Silouane do Monte Atos
Os três modos de oração
La oración es la creación suprema, la creación por antonomasia, y presenta por esta razón una infinita variedad de formas. Es posible distinguir, sin embargo, cierto número de ellas siguiendo la tendencia o la actitud interior de las principales facultades espirituales del hombre; los Padres de la Iglesia así lo hacen.
Estas formas corresponden a las etapas del desenvolvimiento normal del espíritu; a saber: movimiento del intelecto hacia el exterior, su retorno a sí, y su ascensión a Dios a través del hombre interior.
Este orden ternario sirvió de base a los Santos Padres para definir tres modos de oración. El primero está caracterizado por la imaginación, pues el intelecto no es aún capaz de elevarse directamente a la contemplación pura; el segundo modo, por la meditación; el tercero, por la inmersión en la contemplación. Sólo el tercer modo es correcto y fecundo al parecer de los Padres. Pero, conscientes éstos de la incapacidad humana de alcanzar la oración pura a los inicios del camino hacia Dios, consideran naturales y útiles los dos primeros a su debido tiempo. Precisan, sin embargo, que, si el hombre se limita al primer modo y persiste en cultivarlo, su oración no sólo queda estéril, sino que puede generar incluso profundos trastornos espirituales. En cuanto al segundo modo de oración, aun cuando supere comparativamente al primero, reporta también escasos frutos: no apartando al hombre de su lucha continua contra los pensamientos que le asaltan, no le libera de las pasiones y mucho menos le permite acceder a la contemplación pura. El tercer modo de oración, el más perfecto, radica en la permanencia del intelecto en el corazón; allí, el que ora, en la profundidad de su ser y libre de toda imagen, está delante de Dios en oración pura.
El primer modo de oración mantiene al hombre en su congénito estado errabundo, en su mundo ilusorio, en el dominio de la ensoñación, que es algo parecido a la “ensoñación poética»; lo divino, la realidad espiritual en general, aparece bajo diversos aspectos imagi narios y la propia vida humana concreta se va impregnando poco a poco de elementos procedentes de la vida imaginativa.
El segundo modo de oración deja el corazón y el intelecto ampliamente abiertos a la penetración de las cosas que le son exteriores. El hombre se encuentra constantemente expuesto entonces a diversas influencias extrañas cuya naturaleza no comprende con exactitud; ignorando en especial cómo estos pensamientos y combates se originan en él, se muestra incapaz ele resistir como debe al asalto de las pasiones. Recibe a veces, en el transcurso de este modo de oración, la gracia de acceder a un estado espiritualmente favorable, pero su disposición interior defectuosa le impide perseverar. Satisfecho de algunos conocimientos espirituales que ha adquirido y de su conducta relativamente correcta, se deja arrastrar por la teología especulativa; en la medida en que progresa en este camino, la lucha interior con las sutiles pasiones del alma, la vanidad y el orgullo se complican, y poco a poco la gracia se pierde imperceptiblemente. El desarrollo de este modo de oración, marcado por la concentración de la atención en el cerebro, confina a la conciencia en el nivel de la contemplación «filosófica», y ésta reduce de nuevo el intelecto a la esfera de los conceptos abstractos y a la imaginación. Este aspecto conceptual y abstracto de la actividad “imaginativa» es menos ingenuo, es cierto; menos opaco y, por lo tanto, menos alejado de la verdad que el primero.
El tercer modo de oración une el intelecto al corazón, Esta unión es, en general, el estado normal de la vida religiosa; estado deseado, buscado, recibido de lo alto. Todo creyente conoce este estado cuando ora con atención, «desde el fondo del corazón»; lo experimenta en la medida en que la compunción y la dulce presencia de Dios se apoderan de él. Las lágrimas de compunción durante la oración son un indicio cierto de la fusión del intelecto y el corazón; una señal de que la oración ha obtenido el primer lugar, el primer grado de su elevación hacia Dios; por esta razón los ascetas tienen en tanta estima a las lágrimas. Pero al hablar aquí de este tercer modo de oración tenemos en cuenta algo más grande: el intelecto, fijo por la atención en la oración, permanece en el corazón.
El efecto distintivo de este movimiento interiorizador del intelecto consiste en el cese de la actividad imaginativa y en la liberación por parte del intelecto de todas las imágenes que se le hubieran introducido. El intelecto se hace todo él ojo y oído, ve y escucha cualquier pensamiento proveniente del exterior, antes de que penetre en el corazón. El intelecto en oración no solamente impide la entrada en el corazón a los pensamientos, sino que los rechaza, poniéndose así al abrigo de cualquier complicidad con ellos; se logra paralizar de este modo la acción de las pasiones en su primer estadio, a partir del momento en el que ellas empiezan a germinar.