Ahora diré además que toda pena proviene del amor de aquello que el daño me ha quitado. Si me apena entonces el daño hecho a las cosas externas, esto es señal cierta de que amo cosas externas y amo, en verdad, (la) pena y (el) desconsuelo. Si amo y busco la pena y el desconsuelo ¿es de extrañar que me afecten las penas? Mi corazón y mi amor otorgan a la criatura la bondad que es propiedad de Dios. Me vuelvo hacia la criatura de la cual proviene, por naturaleza, desconsuelo y doy la espalda a Dios de quien emana todo consuelo. ¿Cómo puede sorprenderme, pues, que sufra penas y esté triste? De veras, es realmente imposible para Dios y todo este mundo que encuentre verdadero consuelo el hombre que lo busca en las criaturas. Mas, quien amara sólo a Dios en la criatura, y a la criatura sólo en Dios, encontraría en todas partes un consuelo verdadero y equitativo. Que baste lo dicho para la primera parte del libro. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 1
Son dos las causas porque dice «alma». Afirma un maestro: La palabra «alma» no se refiere al fondo y no toca a la naturaleza del alma. Por eso dice un maestro: Quien escribe sobre las cosas móviles, no toca ni a la naturaleza ni al fondo del alma. Quien ha de nombrar al alma según la simplicidad y pureza y desnudez, tal como es en sí misma, no puede encontrarle ningún nombre. Le dicen alma: es como cuando se llama carpintero a una persona, entonces no se lo llama ni hombre ni Enrique, ni según su ser propiamente dicho, sino que se lo llama de acuerdo con su obra. Éste es el pensamiento de Nuestro Señor (cuando dice): Quien ama al alma en la pureza, conforme con la naturaleza simple del alma, la odia con esta vestimenta (terrestre) y es su enemigo; la odia y está triste y apenado porque ella se halla tan alejada de la luz pura que ella es en sí misma. SERMONES: SERMÓN XVII 3
La máxima merced que Dios le hizo jamás al hombre fue el hecho de que se hiciera hombre. Quiero relataros un cuento que viene perfectamente al caso. Había un marido rico y una mujer rica. Luego, la mujer tuvo un accidente de modo que perdió un ojo; por eso se puso muy triste. Entonces, el marido la vino a ver y dijo: «Mujer ¿por qué estáis tan triste? No debéis entristeceros por haber perdido vuestro ojo». Ella contestó: «Señor, no me entristece el hecho de haber perdido mi ojo; me entristezco más bien porque me parece que por ello me amaréis menos». Entonces dijo él: «Mujer, yo os amo». Al poco tiempo él mismo se vació un ojo y fue a ver a la mujer y dijo: «Mujer, para que creáis ahora que os amo, me he igualado a vos; ya no tengo sino un solo ojo». Lo mismo sucede con el ser humano: apenas podía creer lo mucho que lo amaba Dios hasta que Dios mismo al fin se vació un ojo y adoptó la naturaleza humana. Esto es lo que significa: «Se hizo carne» (Juan 1, 14). Nuestra Señora dijo: «¿Cómo podrá ser esto?» Entonces dijo el ángel: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti» desde el trono altísimo, desde el Padre de la luz eterna (Cfr. Lucas 1, 34 a 35 y Sabiduría 18, 15 y Santiago 1, 17). SERMONES: SERMÓN XXII 3