Templo [AOCG]

ANTONIO ORBE — CRISTOLOGIA GNÓSTICA

A PURIFICAÇÃO DO TEMPLO

  • Preliminares
  • 1. Parte primeira: «E Jesus subiu a Jerusalém» (Jo 2,13)
    • O santuário
  • 2. Segunda parte: «E achou no templo os vendedores» (Jo 2,14)
    • a) Os habitantes do santuário
    • b) O vestíbulo e seus moradores
    • c) Os negociantes do santuário
    • Lei de justiça e lei de graça
  • 3. Terceira parte: «E havendo feito un açoite de cordas» (Jo 2,15)
    • a) O açoite
    • b) Paradigma e eficácia do açoite
    • c) O açoite e o cabo
    • d) O zelo que consome
  • 4. Consideração final

    Los heterodoxos han hecho exégesis bastante circunstanciada de algunos pasajes evangélicos; v.gr.: del encuentro de Jesús con la samaritana. Su simbolismo se prestaba a bonitas consideraciones.

Por creerla bastante más compleja y difícil, he preferido analizar la escena de la purificación del templo según Heracleón. Su estudio descubre el virtuosismo extremo de la exégesis valentiniana e ilumina un aspecto interesante de la eficacia salvífica de Jesús.

Grosso modo, el sentido es claro. Por su medio, Jesús indica la purificación de la iglesia de los escogidos o espirituales, contaminada — hasta su venida al mundo, a lo largo del AT — con el culto animal de Yahvé, según justicia de la Ley. Juntamente señala la revelación (resp. institución) de la única verdadera economía, fundada en la gracia, mediante el culto en Espíritu y verdad.

Tres circunstancias destaca el valentiniano (Heracleón) en su comentario: a) la subida de Jesús a Jerusalén (eis Hierosolyma); b) halla en el templo — santuario — a los vendedores; c) hace un azote de cuerdas y les echa a todos del santuario.

La subida de Jesús a Hierosolyma — nótese la forma en plural — tiene lugar en el «Hysterema», región de lo múltiple, donde, hasta la venida del Salvador, la iglesia (espiritual) vive en diáspora, contaminación e ignorancia de sí. El análisis del texto dilucida el contraste entre la Ogdóada (resp. Jerusalén celeste) y la economía hebdomadaria, anterior a Cristo; entre el santuario espiritual y su imagen «psíquica» (hebrea).

Igual interés despierta la segunda circunstancia: la gente que el Salvador encuentra en el santuario (= sancta sanctorum), a que sólo podía entrar el sumo sacerdote judío. Son los vendedores, mercaderes, cambistas: símbolo de los espirituales en régimen hebreo, dominados por la justicia de la Ley e ignorantes de la ley de gracia. El simbolismo había de tener larga historia. La purificación no afecta a individuos «psíquicos», atrevidamente metidos en el santuario, sino a «espirituales» — de linaje sumisacerdotal — , legítimamente instalados en el «sancta sanctorum», pero que — ignorantes de su propia dignidad — viven iudaice, en régimen de justicia, según Ley, en la creencia de rendir culto al verdadero Dios. El error básico — la manera de comportarse como los judíos — se manifiesta en su ignorancia absoluta del régimen de gracia. El culto de Dios no es venal ni accesible a todos a cambio de buenas obras. Así creían los hebreos, y así continúan creyendo prácticamente los eclesiásticos, haciendo asequible a todos la salud por la vista del Padre. Jesús purifica el santuario, desterrando no a los espirituales, sino «lo animal» (resp. criterios de ignorancia) asimilado por ellos a lo largo del AT. Purificados de las creencias vinculadas al régimen de Yahvé, dejan de ser mercaderes y se disponen al culto de gracia, en Espíritu y verdad, característico del Padre.

Consustanciales con el Salvador y de su mismo linaje sacerdotal, inician, a raíz de la eficacia salvífica de Jesús, la vida que les corresponde: sin negociar, por un lado, con la salud, ni creerse obligados a ganar, mediante obras, la beatitud a que Dios gratuitamente les llama. Abandonado el régimen de Yahvé, con la noticia del verdadero Dios, su Padre, olvidan la Ley de justicia, y expulsan de sí — como enfermedad parásita — los criterios con que venían gobernándose y haciendo prosélitos entre los demás.

El flagelo ocupa un puesto relevante en la exégesis. Jesús lo hizo por cuenta propia, uniendo cuerdas de sustancia pura — vegetal, no animal (no de cuero) — a un mango de madera, símbolo de la cruz. El gnóstico descubre dos misterios: la «autoencarnación» del Salvador, que no abandona al demiurgo Yahvé (ni a sus arcontes) la tarea de formar el cuerpo destinado a la cruz, sino que la asume personalmente, plasmando un soma no — material, de índole «racional psíquica». Aunque para esto se sirva de Yahvé, siempre dentro de una economía de milagro, superior a la vulgar plasis uterina. El Salvador hace así, para sus fines, el instrumento sensible, idóneo para la salud del hombre. Y añade Heracleón la noticia complementaria: une el cuerpo «puro» por El fabricado (en el seno virginal) al leño de la cruz. La encarnación se orienta hacia la cruz. El instrumento decisivo de la salud será Cristo crucificado (y muerto). Por su medio, el Hijo triunfa de la ignorancia (resp. pecado) del AT y purifica a la iglesia de los espirituales de las impurezas que arrastraba bajo la Ley de Moisés. A raíz de la muerte en cruz, el Salvador entrará, único Sacerdote Sumo, en el santuario celeste (resp. Pleroma); mas, al purificar a los espirituales de los criterios (de ignorancia) en que vivían, los dispondrá a entrar en la propia familia «sumisacerdotal», hechos «como los ángeles» (espirituales), con quienes hacen unidad.

La escena sirve a los valentinianos (itálicos) para contrastar vigorosamente las dos dispensaciones cultuales del Antiguo y Nuevo Testamento.

Al margen del tema central, acentúase la eficacia vinculada por el Salvador a su propia constitución humana y al misterio de la cruz. El sacerdocio levítico era incapaz de rendir a Dios culto verdadero. Tuvo que venir el único Mediador entre el Padre y la iglesia de los elegidos para entrar en el «sancta sanctorum», purificarlo de pecado, disponerlo al sacerdocio sumo de la Ley de gracia. El propio santuario, personalmente constituido por los espirituales ya purificados (y más tarde iluminados), pasará a ser sacerdote sumo (= linaje de sumos sacerdotes) en comunión con el Salvador. Y en la final synteleia entrará con Jesús no en el santuario de la Hierosolyma terrestre, sino en el santuario viviente, especie de Cristo total, donde se confunden sacerdocio, lugar, culto de Dios, en unidad de Espíritu.

La mayoría de los elementos de exégesis acentuados por Heracleón son comunes a otros gnósticos. El carácter no venal de la salud perfecta aparece últimamente en los Hechos de Pedro y de los doce apóstoles, en el gnóstico Apocalipsis de Pedro y en el Testamento de la Verdad. El contraste entre el sacerdocio de los hijos de Dios y el levítico del AT se halla también en el ambiente sectario del siglo II y aun en premisas paganas. La vinculación del cambio de régimen a la venida histórica de Jesús, y más en particular a la eficacia de la cruz, forma parte de la doctrina común a las familias todas heterodoxas.

Hay que venir, sin embargo, a la escuela valentiniana para polarizar buena parte de la soteriología, en torno al templo y al sacerdocio sumo, mediante una fusión espontánea del Antiguo y Nuevo Testamento.