De ahí que un hombre bueno debiera avergonzarse mucho ante Dios y ante sí mismo, si todavía observara que en él no se hallaba Dios y que Dios Padre no hacia las obras en el, sino que aun vivía en él la fastidiosa criatura y determinaba sus inclinaciones y hacía sus obras. Por eso se lamenta el rey David en el Salterio, diciendo: «De día y de noche (las) lágrimas eran mi consuelo mientras decían todo el tiempo: ¿Dónde está tu Dios?» (Salmo 41,4). Porque la tendencia hacia lo exterior y el hecho de hallar consuelo en el desconsuelo y las muchas conversaciones placenteras y afanosas sobre ello, son verdadera señal de que Dios no se presenta ni vigila ni obra en mí. Y además él (es decir, el hombre bueno) debería avergonzarse ante la gente buena porque notan en él (semejante conducta). Un hombre bueno nunca ha de quejarse de daños ni penas; debe lamentarse solamente de que se lamente y perciba en su fuero íntimo lamentos y penas. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
En otro orden de cosas se debería pensar lo siguiente: Si un hombre tuviera un amigo que por causa suya sufriera y sintiera dolores y molestias, sería por cierto muy justo que le hiciese compañía y lo consolase con su presencia y con todo el consuelo que fuese capaz de darle. Por eso dice Nuestro Señor en el Salterio con referencia a un hombre bueno que está con él en el sufrimiento (Salmo 33, 19). De esta palabra se pueden desprender siete enseñanzas y siete clases de consuelo. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
¡Sufrid, pues, de esta manera por amor de Dios ya que es sumamente saludable y es la bienaventuranza! «Bienaventurados» – dijo Nuestro Señor – «son los que sufren a causa de la justicia» (Mateo 5, 10). ¿Cómo puede permitir Dios, el amante de la bondad, que sus amigos, o sea (los) hombres buenos, no tengan sufrimientos continua, ininterrumpidamente? Si un hombre tuviera un amigo que aceptara sufrir durante unos pocos días para que debido a ello mereciera gran provecho, honra y comodidad para poseerlos durante mucho tiempo, (y) si (este hombre) tratara de impedirlo o si fuera su deseo de que otra persona lo impidiese, no se diría que era amigo del otro o que lo amaba. De ahí que Dios en absoluto podría permitir que sus amigos, (esa) gente buena, estuvieran jamás sin sufrimiento sino fueran capaces de sufrir no sufriendo. Toda la bondad del sufrimiento externo proviene y emana de la bondad de la voluntad, tal como he escrito arriba. Y por ende: todo cuanto un hombre bueno quiere sufrir y está dispuesto para ello y desea hacerlo por amor de Dios, lo sufre (efectivamente) ante el rostro divino y por Dios en Dios. El rey David dice en el Salterio: Estoy preparado para cualquier infortunio, y a mi dolor lo tengo siempre presente en mi corazón y ante mi rostro (Salmo 37, 18). Dice San Jerónimo que la cera pura, la cual es totalmente blanda y se presta para formar de ella y con ella cualquier cosa que se deba y quiera hacer, contiene en sí todo cuanto se puede formar con ella, aun cuando nadie la use para configurar ninguna cosa exteriormente visible. También he escrito arriba que la piedra no tiene menor peso cuando no se apoya sobre el suelo en forma exteriormente visible; todo su peso reside completamente en el hecho de que tiende hacia abajo y está dispuesta en sí misma a caer hacia abajo. Así he escrito también arriba que el hombre bueno ya en este momento ha hecho en el cielo y en la tierra todo cuanto querría hacer, asemejándose a Dios también en este aspecto. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Dice San Agustín: Cuando el alma humana se eleva por completo hacia la eternidad, hacia Dios solo, resplandece y brilla la imagen de Dios; pero cuando el alma se torna hacia fuera, aunque sea para el ejercicio exterior de una virtud, esta imagen se encubre del todo. Y esto sería el significado del hecho de que las mujeres tienen la cabeza velada, mientras los hombres la tienen descubierta según la enseñanza de San Pablo (Cfr. 1 Cor. 11, 4 ss.). Por lo tanto: toda parte del alma que se dirige hacia abajo, recibe de aquello a que se torna un velo, una toca; pero la parte del alma que es elevada hacia arriba, es desnuda imagen de Dios, el nacimiento de Dios, descubierto (y) desnudo en el alma desnuda. Con referencia al hombre noble y de cómo la imagen de Dios, el Hijo de Dios, la semilla de naturaleza divina dentro de nosotros, nunca es extirpada aun cuando se la encubre, (de todo esto) habla el rey David en el Salterio, diciendo: El hombre si bien es atacado por diversas nonadas, sufrimientos y penas dolorosas, permanece, sin embargo, dentro de la imagen de Dios y la imagen dentro de él (Cfr. Salmo 4,2 a 7). La luz verdadera brilla en las tinieblas aun cuando no la notamos (Cfr. Juan 1, 5). TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3