El Silencio del que aquí se trata es por lo tanto «arquetípico». Es el principio de la Palabra. En si mismo es «no manifestado», y se manifiesta por la Palabra, así como por las «rupturas» que son los tiempos de silencio del mundo manifestado (Cf. F. SCHUON, El Ojo del Corazón, capítulo. Sobre el Sacrificio.). Es en esta perspectiva en la que es posible comprender que el ateísmo sea el «tiempo muerto» del teísmo, uno y el otro manifiestan el «hiperteísmo» realizado al nivel del Silencio arquetípico del que hemos hablado. Se reconoce una vez más la catafasis y la apofasis inherentes a toda vida espiritual. 696 Abbé Henri Stéphane: SILENCIO Y EXISTENCIA
Si queremos ahora penetrar, en la medida de lo posible, en las profundidades de este «misterio de unión», será necesario considerar los aspectos esenciales del «misterio del Amor». El Amor – que es la Esencia misma de Dios – es inseparable de la Muerte, y en consecuencia del Sacrificio, y tal Muerte es una Resurrección, un Renacimiento. El sacrificio in divinis es inherente a la Esencia divina: se trata de la generación del Verbo; el Padre «muere» en cierto modo en el Hijo, y conjuntamente el Padre y el Hijo «mueren» en el Espíritu Santo, y vice versa. 870 Abbé Henri Stéphane: CONSIDERACIONES SOBRE LA MISA
Pero, por otra parte, el Verbo es el «lugar de los posibles», donde todas las posibilidades susceptibles de llegar a la existencia están como «prisioneras» en Dios. Es preciso que la prisión «estalle» para que ellas nazcan a la existencia; la creación aparece así como la Muerte de Dios, el Sacrificio de Dios: la Divinidad está como «desmembrada» en cada uno de sus hijos. A su vez, está «apresada» en ellos; el Hombre interior está encarcelado en el hombre exterior. Las posiciones están entonces invertidas; el hombre exterior debe morir para que el Hombre interior reaparezca, o para que la Divinidad reunifique sus miembros aparentemente dispersos en sus hijos. Este «desmembramiento» de la Divinidad constituye el «pecado original» imputable a todo hombre que llegue a la existencia, y la «redención» no es sino la «reunificación» del cuerpo disperso. No obstante, es importante no perder de vista que este «desmembramiento» y esta «reunificación» de la Divinidad no existen sino desde nuestro punto de vista, pues en su Esencia la Deidad está situada más allá de cualquier vicisitud de este género: desde la perspectiva de la No-Dualidad divina, el doble movimiento de «desmembración» y de «reunificación» no son más que un «juego» ilusorio que transcurre en el teatro de la Existencia, pues la Inmutabilidad de la Esencia divina permanece en los bastidores de este teatro (Acerca de esta perspectiva del «Sacrificio divino», ver A. K. Coomaraswamy, Hindouisme et Bouddhisme, p. 53 ss. [«Hinduismo y Budismo», Barcelona, Paidós, 1997].). 872 Abbé Henri Stéphane: CONSIDERACIONES SOBRE LA MISA
En el retorno de la multiplicidad a la Unidad no es la multiplicidad de los egos individuales como tales lo que retorna al Principio, sino los «fragmentos» de la Divinidad dispersos en los seres, y no es sino por la «muerte» de dichos egos que la Deidad desmembrada es restaurada en su integridad y su plenitud primeras. Así, la multiplicidad de los seres se presenta bajo dos aspectos recíprocamente inversos: en el sentido de la «caída», del «pecado» o del «mal», lo que se manifiesta es la «separatividad», con la ignorancia de nuestro verdadero Sí y la ilusión egoísta o altruísta; en el sentido del retorno a la Unidad, la multiplicidad de los seres aparece por el contrario como liberada de todas las limitaciones individuales que les separan, para constituir una «multiplicidad integral» o «unificada», una realidad «única», un Pléroma unido a la Deidad de una manera inefable, más allá de toda dualidad y de toda distinción. Es desde esta perspectiva que puede considerarse la «reintegración» de todo en el Uno como un matrimonio sagrado, como la unión mística de la Esposa y el Esposo. Este matrimonio sagrado se basa en una doble Muerte o en un Sacrificio doble: la Muerte y la Deidad, previamente dispersa en sus hijos, y la muerte de los egos individuales en el retorno a la Unidad. Tal es, tanto como pueda ser susceptible de analizar, el misterio del Amor y de la Muerte. 874 Abbé Henri Stéphane: CONSIDERACIONES SOBRE LA MISA
En la perspectiva cristiana, este misterio adopta un «color» especial: está enteramente centrado en Cristo y la Iglesia. Cristo es a la vez Sacerdote y Víctima, Dios y hombre. Se ofrece a sí mismo en Sacrificio al Padre, y con él toda la Iglesia. El Sacrificio comienza en la Encarnación, ya que el Verbo se une a una naturaleza «virgen», desprovista de personalidad humana (unión hipostática), sin ego individual. El doble aspecto del Sacrificio aparece en el hecho de que el Verbo mismo «desaparece» adoptando la condición de esclavo (Fil., II, 5-11), pero a la vez la naturaleza humana «asumida» por el Verbo es ella misma inmolada en cierta manera. Tal es, en el misterio de la Encarnación, la realización del matrimonio sagrado, de la unión mística entre el Esposo y la Esposa. Además, este misterio se continúa hasta el Calvario (Fil. II.8) donde la santa Humanidad del Salvador es inmolada, «absorbida» por el Padre, con el fin de que, por una parte, pueda nacer la Iglesia, salida del costado atravesado de Cristo, y que, por otra parte, pueda realizarse la Resurrección y la «exaltación» (Fil., II, 9, Juan III, 14-15; XII, 32): la Víctima inmolada en el Calvario es el «resumen» de toda la Iglesia, del Cuerpo de Cristo que debe ser inmolado a su vez y resucitar con la Cabeza. Somos aquí abajo los miembros dispersos de este cuerpo (Juan XI, 52), y la participación en el sacrificio de Cristo reúne a dichos miembros en una «Asamblea santa», la «santa plebe de Dios» que muere y que con él resucita. Ya el bautismo implica el mismo significado (Rom., VI, 4), y la Eucaristía (o la Misa), que no es sino la continuación del único Sacrificio de esa única Víctima, será la realización, en la Iglesia, de la Muerte y la Resurrección del Salvador, por la muerte y la resurrección de su Cuerpo Místico: el matrimonio sagrado, la unión mística de los Esposos, es esencialmente un sacrificio recíproco, una Muerte y una Resurrección. 876 Abbé Henri Stéphane: CONSIDERACIONES SOBRE LA MISA
El mismo simbolismo de la piedra se halla en la descripción de la Jerusalén Celeste, explícitamente descrita como «la nueva novia, la Esposa del Cordero» (Apoc., XXI, 9). En ella se encuentran las piedras fundamentales correspondientes a los doce apóstoles del Cordero (Apoc., XXI, 14), pero debe notarse además que el cristal, el oro puro y todas las piedras preciosas que en ella figuran demuestran la superioridad de la nueva Jerusalén sobre la antigua Jerusalén, así como el verdadero Israel es superior al primero. Esto nos lleva a considerar la misa en su aspecto celestial, del más allá, escatológico o apocalíptico: la Eucaristía retoma entonces su auténtico sentido, que es el de una «acción de gracias» (gratias agamus…) y el de un «sacrificio de alabanza», que es el aspecto «interior» del Sacrificio (cf. Ef., I, 12-16). La liturgia terrestre está así orientada hacia su cumplimiento último, la Liturgia celestial, así como es descrita en el Apocalipsis: son las copas de oro cargadas de perfumes, que son las oraciones de los Santos, mantenidas por los ancianos prosternados ante el Cordero inmolado (Apoc., IV, 6-14); es también el humo de los perfumes ofrecidos por el Ángel sobre el Altar de oro que está ante el Trono (VIII, 3-4); son los cánticos que los ancianos, acompañados por miríadas de ángeles y de todas las criaturas, cantan en alabanza al Cordero (V, 9, 11, 13; XV, 3-4), así como la acción de gracias de los elegidos, ataviados con ropas blancas (VII, 9-12). La liturgia terrestre evoca la Liturgia celestial en numerosos pasajes: el incienso del Ofertorio, el Prefacio y los diferentes pasajes del Canon. 882 Abbé Henri Stéphane: CONSIDERACIONES SOBRE LA MISA
En la cumbre de la Ascensión mística, el sacrificio ritual se transforma en el Sacrificio espiritual, el sacrificio exterior se hace «Sacrificio interior»; la Jerusalén de abajo deviene la Jerusalén de lo alto, el sacrificio eucarístico deviene el sacrificio de alabanza; la tierra de Israel según la carne se transforma en el Israel según el Espíritu, la Esposa del Cántico deviene la Esposa del Cordero; el matrimonio sagrado debe finalmente ser consumido en el Corazón: el Alma-Esposa, abrazada por el Esposo divino, no hace más que uno con él. El Sacrificio se hace Beatitud; «Misericordia quiero, que no sacrificio…» (Mat., IX, 13); la leyenda se hace «Historia» o más bien «Realidad suprema»: la Blancanieves-Psique, sumida en el sueño de muerte tras haber mordido el fruto del bien y del mal, permanece así hasta que la despierta el Eros divino y el fruto cae de sus labios; el Sacrificio se transforma en el milagro de la Resurrección y de la Vida, del Conocimiento y del Amor, y el «alma» vuelve a ser «aquello que era en el principio». 884 Abbé Henri Stéphane: CONSIDERACIONES SOBRE LA MISA
Lo mismo que la encarnación del Verbo constituye el Misterio central de nuestra Salvación, de la misma manera el Misterio eucarístico, que es el Memorial de la Pasión, de la Muerte y de la Resurrección de Nuestro Señor, o equivalentemente, del Sacrificio del Calvario, debe continuar como centro de la vida cristiana, al cual todo el resto se relacione. 891 Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO PASCUAL
Para el hombre cultivado, le queda la posibilidad de instruirse, y, por ejemplo en lo que concierne a la Eucaristía, intentar profundizar en sus diferentes aspectos: el Sacrificio, el Memorial, la Presencia real, el Cuerpo de Cristo, la Comunión, la Acción de Gracias… 901 Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO PASCUAL
Hoy, vamos ha decir algunas palabras sobre el Misterio Pascual que nos mostrará en que marco ha sido instituida la Eucaristía, y como los Judíos tenían el sentido de lo Sagrado, y también como el Nuevo Testamento consuma el Antiguo, o también como el Sacrificio de Cristo es la coronación de la Historia de la Salvación. 903 Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO PASCUAL
Se comprende entonces la importancia y, por así decirlo, la necesidad de la institución de la Eucaristía en el transcurso de una comida pascual: mostrar la continuidad de los dos Testamentos, mostrar la Unidad del Sacrificio redentor. La historia de la Salvación, comenzada en el Exodo, encuentra su realización y su Perfección en el Unico Sacrificio de Cristo, y el Memorial de este Acontecimiento único se inscribe con toda naturalidad en el memorial de la Pascua judía tomando la nueva forma de la Eucaristía, rito que la Iglesia realiza en el transcurso de los siglos, esperando la llegada del Reino. Cuando celebramos los Santos Misterios, no es para escuchar discursos fangosos o cantar canciones idiotas, es para obedecer a la orden de Cristo: «Haced esto en memoria mía». Amen. 913 Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO PASCUAL