Orígenes — Comentários ao Cântico dos Cânticos
Al comienzo de los libros de Moisés, donde se escribe sobre la creación del mundo, hallamos referida la creación de dos hombres: el primero, hecho a imagen y semejanza de Dios; el segundo, modelado del barro de la tierra. El apóstol Pablo, que sabía esto muy bien y con toda claridad, escribió en sus cartas con particular franqueza y transparencia que en cada hombre hay un doble hombre. Dice así, efectivamente: Aún cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, el interior, en cambio, se renueva de día en dia; y también: Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior; ¿y cuánto no escribió por el mismo estilo? De ahí que yo piense que nadie debe ya dudar de lo que Moisés escribió al comienzo del Génesis sobre la hechura y formación de dos hombres, cuando vemos que Pablo, que sin duda entendía mejor que nosotros lo que Moisés escribió, dice que en cada hombre hay dos, y nos recuerda que uno de ellos, el interior, se va renovando de día en día mientras el otro, el exterior, se va corrompiendo y debilitando incluso en santos de la calidad del propio Pablo. Por si alguno piensa que todavía cabe alguna duda sobre esto, se dará explicación más amplia en sus correspondientes lugares.
Ahora, sin embargo, prosigamos con la razón de haber mencionado al hombre interior y al hombre exterior. En realidad, con ello queremos hacer saber que en las divinas Escrituras se suele nombrar mediante homónimos, esto es, mediante denominaciones semejantes, más aún, con idénticos vocablos, los miembros del hombre exterior y las partes y sentidos del hombre interior, y su mutua confrontación se realiza no sólo en las palabras sino también en los hechos mismos. Por ejemplo: uno es, por la edad, un muchacho según el hombre interior; entonces le es posible crecer y alcanzar la edad juvenil, y luego, continuando su crecimiento, llegar al estado de hombre perfecto y hasta convertirse en padre. Pues bien, nos hemos querido servir de estos términos con el fin de presentar vocablos acordes con la divina Escritura, esto es, con lo que escribió Juan. Dice, efectivamente: Os escribo a vosotros, muchachos, porque ya conocéis al Padre; os escribo a vosotros, padres, porque ya conocéis al que existía desde el principio; os escribo a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes y la palabra de Dios permanece en vosotros y ya habéis vencido al meligno. Es evidente—y nadie creo que pueda en absoluto dudarlo— que aquí Juan habla de muchachos, jóvenes e incluso padres, según la edad del alma, no según la del cuerpo. Pero es que el mismo Pablo dice en algún lugar: No puedo hablaros como a espirituales, sino como a carnales; como a niños en Cristo, os di a beber leche, y no alimento sólido. Sin duda alguna se les llama niños en Cristo según la edad del alma, no según la de la carne. Efectivamente, el mismo Pablo dice también en otro lugar: Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, discurría como niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las niñerias. Y en otra parte vuelve a decir: Hasta que todos alcancemos el estado del hambre perfecto, la talla de la edad de la plenitud de Cristo.
Sabe, efectivamente, que todos los que creen alcanzarán el estado de hombre perfecto y la talla de la edad de la plenitud de Cristo. Por consiguiente, de la misma manera que los nombres de la edades mencionadas se asignan con los mismo vocablos al hombre exterior y al hombre interior, así también hallarás que incluso los nombres de miembros corporales se trasladan a los miembros del alma, o más bien éstos deben llamarse facultades y sentimientos del alma. Por eso se dice en el Eclesiastés: Los ojos del sabio, en su cabeza; y en el Evangelio: El que tenga oídos para oir, que oiga; también en los profetas: Palabra que habló el Señor por mano del profeta Jeromías, o de cualquier otro. Parecido es también aquello que dice: Y no tropezará tu pie; y de nuevo: Por poco resbalan mis pies. Evidentemente también se designa al vientre del alma allí donde se dice: Señor, tu temor nos ha hecho concebir en el vientre. Según eso, ¿quién dudará cuando se dice: Sepulcro abierto es su garganta; y también: Hunde, Señor, y divide sus lenguas; e incluso lo que está escrito: Machacaste los dientes de los enemigos; y aún: Quiebra el brazo del pecador y del malvado? ¿Pero qué necesidad tengo de andar recogiendo muchos textos sobre esto, si las divinas Escrituras están repletas de abundantísimos testimonios? Por ellos se demuestra con toda evidencia que esos nombres de miembros no pueden en modo alguno ajustarse al cuerpo visible, sino que deben ser referidos a las partes y facultades del alma invisible, porque, si es cierto que tienen vocablos semejantes, también es claro y palmario que presentan significados del hombre interior, no del exterior.