Validade Sacramentos

SACRAMENTOS — VALIDADE
Perenialistas Cristãos
Jean Borella: RENÉ GUÉNON E OS SACRAMENTOS DA INICIAÇÃO CRISTÃ

Pasando a los comentarios doctrinales, nosotros notamos que la única cuestión que puede surgir con respecto a los sacramentos Cristianos, o con los que pueden ser llamados con justicia los “sacramentos de la iniciación Cristiana” (Bautismo, Eucaristía a los que añadimos la Confesión1), es la siguiente: ¿Son válidos o no lo son? Si no lo son, entonces no hay nada que discutir. Pero, si lo son, entonces son todo lo que quieren significar. Pero ¿qué quieren significar? Nada más que lo que su forma anuncia y significa, ya que, en virtud de las leyes fundamentales del simbolismo sagrado, la forma de un rito es siempre declarativa o representativa de su contenido. Si esto no fuera así, significaría que las formas simbólicas de los ritos sagrados podrían ser falsificadas y falsas, lo que es simple y llanamente blasfemo con respecto a las operaciones divinas que están involucradas en tales ritos, y bajo estas circunstancias, con respecto a las palabras y acciones de Cristo en su Encarnación y Pasión redentora. Para conocer la naturaleza de la “influencia espiritual” que se comunica mediante un rito —suponiendo que sea válido— es suficiente considerar lo que el rito declara, la definición que él da de sí mismo. Como el señor F. Schuon ha declarado: “Dios nunca da menos de lo que El promete”. Ahora bien, la tesis guenoniana admite por lo menos que la forma de los Sacramentos no ha cambiado. Se sigue que, a menos que esta forma (instituida por Cristo) fuera inadecuada para significar su contenido desde el principio, cómo podría ser “disminuida” sin que obligatoriamente fuera cambiada. Argüir que tal “disminución” es posible sin cambio, es argüir que Cristo fue incapaz de encontrar los símbolos apropiados que pudieran claramente indicar la simple naturaleza exotérica de los ritos que El instituyó —o también que la Iglesia, al disminuir su contenido, y limitándolos al dominio puramente individual, sin cambiar las formas autorizadas de comunicarlos, no solo engañó a los Cristianos (al significar una cosa y dar otra diferente), sino que además, contravino las leyes inmutables del simbolismo sagrado, es decir, por definición, del divino Logos, quien es su Principio y quien además eligió él mismo una forma ritual específica para significar un contenido especifico2. La conclusión que resulta de nuestras consideraciones es bastante simple. Es imposible modificar el “significado” de la eficacia espiritual de un rito sin a la misma vez modificar la forma que significa y declara su contenido.

Habiendo dicho y claramente establecido lo anterior, es incontestable —como incluso el mismo Guénon reconoció— que el Bautismo, en todos sus elementos formales como en la doctrina de la fe Católica que especifica su contenido, tiene el carácter de una iniciación3, conocimiento de una muerte (con Cristo), y de una resurrección o segundo nacimiento mediante el cual se confiere la “virtualidad del estado Adámico”. ¿Cómo podía la Iglesia unánimemente continuar enseñando y considerando el Bautismo como tal —porque no es solo la forma ritual la que no ha cambiado, sino que tampoco su comprensión doctrinal— cuando de hecho el rito no confería nada? Si tal fuera el caso, sería inútil incluso hablar de religión Cristiana. El rito del Bautismo no es otra cosa que esta regeneración y segundo nacimiento por el que la gracia de la adopción filial que nos vuelve “hijos de Dios” nos es conferida. Cada cristiano debe creer que efectivamente recibe una gracia que está de alguna manera “divinizada” o “deificada” en el rito del Bautismo. No hay ninguna otra cosa en la forma intrínseca del rito o en la doctrina que lo acompaña que sea capaz de enseñar el postulado de que lo que está involucrado es solo un rito exotérico, es decir, un rito que concierne exclusivamente a la individualidad psico-corporal. Tal concepto es patentemente falso; o en otras palabras, la tesis que lo propone es insostenible.

Nuestras conclusiones son similares y si es posible, aún más evidentes cuando consideramos la Eucaristía. Este sacramento contiene la plenitud de la divinidad de Jesucristo agonizante en la cruz mientras ofrecía Su Cuerpo y Su Sangre. Para cumplir y realizar visiblemente lo que el rito instituido en la Ultima Cena significó y expresó, Cristo se sometió a Su pasión y ofreció Su vida. Debido a la identificación sacramental del Sacrificio de la Misa con el sacrificio del Viernes Santo, El se ha convertido en el verdadero alimento de la Verdad y en la bebida de la inmortalidad para un gran número de seres humanos4. ¿Cómo podría cualquier otro rito suplantar a éste, y cómo podría conferir algo “más” que el Cuerpo y la Sangre del Dios Encarnado? Y si por lo que sea, por un proceso u otro, la Iglesia hubiera “reducido” la importancia de esta presencia divina (como si Dios pudiera “dividirse” a sí mismo en diferentes trozos)5, entonces, bajo pena de evitar una duplicidad inimaginable o un engaño inequívoco, ella tendría al menos que informar a los fieles para que puedan saber lo que creen, y para dejar de celebrar, por ejemplo, la fiesta del Corpus Christi6. Pero esto no es todo. Más allá de esto, la hipótesis que estamos considerando sostiene que la Iglesia instituyó un rito superior al de la Eucaristía, fundado también en los Evangelios y capaz de separar el Pan de la Vida de su “realeza sacramental”. Ahora bien, si consideramos los ritos que los Guenonianos consideran como verdaderamente iniciáticos, es decir, que abren verdaderamente al alma hacia posibilidades supra-individuales, y por tanto, superiores a todo aquello conferido por un rito exotérico, entonces nos vemos forzados a aceptar que el menor de los ritos de los “Compañeros”, sea el de la iniciación de un pintor o el de un fabricante de armaduras, transfiere al que lo recibe ¡infinitamente más de lo que lo hace la recepción del Cuerpo y la Sangre del Verbo eterno! ¿Hubo alguna vez un “Compañero” en el mundo que creyera tal absurdo?7





  1. Contrariamente a lo que Guénon nos quería hacer entender, y debido a las cualificaciones físicas que su recepción exige al igual que por otras razones, nosotros no creemos que el Sacramento del Orden se derive de alguna antigua iniciación. Además, es un abuso del lenguaje llamar “sacerdotal” a la iniciación Brahmánica. El sacerdocio Cristiano, como S. Dionisio Areopagita muestra, es a la misma vez celestial y legal, tanto esotérico como exotérico. Por otra parte, él es, “secundum ordinem Melchisedech” es decir, que como él, es “sin genealogía” y consecuentemente incapaz de constituir una casta (hereditaria). Ordenado sobretodo para la función eclesiástica para propagar el Cuerpo Místico. Ya que la iniciación está dirigida al camino espiritual (y si no, ¿cuál es su razón de ser?), el hecho de ser un sacerdote no confiere la menor superioridad, como el ejemplo de la Virgen María, reina de los Santos, o el de S. Francisco de Asís muestran. Después de todo, si, como Guénon declara, la consagración de los reyes es una exteriorización de la iniciación caballeresca, ¿de qué posible rito es la Ordenación una exteriorización? No nos podemos extender más sobre esta cuestión que exige un gran intercambio de opiniones. Pero en cualquier caso, está claro que los ritos de la iniciación Cristiana (Bautismo, Eucaristía, Confirmación) nos proporcionan todo lo que es necesario para realizar el fin de la vida, y que la Ordenación en este aspecto, no nos proporciona nada más. 

  2. Nosotros no negamos la posibilidad de que un rito tenga puramente una subsistencia formal; tal es el caso de las supersticiones. Pero tal subsistencia supone dos condiciones: que los ministros del rito no sean válidos (que ellos no tengan el poder de dar lo que pretenden dar); y que no se tenga en absoluto consciencia de la significación doctrinal del rito (lo que se llama su “intención oblativa”). Similarmente nosotros no negamos a priori la posibilidad de un rito aparentemente exotérico, pero encubriendo un contenido que es esotérico por naturaleza, ya que, como Guénon dice, es siempre lo inferior lo que simboliza a lo superior (EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ, p. 11). Pero, en el caso de un “descenso” (y no de una superstición), sería lo superior (la forma de la expresión esotérica) lo que simbolizaría a lo inferior (el contenido meramente exotérico), y esto es imposible. 

  3. Comentario de la Editorial: el Dr. Borella está hablando evidentemente de la Iglesia Católica tradicional, y no de la desviación post-conciliar, que ha llegado al punto en que nadie sabe lo que enseña. (Debería estar claro que el Bautismo, que nos hace “miembros del Cuerpo de Cristo”, no es equivalente a una ‘bienvenida” a la comunidad Cristiana en ningún sentido secular ni sociológico). 

  4. Como San Clemente de Alejandría enseñó: “Hay que comer y beber el Logos para que podamos conocer la divina Ousía (Realidad)” (Stromátesis. 66. 2). 

  5. Dios siempre se da a sí mismo totalmente. Solo la “capacidad” del receptor puede “limitar su inmanencia. 

  6. Algunos objetarán que el Corán también contiene la plenitud de lo Divino, que además, se da a todos, pero que solamente los verdaderos sufíes son capaces de actualizar todas las posibilidades que se hallan contenidas en él. Sobre esta base ellos argumentan que la Eucaristía necesita la comunicación de una gracia iniciática para actualizar la plenitud de la divina presencia que ésta contiene. Ahora bien, este razonamiento es falso, ya que malinterpreta la naturaleza del Corán como la de la Eucaristía. El Corán como tal no es en sí un rito, y no es como un rito que contiene la Divina Presencia. Pero se convierte en un rito (para los Musulmanes) tan pronto como es “sacramentalmente” recitado. Es obvio entonces que el “núcleo espiritual” de esta comunión con la palabra Coránica depende de las gracias recibidas poniéndolas en práctica. Por el contrario, la Eucaristía es en sí misma el rito que confiere, sobre aquéllos que la reciben, la posibilidad de una realización integral de la Divinidad, que de hecho y realmente se contiene en sí misma. Es necesario comparar lo que es comparable, como por ejemplo, la Palabra Coránica y la palabra Crística. Tal y como todo Musulmán se incorporaría al Corán, similarmente, todo Cristiano debería incorporarse a Cristo, el Mediador entre Dios y el hombre, pero para efectuar esta incorporación (por la que “realizamos” lo divino) se requiere un rito: después del Bautismo y la Confirmación, que nos preparan para esto, es la Eucaristía la que nos comunica la realidad de la presencia actual de Dios, la cual podemos eventualmente hacerla penetrar en todo nuestro ser. (Comentario de la Editorial: El Bautismo no es el único pre-requisito para participar en la Eucaristía, sino que el que la recibe también debe estar “en estado de gracia”, es decir, sin pecados mortales sobre su conciencia. La Confirmación no es un pre-requisito, aunque sea en sentido guenoniano una más avanzada iniciación que hace el que la recibe sea, no solo un miembro del Cuerpo de Cristo, sino también un “soldado” de Cristo, comprometido en la Batalla Espiritual o “gran Jihad”). 

  7. Nota de la Editorial: Los “Compañeros” eran gremios de trabajadores establecidos en o antes de la Edad Media, y que tenían “iniciaciones de oficio”, René Guénon creyó que estas iniciaciones eran las únicas verdaderas iniciaciones dentro del Cristianismo. Cf. sus “Études sur la Franc-maçonnerie et le Compagnonnage”, Villaine et Bellhomme — Éditions Traditionnelles, París, 1976.