realizar (Eckhart)

Quien posee a Dios así, en (su) esencia, lo toma al modo divino, y Dios resplandece para él en todas las cosas; porque todas las cosas tienen para él sabor de Dios y la imagen de Dios se le hace visible en todas las cosas. Dios reluce en él en todo momento, y en su fuero íntimo se produce un desasimiento libertador y se le imprime la imagen de su Dios amado (y) presente. Es como en el caso de un hombre que sufre agudamente de verdadera sed: puede ser que haga algo que no sea beber, y también podrá pensar en otras cosas, pero haga lo que hiciere y esté con cualquier persona, cualesquiera que sean sus empeños o sus ideas o sus acciones, mientras perdure la sed no le pasará la representación de la bebida, y cuanto mayor sea la sed tanto más fuerte y penetrante y presente y constante será la representación de la bebida. O quien ama una cosa ardientemente (y) con todo fervor, de modo que no le gusta ninguna otra ni lo afecta en el corazón fuera de ésta (la amada), y sólo aspira a ella y a nada más: de veras, a este hombre, dondequiera y con quienquiera que esté o cualquier cosa que emprenda o haga, nunca se le apagará en su fuero íntimo aquello que ama tan entrañablemente, y en todas las cosas hallará justamente la imagen de esa cosa y la tendrá presente con tanta más fuerza cuanto más fuerte sea su amor. Semejante hombre no busca (la) tranquilidad porque ninguna intranquilidad lo puede perturbar. Este hombre merece un elogio mucho mayor ante Dios porque concibe a todas las cosas como divinas y más elevadas de lo que son en sí mismas. De veras, para esto se necesita fervor y amor y (hace falta) que se cifre la atención exactamente en el interior del hombre y (que se tenga) un conocimiento recto, verdadero, juicioso (y) real de lo que es el fundamento del ánimo frente a las cosas y a la gente. Esta (actitud) no la puede aprender el ser humano mediante la huida, es decir, que exteriormente huya de las cosas y vaya al desierto; al contrario, él debe aprender (a tener) un desierto interior dondequiera y con quienquiera que esté. Debe aprender a penetrar a través de las cosas y a aprehender a su Dios ahí dentro, y a ser capaz de imprimir su imagen (la de Dios) en su fuero íntimo, vigorosamente, de manera esencial. Comparémoslo con alguien que quiere aprender a escribir: de cierto, si ha de dominar este arte, tiene que ejercitarse mucho y a menudo en esta actividad, por más penoso y difícil que le resulte y por imposible que le parezca; si está dispuesto a ejercitarse asiduamente y con frecuencia, lo aprenderá y dominará este arte. A fe mía, primero tiene que fijar sus pensamientos en cada letra individual y grabársela muy firmemente en la memoria. Más tarde, cuando domina el arte, ya no le hacen falta en absoluto la representación de la imagen ni la reflexión; entonces escribe despreocupada y libremente… Y lo mismo sucede cuando se trata de tocar el violín o de cualquier otra obra que ha de realizar con habilidad. A él le basta perfectamente saber que quiere poner en práctica su arte; y aun cuando no lo haga en forma continuamente consciente, ejecuta su tarea gracias a su habilidad sean los que fueren sus pensamientos. 52 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 6.

Muchas personas se imaginan que deberían realizar grandes obras en cuanto a cosas exteriores, como son ayunar, ir descalzo y otras actitudes por el estilo, que se llaman obras de penitencia. (Pero) la verdadera penitencia y la mejor de todas, con la cual uno logra enmendarse fuertemente y en el más alto grado, consiste en que el hombre le dé la espalda completa y perfectamente a todo aquello que no es del todo Dios ni divino en él mismo y en todas las criaturas, y que se vuelva cabal y completamente hacia su querido Dios con un amor imperturbable, de manera que su devoción y su anhelo (de encontrarlo) sean grandes. En aquella obra en la cual estás más dispuesto (a ello), eres también más justo; cuanto más aciertas en este aspecto, tanto más verdadera es la penitencia y borra proporcionalmente más pecados e incluso todo castigo. Sí, es cierto, rápido y a la brevedad podrías dar la espalda a todos los pecados con tanto vigor y tanta repugnancia verdadera y dirigirte con el mismo vigor hacia Dios que — aunque hubieras cometido todos los pecados hechos jamás desde los tiempos de Adán y a hacerse de ahora en adelante — todo esto te sería completa y absolutamente perdonado junto con el castigo, de modo que tú, si murieras en este instante, te irías a ver el rostro de Dios. 130 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 16.

Ahora has de saber que Dios, antes de existir el mundo, se ha mantenido — y sigue haciéndolo — en este desasimiento inmóvil, y debes saber (también): cuando Dios creó el cielo y la tierra y todas las criaturas, (esto) afectó su desasimiento inmóvil tan poco como si nunca criatura alguna hubiera sido creada. Digo más todavía: Cualquier oración y obra buena que el hombre pueda realizar en el siglo, afecta el desasimiento divino tan poco como si no hubiera ninguna oración ni obra buena en lo temporal, y a causa de ellas Dios nunca se vuelve más benigno ni mejor dispuesto para con el hombre que en el caso de que no hiciera nunca ni una oración ni las obras buenas. Digo más aún: Cuando el Hijo en la divinidad quiso hacerse hombre y lo hizo y padeció el martirio, esto afectó el desasimiento inmóvil de Dios tan poco como si nunca se hubiera hecho hombre. Ahora podrías decir: Entonces oigo bien que todas las oraciones y todas las buenas obras se pierden (=son inútiles) porque Dios no se ocupa de ellas (en el sentido de) que alguien lo pueda conmover con ellas y, sin embargo, se dice que Dios quiere que se le pidan todas las cosas. En este punto deberías escucharme bien y comprender perfectamente — siempre que seas capaz de hacerlo — que Dios en su primera mirada eterna — con tal de que podamos suponer una primera mirada — miró todas las cosas tal como sucederían, y en esta misma mirada vio cuándo y cómo iba a crear a las criaturas y cuándo el Hijo quería hacerse hombre y debía padecer; vio también la oración y la buena obra más insignificante que alguien iba a hacer, y contempló cuáles de las oraciones y devociones quería o debía escuchar; vio que mañana tú lo invocarás y le pedirás con seriedad, y esta invocación y oración Dios no las quiere escuchar mañana, porque (ya) las ha escuchado en su eternidad antes de que tú te hicieras hombre. Mas, si tu oración no es ferviente y carece de seriedad, Dios no te quiere rechazar ahora, porque (ya) te ha rechazado en su eternidad. Y de esta manera Dios ha contemplado con su primera mirada eterna todas las cosas, y Dios no obra nada de nuevo porque todas son cosas pre-operadas. Y de este modo Dios se mantiene, en todo momento, en su desasimiento inmóvil y, sin embargo, por eso no son inútiles la oración y las buenas obras de la gente, pues quien procede bien, recibe también buena recompensa, quien procede mal, recibe también la recompensa que corresponde. Esta idea la expresa San Agustín en «De la Trinidad», en el último capítulo del libro quinto, donde dice lo siguiente: «Deus autem», etcétera, esto quiere decir: «No quiera Dios que alguien diga que Dios ama a alguna persona de manera temporal, porque para Él nada ha pasado y tampoco es venidero, y Él ha amado a todos los santos antes de que fuera creado el mundo, tal como los había previsto. Y cuando llega el momento de que Él hace visible en el tiempo lo contemplado por Él en la eternidad, la gente se imagina que Dios les ha dispensado un nuevo amor; (mas) es así: cuando Él se enoja o hace algún bien, nosotros cambiamos y Él permanece inmutable, tal como la luz del sol permanece inmutable en sí misma». A idéntica idea alude Agustín en el cuarto capítulo del libro doce de «De la Trinidad» donde dice así: «Nam deus non ad tempus videt, nec aliquid fit novi in eius visione», «Dios no ve a la manera temporal y tampoco surge en Él ninguna visión nueva». A este pensamiento se refiere también Isidoro en el libro «Del bien supremo», donde dice lo siguiente: «Mucha gente pregunta: ¿Qué es lo que hizo Dios antes de crear el cielo y la tierra, o cuándo surgió en Dios la nueva voluntad de crear a las criaturas?» Y contesta así: «Nunca surgió una nueva voluntad en Dios, pues si bien es así que la criatura en ella misma no existía», como lo hace ahora, «existía, sin embargo, en Dios y en su razón desde la eternidad». Dios no creó el cielo y la tierra tal como nosotros decimos en el transcurso del tiempo: «¡Hágase esto!» porque todas las criaturas están enunciadas en la palabra eterna. A este respecto podemos alegar también lo dicho por Nuestro Señor a Moisés, cuando Moisés le dijera a Nuestro Señor: «Señor, si Faraón me pregunta quién eres ¿qué debo contestarle?», entonces respondió Nuestro Señor: «Dile pues que, El que es, me ha enviado» (Cfr Exodo 3, 13 s) Esto significa lo mismo que: El que es inmutable en sí mismo, me ha enviado. 384 ECKHART: TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3

Los maestros dicen por lo general que todos los hombres son igualmente nobles en su naturaleza. Pero yo digo conforme a la verdad: Todo el bien que han poseído todos los santos y María, la Madre de Dios, y Cristo, en cuanto a su humanidad, me pertenece (también) a mí en esta naturaleza. Ahora podríais preguntarme lo siguiente: Como yo en esta naturaleza poseo todo cuanto Cristo puede realizar según su humanidad ¿a qué se debe entonces que enaltezcamos a Cristo venerándolo como Nuestro Señor y Nuestro Dios? Esto se debe al hecho de que haya sido un mensajero de Dios (enviado) a nosotros, y nos ha traído nuestra salvación. La salvación que nos trajo era nuestra. Allí donde el Padre engendra a su Hijo en el fondo más entrañable, allí entra también volando esta naturaleza (humana). Ella es una y simple. Puede ser que alguna cosa se deje entrever o se apegue, pero no es lo Uno. 488 ECKHART: SERMONES: SERMÓN V b 3

Ahora bien, va por muy buen camino el hombre que lleva una vida virtuosa, pues — según dije hace ocho días — las virtudes se hallan en el corazón de Dios. Quien vive y obra virtuosamente, (este hombre) va por buen camino. Quien no busca nada de lo suyo en ninguna cosa, ni en Dios ni en las criaturas, éste permanece en Dios y Dios permanece en él. A semejante hombre le resulta placentero dejar y despreciar todas las cosas y le da placer realizar todas las cosas con miras a la máxima perfección de ellas. Dice San Juan: «Deus caritas est», «Dios es amor» y el amor es Dios;«y quien vive en el amor, permanece en Dios y Dios en él» (1 Juan 4, 16). Quien permanece en Dios, se ha instalado en buena vivienda y es heredero de Dios, y en quien permanece Dios, tiene consigo dignos convecinos. Ahora bien, dice un maestro que Dios le da al alma un don por el cual el alma es movida hacia las cosas interiores. Dice un maestro que el alma es tocada, inmediatamente, por el Espíritu Santo, pues con el amor con el que Dios se ama a sí mismo, con este amor me ama a mí y el alma ama a Dios con el mismo amor con que Él se ama a sí mismo; y si no existiera este amor con el cual Dios ama al alma, tampoco existiría el Espíritu Santo. Se trata de un ardor y un florecimiento hacia fuera del Espíritu Santo mediante los cuales el alma ama a Dios. 583 ECKHART: SERMONES: SERMÓN X 3

Cualquier recipiente tiene dos características: recibe y contiene. (Los) recipientes espirituales y (los) recipientes materiales son distintos. El vino se halla en el barril, (mas) el barril no se encuentra en el vino, y éste tampoco está en el barril, es decir, en las duelas; pues si estuviera en el barril, o sea, en las duelas, no se lo podría beber. ¡Muy distintas son las cosas con respecto al recipiente espiritual! Todo cuanto se recibe ahí, está dentro del recipiente, y el recipiente se halla en ello, y ello es el recipiente mismo. Todo cuanto recoge el recipiente espiritual es de su naturaleza. La naturaleza de Dios consiste en entregarse a toda alma buena, y la naturaleza del alma consiste en recibir a Dios; y esto se puede afirmar con miras a lo más noble que el alma es capaz de realizar. Ahí, el alma lleva la imagen de Dios y es igual a Dios. No puede haber imagen sin igualdad, pero sí puede haber igualdad sin imagen. Dos huevos son igualmente blancos y, sin embargo, uno no es la imagen del otro; pues aquello que ha de ser la imagen de otro, debe haber surgido de su naturaleza (la del otro) y haber nacido de él y ser igual a él. 702 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XVI b 3

Toda imagen tiene dos cualidades: una consiste en que recibe su ser en forma inmediata, espontánea, de aquello cuya imagen es, pues tiene natural salida y brota de la naturaleza como la rama del árbol. Cuando el rostro se ubica delante del espejo, tiene que ser reflejado por él, quiéralo o no. Mas, la naturaleza no se configura en la imagen del espejo; pero sí la boca y la nariz y los ojos y toda la formación del rostro, éstos sí se reflejan en el espejo. Mas Dios se ha reservado para sí solo — cualquiera que sea la cosa en la cual refleja su imagen — que allí refleje de una sola vez y espontáneamente la imagen de su naturaleza y de todo cuanto Él es y que puede realizar, porque la imagen le fija una meta a la voluntad, y la voluntad sigue a la imagen, y la imagen es la primera en emanar de la naturaleza y atrae hacia su interior todo cuanto pueden realizar la naturaleza y el ser; y la naturaleza se derrama por completo en la imagen y, sin embargo, permanece totalmente en sí misma. Porque los maestros no ubican la imagen en el Espíritu Santo sino en la persona del medio, ya que el Hijo constituye el primer efluvio violento desde la naturaleza; por eso se llama propiamente una imagen del Padre, pero no es así con el Espíritu Santo. Éste es solamente un florecimiento que parte del Padre y del Hijo y posee, sin embargo, una sola naturaleza con ambos. Y, pese a ello, la voluntad no es mediadora entre la imagen y la naturaleza; ah sí, en este aspecto ni el conocimiento ni el saber ni la sabiduría pueden ser mediadores, porque la imagen divina prorrumpe inmediatamente de la fecundidad de la naturaleza. Pero sí existe en este caso un mediador de la sabiduría, lo es la imagen misma. Por eso, el Hijo se llama en la divinidad la Sabiduría del Padre. 703 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XVI b 3

Dice un maestro que el bien tiene tres ramas. La primera rama es (la) utilidad, la segunda rama es (el) gozo, la tercera rama es (la) honestidad. Por eso dice: «adorarán al Padre». ¿Por qué dice: «al Padre»? Si buscas al Padre, o sea a Dios solo, encuentras junto con Dios todo cuanto Él puede realizar. Es una verdad cierta y una verdad necesaria y una verdad confirmada por escrito, y aunque no estuviera escrito, sin embargo, sería verdadero: Si Dios poseyera aún más, no podría escondértelo y debería revelártelo y Él te lo da; yo he dicho a veces: Te lo da y te lo da al modo de un nacimiento. 883 ECKHART: SERMONES: SERMON XXVI 3

Ahora bien, Él dice: «Mirad, envío a mi ángel». Cuando se dice: «Mirad», se entienden tres cosas: una que es grande, u otra que es maravillosa o una tercera que es extraordinaria. «Mirad, envío a mi ángel para que prepare» y purifique al alma a fin de que pueda recibir la luz divina. La luz divina se halla, en todo momento, firmemente insertada en la luz del ángel, y la luz del ángel le resultaría molesta al alma y no le gustaría, si dentro de aquélla no estuviera escondida la luz divina. Dios se esconde en la luz angelical y se cubre con ella esperando continuamente el instante en el que pueda arrastrarse hacia fuera para entregarse al alma. He dicho también en otras ocasiones: Si alguien me preguntara qué es lo que hace Dios en el cielo, diría: Engendra a su Hijo y lo engendra completamente nuevo y lozano, y al hacerlo siente un deleite tal que no hace sino realizar esa obra. Por eso dice: «Mirad, Yo». Aquel que dice «Yo» tiene que hacer la obra de la mejor manera imaginable. Nadie puede pronunciar esta palabra, en sentido propio, sino el Padre. La obra le es tan propia que nadie sino el Padre es capaz de realizarla. En esta obra Dios opera todas sus obras y de ella penden el Espíritu Santo y todas las criaturas, porque Dios realiza la obra, que es su nacimiento, en el alma; su nacimiento es su obra y el nacimiento es el Hijo. Esta obra la opera Dios en el fondo más íntimo del alma y tan a escondidas que no lo saben ni los ángeles ni los santos, y el alma no puede contribuir con nada sino sólo sufrirlo; pertenece únicamente a Dios. Por eso dice con propiedad el Padre: «Yo envío a mi ángel». Ahora digo yo: No lo queremos, esto no nos basta. Dice Orígenes: «María Magdalena buscaba a Nuestro Señor; buscaba a un muerto y encontró a dos ángeles vivos (Cfr Juan 20, lis.) y no le bastó. Tenía razón porque buscaba a Dios». 962 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXI 3

El otro enunciado reza: «El Señor está acá». Él está consigo mismo y no se aleja. Ahora bien, dice David: «¡Señor, alegra a mi alma porque la he elevado hacia ti!» (Salmo 85, 4). El alma se debe elevar por encima de sí misma con toda su fuerza y ha de ser llevada por encima del tiempo y del espacio hacia la vastedad y la extensión, allí donde Dios está consigo y cerca de sí mismo y no se aleja ni toca nada ajeno. Dice Jerónimo: Tan (im)posible como es que una piedra tenga sabiduría angelical, tan (im)posible es que Dios se dirija alguna vez al tiempo o a las cosas temporales. Por eso dice: «El Señor está acá cerca». David afirma: «Dios está cerca de todos cuantos lo alaban y lo enuncian y lo nombran haciéndolo en la verdad» (Cfr Salmo 144, 18). Paso por alto el modo cómo se lo alaba y enuncia y nombra; (me refiero) más bien a que él dice: «en la verdad». ¿Qué es (la) verdad? Sólo el Hijo es la Verdad y no (lo son) ni el Padre ni el Espíritu Santo, excepto en cuanto son una sola Verdad en su esencia. Es verdad cuando revelo lo que llevo en mi corazón y lo pronuncio con la boca, tal cual lo albergo en mi corazón, sin hipocresía ni ocultamiento. Tal revelación es (la) verdad. Por eso, el Hijo solo es la Verdad. Todo cuanto el Padre tiene y puede realizar, lo dice íntegramente en su Hijo. Esta revelación y este efecto son verdad. Por eso dice (David): «en la verdad». 1003 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXIV 3

San Agustín dice: «El alma se iguala a aquello que ama. Si ama cosas terrestres, se vuelve terrestre. Si ama a Dios» — podría preguntarse — «se convierte entonces en Dios?» Si yo dijera tal cosa les parecería increíble a quienes tienen la inteligencia demasiado pobre y no lo comprenden. Pero San Agustín dice: «Yo no lo digo, antes bien os remito a la Escritura que expresa: “He dicho que sois dioses”» (Salmo 81, 6). Quien poseyera un poco no más de la riqueza a la que me he referido antes, sea (que le haya echado) una mirada, o sea (que tenga) sólo una esperanza o convicción (respecto a ella), ¡éste sí lo comprendería bien! Nunca cosa alguna llegó a ser tan afín ni tan igual ni tan unida por un nacimiento, como le sucede al alma para con Dios en ese nacimiento. Si se ocasiona algún impedimento, de modo que ella no se (le) asemeja en todo sentido, no es culpa de Dios; en la medida en que se pierden sus insuficiencias, en esta misma medida Él se la iguala. El hecho de que el carpintero no pueda hacer una casa hermosa con madera apolillada, no es culpa suya, la falla reside en la madera. Lo mismo sucede con la operación divina en el alma. Si el ángel más humilde pudiera configurarse o nacer en el alma, todo el mundo no sería nada en comparación; porque gracias a una sola chispita del ángel, reverdece, se cubre de hojas y resplandece todo cuanto hay en el mundo. Mas, este nacimiento lo obra Dios mismo; ahí el ángel no puede realizar ninguna obra fuera de una obra servil. 1066 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXVIII 3

Ahora ¡fijaos en el fruto céntuplo e innumerable de este grano de trigo! El primer fruto consiste en que ha dado loa y gloria al Padre y a toda la naturaleza divina por el hecho de que Él, con sus potencias superiores, no se apartó, ni por un momento ni por un punto (de la contemplación del bien supremo), por causa de todo cuanto debía realizar la facultad intelectual ni por todo cuanto tenía que sufrir el cuerpo: así (y) a pesar de todo, seguía contemplando sin cesar a la divinidad con ininterrumpida loa, otra vez engendrada, de la dominación paterna. Esta es una de las maneras de la fecundidad del grano de trigo desde la tierra de su noble humanidad. La otra manera es la siguiente: todo el sufrimiento fecundo de su santa humanidad, que soportó en esta vida por el hambre, la sed, el calor, los vientos, las lluvias, los granizos, la nieve, por muchas penas y además, por su muerte amarga, todo esto lo ofrendó para honrar al Padre divino. Esto redunda en gloria para Él mismo y en fecundidad para todas las criaturas que, con su gracia (= la de Cristo), quieren imitarlo en su vida (poniendo) todos sus esfuerzos. Mirad, ésta es la otra fecundidad de su santa humanidad y del grano de trigo (que es) su alma noble, la cual en esa (condición) se ha hecho fértil para gloria de Él mismo y para (la) bienaventuranza de la naturaleza humana. Ahora acabáis de escuchar cómo el alma noble de Nuestro Señor Jesucristo se ha vuelto fecunda en su santa humanidad. Habéis de observar además, cómo también el hombre ha de llegar a esta (meta). Aquel hombre que intenta arrojar su alma, o sea el grano de trigo, al campo de la humanidad de Jesucristo, para que perezca ahí y se vuelva fecunda, también debe perecer de dos modos. Un modo tiene que ser corpóreo, el otro espiritual. Al corpóreo hay que interpretarlo como sigue: cuanto sufre a causa del hambre, de la sed, del frío, del calor y de que se lo desprecie y (tenga que soportar) muchos sufrimientos inmerecidos, cualquiera que sea la forma en que Dios lo disponga, (todo) esto lo habrá de aceptar de buen grado, alegremente, justo como si Dios no lo hubiera creado para nada que no fuese padecimiento e infortunio y trabajo, y no habrá de buscar y apetecer en ello cosa alguna para sí mismo, ni en el cielo ni en la tierra, y todo su sufrimiento le tendrá que parecer poco, como una gota de agua en comparación con el mar embravecido. Debes considerar tu sufrimiento así de pequeño frente al gran padecimiento de Jesucristo. De esta manera se vuelve fecundo el grano de trigo, (o sea) tu alma, en el noble campo de la humanidad de Jesucristo, y perece en él de forma tal que se abandona totalmente a sí mismo. Éste es el primero de los modos, (propio) de la fecundidad del grano de trigo que ha caído al campo y a la tierra de la humanidad de Jesucristo. 1247 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3

Nuestros maestros dicen: Todo cuanto se llega a conocer o que nace, es una imagen; y ellos dicen en consecuencia: Si el Padre ha de engendrar a su Hijo unigénito, tiene que engendrar su (propia) imagen como permaneciendo en Él mismo en el fondo. La imagen, ya que ha existido eternamente en Él (forme illius), es su forma que permanece en Él mismo. La naturaleza enseña — y me parece muy justo — que debemos explicar a Dios mediante símiles, ya sea éste, ya sea aquél. Sin embargo, Él no es ni esto ni aquello, y por lo tanto el Padre no se contenta con ello, antes bien, regresa a lo primigenio, a lo más íntimo, al fondo y al núcleo del ser-Padre donde ha estado adentro eternamente en sí mismo, en la paternidad, y donde disfruta de sí mismo, el Padre como Padre, de sí mismo en el Hijo único. Allí, todas las hierbecillas y (la) madera y (las) piedras y todas las cosas son uno. Esto es lo mejor de todo y yo estoy loco por ello. Por eso, todo cuanto la naturaleza es capaz de realizar, lo añade a ello (y) esto va cayendo en la paternidad para que sea uno y que sea un solo Hijo y crezca más allá de todo lo demás y sea del todo uno en la paternidad y, si no puede ser (uno), que sea (por lo menos) (un) signo de lo uno. La naturaleza que es de Dios, no busca nada que se halle fuera de ella; ah sí, la naturaleza que se encuentra dentro de sí misma, no tiene nada que ver con la apariencia (externa), porque la naturaleza que es de Dios, no busca nada que no sea la semejanza con Dios. 1279 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LI 3