Resulta que un maestro pregunta si la luz divina entra fluyendo en las potencias del alma con la misma pureza que tiene en el ser (del alma), ya que ésta tiene su ser inmediatamente de Dios y las potencias fluyen inmediatamente del ser del alma. (La) luz divina es demasiado noble como para poder tener cualquier relación con las potencias; porque a todo cuanto toca y es tocado, Dios le resulta alejado y extraño. Y de ahí que las potencias, porque son tocadas y tocan, pierden su virginidad. (La) luz divina no puede alumbrar en ellas; pero es posible que se hagan susceptibles mediante el ejercicio y la purificación. A este respecto dice otro maestro que se les da a las potencias una luz que se asemeja a la (luz) interior. Se asemeja, es cierto, a la luz interior, pero no es la luz interior. Resulta pues, que esta luz les produce a ellas (las potencias) una impresión de modo que llegan a ser susceptibles de la luz interior. Otro maestro dice que todas las potencias del alma que actúan en el cuerpo, mueren con el cuerpo a excepción del conocimiento y de la voluntad: sólo éstos le quedan al alma. (Aun) cuando mueren las potencias que actúan en el cuerpo, ellas permanecen intactas en su raíz. ECKHART: SERMONES: SERMÓN X 3
«Para Isabel llegó el tiempo (de su alumbramiento) y dio a luz a un hijo. Su nombre es Juan. Entonces dijo la gente: ¿Qué maravilla llegará a ser este niño? Pues la mano de Dios está con él» (Lucas 1, 57; 63; 66). En un escrito se dice: Éste es el don máximo, que somos hijos de Dios y que Él engendra en nosotros a su Hijo (véase 1 Juan 3, 1). El alma que pretende ser hijo de Dios no debe alumbrar nada en sí, y en aquella en la que habrá de nacer el Hijo de Dios, no debe engendrarse nada más. La intención máxima de Dios consiste en engendrar. Nunca se contenta, a no ser que engendre en nosotros a su Hijo. El alma tampoco se da por satisfecha en manera alguna, si no nace en ella el Hijo de Dios. Y de ahí surge la gracia. Ahí se infunde (la) gracia. (La) gracia no obra; su devenir es su obra. Fluye desde el ser divino y fluye en el ser del alma, mas no en las potencias. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XI 3
«El Espíritu del Señor.» ¿Por qué se llama «Señor»?… A fin de que nos llene. ¿Por qué se llama «Espíritu»?… A fin de que nos una consigo. (El) señorío se conoce por tres cosas. Una consiste en que él (= el señor) es rico. Es rico aquello que lo tiene todo sin insuficiencia alguna. Soy un hombre y soy rico, pero por eso no soy otro (= segundo) hombre. Si yo fuera todos los hombres, no sería, empero, un ángel. Mas, si yo fuera ángel y hombre, no sería, sin embargo, todos los ángeles. Por eso, nada es verdaderamente rico, a excepción de Dios que mantiene encerradas en sí, con simplicidad, todas las cosas. De ahí que pueda dar en todo momento: éste es el otro aspecto de la riqueza. Dice un maestro que Dios se ofrece a todas las criaturas para que cada una tome cuanto quiera. Yo digo que Dios se me brinda como al más elevado de los ángeles, y si yo estuviera tan dispuesto como éste, recibiría lo mismo que él. Os he dicho también varias veces que Dios desde la eternidad se ha comportado como si se esforzara por hacerse agradable al alma. El tercer aspecto de la riqueza consiste en que se da sin esperar reciprocidad; pues quien da algo por alguna cosa, no es completamente rico. Por eso, la riqueza de Dios se demuestra por el hecho de que da gratuitamente todos sus dones. De ahí que dice el profeta: «Yo le dije a mi Señor: Tú eres mi Dios porque no necesitas de mis bienes» (Salmo 15, 2). Sólo Él es «Señor» y «Espíritu». Digo que es «Espíritu»: nuestra bienaventuranza consiste en que nos aúna consigo. Lo más noble que opera Dios en todas las criaturas es (el) ser. Mi padre, si bien me da mi naturaleza, no me da mi ser; a éste lo produce exclusivamente Dios. Por ello, todas las cosas que existen, tienen un placer razonable por su ser. Observad por lo tanto que – como ya he dicho en varias ocasiones sin que se me haya interpretado correctamente – Judas en el infierno no querría ser otro que en el reino de los cielos. ¿Por qué? Pues, si hubiera de ser distinto, debería aniquilarse en lo que es en esencia. Esto no puede suceder, porque (el) ser no reniega de sí mismo. El ser del alma es susceptible del influjo de la luz divina, mas no tan pura ni clara como Dios puede darla, sino en una envoltura. Es cierto que se ve la luz del sol ahí donde se irradia sobre un árbol u otra cosa, pero no se la puede aprehender dentro del (sol). Mirad, lo mismo sucede con los dones divinos; hay que medirlos según (sea) quien habrá de recibirlos y no de acuerdo con quien los da. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLVII 3
Luego dice: «Elevó desde abajo sus ojos». Un maestro afirma: «Quien fuera un vivo y supiera hacerlo, vertería agua sobre vino de tal modo que la fuerza del vino obrara en el (agua); entonces la fuerza del vino convertiría en vino el agua; y si ésta estuviera bien vertida sobre el vino (hasta) llegaría a ser mejor que el vino, pero por lo menos será tan rica como el vino. Lo mismo sucede en el alma que está bien ordenada en el fondo de la humildad, y así se eleva y es alzada hacia arriba en la fuerza divina: ella no descansa nunca, a no ser que llegue directamente hasta Dios y lo toque de-velado, y ella permanece totalmente adentro, y afuera no busca nada y tampoco está parada al lado de Dios ni con Dios, sino continua y directamente en Dios en la pureza del ser; en esto reside también el ser del alma, porque Dios es un ser acendrado. Un maestro dice: En Dios que es un ser acendrado, nada se adentra si no es también un ser acendrado. Por ello es (un) ser el alma que ha llegado directamente hasta Dios y dentro de Dios. ECKHART: SERMONES: SERMÓN LIII 3