No hace falta decir que esta exposición no se dirige de ninguna manera a un ateo, ni a aquel que se hace una falsa idea de la Divinidad. Dios debe ser concebido a la vez como transcendente y como inmanente, y el ser humano debe ser concebido como una criatura en dependencia total y permanente con relación a Dios, según la noción exacta de «relación causal». Si no se retiene más que la transcendencia, no se ve como la criatura puede entrar en relación con Dios. Si no se retiene más que la inmanencia, Dios no es distinto del mundo, y entrar en relación con Dios no nos hace salir del mundo: los prisioneros de Platón permanecen en la caverna. Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR
Se puede decir que la necesidad del Mediador se basa a la vez en la naturaleza de Dios y en la naturaleza del hombre. En razón de su dependencia total frente a Dios, el hombre no puede alcanzar a Dios por si mismo; en razón de su transcendencia, Dios no puede alcanzar al hombre más que descendiendo a su nivel, y es entonces su inmanencia la que permite realizar este «descendimiento». El Mediador deberá entonces participar a la vez de la naturaleza divina y de la naturaleza humana, pero esta permaneciendo enteramente subordinada a Dios, no habrá «simetría». Es lo que el dogma de la Encarnación expresa tan bien como es posible afirmando que están en Jesucristo las dos Naturalezas y una sola Persona, la del Verbo (unión hipostática): la Persona o Hipóstasis del Verbo divino asume la naturaleza humana, estando ésta privada, en Jesucristo, de personalidad humana. Resulta de ello que el verbo se une a la totalidad de la «naturaleza humana», a la humanidad entera, puesto que su naturaleza humana, privada de personalidad humana, está entonces «abierta» a todas las individualidades humanas. Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR
Transcendencia………….3
Para intentar dar el sentido profundo de este dogma, en el que no creía santo Tomás de Aquino, es necesario dirigirnos a una metafísica que sobrepasa en algunos aspectos la de Aristóteles y la de Aquino. Dios deberá ser considerado como el Principio supremo situado más allá de todas las formas, de todas las distinciones, de todas las diferencias, conteniendo todas las cosas en su Unidad, o mejor, en su No-dualidad. De ahí resulta que toda creación, o toda manifestación del Principio, deberá distinguirse de El, pero al mismo tiempo, para no afectar su Unidad y su Transcendencia, y también para permanecer en El –puesto que toda cosa vista fuera del Principio no tiene más que una existencia ilusoria– deberá, digo, proceder de una diferenciación, de una dualidad en el seno de la No-dualidad, dualidad que además no afectará en nada a la Unidad del Principio situada más allá de toda dualidad. Abbé Henri Stéphane: DE IMMACULATA CONCEPTIONE
1.- El punto de vista metafísico. a. La Presencia de inmensidad. Dios es «sin medida», sin dimensión, más allá de todos los límites o de todas las condiciones de existencia, tales como el espacio o el tiempo, lo que nos permite decir que El está «presente» por todas partes y en ninguna parte. Este modo se refiere a las condiciones de la existencia manifestada. b. La Presencia de inmanencia. Dios reside en todas las cosas, «todo en nosotros», y esto en razón misma de su Transcendencia: lo Infinitamente lejano es también lo Infinitamente cercano o íntimo. Es la presencia del Principio Supremo en el «centro del Ser», en el «Corazón de las cosas», presencia percibida únicamente por el Intelecto o el «ojo del corazón». Este modo se refiere a los diferentes seres. Abbé Henri Stéphane: LOS DIFERENTES MODOS DE LA PRESENCIA DIVINA
Cuando Dios quiere «revelarse», comienza por revelarse a si mismo, con el fin de conocer su propio Misterio. Pero, ¿Cómo Dios puede revelarse a si mismo? La Esencia divina Una y sin dualidad no puede nunca devenir objeto de conocimiento, incluso para ella misma, y además ella no puede ser conocida por otro que por si misma, ya que este otro no existe. En su Eseidad Suprema, ella es el Testigo eterno de todo conocimiento, sin ser nunca ni objeto, ni sujeto de conocimiento, no siendo ni Esto que es conocido, ni Aquel que conoce, sino Conocimiento Puro e integral. Y todo lo que acabamos de decir del Conocimiento puede decirse igualmente del Amor: Dios es Amor Puro. Testigo de todo amor, pero no puede nunca ser objeto de amor, ni sujeto de amor, ya que su Transcendencia excluye toda dualidad de ese género. Abbé Henri Stéphane: EL SENTIDO DE LA VIDA