Pierre Deghaye — Nascimento de Deus
Deserto
Hemos hablado del hambre de Cristo. Nos queda por explicar el significado del desierto.
En primer lugar, el desierto es el lugar donde se produce el enfrentamiento entre los dos deseos según el alma humana de Cristo. El desierto es a la vez el lugar frecuentado por el demonio y el lugar del cumplimiento. ¿No es el Espíritu Santo quien conduce a Cristo al desierto? En la Biblia, el desierto aparece bajo dos aspectos que aquí volvemos a encontrar. Por un lado, es un lugar de desolación. Por otro, el desierto es el espacio de la prueba salvadora. Gracias a la prueba del desierto se bautizan las almas.
Pero la soledad del desierto significa además otra cosa.
Acabamos de evocar lo que hemos llamado la conversión del deseo en el ciclo primordial de la naturaleza eterna. Esto significa que a un primer deseo, que es un fuego devorador, sigue otro deseo, que se encarna en un cuerpo de luz. El fuego se convierte en luz. La misma conversión del fuego en luz marcará en el alma humana el principio del segundo nacimiento.
Con la luz, brota la verdadera vida. La vida y la luz son uno. Ahora bien, nacer a la verdadera vida es, ante todo, morir. El nacimiento de la luz es la muerte del fuego.
En verdad, en el pensamiento de Boehme, la muerte jamás es la cesación de toda vida. ¿Cómo sería posible, si antes de la muerte la vida no existía propiamente hablando? De la muerte nacerá la vida. La verdadera vida se engendra bajo la apariencia de la muerte. Sin embargo, hay una realidad en la muerte, hay un fuego que muere para que otro nazca.
El fuego que muere es el primer deseo. Su violencia cae de golpe cuando llega a su paroxismo. Es la peripecia del deseo. En lo más fuerte de su furor, el deseo se niega repentinamente. El torbellino cesa. Justo antes, la chispa ha estallado. Las tinieblas se han rasgado. Y ahora el fuego negro da lugar a la luz. La naturaleza se hace luminosa, y con la luz es otro deseo el que asciende en ella. Es el deseo de amor.
En la criatura, el primer deseo es la voluntad propia. Esta voluntad no se nutre más que de sí misma. Sin embargo, no es capaz de establecerse en sí misma. Siempre entra en sí misma, pero siempre se pierde en su propio torbellino.
Por otra parte, en un mundo creado donde reina la multiplicidad, toda voluntad que no se afirma sino por sí misma es indudablemente discordante con respecto a las demás. No puede encarnarse en una verdadera substancia, que no podría ser solamente la suya, pues es universal. Jamás se fijará en una carne que sea un símbolo de vida imperecedera. Por más que se fije, que se endurezca, no engendra sino un cuerpo perecedero.
Para que la criatura se cumpla, es necesario que su voluntad propia se niegue y que se abandone totalmente a otra voluntad, que es aquella de la que procede la vida universal en el nivel del Espíritu. No es verdadera substancia más que en esta universalidad, que es la plenitud. La criatura que quiere no existir más que por sí misma jamás será substancialmente ella misma. Jamás accederá al ser substancial.
Para que la criatura nazca a la verdadera vida, que es la vida substancial manifestada en un cuerpo de luz, es preciso que la voluntad propia desaparezca a imagen del fuego que muere. En el vocabulario de la teología mística alemana, este abandono se traduce con la palabra Gelassenheit.
Boehme escribió un tratado titulado Del verdadero abandono, Von der wahren Gelassenheit. Es significativo que el estado de perfecta sumisión a la voluntad divina sea puesto en relación con la prueba del desierto sufrida por Cristo.
La soledad del desierto es para Cristo un estado de total renuncia. Pero renunciar no es solamente estar desapegado de los bienes de este mundo. Es esencialmente negar toda voluntad propia para entrar en la voluntad de Dios. Renunciar es renunciarse para abandonarse plenamente a Dios. Mediante este abandono, Cristo se alimentó: “Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me ha enviado”. He aquí, pues, el alimento con el que Cristo se sació durante los cuarenta días pasados en el desierto.
Evocando de nuevo la tentación de Cristo en el desierto, Boehme habla del alma que entra en la Nada. ¿Qué es la Nada? No es del todo el abismo tenebroso. La Nada es la virginidad del ser previa a todo estallido. El deseo de amor es referido a la claridad primera que todavía no se ha oscurecido en un nacimiento, a la pureza del ser que todavía no dice yo. Aboliendo su existencia propia, muriendo a sí misma, el alma se torna totalmente disponible para nacer de nuevo, como si jamás hubiera nacido. Recobra su virginidad de alma increada para unirse con la voluntad divina primordial, anterior y trascendente a toda naturaleza.
La soledad del desierto deviene el símbolo de esta perfecta denudación del alma. El tiempo de la prueba sirve para confirmarla. Tal es el sentido profundo de los cuarenta días del desierto.