silencio (Eckhart)

Ahora una pregunta: ¿Cómo ha de haber una cooperación allí donde el hombre se ha despojado de sí mismo y de todas sus obras y, – según dijo San Dionisio: Habla lo más hermosamente de Dios, aquel que gracias a la plenitud de su riqueza interior es capaz de guardar el más profundo silencio sobre Él – allí, pues, donde se van hundiendo las imágenes y obras, la loa y el agradecimiento o cualquier otra obra que podamos hacer? TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 23.

Y por esta razón he dicho que el alma odia la similitud en la similitud y no la ama en sí y a causa de ella, sino que la ama a causa de lo Uno que se halla escondido en ella y es verdadero «Padre», un comienzo sin comienzo alguno, «de todos» «en el cielo y en la tierra». Y por eso digo yo: Mientras se encuentra y aparece aún una similitud entre el fuego y el leño, no hay en absoluto verdadero placer ni silencio ni descanso ni satisfacción. Y por ello dicen los maestros: El devenir del fuego se realiza en el combate, la excitación, el desasosiego y el tiempo; pero (el) nacimiento del fuego y (el) placer se realizan sin tiempo y distancia. (El) placer y (la) alegría, a nadie le parecen ni largos ni distantes. A todo cuanto acabo de decir se refiere nuestro Señor cuando dice: «La mujer, cuando da a luz al niño, siente angustia y pena y tristeza; pero cuando ha nacido el niño, se olvida de la angustia y pena» (Juan 16,21). Por eso Dios, también nos dice y advierte en el Evangelio, que roguemos al Padre para que nuestra alegría llegue a ser perfecta (Cfr. Juan 15,11), y San Felipe dijo: «Señor, haznos ver al Padre y ya nos basta» (Juan 14,8); porque Padre significa nacimiento y no similitud y se refiere a lo Uno en donde la similitud enmudece y se calla todo cuanto tiene apetito de ser. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

En segundo término saco mis conclusiones no sólo de esta palabra dicha por Dios, de que está junto al hombre en su sufrimiento, sino que deduzco de la palabra y encuentro en ella lo que digo: Si Dios está conmigo en el sufrimiento ¿qué más quiero, qué otra cosa quiero? No quiero otra cosa, no quiero nada más que Dios, siempre y cuando yo esté bien encaminado. Dice San Agustín: «Muy codicioso y poco inteligente es aquel que no se contenta con Dios», y en otra parte expresa: «¿Cómo puede el hombre contentarse con los dones exteriores o interiores de Dios, si no se contenta con Dios mismo?» Por eso, vuelve a afirmar en otro lugar: Señor, si nos rechazas de ti, danos otro tú porque no queremos nada fuera de ti. De ahí que se diga en El Libro de la Sabiduría: «Con Dios, la eterna Sabiduría, he recibido de pronto todos los bienes juntos» (Sab. 7, 11). En un determinado sentido esto significa que nada es bueno ni puede ser bueno que venga sin Dios y todo cuanto viene con Dios es bueno y solamente bueno porque viene con Dios. Sobre Dios quiero guardar silencio. Si se quitara a todas las criaturas del mundo entero el ser que otorga Dios, quedarían (hechas) una mera nada desagradable, carente de valor y aborrecible. En la palabra según la cual todo el bien viene junto con Dios, se esconden aún muchos otros significados preciosos, mas ahora resultaría demasiado largo exponerlos. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Dice Nuestro Señor: «¡Permanece parado en la puerta de la casa de Dios y pronuncia la palabra y predica la palabra!» (Jer. 7, 2). El Padre celestial dice una Palabra y la dice eternamente y en este Verbo consume todo su poderío y en esta Palabra enuncia toda su naturaleza divina y todas las criaturas. La Palabra yace escondida en el alma de modo que no se la conoce ni oye, a no ser que se le asigne un lugar en el fondo del corazón; antes no se la oye. Además, deben desaparecer todas las voces y todos los sonidos y debe haber una tranquilidad pura, un silencio. De este significado ya no quiero decir más. SERMONES: SERMÓN XIX 3

Una mujer preguntó a Nuestro Señor dónde se debía de orar. Entonces dijo Nuestro Señor: «Vendrá el tiempo y ya ha llegado en que los verdaderos adoradores han de rezar en espíritu y en verdad. Porque Dios es espíritu hay que rezar en espíritu y en verdad». (Juan 4, 23 y 24). Lo que es la Verdad misma, no lo somos nosotros; somos verdaderos, es cierto, pero hay en ello una parte de mentira. Así no son las cosas en Dios. Antes bien, el alma debe estar parada en el primigenio efluvio violento, allí donde emana y nace la Verdad, (o sea) en la «puerta de la casa de Dios», y ella (=el alma) debe pronunciar y predicar la palabra. Todo cuanto hay en el alma, tiene que hablar y decir loas, y nadie habrá de escuchar la voz. En el silencio y en la tranquilidad – como dije hace poco de los ángeles que están sentados cerca de Dios en el coro de la sabiduría y del fuego – allá Dios le habla al interior del alma y se pronuncia íntegramente dentro del alma. Allá el Padre engendra a su Hijo y siente tanto placer por el Verbo y le tiene tanto amor que nunca deja de pronunciar el Verbo, sino que lo dice en todo momento, es decir, por encima del tiempo. Viene bien a nuestras explicaciones citar: «A tu casa le conviene la santidad» y la loa y que no haya nada adentro que no te alabe. SERMONES: SERMÓN XIX 3

Él (San Juan) dice, pues: «Fue al atardecer de aquel día». Cuando el calor del mediodía se infiltra en el aire acalorándolo, luego se le agrega (aún) el calor de la tarde y el calor aumenta todavía: entonces, al atardecer, por el calor que se añade, hace más calor que nunca. De la misma manera, el año tiene también su atardecer, éste es agosto, es entonces cuando más calor hace en el año. De tal modo atardece en un alma amante de Dios. Allí hay puro silencio cuando uno está bien penetrado y totalmente inflamado por el amor divino. «Fue al atardecer de aquel día». En semejante día la mañana y el mediodía y la tarde permanecen unidos unos con otros, y nada se pierde; (pero) en el día de este tiempo la mañana y el mediodía pasan y (les) sigue el atardecer. Así no es con el día del alma; ahí (todo) sigue siendo uno. La luz natural del alma, ésta es la mañana. Cuando el alma penetra hasta lo más elevado y puro de esta luz, entrando así en la luz del ángel, entonces es de media mañana en esta luz; y así el alma sube con la luz del ángel, entrando en la luz divina, éste es el mediodía; y el alma permanece en la luz de Dios y en el silencio del descanso puro, éste es el atardecer. Es entonces cuando hace más calor en el amor divino. Ahora bien, él (San Juan) dice: «Fue el atardecer de aquel día». Este es el día en el alma. SERMONES: SERMÓN XXXV 3

(Ahora ¡presta atención! Dios nace dentro de nosotros cuando todas las potencias de nuestra alma, que antes estaban atadas y presas, llegan a ser desatadas y libres y se realiza en nuestro fuero íntimo un silencio (desprovisto) de toda intención y nuestra conciencia ya no nos recrimina; entonces el Padre engendra en nosotros a su Hijo. Cuando esto sucede, debemos preservarnos desnudos y libres de todas las imágenes y formas, tal como (es) Dios, y debemos aceptarnos tan desnudos, sin semejanza, como Dios es desnudo y libre en Él mismo. Cuando el Padre engendra en nosotros a su Hijo, conocemos al Padre junto con el Hijo, y en los dos, al Espíritu Santo y el espejo de la Santa Trinidad y en él todas las cosas, como son pura nada en Dios… Ahí no existen ni número ni cantidad. (El) ser divino no sufre ni actúa; la naturaleza, en cambio, actúa mas no sufre.)6 SERMONES: SERMÓN XXXIX 3

En el alma hay una potencia para la cual todas las cosas son igualmente dulces; ah sí, lo peor y lo mejor de todo le resultan completamente iguales a esta potencia; ella toma a todas las cosas por encima de «aquí» y «ahora». «Ahora»… esto es tiempo, y «aquí»… esto es lugar, el lugar donde me encuentro ahora. Mas, si hubiera salido enteramente de mí mismo, desasiéndome por completo, entonces ¡albricias! el Padre engendraría a su Hijo unigénito en mi espíritu con tanta pureza que el espíritu volvería a darlo a luz. Ah sí, (lo digo) con toda verdad: Si mi alma estuviera tan dispuesta como el alma de Nuestro Señor Jesucristo, el Padre obraría en mi interior tan puramente – y nada menos – como en su Hijo unigénito; porque me ama a mí con el mismo amor con el que se ama a sí mismo. San Juan dice: «Al comienzo era el Verbo y el Verbo estaba con Dios y Dios era el Verbo» (Juan 1, 1). Ea, aquel que ha de escuchar el Verbo en el Padre – allí reina gran silencio – debe estar muy tranquilo y apartado de todas las imágenes, ah sí, y de todas las formas. Ea, este hombre debería vincularse a Dios con tanta lealtad que todas las cosas juntas no fueran capaces de alegrarlo ni entristecerlo. Ha de recibir todas las cosas en Dios, tales como son en Él. SERMONES: SERMÓN XLII 3

Por eso digo: Cuando el hombre da la espalda a sí mismo y a todas las cosas creadas,… en la medida en que procedas así, serás unido y hecho feliz en la chispa del alma que nunca jamás tocó ni (al) tiempo ni (al) espacio. Esta chispa renuncia a todas las criaturas y no quiere nada fuera de Dios desnudo, tal como Él es en sí mismo. No se contenta ni con el Padre ni con el Hijo ni con el Espíritu Santo ni con las tres personas (juntas) en cuanto cada una subsiste en su peculiaridad. Digo por cierto que esa luz tampoco se contenta con la uniformidad de la índole fructífera de la naturaleza divina. Diré algo más todavía que suena más sorprendente aún: Digo por la verdad buena y eterna y perpetua que esa misma luz no se contenta con la esencia divina simple (e) inmóvil, que ni da ni recibe, más aún: ella quiere saber de dónde proviene esa esencia; quiere (penetrar) en el fondo simple, en el desierto silencioso adonde nunca echó mirada alguna la diferencia, ni (el) Padre ni (el) Hijo ni (el) Espíritu; en lo más íntimo que no es hogar para nadie. Allí esa luz se pone contenta y allí reside más entrañablemente que en sí misma, porque ese fondo constituye un silencio simple que es inmóvil en sí mismo; y esa inmovilidad mueve todas las cosas y (de ella) se reciben todas las vidas que viven (como) racionales en sí mismas. SERMONES: SERMÓN XLVIII 3

Por eso dice: «Elevó desde abajo sus ojos mirando hacia el cielo». Un maestro griego afirma que el cielo significa lo mismo que una «cabaña del sol». El cielo vierte su fuerza en el sol y en los astros, y los astros vierten su fuerza en el centro de la tierra y producen oro y piedras preciosas de modo que las piedras preciosas tienen la fuerza de sufrir efectos maravillosos. Algunas tienen fuerza de atracción para huesos y carne. Si se acercara un hombre, sería atado y no podría irse a no ser que conociese algunos ardides para librarse, Otras piedras preciosas atraen huesos y hierro. Cada piedra preciosa y (cada) hierba es una casita de los astros, la que abarca en sí una fuerza celestial. Así como el cielo vierte su fuerza en los astros, las estrellas, a su vez, la vierten en las piedras preciosas y en las hierbas y en los animales. Las hierbas son más nobles que las piedras preciosas, porque tienen vida creciente. (Las hierbas), empero, no aceptarían crecer bajo el firmamento material, a no ser que hubiera en él una fuerza racional de la que reciben su vida. Así como el ángel más bajo vierte su fuerza en el cielo y lo mueve, haciendo que gire y opere, así el cielo vierte muy secretamente su fuerza en todas las hierbas y en los animales. De ahí que cada hierba tiene una cualidad celestial y opera en su derredor al modo del cielo. Los animales se elevan más y poseen vida animal y sensible y, sin embargo, permanecen (atados) al tiempo y al espacio. Pero el alma, en su luz natural, se eleva en su parte suprema (= la chispa) por encima del tiempo y del espacio a la semejanza con la luz del ángel y con ella opera de manera cognoscitiva hasta (llegar) al cielo. Así, el alma ha de elevarse sin cesar en el obrar cognoscitivo. Allí donde halla algo de luz divina o de semejanza divina, allí ha de construir su cabaña (= permanecer) sin retirarse hasta que otra vez ascienda más. Y así se debe elevar cada vez más en la luz divina y llegar de ese modo, y junto con los ángeles del cielo, más allá de todas las «cabañas» hasta el puro (y) desnudo rostro de Dios. Por eso, dice él: «Miró al cielo y dijo: “Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti”». Sobre cómo el Padre glorifica al Hijo y cómo el Hijo glorifica al Padre, sobre esto es mejor guardar silencio que hablar; quienes deberían de hablar sobre ello, tendrían que ser ángeles. SERMONES: SERMÓN LIII 3