Verbo

Pobreza y Caridad, decíamos más arriba, deben de ser «realizadas», no solamente a nivel moral o sicológico, sino en una forma de alguna manera ontológica o existencial. Es decir que estas virtudes – se podría decir otro tanto de la castidad – aun situándose necesariamente a nivel sicológico o humano para los «debutantes», deben de ser constantemente referidas a su Prototipo celeste o a su Arquetipo principal in divinis, es decir a la Theotokos, sin olvidar que nuestra condición actual exige una «mediación», a ejemplo del Verbo Encarnado, y que esta mediación es colmada por la Virgen María. 12 Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO DE LA VIRGEN MARÍA

Desde ese momento, la «manifestación universal» (o la creación) deberá proceder de un doble principio: TRADICION: PRINCIPIO MASCULINO –– PRINCIPIO FEMENINO : Hindú — Purusha [NA: Principio masculino de la manifestación universal; traducido a veces por «espíritu»] — Prakriti [NA: Principio femenino de la manifestación universal. A veces traducido como «naturaleza» o «substancia» pero no es la materia (el elemento determinable del cual está hecha una cosa) en el sentido moderno de la palabra. Prakriti produce la manifestación bajo la influencia de Purusa, el principio masculino.]; China: YangYin; Judeo-Cristiana: El Verbo Creador – La Sabiduría increada — La Virgen; Egipcia: Osiris — Isis 25 Abbé Henri Stéphane: DE IMMACULATA CONCEPTIONE

Este «renacimiento espiritual», como todo nacimiento, implica un doble principio que se traducirá en lenguaje teológico por la doble «mediación» de Cristo y de la Virgen. Cristo símbolo del elemento activo de la regeneración será la «fuente de todas las gracias»; María símbolo del elemento pasivo de la regeneración, será la «distribuidora de todas las gracias». Todo se explica. Se explican también los textos de la Sabiduría en el Oficio de la Virgen [NA: Ver sobre todo Eclesiastico (Siracida), XXIV, 14-16; Proverbios, VIII, 22-31, y Sabiduría, VII, 22-30.]: la sabiduría de la que se trata, es la Sabiduría increada, el Verbo Creador (no considerado en sus relaciones con el Padre en la Trinidad) considerado como Principio no manifestado de la creación (Principio masculino): surgida de la Boca del Altísimo, la Sabiduría busca un lugar de reposo recorriendo el circulo del Cielo y las profundidades del abismo; este lugar de reposo, es la «Sede de la Sabiduría». Ella lo encuentra –según orden del Creador– en Israel: es la Virgen, símbolo del elemento pasivo no manifestado a la cual se une el Verbo en la Encarnación. 37 Abbé Henri Stéphane: DE IMMACULATA CONCEPTIONE

La utilización del Ave María –o del Rosario– en tanto que oración espiritual aparece como medio susceptible de crear en el alma esta receptividad a la gracia: es la aplicación al microcosmo humano del Fiat Lux cosmogónico del Génesis que viene a «organizar el caos», o del misterio de la Encarnación, descendiendo el Verbo, Luz del mundo, al seno virginal de María para engendrar en él a Cristo. Según la primera perspectiva, el alma humana, en su estado de caída o de «separatividad», es un caos caracterizado por el endurecimiento, la dispersión, la torpeza, la distracción, la fealdad, etc., siendo todo ello contrario a las virtudes espirituales de pureza, bondad y humildad de la sustancia primordial. 77 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA VIRGEN

Según la segunda perspectiva, el alma humana debe identificarse con el seno virginal de María para convertirse en el «lugar» de la generación del Verbo. Según el Maestro Eckhart –y según toda la tradición específicamente cristiana y la concepción trinitaria de la Divinidad– la Voluntad del Padre es engendrar eternamente al Hijo, no teniendo ninguna otra voluntad. Este «nacimiento eterno» del Hijo se produce entonces fuera del tiempo y del espacio en este «lugar» que es la Virgen; es la misma generación del Hijo la que se produce en María por obra del Espíritu Santo en el misterio de la Encarnación que es a la vez temporal e intemporal. Es también la misma generación del Hijo la que debe producirse en la Iglesia –y en cada alma– y ello también en el tiempo y fuera del tiempo. Por consiguiente, es en la medida en que el alma se identifica con la Virgen cuando se realiza en ella el misterio de la Encarnación; es preciso, por tanto, que el alma se vuelva «intemporal». 79 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA VIRGEN

La recitación de las palabras del Ave María produce y realiza en el alma las «cualidades» de la Sustancia primordial y el «contenido» del misterio de la Encarnación: Ave María – Al saludar a María, el alma reconoce la misteriosa belleza de la sustancia primordial y de sus diversas «cualidades», es decir, se identifica misteriosamente con lo que nunca ha dejado de ser eternamente en Dios, si no es por la «ilusión separativa» de la «caída». — Gratia Plena – La Sustancia primordial no debe sus «cualidades» más que a esta «gracia» que hace de ella la Inmaculada Concepción. — Dominus Tecum – El Verbo está constantemente en comunicación con la sustancia, que, sin él, no tendría realidad alguna. — Benedicta tu in mulieribus – Entre todas las sustancias «microcósmicas», la sustancia universal es llamada buena, bella, etc. — Et benedictus fructus ventris tui, Jesus – Jesús que es la Bendición y que, según las apariencias, nace de la Virgen, es llamado «ser bendito»; sin embargo, no es el Verbo eterno quien en realidad nace de la sustancia, sino ésta, y con ella todas las sustancias «separadas» las que mueren en el Verbo y resucitan en él: es el misterio de la Asunción de María. 81 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA VIRGEN

Nosotros nos limitaremos hoy al significado esencial de la Rosa que nos mostrará hasta que punto ella conviene en tanto que símbolo de la Virgen. Como no importa que flor, la Rosa es una copa o un cáliz, en definitiva un receptáculo destinado a recibir las influencias celestes, como el seno virginal de María que recibe el Verbo divino o el Espíritu Santo, y en el cual se desparrama el Verbo encarnado, es decir el Niño Jesús. Estas dos ideas de receptáculo y de expansión se encuentran en otras figuraciones. La copa es entonces asociada a la lanza, que recuerda a la lanza del centurión Longin (de la leyenda del Grial) atravesando el costado de Cristo por donde surgieron la sangre y el agua. En ciertas imágenes, las gotas de sangre caen de la lanza misma en la copa, y en otras representaciones la sangre, extendiéndose por tierra, da nacimiento a una flor. Así sobre una custodia del siglo XIII de la catedral de Angers, se ve también la sangre divina, corriendo en arroyos, extenderse bajo la forma de rosas. En fin en un dibujo se ve la rosa situada al pié de una lanza colocada verticalmente a lo largo de la cual llueven gotas de sangre. 119 Abbé Henri Stéphane: Homilía sobre el Rosario

Este simbolismo tradicional no parecerá hermético más que a aquellos –¡desgraciadamente numerosos!– que están embrutecidos por la cultura profana, pero las almas simples lo comprenden inmediatamente. Así, que la Sangre de Cristo sea a la vez creadora y redentora no tiene nada de extraño para aquel que sabe que la Creación y la redención son dos aspectos complementarios de la Obra del Verbo divino. La Virgen ella misma es a la vez una criatura –lo cual evocan las gotas de sangre transformadas en rosas– y la «co-redentora», –lo cual es evocado por la Rosa, aquí el cáliz de la flor recibiendo la Sangre divina– pero ella es también la criatura redimida por la sangre de Cristo, como lo enseña el dogma de la Inmaculada Concepción; en fin señalemos una representación en la que las cinco llagas de Cristo están figuradas por cinco rosas, lo cual religa la Pasión y la Resurrección, y muestra, como lo decíamos al comienzo, que la Rosa no debe de estar separada de la Cruz. 121 Abbé Henri Stéphane: Homilía sobre el Rosario

En la revelación vetero-testamentaria, la Sabiduría está interpretada tradicionalmente como siendo a la vez el prototipo del Logos y el de la Theotokos (Madre de Dios), mostrando de esta manera que los dos son inseparables. Así, cronológicamente, es la Sabiduría indiferenciada la que aparece la primera; a continuación aparecen sucesivamente la Virgen María y el Verbo encarnado por la operación del Espíritu Santo. 130 Abbé Henri Stéphane: SOPHIA o de la SABIDURIA

Es en ese contexto «sofiánico» donde se inscribe la Oración. Lejos de ser una simple petición, la Plegaria, «elevación del alma hacia Dios» (según el catecismo más elemental), es participación en la Asunción de la Virgen; la actitud que le conviene es la del Orante, de la Deisis (suplicación). Ella es «oración», es decir «receptividad» del alma-virgen que se abre a la acción del Espíritu: Os meum aperui et attraxi spiritum, ya que «nosotros no sabemos lo que debemos pedir a Dios en nuestras plegarias, pero el Espíritu mismo ora por nosotros con gemidos inefables diciendo: ¡Abba, Padre!». De esta manera el alma participa en la «maternidad hipostática» del Espíritu Santo y en la Circumincesión de las Tres personas; en fin, la Oración es Invocación, y la boca, después de haber recibido el Logos en la Comunión como la Theotokos en su seno virginal, profiere el Verbo por la Invocación del Nombre divino, a ejemplo de María alumbrando a Jesús, y del Padre engendrando el Hijo único. 140 Abbé Henri Stéphane: SOPHIA o de la SABIDURIA

Cuando decimos que Jesús es «verdadero Dios» y «verdadero Hombre», hay que evitar separar los dos términos como si él fuera primero uno y después el otro. Es porque él es verdadero Dios que es «verdadero hombre», es decir «el Hombre verdadero» y no «el hombre caído» que no es un «verdadero hombre» porque ha perdido «el estado primordial», edénico y andróginico [NA: El estado del Adán primordial en el jardín del Edén.], que el Segundo Adán [NA: Es decir el Cristo.] «que no es ni hombre ni mujer» viene a restaurar. Privado de hipóstasis [NA: La Substancia individual o la persona. En el vocabulario cristiano designa las Personas de la Santísima Trinidad.] humana –lo cual limitaría la naturaleza humana al nivel de la caída– la naturaleza humana en Jesús es asumida por la Hipóstasis del Verbo, y «dilatada» más allá de toda medida, en el sentido de la «amplitud» y de la «exaltación», el «verdadero hombre» y el «verdadero Dios» identificándose así con el «Hombre universal» [NA: Las palabras «amplitud», «exaltación» y «Hombre universal» se refieren al esoterismo musulmán.]. 148 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA ASUNCIÓN

En esta perspectiva «asuncionista», el cuerpo de la Virgen es en si mismo «asumido» por los Angeles (assumpta est in coelis) [NA: María es «asumida» en los Cielos. (Liturgia de la Asunción)]; el Corpus natum [NA: El «Cuerpo nacido» de la Virgen.] está ya glorificado, como lo manifiesta el acontecimiento de la Transfiguración, prefiguración de la Resurrección y de la Ascensión, y origen de la Luz thabórica ]NA: La luz que los Apóstoles han contemplado en el monte Thabor durante la Transfiguración.] que irradia a través del Icono. En cuanto al «Cuerpo eucarístico», es a la vez el «Pan vivo descendido del Cielo» y el pan que Jesús tomo en sus «santas y venerables manos» ]NA: Canon de la misa romana.], diciendo «Este es mi Cuerpo»; y así «transubstanciado», pero no transfigurado por la Luz Thabórica, este pan se vuelve el Panis angelicus [NA: El «pan de los ángeles»; esta expresión tiene un doble significado. Por una parte, el Verbo divino es el «verdadero pan de los ángeles» que «se alimentan» directamente de él en el Cielo, y el mismo prodigio tiene lugar en la tierra gracias a la Eucaristía; por otra parte, después de la transubstanciación del pan y del vino, los accidentes (forma, color, sabor) subsisten como «cualidades puras» a la manera de los Angeles y gravitan como ellos alrededor de la substancia divina. Cf. Summa Theologica, III,q. 77, a.1.], y las santas especies, permanecen incambiadas según las apariencias, adheridas a la Substancia del Cuerpo de Cristo modo angélico [NA: «De una manera angélica», ver la nota precedente.]. 150 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA ASUNCIÓN

así se establece una especie de complementarismo entre el Nacimiento eterno del Verbo y el nacimiento virginal de Jesús, Hijo de Dios: María es verdaderamente la Theotokos, la Madre de Dios. Desde esta consideración, ella es necesariamente Virgen. Ella es la «muy pura», la «muy bella» –tota pulchra est– ella es «bendita entre todas las mujeres», la Mujer eterna restituida en su virginidad maternal. 168 Abbé Henri Stéphane: TEMAS DE MEDITACIÓN SOBRE MARÍA

En un acto eterno, el Padre engendra el Verbo; el Verbo es la Palabra que el Padre pronuncia pensándose a si mismo «en un eterno silencio»; él es el Pensamiento eterno del Padre en el cual el Padre se ve, se contempla, con sus Atributos divinos, sus Perfecciones infinitas. El Padre es la Suprema Inteligencia que conoce en su Verbo lo Supremo Inteligible; es por lo tanto por una procesion de inteligencia que el Padre engendra al Verbo. El Verbo es, si se quiere, un Espejo en el que el Padre contempla su propia imagen; o más bien, es algo más que un espejo, es esa Imagen misma: es «la irradiación de su gloria, la huella de su substancia» (Heb. I, 3) 191 Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO DE DIOS

El Verbo es la perfecta Imagen del Padre, pura, santa y sin mancha, en la cual el Padre se reconoce y se complace: «Este es mi Hijo bien amado en quien yo he puesto todas mis complacencias» (Mat. III, 17). Nada cuenta en consecuencia a los ojos del Padre más que el Hijo; fuera de él, no hay nada que pueda serle agradable. Sin este Hijo que le es igual en todo, que le es «consubstancial», Dios como él, el Padre no es nada. El no existe como Padre, y como Dios, más que porque él engendra este Hijo, a quien da todo lo que él tiene y todo lo que él es, es decir la Naturaleza Divina misma, la Esencia Divina, la Deidad. La Esencia o la Naturaleza Divina consiste entonces en ese don total que el Padre hace de ella al Hijo. Es en el don total que hace de si mismo, como el Padre existe en tanto que Persona divina, y es esto lo que la distingue de la Persona del Hijo. 193 Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO DE DIOS

Recíprocamente, el Verbo o el Hijo se conoce en el Padre como engendrado del Padre. A su vez, él no existe, como Hijo y como Dios, más que porque es engendrado por el Padre. El Padre no posee la Esencia Divina más que porque él la da al Hijo; el Hijo no posee la Esencia Divina más que por que él la recibe del Padre. Es esto lo que distingue a las dos Personas. Es la misma Esencia que es dada por uno y recibida por el otro. Pero, a su vez, el Hijo no puede constituirse como persona, mientras que no comunique al Otro todo lo que ha recibido de ella; no puede recibir la Esencia Divina mas que si él la da a su vez; así el Padre recibe lo que ha dado y se «encuentra». 197 Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO DE DIOS

A fin de cuentas, es necesario siempre remontar al Principio ya que es Dios quien actúa, es Dios quien quiere «rendir gloria» a si mismo a través nuestra, con tal de que nosotros estemos disponibles, receptivos, dóciles, etc. es el Espíritu él mismo quien ora en nosotros y por nosotros, quien ruega al Padre que acabe en nosotros y por nosotros la obra de santificación y de santidad, que realice en nosotros y por nosotros el misterio de pobreza de amor, el misterio del aniquilamiento del Verbo Encarnado, de su Pasión y de su Muerte, el misterio de su Glorificación, de su Resurrección, de su «Exaltación», el misterio de la «renovación de todas las cosas», del «renacimiento espiritual», de la «vida nueva», de la «vida sobrenatural», de la «vida eterna» y del éxtasis de Amor de las Tres Personas. 324 Abbé Henri Stéphane: REFLEXIONES SOBRE LA ORACIÓN II

El deseo del Espíritu, es el de encontrar un alma suficientemente disponible, desapegada, pobre en espíritu, suficientemente receptiva, pura, transparente a la Luz, orientada hacia el Padre y hacia el Reino, abierta a la «fuente de agua viva brotando hasta la vida eterna» (Juan IV, 14), dócil a su acción purificante y beatificante, suficientemente despojada, desposeída, despejada de si para no entorpecer la Acción del Espíritu; es el deseo de encontrar «en el Padre, los verdaderos adoradores en espíritu y en verdad, aquellos que el Padre busca» (Juan, IV, 23), ¡y no «pedigüeños» de «gracias temporales»! de manera que no es ya más esta alma la que ora, la que «farfulla», la que «gorjea», la que corre el riesgo de obstaculizar la acción del Espíritu por su «desatino», sus formulas hechas, despachadas con toda prisa; es el Espíritu el que hace al Padre la verdadera alabanza de gloria del Verbo Encarnado, con tal de que el alma despojada de si y revestida del Cristo no sea más que una pura disponibilidad entre las manos de Dios, una pura transparencia a la Luz increada: «No soy yo quién vive (o quien ora), es el Cristo quien vive en mí» (Gal. II, 20). «He aquí que estoy ante la puerta y llamo: si alguien escucha mi voz y abre la puerta, yo entraré con él, cenaré con él y él conmigo» (Apoc. III, 20). 328 Abbé Henri Stéphane: REFLEXIONES SOBRE LA ORACIÓN II

El Padre profiere el Verbo, y de ahí procede el Espíritu. Al alma «anima» es el Aliento de Dios en el hombre y en el Cosmos. Dividido por la «caída», este «Aliento» debe retornar a la Unidad del Espíritu: in unitate Spiritus Sancti. 340 Abbé Henri Stéphane: ALQUIMIA DE LA ORACIÓN

El Verbo se encarna en la Virgen –anima mundi, Substancia universal, Inmaculada Concepción– bajo la acción del Espíritu. «El Alma del mundo» es así reintegrada en la Unidad; ella es «asumida» por el Espíritu; es la Asunción de la Virgen. Así debe suceder en el alma del hombre cuando ha llegado a ser «virgen». 342 Abbé Henri Stéphane: ALQUIMIA DE LA ORACIÓN

El Discípulo. ¿Cuál es la esencia de la espiritualidad? — El Maestro. Es que el alma se vuelva virgen para que el Verbo pueda encarnarse ahí por la operación del Espíritu Santo. 369 Abbé Henri Stéphane: DIALOGO SOBRE LA ORACIÓN

D. ¿Cómo puede el Espíritu Santo realizar esa obra en el alma que no está todavía purificada para que su operación verdadera, la Encarnación del Verbo, pueda realizarse ahí a continuación? — M. Esta cuestión es absurda. No hay más que una operación del Espíritu Santo, pero se puede dialécticamente distinguir dos aspectos o dos fases: una fase de purificación y una fase de transfiguración, pero estas dos fases no son distintas más que desde nuestro punto de vista; en la realidad Una, el Verbo no cesa de encarnarse en la Virgen, el Intelecto no cesa de transfigurar la Substancia: María es Inmaculada en su Concepción, su Virginidad es eterna, su Asunción está fuera del tiempo. 373 Abbé Henri Stéphane: DIALOGO SOBRE LA ORACIÓN

Después de la caída, el hombre camina en las tinieblas, en la mentira, en el error, en la desorientación, en la dispersión; el mundo está bajo el imperio de Satán, Príncipe de las Tinieblas y de la Mentira. El hombre vive en la ilusión de su propia realidad y olvida que su verdadera realidad reside en Dios, en ese Verbo «en quién todo ha sido hecho». Porque Dios es el Ser Total fuera del cual no hay nada: el Todo es inmanente en cada una de las partes, sin lo cual el Todo no sería el Todo, puesto que estaría limitado por una de las partes. Así, la parte no se distingue que según un modo ilusorio del Todo al cual ella pertenece. A partir de eso, conferirle una realidad propia, verlo independientemente del Todo que la contiene, mirarla como una «cosa en si» es la ilusión de las ilusiones, el error, la perdida, la mentira, las tinieblas. Después de la caída, la inteligencia del hombre, privada de la Luz, vive en esa ilusión, se detiene en las apariencias de las cosas, se deja atrapar en la red de sus propios límites y de los límites de las cosas, y no ve más en las cosas y en si mismo la Unica Realidad del Todo, fuera del cual la realidad de las cosas no es más que ilusoria. 483 Abbé Henri Stéphane: DIOS ES LUZ

La Revelación vino para volver a enseñar al hombre a leer en las cosas y en si mismo el lenguaje divino del Verbo Creador, a reencontrar en ellas y en si su verdadera esencia que es divina. Así Dios es Luz; el Verbo es «la Luz que luce en las tinieblas» y que «ilumina a todo hombre» (Juan I, 5-9); en lenguaje teológico, esta Luz que ilumina la inteligencia del hombre, es la fe, y son también los dones de a Ciencia, de la Inteligencia y de la Sabiduría, siendo esta a la vez Luz y Amor. Bajo la influencia de estos dones, el alma aprende a reencontrar en si y en todas las cosas la verdadera Realidad que es Dios; ella alcanza así la contemplación y todas las cosas le hablan de Dios, de este Verbo que, en cada instante de la eternidad, le confiere la existencia. Ella llega así al conocimiento del misterio, del cual el apóstol afirma que tiene la inteligencia (Ef. III,3): es el misterio del Verbo y de la Creación de todas las cosas en el, el misterio del Verbo Encarnado y de la Restauración de todas las cosas en él: «Reunir todas las cosas en Jesucristo, aquellas que están en los cielos y aquellas que están en la tierra» (Ef. I, 10) 485 Abbé Henri Stéphane: DIOS ES LUZ

Discernimiento e identidad son los dos polos de la Vía espiritual. La invocación «Jesús-María» (o «Mani-padmé» o «lâ ilaha illâ´Llâh») (La primera fórmula es un mantra fundamental del budismo: Om mani padme hum, «¡Salud a la Joya en el Loto!». La segunda es la Shahâdah, fórmula fundamental de la fe islámica: «No hay más dios (o realidad) si no es Dios (o la Realidad)») comporta estos dos aspectos: la distinción Jesús-María corresponde al discernimiento entre lo Real y lo Irreal (Âtma y Mâyâ) y el carácter ilusorio de Mâyâ subraya la identidad de Âtmâ a través de todos los estados del ser, la reintegración de la multiplicidad en la Unidad, la «recapitulación de todas las cosas en Jesucristo». Pero esta reintegración supone la perfecta disponibilidad de Mâyâ, la pobreza de espíritu tal como la hemos visto más arriba, la sumisión de María con relación al Verbo divino, la «virginidad del alma» del «Profeta iletrado», la indiferenciación primordial de Prakriti frente a Purusha o de la Tabla guardada frente al Cálamo supremo (Tabla guardada (al-Lûh al mahf^z) corresponde al Alma universal (an-Nafs al-kulliya); es sobre ella que se escriben todos los «destinos» de la creación por el Calamo supremo, que a su vez corresponde al Intelecto primero o al Espíritu, siendo la primera creatura de Dios, la que escribe la creación en la Tabla guardada.). La repetición indefinida del mantra –la oración perpetua– determina una «vibración» que se repercute a través de la serie indefinida de los estados del ser, o a través de los «tres mundos» o los tres estados de vigilia, de sueño con sueños, y de sueño profundo, permitiendo así la actualización, en las diversas modalidades del ser humano, de la presencia de Brahma, lo único Real, el «Uno sin segundo», o, equivalentemente, la liberación de Âtmâ de los obstáculos sicológicos y fisiológicos del «yo» o de las sobreimposiciones de la mente. 511 Abbé Henri Stéphane: EL SI-MISMO

El misterio de la Natividad comporta un doble aspecto: el nacimiento del Verbo en el mundo (punto de vista macrocósmico) y el nacimiento del Verbo en el alma (punto de vista microcósmico). Quizás es difícil representar estos dos puntos de vista a la vez, y algunas figuraciones se referirán más bien a un aspecto que al otro. Pero en los dos aspectos, el Niño Jesús debe ocupar una situación central; debe ser lo más pequeño posible para figurar «el Reino de los Cielos semejante a un grano de mostaza» (Mat, XIII, 31-32). La Virgen debe ocupar igualmente una situación central, pero en un plano de fondo; ella no debe ocupar en ningún caso una posición simétrica a la de San José, que no es el verdadero padre del Niño Jesús; contrariamente a la mayoría de las figuraciones vulgares, ella no debe tener una actitud de plegaria o de adoración semejante a la de los otros personajes. Debe estar en la función de Virgo genitrix, lo que supone que está situada, como ya lo hemos dicho, detrás de Cristo, pero en la misma situación «axial», lo que significa que es a la vez «Madre de Dios» y «Esposa del Espíritu Santo». Su actitud debe ser jerárquica, perfectamente impasible, lo cual simboliza su virginidad, su inmaculada concepción, su perfecta sumisión o «pasividad» con respecto al Espíritu Santo. 520 Abbé Henri Stéphane: EL SIMBOLISMO DEL BELEN

Todo lo que precede se aplica igualmente al punto de vista «microcósmico», es decir, al nacimiento del Verbo en el alma. La Virgen representa entonces al alma en estado de gracia. Desde un punto de vista pasivo, el alma debe identificarse a la Virgen realizando las perfecciones mariales, para que el Verbo pueda encarnarse como en el seno virginal de María, esposa del Espíritu Santo; desde un punto de vista activo, el alma se identifica a la Virgen Madre. El primer aspecto se refiere a la Comunión del alma recibiendo al Cristo, el segundo a la Invocación del Nombre de Jesús: el alma profiere el Verbo como la Virgen da a luz a Cristo bajo la acción del Espíritu Santo, generador supremo. Es aquí donde interviene San José, así como el asno y el buey. San José simboliza la presencia invisible del Maestro espiritual en la invocación, siendo éste el Espíritu Santo; el buey representa al «guardián del santuario», es decir, el espíritu de sumisión, de fidelidad, de perseverancia y el esfuerzo de concentración; el asno, animal «profano», es el testigo «satánico» en la invocación, representando el espíritu de insumisión y de disipación. 522 Abbé Henri Stéphane: EL SIMBOLISMO DEL BELEN

Pero esto es también susceptible de una aplicación en el orden «macrocósmico», en el que el buey y el asno representan respectivamente el mundo celestial y el mundo infernal. Puede uno entonces preguntarse por qué este último es admitido en el nacimiento del Verbo, tanto en el mundo como en el alma; la explicación se encuentra claramente indicada en la Epístola a los Filipenses (II,10) donde San Pablo declara: «… a fin de que en el Nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra, en los infiernos…», texto que se refiere tanto al nacimiento de Cristo en el mundo como a la invocación del Nombre de Jesús. 524 Abbé Henri Stéphane: EL SIMBOLISMO DEL BELEN

Finalmente, el nacimiento del Verbo o el «renacimiento espiritual» del alma debe realizarse durante la «noche»; es por eso que tiene lugar en la «gruta» a medianoche y en el solsticio de invierno, fecha de la Navidad. La gruta no es de ningún modo una pobre chabola con un techo de paja. Su simbolismo se refiere al de la Caverna o al del Domo (situado, en nuestras iglesias, encima del santuario donde se cumple el misterio eucarístico). La Caverna debe tener una forma hemisférica (propiamente un cuarto de esfera); el interior debe ser sombrío, iluminado solamente por la Estrella, símbolo de la Luz divina, pudiéndose colocar ésta encima de la Caverna. Por último, el pesebre donde reposa el Niño Jesús puede tener una forma hemisférica, complementaria a la de la Caverna, simbolizando las dos mitades del «Huevo del Mundo». 532 Abbé Henri Stéphane: EL SIMBOLISMO DEL BELEN

Se puede decir que la necesidad del Mediador se basa a la vez en la naturaleza de Dios y en la naturaleza del hombre. En razón de su dependencia total frente a Dios, el hombre no puede alcanzar a Dios por si mismo; en razón de su transcendencia, Dios no puede alcanzar al hombre más que descendiendo a su nivel, y es entonces su inmanencia la que permite realizar este «descendimiento». El Mediador deberá entonces participar a la vez de la naturaleza divina y de la naturaleza humana, pero esta permaneciendo enteramente subordinada a Dios, no habrá «simetría». Es lo que el dogma de la Encarnación expresa tan bien como es posible afirmando que están en Jesucristo las dos Naturalezas y una sola Persona, la del Verbo (unión hipostática): la Persona o Hipóstasis del Verbo divino asume la naturaleza humana, estando ésta privada, en Jesucristo, de personalidad humana. Resulta de ello que el verbo se une a la totalidad de la «naturaleza humana», a la humanidad entera, puesto que su naturaleza humana, privada de personalidad humana, está entonces «abierta» a todas las individualidades humanas. 547 Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR

La unión hipostática, definida más arriba como la unión de las dos naturalezas divina y humana en la única Persona del Verbo, implicando la privación de personalidad humana en Jesucristo, o también la asunción de la naturaleza humana en su totalidad por la Persona del Verbo, constituye el nudo, o la cumbre, o el centro, de la función del Mediador, y no debe nunca ser perdida de vista si se quiere comprender los otros dogmas, y evitar todos los errores mencionados más arriba. 551 Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR

Mostremos en primer lugar lo que implica el hecho de que la naturaleza humana de Jesucristo esté privada de personalidad humana. En un individuo ordinario, la naturaleza humana está de alguna manera «recibida» en una persona –o hipóstasis– bien determinada. Se puede decir que la naturaleza humana viene a encerrarse en cada individualidad, o que la hipóstasis humana –el ego– constituye para la naturaleza humana una limitación (Lo cual implica que la naturaleza humana no puede agotarse más que en una indefinidad de individuos.). Esta limitación, esta concentración sobre el ego (que se podría ver como característica del «pecado original») constituye el obstáculo esencial para la espiritualidad verdadera, es decir para la «Comunión del Padre». Es esencial recordar aquí el Misterio trinitario: la Esencia divina se despliega en tres Hipóstasis, distintas entre ellas, pero idénticas a la Esencia divina. Estas Hipóstasis divinas deben ser concebidas como puras relaciones: el Padre no es «lo que él es» más que si comunica la totalidad de la Esencia divina al Hijo –es la generación del Verbo– pero, inversamente, el Hijo no es «lo que él es» más que si recibe del Padre esta divina Esencia; y esta unión intima del Padre y del Hijo es tal que engendra una tercera Hipóstasis, el Espíritu Santo, el Amor común del Padre y del Hijo. Es la «espiración del Hálito»: el Espíritu Santo no es «lo que es» más que si es «espirado» por el Padre y el Hijo. Esta «espiración», siempre idéntica a la Esencia divina, permite comprender la frase de San Juan: Dios es Amor (1 Juan IV, 8). Pero no es amor por cualquier cosa: es el Amor puro, sin objeto. Ocurre lo mismo con la generación del Verbo, donde se puede decir que Dios «se conoce a si mismo por él mismo», pero donde se puede decir igualmente que es el Conocimiento Puro, sin objeto (distinto de Dios mismo) y San Juan lo indica también diciendo: «Dios es luz» (1 Juan I, 5). 553 Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR

De esta manera se precisa el «papel» del Mediador: el Verbo no puede unirse a una naturaleza humana «cerrada» en un ego: no puede unirse más que a una naturaleza virgen, despejada de todo ego (exempta de «pecado original»). Lo mismo, dicen los Padres de la Iglesia, que el primer Adán había sido extraído del barro de la tierra virgen, de igual manera el Segundo Adán (el Cristo) a extraído su naturaleza humana de una Virgen. Se puede entonces concebir que, metafísicamente, en razón misma de la «estructura» de la Esencia divina, no podía ser de otra manera: el Mediador no puede nacer más que de una Virgen. 557 Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR

Finalmente en un estadio superior, todo discernimiento queda sobrepasado: estamos en el nivel de la No-Dualidad, de la Esencia divina que «comprende» todas las cosas a título de posibilidades «no existentes» o más bien «no manifestadas todavía», y que no se manifiestan más que en los estados inferiores. Estas posibilidades «no existentes» son por lo tanto «puras relaciones» con la Esencia divina que, ella, es sin relación con cualquier cosa diferente, ya que este otro no existe; la relación es, si se quiere, unilateral. Vistas en el Intelecto divino (el Verbo) complementario de la Esencia con la cual el Intelecto se identifica como el Conocimiento del Ser, las posibilidades todavía no existentes toman el nombre de «arquetipos»; apareciendo estos como «concepciones divinas», si bien que su conjunto es el de los «puros posibles» (Los «puros posibles» no se manifiestan; son «posibilidades de no-manifestación».) constituyen la Posibilidad Universal, que no es otra que la Inmaculada Concepción –o la Omni-Potencia divina (Shakti). 609 Abbé Henri Stéphane: EL SENTIDO DE LA VIDA

Pero, por lo mismo que la «revelación histórica» del Verbo supone un plan de manifestación, que es el nuestro, por lo mismo que la Revelación esencial in divinis supone el «Puro Receptáculo» de la Posibilidad Universal, que, por una parte, permite esta Revelación, y, por otra parte, gracias a esta Revelación, es «reintegrado» en la Esencia divina. 627 Abbé Henri Stéphane: EL SENTIDO DE LA VIDA

Añadamos que esta idea de Receptáculo o de Espejo aparece claramente en la teología católica a propósito de la Theotokos, Espejo de Justicia, Sede de la Sabiduría, Concepción Inmaculada, Receptáculo del Verbo. Hemos hablado suficientemente de ello en otros tratados. 633 Abbé Henri Stéphane: EL SENTIDO DE LA VIDA

Desde un punto de vista algo diferente, el Verbo procede del Padre por modo de inteligencia, y el Espíritu Santo por modo de voluntad. Aquí aparece entonces una analogía entre la Naturaleza divina y la naturaleza humana creada «a imagen de Dios», analogía que constituye el fundamento de un orden natural, en el que el hombre es visto en sus facultades específicas, sin prejuicio de los elementos corporales que le religan al «Cosmos», pero de los que no trataremos aquí. Hacemos también abstracción de la «historia mundial», no reteniendo más que los dos polos esenciales y de alguna manera «centrales» de la Historia, a saber la Caída y la Redención. Pero es importante subrayar que estos dos acontecimientos no cambian radicalmente el orden natural, ya que este no tiene su fin último, ni su razón suficiente en si mismo: el orden natural está en «potencia obediencial» [NA: La potencia obediencial es la aptitud de un ser a recibir de un agente superior una determinación que sobrepasa su propia naturaleza: por ejemplo, la potencia obediencial permite al alma recibir la gracia.] con relación al Orden sobrenatural, y se puede decir sobre todo que el alma humana está en «potencia obediencial» frente a la Gracia santificante. Por lo mismo que en la Unión Hipostática, la Naturaleza divina del Verbo «asume» la naturaleza humana, así la Gracia santificante «eleva» al alma y sus facultades, haciéndolas entrar en la «Circumincesión» de las Tres Personas, volviéndolas consortes divinae naturae. Es en esta perspectiva donde aparece la función de las tres Virtudes teologales: lejos de destruir las facultades naturales, las Virtudes se «agarran» de alguna manera en estas para infundirles una «simiente de gracia» que se expandirá in fine en la «Luz de gloria». Es así como la Fe purifica, ordena y eleva la inteligencia hacia el Hijo, que procede del Padre por modo de inteligencia (o de conocimiento); la Esperanza purifica, ordena y eleva la memoria (y la imaginación) hacia el Padre, (el «recuerdo de Dios», la Oración y la Invocación aparecen así como los frutos de esta Virtud); finalmente la Caridad purifica, ordena y eleva la voluntad hacia el Espíritu Santo, que procede del Padre (y del Hijo) por modo de voluntad (o de amor). 644 Abbé Henri Stéphane: NATURALEZA Y GRACIA

«Según los Padres, antes de escuchar las palabras del Verbo, hay que aprender a escuchar su silencio… y el Silencio significa aquí encontrarse dentro de la Palabra» (P. EVDOKIMOV, L´Amour fou de Dieu, p. 39.). Por lo tanto se trata del Silencio, principio de la Palabra, o del «Verbo surgido del Silencio», del Verbo Mediador; designando las palabras «antes» y «dentro», como la palabra «principio», una relación ontológica, fuera del tiempo y del espacio. 710 Abbé Henri Stéphane: SILENCIO Y EXISTENCIA

La Caridad es un misterio como Dios mismo: misterium caritatis. «Dios es Caridad» (1 Juan IV, 8), pero Dios es Luz igualmente (1 Juan I,5). Es decir que la caridad no debe estar separada de la verdad (cf. Fil. I,9), y en consecuencia de la humildad. Estas son las tres «virtudes espirituales» que deben «transfigurar» el alma. La caridad sin la verdad es una ciego que conduce a otro ciego. «Amarás al prójimo como a ti mismo» no significa de ninguna manera que uno debe buscar el darle gusto como uno se daría gusto a si mismo: eso es una tontería y una demagogia. La verdad debe iluminar esta palabra: debo amar a mi prójimo como a mi mismo. Pero ¿quién soy yo? Nada, una nada (negativa) ante Dios. Y debo de llegar a ser una «nada» (positiva) – o virgen – para que el Padre engendre en mi al Hijo Unico: tal es la humildad perfecta. Lo mismo es para el prójimo. Debo amar esa «nada» que, el también, se identifica misteriosamente con la Virgen en quien se realiza la operación del Espíritu Santo, o la Encarnación del Verbo. Reencontramos aquí el misterium caritatis que es Dios mismo. Dios no puede dar otra cosa que a si mismo. El «Don de Dios», que es el tema de la conversación entre Jesús con la Samaritana, es Dios mismo. Tal es el significado corriente del misterio trinitario: el Padre engendrando al Hijo le hace don de la Divinidad; el Padre y el Hijo respirando al Espíritu le hacen don de la Divinidad, e inversamente. Está por lo tanto bien establecido que la caridad se identifica con Dios mismo. 724 Abbé Henri Stéphane: REFLEXIONES SOBRE LA CARIDAD

El Misterio de la Anunciación acababa de realizarse en María, y el misterium caritatis exigía que fuese comunicado al «prójimo» figurado aquí por Isabel. Dice el Evangelio «En aquellos días se puso María en camino y con presteza fue a la montaña, a una ciudad de Judá, y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Así que oyó Isabel el saludo de María, exultó el niño en su seno, e Isabel se llenó del Espíritu Santo» (Luc I, 39-42). No se puede describir mejor el contenido esencial del misterium caritatis: María, portadora del Verbo encarnado, saludó a Isabel que fue colmada del Espíritu Santo. Tal es el «Don de Dios» a Isabel, a través de María. En respuesta, Isabel colmada del Espíritu Santo, rinde honor a María: «Bendita tu eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre» (Luc I, 42) 736 Abbé Henri Stéphane: REFLEXIONES SOBRE LA CARIDAD

Este episodio evangélico «encarna» en el plano humano el misterium caritatis con relación al prójimo: se trata en definitiva, que siguiendo el ejemplo de María, el alma Virgen y portadora del Verbo haga estremecerse en el seno del otro al niño Juan el Bautista, es decir el Precursor que reconoce a Cristo, y que a continuación de este «reconocimiento», el alma del prójimo queda llena del Espíritu Santo. 738 Abbé Henri Stéphane: REFLEXIONES SOBRE LA CARIDAD

3.- Apatheia = apaciguamiento = contentamiento. El alma, liberada del ego y de las pasiones, está en el estado de pureza, de virginidad, de pasividad perfecta (materia prima) para recibir el Fiat Lux, el Verbo Iluminador y Transformador que quiere encarnarse en ella; es el Misterio de la Encarnación y de la «Transubstanciación»: «Este es mi Cuerpo». 770 Abbé Henri Stéphane: ALQUIMIA ESPIRITUAL

La expresión dogmática de esta verdad aparece netamente en el Misterio de la Inmaculada Concepción: la Virgen es una pura relación con Dios, ya que ella no tiene realidad más que por la Encarnación del Verbo. Decir «Yo soy la Inmaculada Concepción» equivale a decir: «Yo soy una pura relación en Dios». Es a este nivel «ontológico» donde se sitúa la verdadera Virginidad, y todas las disertaciones morales sobre la pureza o la castidad no son más que sombras en comparación con la verdadera esencia de la Virginidad. Que el alma humana, purificando sus facultades mentales o síquicas por la «Docta ignorancia», se esfuerce en contemplar su propia virginidad, en el estado de pura relación con respecto a Dios, realizando su esencia verdadera: «Yo soy la Inmaculada Concepción». 792 Abbé Henri Stéphane: DE LA IGNORANCIA

El Misterio de la Asunción se presta a la misma dialéctica. Llegada a ser «Virgen», es decir «llegada a ser lo que ella es», o aquello que ella nunca ha dejado de ser en el seno de la Esencia divina, a saber una pura relación con la Deidad, el alma humana es «asumida» por el Verbo: Jesús, que nace en ella, la absorbe en El. 794 Abbé Henri Stéphane: DE LA IGNORANCIA

2) No reducir en consecuencia la misa al acto de la Consagración, esencial sin duda, pero que no es más que un «momento» de la acción total. Es necesario volver a situarse en el pensamiento de Cristo sobre la Cruz, o bien en la Cena, en la Institución de la Eucaristía. La misa es antes que nada esencialmente el acto de ofrenda de una víctima santa, el Cristo-Jesus, Verbo Encarnado, unido por los lazos de la caridad a los miembros de la Iglesia entera que, santificados por la gracia, participan en la santidad de la única Víctima agradable al Padre; la misa es además una communion en esta Víctima santa, que, una vez acogida por Dios, es de alguna manera entregada a los fieles para santificarlos aún más. 850 Abbé Henri Stéphane: PARA COMPRENDER LA MISA

3) No ver solamente en la misa un acto que se desarrolla en el tiempo ya que ella es «la encarnación progresiva en el tiempo y el espacio» de un acto eterno, que es la «alabanza de gloria» (Ef. I,12), que el Verbo divino rinde al Padre, el don total de su Persona a la del Padre, en la unidad de Amor del Espíritu. Realizada en el seno de la Trinidad en un acto único y eterno, esta alabanza de gloria está realizada en la tierra, en el tiempo y en el espacio, por ese mismo Verbo, encarnado esta vez, del cual nosotros somos una «humanidad por añadidura», por el cual nosotros rendimos al Padre, en la unidad del Espíritu Santo, el único sacrificio que le es agradable, para la remisión de los pecados, para la Redención y para la divinización de nuestras almas. Así asociados a la alabanza eterna de gloria que el Verbo rinde al Padre en el seno de la Trinidad, nosotros decimos: 852 Abbé Henri Stéphane: PARA COMPRENDER LA MISA

La misa, que es el acto central de la liturgia cristiana, puede ser vista bajo múltiples aspectos. Puede decirse en primer lugar que es la realización ritual o sacramental del misterio de la Iglesia, y que por ello mismo se vincula con el mysterium magnum, con el mysterium fidei y con el mysterium caritatis. También puede decirse que abarca toda la Revelación judeo-cristiana, desde el sacrificio de Abel hasta la inmolación del Cordero – es decir, la Liturgia celeste tal como es descrita en la visión apocalíptica-, pasando por los sacrificios de Melkisedek y de Abraham, para culminar en el sacrificio de Cristo – el servidor de YHVH – y extenderse después en la Iglesia, que es el Cuerpo místico de Cristo, la verdadera tierra de Israel, el «pueblo de Dios», la asamblea de los Santos (Ecclesia), la auténtica Jerusalén, la Esposa sagrada, la Ciudad Santa del Apocalipsis, la Esposa del «Cántico», la Virgen Esposa y Madre, la Mujer eterna. Así considerada, la Iglesia es el «sacramento» de las Bodas místicas del Cordero y la Esposa (cf. Efesios, V, 21-24 y 32, Apoc., XXI, 2; XXII, 5). La misa es entonces esencialmente un misterio de unión, el matrimonio espiritual entre el Esposo y la Esposa. Añadamos enseguida que, si bien la misa presenta un aspecto «individual», en el sentido en que el alma de cada fiel debe realizar la unión mística con el Verbo divino, es todavía más importante no olvidar su aspecto «colectivo», donde precisamente debe «desaparecer» la individualidad, que encuentra así su verdadero culminación, gracias a la transformación o a la «transfiguración» que efectivamente realiza la unión con el Verbo divino por mediación de la Iglesia. 866 Abbé Henri Stéphane: CONSIDERACIONES SOBRE LA MISA

Es evidente que la «colectividad» de que se trata no tiene nada en común con un grupo humano cualquiera, unido solamente por algún lazo natural, por algún interés material o por algunos sentimientos filantrópicos; se trata aquí de la «santa plebe» de Dios, del «pueblo elegido» que ha escapado de las tinieblas de Egipto a través de las aguas del Mar Rojo, y que es el verdadero Israel regenerado por las aguas del bautismo. Extraída así del dominio de Satán, la Asamblea de los Santos aparece como una realidad «única», incomparable, gloriosa e inmaculada: es la única Esposa del Verbo divino. El bautismo, que es la iniciación del neófito, aparece entonces como una «incorporación» que le «injerta» en el Cuerpo Místico, y si la Confirmación es su complemento, la Eucaristía es su acabamiento, su culminación, su asimilación. El fiel deberá entonces perder su individualidad propia realizando en él los rasgos de la Esposa Única, es decir, las virtudes «mariales» o la perfecta virginidad de María, prototipo de la Iglesia. 868 Abbé Henri Stéphane: CONSIDERACIONES SOBRE LA MISA

Si queremos ahora penetrar, en la medida de lo posible, en las profundidades de este «misterio de unión», será necesario considerar los aspectos esenciales del «misterio del Amor». El Amor – que es la Esencia misma de Dios – es inseparable de la Muerte, y en consecuencia del Sacrificio, y tal Muerte es una Resurrección, un Renacimiento. El sacrificio in divinis es inherente a la Esencia divina: se trata de la generación del Verbo; el Padre «muere» en cierto modo en el Hijo, y conjuntamente el Padre y el Hijo «mueren» en el Espíritu Santo, y vice versa. 870 Abbé Henri Stéphane: CONSIDERACIONES SOBRE LA MISA

Pero, por otra parte, el Verbo es el «lugar de los posibles», donde todas las posibilidades susceptibles de llegar a la existencia están como «prisioneras» en Dios. Es preciso que la prisión «estalle» para que ellas nazcan a la existencia; la creación aparece así como la Muerte de Dios, el Sacrificio de Dios: la Divinidad está como «desmembrada» en cada uno de sus hijos. A su vez, está «apresada» en ellos; el Hombre interior está encarcelado en el hombre exterior. Las posiciones están entonces invertidas; el hombre exterior debe morir para que el Hombre interior reaparezca, o para que la Divinidad reunifique sus miembros aparentemente dispersos en sus hijos. Este «desmembramiento» de la Divinidad constituye el «pecado original» imputable a todo hombre que llegue a la existencia, y la «redención» no es sino la «reunificación» del cuerpo disperso. No obstante, es importante no perder de vista que este «desmembramiento» y esta «reunificación» de la Divinidad no existen sino desde nuestro punto de vista, pues en su Esencia la Deidad está situada más allá de cualquier vicisitud de este género: desde la perspectiva de la No-Dualidad divina, el doble movimiento de «desmembración» y de «reunificación» no son más que un «juego» ilusorio que transcurre en el teatro de la Existencia, pues la Inmutabilidad de la Esencia divina permanece en los bastidores de este teatro (Acerca de esta perspectiva del «Sacrificio divino», ver A. K. Coomaraswamy, Hindouisme et Bouddhisme, p. 53 ss. [«Hinduismo y Budismo», Barcelona, Paidós, 1997].). 872 Abbé Henri Stéphane: CONSIDERACIONES SOBRE LA MISA

En la perspectiva cristiana, este misterio adopta un «color» especial: está enteramente centrado en Cristo y la Iglesia. Cristo es a la vez Sacerdote y Víctima, Dios y hombre. Se ofrece a sí mismo en Sacrificio al Padre, y con él toda la Iglesia. El Sacrificio comienza en la Encarnación, ya que el Verbo se une a una naturaleza «virgen», desprovista de personalidad humana (unión hipostática), sin ego individual. El doble aspecto del Sacrificio aparece en el hecho de que el Verbo mismo «desaparece» adoptando la condición de esclavo (Fil., II, 5-11), pero a la vez la naturaleza humana «asumida» por el Verbo es ella misma inmolada en cierta manera. Tal es, en el misterio de la Encarnación, la realización del matrimonio sagrado, de la unión mística entre el Esposo y la Esposa. Además, este misterio se continúa hasta el Calvario (Fil. II.8) donde la santa Humanidad del Salvador es inmolada, «absorbida» por el Padre, con el fin de que, por una parte, pueda nacer la Iglesia, salida del costado atravesado de Cristo, y que, por otra parte, pueda realizarse la Resurrección y la «exaltación» (Fil., II, 9, Juan III, 14-15; XII, 32): la Víctima inmolada en el Calvario es el «resumen» de toda la Iglesia, del Cuerpo de Cristo que debe ser inmolado a su vez y resucitar con la Cabeza. Somos aquí abajo los miembros dispersos de este cuerpo (Juan XI, 52), y la participación en el sacrificio de Cristo reúne a dichos miembros en una «Asamblea santa», la «santa plebe de Dios» que muere y que con él resucita. Ya el bautismo implica el mismo significado (Rom., VI, 4), y la Eucaristía (o la Misa), que no es sino la continuación del único Sacrificio de esa única Víctima, será la realización, en la Iglesia, de la Muerte y la Resurrección del Salvador, por la muerte y la resurrección de su Cuerpo Místico: el matrimonio sagrado, la unión mística de los Esposos, es esencialmente un sacrificio recíproco, una Muerte y una Resurrección. 876 Abbé Henri Stéphane: CONSIDERACIONES SOBRE LA MISA

Por la comunión eucarística, la Víctima aceptada por el Padre es después distribuida entre los miembros de la Ecclesia para ser «ingerida», pero ello sólo según las apariencias; en la realidad profunda del misterio, es la Esposa la que es «devorada» por el Esposo, es el «alma» la que es asimilada por el Verbo, pues la analogía con el alimento ordinario debe ser aplicada en sentido inverso. Mientras que el cuerpo asimila las substancias nutritivas y las transforma en sus elementos, en el rito eucarístico es el alma lo que es transmutado en Pan viviente («ordena que estas piedras se conviertan en panes», Mat., IV, 3), en Hostia pura y sin mácula, asimilada por el Verbo, aceptada por el Padre, y en cierto modo «ingerida» por Dios. 878 Abbé Henri Stéphane: CONSIDERACIONES SOBRE LA MISA

Lo mismo que la encarnación del Verbo constituye el Misterio central de nuestra Salvación, de la misma manera el Misterio eucarístico, que es el Memorial de la Pasión, de la Muerte y de la Resurrección de Nuestro Señor, o equivalentemente, del Sacrificio del Calvario, debe continuar como centro de la vida cristiana, al cual todo el resto se relacione. 891 Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO PASCUAL

“En verdad somos de Allah y a Allah volvemos”. El origen del hombre es Dios, y no hay otro origen. El origen de la vida es el Verbo, “Vida y Luz de los hombres”, y no hay otro origen. 998 Abbé Henri Stéphane: A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN

En el origen, Dios habla al hombre por intermediación del Cosmos y, a este respecto, la «naturaleza virgen» es el soporte directo de la Revelación. En el devenir de los tiempos, la «caída» conlleva a la vez un oscurecimiento de la inteligencia humana y un endurecimiento del Cosmos: la naturaleza ya no habla más y el hombre ya no escucha: él no percibe más que las cosas más que en sus aspectos prácticos y económicos. Entonces Dios «enseña» a los hombres las Artes y las Ciencias tradicionales, pero a su vez estas se corrompen en el «paganismo». Dios habla entonces al hombre por los Profetas y por la manifestación directa de su Verbo (Ep. a los Hebreos, I). Una restauración de las Artes y de las Ciencias tradicionales se opera entonces y dura hasta en final de la Edad Media, después es la decadencia y la perdida de las doctrinas tradicionales en los Tiempos modernos. Los testigos del pasado que han sobrevivido en el ámbito del Arte no son más, a los ojos de nuestros contemporáneos, que «monumentos históricos», incomprensibles para el hombre de la «era nuclear». En esas condiciones ¿cómo presentar a nuestros contemporáneos la cuestión del simbolismo? 1082 Abbé Henri Stéphane: VARIOS ESCRITOS SOBRE ARTE

El tema de la luz, del que hemos celebrado la fiesta el 2 de febrero, está presente en toda la Escritura. Se le encuentra en el origen de la Creación cuando la Palabra de Dios, el Verbo divino, ordena el caos primordial por el Fiat Lux: ¡que la luz sea! Y no se trata evidentemente de la luz del sol que no ha sido creado hasta el cuarto día. El mismo tema se encuentra en el Prologo de san Juan: el Verbo es la verdadera luz que ilumina todo hombre y san Juan comienza su primera epístola por estas palabras: «El mensaje que Jesús nos ha hecho oír, y que nosotros os anunciamos, es que Dios es luz, y que no hay en él tiniebla alguna» (1 Juan I,5). En el Apocalipsis, la Nueva Jerusalén está descrita como «una ciudad que no tiene necesidad ni de sol ni de la luna para iluminarla, ya que la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su candelabro» (Apoc. XXI, 23) 1089 Abbé Henri Stéphane: La Iluminación

En este contexto, el bautismo aparece como el «sacramento de iluminación». Si nos referimos a su prototipo perfecto, es decir al bautismo de Nuestro Señor Jesucristo, aprenderemos por un evangelio apócrifo: «Mientras que Jesús descendía en el agua, el fuego se encendió en el Jordán». Es el Pentecostés del Señor, y el Verbo prefigurado por la «columna de luz» muestra que el bautismo es iluminación, nacimiento de el ser a la Luz divina. Antiguamente, en la víspera de la fiesta, tenía lugar el bautismo de los catecúmenos, y el templo quedaba inundado de luz, signo de iniciación al conocimiento de Dios. El testigo de esta luz, san Juan Bautista, es recordado en ese acontecimiento ya que él mismo es «la llama encendida y brillante» y las gentes venían a regocijarse en su Luz (Juan V,35) 1099 Abbé Henri Stéphane: La Iluminación