Transfiguração [AOCG]

ANTONIO ORBE — CRISTOLOGIA GNÓSTICA

A TRANSFIGURAÇÃO

  • 1. Preliminares
  • 2. Exegese valentiniana: Testemunhos do mistério
  • 3. Aos seis dias
  • 4. A voz do céu
  • 5. O resplendor
    • a) Elemento externo
    • b) Elemento interno
  • 6. Medida do conhecimento
  • 7. Tabor e Jordão
  • 8. «Excerpta ex Theodoto»
  • 9. Conclusão

    Comúnmente, el misterio suele situarse en el Tabor. Declarado por los sinópticos, se impone a la consideración de todos. Le recomiendan de modo particular las analogías con el bautismo del Jordán y con la resurrección de Jesús. En la transfiguración se repite la voz del Padre sobre el Hijo y se adelanta, en paradigma, la gloria del cuerpo resucitado del Salvador.

Sobre el misterio según Marción habíamos tratado antes de ahora (v. PARÁBOLAS EVANGÉLICAS EM SÃO IRINEU.

Discutimos aquí la lectura (synestesan auto: Lc 9,30) adoptada por el hereje para eliminar el coloquio de Jesús con Moisés y Elias, peligrosamente favorable a la comunión de ambos Testamentos.

Es natural que los gnósticos se hayan complacido en la transfiguración. Si preguntara alguien qué sesgo le habrían dado, no sería difícil señalar a priori estos o parecidos puntos: a) Jesús abandona el cuerpo carnal para revelarse a los discípulos en su forma Dei, como gnosis personal del Padre; b) la voz del Padre ratifica lo mismo; la apariencia carnal, efímera, encubre la persona del Hijo, tal como — a raíz de la resurrección y ascensión — subirá al Padre; c) los cinco testigos del misterio, levantados transitoriamente al conocimiento «salvífico» de Jesús, contemplan al Unigénito en la forma y claridad divina que personalmente le conviene; d) Moisés y Elias, figuras representativas de los criptopneumáticos del AT, se suman a los tres discípulos, representantes, asimismo, de los «espirituales» del NT, para el conocimiento de Dios; arrumbando como economía de ignorancia la Ley y los Profetas y profesando como única dispensación de salud el Evangelio del Padre, dado a conocer en la persona del Salvador. Esto a priori.

Tan obvias consideraciones se estrellan, no obstante, con las noticias legadas por la gnosis heterodoxa en torno a la transfiguración. Y no por incompatibilidad con ellas. Los herejes eran desconcertantes. Su exégesis tenía infinitos registros. Y esta vez sacrifican los motivos genéricos, tal vez por demasiado ingenuos, o los diluyen en indicaciones marginales (entre los Acta Petri, Acta Iohannis, Acta Thomae, Apocalypsis Petri…) sin particular trascendencia, para fijarse en caprichosos juegos numéricos de tecnicismo ambiguo. Y es lo curioso que el alejandrino Clemente hace eco a la exégesis aritmética del valentiniano Marcos sin recelar de ella ni ofrecernos la clave para su intelección.

Entre los «motivos» genéricos testimoniados en multitud de noticias fragmentarias, figura la trascendencia de la doxa, o resplandor de Jesús, y la incapacidad de la humana carne para contemplarla. A semejante ‘motivo’ no responde, en suficiente medida, el tema específico, de tónica heterodoxa, que habría podido caracterizarlo. La exégesis valentiniana omite pronunciarse sobre si la doxa afectaba a la persona escueta del Hijo o se extendía a la carne de Jesús; y si los testigos la contemplaron en carne «potenciada» en orden a la visión, o más bien, en éxtasis, fuera de carne (y aun psique), en solo pneuma «iluminado ad hoc».

Marcos valentiniano escribe para iniciados. Y lo mismo, prácticamente, el Stromateus. En torno a la voz del Padre ocurre otro tanto. ¿Es una condenación abierta — en línea marcionita — de la Ley y Profetas, o el refrendo oficial de su común orientación hacia el Salvador, «gnosis del Padre»?

Fuera de los escritos valentinianos, adquiere algún relieve la «nube luminosa». Motivo no demasiado característico de la transfiguración, introduce por caminos insospechados al mundo de las figuras o profecías del misterio en el AT. Al menos, según noticias perdidas en el Apocryphon Iohannis y el tratado sin título (UW). La presencia de la nube de luz, lugar de refugio para Noé y los suyos, orientada hacia su antitipo del Tabor, descubre la verdadera economía del Maestro. Jesús no es simplemente el Mesías, hijo de Yahvé, sino el Hijo unigénito, en quien Dios se revela a los discípulos. San Ireneo recoge a contrario la teología eclesiástica de la nube: la nube luminosa no se reveló a los hijos de la luz para sacarles de ignorancia y sellarles con el don inalienable de la gnosis, Vida de Dios — según tesis sectaria — ; sino que, al igual de la «Virtus Altissimi» (de Lc 1,35), actuó vigorosamente sobre la carne de los discípulos (a que se suman Moisés y Elias) para que vieran, sin peligro de muerte, la gloria del Hijo de Dios.

Tocante a los valentinianos, resulta inútil mendigar, a propósito del gran misterio, los temas fuertes de la familia heterodoxa: la relación entre la transfiguración y la resurrección de Jesús; la psicología de la Gnosis, como theoria gratuitamente provocada en el pneuma (fuera de carne, para Moisés y Elias, o en carne, para los tres discípulos). Decepciona en tal sentido el resultado. Tal vez ganaría la exégesis si constara del carácter valentiniano de los Excerpta ex Theodoto 4-5, donde al sibilino lenguaje aritmético sustituye un vocabulario y temática normales. Mas no consta. Ortodoxos y heterodoxos testimoniarían una común tradición, legible por igual en clave eclesiástica y valentiniana.

Hay que recurrir, pues, a doctrinas prefabricadas, a premisas aplicables a todos los misterios de la vida de Jesús, para entender el misterio del Tabor. Las exégesis directas, no obstante su indumentaria aritmética y sibilina, dicen muy poco a quien se sitúe en terreno de nadie, o dicen demasiado a quien conozca los meandros heterodoxos.

Tal vez haya que detenerse aquí. No en la idea que los gnósticos se formaron de la transfiguración, sino en la habilidad con que supieron encubrirla ante los profanos, jugando con los números doctrinalmente más densos (el 4, el 6, el 7 y el 8), a propósito de la persona, componentes y epifanía de Jesús.