Ah sí, cuanto más nos pertenezcamos (a nosotros), tanto menos le pertenecemos (a Dios). El hombre que hubiera abandonado lo suyo, nunca podría echar de menos a Dios en ninguna actividad. Pero, si sucediera que el hombre diese un paso en falso o dijese palabras equivocadas o si las cosas realizadas por él resultaran mal hechas, (Dios), ya que se hallaba en el comienzo de la acción, debería cargar por obligación con el daño; (pero), en tal caso, tú no debes en absoluto abandonar tu obra. A este respecto encontramos un ejemplo en San Bernardo y en otros muchos santos. En esta vida nunca es posible librarse del todo de semejantes percances. Mas no se debe rechazar el noble trigo porque, de vez en cuando, cae neguilla por entre ese trigo. De veras, quien estuviera bien intencionado y poseyera un buen entendimiento de Dios, a ese hombre todos esos sufrimientos y percances le resultarían una gran bendición. Pues, a los buenos todas las cosas les redundan en bien, como dice San Pablo (cfr. Romanos 8, 28), y como manifiesta San Agustín: «Ah sí, incluso los pecados». TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 11.
Con referencia a ello pregunto ahora ¿ cuál es el objeto del desasimiento puro? Contesto como sigue, diciendo que ni esto ni aquello constituye el objeto del desasimiento puro. (Porque) éste se yergue sobre la nada desnuda y te diré por qué es así: El desasimiento puro está situado sobre lo más elevado. Se yergue pues, sobre lo más elevado aquel en que Dios puede obrar de acuerdo con toda su voluntad. Resulta, empero, que Dios no puede obrar en todos los corazones según su entera voluntad porque Dios, si bien es todopoderoso, no puede obrar sino en la medida en que encuentra o crea una predisposición. Y digo «o crea» a causa de San Pablo porque en él no encontró la predisposición, pero lo preparó mediante la infusión de la gracia. Por eso digo: Dios obra en la medida en que halla predisposición. Su operación es distinta en el hombre y en la piedra. Para ello encontramos un símil en la naturaleza: Cuando se hace fuego en un horno y se coloca adentro una masa de avena y una de cebada y una de centeno y una de trigo, no hay más que un solo calor en el horno y, sin embargo, aquél no opera del mismo modo en las masas, porque una llega a ser pan blanco, la otra se vuelve más morena y la tercera más negra aún. Y la culpa de ello no la tiene el calor sino la masa porque es distinta. Igualmente, Dios no opera del mismo modo en todos los corazones, sino que obra según la disposición y susceptibilidad que halla. Pues bien, en el corazón en el que hay «esto» y «aquello», puede haber algo en «esto» o «aquello» a causa de lo cual Dios no puede obrar de la manera más elevada. Por ello, si el corazón ha de tener una disposición para lo más elevado, tiene que estar situado sobre la nada desnuda, y en esto reside también la mayor posibilidad que pueda haber. Dado que el corazón desasido se halla sobre lo más elevado, ha de ser sobre la nada porque en ésta se contiene la mayor susceptibilidad. Toma para ello un símil de la naturaleza. Si quiero escribir sobre una tabla de cera, no puede haber nada escrito en la tabla, no importa lo noble que sea, sin que ello me impida que yo escriba sobre dicha (tabla); y si quiero escribir, no obstante, tengo que tachar y anular todo cuanto esté escrito en la tabla, y ésta nunca se me presta tanto para escribir como cuando no hay en ella nada escrito. Del mismo modo: si Dios ha de escribir en mi corazón de la manera más elevada, tiene que salir del corazón todo cuanto se llama «esto» y «aquello», así son las cosas con el corazón desasido. Por eso, Dios puede obrar en él del modo más elevado y según su voluntad altísima: De ahí que el objeto del corazón desasido no es ni «esto» ni «aquello». TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3
Si alguien me preguntara: ¿Por qué rezamos, por qué ayunamos, por qué hacemos todas nuestras obras, por qué somos bautizados, por qué se hizo hombre Dios, lo cual fue (el hecho) más sublime?, yo diría: A fin de que Dios naciera en el alma y el alma naciera en Dios. Por esta razón se escribió toda la Escritura, por ello creó Dios el mundo y toda la naturaleza angelical: para que Dios naciera en el alma y el alma naciera en Dios. La naturaleza de cualquier grano tiene el trigo por objeto, y la naturaleza de todo tesoro tiene el oro por objeto, y todo alumbramiento tiene el ser humano por objeto. Por ello dice un maestro: No se encuentra ningún animal que no tenga algo en común con el hombre. SERMONES: SERMÓN XXXVIII 3
Tomamos del Evangelio tres pasajes; sobre ellos quiero predicaros. El primero reza: «Bienaventurado es aquel que escucha y guarda la palabra de Dios». El otro dice: «Si el grano de trigo no cae a tierra y no muere allí, queda solo. Pero, si cae a tierra y muere allí, produce cien veces más fruto» (Juan 12, 24 ss.). El tercero (se refiere a) que Cristo dijo: «Entre los hijos nacidos de mujer, nadie es mayor que Juan Bautista» (Cfr. Mateo 11, 11). Por de pronto paso por alto los dos últimos (pasajes) y hablo del primero. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
Ahora me voy a referir a la segunda sentencia pronunciada por Nuestro Señor: «Si el grano de trigo no cae a tierra y no muere allí, queda solo y no produce fruto. Pero, si cae a tierra y muere allí, produce cien veces más fruto». «Cien veces», dicho con significado espiritual, equivale a innumerables frutos. Pero ¿qué es el grano de trigo que cae a tierra, y qué es la tierra a la cual ha de caer? Este grano de trigo – según expondré ahora – es el espíritu al que se llama o se dice alma humana, y la tierra a la cual ha de caer, es la muy bendita humanidad de Jesucristo; porque ésta es el campo más noble que haya sido creado jamás de tierra o preparado para cualquier fecundidad. A este campo lo han preparado el mismo Padre y este mismo Verbo y el Espíritu Santo. Ea, ¿cuál era el fruto de este precioso campo de la humanidad de Jesucristo? Era su alma noble, desde el momento en que sucedió que, por la voluntad divina y el poder del Espíritu Santo, la noble humanidad y el noble cuerpo fueron formados en el seno de Nuestra Señora para la salvación de los hombres, y que fue creada el alma noble, de modo que el cuerpo y el alma en un solo instante fueron unidos con el Verbo eterno. Esta unión se hizo tan rápida y verdaderamente que, tan pronto como el cuerpo y el alma se enteraron de que Él (Cristo) estaba, en ese mismo momento Él se comprendió como naturalezas humana y divina unidas, (como) Dios verdadero y hombre verdadero, un solo Cristo que es Dios. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
¡Ahora fijaos en el modo de su fecundidad! Por esta vez llamo a su alma noble un grano de trigo que (caído) a la tierra de su noble humanidad, pereció por (el) sufrimiento y (la) acción, por (la) aflicción y (la) muerte, según dijo Él mismo, cuando debía padecer, con estas palabras: «Mi alma está entristecida hasta la muerte» (Mateo 26, 38; Marcos 14, 34). Entonces no se refirió a su noble alma según la manera como ella contempla de modo cognoscitivo el bien supremo, con el cual se halla unido en la persona y (que) es Él mismo según la unión y según la persona: este (bien) lo contemplaba sin cesar con su potencia suprema en medio del sufrimiento máximo, tan de cerca y exactamente como lo hace ahora; ahí adentro no podía caer ninguna tristeza ni pena ni muerte. Verdaderamente es así, porque en momentos en los que el cuerpo moría atrozmente en la cruz, su noble espíritu vivía en tal presencia (= la contemplación del bien supremo). Pero, en la medida en que el noble espíritu se hallaba racionalmente unido a los sentidos y a la vida del santo cuerpo, hasta ese punto Nuestro Señor llamaba alma a su espíritu creado, por cuanto le daba vida al cuerpo y estaba unida con los sentidos y la facultad intelectual. En ese aspecto (y) hasta ese punto su alma «estaba entristecida hasta la muerte» junto con el cuerpo, porque el cuerpo debía morir. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
Ahora diré, pues, de esta destrucción que el grano de trigo, su noble alma, pereció en el cuerpo de dos maneras. Primero – según dije antes -, el alma noble junto con el Verbo eterno tenía una contemplación cognoscitiva de toda la naturaleza divina. A partir del primer momento en que Él (= el Cristo de cuerpo y alma) fue creado y unido (con su naturaleza divina), ella (= el alma de Cristo) pereció en la tierra, en el cuerpo, de modo que ya no tenía nada que ver con él (es decir, con su cuerpo), fuera de estar unida a él y de vivir (con él). Pero su vida, (si bien) se realizaba con el cuerpo, (se hallaba) por encima del cuerpo en Dios, inmediatamente, sin impedimento alguno. De tal manera pereció en la tierra, en el cuerpo, de modo que ya nada tenía que ver con éste, fuera de estar unida a el. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
La otra manera de su destrucción en la tierra, en el cuerpo, acaeció – según dije antes – cuando dio vida al cuerpo y se hallaba relacionada con los sentidos, entonces estaba junto al cuerpo cargada de trabajos y penas y molestias y angustias «hasta la muerte», de modo que ella junto al cuerpo y el cuerpo junto a ella – de acuerdo con esa manera – nunca consiguieron descanso ni comodidad ni satisfacción sin caducidad, mientras el cuerpo era mortal. Y ésa es la otra manera por la cual el grano de trigo, el alma noble, pereció así en cuanto a comodidad y descanso. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
Ahora ¡fijaos en el fruto céntuplo e innumerable de este grano de trigo! El primer fruto consiste en que ha dado loa y gloria al Padre y a toda la naturaleza divina por el hecho de que Él, con sus potencias superiores, no se apartó, ni por un momento ni por un punto (de la contemplación del bien supremo), por causa de todo cuanto debía realizar la facultad intelectual ni por todo cuanto tenía que sufrir el cuerpo: así (y) a pesar de todo, seguía contemplando sin cesar a la divinidad con ininterrumpida loa, otra vez engendrada, de la dominación paterna. Esta es una de las maneras de la fecundidad del grano de trigo desde la tierra de su noble humanidad. La otra manera es la siguiente: todo el sufrimiento fecundo de su santa humanidad, que soportó en esta vida por el hambre, la sed, el calor, los vientos, las lluvias, los granizos, la nieve, por muchas penas y además, por su muerte amarga, todo esto lo ofrendó para honrar al Padre divino. Esto redunda en gloria para Él mismo y en fecundidad para todas las criaturas que, con su gracia (= la de Cristo), quieren imitarlo en su vida (poniendo) todos sus esfuerzos. Mirad, ésta es la otra fecundidad de su santa humanidad y del grano de trigo (que es) su alma noble, la cual en esa (condición) se ha hecho fértil para gloria de Él mismo y para (la) bienaventuranza de la naturaleza humana. Ahora acabáis de escuchar cómo el alma noble de Nuestro Señor Jesucristo se ha vuelto fecunda en su santa humanidad. Habéis de observar además, cómo también el hombre ha de llegar a esta (meta). Aquel hombre que intenta arrojar su alma, o sea el grano de trigo, al campo de la humanidad de Jesucristo, para que perezca ahí y se vuelva fecunda, también debe perecer de dos modos. Un modo tiene que ser corpóreo, el otro espiritual. Al corpóreo hay que interpretarlo como sigue: cuanto sufre a causa del hambre, de la sed, del frío, del calor y de que se lo desprecie y (tenga que soportar) muchos sufrimientos inmerecidos, cualquiera que sea la forma en que Dios lo disponga, (todo) esto lo habrá de aceptar de buen grado, alegremente, justo como si Dios no lo hubiera creado para nada que no fuese padecimiento e infortunio y trabajo, y no habrá de buscar y apetecer en ello cosa alguna para sí mismo, ni en el cielo ni en la tierra, y todo su sufrimiento le tendrá que parecer poco, como una gota de agua en comparación con el mar embravecido. Debes considerar tu sufrimiento así de pequeño frente al gran padecimiento de Jesucristo. De esta manera se vuelve fecundo el grano de trigo, (o sea) tu alma, en el noble campo de la humanidad de Jesucristo, y perece en él de forma tal que se abandona totalmente a sí mismo. Éste es el primero de los modos, (propio) de la fecundidad del grano de trigo que ha caído al campo y a la tierra de la humanidad de Jesucristo. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
¡Ahora fijaos en el otro modo (propio) de la fecundidad del espíritu, (o sea) el grano de trigo! Es el siguiente: toda el hambre espiritual y la amargura, en las que lo sumerge Dios, lo habrá de soportar todo pacientemente; y aun cuando hace todo cuanto es capaz de hacer interior y exteriormente, no debe apetecer nada en recompensa. Y si Dios quisiera aniquilarlo o arrojarlo al infierno, no debería querer ni desear que Dios lo conservara en su ser o que lo librase del infierno, sino que debe dejar que Dios haga con él todo cuanto Él quiere o como si tú ni siquiera existieras: Dios ha de ser tan poderoso en todo cuanto eres tú, como en su propia naturaleza increada. Otra cosa más debes tener. Esto es: en el caso de que Dios te librara de la pobreza interior y te donara riqueza íntima y mercedes y te uniera con Él mismo en un grado tan alto como es capaz de experimentarlo tu alma, entonces deberías mantenerte tan libre de la riqueza y rendirle honor sólo a Dios, tal como tu alma se mantuvo libre cuando Dios la creó como algo desde la nada. Esta es la otra forma de la fecundidad que el grano de trigo, (o sea) el alma, ha recibido de la tierra (que es) la humanidad de Jesucristo, la que se mantuvo libre, por alta (que fuera) su fruición (del sumo bien), como dijo Él mismo en contra de los fariseos: «Si buscara mi gloria, mi gloria no sería nada; busco la gloria de mi Padre que me ha enviado» (Cfr. Juan 8, 54 y 50). SERMONES: SERMÓN XLIX 3
Hace muchos años, yo no existía aún: un poco más tarde mi padre y mi madre comieron carne y pan y verduras que crecían en el jardín, y con ello me hice hombre. En esto, mi padre y mi madre no podían colaborar sino que Dios hizo mi cuerpo sin mediación y creó mi alma de acuerdo con el Altísimo. Ahí llegué a poseer mi vida (possedi me). Este grano tiende a ser centeno; aquél tiene en su naturaleza (la disposición de) hacerse trigo; por eso no descansa hasta obtener justamente esa misma naturaleza. El grano de trigo contiene en su naturaleza (la disposición de) poder ser todas las cosas; por lo tanto paga el precio y se entrega a la muerte para llegar a ser todas las cosas. Y ese metal, que es cobre, tiene en su naturaleza (la disposición de) poder llegar a ser plata, y la plata (a su vez) tiene en su naturaleza (la disposición de) poder llegar a ser oro, por eso no descansa nunca hasta que obtenga justamente esa naturaleza. Ah sí, esta madera tiene en su naturaleza (la disposición de) poder llegar a ser piedra; digo más aún: Hasta será capaz de convertirse en todas las cosas; se entrega al fuego y se deja quemar para ser transformada en la naturaleza del fuego y se hace una con lo uno, y tiene eternamente un solo ser. Ah sí, (la) madera y (la) piedra y (los) huesos y todas las hierbecillas, allí en el comienzo primigenio, fueron todos y cada uno una sola cosa. Si esta naturaleza (terrestre) procede así, ¡qué no hará aquella naturaleza que está toda desnuda en sí misma, que no busca ni esto ni aquello, sino que, por el contrario, crece más allá de todo lo demás y va corriendo hacia la pureza primigenia! SERMONES: SERMÓN LI 3