En la verdadera obediencia no se ha de encontrar ningún «lo quiero así o asá» o «esto o aquello», sino tan sólo un perfecto desasimiento de lo tuyo. Y por lo tanto, en la mejor de las oraciones que el hombre sea capaz de rezar, no se debe decir ni «¡Dame esta virtud o este modo!», ni «¡Ah sí, Señor, dame a ti mismo o la vida eterna!», sino solamente: «¡Señor, no me des nada fuera de lo que tú quieras y haz, Señor, lo que quieres y como lo quieres de cualquier modo!» Esta (oración) supera a la primera como el cielo a la tierra. Y si alguien reza así, ha rezado bien: cuando en verdadera obediencia ha salido de su yo para adentrarse en Dios. Y así como la verdadera obediencia no debe saber nada de «Yo quiero», tampoco habrá de oírse nunca que diga: «Yo no quiero»; porque «yo no quiero» es un verdadero veneno para toda obediencia. Como dice San Agustín: «Al leal servidor de Dios no se le antoja que le digan o den lo que le gustaría escuchar o ver; pues su anhelo primero y más elevado consiste en escuchar lo que más le gusta a Dios». TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 1.
Y en todas sus obras y en todas las cosas el hombre ha de usar atentamente su entendimiento y en todas ellas debe tener inteligente conciencia de sí mismo y de su interioridad y aprehender a Dios en todas las cosas de la manera más sublime que sea posible. Pues, el ser humano debe ser tal como dijo Nuestro Señor: «¡Habéis de ser semejantes a hombres que a toda hora están despiertos y esperan a su señor!» (Lucas 12, 36). A fe mía, la gente que espera así, está alerta y mira alrededor suyo (para ver) de dónde viene aquel a quien están esperando y lo aguardan en todo cuanto suceda por extraño que les resulte, (pensando) si acaso no se halla ahí. Nosotros debemos, de la misma manera, mirar conscientemente todas las cosas por (si se esconde en ellas) Nuestro Señor. Necesariamente hace falta mucha diligencia para tal (empeño), y uno no debe ahorrar gastos, dando todo cuanto puedan rendir los sentidos y potencias. Al proceder así, la gente estará bien y aprehenderán a Dios de igual modo en todas las cosas y siempre encontrarán en ellas a Dios en la misma medida. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 7.
La luz resplandece en las tinieblas, allí la percibimos. Si no, la doctrina o la luz ¿para qué servirían a la gente a no ser que la aprovecharan? Cuando se hallan en medio de las tinieblas o del sufrimiento, habrán de ver la luz. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 11.
Muchas personas se imaginan que deberían realizar grandes obras en cuanto a cosas exteriores, como son ayunar, ir descalzo y otras actitudes por el estilo, que se llaman obras de penitencia. (Pero) la verdadera penitencia y la mejor de todas, con la cual uno logra enmendarse fuertemente y en el más alto grado, consiste en que el hombre le dé la espalda completa y perfectamente a todo aquello que no es del todo Dios ni divino en él mismo y en todas las criaturas, y que se vuelva cabal y completamente hacia su querido Dios con un amor imperturbable, de manera que su devoción y su anhelo (de encontrarlo) sean grandes. En aquella obra en la cual estás más dispuesto (a ello), eres también más justo; cuanto más aciertas en este aspecto, tanto más verdadera es la penitencia y borra proporcionalmente más pecados e incluso todo castigo. Sí, es cierto, rápido y a la brevedad podrías dar la espalda a todos los pecados con tanto vigor y tanta repugnancia verdadera y dirigirte con el mismo vigor hacia Dios que – aunque hubieras cometido todos los pecados hechos jamás desde los tiempos de Adán y a hacerse de ahora en adelante – todo esto te sería completa y absolutamente perdonado junto con el castigo, de modo que tú, si murieras en este instante, te irías a ver el rostro de Dios. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 16.
El hombre que quiere y puede acercarse despreocupadamente a Nuestro Señor, en primer lugar debe averiguar si tiene la conciencia libre de todo reproche en cuanto al pecado. En segundo lugar, la voluntad del hombre ha de estar dirigida hacia Dios de manera que no pretenda ni apetezca nada que no sea Dios ni completamente divino, y que le disguste aquello que no es compatible con Dios. Justamente en este aspecto el hombre debe darse cuenta de lo alejado o cercano de Dios que se halla: depende de si posee mucho o poco de tal disposición. En tercer lugar, al hacerlo (=comulgar con frecuencia) ha de notarse en él que el amor del Sacramento y de Nuestro Señor va creciendo cada vez más y que la veneración temerosa no disminuye a causa de las frecuentes comuniones. Pues, aquello que a menudo es vida para determinada persona, para otra es mortal. Por ello debes fijarte en tu fuero íntimo (para ver) si crece tu amor hacia Dios y no se apaga tu veneración. Si haces así, cuanto más a menudo acudas al Sacramento, tanto mejor llegarás a ser y también dará un resultado tanto mejor y más útil. Y por eso, no permitas que te quiten a tu Dios con palabras o prédicas; porque, cuanto más, tanto mejor y más agradable a Dios. Pues Nuestro Señor tiene ganas de morar dentro del hombre y junto con él. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 20.
Dice San Agustín: Para Dios no hay nada que sea lejano o largo. Si quieres que nada te resulte ni lejano ni largo, vincúlate a Dios, pues entonces mil años son como el día de hoy. De la misma manera digo yo: En Dios no hay ni tristeza ni pena ni infortunio. Si te quieres ver libre de todo infortunio y pena recurre y dirígete solamente a Él con completa integridad. Ciertamente, todas las penas provienen del hecho de que no te dirijas hacia Dios, ni únicamente a Él. Si tú, en cuanto a tu forma y nacimiento, te hallaras únicamente en la justicia, entonces por cierto, ninguna cosa podría darte pena a ti, así como la justicia no (puede afligir) a Dios mismo. Dice Salomón: «Al justo no lo aflige nada de lo que le pueda suceder» (Prov. 12, 21). No dice: «Al hombre justo», ni «al ángel justo», ni a esto ni a aquello. Dice: «Al justo». Lo que de algún modo pertenece al justo, especialmente lo que convierte en suya su justicia y el hecho de que él sea justo, esto es hijo y tiene (un) padre en esta tierra y es criatura y está hecho y creado porque su padre es criatura, hecha o creada. Pero «justo» sin más, no tiene ningún padre hecho o creado, y Dios y la justicia son completamente una sola cosa, y la justicia sola es su padre, por eso no caben en él (es decir, en el justo) ni pena ni infortunio como tampoco pueden caber en Dios. (La) justicia no le puede producir pena, ya que (la) justicia no es nada más que alegría, placer y deleite: además: si (la) justicia le produjera pena al justo, ella misma se produciría esta pena. Ninguna cosa despareja e injusta, ni hecha ni creada, podría apenar al justo porque todo lo creado permanece muy por debajo de él en la misma medida en que (se halla) por debajo de Dios, y no surte ninguna impresión ni influencia en el justo y no engendra a sí misma en aquel cuyo Padre es solo Dios. Por eso, el hombre debe esforzarse mucho por quitarse la imagen de sí mismo y de todas las criaturas, no conociendo a ningún padre fuera de Dios solo; luego, nada lo puede apenar ni afligir, ni Dios ni la criatura, ni lo creado ni lo increado, y todo su ser, vivir, conocer, saber y amar, proviene de Dios y (se halla) en Dios y (es) Dios. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 1
Por ello dicen los maestros que los bienaventurados en el reino de los cielos conocen a las criaturas desnudas de toda imagen, pues las conocen por medio de una sola imagen que es Dios y en la cual Dios conoce y ama y quiere a sí mismo y a todas las cosas. Y Dios mismo nos enseña a orar y suplicar así cuando decimos: «Padre nuestro», «santificado sea tu nombre» lo cual quiere decir: que te conozcamos sólo a ti (Cfr. Juan 17,3); «que venga tu reino» para que yo no tenga nada que considere y conozca como rico fuera de ti, el rico. A esto se refiere el Evangelio al decir: «Bienaventurados son los pobres en espíritu» (Mateo 5,3), quiere decir: en la voluntad, y por ello pedimos a Dios que se «haga su voluntad», «en la tierra», quiere decir: dentro de nosotros, «como en el cielo», quiere decir: en Dios mismo. Semejante hombre comparte una sola voluntad con Dios de modo tal que quiere todo cuanto quiere Dios y de la misma manera que lo quiere Dios. Y por eso, como Dios en cierto modo quiere que yo también haya pecado, yo no quisiera no haberlo hecho porque así se hace la voluntad de Dios «en la tierra», o sea en el pecado, «como en el cielo», o sea en la buena acción. En este sentido, el hombre quiere hallarse privado de Dios por amor de Dios y ser apartado de Dios por amor de Dios, y sólo éste es un verdadero arrepentimiento de mis pecados; así me apeno sin pena del pecado tal como Dios se apena sin pena de toda maldad. Siento pena y la máxima pena por el pecado – pues no cometería ningún pecado por nada creado o creable, por más que hubiera en la eternidad miles de mundos – mas (lo haría) sin pena; y acepto y tomo las penas de la voluntad divina y por ella. Tan sólo semejante pena es una pena perfecta, porque proviene y surge del puro amor de la bondad y alegría más puras de Dios. Así llega a ser verdad y se echa de ver lo que he dicho en este librito: que el hombre bueno, en cuanto es bueno, entra en toda la peculiaridad de la Bondad misma que es Dios en sí mismo. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Otra cosa más (y) parecida a la anterior: Ningún recipiente puede llevar en sí dos clases de bebida. ‘Si ha de contener vino, hay que verter necesariamente el agua; el recipiente debe estar vacío y limpio. Por eso: si has de recibir divina alegría y a Dios mismo, debes necesariamente verter a las criaturas. Dice San Agustín: «Vierte para que seas llenado. Aprende a no amar para que aprendas a amar. Apártate para que seas acercado». En resumidas cuentas: Todo cuanto ha de tomar y ser capaz de recibir, debe estar vacío y tiene que estarlo. Dicen los maestros: Si el ojo cuando ve contuviera algún color, no percibiría ni el color que contenía ni otro que no contenía; pero como carece de todos los colores, conoce todos los colores. La pared tiene color y por eso no conoce ni su propio color ni ningún otro, y el color no le da placer, y el oro o el esmalte no la atraen más que el color del carbón. El ojo no contiene (color) y, sin embargo, lo tiene en el sentido más verdadero, pues lo conoce con placer y deleite y alegría. Y cuanto más perfectas y puras son las potencias del alma, tanto más perfecta y completamente recogen lo que aprehenden y tanto más reciben y sienten mayor deleite, y se unen tanto más con lo que recogen (y) esto hasta tal punto que la potencia suprema del alma, que está desembarazada de todas las cosas y no tiene nada en común con cosa alguna, no recibe nada menos que a Dios mismo en la extensión y plenitud de su ser. Y los maestros demuestran que, en cuanto a placer y deleite, nada se puede comparar a esta unión y este traspaso (de lo divino) y este deleite. Por eso dice Nuestro Señor (y es) muy notable: «Bienaventurados son los pobres en espíritu» (Mateo 5,3). Es pobre quien no tiene nada. «Pobre en espíritu» quiere decir: así como el ojo es pobre y carece de color, siendo susceptible de (ver) todos los colores, así el pobre en espíritu es susceptible de aprehender toda clase de espíritu, y el espíritu de todos los espíritus es Dios. El amor, la alegría y la paz son fruto del espíritu. Estar desnudo, ser pobre, no tener nada, hallarse vacío, (todo esto) transforma a la naturaleza: (el) vacío hace que el agua suba por la montaña y (opera) otros muchos milagros de los cuales ahora no es momento de hablar. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Y por esta razón he dicho que el alma odia la similitud en la similitud y no la ama en sí y a causa de ella, sino que la ama a causa de lo Uno que se halla escondido en ella y es verdadero «Padre», un comienzo sin comienzo alguno, «de todos» «en el cielo y en la tierra». Y por eso digo yo: Mientras se encuentra y aparece aún una similitud entre el fuego y el leño, no hay en absoluto verdadero placer ni silencio ni descanso ni satisfacción. Y por ello dicen los maestros: El devenir del fuego se realiza en el combate, la excitación, el desasosiego y el tiempo; pero (el) nacimiento del fuego y (el) placer se realizan sin tiempo y distancia. (El) placer y (la) alegría, a nadie le parecen ni largos ni distantes. A todo cuanto acabo de decir se refiere nuestro Señor cuando dice: «La mujer, cuando da a luz al niño, siente angustia y pena y tristeza; pero cuando ha nacido el niño, se olvida de la angustia y pena» (Juan 16,21). Por eso Dios, también nos dice y advierte en el Evangelio, que roguemos al Padre para que nuestra alegría llegue a ser perfecta (Cfr. Juan 15,11), y San Felipe dijo: «Señor, haznos ver al Padre y ya nos basta» (Juan 14,8); porque Padre significa nacimiento y no similitud y se refiere a lo Uno en donde la similitud enmudece y se calla todo cuanto tiene apetito de ser. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Existe otro consuelo más. Dice San Pablo que Dios castiga a todos cuantos acepta y acoge como hijos (Cfr. Hebreos 12, 6). Si uno ha de ser hijo corresponde que sufra. Como el Hijo de Dios no podía sufrir en la divinidad y en la eternidad, el Padre celestial lo envió al siglo para que se hiciera hombre y pudiera sufrir. Si quieres ser, pues, hijo de Dios y, sin embargo, no quieres sufrir, estás muy equivocado. Está escrito en el Libro de la Sabiduría que Dios nos examina y somete a prueba (para ver) quién es justo, tal como se examina y se somete a prueba y se afina el oro en un horno de fundición (Cfr. Sabiduría 3, 56). Es señal de que el rey o un príncipe confía del todo en un caballero cuando lo envía a combatir. He visto a un señor que a veces, cuando había aceptado a alguien entre su servidumbre, lo hacía salir de noche y luego lo alcanzaba montado a caballo y luchaba con él. Y un buen día sucedió que casi fue muerto por un hombre a quien de tal manera deseaba poner a prueba; y a este siervo lo quiso luego mucho más que antes. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Leemos que San Antonio una vez en el desierto tenía tribulaciones especialmente graves por culpa de los espíritus malignos; y cuando hubo superado su tribulación se le apareció alegremente Nuestro Señor, también exteriormente (visible). A eso dijo el santo varón: Ay, querido Señor ¿dónde estabas recién cuando mis apuros eran tan grandes? Entonces dijo Nuestro Señor: Yo estaba aquí como lo estoy ahora. Pero deseaba y se me antojaba ver lo piadoso que eras. Un (trozo de) plata o de oro, seguramente es puro, pero si se pretende hacer de él una copa en la cual ha de beber el rey, se lo acrisola incomparablemente más que otro (trozo). Por ello está escrito con referencia a los apóstoles que ellos se alegraban por haber sido dignos de padecer ultrajes por amor de Dios (Hechos 5, 41). TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Todavía nos queda (por ver) el séptimo (consuelo contenido) en la palabra de que Dios está con nosotros en el sufrimiento y sufre con nosotros: (consiste en) que la peculiaridad divina nos sabe consolar vigorosamente por cuanto es lo Uno puro sin cualquier agregado de multiplicidad de distingos, aunque fuera sólo (un distingo) con (el) pensamiento; de modo que todo cuanto hay en Él es Dios mismo. Y como esto es verdad digo: Todo cuanto el hombre bueno sufre por Dios, lo sufre en Dios y Dios está padeciendo con él en su sufrimiento. Si mi sufrimiento se encuentra en Dios y Dios lo comparte ¿cómo me puede resultar penoso el sufrimiento, dado que el sufrimiento pierde la pena y mi pena se halla en Dios y mi pena es Dios? Por cierto, así como Dios es Verdad y como yo, dondequiera que encuentre (la) verdad, hallo a mi Dios, o sea la Verdad, así también – (y esto no es) ni más ni menos – cuando hallo el sufrimiento puro por Dios y en Dios, encuentro que mi sufrimiento es Dios. Quien no reconoce este hecho, que eche la culpa a su ceguera y no a mí ni a la verdad divina ni a la benevolencia digna de amor. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
La tercera razón por la cual me resultaría mezquino y repugnante pedirle a Dios que me cure (es la siguiente): No quiero ni debo solicitarle una insignificancia a este Dios rico, cariñoso y generoso. Pongamos que yo llegara a ver al Papa tras haber recorrido cien o doscientas millas y al presentarme ante él le diría: Señor, Santo Padre, he llegado tras haber recorrido con grandes gastos un camino fatigoso de unas doscientas millas y os ruego – razón por la cual he venido a veros – que me deis un garbanzo. De cierto, él mismo y cualquiera que lo escuchara, diría, y con toda razón, que soy un gran necio. Pues bien, es una verdad segura cuando digo que todos los bienes y aun todas las criaturas en comparación con Dios, son menos que un garbanzo en comparación con todo este mundo material. Por lo tanto, si yo fuera un hombre bueno y sabio, tendría que negarme con razón a solicitarle a Dios que estuviese sano. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 3
Dice San Agustín: Quien sin conceptos, sin objetos corpóreos múltiples y sin imágenes reconoce interiormente aquello que no le ha proporcionado ninguna percepción exterior, éste sabe que es verdad. Pero quien no sabe nada de esto, se ríe y se burla de mí; mas yo le tengo compasión. Sin embargo, tales personas quieren ver y sentir cosas eternas y obras divinas y hallarse a la luz de la eternidad mientras su corazón revolotea aún en el ayer, aún en el mañana. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 3
Los maestros dicen que una potencia es aquella mediante la cual ve el ojo, y otra aquella mediante la cual conoce el hecho de ver. La primera (función), o sea el hecho de que ve, la toma exclusivamente del color (y) no de aquello que está teñido. Por ende no interesa si lo teñido es una piedra o un madero, un hombre o un ángel: lo esencial reside únicamente el hecho de que tenga color. TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3
Pero resulta que es otra la potencia – según he expuesto – en virtud de la cual ve el hombre, y otra la potencia gracias a la cual sabe y conoce el hecho de ver. Es verdad que en este mundo esta potencia dentro de nosotros, por la cual sabemos y conocemos el hecho de ver, es más noble y elevada que la potencia gracias a la cual vemos; porque la naturaleza comienza su actuación con lo más humilde, pero Dios comienza sus obras con lo más perfecto. (La) naturaleza hace al hombre a partir del niño y la gallina a partir del huevo; mas Dios hace al hombre antes que al niño y la gallina antes que el huevo. (La) naturaleza primero calienta y acalora la leña y sólo luego hace surgir el ser del fuego; pero Dios primero otorga el ser a toda criatura y luego en el tiempo y, sin embargo, sin tiempo, y cada vez por separado (le da) todo cuanto es accesorio. Dios da también el Espíritu Santo antes que los dones del Espíritu Santo. TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3
Yo he dicho también varias veces que hay en el alma una potencia que no es tocada ni por el tiempo ni por la carne; emana del espíritu y permanece en él y es completamente espiritual. Dentro de esta potencia se halla Dios exactamente tan reverdecido y floreciente, con toda la alegría y gloria, como es en sí mismo. Allí hay tanta alegría del corazón y una felicidad tan incomprensiblemente grande que nadie sabe narrarla exhaustivamente. Pues el Padre eterno engendra sin cesar a su Hijo eterno dentro de esta potencia, de modo que esta potencia co-engendra al Hijo del Padre y a sí misma como el mismo hijo en la potencia única del Padre. Si un hombre poseyera un reino entero o todos los bienes de la tierra y renunciara a ellos con pureza, por amor de Dios, y se convirtiera en uno de los hombres más pobres que viven en cualquier parte de este mundo, y si Dios luego le diera tantos sufrimientos como los ha dado jamás a un hombre, y si él lo sufriera todo hasta su muerte, y si entonces Dios le concediera ver una sola vez con un solo vistazo cómo Él se halla dentro de esta potencia su alegría se haría tan grande que todo ese sufrimiento y esa pobreza todavía hubieran sido demasiado pequeños. Ah sí, aun en el caso de que Dios posteriormente nunca le diera el reino de los cielos, él habría recibido, sin embargo, una recompensa demasiado grande por todo cuanto había sufrido jamás, pues Dios se halla en esta potencia como en el «ahora» eterno. Si el espíritu estuviera unido todo el tiempo a Dios en esta potencia, el hombre no podría envejecer; pues el instante en el cual Dios creó al primer hombre y el instante en el que habrá de perecer el último hombre y el instante en que estoy hablando, son (todos) iguales en Dios y no son sino un solo instante. Ahora mirad, este hombre habita dentro de una sola luz junto con Dios; por lo tanto no hay en él ni sufrimiento ni transcurso del tiempo sino una eternidad siempre igual. A este hombre se le ha quitado en verdad todo asombro, y todas las cosas se yerguen esenciales dentro de él. Por ello no recibe nada nuevo de las cosas futuras ni de ninguna casualidad, ya que habita en un solo «ahora», siempre nuevo, ininterrumpidamente. Tal majestad divina hay en esta potencia. SERMONES: SERMÓN II 3
Dije una vez en este mismo lugar y sigue siendo verdad: Cuando el hombre atrae o toma algo (que se halla) fuera de él, procede mal. Uno no debe tomar ni mirar a Dios como (si estuviera) fuera de uno mismo, sino (que lo debe tomar y ver) como propiedad y como algo que se halla dentro de mí; además, no se ha de servir ni obrar a causa de ningún porqué, ni por la gloria de Dios ni por el propio (honor), ni por cosa alguna que se halle fuera de uno, sino únicamente a causa de lo que son el propio ser y la propia vida dentro de uno. Algunas personas bobas opinan que deberían ver a Dios como si estuviera allá y ellas acá. No es así, Dios y yo somos uno. Mediante el conocimiento acojo a Dios dentro de mí; (y) mediante el amor me adentro en Dios. Hay quienes dicen que la bienaventuranza no depende del conocimiento sino solamente de la voluntad. Se equivocan; pues, si dependiera únicamente de la voluntad no sería una sola cosa. (Mas) el obrar y el devenir son una sola cosa. Cuando el carpintero no opera, tampoco se hace la casa. Donde descansa el hacha, descansa también el devenir. Dios y yo somos uno en semejante obrar; Él obra y yo llego a ser. El fuego transforma en sí cuanto se le agrega, y (esto) se convierte en su naturaleza (del fuego). No es la leña la que transforma en sí el fuego, sino que el fuego transforma en sí la leña. Así también seremos transformados en Dios para que lo conozcamos tal como es (Cfr. 1 Juan 3, 2). Dice San Pablo: Así conoceremos: yo (lo conoceré) exactamente lo mismo que de Él soy conocido, ni más ni menos, simplemente igual (Cfr. 1 Cor. 13, 12). «Los justos vivirán eternamente y su recompensa está con Dios» exactamente igual. SERMONES: SERMÓN VI 3
Cierto día, en un convento, dije (lo siguiente): La imagen verdadera del alma es aquella en la cual no se presenta ninguna copia de nada ni se configura cosa alguna fuera de Dios mismo. El alma tiene dos ojos, uno interior y otro exterior. El ojo interior del alma es aquel que mira adentro del ser y recibe su ser de Dios en forma completamente inmediata: ésta es la obra propia de él. El ojo exterior del alma es aquel que está dirigido hacia todas las criaturas percibiéndolas en forma de imagen y de acuerdo con su (propia) potencia. Pero aquel hombre que se ha vuelto hacia su propio interior de modo que conoce a Dios con el propio sabor y en el propio fondo de Él, semejante hombre ha sido liberado de todas las cosas creadas y está encerrado en sí mismo con el verdadero cerrador de la verdad. Según dije una vez, que Nuestro Señor en el día de Pascua de Resurrección vino a ver a sus discípulos con las puertas cerradas, así (sucede) también con ese hombre librado de toda extrañeza y de toda criaturidad: en tal hombre no entra Dios: ya se halla adentro en su esencia. SERMONES: SERMÓN X 3
El hombre que de tal modo se conserva apegado a la voluntad de Dios, no quiere nada fuera del ser divino y de la voluntad de Dios. Si estuviera enfermo, no querría estar sano. Toda pena es una alegría para él, toda multiplicidad es para él una sencillez y unidad, siempre y cuando se conserve apegado a la voluntad de Dios como es debido. Ah sí, aunque se vinculara a ello el suplicio infernal, para él sería una alegría y una felicidad. Es libre y se ha desasido de sí mismo y debe ser libre de todo cuanto ha de recibir. Si mi ojo ha de ver el color, debe ser libre de todo color. Si veo el color azul o el blanco, entonces la Vista que ve el color, o sea justamente aquello que ve, es lo mismo que es visto por el ojo. El ojo con el cual veo a Dios, es el mismo ojo con el cual me ve Dios; mi ojo y el de Dios son un solo ojo y una sola visión y un solo conocer y un solo amar. SERMONES: SERMÓN XII 3
Dice: «Tenían escritos en su frente su nombre y el nombre de su Padre». ¿Cuál es nuestro nombre y cuál es el nombre de nuestro Padre? Nuestro nombre es: que debemos nacer, y el nombre del Padre es: engendrar allí donde la divinidad sale resplandeciendo de su primera pureza que es una plenitud de toda pureza, según dije en (San) Mergarden. Felipe dijo: «Señor, haznos ver al Padre y ya nos basta» (Juan 14, 8). En primer lugar esto significa que debemos ser (padre); en segundo lugar, hemos de ser «gracia» porque el nombre del Padre es «engendrar». Él engendra en mí su imagen. Si veo una comida y ésta me resulta adecuada, nace de ello un apetito; o si veo una persona que se me asemeja, surge una simpatía. Exactamente así es: el Padre celestial engendra en mí su imagen y de la semejanza surge un amor que es el Espíritu Santo. Quien es el padre, éste engendra al hijo por naturaleza: quien saca al niño de la pila bautismal, no es su padre. Dice Boecio: Dios es un bien inmóvil que mueve todas las cosas. El hecho de que Dios sea constante, pone en marcha todas las cosas. Existe algo muy placentero que mueve y empuja y pone en marcha a todas las cosas para que retornen hacia allí de donde emanaron, en tanto que (este algo) permanece inmóvil en sí mismo. Y cuanto más noble sea una cosa, tanto más constante será su correr. El fondo primigenio las empuja a todas. (La) sabiduría y (la) bondad y (la) verdad añaden algo; (lo) Uno no añade sino el fondo del ser. SERMONES: SERMÓN XIII 3
Pues bien, dice Juan que vio un corderito de pie sobre la montaña. Yo digo: Juan era, él mismo, la montaña sobre la cual vio al corderito, y quien quiere ver al cordero divino tiene que ser, él mismo, la montaña y llegar a lo más elevado y acendrado de su ser. En segundo lugar, si él dice que vio al corderito sobre la montaña (resulta que): cualquier cosa que está parada sobre otra, toca con su parte más baja la más alta de la de abajo. Dios toca todas las cosas, mas Él permanece intacto. Por encima de todas las cosas Dios es una permanencia (instan) en Él mismo y su permanencia en sí mismo sostiene a todas las criaturas. Todas las criaturas tienen una parte superior y otra inferior. Esto no lo tiene Dios. Él se halla por encima de todas las cosas y nada lo toca en ninguna parte. Cualquier criatura está buscando siempre fuera de sí, en las otras, aquello que ella no tiene: Dios no procede así. Dios no busca nada fuera de Él. Todo aquello que tienen todas las criaturas, lo tiene Él dentro de sí. Él es el suelo (y) el anillo (=vínculo) de todas las criaturas. Bien es cierto que una es anterior a otra o por lo menos que una nace de otra. Sin embargo, ésta no le entrega su (propio) ser: retiene algo de lo suyo. (Mas) Dios es una simple «permanencia», un «asentamiento» en sí mismo. De acuerdo con la nobleza de su natura, toda criatura se brinda tanto más hacia fuera, cuanto más se asienta en sí misma. Una piedra sencilla, por ejemplo, una toba, no da testimonio de nada fuera de que es una piedra. Mas una piedra preciosa que tiene gran fuerza a causa de su «permanencia», de su «asentamiento» en sí misma, levanta al mismo tiempo la cabeza y mira en su derredor. Dicen los maestros que ninguna criatura tiene tanto «asentamiento» en sí misma como lo tienen el cuerpo y el alma, y eso que nada sale tanto de sí mismo como el alma en su parte superior. SERMONES: SERMÓN XIII 3
Ahora digo yo: ¿Cómo puede ser que el desasimiento del conocimiento conoce en sí mismo todas las cosas sin forma e imagen, sin que se dirija hacia fuera y se transforme él mismo? Digo que proviene de su simplicidad, porque el hombre, cuanto más puramente simplificado se halla en sí mismo, con tanta más simplicidad conoce toda la multiplicidad en él mismo y se mantiene inmutable en sí mismo. Dice Boecio: Dios es un bien inmovible que se mantiene tranquilo en sí mismo, intacto e inmóvil, y que mueve todas las cosas. Un conocimiento simple es tan acendrado en sí mismo que comprende de inmediato al ser divino, puramente desnudo. Y gracias a esta influencia (del ser divino) recibe naturaleza divina al igual que los ángeles, hecho éste que a ellos les da gran alegría. A cambio de poder ver a un solo ángel, uno querría pasar mil años en el infierno. Este conocimiento es tan acendrado y tan claro en sí mismo, que todo cuanto se vería a esta luz, se convertiría en ángel. SERMONES: SERMÓN XV 3
El alma debe odiar todo cuanto de ella se halla en este mundo o mira hacia este mundo y (también) donde algo es tocado por el (mundo) y mira hacia fuera. Dice un maestro que el alma en su parte más elevada y más pura se encuentra por encima del mundo. Fuera del amor nada hace entrar al alma en este mundo. A veces se trata de un amor natural que ella siente por su cuerpo. A veces tiene un amor voluntario que siente hacia las criaturas. Dice un maestro: Así como la vista nada tiene que ver con el canto, ni el oído con el color, así el alma en su naturaleza nada tiene que ver con todo cuanto hay en este mundo. Por eso dicen nuestros maestros en ciencias naturales que el cuerpo se halla mucho más en el alma que el alma en el cuerpo. Así como el barril contiene el vino antes que el vino el barril, así el alma contiene al cuerpo antes que el cuerpo al alma. Aquello que el alma ama en este mundo, constituye una privación en su naturaleza. Dice un maestro: La naturaleza y natural perfección del alma consisten en que llegue a ser en sí un mundo racional allí donde Dios formó en ella las imágenes primigenias de todas las cosas. Quien dice que ha logrado poseer su naturaleza, debe descubrir que dentro de él todas las cosas están configuradas en una pureza tal como son en Dios, no como son en su propia naturaleza, sino como son en Dios. No hay ningún espíritu ni ángel alguno que toquen el fondo del alma ni tampoco la naturaleza del alma. Allí, ella llega a lo primigenio, el principio donde Dios irrumpe con bondad en todas las criaturas. Allí, ella toma todas las cosas en Dios, no en la pureza tal como son en su pureza según la natura, sino en la pura simplicidad tal como son en Dios. Dios hizo todo este mundo como si fuera de carbón. La imagen hecha de oro es más firme que la hecha de carbón. Así (también) en el alma todas las cosas son más puras y nobles de lo que son en este mundo. La materia (empero) de la cual Dios hizo todas las cosas, es más ruin que el carbón en comparación con el oro. Quien quiere hacer una olla, toma un poco de arcilla; ésta es la materia con la cual trabaja. (Mas) luego le da una forma que se halla en su interior: ésta es más noble en su fuero íntimo que la materia. Con esto quiero decir que todas las cosas son inconmensurablemente más nobles en el mundo racional que es el alma, de lo que son en este mundo; así como la imagen cincelada e impresa en oro, así se hallan las imágenes de todas las cosas (como) simples en el alma. Dice un maestro: El alma tiene en sí la potencialidad de que sean estampadas en ella las imágenes de todas las cosas. Otro dice: El alma nunca ha logrado poseer su naturaleza pura, a no ser que halle configuradas en sí todas las cosas (existentes) en el mundo racional que es incomprensible; hasta allí no llega ningún pensamiento. Dice Gregorio: Aquello que decimos de las cosas divinas, lo tenemos que balbucear porque hay que expresarlo con palabras. SERMONES: SERMÓN XVII 3
La máxima merced que Dios le hizo jamás al hombre fue el hecho de que se hiciera hombre. Quiero relataros un cuento que viene perfectamente al caso. Había un marido rico y una mujer rica. Luego, la mujer tuvo un accidente de modo que perdió un ojo; por eso se puso muy triste. Entonces, el marido la vino a ver y dijo: «Mujer ¿por qué estáis tan triste? No debéis entristeceros por haber perdido vuestro ojo». Ella contestó: «Señor, no me entristece el hecho de haber perdido mi ojo; me entristezco más bien porque me parece que por ello me amaréis menos». Entonces dijo él: «Mujer, yo os amo». Al poco tiempo él mismo se vació un ojo y fue a ver a la mujer y dijo: «Mujer, para que creáis ahora que os amo, me he igualado a vos; ya no tengo sino un solo ojo». Lo mismo sucede con el ser humano: apenas podía creer lo mucho que lo amaba Dios hasta que Dios mismo al fin se vació un ojo y adoptó la naturaleza humana. Esto es lo que significa: «Se hizo carne» (Juan 1, 14). Nuestra Señora dijo: «¿Cómo podrá ser esto?» Entonces dijo el ángel: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti» desde el trono altísimo, desde el Padre de la luz eterna (Cfr. Lucas 1, 34 a 35 y Sabiduría 18, 15 y Santiago 1, 17). SERMONES: SERMÓN XXII 3
Dice un maestro que este (algo) se halla en presencia de Dios de manera tal que nunca puede darle la espalda a Dios y Él le resulta siempre presente en su interior. Yo digo que Dios eternamente, sin cesar, ha estado en este (algo), y para que el hombre en él sea uno con Dios, no hace falta (la) gracia, porque (la) gracia es criatura, pero allí la criatura no tiene nada que ver; ya que en el fondo del ser divino, donde las tres personas son un solo ser, ella (el alma) es uno (con Dios) conforme al fondo. Por eso, si quieres, todas las cosas y Dios te pertenecen. Esto quiere decir: Renuncia a ti mismo y a todas las cosas y a todo cuanto eres en ti mismo, y acéptate de acuerdo con lo que eres en Dios. SERMONES: SERMÓN XXIV 3
Dicen los maestros que la naturaleza humana nada tiene que ver con el tiempo y que es completamente intangible y le resulta mucho más entrañable y cercana al hombre de lo que es él para sí mismo. Y por ello, Dios adoptó la naturaleza humana y la unió a su persona. Entonces, la naturaleza humana llegó a ser Dios porque Él adoptó la naturaleza humana pura y no (la de) ningún hombre. Por eso, si tú quieres ser el mismo Cristo y Dios, despójate de todo cuanto el Verbo eterno no aceptó para sí. El Verbo eterno no aceptó para sí a ningún hombre; por eso, despójate de lo que tienes de ser humano y de lo que eres tú y tómate desnudo, de acuerdo con la naturaleza humana, así serás lo mismo en el Verbo eterno que es en Él la naturaleza humana. Porque entre la naturaleza humana tuya y la suya no hay diferencia, es una sola, ya que es en Cristo lo que es en ti. Por eso dije en París que en el hombre justo se cumple lo que dijeron en cualquier momento (con respecto a Cristo) las Sagradas Escrituras y los profetas; porque si tú andas bien, se cumple en ti todo cuanto está dicho en las Alianzas Antigua y Nueva. SERMONES: SERMÓN XXIV 3
Dicen los maestros que el alma tiene dos rostros, y el rostro superior contempla a Dios en todo momento y el inferior mira un poco hacia abajo y guía a los sentidos; y el rostro superior es lo más elevado del alma, se mantiene en (la) eternidad y no tiene nada que ver con el tiempo y no sabe nada ni del tiempo ni del cuerpo. Y he dicho algunas veces que en este (rostro) yace encubierto algo así como la fuente de todo bien y como una luz resplandeciente que alumbra en todo momento, y como un fuego ardiente que arde todo el tiempo y el fuego no es otra cosa que el Espíritu Santo. SERMONES: SERMÓN XXV 3
Los maestros dicen que dos potencias fluyen desde la parte suprema del alma. Una se llama voluntad, la otra, entendimiento, y la perfección de estas potencias se da en la potencia suprema llamada entendimiento: éste no puede descansar nunca. No tiende hacia Dios, en cuanto Espíritu Santo y en cuanto Hijo: huye del Hijo. Tampoco tiende hacia Dios en cuanto Dios. ¿Por qué? Porque ahí tiene (un) nombre. Y si existiesen mil dioses, el (entendimiento) siempre se abriría paso porque lo quiere (encontrar) allí donde no tiene nombre alguno: quiere algo más noble, algo mejor de lo que es Dios en cuanto tiene nombre. Entonces ¿qué quiere? No lo sabe; lo quiere en cuanto es Padre. Por eso dice Felipe: «Señor, haznos ver al Padre, y ya nos basta» (Juan 14, 8). Lo quiere en cuanto es la médula de donde surge (la) bondad; lo quiere en cuanto es un grano del cual emana bondad; lo quiere en cuanto es una raíz, una vena, de la cual brota (la) bondad, y sólo allí es Padre. SERMONES: SERMÓN XXV 3
Ahora bien, dice Nuestro Señor: «Todo el que dejare algo por amor de mí, se lo devolveré (dándole) cien veces más y la vida eterna por añadidura» (Cfr. Mateo 19, 29). Mas si lo dejas a causa del céntuplo y de la vida eterna, no has dejado nada; ah sí, aunque dejes (las cosas) por una recompensa cien mil veces más (elevada), no habrás dejado nada. Tienes que dejarte a ti mismo y esto por completo, entonces tu renuncia es buena. Cierta vez me vino a ver un hombre – todavía no hace mucho – y dijo que había renunciado a grandes cosas en cuanto a bienes raíces y posesiones a fin de salvar su alma. Entonces pensé: ¡Ay, cuán poco y qué cosas insignificantes has dejado! No es nada más que ceguera y necedad mientras estás mirando de algún modo las cosas que dejaste. (Mas), cuando hayas renunciado a ti mismo, entonces sí habrás renunciado. El hombre que se ha dejado a sí mismo, es tan puro que el mundo no simpatiza con él. SERMONES: SERMÓN XXVIII 3
La segunda es la potencia tendente hacia arriba; su obra por excelencia es el tender hacia arriba. Así como es propio del ojo ver figuras y colores, y del oído oír dulces sonidos y voces, así es acción propia del alma tender ininterrumpidamente hacia arriba con esta potencia; mas, si mira a un lado, cae víctima del orgullo, lo cual es un pecado. No soporta que haya algo por encima de ella. Creo que ni siquiera puede soportar que Dios se encuentre por encima de ella; cuando Él no se halla dentro de ella, y cuando no las pasa tan bien como Él mismo, no puede descansar nunca. En esta potencia Dios es aprehendido dentro del alma en cuanto sea posible a la criatura, y en este sentido se habla de la esperanza que es también una virtud teologal. En ella, el alma tiene tan grande confianza en Dios que le parece que Dios no tiene nada en todo su ser que no le sea posible recibir. Dice el señor Salomón que «el agua hurtada es más dulce» que otra (Prov. 9, 17). Y afirma San Agustín: Me resultaban más dulces las peras que robaba que las que me compraba mi madre; justamente porque me estaban prohibidas y vedadas. Así también le resulta más dulce al alma esa gracia que ella conquista con especial sabiduría y empeño antes que aquella que es común a todo el mundo. SERMONES: SERMÓN XXXII 3
Existen tres señales (para ver) si resucitamos por completo. La primera: si buscamos «las cosas que están arriba». La segunda: si nos gustan «las cosas que están arriba». La tercera: si no nos gustan «las cosas que están en la tierra». Ahora bien, San Pablo dice: «Buscad las cosas que están arriba». Pues ¿dónde y de qué modo? El rey David dice: «Buscad el rostro de Dios» (Salmo 104,4). Aquello que ha de existir (junto) con muchas cosas, necesariamente debe hallarse arriba. Aquello que produce el fuego, tiene que estar, necesariamente, por encima de lo (que enciende), como el cielo y el sol. Nuestros más insignes maestros opinan que el cielo es el lugar de todas las cosas y, sin embargo, (él mismo) no tiene lugar, ningún lugar natural, y da lugar a todas las cosas. Mi alma es indivisa y, no obstante, se encuentra del todo en cada uno de los miembros. Donde ve mi ojo, no oye mi oído; donde oye mi oído, no ve mi ojo. Lo que yo veo u oigo físicamente, se me infunde espiritualmente. Mi ojo recibe el color con la luz; pero éste no entra en el alma porque aquello (=que entra en el alma) es una reducción (del color). Todo cuanto reciben los sentidos exteriores, para que sea introducido espiritualmente, viene de arriba, de parte del ángel: éste lo estampa en la parte superior del alma. Ahora bien, nuestros maestros afirman: Aquello que se halla arriba, ordena y ubica lo inferior. Santiago dice al respecto: «Todos los dones buenos y perfectos descienden desde arriba» (Santiago 1, 17). La señal de que alguien ha resucitado por completo con Cristo, consiste en que busca a Dios por encima del tiempo. Busca a Dios por encima del tiempo quien busca sin tiempo. SERMONES: SERMÓN XXXV 3
Ahora bien, él dice: «quiso descansar en el lugar». Toda la riqueza y pobreza y bienaventuranza residen en la voluntad. La voluntad es tan libre y tan noble que no recibe (ningún impulso) de las cosas corpóreas, sino que opera su obra por su propia libertad. (El) entendimiento, ciertamente, recibe (la influencia) de las cosas corpóreas; en este aspecto la voluntad es más noble; pero sucede en cierta parte del entendimiento, en un mirar hacia abajo y en una bajada, que este conocimiento recibe la imagen de las cosas corpóreas. Mas, en la (parte) suprema, el entendimiento obra sin agregado de las cosas corpóreas. Dice un gran maestro: Todo cuanto es traído a los sentidos, no llega al alma ni a la potencia suprema del alma. Dice San Agustín, y también lo dice Platón, un maestro pagano, que el alma posee en sí misma, por naturaleza, todo el saber; por eso no hace falta que arrastre el saber hacia dentro, sino que mediante el estudio del saber externo, se revela el saber que, por naturaleza, se halla escondido en el alma. Es como (sucede con) un médico que, si bien me limpia el ojo y quita el obstáculo que (me) impide ver, no otorga la vista. La potencia del alma que obra en el ojo por naturaleza, sólo ella presta la vista al ojo, una vez quitado el impedimento. De la misma manera, no le da luz al alma todo cuanto como imágenes y formas es ofrecido a los sentidos, sino que únicamente prepara y purifica al alma para que, en su (parte) más elevada, pueda recoger puramente la luz del ángel, y junto con ella la luz divina. SERMONES: SERMÓN XXXV 3
El alma tiene dos potencias que nada tienen que ver con el cuerpo; y éstas son (el) entendimiento y (la) voluntad: ellas operan por encima del tiempo. ¡Ojalá estuvieran abiertos los ojos del alma de modo que el conocimiento mirara claramente la verdad! ¡Sabed(lo): a tal hombre le resultaría tan fácil renunciar a todas las cosas como a un garbanzo o una lenteja o una nonada; ¡ah sí, por mi alma, todas estas cosas serían nonada para semejante hombre! Ahora bien, hay algunas personas que se despojan de estas cosas por amor, pero consideran muy grandes las cosas que han dejado. Pero aquel hombre que reconoce en la verdad que, si bien renuncia a sí mismo y a todas las cosas, esto no es nada aún… por cierto, el hombre que vive así, posee en la verdad todas las cosas. SERMONES: SERMÓN XLII 3
Dios aplica todo su poder en su nacimiento, y esto es necesario para que el alma vuelva a Dios. Y de una manera es alarmante (ver) que el alma tan a menudo deserte de aquello en donde Dios aplica todo su poder; pero esto último es necesario para que el alma recupere su vida. Dios hace todas las criaturas con un solo pronunciamiento; pero, para que el alma cobre vida, Dios expresa todo su poder en su nacimiento. Por otra parte, es consolador que el alma de esta manera sea traída de vuelta. En el nacimiento cobra vida y Dios hace nacer a su Hijo en el alma para que ella cobre vida. Dios se pronuncia a sí mismo en su Hijo. Por el pronunciamiento con el cual se expresa en su Hijo, por este (mismo) pronunciamiento le habla al interior del alma. Es característico de todas las criaturas engendrar. Una criatura sin nacimiento, tampoco existiría. Por eso dice un maestro: Esta es una señal de que todas las criaturas son expelidas por el nacimiento divino. SERMONES: SERMÓN XLIII 3
¿Cómo ha de ser el hombre destinado a ver a Dios? Ha de estar muerto. Nuestro Señor dice: «Nadie me puede ver y vivir» (Exodo 33, 20). Resulta que San Gregorio dice: Está muerto quien ha muerto para el mundo. Ahora fijaos vosotros mismos en cómo es un muerto y en lo poco que le atañe todo cuanto hay en el mundo. Si se muere para este mundo, no se muere para Dios. San Agustín rezó muchas clases de oraciones. Dijo: Señor, dame que te conozca a ti y a mí. «Señor, apiádate de mí y muéstrame tu rostro y dame que muera, y dame que no muera para verte por toda la eternidad». Esta es la primera (condición): si uno quiere ver a Dios, debe estar muerto. Esto significa el primer nombre: «Pedro». SERMONES: SERMÓN XLV 3
Dice un maestro: Si no hubiera ningún medio (= cosa intermediaria), se vería una hormiga en el firmamento. Mas, otro maestro dice: Si no hubiera medio, no se vería nada. Ambos tienen razón. El color que hay en la pared, si ha de ser traído a mi ojo, debe ser cribado y refinado al aire y a la luz, y así espiritualizado se lo tiene que presentar a mi ojo. Del mismo modo, el alma que ha de ver a Dios, debe ser cribada en la luz y en la gracia. Por eso tiene razón aquel maestro que dijo: Si no hubiera medio, no veríamos. También tiene razón el otro maestro que dijo: Si no hubiera medio, veríamos la hormiga en el firmamento. Si no hubiera ningún medio en el alma, ella vería a Dios desnudo. SERMONES: SERMÓN XLV 3
Hoy, estando en camino para aquí, medité sobre cómo podría predicaros tan inteligiblemente que me comprendierais bien. Entonces se me ocurrió un símil y si lo comprendierais bien, comprenderíais el sentido en que pienso y la esencia de todos mis pensamientos sobre la cual he predicado desde siempre. Y el símil tenía que ver con mi ojo y con el madero: Cuando mi ojo se abre, es un ojo; cuando está cerrado es el mismo ojo, y a causa de la vista, el madero no gana ni pierde nada. ¡Ahora comprendedme bien! Si sucede, empero, que mi ojo es uno y simple en sí mismo y, una vez abierto, fija la vista en el madero, cada uno de ellos sigue siendo lo que es y, sin embargo, en el proceso visual ambos se hacen una sola cosa de modo que se puede decir en verdad: Ojo-madero, y el madero es mi ojo. Mas, si el madero fuera incorpóreo y puramente espiritual como la vista de mis ojos, se podría decir, con toda verdad, que en el procedimiento de mi vista el ojo y el madero se hallaban en un solo ser. Si eso es cierto con respecto a las cosas corpóreas, ¡cuánto más vale para las espirituales! Debéis saber que mi ojo tiene mucha más semejanza con el ojo de una oveja que se encuentra allende el mar y a la que nunca vi, de la que tiene mi ojo con mis oídos, con los cuales comparte la unidad del ser; y esto se debe al hecho de que el ojo de la oveja tiene la misma actuación que tiene, también, mi ojo; y por ello les atribuyo más solidaridad en su actuación que a mis ojos y mis oídos, ya que estos se hallan separados en sus procedimientos. SERMONES: SERMÓN XLVIII 3
Ahora diré, pues, de esta destrucción que el grano de trigo, su noble alma, pereció en el cuerpo de dos maneras. Primero – según dije antes -, el alma noble junto con el Verbo eterno tenía una contemplación cognoscitiva de toda la naturaleza divina. A partir del primer momento en que Él (= el Cristo de cuerpo y alma) fue creado y unido (con su naturaleza divina), ella (= el alma de Cristo) pereció en la tierra, en el cuerpo, de modo que ya no tenía nada que ver con él (es decir, con su cuerpo), fuera de estar unida a él y de vivir (con él). Pero su vida, (si bien) se realizaba con el cuerpo, (se hallaba) por encima del cuerpo en Dios, inmediatamente, sin impedimento alguno. De tal manera pereció en la tierra, en el cuerpo, de modo que ya nada tenía que ver con éste, fuera de estar unida a el. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
Ahora bien, Pablo dice: «Anteriormente erais tinieblas, pero ahora (sois) una luz en Dios». «Aliquando» (anteriormente). Para quien sabe interpretar plenamente esta palabra, ella significa lo mismo que «en algún momento» y se refiere a(l) tiempo que nos impide (llegar a) la luz, porque a Dios nada le repugna tanto como el tiempo; (y) no sólo el tiempo, se refiere también al apego al tiempo; tampoco se refiere sólo al apego al tiempo, sino también al (hecho de) rozar el tiempo. (Y) no sólo al (hecho de) rozar el tiempo, sino también a un aroma y un gusto del tiempo… así como en el lugar donde se hallaba una manzana, persiste un olor, así debes entender el roce del tiempo. Los más destacados de nuestros maestros dicen que el firmamento corpóreo y el sol y también los astros tienen que ver tan poco con el tiempo que lo rozan meramente. Yo, en este contexto, me refiero finalmente al hecho de que el alma está creada muy por encima del cielo y que ella, en su punto más alto y puro, nada tiene que ver con el tiempo. Ya me he referido varias veces a la obra en Dios y al nacimiento en el cual el Padre engendra a su Hijo unigénito, y de esta emanación florece el Espíritu Santo, de modo que el Espíritu (va emanando) de ambos, y en esta emanación se origina el alma emanando (a su vez); y la imagen de la divinidad se halla estampada en el alma, y en la emanación y en el reflujo de las tres personas, el alma refluye también y es otra vez in-formada en su primera imagen sin imagen. SERMONES: SERMÓN L 3
Esta palabra que acabo de pronunciar en latín está escrita en el Evangelio y la dice Nuestro Señor, y en lengua vulgar reza así: «Honrarás a tu padre y a tu madre» (Mateo 15, 4; cfr. Exodo 20, 12). Y Dios, Nuestro Señor, pronuncia otro mandamiento (más): «No apetezcas los bienes de tu prójimo, ni (su) casa ni (su) finca ni ninguna otra cosa que sea suya» (Cfr. Exodo 20, 17). El tercer pasaje se refiere al pueblo que fue a ver a Moisés diciéndole: «Habla tú con nosotros, porque nosotros no podemos escuchar a Dios» (Cfr. Exodo 20, 18 ss.). Según el cuarto (pasaje), Dios, Nuestro Señor, dijo: «Moisés, debes hacerme un altar de tierra y sobre la tierra, y cuanto se sacrifique en él, lo habrás de quemar todo» (Cfr. Exodo 20, 24). El quinto (pasaje) es (el siguiente): «Moisés penetró en la niebla» y fue (subiendo) a la montaña; «allí encontró a Dios» y en las tinieblas halló la luz verdadera (Cfr. Exodo 20, 21). SERMONES: SERMÓN LI 3
Nuestros maestros dicen: Todo cuanto se llega a conocer o que nace, es una imagen; y ellos dicen en consecuencia: Si el Padre ha de engendrar a su Hijo unigénito, tiene que engendrar su (propia) imagen como permaneciendo en Él mismo en el fondo. La imagen, ya que ha existido eternamente en Él (forme illius), es su forma que permanece en Él mismo. La naturaleza enseña – y me parece muy justo – que debemos explicar a Dios mediante símiles, ya sea éste, ya sea aquél. Sin embargo, Él no es ni esto ni aquello, y por lo tanto el Padre no se contenta con ello, antes bien, regresa a lo primigenio, a lo más íntimo, al fondo y al núcleo del ser-Padre donde ha estado adentro eternamente en sí mismo, en la paternidad, y donde disfruta de sí mismo, el Padre como Padre, de sí mismo en el Hijo único. Allí, todas las hierbecillas y (la) madera y (las) piedras y todas las cosas son uno. Esto es lo mejor de todo y yo estoy loco por ello. Por eso, todo cuanto la naturaleza es capaz de realizar, lo añade a ello (y) esto va cayendo en la paternidad para que sea uno y que sea un solo Hijo y crezca más allá de todo lo demás y sea del todo uno en la paternidad y, si no puede ser (uno), que sea (por lo menos) (un) signo de lo uno. La naturaleza que es de Dios, no busca nada que se halle fuera de ella; ah sí, la naturaleza que se encuentra dentro de sí misma, no tiene nada que ver con la apariencia (externa), porque la naturaleza que es de Dios, no busca nada que no sea la semejanza con Dios. SERMONES: SERMÓN LI 3
Anoche pensé que todo símil no es sino una alquería. Yo no puedo ver ninguna cosa que no se me asemeje, ni puedo conocer cosa alguna que no se me asemeje. Dios abarca en sí todas las cosas de manera secreta, mas no como ésta o aquélla en su diferenciación, sino como (lo) uno en la unidad. El ojo no contiene el color, sino que recibe el color, pero no así el oído. El oído, a su vez, recibe el sonido y la lengua el gusto. Cada uno de todos ellos tiene aquello con que es uno (= perteneciente a la misma especie). Y lo que nos ocupa, (o sea), la imagen del alma y la imagen de Dios, tiene una sola esencia; allí donde somos hijos. Y aun en el caso de que yo no tuviera ni vista ni oído, tendría, sin embargo, (el) ser. Si alguien me quitara un ojo, con ello no me quitaría ni mi ser ni mi vida, porque la vida reside en el corazón. Si alguien quisiera darme un golpe en el ojo, yo interpondría rápidamente la mano y ésta recibiría el golpe. Pero, si alguien quisiera darme un golpe en el corazón, yo utilizaría todo el cuerpo para proteger este cuerpo. Si alguien quisiera cortarme la cabeza, yo interpondría rápidamente el brazo para conservar mi vida y mi ser. SERMONES: SERMÓN LI 3
María buscaba únicamente a Dios; por eso lo encontró, y no anhelaba nada fuera de Dios. Al alma que ha de buscar a Dios, todas las criaturas la deben atormentar. A ella la atormentaba ver a los ángeles. De la misma manera, todas las cosas han de ser como nada para el alma destinada a buscar a Dios. Si el alma ha de encontrar a Dios, debe tener seis actitudes. Primero, aquello que antes le resultaba dulce, habrá de serle amargo. Segundo, el alma se le tiene que hacer demasiado estrecha de modo que no puede permanecer dentro de sí misma. Tercero, no ha de desear nada que no sea Dios. Cuarto, que nadie pueda consolarla fuera de Dios. Quinto, que no sea capaz de volver a las cosas perecederas. Sexto, que no tenga descanso interior hasta que (Dios) vuelva a ser suyo. SERMONES: SERMÓN LVI 3
En segundo término: «santidad» significa «aquello que ha sido tomado de la tierra». Dios es un algo y un ser puro, y el pecado es (la) nada y aleja de Dios. Dios creó a los ángeles y al alma de acuerdo con un algo, quiere decir, de acuerdo con Dios (= a su imagen). El alma fue creada como a la sombra del ángel y, sin embargo, ellos comparten una naturaleza común y todas las cosas corpóreas fueron creadas de acuerdo con (la) nada y distanciadas de Dios. El alma, por el hecho de que se derrama sobre el cuerpo, es oscurecida y hace falta que, junto con el cuerpo, sea elevada nuevamente hacia Dios. Cuando el alma está libre de las cosas terrestres, entonces es «santa». Mientras Zaqueo se hallaba al nivel de la tierra, no podía ver a Nuestro Señor (Cfr. Lucas 19, 2 a 4). San Agustín dice: «Si el hombre desea volverse puro, que deje las cosas terrestres». Ya he dicho varias veces que el alma no puede volverse pura si no es empujada otra vez a su pureza primigenia, tal como Dios la creó; del mismo modo, que no se puede hacer oro del cobre que se afina por el fuego dos o tres veces, a no ser que uno lo haga retroceder a su naturaleza primigenia. Porque todas las cosas que se derriten por el calor o se endurecen por el frío, tienen una naturaleza totalmente acuosa. Por lo tanto, hay que hacerlas retroceder del todo al agua, privándolas por completo de la naturaleza en que se encuentran en este momento; de tal manera, el cielo y el arte prestan auxilio para que (el cobre) sea transformado íntegramente en oro. Es cierto que (el) hierro se compara con (la) plata, y (el) cobre con (el) oro: (pero) cuanto más se lo compara (el uno con el otro), sin privarlo (de su naturaleza), tanto mayor es la equivocación. Lo mismo sucede con el alma. Es fácil señalar las virtudes o hablar de ellas; pero, para poseerlas en verdad, son muy raras. SERMONES: SERMÓN LVII 3
En tercer término dice que esa «ciudad» es «nueva». «Nuevo» se llama aquello que no está ejercitado o se halla cerca de su comienzo. Dios es nuestro comienzo. Cuando estamos unidos a Él, nos tornamos «nuevos». Alguna gente, por necia, se imagina que Dios habría hecho eternamente, o retenido en Él mismo, las cosas que vemos ahora, y que las dejaría salir a luz en el tiempo. Debemos entender que la obra divina no implica trabajo, según quiero explicaros: Yo estoy parado aquí, y si hubiera estado parado aquí hace treinta años, y si mi rostro hubiese estado desembozado sin que nadie lo hubiera visto, yo habría estado aquí lo mismo. Y si se tuviera a mano un espejo y lo colocaran delante de mí, mi rostro se proyectaría y configuraría en él sin trabajo mío; y si ello hubiera sucedido ayer, sería nuevo, y otra vez, (si fuera) hoy, sería más nuevo todavía, y lo mismo luego de treinta años o en la eternidad, sería (nuevo) eternamente; y si hubiera miles de espejos, sería sin trabajo mío. Así (también) Dios contiene en sí, eternamente, todas las imágenes, (y esto) no como alma o como cualquier criatura, sino como Dios. En Él no hay nada nuevo ni imagen alguna, sino que – tal como he dicho del espejo – en nosotros es tanto nuevo como eterno. Cuando el cuerpo está preparado, Dios le infunde el alma y la forma de acuerdo con el cuerpo, y ella tiene semejanza con él y a causa de esta semejanza, amor (por él). Por eso no existe nadie que no se ame a sí mismo; se engañan a sí mismos quienes se imaginan que no se quieren a sí mismos. Deberían odiarse y (ya) no podrían existir. Debemos amar correctamente las cosas que nos conducen a Dios; sólo esto es amor junto con el amor divino. Si mi amor se cifrara en atravesar el mar, y me gustara tener un barco, ello sería tan sólo porque desearía estar allende el mar; y cuando hubiera logrado cruzar el mar, el barco ya no me haría falta. Dice Platón: Qué es lo que es Dios, no lo sé – y quiere decir: El alma, mientras se encuentra en el cuerpo, no puede conocer a Dios – pero lo que no es, lo sé bien, como se puede observar en el sol cuyo brillo no lo puede aguantar nadie, a no ser que primero sea envuelto en el aire y que luego alumbre así la tierra. San Dionisio dice: «Si la luz divina ha de alumbrar mi fuero íntimo, tiene que estar insertada (en él) tal como está insertada mi alma (en el cuerpo). Él dice también: La luz divina aparece en cinco clases de personas. Las primeras no la recogen. Son como los animales, incapaces de recibir, como se puede ver en un símil. Si me acercara al agua y ésta estuviera revuelta y turbia, no podría ver en ella mi cara a causa del desnivel (de la superficie del agua)… A los segundos se les hace visible sólo un poco de luz, como (por ejemplo) el destello de una espada cuando alguien la está forjando… Los terceros reciben más (de la luz divina), (algo así) como un fuerte destello que ora es luz y ora oscuridad; son todos aquellos que reniegan de la luz divina, (cayendo) en pecado… Los cuartos reciben más todavía de ella; pero a veces los elude (Dios con su luz), sólo para incitarlos y ampliar sus anhelos. Es cierto, si alguien quisiera llenar el regazo de cada uno de nosotros, cada cual ensancharía su regazo para poder recibir mucho. Agustín: Quien quiere recibir mucho, que amplíe su anhelo… Los quintos reciben una gran luz, como si fuera de día, y, sin embargo, es como si se hubiera colado por una fisura. Por eso dice el alma en El Libro de Amor: «Mi amado me ha mirado a través de una fisura; (y) su rostro era agraciado» (Cfr. Cantar de los Cant. 2, 9 y 14). Por ello dice también San Agustín: «Señor, tú das a veces una dulzura tan grande que, si ella se hiciera completa (y) esto no fuera el reino de los cielos, yo no sabría qué es el reino de los cielos». Un maestro dice: Quien quiere conocer a Dios sin estar adornado con obras divinas, será echado atrás hacia las cosas malas. Mas ¿no hace falta ningún medio para conocer a Dios por completo?… Ah sí, de esto habla el alma en El Libro de Amor: «Mi amado me miraba a través de una ventana» (Cantar de los Cant. 2, 9) – esto quiere decir: sin impedimento -, «y yo lo percibía, estaba parado cerca de la pared» – esto quiere decir: cerca del cuerpo que es decrépito -, y dijo: «¡Ábreme, amiga mía!» (Cantar 5, 2), esto quiere decir: Ella me pertenece por completo en el amor porque «Él es para mí, y yo soy sólo para él» (Cfr. Cant. 2, 16); «paloma mía» (Cantar 2, 14) – esto quiere decir: simple en el anhelo -, «hermosa mía» – esto quiere decir: en las obras -, «¡Levántate rápido y ven hacia mí! El frío ha pasado» (Cfr. Cantar 2, 10 y 11) por el cual mueren todas las cosas; por otra parte, todas las cosas viven por el calor. «Ha desaparecido la lluvia» (Cantar 2, 11) -ésta es la concupiscencia de las cosas perecederas -. «Las flores han brotado en nuestra tierra» (Cantar 2, 12) – las flores son el fruto de la vida eterna -. «¡Vete, aquilón» que resecas! (Cantar 4, 16) – con ello Dios le manda a la tentación que ya no estorbe al alma -. «¡Ven, auster y sopla por mi jardín para que mis aromas se desparramen!» (Cfr. Cantar 4, 16) – con ello Dios le ordena a toda la perfección que se adentre en el alma. SERMONES: SERMÓN LVII 3
En estas palabras se pueden notar tres cosas. Una consiste en que se debe seguir y servir a Nuestro Señor por cuanto Él dice: «Quien me sirve, que me siga». Por ello, las palabras vienen a propósito para San Segundo, (cuyo nombre) dice lo mismo que «el que sigue a Dios», pues él (San Segundo) dejó (sus) bienes y vida y todo por amor de Dios. Así, todos cuantos quieren seguir a Dios, habrán de dejar cuanto puede ser un estorbo para (su trato) con Dios. Dice Crisóstomo: Estas son palabras duras para quienes se inclinan hacia este mundo y las cosas corpóreas, las cuales, para ellos, son una posesión muy dulce y (les es) difícil y amargo dejarlas. En esto se puede ver lo difícil que resulta a algunas personas, que no conocen las cosas espirituales, renunciar a las materiales. Como ya he dicho varias veces: ¿Por qué no les gustan las cosas dulces a los oídos lo mismo que a la boca?… Porque no están hechos para ello. Por la misma razón, el hombre carnal no conoce las cosas espirituales, ya que no tiene la disposición correspondiente. En cambio, a un hombre conocedor que conoce las cosas espirituales, le resulta fácil dejar todas las cosas corpóreas. San Dionisio dice que Dios pone en venta su reino de los cielos; y no hay cosa de tan poco valor como el reino de los cielos cuando está en venta, y nada es tan noble y su posesión hace tan feliz con tal de que se lo tenga merecido. Se dice que es de poco valor porque se le ofrece a cada cual por cuanto él sea capaz de procurar. Por ello, el hombre ha de dar todo cuanto posee a trueque del reino de los cielos: (en especial) su propia voluntad. Mientras conserva algo de su propia voluntad, no tiene merecido el reino de los cielos. A quien renuncia a sí mismo y a su propia voluntad, le resulta fácil dejar todas las cosas materiales. Como ya he narrado varias veces que un maestro le enseñó a su discípulo cómo podía llegar a conocer las cosas espirituales. Entonces dijo el discípulo: «Maestro, tu instrucción me ha enaltecido y sé que todas las cosas materiales son como un barquito que se mece en el mar, y como un pájaro que vuela por el aire». Porque todas las cosas espirituales están por encima de las materiales; cuanto más elevadas están, tanto más se extienden y van comprendiendo a las cosas materiales. Por eso, las cosas materiales son pequeñas frente a las espirituales; y cuanto más sublimes son las cosas espirituales, tanto más grandes son; y cuanto más vigorosas son en las obras, tanto más puras son en (su) esencia. Lo he dicho también varias veces y es cierto y un enunciado verdadero: Si un hombre estuviera muriendo de hambre y si se le ofreciese la mejor de las comidas, sin que hubiera en ella semejanza con Dios, él, antes de probar o gustar (la comida), se moriría de hambre. Y, si el hombre sintiera un frío mortal y se le ofreciese cualquier clase de vestimenta, sin que en ella hubiera semejanza con Dios, él no podría echarle mano ni ponérsela. Esto se refiere al primer (punto) de cómo hay que dejar todas las cosas y seguir a Dios (= Cristo). SERMONES: SERMÓN LVIII 3