Boehme Deghaye Adão Cristo

Pierre Deghaye — Nascimento de Deus
Adão-Cristo
Preguntémonos ahora qué se le había prometido a Adán y no se realizó a causa del pecado, pero que será dado al Cristo victorioso.

Adán debía engendrar un hijo incluso aunque Eva todavía no hubiera nacido. Este hijo debía ser a semejanza de su padre según su naturaleza celestial. Sólo por él, Adán debía engendrar a su semejante según un modo espiritual de generación. Para distinguir este nacimiento del nacimiento del hijo concebido por la mujer, Boehme lo designa como un nacimiento sin desgarro.

Todo ser engendra a su semejante según su naturaleza, celestial o terrenal. El Adán celestial habría engendrado a un ángel, según su naturaleza angélica. Reducido a su naturaleza terrenal, Adán engendrará a Caín.

El ángel que hubiera salido de Adán si éste hubiese pasado victoriosamente la prueba de los cuarenta días nacerá, a pesar de todo. Será el fruto del alma humana regenerada. Será el hombre nuevo engendrado según la maternidad del alma.

Este hombre nuevo será Cristo. Sin embargo, el nacimiento de Cristo es doble. Por un lado, es un nacimiento físico, según la naturaleza terrenal del hombre. Boehme no es totalmente doceta, para él Cristo nació de una verdadera mujer. Por otro, el nacimiento de Cristo es un nacimiento espiritual. Cristo es engendrado por la Sabiduría, que ha establecido su trono en la persona de María. Debido a este nacimiento superior, Cristo es desde su concepción el hombre nuevo. Pero, cuando llega a la tierra, se halla en la situación de Adán, pues participa de los dos mundos. ¿Se mantendrá en el mundo celestial? ¿No se ensombrecerá en el mundo inferior? La pregunta se plantea en los mismos términos que con respecto a Adán.

Cristo es el segundo Adán. El trayecto que recorrerá se concibe ante todo por analogía con el de Adán, que le precede. Pero es también la carrera ejemplar para todos los hombres por venir. Y, en esta última perspectiva, aparece una diferencia.

Adán y Cristo nacen con un cuerpo celestial y con un cuerpo terrenal. Ambos cuerpos les son dados simultáneamente. Representan dos nacimientos que se cumplen en el mismo momento, que cronológicamente no son sino uno. No ocurre lo mismo con los hombres que deberán imitar a Cristo. Sus dos nacimientos serán espaciados. Nacerán primero con un cuerpo terrenal, y después una segunda vez con un cuerpo celestial. El nacimiento según el Espíritu será para ellos verdaderamente un segundo nacimiento.

Una vez nacido de la Sabiduría en el momento mismo de su primer nacimiento, Cristo, al parecer, no tiene necesidad de nacer de nuevo. Sin embargo, la carrera que va a cumplir se presenta según la perspectiva de un segundo nacimiento. Será así ejemplar para los hombres.

Pero, ¿puede hablarse también de un segundo nacimiento en cuanto a Adán? Cabe pensar que el nacimiento del hijo de Adán según el Espíritu, si se hubiera producido en vida de su padre, habría sido de hecho un segundo nacimiento. En efecto, en el nivel del Espíritu, engendrar es engendrarse a sí mismo. Por la generación de este hijo, Adán se habría cumplido a imagen de la Divinidad, que se engendra en el Hijo.

Aunque creado, como Cristo, con un cuerpo celestial, ¿Adán no debía nacer de nuevo para que ese cuerpo fuera verdaderamente soberano? Parece que todo hombre, incluso Cristo, debe engendrarse una vez nacido. Adán no podía escapar a esta ley: toda vida creada debe recrearse para devenir una vida imperecedera.

De hecho, Adán renace en Cristo. La generación que debía cumplirse durante su vida es diferida. Adán muere, y su segundo nacimiento será en Cristo. Pero el segundo nacimiento de Cristo no se cumplirá sino tras su muerte. El verdadero segundo nacimiento de Cristo es su resurrección.

Cristo es verdaderamente hombre. Esto significa que se ha revestido del alma humana, de la nuestra. Esta alma comprende el cielo y el infierno. El cielo es la sustancia en la que el alma es llamada a encarnarse para convertirse en el cuerpo del Espíritu. El cielo es el alma exaltada. Pero en la raíz del alma se halla la gehena (17). El movimiento del alma, cuando es positivo, va del infierno al cielo. Nacemos todos en el infierno, y no nos incorporamos a ese cielo, que es nuestra carne, hasta que nacemos de nuevo.

¿Nació Cristo en el infierno? ¿es el seno de María el infierno?

Hay dos madres en María. Por un lado, María se identifica con la Sabiduría descendida sobre ella. La Sabiduría está en la matriz de agua viva que el ángel Gabriel ha animado con su aliento en la persona de María. Esta matriz es el cielo oculto bajo la carne mortal (18). Ella es esa otra carne de la que se alimentará el cuerpo celestial de Cristo. Por otro lado, María es una madre mortal que concibe en una matriz de carne vil. El hijo engendrado por esta madre mortal es como uno de nosotros.

El niño nacido de María tiene un alma humana. Verdaderamente, en toda alma está el cielo, esa quintaesencia que, desprendida de la ganga terrestre, puede producir un cuerpo celestial. Sin embargo, el cielo no es en principio más que la semilla hundida en la tierra y que deberá elevarse. Y en la raíz del alma arde el fuego de la gehena. Mientras el cielo no salga de la tierra, el alma humana no será sino ese fuego oscuro. No será sino la naturaleza tenebrosa que se identifica con el infierno.

En el primer comienzo de la naturaleza está el infierno. La naturaleza es el cuerpo. Pero, antes de ser el cuerpo, la naturaleza es el alma. Comprendemos así por qué Boehme dice que, habiéndose revestido del alma humana, Cristo descendió al infierno.

El encuentro con el diablo no se produce solamente en el desierto. Es el hecho primordial de la carrera terrenal de Cristo. No puede decirse que en el desierto el diablo venga desde el exterior al encuentro con Cristo. Está presente en el trasfondo de su alma humana. Es ahí donde se libra el combate.

Lo que está en juego en este combate es un segundo nacimiento. El alma humana de Cristo debe transformarse para ser el cuerpo del Espíritu (19). La paradoja consiste en que, por un lado, Cristo parece nacer con ese cuerpo de luz, y, por otro, debe renacer. Es una contradicción que la simple lógica no podría solucionar.

La prueba del desierto se presenta pues en la perspectiva de un segundo nacimiento. Es el combate heroico contra el principio del mal. Cristo triunfará y el segundo nacimiento será el fruto de su victoria.

No obstante, para que Cristo pueda vencer, es preciso que Dios obre en él. Está en juego el alma humana de Cristo. Pero la sola fuerza del hombre no podría triunfar sobre el infierno. Gracias a la virtud infusa en él durante su bautismo, Cristo será lo bastante fuerte como para enterrar al dragón. Por esta virtud actuará Dios en él. He aquí la razón de que la prueba del desierto y el bautismo en el agua del Jordán sean dos acontecimientos que deben ser considerados conjuntamente.

BATISMO