Quiero referirme aún en detalle a otro significado de lo que es el «hombre noble». Digo: Cuando el hombre, o sea el alma, el espíritu, contempla a Dios, entonces se concibe y se conoce también como cognoscitivo, es decir, él conoce que contempla y conoce a Dios. Ahora bien, algunas personas se han imaginado – y parece muy plausible – que la flor y el núcleo de la bienaventuranza residen en (ese) conocimiento donde el espíritu conoce el hecho de conocer a Dios; pues, si yo tuviera todo el gozo imaginable sin saber que lo tenía ¿para qué me serviría y qué gozo sería para mí? Pero yo digo con toda certeza que no es así. Unicamente es verdad que el alma sin esto probablemente no sería bienaventurada, pero la bienaventuranza no reside en ello; pues lo primero en que reside la bienaventuranza es el hecho de que el alma contemple a Dios desnudo. Ahí recibe todo su ser y vida y saca todo cuanto es, del fondo divino y no sabe nada ni del saber ni del amor ni de cualquier otra cosa. Ella se sosiega entera y exclusivamente en el ser de Dios, no sabe de nada que no sea el ser y Dios. Mas, cuando sabe y conoce que contempla, conoce y ama a Dios, este hecho constituye según el orden natural un éxodo y un retorno con respecto a lo primero, porque nadie se conoce como blanco fuera de quien es realmente blanco. Por lo tanto, quien se reconoce Como blanco, se basa en el ser-blanco y construye sobre él y no saca su conocimiento inmediatamente y antes de saber el color del mismo, sino que saca el conocimiento y el saber del color de aquello que en este momento es blanco, y no toma el conocimiento exclusivamente del color en sí, antes bien, toma el conocimiento y el saber de lo teñido o de lo blanco y se conoce a sí mismo como blanco. Lo blanco es algo muy inferior y mucho más externo que el ser-blanco (o sea, la blancura). Una cosa es la pared y muy otra el fundamento sobre la cual se halla construida la pared. ECKHART: TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3
Hay un maestro llamado Avicena que dice: La nobleza del espíritu que se mantiene desasido es tan grande que cualquier cosa que vea, es verdadera y cualquier cosa que pida, le está concedida y en cualquier cosa que mande, se le debe obedecer. Y has de saber con certeza: Cuando el espíritu libre se mantiene en verdadero desasimiento, lo obliga a Dios a (acercarse) a su ser; y si fuera capaz de estar sin ninguna forma ni accidente, adoptaría el propio ser de Dios. Pero este (ser) no lo puede dar Dios a nadie fuera de Él mismo; por lo tanto, Dios no le puede hacer al espíritu desasido otra cosa que dársele Él mismo. Y el hombre que se halle así en perfecto desasimiento, será elevado a la eternidad, en forma tal que ninguna cosa perecedera lo pueda conmover, que no sienta nada que sea corpóreo, y se dice que está muerto para el mundo porque no le gusta nada que sea terrestre. A esto se refirió San Pablo cuando dijo: «Vivo y, sin embargo, no vivo; Cristo vive en mí» (Gal. 2, 20). ECKHART: TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3
Ahora podrías decir acaso: ¿Cómo sé que es o no la voluntad de Dios? Sabed pues: si no fuera la voluntad de Dios, tampoco sería. No tienes ninguna enfermedad ni otra cosa alguna sin que lo quiera Dios. Y ya que sabes que es la voluntad de Dios, debería darte tanto placer y contento, que no consideraras ninguna pena como pena; cierto, si la pena llegase al extremo máximo y tú sintieras alguna pena o sufrimiento, aun en este caso sería un error completo; pues debes aceptarlo de Dios como lo mejor de todo ya que necesariamente ha de ser lo mejor de todo para ti. Pues el ser de Dios depende de que quiere lo mejor. Por ello yo también debo quererlo y ninguna otra cosa ha de contentarme más. Si existiera una persona a la cual yo quisiera complacer con todo ahínco y si supiera con seguridad que yo a ese hombre le gustaba más con un vestido gris que con otro cualquiera por bueno que fuese, no cabe duda de que este vestido me gustaría más y lo preferiría a cualquier otro por bueno que fuera. Puesto el caso de que quisiera complacer a todos: yo haría la cosa y ninguna otra de la cual sabría que a alguien le gustaba, ya sea en palabras u obras. Pues bien ¡ahora examinaos vosotros mismos sobre cuál es el carácter de vuestro amor! Si amarais a Dios, nada podría resultaros más placentero que aquello que a Él le gustara ante todo y que su voluntad se hiciera en nosotros más que nada. Por pesados que parezcan la pena o el infortunio, si tú al sufrirlos no sientes un gran bienestar, entonces está mal. ECKHART: SERMONES: SERMÓN IV 3
«Los justos vivirán.» Por entre todas las cosas no hay nada tan querido y tan apetecible como la vida. Y, por otra parte, no hay ninguna vida tan mala ni onerosa que el hombre, pese a todo, no quiera vivir. Dice un escrito: Cuanto más cerca se halla una cosa de la muerte, tanto más apenada está. No importa lo mala que sea la vida, quiere vivir, no obstante. ¿Por qué comes? ¿Por qué duermes? Para que vivas. ¿Por qué apeteces bienes u honores? Lo sabes muy bien. Pero ¿por qué vives? Por la vida y, sin embargo, no sabes por qué vives. La vida en sí es tan apetecible que uno la apetece a causa de ella misma. Quienes están en el infierno, (sufriendo) la pena eterna, no quisieran perder su vida, ni los diablos ni las almas, porque su vida es tan noble que fluye de Dios al alma sin mediador alguno. Como fluye tan inmediatamente de Dios, por eso quieren vivir. ¿Qué es la vida? El ser de Dios es mi vida. Entonces, si mi vida es el ser de Dios, el ser de Dios ha de ser mío y la esencia primigenia de Dios mi esencia primigenia, ni más ni menos. ECKHART: SERMONES: SERMÓN VI 3
Cierto día, en un convento, dije (lo siguiente): La imagen verdadera del alma es aquella en la cual no se presenta ninguna copia de nada ni se configura cosa alguna fuera de Dios mismo. El alma tiene dos ojos, uno interior y otro exterior. El ojo interior del alma es aquel que mira adentro del ser y recibe su ser de Dios en forma completamente inmediata: ésta es la obra propia de él. El ojo exterior del alma es aquel que está dirigido hacia todas las criaturas percibiéndolas en forma de imagen y de acuerdo con su (propia) potencia. Pero aquel hombre que se ha vuelto hacia su propio interior de modo que conoce a Dios con el propio sabor y en el propio fondo de Él, semejante hombre ha sido liberado de todas las cosas creadas y está encerrado en sí mismo con el verdadero cerrador de la verdad. Según dije una vez, que Nuestro Señor en el día de Pascua de Resurrección vino a ver a sus discípulos con las puertas cerradas, así (sucede) también con ese hombre librado de toda extrañeza y de toda criaturidad: en tal hombre no entra Dios: ya se halla adentro en su esencia. ECKHART: SERMONES: SERMÓN X 3
Ahora fijaos con atención en que Aristóteles se refiere a los espíritus apartados en el libro llamado Metafísica. El más insigne de los maestros que hablara jamás de las ciencias naturales, habla de esos espíritus apartados y dice que no son la forma de ninguna cosa y que reciben su ser como fluyendo inmediatamente de Dios; y de la misma manera vuelven a fluir hacia dentro y reciben la emanación inmediatamente de Dios, por encima de los ángeles, y miran el puro ser de Dios, sin diferenciación. Este ser puro (y) desnudo, lo llama Aristóteles un «qué». Esto es lo más elevado que dijo Aristóteles jamás sobre las ciencias naturales, y ningún maestro es capaz de enunciar nada más elevado a no ser que hable (inspirado) por el Espíritu Santo. Ahora digo yo que este «hombre noble» no se contenta con el ser que los ángeles aprehenden carente de forma y del que dependen inmediatamente; él se contenta tan sólo con lo Uno único. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XV 3
Decimos, entonces, que el hombre debe ser tan pobre que no constituya ni posea ningún lugar en cuyo interior pueda obrar Dios. Donde el hombre conserva (en sí) un lugar, ahí conserva (una) diferencia. Por eso ruego a Dios que me libre de «Dios», porque mi ser esencial está por encima de Dios, en cuanto entendemos a Dios como origen de las criaturas. Pues, en aquel ser de Dios donde Dios está por encima del ser y de la diferencia, ahí estuve yo mismo, ahí quise que fuera yo mismo y conocí mi propia voluntad de crear a este hombre (= a mí). Por eso soy la causa de mí mismo en cuanto a mi ser que es eterno, y no en cuanto a mi devenir que es temporal. Y por eso soy un no-nacido y según mi carácter de no-nacido, no podré morir jamás. Según mi carácter de no-nacido he sido eternamente y soy ahora y habré de ser eternamente. Lo que soy según mi carácter de nacido, habrá de morir y ser aniquilado, porque es mortal; por eso tiene que perecer con el tiempo. (Junto) con mi nacimiento (eterno) nacieron todas las cosas y yo fui causa de mí mismo y de todas las cosas; y si lo hubiera querido no existiría yo ni existirían todas las cosas; y si yo no existiera no existiría «Dios». Yo soy la causa de que Dios es «Dios»; si yo no existiera, Dios no sería «Dios». (Mas) no hace falta saberlo. ECKHART: SERMONES: SERMÓN LII 3