Uno a veces se asombra al constatar las paradojas que se presentan en relación con la Virgen; por una parte, la Iglesia le concede oficialmente un lugar considerable en su liturgia y existe toda una «literatura» religiosa que se consagra a ella; por el contrario, en la teología dogmática, la «mariología» ocupa un lugar ínfimo, mientras que existe una «cristología» fundada en los escritos de San Pablo y sólidamente estructurada gracias a una metafísica de origen griego. Otra paradoja: los fieles manifiestan «colectivamente» formas de devoción marial importantes y numerosas (cofradías, legiones, peregrinaciones, etc.) justificadas por lo demás por apariciones o milagros reconocidos oficialmente por la Iglesia, pero por el contrario, en el orden individual, muchos fieles parecen manifestar con relación a la Virgen una indiferencia y una incomprensión sorprendentes, ya que no saben como situarla en su devoción personal, mientras que grandes santos como San Bernardo y tantos otros, le han otorgado un lugar eminente. Se puede además añadir que los Protestantes la han rechazado por completo y que los ortodoxos le dan un lugar importante en su liturgia y en su iconografía, pero le niegan ciertos privilegios como la Inmaculada Concepción. 45 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA VIRGEN
Aunque el ser primero posee una potencia, no es sin embargo la potencia en su pureza, pues contiene también un determinante, mientras que la primera potencia es sólo infinitud. Las potencias infinitas, en efecto, son infinitas por la comunicación de la infinitud. Por lo tanto anterior a todas las potencias será la infinitud en su pureza subsistente, y por ella el ser tiene una potencia infinita y todos los seres participan en la infinitud. Ésta, es efecto, no es ni lo primero, lo que es la norma de todos los seres, puesto que es el bien y lo uno, ni el ser, que es infinito, pero no la infinitud. Está pues entre lo primero y el ser y es la causa de todos los seres infinitos en potencia y de toda la infinitud que se encuentra en los seres. (Proclo, Elementos de teología, 92) 106 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA VIRGEN
En la procesion de Inteligencia por la cual el Padre (Sat) engendra al Hijo (Chit), el Padre no conoce ningún «objeto»: «Tu no puedes conocer a Aquel que hace conocer lo que es conocido, y que es su Si mismo en todas las cosas. Lo mismo que Dios mismo no conoce aquello que él es, porque El no es ningún “esto”» [NA: Comienzo del Brhad Aranyaka Upanisad, III, 4,2.]. Dios (Sat) es conocimiento Puro y Absoluto (Chit), conocimiento de “nada”. Por eso mismo, este conocimiento se identifica a la Ignorancia (la Docta ignorancia) que no es otra que Mâyâ. Esta última, en tanto que Shakti [NA: La potencia de manifestación de Brahman (ver nota 17), la Omni-Posibilidad u Omni-Potencia divina. Ver también Mâyâ] de Brahma [NA: Nombre neutro que designa el Principio supremo en la metafísica del Vedanta (el punto de vista más elevado de la doctrina hindú, es decir el que llega a la metafísica pura, Shankara (nota 11) es su doctor más eminente).], no es otra que la Omni-Posibilidad, la Omni-Potencia, la Voluntad, el Amor puro y Absoluto, el Espíritu Santo, que procede así del Padre (y del Hijo) por modo de Voluntad, y que es también Beatitud (Ananda). Es en este contexto donde se sitúa entonces el misterio o el «milagro» de la Existencia, bajo cualquier modo que sea, desde el instante que ese modo está devuelto a su Principio, del cual no está separado más que ilusoriamente. No es en vano que la teología enseña que Dios ha creado el mundo por amor, pero no por «amor al mundo» que no tiene mas que una existencia ilusoria (el juego de Mâyâ), y que no existe mas que para permitir al Uno sin segundo afirmar que todo otro «diferente de El» no existe. [NA: L. Shaya, La Doctrina sufí de la Unidad.] 220 Abbé Henri Stéphane: INTERPRETACIÓN METAFÍSICA DE LA TRINIDAD
La concepción clásica, que distingue dos elementos constitutivos en el hombre, el cuerpo y el alma, es suficiente en teología, cuando se ve desde el objetivo esencial de la religión es que el de la «salvación». No habría, sin embargo, que olvidar que el catecismo más elemental enseña que Dios ha creado dos clases de seres: los ángeles y los hombres, y que los primeros intervienen numerosas veces en la economía de la salvación, incluso cuando se trata de la salvación individual, según la doctrina tradicional de los «Angeles guardianes». 576 Abbé Henri Stéphane: ESPÍRITU, ALMA, CUERPO
No nos entretendremos en discutir la ideología «moralista» que otorga a las acciones humanas un «valor en si»; la idolatría del trabajo, del progreso técnico, del progreso social, etc. tiende a sustituir la Religión verdadera, por una seudo-religión, y la estupidez de todas esas formas de «idealismo» aparece con tal evidencia que no habría lugar para mencionarlas todavía más, si no fuera porque otra forma más sutil de idealismo no hubiera intentado una especie de compromiso o de conciliación entre la Religión y el «humanismo» precedente. En otras palabras, existen actualmente dos formas de «humanismo» que tienden a acaparar las almas: un «humanismo ateo» que, haciendo tabla RASA de todo lo «sobrenatural», no puede evidentemente dar valor más que a lo que es humano, y un «humanismo teista» que, mirando al mundo como la obra de Dios, le otorga así un «valor en si» no difiriendo en nada de la concepción puramente materialista del humanismo ateo. El hombre es entonces visto como cooperante con Dios en la obra creadora que, repitámoslo, es considerada como poseedora de un «valor» por si misma. A pesar de las apariencias esta forma de «idealismo materialista» no es menos ilusoria que el «idealismo materialista» al cual pretende «dar un sentido». La ambigüedad del «humanismo espiritualista» reside en el hecho de que es bien exacto que el mundo es la obre de Dios, pero es falso darle un «valor» cualquiera; en otros términos, este humanismo se basa en una verdad parcial olvidando bien otra verdad complementaria, bien una verdad esencial que se le escapa. Si es verdad que el mundo es la obra de Dios, no lo es menos que el mundo está «caído», y que es el «reino de Satán»; si no se mantienen estas dos verdades teológicas una frente a otra, se está necesariamente en el error, y esta «verdad complementaria» enseñada por la teología más corriente no debería escaparse a los adeptos del «humanismo espiritualista». En cuanto a la «verdad esencial» que es de orden metafísico, admitimos de buen grado que ella se escapa ordinariamente a la mentalidad limitada del hombre actual, y no creemos útil hablar de ella enseguida. 595 Abbé Henri Stéphane: EL SENTIDO DE LA VIDA
Añadamos que esta idea de Receptáculo o de Espejo aparece claramente en la teología católica a propósito de la Theotokos, Espejo de Justicia, Sede de la Sabiduría, Concepción Inmaculada, Receptáculo del Verbo. Hemos hablado suficientemente de ello en otros tratados. 633 Abbé Henri Stéphane: EL SENTIDO DE LA VIDA
El Logos, surgido del Silencio, se sitúa, al nivel ontológico de la Epifanía, del Símbolo, del Icono. Como consecuencia de ello, él es el Mediador que conduce a la Hipóstasis, a la «Comunión del Padre». Así, la Palabra nacida del Silencio no puede mas que volver al Silencio y conducir al Silencio: la teología mística es necesariamente apofática. El «muy teárquico Jesús» (san Dionisio) suspendido en el interior del triple círculo de las esferas celestes y sosteniéndose por su propia potencia, está en medio de los Angeles de los Arcángeles que han sido «creados en el Silencio» (Ver Paul EVDOKIMOV, L´Amour fou de Dieu, p. 38.). El es el silencio «hipostasiado», «arquetipificado», del cual el silencio del claustro o el del desierto, no es más que un reflejo lejano. Ocurre lo mismo con la Paz, con el Vacío, con la Soledad. Pero por lo mismo que el «muy teárquico Jesús» está en el centro del Pleroma, figurado por la Sinaxis de los Angeles, su Soledad es una Plenitud (Es el estado de Muni; cf. R. GUÉNON, El Hombre y su devenir según el Vedanta, cap XXIV.) comparable a el «enstasis» de las tres Hipóstasis divinas, al «Vuelo del Solitario hacia el Solitario» (Plotinio, Eneadas VI, 9-11). 694 Abbé Henri Stéphane: SILENCIO Y EXISTENCIA
La ignorancia pura y simple del «iletrado» es benigna e «inocente» al lado de las pretensiones sapienciales del hombre «cultivado» cuyo saber profano es un obstáculo a la Luz, mientras que la «virginidad mental» del iletrado (Al Angel Gabriel, la Virgen responde que ella no «conoce ningún hombre»; el Profeta responde que él es «iletrado».) puede ser una apertura a la Verdad. La ciencia profana, que no es más que un formalismo seudo-metafísico, constituye de hecho una ignorancia tanto más «monstruosa» cuanto que ella se desarrolla sobre si misma fuera de toda teología. En cuanto a la filosofía profana, es la palabrería de un ciego disertando sobre los colores. El arte y la literatura profanas no son entonces más que la expresión colectiva de una sicología reducida a los estados de consciencia o a las situaciones humanas más vulgares del hombre sumido en las tinieblas de la ignorancia más espesa y las intrigas más banales de la vida ordinaria (F. Schuon). 782 Abbé Henri Stéphane: DE LA IGNORANCIA
Ahora bien, si abro el Génesis, si mi inteligencia no está oscurecida por las elucubraciones de la ciencia o de la filosofía profana, aprendo de la teología – y no de la historia o de la ciencia – aprendo que Dios a creado el Cielo y la Tierra, que el Espíritu de Dios se movía por la superficie de las Aguas, que el hombre a sido hecho a “imagen de Dios”, que el hombre a sido creado “varón y hembra”, que mi padre se llamaba Adam y que mi madre Eva, pero que después de haber probado del Arbol de la ciencia del Bien y del Mal, todo fué puesto en duda. Si continúo leyendo la sagrada escritura – saltando hasta lo más importante – y si yo añado los comentarios de la Tradición y de los Padres, aprendo que “Adam” no era mas que la figura de Cristo, el Nuevo Adam, y que “Eva” no era mas que la figura de la Virgen María o de la Iglesia Virgen y Madre, la Nueva Eva. Aprendo también que la Nueva Eva, la Iglesia, la Sagrada Esposa, salió de la costilla del Cristo dormido en la muerte, en el momento en el que el centurión Longin atravesó con su lanza el costado del Crucificado, exactamente como Eva salió de la costilla de Adam dormido; aprendo además que el agua salida del costado de Cristo no es otra que el agua del bautismo, el agua de la “regeneración”, la misma que las Aguas del Génesis en las que se movía el Espíritu de Dios… ¡y aprendo todavía muchas más cosas! ¡Que lejos estamos del lagarto! 976 Abbé Henri Stéphane: A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN
Se podrá sin duda lamentar la ausencia de una cosmología tradicional, provocando así una especie de divorcio entre la teología y la ciencia; es en efecto lo que se produjo al final de la Edad Media, ya que los intentos de síntesis en el estilo de la Summa Teológica no han sido finalmente más que el “canto del cisne” del pensamiento medieval, y no han podido sobrevivir al huracán de la subversión moderna. Ciertos “apologistas” contemporáneos conscientes de los perjuicios de este divorcio, pero ilusionándose gravemente sobre las posibilidades de una “conciliación”, han intentado pseudo-sintesis en las cuales el crédito dado a las teorías evolucionistas de toda índole, corre el riesgo pura y simplemente de provocar el derrumbe de las verdades esenciales de la teología en beneficio de un enredo pseudo-intelectual y sentimental para uso de los “modernistas”, sin ningún beneficio verdadero para el mantenimiento de la verdad en el seno de un mundo en plena descomposición. En la coyuntura actual, nos parece preferible dejar a la ciencia evolucionar en su propio plano, con la condición expresa de que se mantenga en los límites estrechos de una “puesta en ecuación” del mundo material permitiendo las aplicaciones técnicas indispensables para la vida corporal de tres mil millones de insectos humanos, y que los sabios renuncien a toda pretensión filosófica. Es entonces esencial el mantener contra este maremoto el dique inmutable de una teología y de una metafísica al abrigo de todo comprometimiento, intentado recordar a la inteligencia, como acabamos de hacerlo a propósito del concepto de creación, las bases esenciales para el mantenimiento de la verdad en su pureza inalienable e intransigente. 1026 Abbé Henri Stéphane: A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN
Haremos por último la importante advertencia siguiente: si la metafísica tradicional es susceptible de proyectar sobre este género de cuestiones una luz incomparable, exponiendo por ejemplo las diversas posibilidades que se presentan en la evolución póstuma del ser humano, no es menos verdad, como lo decíamos al comienzo, que en razón misma de su carácter universal –o «abstracto»– la metafísica tradicional no permite conocer las diferentes posibilidades póstumas concerniendo especialmente a cada tradición, y ella corre el riesgo, para aquellos que la comprendan mal, de mantener ciertas ilusiones, como por ejemplo las de un cristiano que utilizase los métodos del «yoga» hindú con vistas a alcanzar algún «paraíso hindú» al cual su «naturaleza» de cristiano no lo destina. Es necesario, en efecto, comprender bien –conforme a la primera cita de F. Schuon dada al comienzo– que, si los estados póstumos de un individuo están más o menos determinados por la estructura de la forma tradicional correspondiente, los de un cristiano no serán cualesquiera y, en virtud de todo lo que hemos dicho, no es ni la ciencia, ni la teosofía, ni incluso la metafísica tradicional, las que pueden enseñarnoslos, no más que el comportamiento que el individuo deberá de adoptar para asegurarse las mejores condiciones póstumas que el Cristianismo es susceptible de procurarle. Es por lo tanto, en definitiva, a la Revelación cristiana y a la enseñanza tradicional de la autoridad habilitada para dar la interpretación auténtica de ello –es decir a la Iglesia– a la que habrá que dirigirse para conocer dichas condiciones póstumas y la actitud correspondiente. Sin duda estaremos tentados de decir que la doctrina oficial de la Iglesia se contenta con no dar, sobre la cuestión de los fines últimos, más que un simple «esquema» –para retomar la expresión de F. Schuon– y que, además, espíritus un poco cultivados, o que se creen «fuertes», se plantearán entonces una multitud de objeciones que podrían ser «disueltas» por la metafísica tradicional solamente; por ejemplo, la cuestión de la «eternidad del Infierno» no puede evidentemente recibir una solución aceptable más que si se es capaz de distinguir entre «perpetuidad» o «indefinidad cíclica», y «eternidad» (Para un mayor desarrollo de este punto de vista ver F. Schuon, «L’Oeil du Coeur», P. 77, y también R. Guénon, «Iniciación y realización espiritua»). Pero, de hecho, lo que importa es que el dogma de la «eternidad del Infierno» confiere a la cuasi-totalidad de los cristianos una «noción cualitativa y simbólicamente suficiente» de la causalidad cósmica que rige nuestros destinos póstumos. Ahora bien, aquí, es decir para un cristiano –e incluso un simple «bautizado» que lo haya sido a una edad en la que él no haya tomado conciencia de ello, lo que es el caso más frecuente– la «causalidad cósmica» de la que se trata es un lazo «ontológico» entre su substancia individual y un principio «metacósmico» que es Cristo y su Cuerpo Místico. En virtud de ese lazo, la «naturaleza» de un cristiano ya no es la de un «pagano», y sus destinos póstumos ya no son los mismos, en principio al menos; resulta de ello, en particular, para él una mayor facilidad de obtener la «salvación» y, como contrapartida inevitable, un mayor riesgo de «condenación». Es esto lo que explica que el Cielo y el Infierno cristianos son vistos como «perpetuos» a diferencia de los cielos y de los infiernos pasajeros del Hinduismo. Así, sin que sea necesario tener una mas amplia información sobre la «naturaleza» del Infierno, es suficiente que este aparezca como una eventualidad temible, e incluso más temible para un cristiano que para un «pagano»; pero el carácter temible de esta eventualidad aparecerá todavía mejor si nos tomamos el cuidado de recordar que la «salvación» –o su contrapartida, la «condenación»– es a la vez el resultado de la gracia divina y de la cooperación libre del hombre, es decir que se sitúa en el ámbito de la acción, por lo tanto al nivel del «ciclo terrestre» en el que la libertad humana puede ejercerse, y esta acción no es aprovechable para la salvación más que si ella es «ritualizada», normalmente por la intermediación de los sacramentos. Fuera de la economía sacramental, el cristiano, en principio al menos, corre el riesgo de la condenación. Decimos «en principio», ya que es bien evidente que el ejercicio de la libertad y el carácter «gratuito» de la gracia divina prohiben absolutamente prejuzgar sobre la «salvación» o sobre la «condenación» de tal o cual persona, y uno puede ser llevado a preguntarse en el estado actual del mundo, cual puede ser el grado de «responsabilidad» de una multitud de cristianos. Metafísicamente, se dirá que ellos no han llegado verdaderamente al «estado de hombre» para ser susceptibles de «salvación» o de «condenación»; ellos no son «hombres» más que accidentalmente (Cf. F. SCHUON, L’Oeil du Coeur.), y no se encuentran por lo tanto en un estado «central», a partir del cual solamente la posibilidad de «salvación» puede ser considerada. Son «comparables» a los animales o a los vegetales que están en los estados «periféricos», y sus estados póstumos excluyen tanto la «salvación» como la «condenación»; es lo que la teología clásica expresa poniéndolos en los «limbos»: no pueden ellos «renacer» mas que en otro estado periférico o en un «estado central» diferente que el ser humano. Pero ahí todavía es imposible prejuzgar si tal o tal individuo es verdaderamente «hombre» o entra en la categoría más arriba descrita. 1182 Abbé Henri Stéphane: Algunas Consideraciones sobre los Estados Postumos
Añadamos finalmente que, en esta perspectiva, la «salvación» aparece no solamente como el mantenimiento del ser en el estado humano, sino como una «etapa» en el proceso de realización o de actualización de la «virtualidad» del estado primordial, el cual es en si mismo el punto de partida de la «ascensión» en los estados superiores o de la realización del estado supremo e incondicionado. Si estas consideraciones no son desarrolladas en la doctrina corriente de la Iglesia, no habrá que creer que es porque no se encuentran en ella en absoluto. Es suficiente con remitirse a la teología de los Padres griegos en la que todo se relaciona con la «divinización» (theosis» del hombre visto como «imagen de Dios», lo cual es la traducción teológica de lo que acabamos de decir. No podemos soñar aquí con desarrollar todas estas consideraciones, pero ellas ponen claramente a la luz la importancia de la «salvación», como etapa normal en la realización del «hombre perfecto» y, más allá, en la «divinización» del ser humano, y además la importancia y la necesidad de actualizar esta virtualidad, conferida por el bautismo, virtualidad que puede ser perdida en tanto que la «salvación» no está asegurada. 1192 Abbé Henri Stéphane: Algunas Consideraciones sobre los Estados Postumos