Persona

El Verbo es la perfecta Imagen del Padre, pura, santa y sin mancha, en la cual el Padre se reconoce y se complace: «Este es mi Hijo bien amado en quien yo he puesto todas mis complacencias» (Mat. III, 17). Nada cuenta en consecuencia a los ojos del Padre más que el Hijo; fuera de él, no hay nada que pueda serle agradable. Sin este Hijo que le es igual en todo, que le es «consubstancial», Dios como él, el Padre no es nada. El no existe como Padre, y como Dios, más que porque él engendra este Hijo, a quien da todo lo que él tiene y todo lo que él es, es decir la Naturaleza Divina misma, la Esencia Divina, la Deidad. La Esencia o la Naturaleza Divina consiste entonces en ese don total que el Padre hace de ella al Hijo. Es en el don total que hace de si mismo, como el Padre existe en tanto que Persona divina, y es esto lo que la distingue de la Persona del Hijo. 193 Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO DE DIOS

Lo que constituye una persona, es la tendencia hacia otra, un ad aliud, un «altruismo» perfecto y total; es perdiéndose totalmente en el otro como la persona se encuentra y se constituye: «El que pierda su vida la encontrará» (Mat. XVI, 25). Esto supone en la persona un espíritu de pobreza absoluto, perfecto, total, una renuncia , un desapego, un despojamiento, una aniquilación de su ser en el otro que le hace encontrar su ser propio. Lo que constituye esencialmente una Persona divina, es el darse enteramente a otra Persona divina. El Padre es por lo tanto el Gran Pobre por excelencia, y es esto lo que produce su infinita riqueza. 195 Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO DE DIOS

En definitiva, se produce un intercambio mutuo de la Divina Esencia entre el Padre y el Hijo; este Don mutuo, total, perfecto constituye el Amor recíproco del Padre y del Hijo. Supone de parte de uno y del otro una voluntad libre de comunicarse recíprocamente este don, una aniquilación, un despojamiento, un renunciamiento, un espíritu de pobreza comunes al Padre y al Hijo, que hace de cada uno de ellos el Gran Pobre por excelencia. Además, este amor mutuo que procede de una voluntad común de despojamiento y de aniquilación recíprocas, no podría replegarse en sí en una especie de egoísmo entre dos. Es por eso que esta voluntad común de despojamiento tiende a su vez a anularse a si misma expresándose en una tercera Persona divina, el Espíritu Santo que aparece así como un fruto del Amor común del Padre y del Hijo. Se dice, en consecuencia, que el Espíritu Santo procede de la voluntad común de Amor mutuo de las dos otras Personas. Se dice también que el Padre y el Hijo, conjuntamente, expiran al Espíritu Santo y que el Espíritu es expirado por el Padre y el Hijo. Así, el Amor mutuo del Padre y del Hijo no existe más que anulándose en una tercera Persona, en el don total que el Padre y el Hijo hacen de su amor, o de la Naturaleza Divina, a esta tercera Persona, que se vuelve así el vínculo substancial que une al Padre y al Hijo en la unidad de un mismo Amor, una especie de testigo, de fruto de su amor. Es también por esto que la Esencia Divina, objeto de intercambio mutuo de las tres Personas, consiste en el Amor: Dios es amor (1 Juan IV, 16). A su vez el Espíritu Santo no existe, en tanto que Persona, más que si el devuelve al Padre y al Hijo conjuntamente ese común Amor del cual procede. 199 Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO DE DIOS

Las tres interpretaciones de la Trinidad dadas por F. Schuon [NA: F. Schuon, Comprender el Islam, editorial OLAÑETA.] pueden obtenerse por transposición metafísica [NA: Esta palabra designa en la obra de Aristóteles la parte de la reflexión teórica que viene después de los tratados de física. El empleo de la palabra se ha generalizado para designar la parte superior del saber, la que remonta a las causas primeras y a los principios primeros de los seres.] del dogma cristiano, bien a partir de las Hipóstasis [NA: Palabra griega que designa la substancia individual o la persona. En el vocabulario cristiano, designa las Personas de la Santísima Trinidad.], o bien a partir de las Procesiones [NA: Acción por la cual una Persona divina da origen a otra Persona.] divinas, por medio de un conjunto de correspondencias analógicas [NA: Una correspondencia analógica es la que está hecha en virtud de una analogía o de un símbolo, siendo analogía: «proporción entre realidades o conceptos diferentes que permite calificarlos los unos por los otros, o incluso por un termino único que conviene a todos en razón de una cierta similitud»] o de «identificaciones misteriosas» entre los elementos de las tres «representaciones». En el caso de las Hipóstasis, la base de la analogía será la «determinación»; en el caso de las Procesiones divinas, será la Inteligencia y la Voluntad, o equivalentemente el Conocimiento y el Amor. Estas «bases de analogía» nos dan la clave de la transposición metafísica en cuestión. 210 Abbé Henri Stéphane: INTERPRETACIÓN METAFÍSICA DE LA TRINIDAD

Se puede decir que la necesidad del Mediador se basa a la vez en la naturaleza de Dios y en la naturaleza del hombre. En razón de su dependencia total frente a Dios, el hombre no puede alcanzar a Dios por si mismo; en razón de su transcendencia, Dios no puede alcanzar al hombre más que descendiendo a su nivel, y es entonces su inmanencia la que permite realizar este «descendimiento». El Mediador deberá entonces participar a la vez de la naturaleza divina y de la naturaleza humana, pero esta permaneciendo enteramente subordinada a Dios, no habrá «simetría». Es lo que el dogma de la Encarnación expresa tan bien como es posible afirmando que están en Jesucristo las dos Naturalezas y una sola Persona, la del Verbo (unión hipostática): la Persona o Hipóstasis del Verbo divino asume la naturaleza humana, estando ésta privada, en Jesucristo, de personalidad humana. Resulta de ello que el verbo se une a la totalidad de la «naturaleza humana», a la humanidad entera, puesto que su naturaleza humana, privada de personalidad humana, está entonces «abierta» a todas las individualidades humanas. 547 Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR

La unión hipostática, definida más arriba como la unión de las dos naturalezas divina y humana en la única Persona del Verbo, implicando la privación de personalidad humana en Jesucristo, o también la asunción de la naturaleza humana en su totalidad por la Persona del Verbo, constituye el nudo, o la cumbre, o el centro, de la función del Mediador, y no debe nunca ser perdida de vista si se quiere comprender los otros dogmas, y evitar todos los errores mencionados más arriba. 551 Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR

Es por lo tanto impropio decir que Dios es una «Persona», a la manera de la persona humana que es, como lo hemos dicho, una limitación de la naturaleza humana, mientras que, por el contrario, el despliegue de la Naturaleza divina en tres Hipóstasis, lejos de cerrar la Naturaleza divina en una Persona, le permite dilatarse, si se puede decir así, más allá de todos los límites, en la ilimitación del Conocimiento Puro y del Amor Puro, realizados en lo que se llama la «Circumincesión de las Tres Personas» o la «Comunión del Padre». 555 Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR

«Amar al prójimo como a si mismo», es realizar el misterium caritatis; es decir realizar en él y en mi esta transparencia del alma que permita a la Luz increada dispersar las tinieblas de la ilusión egocéntrica y altruista. Ya no hay más ni «yo» ni «tu», sino El, el Paráclito, el Consolador, el Amor increado, el Espíritu de Verdad que procede del Padre, único Principio de Unidad capaz de disolver los «nudos» del ego, y de romper los límites de la individualidad: «esta divina Persona como espirando de su espiración divina, eleva y dispone el alma de una manera muy elevada a espirar ella misma en Dios la misma espiración de amor que el Padre espira en el Hijo y el Hijo en el Padre, y que es el mismo Espíritu Santo que ellos espiran en ella en esta transformación». Es a este nivel de la Unión transformante donde se sitúa el misterium caritatis. Toda la caridad de aquí abajo no es más que la sombra de ello, o todo lo más el símbolo. 732 Abbé Henri Stéphane: REFLEXIONES SOBRE LA CARIDAD

3) No ver solamente en la misa un acto que se desarrolla en el tiempo ya que ella es «la encarnación progresiva en el tiempo y el espacio» de un acto eterno, que es la «alabanza de gloria» (Ef. I,12), que el Verbo divino rinde al Padre, el don total de su Persona a la del Padre, en la unidad de Amor del Espíritu. Realizada en el seno de la Trinidad en un acto único y eterno, esta alabanza de gloria está realizada en la tierra, en el tiempo y en el espacio, por ese mismo Verbo, encarnado esta vez, del cual nosotros somos una «humanidad por añadidura», por el cual nosotros rendimos al Padre, en la unidad del Espíritu Santo, el único sacrificio que le es agradable, para la remisión de los pecados, para la Redención y para la divinización de nuestras almas. Así asociados a la alabanza eterna de gloria que el Verbo rinde al Padre en el seno de la Trinidad, nosotros decimos: 852 Abbé Henri Stéphane: PARA COMPRENDER LA MISA