Se concibe entonces fácilmente que la superioridad de lo «no-manifestado» con relación a lo «manifestado» se traducirá por la exención del pecado original (pecado de lo manifestado), exención que afecta precisamente, en el orden histórico, a Cristo y a la Virgen. Añadamos que, en esta perspectiva, la Redención aparece como la «vuelta» de la «manifestación universal» al Principio supremo, por la intermediación del doble Principio de toda manifestación que preside así a lo que se llama, en lenguaje teológico, el «renacimiento espiritual». 35 Abbé Henri Stéphane: DE IMMACULATA CONCEPTIONE
Este «renacimiento espiritual», como todo nacimiento, implica un doble principio que se traducirá en lenguaje teológico por la doble «mediación» de Cristo y de la Virgen. Cristo símbolo del elemento activo de la regeneración será la «fuente de todas las gracias»; María símbolo del elemento pasivo de la regeneración, será la «distribuidora de todas las gracias». Todo se explica. Se explican también los textos de la Sabiduría en el Oficio de la Virgen [NA: Ver sobre todo Eclesiastico (Siracida), XXIV, 14-16; Proverbios, VIII, 22-31, y Sabiduría, VII, 22-30.]: la sabiduría de la que se trata, es la Sabiduría increada, el Verbo Creador (no considerado en sus relaciones con el Padre en la Trinidad) considerado como Principio no manifestado de la creación (Principio masculino): surgida de la Boca del Altísimo, la Sabiduría busca un lugar de reposo recorriendo el circulo del Cielo y las profundidades del abismo; este lugar de reposo, es la «Sede de la Sabiduría». Ella lo encuentra –según orden del Creador– en Israel: es la Virgen, símbolo del elemento pasivo no manifestado a la cual se une el Verbo en la Encarnación. 37 Abbé Henri Stéphane: DE IMMACULATA CONCEPTIONE
En el proceso inverso de retorno de lo manifestado a lo no-manifestado, por tanto, en el misterio de la Redención o de la regeneración espiritual, tendremos entonces la pareja Espíritu Santo-Virgen María, o más particularmente Cristo-Iglesia, o también Nuevo Adán-Nueva Eva, pareja que preside el «nuevo nacimiento», como la pareja Adán-Eva se encuentra en el principio del nacimiento ordinario. Se ve aparecer aquí claramente el papel de la Virgen como «corredentora», «mediadora de todas las gracias» o «madre de los hombres»: Ecce mater tua [NA: «He aquí a tu madre», palabras de Cristo en la cruz dirigidas a San Juan. Sobre el papel de san Juan en relación con María, véase J. Tourniac, Symbolismo maçonique ete Tradition chrétienne, un itinéraire spirituel d´Israel au Christ, partes II, «Les deux Saint Jean», y III, «Art royal et art spirituel».]. Estas palabras pronunciadas por Cristo en la Cruz deben considerarse a la luz del papel análogo de la Iglesia-Madre, igualmente mediadora de todas las gracias; en efecto, pocos instantes después de que estas palabras fueran pronunciadas, salió agua del costado de Cristo cuando lo atravesó la lanza del centurión Longinos. Los Padres de la Iglesia coinciden en ver en este acontecimiento el nacimiento de la Iglesia: «Esposa sagrada salida del costado de Cristo dormido, como Eva había salido del costado de Adán dormido»; ahora bien esta agua, «el agua viva» prometida por Jesús a la samaritana (Jn 4,14), no es otra que el agua del bautismo, el baño de la regeneración, que se identifica con las aguas del Génesis «sobre las que se movía el Espíritu», y finalmente con la Virgen de la Anunciación al a que el Angel dijo: «el espíritu de Dios te cubrirá con su sombra». Existe pues una especia de ecuación o identidad ontológica entre estos diferentes aspectos del simbolismo del agua: María sustancia plástica universal, materia prima, mater, aguas primordiales, agua salida del costado de Cristo, aguas del bautismo, baño de la regeneración, Iglesia-Madre, lugar de la regeneración, Esposa sagrada salida del costado de Cristo, nueva Eva; todo esto, repetimos, no son más que aspectos de una misma realidad ontológica a diferentes niveles o desde diferentes puntos de vista. Por último, las palabras de Cristo a Nicodemo: «El que no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios» (Jn 3,5), ilustran todo lo que acabamos de exponer. 69 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA VIRGEN
La utilización del Ave María –o del Rosario– en tanto que oración espiritual aparece como medio susceptible de crear en el alma esta receptividad a la gracia: es la aplicación al microcosmo humano del Fiat Lux cosmogónico del Génesis que viene a «organizar el caos», o del misterio de la Encarnación, descendiendo el Verbo, Luz del mundo, al seno virginal de María para engendrar en él a Cristo. Según la primera perspectiva, el alma humana, en su estado de caída o de «separatividad», es un caos caracterizado por el endurecimiento, la dispersión, la torpeza, la distracción, la fealdad, etc., siendo todo ello contrario a las virtudes espirituales de pureza, bondad y humildad de la sustancia primordial. 77 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA VIRGEN
Nosotros nos limitaremos hoy al significado esencial de la Rosa que nos mostrará hasta que punto ella conviene en tanto que símbolo de la Virgen. Como no importa que flor, la Rosa es una copa o un cáliz, en definitiva un receptáculo destinado a recibir las influencias celestes, como el seno virginal de María que recibe el Verbo divino o el Espíritu Santo, y en el cual se desparrama el Verbo encarnado, es decir el Niño Jesús. Estas dos ideas de receptáculo y de expansión se encuentran en otras figuraciones. La copa es entonces asociada a la lanza, que recuerda a la lanza del centurión Longin (de la leyenda del Grial) atravesando el costado de Cristo por donde surgieron la sangre y el agua. En ciertas imágenes, las gotas de sangre caen de la lanza misma en la copa, y en otras representaciones la sangre, extendiéndose por tierra, da nacimiento a una flor. Así sobre una custodia del siglo XIII de la catedral de Angers, se ve también la sangre divina, corriendo en arroyos, extenderse bajo la forma de rosas. En fin en un dibujo se ve la rosa situada al pié de una lanza colocada verticalmente a lo largo de la cual llueven gotas de sangre. 119 Abbé Henri Stéphane: Homilía sobre el Rosario
Este simbolismo tradicional no parecerá hermético más que a aquellos –¡desgraciadamente numerosos!– que están embrutecidos por la cultura profana, pero las almas simples lo comprenden inmediatamente. Así, que la Sangre de Cristo sea a la vez creadora y redentora no tiene nada de extraño para aquel que sabe que la Creación y la redención son dos aspectos complementarios de la Obra del Verbo divino. La Virgen ella misma es a la vez una criatura –lo cual evocan las gotas de sangre transformadas en rosas– y la «co-redentora», –lo cual es evocado por la Rosa, aquí el cáliz de la flor recibiendo la Sangre divina– pero ella es también la criatura redimida por la sangre de Cristo, como lo enseña el dogma de la Inmaculada Concepción; en fin señalemos una representación en la que las cinco llagas de Cristo están figuradas por cinco rosas, lo cual religa la Pasión y la Resurrección, y muestra, como lo decíamos al comienzo, que la Rosa no debe de estar separada de la Cruz. 121 Abbé Henri Stéphane: Homilía sobre el Rosario
Cuando decimos que Jesús es «verdadero Dios» y «verdadero Hombre», hay que evitar separar los dos términos como si él fuera primero uno y después el otro. Es porque él es verdadero Dios que es «verdadero hombre», es decir «el Hombre verdadero» y no «el hombre caído» que no es un «verdadero hombre» porque ha perdido «el estado primordial», edénico y andróginico [NA: El estado del Adán primordial en el jardín del Edén.], que el Segundo Adán [NA: Es decir el Cristo.] «que no es ni hombre ni mujer» viene a restaurar. Privado de hipóstasis [NA: La Substancia individual o la persona. En el vocabulario cristiano designa las Personas de la Santísima Trinidad.] humana –lo cual limitaría la naturaleza humana al nivel de la caída– la naturaleza humana en Jesús es asumida por la Hipóstasis del Verbo, y «dilatada» más allá de toda medida, en el sentido de la «amplitud» y de la «exaltación», el «verdadero hombre» y el «verdadero Dios» identificándose así con el «Hombre universal» [NA: Las palabras «amplitud», «exaltación» y «Hombre universal» se refieren al esoterismo musulmán.]. 148 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA ASUNCIÓN
En esta perspectiva «asuncionista», el cuerpo de la Virgen es en si mismo «asumido» por los Angeles (assumpta est in coelis) [NA: María es «asumida» en los Cielos. (Liturgia de la Asunción)]; el Corpus natum [NA: El «Cuerpo nacido» de la Virgen.] está ya glorificado, como lo manifiesta el acontecimiento de la Transfiguración, prefiguración de la Resurrección y de la Ascensión, y origen de la Luz thabórica ]NA: La luz que los Apóstoles han contemplado en el monte Thabor durante la Transfiguración.] que irradia a través del Icono. En cuanto al «Cuerpo eucarístico», es a la vez el «Pan vivo descendido del Cielo» y el pan que Jesús tomo en sus «santas y venerables manos» ]NA: Canon de la misa romana.], diciendo «Este es mi Cuerpo»; y así «transubstanciado», pero no transfigurado por la Luz Thabórica, este pan se vuelve el Panis angelicus [NA: El «pan de los ángeles»; esta expresión tiene un doble significado. Por una parte, el Verbo divino es el «verdadero pan de los ángeles» que «se alimentan» directamente de él en el Cielo, y el mismo prodigio tiene lugar en la tierra gracias a la Eucaristía; por otra parte, después de la transubstanciación del pan y del vino, los accidentes (forma, color, sabor) subsisten como «cualidades puras» a la manera de los Angeles y gravitan como ellos alrededor de la substancia divina. Cf. Summa Theologica, III,q. 77, a.1.], y las santas especies, permanecen incambiadas según las apariencias, adheridas a la Substancia del Cuerpo de Cristo modo angélico [NA: «De una manera angélica», ver la nota precedente.]. 150 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA ASUNCIÓN
«Nadie ha subido al Cielo, si no es Aquel que ha descendido del Cielo» (Juan III, 13). El Panis angelicus, que es el pan transubstanciado [NA: Transubstanciación: doctrina relativa a la Eucaristía: la substancia del pan cambien el la del Cuerpo de Cristo, la substancia del vino en la de la Sangre de Cristo, mientras que los accidentes, es decir las apariencias, permanecen.] por la Palabra, es el Pan vivo que ha descendido del Cielo, y que ha subido al Cielo modo angélico, asumido por los Angeles, como María. 152 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA ASUNCIÓN
«Que vamos a ofrecerte, oh Cristo… el cielo te ofrece los ángeles, la tierra te aporta sus dones, pero nosotros, los hombres, nosotros te ofrecemos una Madre-Virgen». 170 Abbé Henri Stéphane: TEMAS DE MEDITACIÓN SOBRE MARÍA
Ahora bien, el Padre no tiene otra voluntad que engendrar el Hijo Unico [NA: Tema familiar a Maestro Eckhart.]. En consecuencia es necesario que ocurra lo mismo con la Virgen, y finalmente con la Iglesia que engendra al Cristo en las almas por el bautismo. 174 Abbé Henri Stéphane: TEMAS DE MEDITACIÓN SOBRE MARÍA
El misterio de la Iglesia se expresa en la perfección divina de Cristo y en la perfección humana de María: 178 Abbé Henri Stéphane: TEMAS DE MEDITACIÓN SOBRE MARÍA
Esta cuestión implica todavía otro aspecto que es el problema delicado de «hechos sagrados» como la virginidad de María, la resurrección de Cristo, su ascensión gloriosa, etc. Los racionalistas, que, por definición, no creen en lo sobrenatural, se ven reducidos a dar explicaciones lamentables de los Evangelios. Si se mantiene que la resurrección de Cristo es un «hecho histórico» para evitar contemplarla como una ficción, conviene sin embargo no ponerla en el mismo plano que un accidente de coche o la batalla de Austerlitz. 257 Abbé Henri Stéphane: EL SENTIDO DE LO SAGRADO
Se trata esencialmente de un «hecho sagrado», es decir, aplicando lo que hemos dicho anteriormente, de un hecho «puesto aparte», fuera de serie, si cabe expresarse así, y que no se sitúa en el tiempo ordinario, en una fecha precisa. La mejor prueba de ello es que los Evangelios callan sobre lo que pasó entre la Crucifixión y el descubrimiento de la tumba vacía. Es así imposible situar el «descenso a los infiernos», pero la iconografía representa al Cristo glorioso descendiendo a los infiernos; lo mismo, en la cruz, Cristo dice al buen ladrón: «De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43). 259 Abbé Henri Stéphane: EL SENTIDO DE LO SAGRADO
Todo esto indica una cierta contemporaneidad de estos acontecimientos, pero su naturaleza de algún modo «transhistórica» les confiere una realidad muy superior a un simple hecho histórico. Está excluido que el cadáver de Jesús haya sido «reanimado» y haya salido de la tumba, lo que muestra la diferencia entre la resurrección de Cristo y la «resurrección de Lázaro» volviendo a la vida ordinaria. Se trata esencialmente del «cuerpo glorioso», que no difiere esencialmente del corpus natum, el cuerpo nacido de la Virgen, que no podía ser más que «glorioso» en razón de la unión hipostática de la naturaleza humana y la naturaleza divina, pero que disimulaba su gloria en la aniquilación de la kénosis (Véase Fil 2,7. Téngase en cuenta también que esta gloria se manifestó en la Transfiguración.). Es, evidentemente, el mismo cuerpo glorioso el que se manifiesta en las apariciones, y finalmente en la Ascensión –¡que no es de ningún modo comparable al vuelo de un cohete!–. Estamos en otro eón, de naturaleza superior al «eón de este mundo», y que incluye la posibilidad de manifestarse en él sin ser afectado por sus condiciones: Cristo resucitado comía con sus discípulos, pero no tenía necesidad de comer (R. Guénon. El Hombre y su Devenir según el Vedanta. Véase igualmente el comentario del Maestro Eckhart reproducido en F. Chenique, Le Yoga Spirituel de St. François d’Assise, nota pag. 109.). 261 Abbé Henri Stéphane: EL SENTIDO DE LO SAGRADO
El primer escollo a evitar será por lo tanto el separar la oración mental de la oración litúrgica. Son dos modos complementarios de toda vida espiritual. Pero la oración litúrgica, que es la plegaria oficial de la Iglesia, Esposa sagrada y Cuerpo místico de Cristo, es evidentemente superior a la oración metal individual, y más agradable a Dios. La Iglesia, con sus ritos sacramentales y su Oficio Divino, aparece así como la Fuente en la que se alimenta el fiel; o, si se prefiere, ella ofrece a las almas, con vistas a su santificación, un alimento que puede resumirse en dos fuentes esenciales, la Eucaristía, alrededor de la cual está centrada toda la liturgia sacrificial, y la Santa Escritura que sirve de base principal al Oficio Divino o a la liturgia de la alabanza (liturgia de las Horas). 282 Abbé Henri Stéphane: REFLEXIONES SOBRE LA ORACIÓN I
Ciertamente no se puede recurrir más que a metáforas y antropomorfismos, pero existen modos de expresión menos antropomórficos, que «delimitan» a la verdad desde un poco más cerca. De esa manera parece preferible ver la oración, mental o no, no como un coloquio en el que el alma y Dios parecen ser puestos en el mismo plano, sino más bien como una apertura del alma a la gracia; es eso lo que expresa la palabra orare («abrir la boca»), y el versículo del Salmo: Os meum aperui et attraxi Spiritum (Salmo 119,131: «He abierto mi boca y he atraído al espíritu», según el latín de la Vulgata; el hebreo dice simplemente: «Abro la boca y suspiro».); es eso también lo que expresa la palabra «adoración»: abrir la boca hacia.. Dios. Esta manera de ver las cosas conlleva entonces una actitud general del alma «orante», más pasiva sin duda, pero que tiene menos riesgo de entorpecer la acción del Espíritu con un parloteo insípido y pueril. Esto parece muy de acuerdo a la expresión de San Pablo: «Nosotros no sabemos lo que debemos pedir, según nuestras necesidades, en nuestras oraciones; pero el Espíritu él mismo ora por nosotros con gemidos inefables» (Rom. VIII, 26). La oración aparece entonces como apertura del alma a la acción del Espíritu que quiere orar en ella y realizar allí el misterio de la Vida trinitaria, lo que San Pablo llama un poco más lejos «los deseos del Espíritu»; aparece la oración como una actitud del alma que se pone en estado de disponibilidad, de receptividad, de docilidad vis-a-vis la gracia y la acción santificante de la Voluntad del Cielo, o aún más como una «dilatación» del alma bajo la acción del Soplo divino, pudiendo ir hasta el excessus mentis, al éxtasis de la Contemplación perfecta. Pero el alma no puede, normalmente, abrirse a la Gracia más que si ella está situada en la Fuente de esta, Fuente que es de orden sacramental, como lo hemos dicho, y resituamos así la oración mental en su relación normal con la oración litúrgica: ésta, Fuente de la Gracia que fluye del costado abierto del Cristo por la intermediación de su Esposa Sagrada, la Iglesia, invade al alma «abierta» y dilatada que se sumerge de alguna manera en esta «fuente de vida surgiente» , para beber ahí la «bebida de inmortalidad». 298 Abbé Henri Stéphane: REFLEXIONES SOBRE LA ORACIÓN I
La adoración es esencialmente una actitud del alma, que se pone en estado de disponibilidad o de receptividad frente a la gracia. No busca el alma acosar a Dios con sus peticiones, abrumarlo bajo una montaña de formulas apremiantes. Su expresión más alta es el fiat voluntas tua o, si se quiere, todo el Pater, con ocasión del cual Cristo recomienda «no multiplicar las palabras, como lo hacen los paganos, que se imaginan ser complacidos a base de palabras» (Mat. VI, 7); la adoración es una orientación del alma que se pone en la «línea de la Gracia»; es una apertura del alma a la Luz de Lo Alto, es una docilidad del alma a la acción soberana del Espíritu. 320 Abbé Henri Stéphane: REFLEXIONES SOBRE LA ORACIÓN II
El deseo del Espíritu, es el de encontrar un alma suficientemente disponible, desapegada, pobre en espíritu, suficientemente receptiva, pura, transparente a la Luz, orientada hacia el Padre y hacia el Reino, abierta a la «fuente de agua viva brotando hasta la vida eterna» (Juan IV, 14), dócil a su acción purificante y beatificante, suficientemente despojada, desposeída, despejada de si para no entorpecer la Acción del Espíritu; es el deseo de encontrar «en el Padre, los verdaderos adoradores en espíritu y en verdad, aquellos que el Padre busca» (Juan, IV, 23), ¡y no «pedigüeños» de «gracias temporales»! de manera que no es ya más esta alma la que ora, la que «farfulla», la que «gorjea», la que corre el riesgo de obstaculizar la acción del Espíritu por su «desatino», sus formulas hechas, despachadas con toda prisa; es el Espíritu el que hace al Padre la verdadera alabanza de gloria del Verbo Encarnado, con tal de que el alma despojada de si y revestida del Cristo no sea más que una pura disponibilidad entre las manos de Dios, una pura transparencia a la Luz increada: «No soy yo quién vive (o quien ora), es el Cristo quien vive en mí» (Gal. II, 20). «He aquí que estoy ante la puerta y llamo: si alguien escucha mi voz y abre la puerta, yo entraré con él, cenaré con él y él conmigo» (Apoc. III, 20). 328 Abbé Henri Stéphane: REFLEXIONES SOBRE LA ORACIÓN II
La única manera de conciliar todo esto, es la de tomar la iniciativa de la Oración, siempre sabiendo que no somos nosotros quienes la tomamos, lo cual evita todo fariseismo. A este respecto, las palabras de San Pablo citadas más alto (Romanos VIII, 26-27) y 1 Corintios XII, 3) son decisivas: cuando oro, debo saber y tomar consciencia que no soy yo quien oro; como la lira bajo los dedos del artista, no soy yo quien ejecuto la «alabanza de gloria», el canto del Trisagion, y sin embargo, dice San Pablo, «Yo orare con el espíritu, pero orare también con la inteligencia» (1 Cor. XIV, 15), pero «Ya no soy yo que vivo, sino Cristo que vive en mí» (Gal. II, 20), y «Yo conozco como yo soy conocido» (1 Cor. XIII, 12); entonces «el alma aspira en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo, que a ella la aspiran en la dicha transformación» (San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 38). 403 Abbé Henri Stéphane: NOTA SOBRE LA ORACIÓN
2.- Punto de vista teológico. a. La Presencia eucarística. Se refiere a la Substancia. Hay «transubstanciación» del Pan que se vuelve substancia del Cuerpo de Cristo, sin cambio de las apariencias y sin semejanza. b. La Presencia icónica. Se refiere a la Hipostasis de la que es la imagen. Centro de la irradiación energética, esta presencia conduce a la Hipostasis a través de la semejanza de la imagen, y mediante la iluminación de la mirada interior por la Luz thaborica que irradia. No hay transubstanciación sino semejanza. c. La Presencia de gracia. Se refiere a la naturaleza divina, cuya Esencia se expande en Tres Hipostasis que vienen a «habitar» en el alma del fiel; estando esta alma «participante de la Naturaleza divina» por la Gracia, entra en la Circumincesión de las Tres Personas, y participa de la Liturgia divina del «Trisagion», en la Eucaristía principial y eterna. d. La Presencia de Dios en su Nombre. Se refiere a la Esencia, es decir a la Sobreesencia de la Deidad: «Dios y su Nombre son idénticos». Dios revela su nombre a Moises en la «Tiniebla más que luminosa del silencio». Por la Invocación del Nombre divino, el alma participa en la Realidad Suprema, y se identifica con su propia esencia eterna. 471 Abbé Henri Stéphane: LOS DIFERENTES MODOS DE LA PRESENCIA DIVINA
El misterio de la Natividad comporta un doble aspecto: el nacimiento del Verbo en el mundo (punto de vista macrocósmico) y el nacimiento del Verbo en el alma (punto de vista microcósmico). Quizás es difícil representar estos dos puntos de vista a la vez, y algunas figuraciones se referirán más bien a un aspecto que al otro. Pero en los dos aspectos, el Niño Jesús debe ocupar una situación central; debe ser lo más pequeño posible para figurar «el Reino de los Cielos semejante a un grano de mostaza» (Mat, XIII, 31-32). La Virgen debe ocupar igualmente una situación central, pero en un plano de fondo; ella no debe ocupar en ningún caso una posición simétrica a la de San José, que no es el verdadero padre del Niño Jesús; contrariamente a la mayoría de las figuraciones vulgares, ella no debe tener una actitud de plegaria o de adoración semejante a la de los otros personajes. Debe estar en la función de Virgo genitrix, lo que supone que está situada, como ya lo hemos dicho, detrás de Cristo, pero en la misma situación «axial», lo que significa que es a la vez «Madre de Dios» y «Esposa del Espíritu Santo». Su actitud debe ser jerárquica, perfectamente impasible, lo cual simboliza su virginidad, su inmaculada concepción, su perfecta sumisión o «pasividad» con respecto al Espíritu Santo. 520 Abbé Henri Stéphane: EL SIMBOLISMO DEL BELEN
Todo lo que precede se aplica igualmente al punto de vista «microcósmico», es decir, al nacimiento del Verbo en el alma. La Virgen representa entonces al alma en estado de gracia. Desde un punto de vista pasivo, el alma debe identificarse a la Virgen realizando las perfecciones mariales, para que el Verbo pueda encarnarse como en el seno virginal de María, esposa del Espíritu Santo; desde un punto de vista activo, el alma se identifica a la Virgen Madre. El primer aspecto se refiere a la Comunión del alma recibiendo al Cristo, el segundo a la Invocación del Nombre de Jesús: el alma profiere el Verbo como la Virgen da a luz a Cristo bajo la acción del Espíritu Santo, generador supremo. Es aquí donde interviene San José, así como el asno y el buey. San José simboliza la presencia invisible del Maestro espiritual en la invocación, siendo éste el Espíritu Santo; el buey representa al «guardián del santuario», es decir, el espíritu de sumisión, de fidelidad, de perseverancia y el esfuerzo de concentración; el asno, animal «profano», es el testigo «satánico» en la invocación, representando el espíritu de insumisión y de disipación. 522 Abbé Henri Stéphane: EL SIMBOLISMO DEL BELEN
Pero esto es también susceptible de una aplicación en el orden «macrocósmico», en el que el buey y el asno representan respectivamente el mundo celestial y el mundo infernal. Puede uno entonces preguntarse por qué este último es admitido en el nacimiento del Verbo, tanto en el mundo como en el alma; la explicación se encuentra claramente indicada en la Epístola a los Filipenses (II,10) donde San Pablo declara: «… a fin de que en el Nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra, en los infiernos…», texto que se refiere tanto al nacimiento de Cristo en el mundo como a la invocación del Nombre de Jesús. 524 Abbé Henri Stéphane: EL SIMBOLISMO DEL BELEN
Nos queda hablar de los Reyes magos y de los pastores. Los Tres Reyes magos representan el poder sacerdotal y real. El primer rey representa el poder real; él ofrece a Cristo oro y le saluda como «Rey»; el segundo rey representa el poder sacerdotal; le ofrece incienso y saluda a Cristo como «Sacerdote»; por último, el tercero representa la síntesis de los dos poderes en el estado indiferenciado; le ofrece mirra (el bálsamo de incorruptibilidad) y saluda a Cristo como «Profeta» o Maestro espiritual por excelencia. 528 Abbé Henri Stéphane: EL SIMBOLISMO DEL BELEN
De esta manera se precisa el «papel» del Mediador: el Verbo no puede unirse a una naturaleza humana «cerrada» en un ego: no puede unirse más que a una naturaleza virgen, despejada de todo ego (exempta de «pecado original»). Lo mismo, dicen los Padres de la Iglesia, que el primer Adán había sido extraído del barro de la tierra virgen, de igual manera el Segundo Adán (el Cristo) a extraído su naturaleza humana de una Virgen. Se puede entonces concebir que, metafísicamente, en razón misma de la «estructura» de la Esencia divina, no podía ser de otra manera: el Mediador no puede nacer más que de una Virgen. 557 Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR
Toda la historia de Israel converge hacia este acontecimiento, y la historia de la Iglesia es la prolongación de ello. Esta «Historia Santa» a comenzado en Abraham y se acabará en la Parusia. La primera venida de Cristo aparece como una anticipación de la segunda, y la historia de la Iglesia parece reproducir las diferentes fases de la historia de la Theotokos, que es el prototipo de la Iglesia, tan bien como la historia de su Esposo, el Cristo, o, si se prefiere, el Espíritu Santo (Por que es el Espíritu que el Cristo ha enviado y es también el Espíritu que es el Esposo de la Virgen.). En esta perspectiva «mística», toda la Historia Santa aparece como ordenada al moldeamiento de la Esposa sagrada. Se puede hablar de «hierogamia», de matrimonio sagrado entre el Esposo divino y la Esposa. La Unión hipostática puede ser vista como el matrimonio sagrado de la Naturaleza divina y de la naturaleza humana. El «Cantar de los Cantares» es el anuncio profético de esta boda. El Apocalipsis celebra las «bodas del Cordero», la «Mujer vestida de Sol», la «Jerusalén celeste» adornada como una esposa. El Cántico espiritual de San Juan de la Cruz, canta la Unión mística del alma, y del Esposo divino. San Pablo ve el matrimonio cristiano como e símbolo de la unión del Cristo y de la Iglesia (Ef. V, 25,32). 561 Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR
En esta perspectiva esencialmente espiritual o mística, nos hemos podido dar cuenta ya de que el Mediador es inseparable de la Theotokos. Sin ella, su papel es ininteligible, y aquellos que no la reconocen no pueden sino perderse. Como ella es el Prototipo de la Iglesia, el papel de esta será el de conformarse a su modelo. Ahora bien, la Theotokos es a la vez Esposa, Virgen y Madre. Lo mismo que Jesús nace de una Virgen, el «Cristo total» nace de la Iglesia. Se puede decir que la Iglesia es el Cuerpo místico de Cristo, al cual cada nuevo miembro es incorporado por el bautismo, pero se puede decir también que cada cristiano, en tanto que precisamente pertenece a la Iglesia, engendra el Cristo, a ejemplo de la Theotokos, por la operación del Espíritu Santo. Así, paradójicamente, el cristiano puede ser considerado como «hijo de la Virgen» (ecce mater tua) («He aquí a tu madre», palabras de Cristo en la cruz.), «hermano de Cristo», «hijo de Dios y de la Iglesia», pero también como «madre de Cristo» (Esto aparece claramente en Mateo, XII, 50: «Quienquiera que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, y mi hermana y mi madre». Ahora bien, dice el Maestro Eckhart, «el Padre no tiene más que una voluntad, es la de engendrar al Hijo único». Es entonces in divinis, el nacimiento eterno, prototipo o arquetipo del nacimiento virginal de Cristo en la Theotokos, en la Iglesia y en el alma de cada fiel.), lo que implica inmediatamente que él realice efectivamente –y no de una manera puramente moral o ideal– la Virginidad esencial de María (Sofrosuna) (Sofrosuna: palabra griega que significa «estado sano del espíritu o del corazón», e igualmente la «moderación de los deseos» (Platón, Banquete), la temperancia y la sabiduría. En le Iglesia de Oriente, esta palabra designa la castidad de los ascetas.), con las «virtudes espirituales» –y no solamente morales– de la Virgen: humildad, caridad, sumisión, receptividad perfecta, abnegación del ego, pobreza espiritual (cf. las Beatitudes), infancia espiritual, pureza, desapego, fervor, paz, «violencia» contra los enemigos del alma y contra las potencias tenebrosas etc. 563 Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR
Este Discernimiento comporta varios grados: en el más bajo, distingue en primer lugar entre el «bien» y el «mal», pero no hay que olvidar, conforme a la narración del Génesis, que el conocimiento del Árbol del Bien y del Mal es precisamente inherente a la «caída», y que la caída no existía antes de que el hombre hubiera probado el fruto de este Árbol (Gen. II, 8,17). Entonces, lo que hay que reencontrar, es el Árbol de la Vida que estaba situado en medio del jardín y al cual se identifica la Cruz de Cristo, el Árbol de la ciencia del Bien y del Mal debe ser reintegrado en el Árbol de la Vida. En definitiva, el discernimiento del Bien y del Mal debe de ser superado, y el error «moralista» consiste en pararse ahí. 605 Abbé Henri Stéphane: EL SENTIDO DE LA VIDA
Este episodio evangélico «encarna» en el plano humano el misterium caritatis con relación al prójimo: se trata en definitiva, que siguiendo el ejemplo de María, el alma Virgen y portadora del Verbo haga estremecerse en el seno del otro al niño Juan el Bautista, es decir el Precursor que reconoce a Cristo, y que a continuación de este «reconocimiento», el alma del prójimo queda llena del Espíritu Santo. 738 Abbé Henri Stéphane: REFLEXIONES SOBRE LA CARIDAD
1) No reducir la misa a la acción de únicamente el sacerdote, ni de Jesús únicamente, sino ver ahí la acción del Cristo total. 842 Abbé Henri Stéphane: PARA COMPRENDER LA MISA
No hay más que una víctima, que no es solamente Jesús de Nazaret, sino el «Cristo total». Ofrecido por el Cristo, Cabeza de la Iglesia, el sacrificio es completo, porque es ofrecido por la Víctima santa y sin mancha, la única agradable al Padre, pero que no recibe su pleno desarrollo en el tiempo y en el espacio más que por la adjunción de los miembros del Cuerpo Místico a su Cabeza y que constituyen con ella el «Cristo total». 846 Abbé Henri Stéphane: PARA COMPRENDER LA MISA
2) No reducir en consecuencia la misa al acto de la Consagración, esencial sin duda, pero que no es más que un «momento» de la acción total. Es necesario volver a situarse en el pensamiento de Cristo sobre la Cruz, o bien en la Cena, en la Institución de la Eucaristía. La misa es antes que nada esencialmente el acto de ofrenda de una víctima santa, el Cristo-Jesus, Verbo Encarnado, unido por los lazos de la caridad a los miembros de la Iglesia entera que, santificados por la gracia, participan en la santidad de la única Víctima agradable al Padre; la misa es además una communion en esta Víctima santa, que, una vez acogida por Dios, es de alguna manera entregada a los fieles para santificarlos aún más. 850 Abbé Henri Stéphane: PARA COMPRENDER LA MISA
La misa, que es el acto central de la liturgia cristiana, puede ser vista bajo múltiples aspectos. Puede decirse en primer lugar que es la realización ritual o sacramental del misterio de la Iglesia, y que por ello mismo se vincula con el mysterium magnum, con el mysterium fidei y con el mysterium caritatis. También puede decirse que abarca toda la Revelación judeo-cristiana, desde el sacrificio de Abel hasta la inmolación del Cordero – es decir, la Liturgia celeste tal como es descrita en la visión apocalíptica-, pasando por los sacrificios de Melkisedek y de Abraham, para culminar en el sacrificio de Cristo – el servidor de YHVH – y extenderse después en la Iglesia, que es el Cuerpo místico de Cristo, la verdadera tierra de Israel, el «pueblo de Dios», la asamblea de los Santos (Ecclesia), la auténtica Jerusalén, la Esposa sagrada, la Ciudad Santa del Apocalipsis, la Esposa del «Cántico», la Virgen Esposa y Madre, la Mujer eterna. Así considerada, la Iglesia es el «sacramento» de las Bodas místicas del Cordero y la Esposa (cf. Efesios, V, 21-24 y 32, Apoc., XXI, 2; XXII, 5). La misa es entonces esencialmente un misterio de unión, el matrimonio espiritual entre el Esposo y la Esposa. Añadamos enseguida que, si bien la misa presenta un aspecto «individual», en el sentido en que el alma de cada fiel debe realizar la unión mística con el Verbo divino, es todavía más importante no olvidar su aspecto «colectivo», donde precisamente debe «desaparecer» la individualidad, que encuentra así su verdadero culminación, gracias a la transformación o a la «transfiguración» que efectivamente realiza la unión con el Verbo divino por mediación de la Iglesia. 866 Abbé Henri Stéphane: CONSIDERACIONES SOBRE LA MISA
En la perspectiva cristiana, este misterio adopta un «color» especial: está enteramente centrado en Cristo y la Iglesia. Cristo es a la vez Sacerdote y Víctima, Dios y hombre. Se ofrece a sí mismo en Sacrificio al Padre, y con él toda la Iglesia. El Sacrificio comienza en la Encarnación, ya que el Verbo se une a una naturaleza «virgen», desprovista de personalidad humana (unión hipostática), sin ego individual. El doble aspecto del Sacrificio aparece en el hecho de que el Verbo mismo «desaparece» adoptando la condición de esclavo (Fil., II, 5-11), pero a la vez la naturaleza humana «asumida» por el Verbo es ella misma inmolada en cierta manera. Tal es, en el misterio de la Encarnación, la realización del matrimonio sagrado, de la unión mística entre el Esposo y la Esposa. Además, este misterio se continúa hasta el Calvario (Fil. II.8) donde la santa Humanidad del Salvador es inmolada, «absorbida» por el Padre, con el fin de que, por una parte, pueda nacer la Iglesia, salida del costado atravesado de Cristo, y que, por otra parte, pueda realizarse la Resurrección y la «exaltación» (Fil., II, 9, Juan III, 14-15; XII, 32): la Víctima inmolada en el Calvario es el «resumen» de toda la Iglesia, del Cuerpo de Cristo que debe ser inmolado a su vez y resucitar con la Cabeza. Somos aquí abajo los miembros dispersos de este cuerpo (Juan XI, 52), y la participación en el sacrificio de Cristo reúne a dichos miembros en una «Asamblea santa», la «santa plebe de Dios» que muere y que con él resucita. Ya el bautismo implica el mismo significado (Rom., VI, 4), y la Eucaristía (o la Misa), que no es sino la continuación del único Sacrificio de esa única Víctima, será la realización, en la Iglesia, de la Muerte y la Resurrección del Salvador, por la muerte y la resurrección de su Cuerpo Místico: el matrimonio sagrado, la unión mística de los Esposos, es esencialmente un sacrificio recíproco, una Muerte y una Resurrección. 876 Abbé Henri Stéphane: CONSIDERACIONES SOBRE LA MISA
La última cita que acabamos de dar nos invita a hablar del simbolismo de la piedra. Nosotros somos las piedras endurecidas que deben volverse «asimilables» como el pan; somos las piedras dormidas en las que Dios debe entrar para «despertarlas»; somos la piedra de donde puede extraerse la chispa, tal como claramente indica el Fuego nuevo sacado de la piedra en el transcurso de la liturgia del Sábado Santo; somos la piedra bruta que debe ser tallada para servir a la construcción del edificio, «para formar un templo santo en el Señor» (Ef., II, 21), que es la «piedra angular» (Ef., I, 20), y que también es la peña rota por el bastón de Moisés, de donde brota el Agua de la Vida. El edificio de las piedras talladas simboliza al «pueblo de Dios» hecho de piedras vivientes, pues una catedral o una iglesia románica es evidentemente el símbolo de la Esposa-Iglesia: el conjunto bien ordenado, edificado sobre el fundamento de los Apóstoles y los profetas (Ef., II, 20), diseña la estructura jerárquica coronada por la «piedra angular». A las piedras talladas que representan los fieles deben añadirse las piedras esculpidas que representan a los Profetas, los Apóstoles, los Santos y la Virgen. Todo esto nos permite comprender que una iglesia de hormigón es una «desgracia de los tiempos» que no se presta a ningún simbolismo, y se acaba por construir iglesias que parecen un garaje o un cine. En las iglesias bizantinas, la base rectangular y la cúpula circular simbolizan la unión del Cielo y de la Tierra, lo que constituye otro aspecto, esta vez cósmico, del matrimonio sagrado del Esposo y de la Esposa; de esta forma, las artes plásticas también participan de la celebración del misterio, y ésta es la verdadera razón de ser del Arte sagrado (Sobre el simbolismo de la piedra referida a Cristo y a la Iglesia, ver Jean Tourniac, Symbolisme maçonnique et Tradition chrétienne, 3ª parte, cap. III, y Les Tracés de la Lumière, caps. VII y VIII.). 880 Abbé Henri Stéphane: CONSIDERACIONES SOBRE LA MISA
Para el hombre cultivado, le queda la posibilidad de instruirse, y, por ejemplo en lo que concierne a la Eucaristía, intentar profundizar en sus diferentes aspectos: el Sacrificio, el Memorial, la Presencia real, el Cuerpo de Cristo, la Comunión, la Acción de Gracias… 901 Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO PASCUAL
Hoy, vamos ha decir algunas palabras sobre el Misterio Pascual que nos mostrará en que marco ha sido instituida la Eucaristía, y como los Judíos tenían el sentido de lo Sagrado, y también como el Nuevo Testamento consuma el Antiguo, o también como el Sacrificio de Cristo es la coronación de la Historia de la Salvación. 903 Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO PASCUAL
Se comprende entonces la importancia y, por así decirlo, la necesidad de la institución de la Eucaristía en el transcurso de una comida pascual: mostrar la continuidad de los dos Testamentos, mostrar la Unidad del Sacrificio redentor. La historia de la Salvación, comenzada en el Exodo, encuentra su realización y su Perfección en el Unico Sacrificio de Cristo, y el Memorial de este Acontecimiento único se inscribe con toda naturalidad en el memorial de la Pascua judía tomando la nueva forma de la Eucaristía, rito que la Iglesia realiza en el transcurso de los siglos, esperando la llegada del Reino. Cuando celebramos los Santos Misterios, no es para escuchar discursos fangosos o cantar canciones idiotas, es para obedecer a la orden de Cristo: «Haced esto en memoria mía». Amen. 913 Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO PASCUAL
Si se intenta caracterizar la liturgia ortodoxa, se puede decir que ella es esencialmente un reflejo de la Liturgia celeste. Si se precisa que es eminentemente escatológica y apocalíptica, hay que añadir inmediatamente que este Apocalipsis ( = Revelación) no es visto como un acontecimiento que vendrá en el futuro, sino que es «hecho presente» por la acción litúrgica y por el cuadro en el que ella se desarrolla. El Cristo Pantocrator, la Theotokos, los Angeles, los Santos están ahí, representados en los Iconos o las pinturas murales: el mundo celeste participa en la liturgia terrestre, si bien que no hay finalmente más que una Liturgia, a la vez terrestre y celeste, de la cual la Liturgia trinitaria, el Trisagion –la triple «acción de gracias» in divinis– es el prototipo eterno e inmutable. Es por eso, tras las oraciones penitenciales, que el diácono comienza por incensar los Iconos, después a los celebrantes (siendo la jerarquía eclesiástica la imagen de la jerarquía celeste) y finalmente el pueblo fiel. 921 Abbé Henri Stéphane: LITURGIA ORTODOXA
El sabio, tanto como el vulgar, no hace más que registrar el «juego» de los «puntos» situados en la circunferencia de la «rueda cósmica», mientras que ignora que la verdadera esencia de estos puntos, tanto como la suya propia, no es otra que la del centro. Pero solo el hombre espiritual puede alcanzar el centro y descubrir en él su propia esencia y la del Universo, realizando así la palabra evangélica: «Buscad primero el Reino de Dios y su Justicia, y el resto se os dará por añadidura» (Mat. VI, 33). Mientras que el sabio y el vulgar se pierden indefinidamente en la circunferencia, el hombre espiritual se esfuerza en seguir un radio para desembocar en el centro. Se puede todavía mencionar a este respecto otra palabra de Cristo: «¿Para que sirve al hombre conquistar el mundo si pierde su alma?» (Mar. VIII, 36) 936 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA INGENUIDAD
Ahora bien, si abro el Génesis, si mi inteligencia no está oscurecida por las elucubraciones de la ciencia o de la filosofía profana, aprendo de la teología – y no de la historia o de la ciencia – aprendo que Dios a creado el Cielo y la Tierra, que el Espíritu de Dios se movía por la superficie de las Aguas, que el hombre a sido hecho a “imagen de Dios”, que el hombre a sido creado “varón y hembra”, que mi padre se llamaba Adam y que mi madre Eva, pero que después de haber probado del Arbol de la ciencia del Bien y del Mal, todo fué puesto en duda. Si continúo leyendo la sagrada escritura – saltando hasta lo más importante – y si yo añado los comentarios de la Tradición y de los Padres, aprendo que “Adam” no era mas que la figura de Cristo, el Nuevo Adam, y que “Eva” no era mas que la figura de la Virgen María o de la Iglesia Virgen y Madre, la Nueva Eva. Aprendo también que la Nueva Eva, la Iglesia, la Sagrada Esposa, salió de la costilla del Cristo dormido en la muerte, en el momento en el que el centurión Longin atravesó con su lanza el costado del Crucificado, exactamente como Eva salió de la costilla de Adam dormido; aprendo además que el agua salida del costado de Cristo no es otra que el agua del bautismo, el agua de la “regeneración”, la misma que las Aguas del Génesis en las que se movía el Espíritu de Dios… ¡y aprendo todavía muchas más cosas! ¡Que lejos estamos del lagarto! 976 Abbé Henri Stéphane: A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN
Cuando el hombre caído ve el pan, dice: “Es pan”; cuando el hombre verdadero – el Cristo, Indra – ve pan dice: “Este es mi Cuerpo”. Adam, en el Paraíso terrestre, dice viendo a Eva: “Esta es verdaderamente la carne de mi carne, los huesos de mis huesos”; el hombre caído cuando ve a una mujer la toma por una prostituta; el hombre tradicional, si él es cristiano por ejemplo, la mira como el símbolo de la Iglesia, la Sagrada Esposa del Cordero inmolado, una hipóstasis de la Virgen. 990 Abbé Henri Stéphane: A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN
1. El Arte sagrado, que es una expresión o un modo de la Revelación, tiene como función la de «representar» – rendir presentes – las Realidades celestes, o los Arquetipos eternos de todas las cosas, y comunicar así al alma del contemplativo la virtud transformante, alquímica, santificante de la Luz Increada (La luz que los Apóstoles han contemplado durante la Transfiguración.) . el Arte sacro no es por lo tanto y de ninguna manera la expresión de la sicología individual del artista y de sus fantasías más o menos patológicas (Es equivalente decir que una obra de Arte tiene necesariamente un «contenido inteligible» en el sentido platónico en el que el mundo sensible no es más que un símbolo del mundo inteligible; la obra de Arte sacro «reenvía» a su Prototipo celeste y sirve así de «soporte de meditación» o de contemplación; el sujeto humano que contempla la obra es puesto así en relación, gracias al «contenido inteligible» de esta, con el Prototipo celeste correspondiente (la Virgen, Cristo, en el caso de un Icono). Todo esto supone que la obra de Arte es objetivamente conforme a su Prototipo y que el alma del contemplativo está purificada por la ascesis e iluminada por el don de la Inteligencia que permite romper los límites del mental y escapar a la vez al racionalismo y al sentimentalismo.). 1040 Abbé Henri Stéphane: VARIOS ESCRITOS SOBRE ARTE
«Que la Luz de Cristo resucitando en su gloria disipe las tinieblas del corazón y del espíritu» 1095 Abbé Henri Stéphane: La Iluminación
Una de las causas de la decadencia espiritual de nuestro mundo, es el haber reducido la Religión a la moral; es lo que se llama el moralismo. La religión comporta esencialmente tres elementos: el dogma, la moral y el culto. Si se reduce la Religión a uno de sus elementos y si se dejan caer los otros dos, ya no es una Religión, es otra cosa, digamos: una ideología. Notemos que esta reducción no data de hoy en día; se puede remontar al humanismo del Renacimiento: en lugar de estar centrado en Dios (teocéntrica), la Religión está centrada en el hombre (Antropocéntrica); en la espiritualidad, se llega incluso a poner el acento cada vez más en la humanidad de Cristo, y su divinidad desaparece poco a poco. Hoy en día se llega al límite extremo: para los revolucionarios, Cristo no es más que un héroe, un líder de la Revolución (se dice también: la Liberación), revelándose contra el orden establecido (fariseos), contra los mercaderes del templo, etc. Se comprende entonces fácilmente que la Religión se reduzca a una moral completamente humana, ocupándose de las relaciones humanas: justicia social, construcción del mundo, liberación de los oprimidos… y es esto lo que se nos repite por todas partes, todos los días. 1112 Abbé Henri Stéphane: HOMILIA PARA EL VIGESIMO SEGUNDO DOMINGO
Podemos nosotros tomar conciencia de ello una vez más intentando comprender la Epístola de hoy. He aquí lo esencial: «Lo que yo pido a Jesucristo, es que vuestra caridad abunde cada vez más en conocimiento (in scientia) y en toda inteligencia (in omni sensu) para que discernáis lo que vale mas, a fin de que seáis puros e irreprochables en el día de Cristo (in diem Christi) y colmados por Jesucristo de los frutos de la Santidad, para la gloria y la alabanza de Dios (in gloriam et laudem Dei)» (Fil. I, 9-11) 1116 Abbé Henri Stéphane: HOMILIA PARA EL VIGESIMO SEGUNDO DOMINGO
Haremos por último la importante advertencia siguiente: si la metafísica tradicional es susceptible de proyectar sobre este género de cuestiones una luz incomparable, exponiendo por ejemplo las diversas posibilidades que se presentan en la evolución póstuma del ser humano, no es menos verdad, como lo decíamos al comienzo, que en razón misma de su carácter universal –o «abstracto»– la metafísica tradicional no permite conocer las diferentes posibilidades póstumas concerniendo especialmente a cada tradición, y ella corre el riesgo, para aquellos que la comprendan mal, de mantener ciertas ilusiones, como por ejemplo las de un cristiano que utilizase los métodos del «yoga» hindú con vistas a alcanzar algún «paraíso hindú» al cual su «naturaleza» de cristiano no lo destina. Es necesario, en efecto, comprender bien –conforme a la primera cita de F. Schuon dada al comienzo– que, si los estados póstumos de un individuo están más o menos determinados por la estructura de la forma tradicional correspondiente, los de un cristiano no serán cualesquiera y, en virtud de todo lo que hemos dicho, no es ni la ciencia, ni la teosofía, ni incluso la metafísica tradicional, las que pueden enseñarnoslos, no más que el comportamiento que el individuo deberá de adoptar para asegurarse las mejores condiciones póstumas que el Cristianismo es susceptible de procurarle. Es por lo tanto, en definitiva, a la Revelación cristiana y a la enseñanza tradicional de la autoridad habilitada para dar la interpretación auténtica de ello –es decir a la Iglesia– a la que habrá que dirigirse para conocer dichas condiciones póstumas y la actitud correspondiente. Sin duda estaremos tentados de decir que la doctrina oficial de la Iglesia se contenta con no dar, sobre la cuestión de los fines últimos, más que un simple «esquema» –para retomar la expresión de F. Schuon– y que, además, espíritus un poco cultivados, o que se creen «fuertes», se plantearán entonces una multitud de objeciones que podrían ser «disueltas» por la metafísica tradicional solamente; por ejemplo, la cuestión de la «eternidad del Infierno» no puede evidentemente recibir una solución aceptable más que si se es capaz de distinguir entre «perpetuidad» o «indefinidad cíclica», y «eternidad» (Para un mayor desarrollo de este punto de vista ver F. Schuon, «L’Oeil du Coeur», P. 77, y también R. Guénon, «Iniciación y realización espiritua»). Pero, de hecho, lo que importa es que el dogma de la «eternidad del Infierno» confiere a la cuasi-totalidad de los cristianos una «noción cualitativa y simbólicamente suficiente» de la causalidad cósmica que rige nuestros destinos póstumos. Ahora bien, aquí, es decir para un cristiano –e incluso un simple «bautizado» que lo haya sido a una edad en la que él no haya tomado conciencia de ello, lo que es el caso más frecuente– la «causalidad cósmica» de la que se trata es un lazo «ontológico» entre su substancia individual y un principio «metacósmico» que es Cristo y su Cuerpo Místico. En virtud de ese lazo, la «naturaleza» de un cristiano ya no es la de un «pagano», y sus destinos póstumos ya no son los mismos, en principio al menos; resulta de ello, en particular, para él una mayor facilidad de obtener la «salvación» y, como contrapartida inevitable, un mayor riesgo de «condenación». Es esto lo que explica que el Cielo y el Infierno cristianos son vistos como «perpetuos» a diferencia de los cielos y de los infiernos pasajeros del Hinduismo. Así, sin que sea necesario tener una mas amplia información sobre la «naturaleza» del Infierno, es suficiente que este aparezca como una eventualidad temible, e incluso más temible para un cristiano que para un «pagano»; pero el carácter temible de esta eventualidad aparecerá todavía mejor si nos tomamos el cuidado de recordar que la «salvación» –o su contrapartida, la «condenación»– es a la vez el resultado de la gracia divina y de la cooperación libre del hombre, es decir que se sitúa en el ámbito de la acción, por lo tanto al nivel del «ciclo terrestre» en el que la libertad humana puede ejercerse, y esta acción no es aprovechable para la salvación más que si ella es «ritualizada», normalmente por la intermediación de los sacramentos. Fuera de la economía sacramental, el cristiano, en principio al menos, corre el riesgo de la condenación. Decimos «en principio», ya que es bien evidente que el ejercicio de la libertad y el carácter «gratuito» de la gracia divina prohiben absolutamente prejuzgar sobre la «salvación» o sobre la «condenación» de tal o cual persona, y uno puede ser llevado a preguntarse en el estado actual del mundo, cual puede ser el grado de «responsabilidad» de una multitud de cristianos. Metafísicamente, se dirá que ellos no han llegado verdaderamente al «estado de hombre» para ser susceptibles de «salvación» o de «condenación»; ellos no son «hombres» más que accidentalmente (Cf. F. SCHUON, L’Oeil du Coeur.), y no se encuentran por lo tanto en un estado «central», a partir del cual solamente la posibilidad de «salvación» puede ser considerada. Son «comparables» a los animales o a los vegetales que están en los estados «periféricos», y sus estados póstumos excluyen tanto la «salvación» como la «condenación»; es lo que la teología clásica expresa poniéndolos en los «limbos»: no pueden ellos «renacer» mas que en otro estado periférico o en un «estado central» diferente que el ser humano. Pero ahí todavía es imposible prejuzgar si tal o tal individuo es verdaderamente «hombre» o entra en la categoría más arriba descrita. 1182 Abbé Henri Stéphane: Algunas Consideraciones sobre los Estados Postumos