Nicolas Berdiaeff — DIGNIDAD DEL CRISTIANISMO — INDIGNIDAD DE LOS CRISTIANOS
II
Se pretende a menudo que el cristianismo ha fracasado, que no se ha realizado históricamente, y que la misma historia de la Iglesia ofrece el más vivo testimonio de ello. Hay que reconocer que las obras que trazan esa historia pueden ser un escándalo para aquellos cuya fe vacila. En efecto, ellos evocan la lucha en el mundo cristiano de las pasiones y de los intereses humanos, la depravación y deformación de la verdad en la conciencia de la humanidad pecadora; muy a menudo nos muestran una historia de la Iglesia singularmente análoga a la de los gobiernos, de las relaciones diplomáticas, de las guerras, etc.
La historia externa de la Iglesia es visible, puede exponerse en forma accesible a todos. Pero su vida espiritual e interior, la conversión de los hombres a Dios, el desarrollo de la santidad, son menos evidentes; es más difícil hablar de ellas, porque la historia las recata en cierto modo y a veces las aplasta. Los hombres disciernen más fácilmente el mal que el bien; son más sensibles al lado exterior de la vida, que a la vida interior. De esa suerte aprendemos fácilmente todo lo que se refiere a las ocupaciones comerciales o políticas, la vida familiar o social de los seres humanos. Pero, ¿pensamos mucho en su manera de invocar a Dios, en cómo orientan su vida interior hacia el mundo divino y en cómo luchan espiritualmente contra su propia naturaleza ?
A menudo nada de eso sabemos, y ni sospechamos la existencia de una vida espiritual en los seres que encontramos; a lo sumo la percibimos en algunos que están en contacto con nosotros y que nos merecen alguna atención especial. En la vida exterior, en la que se ofrece a todas las miradas, descubrimos con facilidad la acción de las malas pasiones. Pero lo que no sabemos, o lo que no queremos saber, íes lo que significan las luchas del espíritu que se desarrollan detrás de esas pasiones malas, esas aspiraciones del espíritu hacia Dios, los dolorosos esfuerzos por vivir la verdad de Cristo. Nos han dicho que no juzguemos al prójimo, pero constantemente lo juzgamos por sus actos exteriores, por la expresión del rostro, sin profundizar siquiera su vida interior.
Lo mismo sucede con la historia del cristianismo; no se le puede juzgar por los hechos exteriores, por las pasiones y los pecados humanos que deforman su imagen. Debemos tener presente todo lo que los pueblos cristianos han tenido que vencer en la historia, cuales fueron sus duros esfuerzos por dominar su vieja naturaleza, su paganismo ancestral, su antigua barbarie, sus instintos groseros. El cristianismo ha tenido que penetrar la materia que oponía una temible resistencia al espíritu cristiano. Era preciso educar en la religión del amor a aquellos cuyos instintos no eran sino violencia y crueldad. Pero el cristianismo vino a salvar a los enfermos y no a los sanos, no a justos sino a pecadores. Y el género humano, convertido al cristianismo, es un pecador. La Iglesia de Cristo no está llamada a organizar el lado exterior de la vida, a vencer el mal, por la violencia. La Iglesia lo espera todo de un renacimiento interior y espiritual, de la acción recíproca de la libertad humana y de la gracia divina. Por su naturaleza no puede ella destruir lo arbitrario, el mal en la naturaleza humana; porque ella reconoce la libertad del hombre.
Los socialistas materialistas proclaman con complacencia que el cristianismo ha fracasado, que no ha realizado el Reino de Dios: ya van cerca de dos mil años que el Redentor y Salvador vino a la tierra y el mal continúa existiendo, y hasta va en aumento; el mundo está saturado de dolores y los sufrimientos de la vida no han disminuido por el hecho de haberse efectuado la redención. De modo que ellos nos prometen realizar sin Dios y sin Cristo lo que Cristo no pudo realizar; la fraternidad entre los hombres, la justicia en la vida social, la paz, “el Reino de Dios en la tierra”, (¡y los hombres que no creen usan de grado esta expresión!)
La única experiencia que conocemos de la realización del socialismo materialista, es la experiencia rusa; y ésta no ha dado los resultados que se esperaban. Pero eso no soluciona la cuestión. La promesa hecha por el socialismo materialista, de hacer reinar la justicia en la tierra, de eliminar el mal y el dolor, deseansa, no sobre la libertad humana, sino al contrario, en la violación de esa libertad; esa promesa se realizará mediante una organización social impuesta que hará imposible el mal exterior constriñendo a los hombres a la virtud, al bien y a la justicia. Empero en esa coacción está toda la diferencia entre el socialismo y el cristianismo. La pretendida “bancarrota del cristianismo en la historia” es una bancarrota enlazada a la libertad humana, a la resistencia de esa libertad hecha al Cristo, a la oposición de la mala voluntad, que la religión no quiere constreñir al bien. La verdad cristiana presupone la libertad y espera la victoria interior y espiritual sobre el mal. Exterior-mente, ¡el Estado puede imponer un límite a las manifestaciones de la mala voluntad, y está llamado a hacerlo; pero no es así como se vencerá el pecado y el mal. Este dilema no existe para el socialismo, porque ese problema, el problema del mal y del pecado, el de la vida espiritual, no existe para él; una cuestión sola le importa: la del sufrimiento y de la injusticia social, la de la organización exterior de la vida.
Dios no quiere hacer uso de la fuerza; Dios renuncia al triunfo exterior de la justicia; desea la libertad del hombre. De modo que se podría decir que soporta el mal y se sirve de él para fines de bondad. La justicia de Cristo, en particular, no puede realizarse por la violencia. El comunismo quiere esperar su justicia como efecto de lo arbitrario y por eso le es más fácil realizarla. Así es que el argumento basado sobre el fracaso histórico del cristianismo es insostenible. No puede imponerse el Reino de Dios; no puede realizársele sin un nuevo nacimiento, que presupone siempre la libertad del espíritu. El cristianismo es la religión de la Cruz; ¡el cristianismo artibuye un valor al sufrimiento. Cristo nos exhorta a tomar nuestra cruz, a llevar la carga del mundo pecador. La realización del Reino de Dios aquí abajo, la realización de la felicidad y de la justicia terrestres sin cruz y sin. sufrimiento, es para la conciencia cristiana una inmensa impostura. Es una de las tentaciones que Cristo rechazó en el desierto, cuando le fueron mostrados todos los reinos del mundo y se le propuso que se prosternara ante ellos. El cristianismo no promete su realización y su triunfo indefectibles aquí abajo. Cristo mismo duda de si hallará fe en la tierra cuando venga al cumplimiento de los tiempos; Cristo predijo que el amor se debilitaría.