Voluntad

Nos contentaremos entonces con decir aquí lo siguiente: la vida espiritual consiste esencialmente en hacer la Voluntad del Padre. Ahora bien el Padre no tiene otra Voluntad que la de engendrar el Hijo Unico, en el seno de la Trinidad por una parte, y en el seno de María por la operación del Espíritu Santo, por la otra (Trinidad y Encarnación). En consecuencia el alma cristiana no tiene nada más que hacer que realizar existencialmente el estado marial para que el Padre engendre en ella a su propio Hijo. 16 Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO DE LA VIRGEN MARÍA

Según la segunda perspectiva, el alma humana debe identificarse con el seno virginal de María para convertirse en el «lugar» de la generación del Verbo. Según el Maestro Eckhart –y según toda la tradición específicamente cristiana y la concepción trinitaria de la Divinidad– la Voluntad del Padre es engendrar eternamente al Hijo, no teniendo ninguna otra voluntad. Este «nacimiento eterno» del Hijo se produce entonces fuera del tiempo y del espacio en este «lugar» que es la Virgen; es la misma generación del Hijo la que se produce en María por obra del Espíritu Santo en el misterio de la Encarnación que es a la vez temporal e intemporal. Es también la misma generación del Hijo la que debe producirse en la Iglesia –y en cada alma– y ello también en el tiempo y fuera del tiempo. Por consiguiente, es en la medida en que el alma se identifica con la Virgen cuando se realiza en ella el misterio de la Encarnación; es preciso, por tanto, que el alma se vuelva «intemporal». 79 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA VIRGEN

Las tres interpretaciones de la Trinidad dadas por F. Schuon [NA: F. Schuon, Comprender el Islam, editorial OLAÑETA.] pueden obtenerse por transposición metafísica [NA: Esta palabra designa en la obra de Aristóteles la parte de la reflexión teórica que viene después de los tratados de física. El empleo de la palabra se ha generalizado para designar la parte superior del saber, la que remonta a las causas primeras y a los principios primeros de los seres.] del dogma cristiano, bien a partir de las Hipóstasis [NA: Palabra griega que designa la substancia individual o la persona. En el vocabulario cristiano, designa las Personas de la Santísima Trinidad.], o bien a partir de las Procesiones [NA: Acción por la cual una Persona divina da origen a otra Persona.] divinas, por medio de un conjunto de correspondencias analógicas [NA: Una correspondencia analógica es la que está hecha en virtud de una analogía o de un símbolo, siendo analogía: «proporción entre realidades o conceptos diferentes que permite calificarlos los unos por los otros, o incluso por un termino único que conviene a todos en razón de una cierta similitud»] o de «identificaciones misteriosas» entre los elementos de las tres «representaciones». En el caso de las Hipóstasis, la base de la analogía será la «determinación»; en el caso de las Procesiones divinas, será la Inteligencia y la Voluntad, o equivalentemente el Conocimiento y el Amor. Estas «bases de analogía» nos dan la clave de la transposición metafísica en cuestión. 210 Abbé Henri Stéphane: INTERPRETACIÓN METAFÍSICA DE LA TRINIDAD

En la procesion de Inteligencia por la cual el Padre (Sat) engendra al Hijo (Chit), el Padre no conoce ningún «objeto»: «Tu no puedes conocer a Aquel que hace conocer lo que es conocido, y que es su Si mismo en todas las cosas. Lo mismo que Dios mismo no conoce aquello que él es, porque El no es ningún “esto”» [NA: Comienzo del Brhad Aranyaka Upanisad, III, 4,2.]. Dios (Sat) es conocimiento Puro y Absoluto (Chit), conocimiento de “nada”. Por eso mismo, este conocimiento se identifica a la Ignorancia (la Docta ignorancia) que no es otra que Mâyâ. Esta última, en tanto que Shakti [NA: La potencia de manifestación de Brahman (ver nota 17), la Omni-Posibilidad u Omni-Potencia divina. Ver también Mâyâ] de Brahma [NA: Nombre neutro que designa el Principio supremo en la metafísica del Vedanta (el punto de vista más elevado de la doctrina hindú, es decir el que llega a la metafísica pura, Shankara (nota 11) es su doctor más eminente).], no es otra que la Omni-Posibilidad, la Omni-Potencia, la Voluntad, el Amor puro y Absoluto, el Espíritu Santo, que procede así del Padre (y del Hijo) por modo de Voluntad, y que es también Beatitud (Ananda). Es en este contexto donde se sitúa entonces el misterio o el «milagro» de la Existencia, bajo cualquier modo que sea, desde el instante que ese modo está devuelto a su Principio, del cual no está separado más que ilusoriamente. No es en vano que la teología enseña que Dios ha creado el mundo por amor, pero no por «amor al mundo» que no tiene mas que una existencia ilusoria (el juego de Mâyâ), y que no existe mas que para permitir al Uno sin segundo afirmar que todo otro «diferente de El» no existe. [NA: L. Shaya, La Doctrina sufí de la Unidad.] 220 Abbé Henri Stéphane: INTERPRETACIÓN METAFÍSICA DE LA TRINIDAD

Ciertamente no se puede recurrir más que a metáforas y antropomorfismos, pero existen modos de expresión menos antropomórficos, que «delimitan» a la verdad desde un poco más cerca. De esa manera parece preferible ver la oración, mental o no, no como un coloquio en el que el alma y Dios parecen ser puestos en el mismo plano, sino más bien como una apertura del alma a la gracia; es eso lo que expresa la palabra orare («abrir la boca»), y el versículo del Salmo: Os meum aperui et attraxi Spiritum (Salmo 119,131: «He abierto mi boca y he atraído al espíritu», según el latín de la Vulgata; el hebreo dice simplemente: «Abro la boca y suspiro».); es eso también lo que expresa la palabra «adoración»: abrir la boca hacia.. Dios. Esta manera de ver las cosas conlleva entonces una actitud general del alma «orante», más pasiva sin duda, pero que tiene menos riesgo de entorpecer la acción del Espíritu con un parloteo insípido y pueril. Esto parece muy de acuerdo a la expresión de San Pablo: «Nosotros no sabemos lo que debemos pedir, según nuestras necesidades, en nuestras oraciones; pero el Espíritu él mismo ora por nosotros con gemidos inefables» (Rom. VIII, 26). La oración aparece entonces como apertura del alma a la acción del Espíritu que quiere orar en ella y realizar allí el misterio de la Vida trinitaria, lo que San Pablo llama un poco más lejos «los deseos del Espíritu»; aparece la oración como una actitud del alma que se pone en estado de disponibilidad, de receptividad, de docilidad vis-a-vis la gracia y la acción santificante de la Voluntad del Cielo, o aún más como una «dilatación» del alma bajo la acción del Soplo divino, pudiendo ir hasta el excessus mentis, al éxtasis de la Contemplación perfecta. Pero el alma no puede, normalmente, abrirse a la Gracia más que si ella está situada en la Fuente de esta, Fuente que es de orden sacramental, como lo hemos dicho, y resituamos así la oración mental en su relación normal con la oración litúrgica: ésta, Fuente de la Gracia que fluye del costado abierto del Cristo por la intermediación de su Esposa Sagrada, la Iglesia, invade al alma «abierta» y dilatada que se sumerge de alguna manera en esta «fuente de vida surgiente» , para beber ahí la «bebida de inmortalidad». 298 Abbé Henri Stéphane: REFLEXIONES SOBRE LA ORACIÓN I

Es la perfección calma y simple, pero ilimitada y generosa, del estanque en el cual se reflejan la profundidad del cielo y su serenidad; es la belleza del nenúfar, del loto que se abre a la luz. Es el reposo en el centro, la bienaventurada sumisión a la Voluntad divina. El reposo en Dios. 430 Abbé Henri Stéphane: NOTA SOBRE LA ORACIÓN

Desde el punto de vista teológico ordinario, esta sometido a «la voluntad de Dios» aquel que realiza un acto conforme a una «ley moral» concebida como «expresión» de la Voluntad Divina y conocida como tal por la razón humana iluminada por la fe. Toda transgresión consciente y querida de esta ley es «pecado», y se considera como no conforme a la Voluntad Divina. Esta actitud es valida en el modo religioso, pero no tiene nada de metafísico. Puede sin embargo ser tomada, en su orden y en su nivel, como símbolo de la actitud metafísica correspondiente. 750 Abbé Henri Stéphane: DE LA SUMISION A LA VOLUNTAD DE DIOS

Metafísicamente, solo está sometido a la Voluntad Divina el hombre liberado de las condiciones de existencia individuales. Es el «hombre verdadero» (tchenn-jenn) (Sobre el hombre verdadero ver: R. Guénon, La Gran Triada, cap. XVIII.) el cual, habiendo realizado la vuelta al «estado primordial», se encuentra desde ese momento establecido en la «Vía». Ya no se puede decir más, hablando con propiedad, que él «hace» la «voluntad de Dios» ya que, estando en el «no-actuar», no realiza ninguna acción en el sentido ordinario de la palabra, y estando «identificado» con el Principio, ya no hay para él separación entre Dios y él mismo; no se puede ya más hablar de «ley» como «expresión» de la Voluntad Divina. Esta, en efecto, como tal es inexpresable, siendo idéntica al Principio mismo, si bien que no se puede decir que Este quiere «esto» o «eso». El Principio no quiere nada. No hay más que el ser individual que quiere «esto» o «aquello». Es por lo tanto de alguna manera concibiendo a Dios en «modo individual» –o dicho de otra manera; a su imagen– como el hombre ordinario declara «hacer la voluntad de Dios». Pero, desde el punto de vista metafísico, un tal hombre no está «sometido» (muslim), y mientras permanezca en las condiciones de existencia individuales, está en «perdido». Es en este sentido que se ha escrito: «No hay justo, ni uno solo; no hay nadie que tenga la inteligencia… todos han salido de la vía (Tao), todos están pervertidos…» (Rom. III, 10-17). Es también lo que quiere decir Maestro Eckhart en este pasaje: «Mientras el hombre tenga algo hacia lo cual su voluntad esté dirigida –e incluso si su voluntad es la de colmar la voluntad bien amada de Dios– un tal hombre no tiene la pobreza de la que aquí se trata». 752 Abbé Henri Stéphane: DE LA SUMISION A LA VOLUNTAD DE DIOS

Existen por lo tanto, desde el punto de vista metafísico, los «fieles» y los «infieles». Estas dos categorías pueden entonces ser simbolizadas sobre el plano teológico, exotérico y social, por los «buenos» y los «malos» en el sentido ordinario. Pero, desde el punto de vista metafísico, unos y otros están igualmente «fuera de la Vía», y están «perdidos». El hombre ordinario que realiza una acción «buena» no está sin embargo sometido a la Voluntad de Dios más que de una manera totalmente simbólica y por así decirlo «ideal». Pero esto no impide que la distinción entre acción buena y acción mala continúe valiendo sobre el plano individual, en particular por lo que concierne a las consecuencias de la acción sobre este plano. Este hombre no esta liberado de la Ley, mientras que, por el contrario, «aquel que ha nacido de Dios, dice san Juan, no peca más y no puede más pecar, porque la simiente de Dios permanece en él» (1 Juan III, 9). Es el estado del «hombre verdadero» de la que se ha hablado más arriba. 754 Abbé Henri Stéphane: DE LA SUMISION A LA VOLUNTAD DE DIOS