía posee la voluntad de querer cumplir la queridísima voluntad de Dios, semejante hombre no tiene la pobreza de la cual queremos hablar, pues todavía tiene una voluntad con la que quiere satisfacer la voluntad de Dios, y esto no es pobreza genuina. Pues, si el hombre de veras ha de poseer (la) pobreza, debe estar tan libre de su voluntad creada como lo era antes de ser. Porque os digo por la eterna verdad: Mientras tenéis la voluntad de cumplir la voluntad de Dios y deseáis (llegar) a la eternidad y a Dios, no sois pobres; pues un hombre pobre es (sólo) aquel que no quiere nada ni apetece nada. 1301 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LII 3

«Nuestro Señor levantó y elevó desde abajo sus ojos y mirando hacia el cielo, dijo: “Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique. A todos cuantos Tú me has dado, confiéreles la vida eterna. En esto consiste la vida eterna en que conozcan a ti solo, como Dios uno (y) verdadero”» (Cfr Juan 17, 1 ss). 1335 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LIV a 3

Pero (digamos) algo de la palabrita que reza: «Todos cuantos Tú me has dado». Para quien se fija en el sentido exacto, significa lo mismo que: «Todo cuanto me has dado»: «esta vida eterna» se la doy a ellos, es la misma que tiene el Hijo en el primigenio efluvio violento y en el mismo fondo y en la misma pureza y en el gozo con el cual posee su propia bienaventuranza y tiene su propio ser: «Esta vida eterna se la doy a ellos» (Juan 10, 28) y otra, no. Oportunamente he expresado este sentido de manera general, pero esta noche lo paso por alto, y corresponde mas bien a la versión latina, como la he citado varias veces. Solicítaselo a Él tú mismo y atrévete a decirlo bajo mi responsabilidad. 1341 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LIV a 3

Luego dice: «En esto consiste la vida eterna en que te conozcan a ti solo, Dios uno (y) verdadero». Si (dos) hombres conocieran a Dios como «uno», y uno de ellos entendiera por ello (la cantidad numérica de) mil y el otro conociera a Dios en mayor medida como «uno», por poco que fuera, él conocería (a Dios) más como «uno» que aquel que conociera (la cantidad de) mil. Cuanto más se conoce a Dios como «uno», tanto más se lo conoce como «todo». Si mi alma fuera comprensiva y noble y pura, todo cuanto conociera, sería «uno». Si un ángel conociera (una cosa) y ella tuviera (para él) el valor de diez, y si otro ángel, más noble (= de mayor jerarquía) que aquél, conociera lo mismo, ello sería (para él) nada más que uno. Por eso dice San Agustín: Si yo conociera todas las cosas y no a Dios, no habría conocido nada. Mas, si conociera a Dios y no conociese ninguna otra cosa, habría conocido todas las cosas. Cuanto más insistente y profundamente se conoce a Dios como «uno», tanto más se conoce la raíz de la cual han germinado todas las cosas. Cuanto más se conoce como «uno» la raíz y el núcleo y el fondo de la divinidad, tanto más se conocen todas las cosas. Por eso dice: «Para que te conozcan Dios uno (y) verdadero». No dice ni Dios «sabio» ni Dios «justo» ni Dios «poderoso», sino únicamente «Dios uno (y) verdadero», y quiere decir que el alma debe apartar y mondar todo cuanto se agrega a Dios en el pensamiento o en el conocimiento, y que se lo tome desnudo tal como es (un) ser acendrado: así es «Dios verdadero». Por eso dice Nuestro Señor: «En esto consiste la vida eterna en que te conozcan a ti solo, Dios uno (y) verdadero». 1342 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LIV a 3

Ahora se plantea el interrogante de ¿por qué ella no vio al Señor cuando se hallaba tan cerca de ella? Acaso podría ser que el llanto hubiera perturbado su vista de modo que no podía verlo con suficiente rapidez. Segundo: que el amor la había cegado de manera que no creía que Él se encontrara tan cerca de ella. Tercero: ella miraba continuamente hacia más allá de donde Él se encontraba; por eso no lo vio. Buscaba un cadáver y encontró a (dos) ángeles vivos. Un «ángel» significa lo mismo que un «mensajero», y un «mensajero» lo mismo que «alguien que ha sido enviado». Así notamos que el Hijo ha sido enviado y el Espíritu Santo también; mas ellos son iguales. Es, empero, la cualidad de Dios — como dice un maestro — que nada se le iguala. Ella buscaba lo que era igual y encontró lo desigual: «Uno a la cabecera, otro a los pies» (Juan 20, 12). Mas, el maestro dice: El ser uno es la cualidad de Dios. Como ella buscaba allí a uno y encontró a dos no hubo consuelo para ella, según he dicho varias veces. Nuestro Señor dice: «En esto consiste la vida eterna, en que conozcan a ti, un solo Dios verdadero» (Juan 17, 3). 1356 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LV 3

En tercer término dice que esa «ciudad» es «nueva». «Nuevo» se llama aquello que no está ejercitado o se halla cerca de su comienzo. Dios es nuestro comienzo. Cuando estamos unidos a Él, nos tornamos «nuevos». Alguna gente, por necia, se imagina que Dios habría hecho eternamente, o retenido en Él mismo, las cosas que vemos ahora, y que las dejaría salir a luz en el tiempo. Debemos entender que la obra divina no implica trabajo, según quiero explicaros: Yo estoy parado aquí, y si hubiera estado parado aquí hace treinta años, y si mi rostro hubiese estado desembozado sin que nadie lo hubiera visto, yo habría estado aquí lo mismo. Y si se tuviera a mano un espejo y lo colocaran delante de mí, mi rostro se proyectaría y configuraría en él sin trabajo mío; y si ello hubiera sucedido ayer, sería nuevo, y otra vez, (si fuera) hoy, sería más nuevo todavía, y lo mismo luego de treinta años o en la eternidad, sería (nuevo) eternamente; y si hubiera miles de espejos, sería sin trabajo mío. Así (también) Dios contiene en sí, eternamente, todas las imágenes, (y esto) no como alma o como cualquier criatura, sino como Dios. En Él no hay nada nuevo ni imagen alguna, sino que — tal como he dicho del espejo — en nosotros es tanto nuevo como eterno. Cuando el cuerpo está preparado, Dios le infunde el alma y la forma de acuerdo con el cuerpo, y ella tiene semejanza con él y a causa de esta semejanza, amor (por él). Por eso no existe nadie que no se ame a sí mismo; se engañan a sí mismos quienes se imaginan que no se quieren a sí mismos. Deberían odiarse y (ya) no podrían existir. Debemos amar correctamente las cosas que nos conducen a Dios; sólo esto es amor junto con el amor divino. Si mi amor se cifrara en atravesar el mar, y me gustara tener un barco, ello sería tan sólo porque desearía estar allende el mar; y cuando hubiera logrado cruzar el mar, el barco ya no me haría falta. Dice Platón: Qué es lo que es Dios, no lo sé — y quiere decir: El alma, mientras se encuentra en el cuerpo, no puede conocer a Dios — pero lo que no es, lo sé bien, como se puede observar en el sol cuyo brillo no lo puede aguantar nadie, a no ser que primero sea envuelto en el aire y que luego alumbre así la tierra. San Dionisio dice: «Si la luz divina ha de alumbrar mi fuero íntimo, tiene que estar insertada (en él) tal como está insertada mi alma (en el cuerpo). Él dice también: La luz divina aparece en cinco clases de personas. Las primeras no la recogen. Son como los animales, incapaces de recibir, como se puede ver en un símil. Si me acercara al agua y ésta estuviera revuelta y turbia, no podría ver en ella mi cara a causa del desnivel (de la superficie del agua)… A los segundos se les hace visible sólo un poco de luz, como (por ejemplo) el destello de una espada cuando alguien la está forjando… Los terceros reciben más (de la luz divina), (algo así) como un fuerte destello que ora es luz y ora oscuridad; son todos aquellos que reniegan de la luz divina, (cayendo) en pecado… Los cuartos reciben más todavía de ella; pero a veces los elude (Dios con su luz), sólo para incitarlos y ampliar sus anhelos. Es cierto, si alguien quisiera llenar el regazo de cada uno de nosotros, cada cual ensancharía su regazo para poder recibir mucho. Agustín: Quien quiere recibir mucho, que amplíe su anhelo… Los quintos reciben una gran luz, como si fuera de día, y, sin embargo, es como si se hubiera colado por una fisura. Por eso dice el alma en El Libro de Amor: «Mi amado me ha mirado a través de una fisura; (y) su rostro era agraciado» (Cfr Cantar de los Cant 2, 9 y 14). Por ello dice también San Agustín: «Señor, tú das a veces una dulzura tan grande que, si ella se hiciera completa (y) esto no fuera el reino de los cielos, yo no sabría qué es el reino de los cielos». Un maestro dice: Quien quiere conocer a Dios sin estar adornado con obras divinas, será echado atrás hacia las cosas malas. Mas ¿no hace falta ningún medio para conocer a Dios por completo?… Ah sí, de esto habla el alma en El Libro de Amor: «Mi amado me miraba a través de una ventana» (Cantar de los Cant 2, 9) — esto quiere decir: sin impedimento —, «y yo lo percibía, estaba parado cerca de la pared» — esto quiere decir: cerca del cuerpo que es decrépito —, y dijo: «¡Ábreme, amiga mía!» (Cantar 5, 2), esto quiere decir: Ella me pertenece por completo en el amor porque «Él es para mí, y yo soy sólo para él» (Cfr Cant 2, 16); «paloma mía» (Cantar 2, 14) — esto quiere decir: simple en el anhelo —, «hermosa mía» — esto quiere decir: en las obras —, «¡Levántate rápido y ven hacia mí! El frío ha pasado» (Cfr Cantar 2, 10 y 11) por el cual mueren todas las cosas; por otra parte, todas las cosas viven por el calor. «Ha desaparecido la lluvia» (Cantar 2, 11) —ésta es la concupiscencia de las cosas perecederas —. «Las flores han brotado en nuestra tierra» (Cantar 2, 12) — las flores son el fruto de la vida eterna —. «¡Vete, aquilón» que resecas! (Cantar 4, 16) — con ello Dios le manda a la tentación que ya no estorbe al alma —. «¡Ven, auster y sopla por mi jardín para que mis aromas se desparramen!» (Cfr Cantar 4, 16) — con ello Dios le ordena a toda la perfección que se adentre en el alma. 1382 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LVII 3

El alma no tiene diferencia frente a Nuestro Señor Jesucristo, sólo que el alma tiene un ser más burdo, porque su ser (de Cristo) está vinculado a la persona eterna (del Hijo). Pues, en cuanto ella se deshiciera de su tosquedad — y si pudiera deshacerse de ésta por completo —, ella sería perfectamente lo mismo (que Cristo); y todo cuanto se puede decir de Nuestro Señor Jesucristo, se podría decir del alma. 1409 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LIX 3