MESTRE ECKHART — SERMÕES
SERMÓN XL — Permaneced en mí.
Nuestro Señor Jesucristo dice en el Evangelio: «¡Permaneced en mí!» (Juan 15, 4), y en la Epístola se enuncia otra palabra: «Bienaventurado es el varón que mora en la sabiduría» (Eclesiástico 14, 22). Y estas dos palabras coinciden: la palabra de Cristo: «¡Permaneced en mí!» y la palabra de la Epístola: «Bienaventurado es el varón que mora en la sabiduría».
Ahora prestad atención (para saber) qué es lo que debe tener el hombre que ha de morar en Él, quiere decir, en Dios. Debe tener tres cosas. La primera: que haya renunciado a sí mismo y a todas las cosas y que ya no quede apegado a las cosas que afectan a los sentidos interiormente y que no se detenga tampoco frente a ninguna criatura que se halle en el tiempo o en la eternidad… La segunda es que no ame ni este bien ni aquél, sino que ame el Bien del cual fluye todo bien, ya que no es placentera ni apetecible ninguna cosa sino en la medida en la que Dios se halla dentro de ella. Por eso no ha de amarse ningún bien sino en cuanto se ama en él a Dios; y por ende, no se debe amar a Dios ni por su reino de los cielos ni por ninguna cosa, sino que hay que amarlo por la bondad que es Él en sí mismo. Porque, quien lo ama por otra cosa, no mora en Él sino en aquello por lo cual lo ama. Por eso: si queréis permanecer en Él, no lo améis por nada fuera de Él mismo… La tercera (cosa) consiste en que no debe tomar a Dios en cuanto es bueno o justo, sino que lo ha de aprehender en la sustancia pura (y) desnuda en la cual Él mismo se concibe con pureza. Pues, (la) bondad y (la) justicia son vestimentas de Dios porque lo arropan. Por eso, separad de Dios todo cuanto lo está vistiendo y tomadlo desnudo en el vestuario donde se halla de-velado y desarropado en sí mismo. Entonces, permaneceréis en Él.
Quien de tal modo permanece en Él, posee cinco cosas. La primera: que entre él y Dios no hay diferencia, sino que son uno. Los ángeles son muchos, sin número, porque no constituyen ningún «número individual», ya que carecen de número; esto se debe a su gran simpleza. Las tres personas en Dios son tres sin número, pero constituyen una multiplicidad. Mas, entre el hombre y Dios no sólo no existe ninguna diferencia, sino que no hay tampoco una multiplicidad; ahí no hay sino uno… La segunda (cosa) consiste en que él está obteniendo su bienaventuranza allí en la pureza donde la toma Dios mismo, y halla en ella su apoyo… La tercera (cosa) es que posee un saber junto con el saber divino y un obrar junto con el obrar divino y un conocimiento junto con el conocimiento divino… La cuarta es que Dios nace todo el tiempo en ese hombre. ¿Cómo nace Dios todo el tiempo en ese hombre? ¡Observad lo siguiente! Cuando el hombre desnuda y de-vela la imagen divina que Dios ha creado en él por naturaleza, entonces la imagen de Dios llega a revelarse en él. Pues en el nacimiento se conoce la revelación de Dios; porque el que el Hijo se llame nacido del Padre, se debe a que el Padre le revela su secreto al modo paternal. Y por eso, cuanto más y cuanto más claramente el hombre desnuda en sí la imagen de Dios, tanto más claramente nace Dios en él. Y entonces el nacimiento de Dios se debe concebir siempre de acuerdo con el hecho de que el Padre de-vela la imagen pura y resplandece en ella… La quinta (cosa) es que el hombre nace todo el tiempo en Dios. ¿Cómo nace el hombre todo el tiempo en Dios? ¡Observad lo siguiente! Por el desnudamiento de la imagen en el hombre, éste se va asemejando a Dios, porque por la imagen el hombre es semejante a la imagen divina que es Dios en su pureza de acuerdo con su esencia. Y cuanto más se desnuda el hombre, tanto más se asemeja a Dios, y cuanto más se asemeja a Dios, tanto más se une con Él. Y por ende, el nacimiento del hombre en Dios, siempre se ha de concebir en el sentido de que el hombre con su imagen está resplandeciendo en la imagen divina, que es Dios desnudo en su esencia (imagen) con la cual el hombre es uno. Por lo tanto, la unidad del hombre y de Dios se debe concebir de acuerdo con la semejanza de la imagen; porque el hombre se parece a Dios con respecto a la imagen. Y por ello: si se dice que el hombre es uno con Dios y es Dios de acuerdo con la unidad, se lo percibe según la parte de la imagen, en la cual se asemeja a Dios, y no según el hecho de que ha sido creado. Pues, si se lo toma por Dios, no se lo hace según su criaturidad; porque si se lo toma por Dios no se niega la criaturidad en el sentido de que la negación se considere como aniquilación de la criaturidad, sino que ha de considerárselo como enunciado relativo a Dios, con el cual se le quita a Él (la criaturidad). Pues Cristo que es Dios y hombre, cuando se lo percibe según la humanidad, no se toma en consideración la divinidad, mas no de modo que se niegue la divinidad, sólo que ésta no se considera en tal percepción. Y así ha de comprenderse la palabra de Agustín cuando dice: «Lo que ama el hombre, esto es el hombre. Si ama una piedra, es una piedra, si ama un hombre, es un hombre, si ama a Dios… ahora no me atrevo a continuar, pues si yo dijera que entonces sería Dios, podríais lapidarme. Pero os remito a la Escritura». Y por ello, cuando el hombre en el amor se adecua enteramente a Dios, entonces se le quita su imagen y se lo in-forma y se lo transforma en imagen dentro de la uniformidad divina, en la cual es uno con Dios. Todo esto lo posee el hombre por la permanencia dentro (de Él)4. Ahora bien, prestad atención al fruto que da el hombre en ese caso. Es el siguiente: cuando es uno con Dios, produce junto con Dios a todas las criaturas y trae la bienaventuranza a todas las criaturas en la medida en que es uno con Él.
La otra palabra, la de la Epístola, dice, pues, así: «Bienaventurado es el varón que mora en la sabiduría». Como dijo: «en la sabiduría» (resulta que) sabiduría es un nombre maternal porque un nombre maternal significa la posesión de un padecimiento, ya que se debe suponer que en Dios (hay) el obrar y el padecer, pues el Padre está obrando y el Hijo padeciendo; y esto (último) se debe a la peculiaridad de haber nacido. Como, pues, el Hijo es la sabiduría nacida eternamente, en la cual todas las cosas se contienen diferenciadas, él dice: «Bienaventurado es el varón que mora en la sabiduría».
Dice pues: «Bienaventurado es el varón». He afirmado varias veces que en el alma existen dos potencias: una es el varón y la otra es la mujer. Ahora bien, él dice: «Bienaventurado es el varón». La potencia inherente al alma que se llama el varón, es la potencia más elevada del alma, en la cual Dios resplandece en su desnudez; porque en esta potencia no entra nada fuera de Dios y ella se halla todo el tiempo en Dios. Y luego: si el hombre tomara todas las cosas en esta potencia, no las tomaría en cuanto cosas, sino de acuerdo con lo que son en Dios. Y por eso, el hombre debería, en cada momento, morar en esta potencia, porque en ella todas las cosas son iguales. Y de tal manera, el hombre moraría de igual modo en todas las cosas, tomándolas, por lo tanto, según el hecho de que todas ellas son iguales en Dios, y semejante hombre poseería allí todas las cosas; él les quitaría a las cosas lo más burdo y las tomaría en cuanto son placenteras y apetecibles. De este modo las posee allí, porque Dios, de acuerdo con su propia naturaleza, no puede sino darte allí todo cuanto ha creado jamás, y a sí mismo. Y por eso es bienaventurado el varón que, en todo momento, mora en esta potencia, porque en todo momento mora en Dios.
Que nos ayude nuestro querido Señor Jesucristo para que en todo momento moremos en Dios. Amen.