virtudes

Pobreza y Caridad, decíamos más arriba, deben de ser «realizadas», no solamente a nivel moral o sicológico, sino en una forma de alguna manera ontológica o existencial. Es decir que estas virtudes – se podría decir otro tanto de la castidad – aun situándose necesariamente a nivel sicológico o humano para los «debutantes», deben de ser constantemente referidas a su Prototipo celeste o a su Arquetipo principal in divinis, es decir a la Theotokos, sin olvidar que nuestra condición actual exige una «mediación», a ejemplo del Verbo Encarnado, y que esta mediación es colmada por la Virgen María. Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO DE LA VIRGEN MARÍA

Una transformación –o alquimia– espiritual de este orden supone la acción de ritos (sacramentos) y la actualización de los contenidos de estos ritos por un método contemplativo, una especie de encantamiento destinado a flexibilizar el alma, a proporcionarle esa plasticidad de las aguas primordiales en las que se movía el Espíritu de Dios. Para alcanzar efectivamente dicha plasticidad del alma que supone la realización de las virtudes espirituales –por tanto más que morales– o «mariales» –pureza, humildad, belleza, bondad, etc.– se requieren tres condiciones: a) la transmisión de la influencia espiritual o comunicación del Espíritu Santo por ritos apropiados (sacramentos, Iglesia); b) el conocimiento doctrinal de la meta que se quiere alcanzar; y c) el método contemplativo o de encantamiento. Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA VIRGEN

La utilización del Ave María –o del Rosario– en tanto que oración espiritual aparece como medio susceptible de crear en el alma esta receptividad a la gracia: es la aplicación al microcosmo humano del Fiat Lux cosmogónico del Génesis que viene a «organizar el caos», o del misterio de la Encarnación, descendiendo el Verbo, Luz del mundo, al seno virginal de María para engendrar en él a Cristo. Según la primera perspectiva, el alma humana, en su estado de caída o de «separatividad», es un caos caracterizado por el endurecimiento, la dispersión, la torpeza, la distracción, la fealdad, etc., siendo todo ello contrario a las virtudes espirituales de pureza, bondad y humildad de la sustancia primordial. Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA VIRGEN

Si se objeta que la oración y los ritos no son más que medios para llegar al objetivo de la vida espiritual, es decir a la unión con Dios, y que la oración mental parece más directamente orientada hacia esa unión, hay que responder que el «medio próximo» de unión con Dios es la gracia santificante, y que, si la oración mental consiste en el ejercicio de las facultades espirituales bajo la acción de la gracia, de las virtudes teologales y de los dones del Espíritu Santo, es importante permanecer en relación con la Fuente de la gracia, y no hacer de la oración mental un ejercicio separado de la Fuente en la que se alimenta. La oración mental no es en si misma más que un medio, que pone en juego las facultades humanas, y que, además, no puede pretender igualar la acción de un rito: ella debe de estar por lo tanto subordinada a este último (Habría, de profesar la opinión contraria, una tendencia al «pelagianismo».). Abbé Henri Stéphane: REFLEXIONES SOBRE LA ORACIÓN I

Es evidente que la «colectividad» de que se trata no tiene nada en común con un grupo humano cualquiera, unido solamente por algún lazo natural, por algún interés material o por algunos sentimientos filantrópicos; se trata aquí de la «santa plebe» de Dios, del «pueblo elegido» que ha escapado de las tinieblas de Egipto a través de las aguas del Mar Rojo, y que es el verdadero Israel regenerado por las aguas del bautismo. Extraída así del dominio de Satán, la Asamblea de los Santos aparece como una realidad «única», incomparable, gloriosa e inmaculada: es la única Esposa del Verbo divino. El bautismo, que es la iniciación del neófito, aparece entonces como una «incorporación» que le «injerta» en el Cuerpo Místico, y si la Confirmación es su complemento, la Eucaristía es su acabamiento, su culminación, su asimilación. El fiel deberá entonces perder su individualidad propia realizando en él los rasgos de la Esposa Única, es decir, las virtudes «mariales» o la perfecta virginidad de María, prototipo de la Iglesia. Abbé Henri Stéphane: CONSIDERACIONES SOBRE LA MISA