Pues bien, dijo Nuestro Señor: «No os he llamado siervos, os he llamado amigos, porque el siervo no sabe qué es lo que quiere su Señor» (Juan 15,15). También mi amigo podría saber algo que yo no sabía, por cuanto no querría comunicármelo. Mas Nuestro Señor dijo: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado». Me sorprende, pues, que algunos frailes, que pretenden ser muy doctos y grandes frailes, se contenten tan pronto y se dejen engañar. Al referirse a la palabra que dijo Nuestro Señor: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado»… quieren interpretarla diciendo que nos ha revelado cuanto nos hace falta para nuestra eterna bienaventuranza, mientras «estamos en camino». Yo no opino que se deba interpretar así, porque no es verdad. Dios ¿por qué se hizo hombre? Para que yo mismo naciera como el mismo Dios. Dios murió para que yo muriera para todo el mundo y todas las cosas creadas. Así hay que interpretar la palabra pronunciada por Nuestro Señor: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado». ¿Qué es lo que el Hijo escucha de su Padre? El padre no puede sino engendrar, el Hijo no puede sino nacer. Todo cuanto el Padre tiene y cuanto es, (o sea) la esencia abismal del ser divino y de la naturaleza divina, lo engendra todo en su Hijo unigénito. Esto es lo que el Hijo escucha del Padre, esto es lo que nos ha revelado para que seamos (cada uno) el mismo hijo. Todo cuanto tiene el Hijo, o sea, el ser y la naturaleza, lo tiene de su Padre, para que seamos (cada uno) el mismo hijo unigénito. (Por otra parte), nadie tiene el Espíritu Santo si no es el hijo unigénito. (Pues), allí donde se hace espíritu al Espíritu Santo, lo hacen espíritu el Padre y el Hijo; porque esto es esencial y espiritual. Puedes recibir, por cierto, los dones del Espíritu Santo o la semejanza con el Espíritu Santo; pero no permanece en tu interior, es inestable. Sucede lo mismo cuando una persona se ruboriza por vergüenza y (luego) palidece; es un accidente y pasajero. Mas el hombre que es rubicundo y hermoso por naturaleza, siempre sigue siéndolo. Así (también) le pasa al hombre que es el hijo unigénito: el Espíritu Santo permanece en él esencialmente. Por eso está escrito en el Libro de la Sabiduría: «Hoy te he engendrado» al reflejo de mi luz eterna, en la plenitud y «en la claridad de todos los santos» (Cfr. Salmos 2,7; 109,3). Lo engendra ahora y «hoy». Ahí se está de parto en la divinidad, ahí se los «bautiza en el Espíritu Santo» – «ésta es la promesa que les ha hecho el Padre» -. «Luego de estos días que no son muchos sino pocos»: esto es la «plenitud de la divinidad» (Cfr. Col. 2, 9) donde no hay ni día ni noche; aquello que se halla a (una distancia de) mil millas, allí se encuentra tan cerca de mí como el lugar donde estoy parado ahora, allí hay plenitud y magnificencia de toda la divinidad, allí hay unidad. El alma, mientras percibe (aún) cualquier diferencia, anda mal; mientras todavía hay algo que mira hacia fuera o hacia dentro, no hay unidad. María Magdalena buscaba a Nuestro Señor en la tumba, buscaba a un muerto y encontró a dos ángeles vivos; por eso se sintió aún desconsolada. Entonces dijeron los ángeles: «¿De qué te preocupas? ¿Qué estás buscando? Un muerto y encuentras a dos vivos». Entonces dijo ella: «Justamente esto es mi desconsuelo que yo encuentre a dos y, sin embargo, busco a uno solo». (Cfr. Juan 20,11 ss.). SERMONES: SERMÓN XXIX 3
Ahora bien, Él dice: «Mirad, envío a mi ángel». Cuando se dice: «Mirad», se entienden tres cosas: una que es grande, u otra que es maravillosa o una tercera que es extraordinaria. «Mirad, envío a mi ángel para que prepare» y purifique al alma a fin de que pueda recibir la luz divina. La luz divina se halla, en todo momento, firmemente insertada en la luz del ángel, y la luz del ángel le resultaría molesta al alma y no le gustaría, si dentro de aquélla no estuviera escondida la luz divina. Dios se esconde en la luz angelical y se cubre con ella esperando continuamente el instante en el que pueda arrastrarse hacia fuera para entregarse al alma. He dicho también en otras ocasiones: Si alguien me preguntara qué es lo que hace Dios en el cielo, diría: Engendra a su Hijo y lo engendra completamente nuevo y lozano, y al hacerlo siente un deleite tal que no hace sino realizar esa obra. Por eso dice: «Mirad, Yo». Aquel que dice «Yo» tiene que hacer la obra de la mejor manera imaginable. Nadie puede pronunciar esta palabra, en sentido propio, sino el Padre. La obra le es tan propia que nadie sino el Padre es capaz de realizarla. En esta obra Dios opera todas sus obras y de ella penden el Espíritu Santo y todas las criaturas, porque Dios realiza la obra, que es su nacimiento, en el alma; su nacimiento es su obra y el nacimiento es el Hijo. Esta obra la opera Dios en el fondo más íntimo del alma y tan a escondidas que no lo saben ni los ángeles ni los santos, y el alma no puede contribuir con nada sino sólo sufrirlo; pertenece únicamente a Dios. Por eso dice con propiedad el Padre: «Yo envío a mi ángel». Ahora digo yo: No lo queremos, esto no nos basta. Dice Orígenes: «María Magdalena buscaba a Nuestro Señor; buscaba a un muerto y encontró a dos ángeles vivos (Cfr. Juan 20, lis.) y no le bastó. Tenía razón porque buscaba a Dios». SERMONES: SERMÓN XXXI 3
Ahora se plantea el interrogante de ¿por qué ella no vio al Señor cuando se hallaba tan cerca de ella? Acaso podría ser que el llanto hubiera perturbado su vista de modo que no podía verlo con suficiente rapidez. Segundo: que el amor la había cegado de manera que no creía que Él se encontrara tan cerca de ella. Tercero: ella miraba continuamente hacia más allá de donde Él se encontraba; por eso no lo vio. Buscaba un cadáver y encontró a (dos) ángeles vivos. Un «ángel» significa lo mismo que un «mensajero», y un «mensajero» lo mismo que «alguien que ha sido enviado». Así notamos que el Hijo ha sido enviado y el Espíritu Santo también; mas ellos son iguales. Es, empero, la cualidad de Dios – como dice un maestro – que nada se le iguala. Ella buscaba lo que era igual y encontró lo desigual: «Uno a la cabecera, otro a los pies» (Juan 20, 12). Mas, el maestro dice: El ser uno es la cualidad de Dios. Como ella buscaba allí a uno y encontró a dos no hubo consuelo para ella, según he dicho varias veces. Nuestro Señor dice: «En esto consiste la vida eterna, en que conozcan a ti, un solo Dios verdadero» (Juan 17, 3). SERMONES: SERMÓN LV 3
Era un milagro que ella, tan afligida como estaba, pudiera llorar. «El amor la hacía estar de pie, el dolor (la hacía) llorar». «Entonces avanzó y miró en el interior del sepulcro». Buscaba a un hombre muerto «y encontró a dos ángeles vivos». (Juan 20, 12). Orígenes dice: Ella estaba parada. ¿Por qué se quedaba parada mientras los apóstoles habían huido?… Ella no tenía nada que perder; todo cuanto tenía, lo había perdido con Él. Cuando Él murió, ella murió junto con Él. Cuando lo sepultaron, sepultaron junto con Él al alma de ella. Por eso, no tenía nada que perder. SERMONES: SERMÓN LVI 3