unidad (Eckhart)

Cualquier clase de mediación es extraña a Dios. «Yo soy – dice Dios – el primero y el último» (Apocalipsis 22, 13). (La) distinción no existe ni en la naturaleza de Dios, ni en las personas de acuerdo con la unidad de la naturaleza. La naturaleza divina es una sola y cada persona es también una sola y es lo mismo Uno que es la naturaleza. (La) diferencia entre el ser y la esencia se entiende como lo Uno y es Uno; (solamente) allí donde ello (es decir, lo Uno) no permanece dentro de sí, allí recibe, posee y produce diferencia. Por lo tanto: en lo Uno se encuentra a Dios, y quien ha de hallar a Dios, debe llegar a ser uno. «Un solo hombre – dice Nuestro Señor – se marchó». En (la) diferencia no se halla ni (lo) Uno ni (el) ser ni a Dios ni descanso ni bienaventuranza ni contento. ¡Sé uno para que puedas encontrar a Dios! Y, de veras, si fueras bien uno, permanecerías también uno en lo diferente, y lo diferente se te tornaría uno y así no podría estorbarte en absoluto. (Lo) Uno sigue siendo exactamente uno en mil veces mil piedras como en cuatro piedras, y mil veces mil es tan seguramente un simple número como cuatro es un número. TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3

Los profesores elogian grandemente el amor, como hace San Pablo quien dice: «Cualquier obra que yo haga, si no tengo amor, no soy nada» (Cfr. 1 Cor. 13, 1 s.). Yo, en cambio, elogio al desasimiento antes que a todo el amor. En primer término, porque lo mejor que hay en el amor es el hecho de que me obligue a amar a Dios, el desasimiento, empero, obliga a Dios a amarme a mí. Ahora bien, es mucho más noble que yo lo obligue a Dios (a venir) hacia mí en lugar de que me obligue a mí (a ir) hacia Dios. Y ello se debe a que Dios se puede relacionar más intensamente y unir mejor conmigo de lo que yo podría relacionarme con Dios. El que el desasimiento pueda obligar a Dios (a venir) hacia mí, lo demuestro como sigue: cualquier cosa gusta de estar en su lugar propio y natural. Ahora bien, el lugar propio y natural de Dios lo constituyen (la) unidad y (la) pureza que provienen del desasimiento. Por lo tanto, Dios debe entregarse, Él mismo, necesariamente a un corazón desasido. Por otra parte, elogio al desasimiento antes que al amor, porque el amor me obliga a sufrir todas las cosas por Dios, en tanto que el desasimiento hace que yo no sea susceptible de nada que no sea Dios. Ahora resulta que es mucho más noble no ser susceptible de nada que no sea Dios, antes que sufrir todas las cosas por Dios, porque en el sufrimiento el hombre presta una cierta atención a las criaturas de las cuales proviene el sufrimiento del ser humano, el desasimiento, en cambio, se halla completamente libre de todas las criaturas. Mas, el que el desasimiento no sea susceptible de nada que no sea Dios, lo demuestro así: Cuando alguna cosa ha de ser acogida, debe ser acogida dentro de algo. Resulta empero, que el desasimiento se halla tan cerca de la nada que fuera de Dios no hay ninguna cosa tan sutil que pueda subsistir en el desasimiento. Él es tan simple y tan sutil que bien puede caber en el corazón desasido. Por lo tanto, el desasimiento no es susceptible de nada que no sea Dios. TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3

Por otra parte, se revela Jesús en el alma con una sabiduría inconmensurable que es Él mismo, (y) el propio Padre, con toda su soberanía paterna, se reconoce a sí mismo en esa sabiduría y además (reconoce) a ese mismo Verbo, que es también la Sabiduría misma, y a todo cuanto se contiene en Él (el Verbo) en su carácter de ser uno. Cuando esa Sabiduría se une con el alma, se le quita completamente (a esta última) cualquier duda y equivocación y niebla, y se la ubica dentro de una luz pura (y) clara que es Dios mismo, según dice el profeta «Señor, a tu luz se conocerá la luz» (Salmo 35, 10). Ahí, Dios se conoce en el alma por intermedio de Dios; luego (el alma) se conoce con esa Sabiduría a sí misma y a todas las cosas y conoce a esa misma Sabiduría por intermedio de Él mismo y a través de esa Sabiduría conoce el poderío del Padre en (su) fecunda facultad procreativa, y (conoce) su esencia primigenia en su simple unidad sin diferenciación alguna. SERMONES: SERMÓN I 3

Ahora invertimos esta palabra y decimos: Porque Dios me ha enviado su ángel, conozco verdaderamente. «Pedro» quiere decir lo mismo que «conocimiento». Ya lo he dicho en otras oportunidades: (El) conocimiento y (el) entendimiento unen al alma con Dios. (El) entendimiento penetra en el ser puro, (el) conocimiento corre a la cabeza, corre adelante y se abre camino para que nazca allí el Hijo unigénito de Dios. Nuestro Señor dice en (el evangelio de) Mateo que nadie conoce al Padre sino el Hijo (Mateo 11, 27). Los maestros afirman que (el) conocimiento pende de (la) igualdad. Algunos maestros dicen que el alma está hecha de todas las cosas porque tiene la facultad de conocer todas las cosas. Suena como una tontería y, sin embargo, es verdad. Los maestros dicen: Lo que he de conocer, debe estar completamente presente para mí y ser igual a mi conocimiento. Los santos afirman que en el Padre se halla (la) potencia, en el Hijo (la) igualdad y en el Espíritu Santo (la) unidad. Dado que el Padre está completamente presente para el Hijo y el Hijo le es completamente igual, nadie conoce al Padre sino el Hijo. SERMONES: SERMÓN III 3

Dijo San Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y ya nos basta» (Juan 14, 8). Resulta que nadie llega al Padre sino por el Hijo (Cfr. Juan 14, 6). Quien ve al Padre, ve al Hijo (Cfr. Juan 14, 9), y el Espíritu Santo es el amor de ambos. El alma es tan simple en sí misma que ella, en todo momento, no puede percibir sino una sola imagen. Cuando percibe la imagen de la piedra, no percibe la imagen del ángel, y cuando percibe la imagen del ángel, no percibe ninguna otra; y la misma imagen que percibe, la tiene que amar también en su estar-presente. Si percibiera a mil ángeles sería lo mismo que a dos ángeles y, sin embargo, no percibiría nada más que a uno solo. Pues bien, el hombre debe unirse en sí mismo para ser «uno». Dice San Pablo: «Si estáis librados de vuestros pecados, os habéis convertido en siervos de Dios» (Romanos 6, 22). El Hijo unigénito nos ha librado de nuestros pecados. Pero Nuestro Señor dice con mucho más acierto que San Pablo: «No os he llamado siervos, sino que os he llamado amigos míos». «El siervo no conoce la voluntad de su señor», pero el amigo sabe todo cuanto sabe el amigo. «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he dado a conocer» (Juan 15, 15), y todo cuanto sabe mi Padre, lo sé yo y todo cuanto yo sé, lo sabéis vosotros; porque yo y mi Padre tenemos un solo Espíritu. El hombre, pues, que sabe todo cuanto sabe Dios, es un hombre sabedor de Dios. Este hombre aprehende a Dios en su propio ser y en su propia unidad y en su propia presencia y en su propia verdad; con semejante hombre las cosas andan muy bien. Pero el hombre que no está acostumbrado para nada a las cosas interiores, no sabe lo que es Dios. Es como una persona que tiene vino en su bodega, pero no lo ha bebido ni catado, y luego no sabe que es rico. Lo mismo sucede con la gente que vive en (la) ignorancia: ignoran lo que es Dios y, sin embargo, creen y se imaginan que viven. Semejante saber no proviene de Dios. El hombre debe tener un saber puro (y) claro de la verdad divina. En aquel hombre que emprende todas sus obras con recta intención, Dios es el principio de su intención, y su intención (convertida) en obra es Él mismo y es de naturaleza puramente divina y se acaba en la naturaleza divina en Él mismo. SERMONES: SERMÓN X 3

He hablado de una potencia (=el entendimiento)7 en el alma; en su primer efluvio violento esa potencia no aprehende a Dios en cuanto es bueno, tampoco lo aprehende en cuanto es verdad: ella penetra hasta el fondo y sigue buscando y aprehende a Dios en su unidad y en su desierto; aprehende a Dios en su yermo y en su propio fondo. De ahí que nada la puede satisfacer; ella sigue buscando qué es lo que es Dios en su divinidad y en la propiedad de su propia naturaleza. Ahora bien, dicen que no hay unión mayor que el hecho de que las tres personas sean un solo Dios. Luego – así dicen – no hay ninguna unión mayor que la (existente) entre Dios y el alma. Cuando sucede que el alma recibe un beso de la divinidad, se yergue llena de perfección y bienaventuranza; entonces es abrazada por la unidad. En el primer toque con el cual Dios ha tocado y toca al alma en su carácter de no-creada y no creable, allí el alma es – en cuanto al toque de Dios – tan noble como Dios mismo. Dios la toca según (es) Él mismo. Alguna vez prediqué en latín – y esto fue en el día de la Trinidad -, entonces dije: La diferenciación proviene de la unidad, (me refiero a) la diferenciación en la Trinidad. La unidad es la diferenciación, y la diferenciación es la unidad. Cuanto mayor es la diferenciación, tanto mayor es la unidad, pues es diferenciación sin diferencia. Si hubiera mil personas, sin embargo, no habría nada más que unidad. Cuando Dios mira a la criatura, le da su ser (de criatura); cuando la criatura mira a Dios, recibe su ser (de criatura). El alma tiene un ser racional, cognoscitivo; por eso: allí donde se halla Dios, se halla el alma, y donde se halla el alma, allí se halla Dios. SERMONES: SERMÓN X 3

Cuando llegó el tiempo, nació (la) «gracia». ¿Cuándo es (la) plenitud del tiempo? Cuando ya no existe el tiempo. Cuando uno, en medio del tiempo, ha puesto su corazón en la eternidad y todas las cosas temporales han muerto en su fuero íntimo, entonces es la «plenitud del tiempo». Alguna vez dije: Quien se alegra en el tiempo, no se alegra todo el tiempo. Dice San Pablo: «¡Todo el tiempo alegraos en el Señor!» (Filip. 4, 4). Quien se alegra por encima del tiempo y fuera del tiempo, éste se alegra todo el tiempo. Dice un escrito: Tres cosas le impiden al hombre que pueda reconocer a Dios de algún modo. La primera es (el) tiempo, la segunda (la) corporalidad, (la) tercera la multiplicidad. Mientras estas tres permanecen dentro de mí, Dios no se encuentra en mi interior ni opera verdaderamente en mi fuero íntimo. Dice San Agustín:Débese a la concupiscencia del alma el que quiera agarrar y poseer muchas cosas y por ello extiende la mano hacia el tiempo y la corporalidad y la multiplicidad y al hacerlo pierde justamente lo que posee. Pues, mientras hay en tu interior más y más (cosas), Dios no puede nunca morar ni obrar dentro de ti. Si Dios ha de entrar, esas cosas siempre deben ser expulsadas, a no ser que tú las poseas de forma mejor y más elevada (en el sentido de) que dentro de ti la multiplicidad se haya convertido en uno. Entonces, cuanto mayor sea la multiplicidad en tu fuero íntimo, tanta más unidad habrá, pues una cosa será trocada en la otra. SERMONES: SERMÓN XI 3

Alguna vez dije: (La) unidad une toda la multiplicidad, pero (la) multiplicidad no une (la) unidad. Si somos levantados por encima de todas las cosas, y si todo cuanto hay en nuestro interior se halla (igualmente) elevado, nada nos oprime. Lo que está por debajo de mí, no me oprime. Si yo tendiera con pureza hacia Dios, de modo que no hubiese nada por encima de mí a excepción de Dios, nada me resultaría pesado y yo no me afligiría tan rápidamente. Dice San Agustín: Señor, si me dirijo hacia ti, se me quitan cualquier molestia, pena y trabajo. Si hemos ido más allá del tiempo y de las cosas temporales, somos libres y siempre alegres, y entonces se da (la) plenitud del tiempo; entonces el Hijo de Dios nace en ti. Alguna vez dije: «Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo» (Gal. 4, 4). Si nace en tu interior alguna cosa que no es el Hijo, no tienes el Espíritu Santo, y (la) gracia no opera dentro de ti. (El) origen del Espíritu Santo no puede emanar ni salir floreciendo de ningún lugar que no sea el Hijo. Allí donde el Padre engendra a su Hijo, le da todo cuanto posee en su esencia y naturaleza. De este acto de dar emana el Espíritu Santo. Así también es la intención de Dios dársenos completamente. Sucede de la misma manera que cuando el fuego quiere asimilar el leño y asimilarse a su vez al leño, entonces descubre que el leño le es desigual. Por esta razón le hace falta tener tiempo. Primero calienta y caldea (al leño) y luego, éste humea y crepita porque es desigual (al fuego); y después, cuanto más se caliente el leño, tanto más calmo y tranquilo se pondrá y cuanto más se iguale al fuego, tanto más pacífico será hasta convertirse totalmente en fuego. Si el fuego ha de asimilar al leño, toda la desigualdad debe ser expulsada. SERMONES: SERMÓN XI 3

Son tres las cosas que nos impiden escuchar la palabra eterna. La primera es (la) corporalidad, la segunda (la) multiplicidad, la tercera (la) temporalidad. Si el hombre hubiera avanzado más allá de estas tres cosas, viviría en la eternidad y viviría en el espíritu y viviría en la unidad y en el desierto, y allí escucharía la palabra eterna. Ahora dice Nuestro Señor: «Nadie escuchará mi palabra ni mi doctrina a no ser que haya renunciado a sí mismo» (Cfr. Lucas 14, 26). Pues, quien ha de escuchar la palabra de Dios, debe estar completamente desasido. Lo mismo que escucha, es lo mismo que es escuchado en la Palabra eterna. Todo cuanto enseña el Padre eterno, es su esencia y su naturaleza y su entera divinidad; esto nos lo revela todo a la vez en su Hijo unigénito y nos enseña que somos el mismo hijo. El hombre que se hubiera desasido tanto de sí mismo que fuese el hijo unigénito, poseería lo que posee el Hijo unigénito. Cuanto obra Dios y cuanto enseña, lo obra y enseña todo en su Hijo unigénito. Dios hace todas sus obras a fin de que seamos el hijo unigénito. Cuando Dios ve que somos el hijo unigénito, Dios se inclina tan afanosamente hacia nosotros y se apresura tanto y hace como si su ser divino se quisiera quebrar y deshacer en sí mismo, para revelarnos todo el abismo de su divinidad y la plenitud de su ser y de su naturaleza; Dios está apurado para que eso sea propiedad nuestra tal como lo posee Él. Ahí Dios siente (el) placer y (el) deleite en su plenitud. Ese hombre se halla inmerso en el conocimiento y el amor de Dios y no será sino lo que es Dios mismo. SERMONES: SERMÓN XII 3

Lo más elevado y lo extremo a que puede renunciar el hombre, consiste en que renuncie a Dios por amor de Dios. Pues bien, San Pablo renunció á Dios por amor de Dios, renunció a todo cuanto podía tomar de Dios y renunció a todo cuanto Dios podía darle y a todo cuanto podía recibir de Dios. Cuando renunció a ello, renunció a Dios por amor de Dios, y entonces Dios quedó para él tal como es esencialmente en sí mismo (y) no según su modo de ser recibido o conquistado, sino en su esencia primigenia que es Dios en sí mismo. Él nunca le dio nada a Dios, ni recibió jamás nada de Dios; se trata de una sola cosa y una unión pura. Allí, el hombre es hombre verdadero y en tal hombre no entra ninguna pena como tampoco puede entrar, en el ser divino; según ya he dicho varias veces que hay en el alma un algo tan afín a Dios que es uno sin estar unido. Es uno, no tiene nada en común con nada, ni le resulta común ninguna cosa de todo cuanto ha sido creado. Todo lo creado es (una) nada. Esto (de que hablo) está alejado de toda criaturidad y le resulta ajeno. Si el hombre fuera exclusivamente así, sería completamente increado e increable; si todo aquello que es corpóreo y achacoso, se hallara así comprendido en la unidad, no se distinguiría de la unidad misma. Si me hallara por un solo instante en este ser, cuidaría tan poco de mí mismo como de un gusanito de estiércol. SERMONES: SERMÓN XII 3

El hombre que de tal modo se conserva apegado a la voluntad de Dios, no quiere nada fuera del ser divino y de la voluntad de Dios. Si estuviera enfermo, no querría estar sano. Toda pena es una alegría para él, toda multiplicidad es para él una sencillez y unidad, siempre y cuando se conserve apegado a la voluntad de Dios como es debido. Ah sí, aunque se vinculara a ello el suplicio infernal, para él sería una alegría y una felicidad. Es libre y se ha desasido de sí mismo y debe ser libre de todo cuanto ha de recibir. Si mi ojo ha de ver el color, debe ser libre de todo color. Si veo el color azul o el blanco, entonces la Vista que ve el color, o sea justamente aquello que ve, es lo mismo que es visto por el ojo. El ojo con el cual veo a Dios, es el mismo ojo con el cual me ve Dios; mi ojo y el de Dios son un solo ojo y una sola visión y un solo conocer y un solo amar. SERMONES: SERMÓN XII 3

El hombre que se conserva así apegado al amor de Dios, debe haber muerto para sí mismo y para todas las cosas creadas, de modo tal que se fija tan poco en sí mismo como en alguien (que se encuentra) a más de mil millas de distancia. Semejante hombre permanece en la igualdad y permanece en la unidad y permanece completamente igual: dentro de él no cabe ninguna desigualdad. Este hombre debe haberse desasido de sí mismo y de todo este mundo. Si hubiera un ser humano a quien perteneciera todo este mundo y él lo dejara por amor de Dios tan desnudo como lo había recibido, a semejante (hombre) Nuestro Señor le devolvería todo este mundo y le daría también la vida eterna. Y si hubiera otra persona que no poseyera nada más que una buena voluntad y él pensara: Señor, si este mundo fuera mío y si tuviera otro más y otro tercero – serían tres en total – y si él expresara el deseo: Señor, voy a desasirme de éstos y de mí mismo con la misma desnudez con que los he recibido de ti, a tal hombre Dios le daría exactamente lo mismo que si lo hubiera ofrecido todo con sus manos. Otro hombre (empero) que no poseyera nada, ni corpóreo ni espiritual, para renunciar ,a ello u ofrecerlo, éste habría renunciado a más que ningún otro. Quien renunciara a sí mismo del todo por un instante, a éste se le daría todo. Si, en cambio, un hombre se hubiera desasido durante veinte años y volviera a agarrarse a sí mismo por un solo instante, entonces resultaría que nunca se había desasido. El hombre que ha renunciado y está desasido y que nunca jamás por un solo instante mira aquello a que ha renunciado, y que persevera, inmóvil, en sí mismo e inmutable, sólo este hombre se halla desasido. SERMONES: SERMÓN XII 3

Un maestro pagano equipara las criaturas a Dios. La Escritura dice que debemos llegar a ser semejantes a Dios (1 Juan 3, 2). «Semejante», esto es malo y engañoso. Si me asemejo a un hombre y si encuentro a un hombre que se asemeja a mí, este hombre se comporta como si él fuera yo y no lo es y es un engaño. Algunas cosas se asemejan al oro, mienten y no son oro. Así también, todas las cosas pretenden ser semejantes a Dios y mienten y todas ellas no lo son. La Escritura dice que debemos ser semejantes a Dios. Pues bien, dice un maestro pagano que llegó (a tener este conocimiento) mediante el mero pensamiento natural: Dios no puede tolerar lo semejante tan poco como no puede tolerar no ser Dios. (La) semejanza es algo que no existe en Dios; hay más bien el ser-uno en la divinidad y en la eternidad, mas (la) semejanza no es uno. Si yo fuera uno, no sería semejante. No hay nada extraño en la unidad; sólo se me da (el) ser uno en la eternidad, (mas) no (el) ser-semejante. SERMONES: SERMÓN XIII 3

En el alma hay una potencia de la cual ya he hablado varias veces… si el alma entera fuera como ella, sería increada e increable. Mas las cosas no son así. Con la parte restante ella (el alma) ha puesto sus miras en el tiempo y le adhiere y al hacerlo toca la criaturidad y es creada… (Estoy hablando del) entendimiento: para esta potencia nada se halla ni lejos ni afuera. Aquello que se encuentra allende el mar o a una distancia de mil millas, lo conoce y lo tiene presente tan esencialmente como este lugar donde me hallo yo. Esta potencia es una virgen y le sigue al cordero adonde vaya. Esta potencia aprehende a Dios todo desnudo en su ser esencial; es una sola en la unidad, (mas) no semejante en la semejanza. SERMONES: SERMÓN XIII 3

Todas las criaturas han emanado de la voluntad de Dios. Si yo fuera capaz de aspirar solamente a la bondad de Dios, esta voluntad sería tan noble que el Espíritu Santo emanaría inmediatamente de ella. Todo bien emana de la superabundancia de la bondad divina. Ah sí, y la voluntad de Dios me gusta solamente en la unidad, allá donde se halla la quietud de Dios para la bondad de todas las criaturas, (y) donde descansa ella (la bondad) como su último fin, y todo cuanto alguna vez obtuvo ser y vida; allá debes amar al Espíritu Santo tal como es allá en la unidad; no en Él mismo sino allá donde se lo saborea únicamente junto con la bondad de Dios, en la unidad, allá donde toda bondad emana de la superabundancia de la bondad divina. Tal hombre retorna más rico que cuando salió. Quien hubiera «salido» así de sí mismo, sería restituido a sí mismo en el sentido más propio. Y todas las cosas que ha abandonado en la multiplicidad, le serán devueltas en la simplicidad, porque se encuentra a sí mismo y a todas las cosas en el «ahora» presente de la unidad. Y quien hubiera «salido» así, volvería mucho más ennoblecido que cuando «salió». Semejante hombre vive entonces con una libertad más independiente y en una desnudez acendrada, porque no debe preocuparse por nada ni emprender cosa alguna, ni mucho ni poco, porque todo cuanto posee Dios, lo posee él. SERMONES: SERMÓN XV 3

El sol es análogo a Dios: la parte más alta de su profundidad insondable responde a lo bajísimo en la hondura de la humildad. Ah sí, al hombre humilde no le hace falta pedir (nada a Dios) sino que bien puede mandarle, porque la altura de la divinidad no puede tender sino hacia la hondura de la humildad; pues el hombre humilde y Dios son uno y no dos. Este hombre humilde tiene tanto poder sobre Dios como tiene poder sobre sí mismo; y todo el bien que hay en todos los ángeles y en todos los santos, le pertenece enteramente tal como pertenece a Dios. Dios y este hombre humilde son completamente uno y no dos; porque lo que obra Dios, él lo obra también, y lo que quiere Dios, él lo quiere también, y lo que es Dios, él lo es también: una sola vida y un solo ser. Ah sí, por Dios: si este hombre estuviera en el infierno, Dios tendría que reunirse con él en el infierno, y el infierno tendría que ser para él un paraíso. Él (=Dios) necesariamente debe proceder así, sería obligado a hacerlo de modo que debería hacerlo; porque en este caso el hombre es la esencia divina y la esencia divina es el hombre. Pues ahí se besan la unidad de Dios y del hombre humilde, porque la virtud llamada humildad es una raíz en el fondo de la divinidad en la cual está plantada para que tenga su esencia sólo en el eterno Uno y en ninguna otra parte. Dije en el colegio (=universidad) de París que todas las cosas son acabadas en el hombre verdaderamente humilde. Y por eso digo que al hombre verdaderamente humilde no lo puede dañar ni perturbar ninguna cosa, porque no existe nada que no huya de aquello que lo pueda destruir: de esto huyen todas las cosas creadas porque no son nada en sí mismas. Y por ello, el hombre humilde huye de todo cuanto le pueda hacer dudar de Dios. Por ello huyo del carbón (ardiente) ya que quiere aniquilarme, pues está dispuesto a robarme mi ser. SERMONES: SERMÓN XV 3

El otro día dije que la puerta por donde Dios se derrite hacia fuera, es la bondad. (El) ser, empero, es aquello que se conserva dentro de sí mismo y no se derrite hacia fuera; al contrario, se derrite hacia dentro. Por otra parte, es (una) unidad aquello que se mantiene en sí mismo como uno solo, separado de todas las cosas sin comunicarse hacia fuera. (La) bondad, empero, es aquello donde Dios se derrite hacia fuera comunicándose a todas las criaturas. (El) ser es el Padre, (la) unidad es el Hijo junto con el Padre, (la) bondad el Espíritu Santo. Ahora bien, el Espíritu Santo toma al alma, «la ciudad santificada», en (su punto) más puro y elevado y la alza hasta su origen, éste es el Hijo, y el Hijo continúa llevándola hasta su origen, éste es el Padre, en el fondo, en lo primigenio donde el Hijo tiene su esencia, allí donde la eterna Sabiduría «pronto descansará de nuevo en la ciudad bendecida y santificada», o sea, en lo más íntimo. SERMONES: SERMÓN XVIII 3

Ahora dice: «Nuestro Señor se dirigió a la ciudad de Naín». «Naín» quiere decir lo mismo que «hijo de la paloma» y significa simplicidad. El alma no ha de descansar jamás en la fuerza potencial hasta que llegue a ser totalmente una en Dios. (Naín) quiere decir también «un caudal de agua» y significa que el hombre ha de mantenerse inmóvil frente a los pecados e imperfecciones. «Los discípulos» son la luz divina que debe fluir copiosamente en el alma. «La muchedumbre», éstas son las virtudes de las que hablé el otro día. El alma tiene que ascender con ardientes ansias y sobrepasar en las grandes virtudes buena parte de la dignidad de los ángeles. Allá se llega al «portón», es decir, (se entra) en el amor y la unidad, (o sea) «el portón» por donde se sacaba al muerto, el joven, hijo de una viuda. Nuestro Señor se acercó y tocó (el féretro) donde yacía el muerto. Paso de alto cómo se acercó y cómo tocó, pero no que dijo: «Incorpórate, joven!» SERMONES: SERMÓN XVIII 3

Luego: «¡Permanece parado en la puerta de la casa de Dios!» ¡La «casa de Dios» es la unidad de su ser! A lo que es uno, le conviene, antes que nada, conservarse totalmente solo. Por eso, la unidad permanece parada junto a Dios y mantiene unido a Dios sin agregar nada. Allí Él está sentado en lo que le es más propio, en su esse, enteramente en sí mismo, (y) en ninguna parte fuera de Él. Pero allí donde se derrite lo hace hacia fuera. Su derretimiento es su bondad, según dije hace poco, con respecto al conocimiento y al amor. El conocimiento despega, porque el conocimiento es mejor que el amor. Pero dos es mejor que uno solo, ya que el conocimiento contiene en sí al amor. El amor está loco por la bondad, se le apega firmemente, y en el amor permanezco en la «puerta», y si no existiera el conocimiento, el amor sería ciego. Una piedra también tiene amor y su amor busca el suelo. Si permanezco pegado a la bondad (allí) en el derretimiento primero, y lo aprehendo a Él en cuanto es bueno, entonces tomo la «puerta», mas no a Dios. Por eso, el conocimiento es mejor ya que guía al amor. El amor, empero, despierta al apetito, al anhelo. El conocimiento, en cambio, no agrega ni un solo pensamiento, antes bien desprende y se separa y se adelanta corriendo y toca a Dios en su desnudez, y lo aprehende únicamente en su ser. SERMONES: SERMÓN XIX 3

Nuestros maestros dicen: ¿Qué es lo que alaba a Dios? Esto lo hace (la) semejanza. Así pues, lo alaba a Dios todo aquello en el alma que se asemeja a Dios; lo que de alguna manera es desigual a Dios no lo alaba; así como un cuadro alaba a su maestro que le ha impreso todo el arte que alberga en su corazón y que así se ha asemejado completamente (el cuadro). Esta semejanza del lienzo elogia a su maestro sin palabras. Aquello que se puede alabar con palabras o que se reza con la boca, es poca cosa. Porque Nuestro Señor dijo una vez: «Vosotros rezáis pero no sabéis qué es lo que rezáis. Vendrán verdaderos rezadores que adorarán a mi Padre en espíritu y en verdad» (Cfr. Juan 4, 22 y 23). ¿Qué es (la) oración? Dice Dionisio: Trepar hacia Dios en el entendimiento, esto es (la) oración. Dice un pagano: Allí donde se hallan (el) espíritu y (la) unidad y (la) eternidad, allí quiere obrar Dios. Donde (la) carne está en contra del espíritu, donde (la) disgregación está en contra de (la) unidad, donde (el) tiempo está en contra de (la) eternidad, allí no obra Dios; no se aviene a ello. Antes bien, todo el placer, contento, alegría y bienestar que puedan tenerse acá (en esta tierra), todo esto debe desaparecer. Quien quiere elogiar a Dios, tiene que ser santo y estar reconcentrado y ser espíritu sin hallarse afuera en ninguna parte; antes bien, con perfecta semejanza tiene que ser llevado hacia arriba, hasta la eternidad, por encima de todas las cosas. Me refiero no sólo a todas las criaturas que están creadas, sino (también) a todo cuanto Él sería capaz de hacer si quisiera (hacerlo); el alma tiene que sobrepasar todo esto. Mientras exista alguna cosa por encima del alma y mientras haya algo, sea lo que fuere, que se anteponga a Dios (y) no es Dios, (el alma) no llega al fondo «a lo largo de los días». SERMONES: SERMÓN XIX 3

«Un solo Dios»: en el hecho de que Dios es uno, se cumple la divinidad de Dios. Yo digo: Si Dios no fuera uno, no podría engendrar jamás a su Hijo unigénito. Del hecho de que Dios es uno, Él saca todo cuanto obra en las criaturas y en la divinidad. Digo además: (La) unidad la posee sólo Dios. La peculiaridad de Dios es (la) unidad; de ella toma Dios el hecho de ser Dios, de otro modo no sería Dios. Todo cuanto es número depende de lo Uno, y lo Uno no depende de nada. La riqueza y la sabiduría y la voluntad divinas son entera y exclusivamente uno en Dios; no es (sólo) uno sino que es unidad. Dios posee todo cuanto tiene en lo Uno, es uno en Él. Dicen los maestros que el cielo gira para llevar todas las cosas a lo uno; por eso gira tan rápidamente. Dios tiene toda la plenitud como uno y de ello pende la naturaleza divina, y el hecho de que Dios es uno solo, constituye la bienaventuranza del alma; es su adorno y su honor. Dijo: «Amigo, sube más arriba, eso te proporcionará honor». El que Dios sea uno constituye el honor y el adorno del alma. Dios hace como si fuera uno (solamente) con el propósito de agradar al alma, y como si se adornara sólo para que el alma se volviese loca por Él. Por eso el hombre quiere ora una cosa, ora otra; ora se ejercita en la sabiduría, ora en el arte. Por no poseer lo Uno, el alma nunca llega a descansar hasta que todo sea uno en Dios. Dios es uno solo; ésta es la bienaventuranza del alma y su adorno y su descanso. Dice un maestro: En todas sus obras Dios tiene presentes todas las cosas. El alma es todas las cosas. Todo aquello que por debajo del alma es lo más noble, lo más puro, lo más elevado en todas las cosas lo infunde Dios en ella. Dios es todo y es uno. SERMONES: SERMÓN XXI 3

Y si Él no es ni bondad ni ser ni verdad ni Uno, ¿entonces qué es? No es absolutamente nada, no es ni esto ni aquello. Si tú todavía piensas en algo que Él sería, no lo es. Entonces, el alma ¿dónde ha de aprehender (la) verdad? ¿No encuentra la verdad allí donde es in-formada en una unidad, en la pureza primigenia, en la impresión de existencialidad acendrada… no encuentra allí (la) verdad? Ah no, no halla ningún concepto de (la) verdad sino que de ello (sólo) proviene (la) verdad, de ahí trae su origen. SERMONES: SERMÓN XXIII 3

Pues bien, Él dice: «como os he amado». ¿Cómo nos ha amado Dios? Nos amaba cuando (todavía) no existíamos y cuando éramos sus enemigos. Nuestra amistad le hace tanta falta a Dios que no puede esperar hasta que se lo imploremos: viene a nuestro encuentro y nos pide que seamos sus amigos, pues nos solicita que anhelemos ser perdonados por Él. Por ello, Nuestro Señor dice muy acertadamente: «Esta es mi voluntad que oréis por los que os hacen daño» (Cfr. Lucas 6, 28). Debemos tomar muy en serio la oración por los que nos hacen daño. ¿Por qué?… Para cumplir la voluntad de Dios (en el sentido) de que no esperemos hasta que nos rueguen a nosotros, deberíamos decir (más bien): «¡Amigo, perdóname por haberte entristecido!» Y deberíamos tomar igualmente en serio la virtud: cuanto mayor fuera el esfuerzo, tanto mayor debería ser nuestro empeño en (conseguir) la virtud. Del mismo modo, tu amor ha de ser uno solo porque (el) amor no quiere estar sino allí donde hay igualdad y unidad. Entre un patrono y un siervo suyo no hay paz, porque ahí no hay igualdad. Una mujer y un hombre son desiguales entre sí, mas en el amor son bien iguales. Por eso, la Escritura dice muy acertadamente que Dios tomó a la mujer de la costilla y del costado del varón (Génesis 2, 22), y no de la cabeza ni de los pies; porque donde hay dos, hay (un) defecto. ¿Por qué?… Porque lo uno no es lo otro, pues este «no» que produce diferenciación, no es sino amargura ya que en ese caso no hay paz. Si tengo una manzana en la mano, entonces es placentera para mi vista, mas a la boca se la priva de su dulzura. En cambio, si la como, le quito a mi vista el placer que me da. De este modo pues, dos no pueden existir juntos porque uno (de ellos) ha de perder su ser. SERMONES: SERMÓN XXVII 3

Una vez – todavía no hace mucho – se me ocurrió la siguiente idea: El que yo sea hombre, también otro hombre lo tiene en común conmigo; que yo vea y oiga y coma y beba, lo hace también el animal; pero lo que soy yo no le es propio a ningún hombre fuera de mí solo, ni de un ser humano ni de un ángel ni de Dios, a no ser en cuanto soy uno con Él; (esta) es una pureza y una unidad. Todo cuanto obra Dios, lo obra en lo Uno como igual a Él mismo. Dios da lo mismo a todas las cosas y, sin embargo, son muy disímiles en sus obras; pero, esto no obstante, tienden en todas sus obras hacia aquello que es igual a su propio ser. La naturaleza realizó en mi padre la obra de la naturaleza. (Mas) la naturaleza tenía la intención de que yo llegara a ser padre tal como él era padre. Él (mi padre) realiza toda su obra por algo semejante a él mismo y por su propia imagen para que él mismo sea lo obrado; en esto siempre se aspira a (que nazca) un «varón». Sólo allí donde la naturaleza es desviada u obstaculizada de modo que no disponga de su fuerza plena en su actuación, se origina una mujer. Mas, donde la naturaleza renuncia a su obra, ahí Dios empieza a obrar y hacer; porque si no hubiera mujeres, tampoco habría varones. Cuando el niño es concebido en el vientre de la madre, posee constitución, forma y figura; esto lo produce la naturaleza. Así permanece durante cuarenta días y cuarenta noches; pero al cuadragésimo día Dios crea al alma mucho más rápido que en un instante, para que el alma llegue a ser forma y vida para el cuerpo. Así, la obra de la naturaleza lleva hacia fuera todo cuanto la naturaleza puede obrar con lo que a forma, constitución y figura se refiere. La obra de la naturaleza sale por completo hacia fuera; y así como la obra de la naturaleza sale afuera, ella es sustituida por completo en el alma racional. Ahora se trata de una obra de la naturaleza y de una creación divina. SERMONES: SERMÓN XXVIII 3

Pues bien, Platón, el gran fraile, se pone a hablar de grandes cosas. Se refiere a una pureza que no es de este mundo; no existe ni en el mundo ni fuera del mundo, no se encuentra ni en el tiempo ni en la eternidad, no tiene ni exterior ni interior. De esta (pureza) Dios, el eterno Padre, hace emerger la plenitud y el abismo de toda su divinidad. (Todo) esto lo engendra aquí en (la persona de) su Hijo unigénito y (hace) que seamos (cada uno) el mismo hijo. Y su engendrar es (al mismo tiempo) su permanecer adentro, y su permanecer adentro es su dar a luz. Siempre sigue siendo lo uno que brota en sí mismo. Ego, o sea, la palabra «yo», no pertenece a nadie sino a Dios solo, en su unidad. Vos, esta palabra significa lo mismo que «vosotros»: para que todos seáis uno en la unidad, esto quiere decir: las palabras «ego» y «vos», «yo» y «vosotros» apuntan hacia la unidad. SERMONES: SERMÓN XXVIII 3

Que Dios nos ayude para que seamos y sigamos siendo esta misma unidad. Amén. SERMONES: SERMÓN XXVIII 3

Nadie puede recibir al Espíritu Santo a no ser que more por encima del tiempo en (la) eternidad. En las cosas temporales el Espíritu Santo no puede ser ni recibido ni dado. Cuando el hombre se aparta de las cosas temporales y se vuelve hacia su fuero íntimo, percibe allí una luz celestial que ha venido del cielo. Se halla por debajo del cielo y, sin embargo, es del cielo. En esta luz el hombre queda satisfecho, y, sin embargo, ella es (aún) corpórea; dicen que es materia. Un (trozo de) hierro cuya naturaleza consiste en caer hacia abajo, se levanta hacia arriba en contra de su naturaleza y se apega a la piedra imán a causa de la noble influencia que la piedra ha recibido del cielo. Dondequiera se dirija la piedra, hasta ahí se dirige también el hierro. Lo mismo hace el espíritu: no se contenta así sin embargo con esa luz; va avanzando siempre por el firmamento y penetra a través del cielo hasta llegar al espíritu que hace girar al cielo, y debido a la rotación del cielo reverdece y se cubre de hojas todo cuanto hay en el mundo. Pero el espíritu aún no está satisfecho si no avanza hasta la cima y la fuente primigenia donde el espíritu tiene su origen. Este espíritu (= el espíritu humano) comprende de acuerdo con el número sin número, y semejante número (sin número) no existe en el tiempo de la caducidad. En la eternidad (en cambio), nadie tiene otra raíz, allí nadie carece de número. Este espíritu tiene que ir más allá de todo número atravesando toda cantidad, y luego es atravesado por Dios; y así como Él me atraviesa, lo atravieso yo, a mi vez. Dios conduce a este espíritu al desierto y a la unidad suya allí donde Él es un Uno puro y (sólo) brota en sí mismo. Este espíritu (ya) no tiene porqué; si tuviera algún porqué (también) debería tener su porqué la unidad. Este espíritu se halla en unidad y en libertad. SERMONES: SERMÓN XXIX 3

Pues bien, dijo Nuestro Señor: «No os he llamado siervos, os he llamado amigos, porque el siervo no sabe qué es lo que quiere su Señor» (Juan 15,15). También mi amigo podría saber algo que yo no sabía, por cuanto no querría comunicármelo. Mas Nuestro Señor dijo: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado». Me sorprende, pues, que algunos frailes, que pretenden ser muy doctos y grandes frailes, se contenten tan pronto y se dejen engañar. Al referirse a la palabra que dijo Nuestro Señor: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado»… quieren interpretarla diciendo que nos ha revelado cuanto nos hace falta para nuestra eterna bienaventuranza, mientras «estamos en camino». Yo no opino que se deba interpretar así, porque no es verdad. Dios ¿por qué se hizo hombre? Para que yo mismo naciera como el mismo Dios. Dios murió para que yo muriera para todo el mundo y todas las cosas creadas. Así hay que interpretar la palabra pronunciada por Nuestro Señor: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado». ¿Qué es lo que el Hijo escucha de su Padre? El padre no puede sino engendrar, el Hijo no puede sino nacer. Todo cuanto el Padre tiene y cuanto es, (o sea) la esencia abismal del ser divino y de la naturaleza divina, lo engendra todo en su Hijo unigénito. Esto es lo que el Hijo escucha del Padre, esto es lo que nos ha revelado para que seamos (cada uno) el mismo hijo. Todo cuanto tiene el Hijo, o sea, el ser y la naturaleza, lo tiene de su Padre, para que seamos (cada uno) el mismo hijo unigénito. (Por otra parte), nadie tiene el Espíritu Santo si no es el hijo unigénito. (Pues), allí donde se hace espíritu al Espíritu Santo, lo hacen espíritu el Padre y el Hijo; porque esto es esencial y espiritual. Puedes recibir, por cierto, los dones del Espíritu Santo o la semejanza con el Espíritu Santo; pero no permanece en tu interior, es inestable. Sucede lo mismo cuando una persona se ruboriza por vergüenza y (luego) palidece; es un accidente y pasajero. Mas el hombre que es rubicundo y hermoso por naturaleza, siempre sigue siéndolo. Así (también) le pasa al hombre que es el hijo unigénito: el Espíritu Santo permanece en él esencialmente. Por eso está escrito en el Libro de la Sabiduría: «Hoy te he engendrado» al reflejo de mi luz eterna, en la plenitud y «en la claridad de todos los santos» (Cfr. Salmos 2,7; 109,3). Lo engendra ahora y «hoy». Ahí se está de parto en la divinidad, ahí se los «bautiza en el Espíritu Santo» – «ésta es la promesa que les ha hecho el Padre» -. «Luego de estos días que no son muchos sino pocos»: esto es la «plenitud de la divinidad» (Cfr. Col. 2, 9) donde no hay ni día ni noche; aquello que se halla a (una distancia de) mil millas, allí se encuentra tan cerca de mí como el lugar donde estoy parado ahora, allí hay plenitud y magnificencia de toda la divinidad, allí hay unidad. El alma, mientras percibe (aún) cualquier diferencia, anda mal; mientras todavía hay algo que mira hacia fuera o hacia dentro, no hay unidad. María Magdalena buscaba a Nuestro Señor en la tumba, buscaba a un muerto y encontró a dos ángeles vivos; por eso se sintió aún desconsolada. Entonces dijeron los ángeles: «¿De qué te preocupas? ¿Qué estás buscando? Un muerto y encuentras a dos vivos». Entonces dijo ella: «Justamente esto es mi desconsuelo que yo encuentre a dos y, sin embargo, busco a uno solo». (Cfr. Juan 20,11 ss.). SERMONES: SERMÓN XXIX 3

Que Dios nos ayude para que seamos de tal manera uno en la unidad que es Dios mismo. Amén. SERMONES: SERMÓN XXIX 3

Quien de tal modo permanece en Él, posee cinco cosas. La primera: que entre él y Dios no hay diferencia, sino que son uno. Los ángeles son muchos, sin número, porque no constituyen ningún «número individual», ya que carecen de número; esto se debe a su gran simpleza. Las tres personas en Dios son tres sin número, pero constituyen una multiplicidad. Mas, entre el hombre y Dios no sólo no existe ninguna diferencia, sino que no hay tampoco una multiplicidad; ahí no hay sino uno… La segunda (cosa) consiste en que él está obteniendo su bienaventuranza allí en la pureza donde la toma Dios mismo, y halla en ella su apoyo… La tercera (cosa) es que posee un saber junto con el saber divino y un obrar junto con el obrar divino y un conocimiento junto con el conocimiento divino… La cuarta es que Dios nace todo el tiempo en ese hombre. ¿Cómo nace Dios todo el tiempo en ese hombre? ¡Observad lo siguiente! Cuando el hombre desnuda y de-vela la imagen divina que Dios ha creado en él por naturaleza, entonces la imagen de Dios llega a revelarse en él. Pues en el nacimiento se conoce la revelación de Dios; porque el que el Hijo se llame nacido del Padre, se debe a que el Padre le revela su secreto al modo paternal. Y por eso, cuanto más y cuanto más claramente el hombre desnuda en sí la imagen de Dios, tanto más claramente nace Dios en él. Y entonces el nacimiento de Dios se debe concebir siempre de acuerdo con el hecho de que el Padre de-vela la imagen pura y resplandece en ella… La quinta (cosa) es que el hombre nace todo el tiempo en Dios. ¿Cómo nace el hombre todo el tiempo en Dios? ¡Observad lo siguiente! Por el desnudamiento de la imagen en el hombre, éste se va asemejando a Dios, porque por la imagen el hombre es semejante a la imagen divina que es Dios en su pureza de acuerdo con su esencia. Y cuanto más se desnuda el hombre, tanto más se asemeja a Dios, y cuanto más se asemeja a Dios, tanto más se une con Él. Y por ende, el nacimiento del hombre en Dios, siempre se ha de concebir en el sentido de que el hombre con su imagen está resplandeciendo en la imagen divina, que es Dios desnudo en su esencia (imagen) con la cual el hombre es uno. Por lo tanto, la unidad del hombre y de Dios se debe concebir de acuerdo con la semejanza de la imagen; porque el hombre se parece a Dios con respecto a la imagen. Y por ello: si se dice que el hombre es uno con Dios y es Dios de acuerdo con la unidad, se lo percibe según la parte de la imagen, en la cual se asemeja a Dios, y no según el hecho de que ha sido creado. Pues, si se lo toma por Dios, no se lo hace según su criaturidad; porque si se lo toma por Dios no se niega la criaturidad en el sentido de que la negación se considere como aniquilación de la criaturidad, sino que ha de considerárselo como enunciado relativo a Dios, con el cual se le quita a Él (la criaturidad). Pues Cristo que es Dios y hombre, cuando se lo percibe según la humanidad, no se toma en consideración la divinidad, mas no de modo que se niegue la divinidad, sólo que ésta no se considera en tal percepción. Y así ha de comprenderse la palabra de Agustín cuando dice: «Lo que ama el hombre, esto es el hombre. Si ama una piedra, es una piedra, si ama un hombre, es un hombre, si ama a Dios… ahora no me atrevo a continuar, pues si yo dijera que entonces sería Dios, podríais lapidarme. Pero os remito a la Escritura». Y por ello, cuando el hombre en el amor se adecua enteramente a Dios, entonces se le quita su imagen y se lo in-forma y se lo transforma en imagen dentro de la uniformidad divina, en la cual es uno con Dios. Todo esto lo posee el hombre por la permanencia dentro (de Él)4. Ahora bien, prestad atención al fruto que da el hombre en ese caso. Es el siguiente: cuando es uno con Dios, produce junto con Dios a todas las criaturas y trae la bienaventuranza a todas las criaturas en la medida en que es uno con Él. SERMONES: SERMÓN XL 3

Hoy, estando en camino para aquí, medité sobre cómo podría predicaros tan inteligiblemente que me comprendierais bien. Entonces se me ocurrió un símil y si lo comprendierais bien, comprenderíais el sentido en que pienso y la esencia de todos mis pensamientos sobre la cual he predicado desde siempre. Y el símil tenía que ver con mi ojo y con el madero: Cuando mi ojo se abre, es un ojo; cuando está cerrado es el mismo ojo, y a causa de la vista, el madero no gana ni pierde nada. ¡Ahora comprendedme bien! Si sucede, empero, que mi ojo es uno y simple en sí mismo y, una vez abierto, fija la vista en el madero, cada uno de ellos sigue siendo lo que es y, sin embargo, en el proceso visual ambos se hacen una sola cosa de modo que se puede decir en verdad: Ojo-madero, y el madero es mi ojo. Mas, si el madero fuera incorpóreo y puramente espiritual como la vista de mis ojos, se podría decir, con toda verdad, que en el procedimiento de mi vista el ojo y el madero se hallaban en un solo ser. Si eso es cierto con respecto a las cosas corpóreas, ¡cuánto más vale para las espirituales! Debéis saber que mi ojo tiene mucha más semejanza con el ojo de una oveja que se encuentra allende el mar y a la que nunca vi, de la que tiene mi ojo con mis oídos, con los cuales comparte la unidad del ser; y esto se debe al hecho de que el ojo de la oveja tiene la misma actuación que tiene, también, mi ojo; y por ello les atribuyo más solidaridad en su actuación que a mis ojos y mis oídos, ya que estos se hallan separados en sus procedimientos. SERMONES: SERMÓN XLVIII 3

A veces he hablado de una luz sita en el alma, que es increada y no creable. En mis prédicas siempre acostumbro a referirme a esa luz, y Dios recibe esa misma luz sin medio ni velo y desnudo tal como Él es en sí mismo; se trata de una acogida en el proceso del engendramiento. Entonces puedo decir de veras que esa luz tiene más unidad con Dios de la que tiene con cualquier potencia (del alma) con la cual es, sin embargo, una en la esencia. Porque debéis saber que esa luz no es más noble en la esencia de mi alma que la potencia más baja o más burda, como son el oído, o la vista u otras potencias susceptibles de sufrir hambre o sed, frío o calor; y esto se debe al hecho de que la esencia es uniforme. Las potencias (del alma), en cuanto uno las toma dentro de la esencia, son todas las mismas e igualmente nobles; mas, cuando las potencias se toman en su actuación, una es mucho más noble e insigne que otra. SERMONES: SERMÓN XLVIII 3

Anoche pensé que todo símil no es sino una alquería. Yo no puedo ver ninguna cosa que no se me asemeje, ni puedo conocer cosa alguna que no se me asemeje. Dios abarca en sí todas las cosas de manera secreta, mas no como ésta o aquélla en su diferenciación, sino como (lo) uno en la unidad. El ojo no contiene el color, sino que recibe el color, pero no así el oído. El oído, a su vez, recibe el sonido y la lengua el gusto. Cada uno de todos ellos tiene aquello con que es uno (= perteneciente a la misma especie). Y lo que nos ocupa, (o sea), la imagen del alma y la imagen de Dios, tiene una sola esencia; allí donde somos hijos. Y aun en el caso de que yo no tuviera ni vista ni oído, tendría, sin embargo, (el) ser. Si alguien me quitara un ojo, con ello no me quitaría ni mi ser ni mi vida, porque la vida reside en el corazón. Si alguien quisiera darme un golpe en el ojo, yo interpondría rápidamente la mano y ésta recibiría el golpe. Pero, si alguien quisiera darme un golpe en el corazón, yo utilizaría todo el cuerpo para proteger este cuerpo. Si alguien quisiera cortarme la cabeza, yo interpondría rápidamente el brazo para conservar mi vida y mi ser. SERMONES: SERMÓN LI 3

El Padre, a partir de todo su poder, enuncia al Hijo y en Él a todas las cosas. Todas las criaturas son un hablar de Dios. Así como mi boca habla de Dios y lo revela, así lo hace el ser de la piedra, y por la obra se llega a conocer más que por las palabras. La obra realizada por la naturaleza suprema a causa de su poder supremo, no puede ser comprendida por la naturaleza que se halla por debajo de ella. Si obrara lo mismo, ya no se encontraría por debajo de ella: sería igual. Todas las criaturas desean imitar en sus obras el hablar de Dios. Mas, es muy modesto lo que saben revelar. Aun el hecho de que los ángeles supremos asciendan y toquen a Dios, es tan desigual en comparación con aquello que hay en Dios, como el blanco al negro. Es muy disímil lo que han recibido todas las criaturas (juntas), sin embargo, desearían expresar lo máximo de lo que son capaces. Dice el profeta: «Señor, tú dices una cosa y yo entiendo dos» (Salmo 61, 12). Cuando Dios le habla al fuero íntimo del alma, ella y Él son uno solo; mas, tan pronto como esto cae (hacia fuera), es dividido. Cuanto más ascendemos con nuestro conocimiento, tanto más somos uno en Él (el Hijo). Por ello, el Padre enuncia al Hijo todo el tiempo en la unidad y derrama en Él a todas las criaturas. Estas piden todas entrar otra vez allí de donde emanaron. Toda su vida y su ser, todo esto es un clamor y un volver corriendo hacia aquello de donde salieron. SERMONES: SERMÓN LIII 3